LA TEMBLOROSA VOZ DE UN NUEVO Y DELICADO PRESENTE
Los primeros suspiros de la
primavera ya se habían posado en las perennes hojas, ya habían hecho brotar
vida de las ramas que habían permanecido vacías durante el invierno y habían
anegado el aire en un aroma exquisito que revitalizaba y despertaba los
sentidos. Los atardeceres eran más largos, como si a la naturaleza le diese
miedo que el ocaso reinase en el territorio del cielo.
Siempre he adorado la primavera,
pero esta vez siento que mi corazón anhela su llegada mucho más que nunca, que
mi alma celebra su advenimiento con ilusión y fuerza y que todo mi ser agradece
este calor tan suave y aromático que se reparte por las calles, por los bosques
y se posa en las lejanas montañas.
Era un atardecer brillante, de
esos en los que el sol no desea abandonar el firmamento y reparte sus rayos por
todos los rincones del paisaje que nos rodea, volviendo oro todo lo que su luz
roza. Yo miraba por la ventana cómo el cielo azul de la tarde se teñía de un
color grisáceo que presagiaba una noche calmada, pero profundamente oscura. Me
había despertado muchísimo antes que Eros, pues los nervios que se habían
arraigado en mi estómago me impedían dormir sosegadamente.
Aquel crepúsculo era especial. Sabía
que debía vivir cada instante con toda mi alma, que no podía permitir que mis
emociones me confundiesen y dominasen mis pensamientos; pero me creía incapaz
de ignorar mis sentimientos, pues éstos palpitaban con fuerza por dentro de mí
como si de los perdidos latidos de mi corazón se tratase.
No cesaba de pensar en la última
conversación que había mantenido íntimamente con Wen. Las palabras que nos
habíamos dedicado, las que revelaban una verdad a la vez tierna y
estremecedora, no dejaban de resonar en mi mente, creando ecos que me
confundían, que me hacían temblar incluso. Jamás pude haberme imaginado que lo
que yo sentía era recíproco, no era un sentimiento perdido en la inmensidad de
una utopía. Él también me profesaba un sentimiento muy mágico y especial... mas
era completamente consciente de que debíamos ignorar aquellos sentimientos
porque éstos podían hacer temblar nuestro presente, nuestra vida.
Hacía más de tres días que no
nos veíamos, que no nos hundíamos uno en la mirada del otro. Yo sentía que lo
necesitaba, que requería mirar sus bellos ojos para notarme viva; pero no me
atrevía a llamarlo ni a acudir a su lado, pues sabía que, si lo hacía, el
significado de nuestro presente podía cambiar sin que nadie lo previese. No
habíamos vuelto a hablar desde aquella mágica noche en la que nos confesamos lo
que sentimos uno por el otro y realmente temía al momento en el que nuestras
miradas se tornasen un único suspiro, fundiéndose en un solo instante.
Mas aquel ocaso sabía que tenía
que ignorar todo lo que sentía para poder mostrarme serena ante todos los que
me miraren. Era la fiesta de inauguración del hotel que Eros y yo hemos
abierto; el que ya funciona espléndidamente. Parece imposible que hayamos
tenido más de cien reservas en tres días. ¡Es fascinante! Sin embargo me
percibo incapaz de entenderme con este negocio. Tengo la suerte de que Eros es
mucho más ducho que yo en estos asuntos. Además, en estos momentos no tengo la
mente para centrarme en estas cosas tan complicadas...
Intentando que mis pensamientos
y mis sentimientos no me ensordeciesen, me dirigí hacia mi alcoba y escogí uno
de los vestidos más bonitos que tenía allí. Se trataba de un traje que me había
comprado hacía poco. Era un vestido de color rojo que me llegaba hasta las
rodillas y carecía de mangas. Era estrecho y muy elegante. Me daba un poco de
vergüenza ataviarme con él, sobre todo porque tenía que colocarme unas medias
finas y transparentes que volvían más resplandeciente mi pálida piel, pero
aquella tarde estaba dispuesta a ignorar todo lo que sentía para que nada
turbase la fluidez de los hechos.
Cuando terminé de bañarme, de
vestirme y de acicalarme, los reflejos dorados de la tarde ya se habían
convertido en noche. Por las calles discurrían grupos de personas buscando la
diversión en algún rincón, saliendo también de tiendas y portando sus compras
en sus manos... La vida se respiraba, la primavera tornaba sonidos y olores
exquisitos todos los detalles de aquel paisaje que las ventanas nos regalaban.
Eros estaba sentado en el sofá viendo
atento el televisor. Me miró fija y deliciosamente cuando me situé enfrente de
él, anhelando su atención. Necesitaba que a él le gustase la forma en que iba
vestida para sentirme mucho más segura.
-
¡Shiny! ¿Cómo te atreves a presentarte así ante mí?
-
¿Cómo? —le pregunté desorientada e intimidada—. ¿No te gusta?
