martes, 26 de enero de 2016

ABANDONANDO LA REALIDAD - 06. FE


 
FE
 
Volar a través de la noche, entre densas nubes tras las que se esconde la luz de las estrellas, dejando atrás ciudades llenas de contaminación y ruido, sobrevolando bosques amenazados por la modernidad y divisando, en las brumas de la distancia, paisajes alejados de la mano de la humanidad fue lo más bello que vivía en muchísimos años. Saber que estaba sola, que nadie me perseguía, que no tenía que rendirle cuentas a nadie sobre mi camino me alentaba, me hacía volar cada vez más rauda, internándome cada vez más en la oscuridad de la noche.
Me distanciaba de la cercanía del alba para impedir que el tiempo nocturno de mi volar se terminase. Conocía muy bien el camino que debía seguir para llegar a aquellos lares donde sería posible apartarme de la voz de la civilización. Me acordaba de aquella selva en la que Arturo, Undine, Stella, Leonard y yo habíamos vivido durante unos años que me parecían eternos. Recordaba todos los instantes que habíamos compartido en aquel lugar de ensueño, protegidos por la vegetación más densa, por los animales más fieles, por las lluvias más intensas y por la humedad más espesa. La imposibilidad de caminar serenamente por aquel territorio había sido también un escudo que nos había amparado de la horrible posibilidad de ser descubiertos por los humanos. Las únicas personas que habían formado parte de esos momentos nos habían adorado sin motivo ni regreso, nos habían creído parte de un sueño o de una fantasía que, en realidad, creaba sus días. Todavía recordaba la noche en la que aquella humana tan entrañable me había tratado como una diosa, como su Diosa, y me había llevado hasta un poblado en el que muchos humanos más me habían rendido honores que tal vez no me mereciese.
Volé durante noches, recordando los momentos más felices de mi vida, sintiendo cuán lejos se hallaban ya de mi presente. A veces las ganas de llorar más intensas se apoderaban de todo mi ser y me obligaban a descender a la tierra para llorar entre los árboles, o escondida en alguna cueva u oculta en las sombras de alguna calle solitaria. Después reemprendía mi vuelo y seguía mi camino.
Al fin llegué a aquel rincón del mundo que yo creía que podría protegerme de todo lo que me dañaba; pero, cuando me hallé rodeada por aquella espesa y mágica naturaleza, me percaté de que la hermosura que me había hipnotizado y hechizado hacía ya tantos años no existía, se había desvanecido. Aún resplandecía entre los árboles toda esa vida que me había anegado el alma y me había ayudado a ser tan feliz; pero su luz se había atenuado. No obstante, aquellos lares todavía podían ampararme del resto de la humanidad, podían ser para mí un hogar donde la vida podría fluir con facilidad y harmonía.
Durante las primeras noches que duró mi estancia en aquellos lares que trataban de sobrevivir con ahínco en un mundo donde la Naturaleza cada vez estaba más enferma, permanecí vagando sin rumbo por aquellos densos bosques cuya espesura me apartaba tanto del resto del mundo. Intentaba soñar con una vida mejor sumergiéndome en el potente sonido del agua, oyendo el murmullo de los animales, aspirando la inmensa cantidad de fragancias que adornaban aquella naturaleza, bañándome en aquel río que aún era caudaloso, sintiendo la fuerza del agua, la interminable grandeza del firmamento.
No obstante, cuando transcurrieron prácticamente dos semanas, me percaté de que tenía el alma inmensamente vacía, tan vacía que incluso me costaba percibir la belleza de lo que me rodeaba. Me despertaba sobresaltada de sueños que me entristecían muchísimo, recordando instantes que ya se hallaban muy lejos de mi presente. Todos los días soñaba con Tsolen o con mi padre. Los veía viviendo sin ánimo en una ciudad llena de ruido, de contaminación, en la que no brillaba ni el más sutil reflejo de las estrellas. A veces conversaban sobre temas triviales y después cada uno se perdía por la soledad de su vida. Tsolen aparecía cabizbajo, sombrío, triste. Me despertaba justo cuando él empezaba a llorar, tal vez porque mi alma no se sentía capaz de soportar el dolor que me causaba detectar la incalculable pena que invadía a Tsolen.
En aquel eterno verano, yo me sentía helada, notaba que el frío más gélido y penetrante se había instalado en todos los rincones de aquellos bosques tan densos. De repente, un anochecer no pude huir por más tiempo de la asfixiante sensación de estar sola, de creerme totalmente sola y abandonada por mí misma. Recordaba todo lo que había ocurrido con Lacnisha y me parecía que aquellos momentos formaban parte del sueño más lejano. Me preguntaba, de pronto, por qué estaba allí, qué pretendía encontrar en aquel lugar. La única explicación que me anegaba la mente era que estaba en esos lares porque había tratado de huir del horrible presente en el que se había convertido mi vida, porque pretendía hallar la felicidad en unas tierras donde había podido ser inmensamente feliz mientras la Historia vivía los instantes más delirantes y espantosos de su vida. Había podido ser feliz allí mientras el mundo se destruía. Me había escapado hasta esa selva probando a ser feliz de nuevo a la vez que la Tierra temblaba y cada vez se enfermaba más; pero no lo había conseguido. Había fracasado. En ese lugar estaba completamente sola. Ni siquiera yo me hallaba conmigo misma.
Además, cuando todas esas certezas me invadieron, me percaté de que extrañaba a Tsolen con todas mis fuerzas. Recordaba continuamente todos los momentos que habíamos compartido desde que nos habíamos conocido, incluso aquéllos que habían estado a punto de separarnos para siempre. Me acordaba de todo lo que él había luchado siempre por mí, todo lo que me había dado, lo feliz que me había hecho ser, cómo apenas tenía que esforzarse por hacerme sonreír, pues yo con él me sentía completa, sentía que no me faltaba nada, nada. Con él lo había tenido todo después de creer que no me quedaba nada tras perder a Arthur. Con Tsolen todo había sido siempre tan sencillo...