-
Al contrario. Me encanta —me contestó sonriéndome sensualmente
mientras se acercaba a mí y posaba sus relucientes y cariñosas manos en mis
caderas—. Te lo decía porque estás tan preciosa y sexy que soy capaz de
arrancarte este vestido en menos de un segundo y provocar que lleguemos tarde a
la fiesta —me confesó pícaramente mientras deslizaba sus manos por mi cintura.
-
¡Eros! Basta —me reí traviesa mientras me dejaba caer entre sus
brazos—. Tenemos que irnos y ni siquiera te has arreglado —le recriminé
divertida.
-
Es que, Shiny, yo iré un poco más tarde.
-
¿Por qué?
-
No puedo decírtelo; pero no te preocupes. Ve tú y ya iré yo.
-
No quiero entrar sola, sin ti —me quejé apoyándome en su hombro—. ¿Qué
tienes que hacer para no poder venir conmigo?
-
Shiny, no puedo decírtelo, amor mío —se rió cariñosamente mientras me
acariciaba los cabellos—. Tendrás que ser fuerte y paciente.
-
Eros, por favor... ¿No puedes acompañarme y después te vas y haces lo
que tengas que hacer?
-
No, Shiny, no puedo, cariño. Lo siento.
-
Pues vaya —protesté desalentada alejándome de él.
-
Cuando me veas llegar, lo comprenderás.
-
Eso espero.
Saber que tenía que acudir sola
a la fiesta de nuestro hotel me había desanimado muchísimo. Ni siquiera le veía
sentido a ir tan arreglada y acicalada si él no me acompañaría, pero intenté
que aquel desaliento no empañase aquel instante. Tras despedirme de él, me
dirigí rápidamente hacia el hotel notando cómo los nervios gritaban por dentro
de mí. Me sentía como si de mi estómago hubiesen brotado unas manos afiladas
que rasgaban todo mi interior. No me latía el corazón, pero me parecía que en
breve éste comenzaría a palpitarme con fuerza, impulsando una sangre cuyo poder
me asfixiaría.
Antes de entrar en el hotel, me
detuve unos instantes a intentar tranquilizarme. No sabía por qué estaba tan
nerviosa. Me consolé pensando que era comprensible sentirme así, pues se
suponía que yo era la dueña de aquel hotel y la responsable de una fiesta que
en absoluto había preparado. Agradecí que Wen, Sus, Diamante, Duclack, Mery y
Vicrogo se hubiesen encargado de todo. No, pensar que estaba nerviosa porque yo
era la dueña del hotel no tenía sentido, no me satisfacía. Debía haber otro
motivo que hiciese nacer aquellos estridentes nervios...
También me inquietaba recordar
lo triste y desanimada que me había sentido cuando Eros me había comunicado que
no me acompañaría y que vendría más tarde a la fiesta. En esos momentos, al
acordarme de ese instante, entendí que no había experimentado únicamente pena
al conocer aquella realidad, sino sobre todo miedo. Sí, me había asustado
pensar que yo tenía que acudir sola a la fiesta y permanecer sin él durante un
tiempo inconcreto.
-
¡Pálida Millonaria! Pero ¿qué haces ahí parada? ¿Es que no entrarás a
tu propia fiesta?
Aquella voz y aquellas palabras
me extrajeron subrepticiamente de mis pensamientos y me asustaron tanto que
estuve a punto de darme la vuelta y huir de ese instante. Saber que la señora
Hermenegilda estaba en aquella fiesta, posiblemente rodeada de todas esas
amigas tan similares a ella, me desalentó muchísimo, provocó que el alma se me
cayese a los pies. Noté que de repente todo perdía sentido y que las vinientes
horas se convertían en una espesa senda que no me creía capaz de recorrer.
-
¡Hay de todo, hija! —gritó desde la distancia—. ¡Vicenta, Herminia,
Fernanda y yo ya llevamos comidas más de tres bandejas de canapers de esos! ¡Y
también han venido mis hijos con sus mujeres y sus hijos! ¡Aprovechan que está
Manolo aquí trabajando para ver si él puede hacerles un descuento, aunque ahora
no es necesario porque todo es gratis! ¡Qué luces más bonitas y qué
decoraciones tan bien hechas habéis puesto, niña! ¡Hace tiempo que no veo una
fiesta tan bella! ¡Esto parece Jolibuuuu!
A medida que iba hablando, su
voz iba perdiendo fuerza, como si un huracán la arrancase de mi lado. Me
parecía que el entorno se difuminaba, que la oscuridad de la noche se volvía
mucho más densa que las profundidades de una selva y que el silencio me rodeaba
tiernamente, protegiéndome de aquellos desgarradores y vulgares gritos. Inspiré
hondamente para intentar digerir el significado y la apariencia de aquel
momento y después comencé a caminar hacia la puerta del hotel, de donde emanaba
un sinfín de voces, de risas, de palabras, de música y sonidos alegres. La
señora Hermenegilda me aguardaba paralizada en la puerta, con los brazos
puestos en jarra, como si estuviese a punto de comenzar a reñirme por alguna
travesura.
-
Ya pensaba que eras un fantasma —me acusó un poco seria—. Yo no sé qué
te pasa cuando te hablo, chiquilla; pero parece como si mi voz te reventase los
oídos. ¡Para ese problema tengo una solución...! ¡Ah! ¡Carajo! ¡Ostras! ¡Ahora
entiendo lo seria que estás! ¿Dónde te has dejado al novio?
-
Vendrá más tarde —contesté intentando parecer simpática, pero mi voz
sonó seca.
-
Ese ha aprovechado que te has ido para tirarse a su amante, que ya te
digo yo que tiene una amante. Mi tercer marido, Alfredo, se lanzaba a los
brazos de cualquier mujer cuando yo me iba a trabajar, que trabajaba en una
frábica de lana.
-
Una fábrica de lana... —musité incapaz de comprender esas palabras.
-
Si. Por la noche llegaba con las manos todo encalladas y con la boca
reventada porque ahí le dábamos al palique que era una barbaridad. Mis
compañeras y yo nos llevábamos muy bien con el jefe, el señor Eugenio. Era muy
buen hombre. Tenía tres hijos, me acuerdo perfectamente: Astracio, Furgencio y José
Antonio Francisco Eustasio Anastasio... Sí, tenía todos esos nombres. Lo
llamaban el nombres. Qué tontería, ¿verdad?
-
Sí.
Justo entonces entrábamos en el
comedor, donde se servían todo tipo de bebidas y comidas. La música que se oía
era calmada y sensual. Tuve la sensación de que habíamos regresado ochenta años
atrás, cuando las fiestas eran tan lujosas, bonitas y delicadas...
Había tanta gente que no era
capaz de discernir entre unos ojos y otros. Me costaba respirar serenamente
rodeada de tanta sangre. Entonces, repentinamente, reparé en que no me había
alimentado. Me había olvidado completamente de la sangre. Cuando aquella
certeza invadió mi mente, todo mi entorno desapareció. El miedo más feroz se
adueñó de mis sentimientos, de mi cuerpo y de todos mis pensamientos. Las
voces, la música, las palabras, la voz de la señora Hermenegilda: todo se
desvaneció, quedándose mi alrededor sumido en un profundo y áspero silencio que
solamente se interrumpía por mis atemorizados pensamientos.
-
¡Sinéad!
Una voz amable, llena de
entusiasmo y felicidad me extrajo repentinamente de aquel silencio tan asfixiante.
Oí, vagamente, que la señora Hermenegilda aún me hablaba; pero yo había dejado
de prestarles atención a sus palabras desde hacía demasiado tiempo. Cuando
aprecié aquel llamado tan hermoso y alegre, la vida recobró el color y la magia
que el miedo le había arrebatado.
Cuando descubrí quién me había
llamado tan vivamente, los nervios que experimentaba se intensificaron
brutalmente. Intenté que mis ojos no desvelasen mis emociones, pero me parecía
que aquella noche éstos tenían voz propia. Wen se acercaba velozmente a mí
sonriéndome luminosa y plácidamente. Cuando nos tuvimos al alcance de nuestras
manos, nos las tomamos con cariño y felicidad mientras, al fin, nos hundíamos
en nuestros ojos.
Al sumergirme en su preciosa
mirada, noté que mi sangre se volvía lava, que mi cuerpo se estremecía de gozo
y vida y que por todo mi ser se repartía una sensación de bienestar que hacía
muchísimo tiempo que no sentía. Le sonreí ampliamente, olvidándome levemente de
cuidar de no mostrar mis colmillos, y le dediqué una mirada tan reluciente y
mágica que incluso me pareció que las luces que bailaban sobre nosotros se
apagaban por unos instantes.
-
Estás preciosa, Sinéad —me halagó Wen con una voz susurrante. Tal vez
creyó que yo no podía oírla, pero la percibí plenamente—. Ese vestido te sienta
muy bien, Sinéad —me dijo un poco más seguro de sí mismo.
-
Hijos míos, cualquiera diría —expresó de pronto la señora Hermenegilda—.
A ver si vas a ser tú la que...
-
¿Qué quiere decir, señora? —le pregunté alarmada, soltando de repente
la mano de Wen.
-
Nada, nada. Mira, yo no digo nada, que cada uno haga con su vida lo
que verdaderamente le salga de los hígados. Yo voy a ver si como un poco, que
las piernas empiezan a flojearme. A ver si encuentro a mis amigas. Seguro que
han visto jóvenes guapos y están intentando recoger las babas que se les habrán
caído por ahí.
Mas fuimos nosotros quienes nos
apartamos de la señora Hermenegilda antes de que sus palabras se convirtiesen
en nuestra única realidad. No pudimos evitar reírnos con placer y divertimento
cuando nos situamos en un rincón, lejos de ella y de sus impertinentes miradas
y palabras. Aunque me sintiese feliz, no podía dejar de pensar en lo que
acababa de afirmar. Tal vez, se hubiese percatado de que Wen y yo vivíamos en
una realidad demasiado mágica para que pudiese entenderla cualquiera o hubiese
sabido interpretar mejor que nosotros mismos las miradas que nos dedicábamos.
-
¿Cómo estás? —me preguntó con cariño y respeto.