Y, entonces, si siempre había sido tan fácil ser feliz juntos, ¿por qué estaba allí, sola, apartada de él? ¿Por qué no le había dado otra oportunidad para ser feliz junto a mí, para tratar de superar juntos todas las adversidades del presente y construir un futuro unidos, como siempre lo estuvimos? ¿Y por qué Tsolen me había dejado ir? ¿Por qué no me buscaba? ¿Por qué tenía la sensación de que él también se había rendido? ¿Acaso se había cansado de mí? ¿Acaso ya no me quería como antes? Si era así, si Tsolen se había agotado de mi tristeza, si ya no me amaba, si el amor que me había profesado se había desvanecido, esto solamente había ocurrido por culpa mía, por no saber pugnar contra el desánimo, por dejarme invadir por el desaliento sin ser consciente de que, permitiendo que la tristeza me abatiese, perdería lo que más feliz podía hacerme, perdería el sentimiento más importante de la vida: el amor.
     No, no —me decía cuando todas aquellas certezas me anegaban la mente. Dejaba de caminar de súbito y cerraba los ojos para que ninguna imagen me trajese más recuerdos, para quedarme en silencio conmigo misma; pero todos esos pensamientos horribles que me atacaban tenían una voz inquebrantable y no cesaban de gritar por dentro de mí—. Yo soy la única culpable de todo, la única... Yo quise irme. Él no tenía por qué haberme detenido, no tenía por qué detenerme una vez más.
Cuando me percaté de que ni siquiera en aquella densa selva que tanto podía apartarme de la civilización podía sentirme en calma, el desaliento más profundo se apoderó de todos mis sentidos, de todos mis sentimientos y de toda mi alma. Me pregunté qué sentido tenía entonces permanecer en el mundo, qué sentido tenía seguir viva, si no iba a encontrar la paz en ninguna parte, si para siempre se habían desvanecido todas aquellas razones que yo siempre había hallado para continuar caminando por el sendero de mi destino. En esos momentos creía que había perdido todos los motivos que me impulsaban a vivir, a respirar, a seguir luchando por la luz de mi existencia.
Permanecí un número incontable de días durmiendo, dormitando entre una inconsciencia densa y una vigilia sutil, soñando con mis seres queridos, incapaz de pugnar contra mi memoria para que no evocase continuamente esos recuerdos que tanto me entristecían, de los que emanaban esos sueños que tanto me agitaban el alma. Me despertaba llorando, incluso sintiendo ganas de gritar. Corría hacia el exterior de aquel árbol que protegía mi sueño y vagaba durante toda la noche por aquel bosque tan tupido y tan lleno de vida; pero incluso en esos momentos tenía la sensación de que podía percibir el rumor de la civilización.
Apenas me alimentaba y la falta de sangre también me impedía sentirme en calma. No me atrevía a acudir a la ciudad más cercana para buscar la sangre, pues me horrorizaba pensar en la posibilidad de encontrarme de repente con alguno de esos elementos tan horribles que formaban parte de la modernidad. No me apetecía ver coches, ni escuchar el espantoso sonido de los aviones o el ruido de los aparatos electrónicos, nada. No me apetecía en absoluto aspirar el olor de la contaminación.
Entonces me sentaba entre los árboles y trataba de encontrar las fuerzas que me ayudasen a enfrentarme a ese presente que tanto me aterraba; pero me sentía tan inmensamente sola que era incapaz de hallar el ímpetu de caminar.
Una noche en la que me encontraba en este estado tan desolador y tan horrible, noté que alguien caminaba cerca de donde yo estaba. Me asusté mucho al plantearme la posibilidad de que se tratase de algún ser humano que se hubiese adentrado sin tener que hacerlo en aquel denso bosque, pues, si lo era, el olor de la sangre me descontrolaría por completo y mataría a esa persona sin pensar en nada, sin preguntarme qué estaba haciendo allí; pero entonces advertí que del cuerpo que vagaba próximo a mí no se desprendía la voz de un corazón latiente. Me paralicé cuando comprendí que quien caminaba entre los árboles no guardaba en su interior el rumor de una vida mortal.
Me quedé tan paralizada, intentando entender el significado de ese momento, que no reparé en que el ser que vagaba por ese bosque tan solitario se había aproximado irremediablemente a mí. Noté de repente que alguien me tomaba con mucha delicadeza de la cintura, como si no quisiese sobresaltarme, y que luego dejaba caer un beso ligero y efímero entre mis cabellos. Reconocí enseguida el olor que se desprendía de aquel cuerpo, reconocí el sonido de ese beso, reconocí las manos que me rodeaban la cintura, lo reconocí todo, todo lo que le pertenecía, y entonces creí que me encontraba inmersa en un sueño, creí que aquel momento no era real, y es que no podía ser real porque era demasiado hermoso para que lo fuese.
     No puede ser —musité con una voz quebrada, susurrante, sin fuerza—. Estoy enloqueciéndome.
     No, no estás volviéndote loca. Yo estoy aquí de verdad, Shiny. Mírame, Shiny.
La voz de Tsolen sonó tan llena de amor que no pude evitar empezar a llorar con un desconsuelo silencioso mientras me daba la vuelta y me lanzaba a sus brazos. Él me abrazó con una dulzura que me desmoronó mucho más, que profundizó mi llanto y mi desesperación.
     Shiny, cariño, eh, tranquilízate, mi Shiny. Ya estoy aquí, amor mío. Venga, serénate, que tenemos que hablar. Shiny, Shiny...
Mientras Tsolen me dedicaba aquellas palabras tan llenas de amor y comprensión, me acariciaba la cabeza con sus dulces manos, me presionaba contra su pecho, dejaba caer entre mis cabellos esos besos que tanto me enternecían. No podía creerme que él estuviese allí conmigo, después de haberme sentido tan sola, tan sola...
No podía serenarme. Todo lo que había llorado durante días me parecía una nimiedad frente a ese llanto que tanto me agitaba, que tanto me agrietaba el alma en esos momentos. Además, la sed protestaba cada vez con más intensidad, pues apenas me quedaba sangre en el cuerpo y la poca que me daba las fuerzas para caminar se me escapaba de los ojos convertida en unas lágrimas que expresaban todo el desconsuelo que me embargaba.
     Tsolen... perdóname, perdóname —intenté pedirle con claridad, pero mi voz sonó llena de lágrimas.
     Shiny, serénate, cariño. Estoy aquí para escucharte. Venga, cálmate.
     Tsolen...
     Sentémonos aquí, venga —me pidió tomándome de la mano y sentándose en aquel mullido suelo. Me ayudó a acomodarme en su regazo y volvió a abrazarme. No quiso soltarme en ningún momento—. Debes sosegarte. Sé que estás sedienta. No tengas miedo, Shiny. No he venido aquí para recriminarte nada, ¿de acuerdo? He venido porque quiero que hablemos. Sé lo mal que te sientes. Conozco todo lo que ha ocurrido, cielo mío.
     ¿Has venido a buscarme? —le pregunté incrédula, desconsolada de repente por la posibilidad de que todo lo que había creído sobre Tsolen hubiese sido un engaño de mi triste mente—. ¿Has venido a buscarme porque aún me amas?
     Por supuesto que sí, amor mío. Ya está bien de hacernos tanto daño, ¿no crees? Me he portado muy mal contigo, Sinéad. Sé que no estás bien, y yo no he sabido entenderte —me confesó con una voz trémula.
     Yo pensaba que ya no me amabas.
     Yo también lo creía. Creía que yo ya no te importaba, pero Leonard me ha ayudado a entenderlo todo.
     Yo le dije a mi padre que no me apetecía buscarte, pero estando aquí te he extrañado tanto, tanto... —le revelé llorando todavía desconsoladamente—. Me sentía tan vacía sin ti, Tsolen... y no dejaba de recordar todos nuestros momentos. Perdóname, perdóname. No sé por qué siempre yerro de ese modo. No me merezco nada, nada, no me merezco ni que estés aquí, ni que me quieras, ni que me quiera nadie, ni siquiera me merezco estar viva —hipaba.
     No, Shiny, no digas eso nunca más, amor mío —me pidió con lágrimas en los ojos—. Estás triste porque la vida está cambiando mucho, porque está desapareciendo todo lo que amaste un día, porque te cuesta existir en este presente tan asqueroso; pero no puedes perder la fe en el amor. Shiny, yo siempre te amaré, siempre, siempre. No podía soportar la vida sin ti, no puedo soportarla. La vida sin ti no es vida, Sinéad, no es vida. Si no estoy contigo, este presente es mucho más espantoso y no merece la pena luchar por nada si no estamos juntos —me declaró llorando también sin consuelo—. Shiny, no vuelvas a dejarme, por favor. No vuelvas a irte. Luchemos juntos contra todo lo que quiera abatirnos. Yo te quiero, Sinéad, te quiero con una fuerza que puede destruir cualquier adversidad, vida mía.
Las palabras de Tsolen me hicieron llorar mucho más desconsoladamente. Nos abrazamos con mucha fuerza, mezclamos nuestras lágrimas, nuestro llanto, nuestra respiración, y por unos larguísimos momentos me pareció que en el mundo había desaparecido todo excepto sus brazos, excepto nuestro amor; ese amor que de nuevo me demostraba que merecía la pena vivir si podía tener a Tsolen conmigo, junto a mí. De repente supe que me había equivocado profundamente, que él estaba dispuesto como yo a pugnar contra todo, contra esa tristeza devastadora que deseaba destruirme para siempre.
     Shiny, he venido aquí a proponerte algo, amor mío. Verás —me dijo tomando mi cabeza entre sus manos e intentando hablar con claridad, pero su voz sonaba todavía temblorosa—, Shiny, yo quiero vivir contigo en un sitio hermoso donde te sientas bien, feliz...
     Ya no quedan lugares así —me quejé con una voz frágil—. Ni siquiera en este lugar me siento ya protegida.
     Shiny, esta selva queda a kilómetros de la civilización, amor mío. Si no te sientes amparada en este lugar, es porque estás traumatizada, es porque crees que los humanos han llegado a todos los rincones del mundo y los han destruido; pero eso no es cierto, vida mía. Aún quedan lares que nadie ha visto.
     No es posible. Con los aviones se puede llegar a cualquier parte.
     No, cariño. Yo puedo demostrarte que no es así.
     Los humanos tienen explorado el planeta entero.
     No, vida mía, eso no es cierto. ¿Recuerdas que tienes un poder que puede rodear de brumas cualquier lugar del mundo?
     Solamente puedo hacerlo si ese lugar tiene algo de magia, pero...
     Cualquier lugar puede ser mágico si tú estás allí.
     No es verdad. Yo ya no soy mágica, Tsolen. Yo he perdido mi magia. Lo que hice por Lacnisha es lo último que mi magia me permitió lograr.
     Sinéad, no es cierto. A ti te queda muchísima magia, muchísima, porque tú siempre serás mágica, amor mío.
     Gracias por confiar en mí. Yo ya no creo en nada.
     ¿No crees ni siquiera en mi amor? —me preguntó mirándome hondamente a los ojos.
     Sí, en tu amor sí —le sonreí tiernamente al percibir todo el amor que emanaba de sus ojos.
     Has sonreído. Si no pudieses sonreír, eso significaría que en realidad no te queda magia en el alma; pero sí, sí tienes el alma llena de magia. Sinéad, tu estado natural no es estar triste, no es interpretar con lástima todo lo que te ocurre. Tus impulsos siempre provienen de la magia, de la alegría, de la inocencia. Si estás tan desanimada, es por culpa de esta humanidad, pero no puedes permitirlo, no debes permitirlo, cariño.
     Quizá tengas razón... —divagué un poco más calmada.
     Por supuesto que tengo razón —se rió él con inocencia—. Siempre la tengo.