-
No lo sé. Desde que mantuvimos aquella conversación, me siento
extraña; pero no quiero darle importancia. Sé que aquello que nos confesamos no
debe influir en nuestra vida, pero no puedo evitar tener miedo... —le confesé
inesperada y repentinamente. No había previsto mis palabras.
-
No tengas miedo, Sinéad, al menos por esta noche. Tiene que ser mágica
e inolvidable —me sonrió tomándome de la mano.
-
Ya está siéndolo —le contesté muy quedamente entornando los ojos.
-
Y puede serlo mucho más —me aseguró acercándose a mí mientras me
presionaba delicadamente la mano. Me sorprendió que hubiese oído mis palabras,
mas entonces supe que él había sabido leerme los labios—. ¿Quieres que
bailemos?
-
Huy, bailar... No sé si sabré hacerlo bien.
-
Sólo tienes que dejarte llevar. Yo tampoco soy muy ducho bailando,
sólo permito que la música me guíe.
Sonaba una canción lenta creada
con las dulces notas de un melancólico piano, un sensual saxofón y una pausada
batería. Nunca me había gustado el sonido del saxofón, pero aquella noche su
voz desprendía una magia que jamás había exhalado antes. Parecía como si
aquella música emanase del alma más romántica y soñadora.
Sonriéndome dulcemente, Wen tomó
mis manos y las dirigió hacia su cuerpo. Saber que estaríamos tan cerca uno del
otro me hacía sentir unos punzantes y estridentes nervios; pero intenté
esconder mis sentimientos tras una bella y reluciente sonrisa. Lo abracé tierna
y vergonzosamente mientras él también me rodeaba muy primorosamente con sus
brazos. Nos miramos con profundidad a los ojos, construyendo así una mágica
realidad que solamente nos pertenecía a nosotros.
La música nos incitaba a
movernos tierna y pausadamente. Aquella romántica y sensual melodía nos mecía
lenta y cuidadosamente, como si fuésemos pequeñas hojas que resisten el frío
del invierno. Wen cada vez presionaba más mi cuerpo con sus nerviosas manos;
las que yo notaba temblorosas, y yo también lo abrazaba cada vez con más
suavidad y dulzura.
Necesité cerrar los ojos para
que su profunda mirada no siguiese absorbiendo mis pensamientos. Notaba que mi
alma estaba escapándose de mi mirada y se adentraba cada vez más hondamente en
aquellos ojos tan expresivos y abismales.
De repente, cuando creí que la
música sería la única voz de nuestro instante, Wen me apeló muy tierna y
quedamente, como si temiese sobresaltarme. Mi nombre sonó delicado, cálido y
reluciente en sus labios. Cuando oí cómo me había llamado, me estremecí de
felicidad, nervios y cariño sin poder evitarlo. Mis temblorosas manos
reflejaron los sentimientos que me había hecho experimentar su voz, pues presionaron
su cuerpo con cuidado y vergüenza.
-
Sinéad...
Yo no podía contestarle
verbalmente, así que únicamente me limité a sonreírle dulcemente. Wen suspiró
silenciosamente mientras, inesperadamente, se acercaba un poco más a mí y, con
su suave y profunda voz, me susurraba unas palabras que me envolvieron,
convirtiendo mi entorno en el rincón más luminoso y mágico de la Tierra:
-
Estás tan hermosa, Sinéad... Brillas tanto... Cómo me gustaría que el
tiempo se detuviese justo ahora... y que todo desapareciese y sólo quedásemos
tú y yo...
Su voz y sus palabras se habían
vuelto mi única realidad. Creía que ya no había más mundo afuera de sus brazos,
que aquel instante era el último que la Historia nos ofrecía; pero de repente
algo se introdujo en nuestro tierno momento. Sin embargo, no me separé de él ni
siquiera cuando mis sentidos me advirtieron de que debía hacerlo. Notaba que su
respiración era el aliento que se adentraba en mi cuerpo, que el calor de sus
manos templaba mi piel a través de la tela de mi vestido y que el latiente
sonido de su vida era la melodía de mis pensamientos. Deseaba que aquel
instante fuese eterno, que aquella dulce y romántica canción que nos mecía tan
suavemente no se terminase nunca; pero, de nuevo, aquella percepción que había
intentado quebrar la intimidad de aquel segundo resonó en nuestro entorno.
Fueron unas voces conocidas y
unas palabras que me sobresaltaron profundamente, tanto que no pude evitar
hacer el amago de apartarme de Wen; pero él no me permitió moverme ni un ápice.
Me presionó la cintura cuando notó que trataba de alejarme de él. Entonces
comprendí que él no había captado aquella lejana y sutil percepción.
-
No te alejes ahora... Sé que este momento es ilícito... pero te
necesito —me confesó de pronto acercándose un poco más a mí. Ya podía aspirar
plenamente la fragancia de su vida y sentir el calor de su respiración
mezclándose con mi gélido aliento—. Te necesito, Sinéad.
-
Wen...
La música que nos había lanzado
a aquel tierno y sensual baile se había convertido en una canción mucho más
suave y lenta. Las notas del piano, del violín y de la guitarra se mezclaban
hasta devenir una melodía absorbente que hipnotizaba. No obstante, pese a que
me sintiese volar, era plenamente consciente de que debía interrumpir aquel
momento. Con pausa y temor, abrí los ojos y entonces me encontré con una mirada
totalmente anegada en amor, cariño y calidez. Salvo Eros, hacía muchísimo
tiempo que nadie me miraba de ese modo. Wen parecía haberse olvidado de su
vida, de su pasado y de su presente. No, no podía permitir que aquel instante
se intensificase, volviéndose peligroso e infinitamente ilícito. Muy
paulatinamente, fui retirándome de su mirada, intentando que la frialdad que
súbitamente había empezado a apoderarse de mis sentidos no me detuviese.
Entonces, aquellas voces tan
conocidas para mí volvieron a adentrarse en mi momento. Enseguida deduje que,
si no nos apartábamos, quienes se dirigían hacia nosotros conversando tan
animadamente nos sorprenderían sumergidos en un instante que no podrían
comprender, así que, aunque me costase y me hiriese, me separé definitivamente
de Wen, incluso me retiré de su cariñoso y tibio abrazo. Wen se quedó
paralizado, hundido profundamente en mis ojos; pero de su mirada no se
desprendía ni el menor ápice de inquietud. Sus ojos sólo irradiaban comprensión
y vergüenza.
-
Se me ha ido de las manos —se excusó tímidamente.
-
Wen, no me he apartado de ti porque me sintiese incómoda —le confesé
también con mucha vergüenza—, sino porque dentro de poco dejaremos de estar solos.
-
¿Cómo?
-
Vienen Sus, Diamante, Estrella y Vicrogo —le anuncié con paciencia.
-
¿Cómo lo sabes? —me preguntó inquieto.
-
Oigo sus voces.
Wen no me dijo nada más. Se
separó un poco más de mí y miró desasosegado a su alrededor. Tal como había
adivinado, Sus, Diamante, Estrella y Vicrogo se dirigían hacia nosotros con un
paso animado, riendo cariñosa y alegremente. Cuando nos vieron, todos sonrieron
muchísimo más ampliamente, salvo Estrella. Ella nos miró con inquietud e
insatisfacción. Aquella mirada me sobrecogió.
-
¡Hola, Sinéad y Wen! —nos saludó Diamante muy animado—. ¿No queréis
tomar nada?
-
No, gracias, ya he comido mucho —me excusé sin saber muy bien qué
decir.
-
Creo que yo sí iré a tomar algo —indicó Wen empezando a alejarse de
nosotros.
-
Iré contigo —dijo Estrella impaciente.
Estrella y Wen se alejaron de
nosotros con un paso ligero. Permanecí mirándolos hasta que la multitud me los
ocultó. En esos momentos, sentía un pinchazo en mi alma, como si unas uñas
afiladas me rasgasen las entrañas. Los ojos estaban a punto de llenárseme de
lágrimas, pero intenté ocultar mis sentimientos sonriendo luminosa y
simpáticamente.
-
¿Qué te sucede, Sinéad? —me preguntó Vicrogo con preocupación—.
Pareces triste.
-
No me ocurre nada, sólo es que estoy un poco cansada —mentí descaradamente.
-
¿Dónde está Eros? —me cuestionó Sus con paciencia e intriga.
-
Vendrá dentro de poco.
-
Ahí está —anunció Diamante con felicidad—. Al fin. Se lo echaba de
menos.
-
Es cierto —corroboré con vergüenza.
-
Sinéad, necesito hablar contigo un momento si no te importa —me pidió
Sus un poco seria.
-
No, no me importa.
Después de que Eros acudiese al
rincón donde nos hallábamos, Sus y yo nos apartamos un poco para poder hablar
con serenidad. Los nervios habían vuelto a arraigarse en mi estómago, pero
traté de no demostrar lo que sentía.
-
Sinéad, mi hermano y tú os habéis hecho muy amigos, ¿verdad?
-
Sí, es cierto.
-
Ello me complace mucho, de veras; pero quisiera preguntarte si sabes
algo de él que todos desconocemos. Hace tiempo que lo noto muy extraño, como si
le preocupase mucho algo.
-
No, no sé nada —mentí con tensión y tristeza.
-
Vaya, creí que, como te tenía tanta confianza, te lo habría explicado.
-
No...
-
Y ahora se ha ido triste. Lo conozco perfectamente y sé cuándo le pasa
algo, Sinéad. Ni siquiera ha mirado a Estrella cuando se han reencontrado.
-
Lamento mucho que esté triste. Si encuentro la ocasión, le preguntaré
qué le sucede.
-
Gracias, aunque también podría hacerlo yo.
-
Lo mejor será que todos nos reunamos...
-
¿Quién es la mujer que está con Eros? —me preguntó de súbito.
-
No puede ser.