Esas últimas palabras nos hicieron reír dulcemente a los dos. Experimentar la sensación de la risa me animó mucho más y me hizo creer que nada era tan grave como yo pensaba si estaba junto a mis seres queridos. Tsolen había venido a buscarme a un lugar totalmente apartado de la vida humana, lejos de las ciudades donde él podía sentirse tan amparado. No podía existir nada más importante que aquel hecho; el cual era la muestra de que merecía la pena seguir luchando por vivir, por construirnos una vida en un mundo que cada vez estaba más enloquecido.
     Tsolen, gracias —le dije con los ojos refulgiéndome de amor, de gratitud, de ánimo, al fin de ánimo—. Estaba muerta sin ti.
     Sí, lo sabía. No me taches de egocéntrico; pero sabía que te sentías inmensamente vacía sin mí —me indicó sonriéndome con vanidad. Aquello también me hizo reír mucho.
     ¡Eres un vanidoso! —le declaré haciéndole cosquillas con ternura—. ¡Eres vanidoso y egocéntrico! ¿Quién te crees que eres, el centro del mundo? —le pregunté desafiante mientras trataba de controlar la risa que deseaba impedir que tiñese mi voz de esa falsa seriedad.
     El centro del mundo no sé, pero el centro de tu mundo sí —me contestó riéndose con fuerza, intentando hablar con claridad.
     Tienes toda la razón: eres el centro de mi mundo.
Con mis cosquillas, había provocado que Tsolen perdiese el equilibrio y que quedase tendido sobre aquel suelo lleno de vegetación y de bichitos que enseguida aprovecharon su debilidad para colarse entre sus cabellos y para posarse en su resplandeciente piel.
     ¡Huy, estás lleno de bichitos! ¡No sé si así me gustas! —me reí revolviéndole los cabellos.
     ¡Shiny! ¡Shiny! ¡Ya basta, por favor! —me pidió incapaz de soportar las cosquillas, la risa, mi risa, estallando de felicidad y abrazándome con una fuerza que me hizo suspirar de alegría—. ¡Si llego a saber que estás tan juguetona, habría venido antes!
     ¿Y por qué no has venido antes? —le pregunté limpiándome las lágrimas que deseaban impedirme que lo mirase a los ojos.
     Porque quería llegar cuando peor te sintieses, quería que me extrañases más para que apreciases mejor mi aparición —me respondió con altivez.
     ¿Cómo?
     ¡Que no, tonta! Si he tardado tanto, es porque me he perdido. ¡No te rías de mí! Leonard me dio mapas y todo eso, pero yo soy un desastre con los mapas. Eso sí, he visto lugares maravillosos donde podríamos ser muy felices. Tenía pensado llevarte a un sitio donde podrías sentirte protegida y todo eso que deseas sentir; pero he descubierto otro mucho mejor.
     ¿De qué lugares se trata? —le pregunté interesada, ya más calmada. Quise sentarme en el suelo junto a Tsolen, pero él me lo impidió aferrándome con fuerza de la cintura—. Tsolen, quiero que hablemos...
     ¿No te sientes cómoda así, conmigo? —me cuestionó abrazándome con ternura. De pronto me besó en los labios con una pasión que yo casi había olvidado—. Luego ya hablaremos, ¿no?
     Tsolen —me reí con dulzura al sentir sus caricias, sus besos, al saber que deseaba hacerme suya.
     Te quiero, Sinéad —me declaró con un amor inmensurable, mirándome con tanta ternura a los ojos que entonces me pareció que todo lo que había vivido antes de ese momento desde que nos habíamos separado había formado parte de una pesadilla que deseaba olvidar cuanto antes—. Te amo y quiero esforzarme para que seas feliz de nuevo, amor mío. Lucharé contra todo, te lo prometo.
No pude contestarle, pues la emoción que sentía me lo impedía. Solamente le respondí con mis caricias, con mis besos, con mis abrazos, con mi amor. Entre sus brazos, siendo tan suya, me olvidé de todo lo que había sufrido, me olvidé del llanto y de la desesperación y me pareció que la vida volvía a resplandecer. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan unida a él, que no me creía parte de su cuerpo y de su alma. Recordé lo delicioso que era saberme tan fundida con su ser y entonces creí que en el mundo no existía nada que pudiese superar la fuerza y la magia de esos momentos.
Cuando todo terminó, permanecimos unos largos momentos abrazados, intentando recuperar la cadencia lenta y tranquila de nuestra respiración, disfrutando del recuerdo de lo que acababa de ocurrir entre nosotros. Tsolen me había amado como si hiciese siglos que no me tenía entre sus brazos, como si hasta entonces hubiese sido incapaz de existir sin sentirme tan suya. Entonces descubrí que yo tampoco me había creído capaz de existir serenamente sin estar a su lado. También lo había necesitado con locura, pero la tristeza me había impedido advertirlo.
     No quiero estar sin ti nunca más —le confesé mirándolo a los ojos con una ternura que incluso a mí me sobrecogía—. No vuelvas a permitirme estar sin ti.
     Lo intentaré, pero a veces te pones tan testaruda...
     Cuando me ponga así, ámame, hazme tuya, y todo se me olvidará —le pedí riéndome con timidez.
     De acuerdo —se rió él también, gozoso y feliz.
     ¿Quieres que nos quedemos aquí durante un tiempo?
     No, Shiny. Quiero enseñarte nuestro nuevo hogar.
     ¿Nuestro nuevo hogar?
     Sí, en realidad te he mentido. Si he tardado tanto es porque, además de que me he perdido, he estado preparándolo. No tenía ni la menor duda de que me necesitabas y que no te opondrías a mí si te pedía que vinieses conmigo.
     Eres un vanidoso —lo acusé divertida besándolo en el cuello.
     Soy maravilloso —se halagó riéndose mientras me abrazaba con una ternura inmensa—. Como lo he hecho yo y soy fantástico, sé que te encantará.
     Seguramente —me reí también.
     Shiny, se trata de...
     ¡No me lo digas! —le solicité alzando la cabeza y mirándolo traviesa—. Quiero que sea una sorpresa.
     ¡Está bien! Pues entonces me parece que tendré que enseñártelo mañana porque se ha hecho tarde, tenemos que bañarnos y descansar porque mañana nos espera un viaje muy largo.
     Sí, sí. Te encantará bañarte en este río tan caudaloso, ya verás —le comuniqué ilusionada mientras me separaba de él y lo tomaba de la mano para incitarlo a que se levantase del suelo cuanto antes—. ¡Ya verás cuántos animalitos curiosos y cuántas plantas bellísimas viven en el fondo del río!
     Shiny, ésa eres tú, sí, ahora sí eres tú —me indicó alzándose del suelo y mirándome feliz a los ojos. Noté que las pestañas le temblaban—. Ahora sí eres tú.
     ¿Por qué?
     Porque tienes los ojos y la voz llenos de ilusión, porque te brilla la mirada, porque tienes una sonrisa inmensamente resplandeciente en los labios. Mi Shiny, no permitas que nada destruya tu luz, por favor —me pidió cubriéndose los ojos con la mano que le quedaba libre; pero yo ya había visto sus lágrimas antes de que él desease ocultármelas.
     Tsolen...
     Te amo, amor mío, y no soporto la idea de que tu magia puede desaparecer.
     Lucharé contra todo para impedir que desaparezca, te lo prometo; pero tienes que estar a mi lado para que pueda conseguirlo —le pedí presionándole la mano.
     Estaré contigo siempre.
Nos abrazamos con amor, ánimo y fuerza bajo la luz de aquellas lejanas estrellas, entre esos árboles que, por primera vez desde que me encontraba allí, sí sentía que nos protegían de cualquier mirada. Entonces supe que aquel pasado tan irascible y desgarrador que tanto me había separado de la felicidad estaba quedándose atrás para darles la bienvenida a un presente y a un futuro llenos de luz, de ternura, de tibieza, de ilusión. Supe entonces que, aunque la tristeza más profunda y devastadora me arrebatase las ganas de vivir y de seguir soñando, nunca debía perder la fe en mí misma, en la magia de la vida, en la magia que aún podía quedar en la Historia. Solamente la fe me permitiría enfrentarme a la tristeza y me devolvería el ímpetu de continuar recorriendo mi destino; pero sobre todo, en esos momentos, aprendí que nunca debía perder la fe en el amor.

lunes, 11 de enero de 2016

ABANDONANDO LA REALIDAD - 05. PROTECCIÓN


 
PROTECCIÓN
 
En esos momentos, la vida me resultaba un ininterrumpido engaño, los sonidos de la noche parecían formar parte de otro mundo y creía que el silencio que se había instalado entre Leonard y yo era la única conversación que existía. Permanecimos sin decirnos nada durante unos largos minutos en los que yo traté de ordenar mis pensamientos y atenuar la fuerza de mis emociones. No podía orientarme. Me sentía como si de repente todo lo que yo había creído parte de mi existencia hubiese emanado de un sueño.
Al fin, tras suspirar profundamente, Leonard me miró con los ojos anegados en disculpas y, entonces, empezó a hablarme con delicadeza y cariño. Me costaba comprender las palabras que me dedicaba y también creer que formaban parte de la realidad en la que existíamos. Me parecía que Leonard se refería a un tiempo muy lejano que en verdad nunca había pertenecido a nuestro destino y que los hechos que me relataba con tanto cuidado y a la vez firmeza describían unos recuerdos que no eran los míos.
     Sinéad, primeramente quisiera disculparme por haber provocado que te sintieses y te sientas tan desorientada. Créeme que todo lo que yo hago siempre es para protegerte; pero me temo que no puedo ampararte de todos los hechos que acaecen en la Historia. Efectivamente, tú viajaste a ese otro mundo que creaste uniendo tu alma a la de la naturaleza. Pasaste allí un tiempo que ni tú misma supiste contar; un tiempo que, seguramente, para nosotros transcurrió muchísimo más rápidamente que para ti. Es cierto, también, que ese mundo empezó a desaparecer porque Lacnisha estaba cambiando. La nieve de Lacnisha está derritiéndose, es cierto también, están deshaciéndose las brumas que la rodean y las banquisas que la protegían de la humanidad están fundiéndose. Es verdad que perdiste el conocimiento porque tu alma fue incapaz de soportar el desvanecimiento de ese mundo que creaste con tanto amor. Yo intenté resguardarte de esas emociones tan fuertes durmiéndote durante un tiempo; pero te sentías tan desasosegada que el sueño en el que intenté sumergirte se te llenó de pesadillas horribles. Cuando yo noté que estabas tan desesperada, acudí enseguida a tu vera y entonces te encontré tirada en el suelo de Lacnisha.
     ¿Entonces es cierto que Lacnisha está desapareciendo? —le pregunté con una voz muy frágil, llena de lágrimas retenidas—. ¿Es cierto que la Lacnisha que yo siempre amé ya no existe?
     No, no existe ya —me confirmó Leonard con un cuidado incalculable.
     ¿De veras no se puede hacer nada para devolverles la vida a Lacnisha y a ese mundo donde vivían mis seres queridos? —le cuestioné incrédula, tratando de que las intensas ganas de llorar que me atacaban tan vilmente no me arrebatasen la voz.
     Es posible que, si te esfuerzas, consigas salvar a Lacnisha de la destrucción; pero necesitas ser muy fuerte y saber emplear muy bien todas tus facultades. Es muy probable que, si no logras tus propósitos, quedes exhausta para el resto de la eternidad. Incluso ese incalculable esfuerzo puede arrebatarte la cordura.
     ¿Y qué debo hacer, Leonard?
     Tienes que tratar de invertir el tiempo que transcurre en Lacnisha hacia un pasado en el que sea posible atrapar un poco de su magia eterna para devolvérsela y también regresar al presente para construir unas nieblas que sean un escudo que la protejan de todo lo que ocurre en la humanidad.
     ¿Cómo se hace eso? Yo nunca me he atrevido a controlar tan notablemente el fluir del tiempo.
     No creo que seas capaz de lograr algo así, ni siquiera creo que merezca la pena que lo intentes.