Los nervios que experimentaba se
intensificaron brutalmente, convirtiéndose también en unas leves ganas de reír
de tensión y sobresalto. Jamás me imaginé que aquella mujer pudiese entrar en
el hotel que Eros y yo habíamos abierto, sobre todo porque la creía muy lejos
de mi mundo; mas allí estaba ella, sonriendo alegremente a todos los que la
miraban, saludando por primera vez a algunos de mis fieles y nobles amigos.
-
Es Scarlya —le contesté con tensión y vergüenza—. Es una amiga nuestra.
-
Tiene una apariencia muy curiosa. También es muy bella. No parece de
este mundo.
-
Es cierto. Es bellísima... y esta noche está hermosa.
Scarlya portaba un precioso
vestido blanco que hacía resaltar el castaño brillante de sus cabellos y el
profundo verdor de sus ojos. Me gustaba cómo sonreía. Parecía como si nada le
importase, como si todo lo que la rodeaba no pudiese convertirse en una amenaza
para ella. Entonces, repentinamente, comprendí por qué Eros no había acudido
junto a mí a la fiesta.
-
Vayamos con ellos. Quiero presentártela.
-
De acuerdo —rió Sus encantada.
Scarlya me miró entusiasmada y
tiernamente cuando nos tuvimos una enfrente de la otra. Al tomar su mano para
saludarla tiernamente tras besarla en las mejillas, me hundí en sus ojos para
captar todos sus sentimientos y conocer así si se sentía plenamente cómoda en
aquel lugar.
-
Gracias por invitarme, Sinéad.
-
Yo ni siquiera sabía que ibas a venir —le confesé con tensión—. Mira,
Scarlya, ella es Sus.
-
Ah, sí. Sinéad me ha hablado alguna vez de ti —le dijo a Sus con
simpatía.
-
Encantada de conocerte, Scarlya —contestó Sus con timidez.
-
Leonard no ha querido venir —me informó Eros con seriedad—. Asegura
que tiene que mantener contigo una larga e importante conversación.
-
Dios mío.
-
Es un carca, Sinéad, no te preocupes —se rió Scarlya—. Yo, en cambio,
estoy infinitamente orgullosa de vosotros. Yo también deseo formar parte de la
sociedad...
-
¿Cómo? —preguntó Sus extrañada.
-
Quiere decir que desea encontrar trabajo. Lleva muchos años buscando,
y no hay forma de que le salga alguno que le interese, ¿verdad, Scarlya? —le
interrogó Eros con divertimento.
-
Sí, a eso me refería —se rió nerviosa.
-
¿Tu marido es anticuado? —quiso saber Sus.
-
Un poco. Y también es el padre de Sinéad.
-
¿Su marido es tu padre, Sinéad?
-
Sí...
-
Pero ¿cuántos años tiene? Scarlya parece muy joven —indicó confundida.
-
Mi padre es muy joven —titubeé nerviosa.
-
Eso ahora no importa —exclamó Scarlya divertida—. He venido aquí a
pasármelo bien y a disfrutar. Hace muchísimo tiempo que deseaba salir de mi gran
morada y vivir, vivir todo aquello que en la soledad de nuestra vida tenemos prohibido
experimentar. Estoy un poco cansada de existir en esta incógnita —me susurró
confidencialmente—. Sinéad, no te asustes; pero estoy agotada de la
intransigencia e inseguridad de Leonard. Me he dado cuenta de que su forma de
ver el mundo y la mía se distancian demasiado. Tenemos muchas discusiones por
culpa de nuestra manera de pensar.
-
Lo lamento. No sabía que no estabais bien.
-
Me siento muerta, Sinéad. Necesito vivir. Sabes que adoro la
naturaleza, pero también preciso de la vida de la ciudad para saber que existo.
Te envidio, Sinéad. Tu padre no está de acuerdo con tu comportamiento y tiene
pensado mantener contigo una profunda e importante conversación; pero yo sí te apoyo.
Este hotel es precioso —me sonrió ampliamente— y tienes unos amigos estupendos.
Eros ya me los ha presentado. Vicrogo me ha caído muy bien. Le gustan mucho los
animales, como a mí, y me ha prometido llevarme a su Zoo parque.
Aunque me entusiasmasen, las
palabras de Scarlya sonaban muy lejos de mí. Saber que Leonard no estaba de
acuerdo con mi vida me había desalentado muchísimo. No pretendía que él apoyase
todas mis enloquecidas decisiones, pero por lo menos aspiraba a tener su
consentimiento. Ser consciente de que él no estaba a mi lado en aquellos
asuntos quebró levemente las esperanzas de ser feliz en aquella nueva vida.
-
Esta música es un aburrimiento —exclamó Eros de repente levemente
fastidiado—. Voy a ver si hago algo —nos indicó sonriéndonos mientras se
alejaba de nosotros.
-
¿Ya les has dicho que os casareis? —me preguntó Scarlya quedamente—.
Me alegro mucho por vosotros, Sinéad. La boda será preciosa. ¡Ya me la imagino!
-
No, todavía no se lo he dicho a nadie.
-
¿Y a qué esperas? Esta noche es el momento idóneo para que lo
anunciéis.
-
No, esta noche, no, Scarlya —le negué asustada.
-
¿Por qué?
-
No es el momento.