     Padre, conoces perfectamente qué es Lacnisha para mí. Lacnisha es el rincón del mundo que más amo. Yo no puedo permitir que ella desaparezca, que la enfermedad que está atacando a la Naturaleza también la devaste a ella. Lacnisha es la prueba de que existió un tiempo en el que fui feliz. Lacnisha siempre me ha acogido en su abrazo eterno y gélido cuando más desamparada me he sentido. Yo creía que Lacnisha era inmortal e imperecedera, como yo, y descubrir que no es así me hace pensar que no merece la pena seguir viviendo en este mundo ni en esta Historia —le confesé empezando a llorar cada vez más desesperadamente—. Lacnisha está en mí, por eso no puedo permitir que muera.
     Tienes toda la razón, cariño; pero me aterra la idea de que intentes conseguir algo que puede destruirte.
     Si en verdad mi destino es morir, haga lo que haga feneceré. Prefiero desaparecer antes que marcharme de este mundo sin haber luchado por devolverle su magia a mi amada isla.
     Siempre has sido muy testaruda, hija. Nadie ha podido disuadirte de tus ideas y convicciones. Haz lo que tengas que hacer; pero recuerda que siempre te quedará un hogar dondequiera que yo me encuentre.
No pude contestarle, pues las ganas de llorar que me atacaban me habían arrebatado la voz. Solamente pude abrazarlo y entregarle en ese abrazo todo el cariño y la gratitud que sentía por él. No pude prometerle que regresaría a su lado y tampoco tuve fuerzas para sonreírle luminosamente. Me marché de su lado sin saber cuándo volveríamos a vernos, volé a través de la espesa oscuridad de la noche hacia ese rincón del mundo que yo tanto había amado y no dejé de recordar todas las palabras que Leonard me había dedicado. Me detuve varias veces para alimentarme. Sabía que necesitaba estar henchida de sangre para poder disponer plenamente de todas mis facultades. La misión que debía cumplir era muy complicada. Ni siquiera en esos momentos podía experimentar rencor hacia Leonard por haber intentado alejarme de mi dolorosa realidad, pues lo único que me anegaba la mente era el deseo de rescatar Lacnisha de las garras del olvido y de la destrucción. Ni tan sólo podía preguntarme si quedaba en el mundo algún destello de la vida de esa tierra que habíamos creado entre la Naturaleza y yo, puesto que no me atrevía a enfrentarme a una verdad mucho más desgarradora y estremecedora.
Tenía el alma llena de sentimientos que me costaba experimentar. Por un lado, la tristeza más devastadora me controlaba, se me posaba en los ojos y oscurecía todos mis pensamientos; pero, por el otro, el deseo de devolverle a Lacnisha toda la magia que la había caracterizado siempre me hacía sentir una euforia que hacía mucho tiempo que no me invadía. Esa euforia me instaba a volar rápidamente por el cielo y a descender a la tierra cuando notaba que mis fuerzas empezaban a desvanecerse. Tomaba la sangre con presteza y desesperación y después reanudaba mi volar.
Al fin, noté que la temperatura que me rodeaba descendía hasta convertirse en una caricia helada. No obstante, me apercibí de que aquel aliento tan gélido estaba mucho más templado que aquél que siempre me había dado la bienvenida a Lacnisha. Me fijé en que el mar que sobrevolaba estaba agitado por una fuerza que nunca antes habían movilizado aquellas aguas y la oscuridad que lo cubría todo estaba interrumpida por la luz de unas tímidas estrellas que brillaban en el firmamento con inseguridad y temor, como si fuese la primera vez que resplandecían en medio de la noche.
Podía ver, en la distancia, la arredondeada isla de Lacnisha. No obstante, su nieve ya no refulgía igual. Parecía atenuada por el resplandor de las estrellas. Conforme me aproximaba a las imponentes montañas que la cercaban, me convencía más de que aquella isla no era la que siempre me había amparado de la dureza y la crudeza de la realidad. Había cambiado muchísimo; pero fue precisamente aquella certeza la que me animó a luchar con todas mis fuerzas contra el paso del tiempo y la maldad de la destrucción.
     Lacnisha, estás enferma —le dije sentándome entre sus árboles. El suelo de Lacnisha ya no estaba cubierto por una nieve mullida y poderosa, sino por una capa quebrantable de hielo—; pero yo te ayudaré a curarte, te lo prometo; aunque sea lo último que haga en esta vida.
No sabía cómo empezar a luchar contra aquella desgarradora realidad, pues me parecía que me hallaba muy lejos de todo lo que había formado mi existencia. Incluso notaba que por dentro de mí la voz de mis poderosas facultades se había silenciado; pero yo sabía que sentía todo aquello por culpa del miedo. El miedo me guiaba a través de un camino hecho solamente de desolación e inseguridad.
Traté de percibir la voz de la naturaleza que siempre había cuidado de Lacnisha, pero el silencio más desgarrador lo invadía todo. Incluso me desconcentraba el murmullo de esa agua que siempre había sido hielo; la que se había derretido convirtiéndose en pequeñas olas que arañaban la orilla de Lacnisha. No obstante, intenté, con toda mi concentración, apartarme de todos esos desalentadores estímulos y me encerré en mí misma para avivar la fuerza de mis poderes vampíricos; ésos que hacía mucho tiempo que no empleaba.
Entonces percibí que la voz de todos esos poderes se alzaba sobre el miedo y la desorientación y que su vigor me invadía toda el alma. Me aferré a todas esas sensaciones para no perder la calma, para que mi propia magia me volviese más fuerte, para poder engrandecerme y enfrentarme a la crueldad de ese presente.
Entonces, un incontrolable vigor me invadió toda el alma y de repente me creí el ser más poderoso de la Historia. Me levanté del suelo, notando que mi apariencia era imponente. Aunque me hallase rodeada por la soledad más impenetrable, yo sabía que no era la única que me encontraba allí, en ese bosque cargado de inviernos lejanos e indestructibles.
Sentía que el poder de esa naturaleza tan antigua me acompañaba en ese momento, rodeándome, haciéndome saber que no lucharía sola contra la crueldad de la humanidad y contra esa enfermedad que estaba acabando con todos los lugares bellos de la Tierra.
Con aquellas sensaciones tan bellas palpitando por dentro de mí, alcé las manos hacia el cielo, como si de aquella noche tan oscura y densa quisiese atrapar toda la luz de la vida, y después las descendí mientras las abría, notando que la magia que anegaba todos los rincones de aquel bosque se esparcía por doquier. Tenía los ojos cerrados, pero me sentía deslumbrada por todo el fulgor de Lacnisha.
     Quiero que vuelva ese tiempo pasado en el que Lacnisha brillaba con toda la fuerza del invierno. Quiero que el mismo tiempo que ha transcurrido hasta arrastrarla a este infame presente le devuelva su resplandor, su eternidad y su inquebrantable poder. Quiero que nos traslademos al pasado para atrapar de esos tiempos toda la inmortalidad que Lacnisha tenía guardada en su seno. No me importa morir en el intento de retornarle a mi amada isla toda la magia que le perteneció siempre, por conseguir rodearla de nieblas que la alejen para siempre de cualquier mirada y de cualquier vida que pueda destruirla. Mi existencia no tiene sentido si Lacnisha no está en este mundo brillando como siempre lo hizo.
Mientras pronunciaba aquellas palabras tan cargadas de impotencia y a la vez anhelos perdidos, notaba que la fuerza que se había apoderado de mí se expandía por mi interior, devolviéndome las ganas de luchar por algo que sí merecía la pena, que sí tenía sentido.
Noté que de repente me rodeaban las nieblas más gélidas e indisipables. Oí que el viento soplaba con una fuerza que podía destruir los árboles, que agitaba la poca nieve que alfombraba el suelo de aquella mágica isla y que deshacía las nubes que me cubrían. Percibí que algo me atrapaba y me separaba de la protección de Lacnisha. No podía abrir los ojos, pues lo tenía rotundamente prohibido; pero sabía que ya no me encontraba conectada a esa pura tierra, sino perdida en las tinieblas del tiempo. Deseé, con todas las fuerzas de mi alma, regresar al primer instante de mi vida vampírica; aquella noche en la que descubrí la hermosura más inquebrantable de la vida, en la que me hallé por primera vez en el lugar más precioso y mágico en el que yo jamás había estado. No me costó convencerle al tiempo de que me permitiese viajar hasta esa noche, pues sabía que tanto el tiempo como el espacio deseaban ayudarme para devolverle a Lacnisha su inmaculada perfección.
Brevemente, me pregunté si aquella hazaña me permitiría reconstruir la tierra donde habían habitado tan en calma mis seres queridos; pero mi razón me advirtió de que no debía pensar en nada, de que tenía que concentrarme profundamente en aquellos momentos para no errar en el camino del tiempo. Noté que, de repente, me encontraba tendida en un suelo todo cubierto por la nieve más inquebrantable. El frío más indestructible me rodeaba. Hacía muchísimos años que no sentía un frío tan punzante. Se trataba del frío que me había recibido la primera noche de mi vida vampírica cuando me había dejado caer por la ventana del primer castillo en el que vivía; ese frío que me había hecho descubrir que yo era fuerte y que ya no tenía por qué temer la oscuridad de la noche ni la gelidez de la nieve.
Abrí los ojos, desorientada, pero sabía que no podía permitirles a mis sentimientos que me desconcentrasen. Tenía que darme prisa o las puertas del tiempo se cerrarían eternamente para mí y no podría regresar al desalentador presente que debía vivir. Así pues, me levanté del suelo y empecé a correr a través de los árboles todavía deseando que la inmensa magia que dominaba el destino de aquella resplandeciente isla se introdujese en mi interior y me permitiese transportarla hasta mis oscuros días.
Me alentaba sentir que no estaba errando, que no me equivocaba, que se cumplía todo lo que deseaba. Notaba que mi interior se llenaba de un poder que no provenía de mi alma, sino de la de aquella isla tan antigua y mágica. Cuando percibí que el alma ya se me había anegado en todo el ímpetu mágico que necesitaba, entonces le rogué al tiempo que me llevase hasta esa noche que había abandonado tan vagamente.
Antes de que las brumas del tiempo me rodeasen de nuevo, noté que alguien me observaba desde un punto inconcreto. No quise mirar atrás. No podía interactuar con nadie, con ningún ser que no formase parte de mi momento ni del tiempo en el que ilícitamente me encontraba. Sentía que unos ojos estaban clavados y fijos en mí, pero no quise saber de quién se trataba. Posiblemente fuese Leonard, pero no quería comprobarlo. Permití que esas tinieblas intemporales me llevasen de nuevo a mi presente.
En breve me encontré allí tras un tiempo incalculable en el que me había esforzado lo indecible por no dejar ir toda esa magia que Lacnisha me había entregado para que la trajese a mi presente. La resguardaba en mi alma sabiendo que no podía desconcentrarme. Cuando percibí que me rodeaba la soledad de la Lacnisha que trataba de subsistir en ese oscuro presente, me senté en el suelo y volví a concentrarme todo lo que pude. La magia que me había permitido viajar al pasado se desvaneció para cederle el hueco que había dejado al poder que me facilitaría comunicarme con el alma de Lacnisha.
     Quiero entregarte esta magia pasada para que la resguardes en tu alma y no la dejes ir nunca, nunca.
Percibí que algo me arrebataba esa magia que no había brotado de mi alma. A la vez que experimentaba aquella sensación tan inconcreta e indescriptible, notaba que mi alrededor se llenaba de frío, se enfriaba, se enfriaba hasta convertirse en el aliento helado de ese eterno invierno que yo había conocido hacía ya tantos y tantos siglos.