No, no me sentía capaz de confesarles
a todos que Eros y yo nos casaríamos, sobre todo porque era plenamente
consciente de que aquella noticia le destrozaría el alma a Wen. Sabía que aquel
dolor no debía existir, pues entre nosotros dos solamente tenía que haber la
amistad más fiel; pero no podía negar aquella realidad.
-
¿Te pasa algo? —me preguntó
Scarlya preocupada.
-
Estoy cansada. Últimamente, con todo esto del hotel, me cuesta dormir
bien.
-
Un vampiro no puede dormir mal —se rió.
-
¡Scarlya! Por favor, no vuelvas a mencionar el nombre de... No pueden
saberlo.
-
¿Por qué? Yo los considero a todos muy buenas personas. Sé que lo
aceptarán. Mira a Vicrogo. En sus ojos reluce la fantasía. Y a Sus se la ve tan
buena... tan sensible y comprensiva... No sabía que todavía existían humanos
así, Sinéad. Creía que toda la especie humana se había vuelto despreciable.
-
Pues no es así —me reí con cariño.
-
Qué guapa es Sus... —musitó creyendo que yo no la oiría—. Tiene unos
ojos preciosos.
-
Sí, es cierto.
-
Y Diamante es muy interesante, como Wen, ¿verdad? Eros también me ha
presentado a Wen. Me ha dicho que es muy amigo tuyo. Iba con su novia,
Estrella, quien me ha parecido una ternura. A Wen también se lo ve un hombre
muy leal, bueno y valiente. ¡Me han dicho que son piratas! Es increíble. ¡Qué
emocionante! Alguna vez tendríamos que ir con ellos a vivir alguna aventura.
-
Sería algo difícil, Scarlya —susurré intentando que no se diese cuenta
de que nuevamente me había apartado de aquel momento.
-
Wen... Wen y tú...
-
¿Cómo?
-
Sinéad, soy una vampiresa. Recuerda que puedo leer la mente de los
humanos —se rió encantada y pícaramente.
-
Scarlya... No sé qué habrás leído, pero...
-
No es necesario que me lo niegues. Sólo me ha bastado con ver qué
ojitos se te ponían cuando he hablado de Wen.
-
No, no es verdad...
-
¿Se lo has dicho a Eros?
-
¿El qué?
-
Que te has enamorado de él.
-
Scarlya, no digas eso —la amonesté completamente avergonzada y nerviosa.
-
Sinéad, te has enamorado, no puedes negarlo.
-
No quiero que vuelvas a decirlo y menos delante de todos ellos. Pueden
oírte...
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Pero si están hablando muy animados... Sinéad, espero que sepas que lo
vuestro es completamente imposible. Él es un efímero y frágil humano que
envejecerá rápidamente y tú, una poderosa vampiresa que vivirá eternamente,
mucho más allá de la muerte de todas estas personas. Además, él ya tiene su
vida forjada. Estrella es una de las humanas más buenas que nunca he conocido. No
es justo que le destroces la vida de ese modo. Y tú tienes a Eros. ¿Qué más
quieres? Te ama con locura y sería capaz de entregar toda su sangre por ti,
Sinéad. Os casaréis dentro de poco. Yo te recomiendo que te marches de aquí
cuando lo hagáis...
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Basta, por favor —le pedí intentando que los ojos no se me llenasen de
lágrimas. Las palabras de Scarlya se me habían clavado en el alma como si de
infinitos puñales se tratase—. Soy plenamente consciente de todo lo que me has
dicho.
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¡Hola, Sinéad! —exclamó una voz que no había oído en toda la noche.
Duclack se acercaba hacia
nosotras con una amplia sonrisa esbozada en sus labios. Nos miraba intrigada y
sorprendida. Tras saludarnos besándonos en las mejillas, le presenté a Scarlya.
Duclack afirmó que Eros le había hablado alguna vez de ella y nos aseguró que
estaba encantada de conocer a nuestros amigos.
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La fiesta es preciosa, Sinéad —me dijo con entusiasmo—. Eros se
encargará ahora de la música. Dice que la que suena es muy aburrida. Pondrá
canciones que todos conozcamos para que podamos bailar.
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Yo creo que no me quedaré —revelé de pronto, intimidada y levemente
nerviosa. No había previsto mis palabras—. No me siento bien. Prefiero
descansar.
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¿No te encuentras bien? —se interesó Duclack con preocupación.
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No, no me encuentro bien. Llevo días... digo... noches sin dormir bien
y...
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¿Has llorado? Me parece que tienes los ojos colorados —indicó ella con
timidez.
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No, no... Es que me pican un poco... Quiero irme. Decidle a Eros que
lo espero...
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¿No te despedirás de él?
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Precisamente ahora, no. Mirad. Lo ha enganchado la señora Hermenegilda
—apunté con fastidio—. Esa no lo suelta en toda la noche. Despedíos de la
música conocida.
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Eros es muy inteligente. Sabrá hipnotizarla para que lo deje en paz
—dijo Scarlya despreocupadamente. Sus palabras me estremecieron.
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¿Cómo? —se rió Duclack.
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Se refiere a que es tan guapo y atractivo que sabrá convencerla de
cualquier cosa —contesté atolondrada—. Scarlya, si quieres, puedes venirte
conmigo y te quedas a dormir en mi casa.
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Pero es que yo no quiero irme —protestó de forma infantil—. Estoy
pasándomelo tan bien... Además... hay tantos humanos suculentos... —me susurró
pícaramente.
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Ni se te ocurra...
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No, no —se rió—. Ve a dormir, lo necesitas.
Tras despedirme de todos y
excusarme con pretextos que no sonaban muy convincentes (sobre todo para
Scarlya), busqué a Wen y a Estrella entre la multitud. No deseaba irme sin
decirle adiós. Me sentiría vacía durante todo el día si me marchaba sin
hundirme una vez más en sus ojos.
Lo hallé solo ingiriendo una
bebida cuyo nombre y sabor yo desconocía por completo. Cuando me tuvo enfrente,
me miró desalentado y feliz a la vez. Su mirada me sobrecogió, pero al mismo
tiempo me arropó, como si hasta entonces hubiese permanecido sola en el mundo.
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Me voy ya —le dije intentando parecer serena—. Lo lamento, pero es que
necesito descansar... y no me siento bien.
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Yo tampoco me siento bien. Estrella está muy extraña. Me hace
preguntas rarísimas que no sé responder. Temo que sospeche algo, Sinéad.
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Ten cuidado, por favor.
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Además, insiste en que estoy extraño...
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Sí...
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Quisiera huir de este lugar, de este momento, junto a ti... —me
confesó con una voz trémula tras dejar en una mesa la copa que sostenía—. No
quiero estar aquí ahora...
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Yo tampoco. Me siento sola en medio de un montón de gente... pero debo
irme... No puedo quedarme más tiempo aquí, de veras. Me conozco y sé que,
cuando me encuentro así, lo mejor que puedo hacer es estar sola —le revelé
intentando no llorar.
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¿Qué te sucede, Sinéad? Dime lo que piensas, por favor.
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No, será mejor que no... —le negué apartándome levemente de él. Temía
que él me tocase. Si lo hacía, entonces las lágrimas brotarían rápidamente de
mis ojos.
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Por favor, llévame a ese bosque que tanto adoras. No me importa que
haga frío y que esté tan oscuro, pues sé que tú serás mi luz —me suplicó
acercándose demasiado a mí—. Arráncame de aquí, Sinéad.
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No puedo hacerlo, Wen —me quejé cerrando con fuerza los ojos.
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Quiero que vueles conmigo entre tus brazos —me susurró mientras me
abrazaba de pronto—; aunque sólo sea ahora, aquí... en este momento.
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No, no... Wen, lo que sentimos está prohibido, es imposible... No
podemos ser egoístas... Por favor, no lo hagamos más difícil...
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Nada me importa ahora, Sinéad.
Entonces, inesperadamente,
empezó a sonar una música demasiado conocida para mí; una canción que me ha
arrancado demasiados suspiros, cuya letra parecía escrita para ese momento...
El principio de The Old Ways de
Loreena mcKennitt, con aquel violín tan intenso, esos tambores tan potentes y
aquella sutil guitarra mezclándose con la suave y melancólica voz de la gaita,
empezó a repartirse por todo aquel salón, volviendo rojizas las luces que
flotaban a nuestro alrededor...
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Adoro esta canción —le confesé cerrando los ojos con fuerza de nuevo.
Las lágrimas ya me los habían humedecido.
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No la he escuchado nunca...
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Es una de las canciones más hermosas de la Historia de la música, al
menos para mí... y la letra... ahora tiene tanto sentido...
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¿Por qué?
Entonces esperé a que el estribillo
de aquella mágica y melancólica trova llenase nuestro corazón, nuestra alma,
nuestra vida...
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«De repente supe que tú tenías que irte... Tu mundo no era mío, tus
ojos pronto me lo dijeron...»
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No, Sinéad —exclamó entornando los ojos—. Mi mundo ya no puede ser de
nadie más... porque te has convertido en mi mundo...
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No, no...
Mas la música seguía sonando,
recordándonos que aquel instante estaba prohibido, que debíamos apartarnos de
nuestros ojos antes de que el entorno desapareciese. Sin embargo, en su ausente
y melancólica mirada me sentía tan acogida... A pesar de que aún tenía los ojos
cerrados, notaba cómo los suyos me arropaban, percibía su respiración cerca de
mi tembloroso aliento... y sabía qué ocurriría...
Por eso me retiré de él antes de
que el aire que nos separaba se volviese fuego. Le presioné la mano antes de
irme y después me volví para perderme en medio de aquella multitud que jamás
podría conocer los potentes sentimientos que palpitaban por dentro de mí... Y
mientras tanto... la canción seguía recordándome el verdadero sentido de mi
vida...
«Tú eras como un pájaro en una
jaula
Expandiendo sus alas para volar
“Los antiguos caminos se han
perdido”, cantaste mientras volabas.
Y yo me pregunté por qué...»
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