     Quiero que, tú misma, Lacnisha, te protejas del exterior, que no permitas que nada ajeno a tu vida se introduzca en tu existencia. Rodéate de las brumas más indisipables, ampárate de la mirada de cualquier intruso con unas nieblas que nadie, salvo los que te amamos de verdad, pueda atravesar. Provoca que, de nuevo, el mar que te cerca se llene de banquisas que impedirán la navegación de cualquier embarcación que pueda acercarse a tu orilla. Sé que comprendes mis palabras, pues, aunque las piense en mi idioma, mi alma te las comunica en tu lenguaje. Por favor, no permitas que el presente y la enfermedad que está acabando con la Naturaleza te destruyan a ti también. Tú eres mucho más fuerte que cualquier parte del mundo.
Sí, sabía que Lacnisha me comprendía, por eso no me desanimé en ningún momento y continué dedicándole aquellas palabras hasta que noté que se agotaba toda la magia y la fuerza que habían gritado en mi interior durante todo aquel tiempo tan inconcreto. Entonces sentí que, lentamente, la consciencia se me desvanecía y que la oscuridad más impenetrable deseaba apoderarse de mis sentidos y de mis pensamientos. Me rendí a esa oscuridad sabiendo que ya había cumplido con mi propósito.
Me sentía tan agotada que no pude evitar que mi entorno se desvaneciese súbitamente. Sabía que el alma de Lacnisha se había apoderado de todas mis fuerzas, por ello estaba tan exhausta. Confiaba en que ella misma terminase de recuperarse gracias a todo lo que yo le había entregado.
Entonces todo desapareció. Solamente noté que la nieve me cubría y me abrazaba, que aquellos ancestrales árboles me protegían del frío y que el cielo que me cubría se llenaba de aquellas nubes liliáceas de las que había brotado el matiz de mis ojos. Me sentí en calma cuando descubrí, vagamente, que Lacnisha empezaba a recuperar su magia, su poder, su imperturbable belleza...
     Sinéad, Sinéad.
Alguien con una voz calmada, paciente y profunda me llamaba con urgencia, pero también con ternura, me agitaba de los hombros con mucha delicadeza y me acariciaba de vez en cuando los cabellos y el rostro, instándome con aquellas caricias a que abriese los ojos. Los abrí desorientada, incapaz de recordar lo que había ocurrido antes de que aquel espeso sueño me dominase. Cuando los abrí, entonces me encontré tendida en un lecho muy cómodo, cubierta por una suave manta y con la cabeza apoyada en una mullida almohada. La oscuridad de la noche se resguardaba en los rincones de una alcoba confortable en el fondo de la cual brillaba una lumbre tímida y a la vez poderosa. Me serené en cuanto la harmonía de aquel ambiente me acarició el alma.
Leonard estaba a mi lado, tomándome de la mano, presionándomela cuando los ojos se me llenaban de extrañeza. Me sonreía con amor, orgullo y felicidad. El silencio más denso se había apoderado de nuestro alrededor, pero yo no necesitaba que me dedicase ninguna palabra. Con la forma como me miraba ya me revelaba todo lo que yo necesitaba saber.
     Sinéad, hija mía, que estés viva es un milagro —me confesó presionándome la mano—. Has realizado un esfuerzo inmenso que podía haberte arrebatado para siempre tu inmortalidad; pero eres tan fuerte que nada puede vencerte, nada —me susurró emocionado. La voz le temblaba.
     ¿Qué ha ocurrido con Lacnisha? —le pregunté con una voz débil. Noté que la garganta me escocía muchísimo, revelándome así que debía beber sangre cuanto antes. Tenía tanta sed que me costaba sentirla.
     Lacnisha está protegida por el poder que tú misma le entregaste. Le has dado parte de tu magia para que nadie pueda destruirla jamás. Ahora ya no eres tan poderosa como antes, pues parte de lo que te hacía ser tan vigorosa ahora le pertenece a Lacnisha.
     No me importa —musité con una voz quebrada por la sed.
     Posiblemente necesites beber mucha sangre para que te sientas recuperada.
     Me da igual matar a un número incontable de humanos malditos que no saben cuidar ni de su hogar. No me importa matar a las personas que no sienten remordimientos. Odio a la especie humana con todas mis fuerzas. Me avergüenzo de haber sido una de ellos —le revelé a mi padre con la voz llena de rencor—. Ojalá la humanidad desapareciese. Me gustaría destruirla yo misma si pudiese.
     No, Sinéad, no es bueno que sientas ese rencor tan destructivo —me advirtió Leonard sobrecogido.
     Yo jamás sería capaz de hacerle daño a la Naturaleza, pero sí agarraría a todas esas personas desagradecidas e inconscientes y las torturaría para que aprendiesen a apreciar más la vida. Es curioso: viven unos años efímeros y en cambio pretenden transformar la Historia, algo que sí es eterno, y dejar su insignificante huella en el destino de esta Tierra cuando ellos no valen nada, nada, ¡nada!
     Cálmate, Sinéad, cariño —me pidió mi padre tomándome de los hombros. La impotencia y la sed me habían descontrolado.
     ¡Por culpa de esos estúpidos humanos que te empeñas en defender y dejar con vida, mis seres queridos han desaparecido otra vez para siempre y Lacnisha casi muere! —chillé sin poder evitarlo. La sed le arrebataba a mi voz la nitidez con la que yo deseaba expresarme.
     Tienes que serenarte y beber algo de sangre.
     ¡Te juro, Leonard, que la humanidad pagará por lo que está haciendo! —exclamé deshaciéndome de su abrazo y saltando fuera del lecho—. ¡Nadie me detendrá!
     Sinéad, por favor, cálmate —me suplicó Leonard poniéndose en pie ante mí e intentando aferrarme de las manos; pero yo me despojaba de sus caricias antes de que él pudiese tocarme—. Hija, sintiendo ese rencor no vas a lograr nada bueno.
     ¡Y es que no quiero lograr nada bueno! ¡Quiero darle un escarmiento a la especie humana! ¡Malditos humanos! —estallé en llanto sin poder evitarlo.
     Ven, salgamos. Te acompañaré a alimentarte.
     No, Leonard...
     Estás descontrolada. No piensas con claridad. No voy a dejarte sola, cariño.
     ¡Hace muchos años que deberíamos habernos vengado de la especie humana por todo el daño que nos han hecho! ¡Ahora están destruyendo nuestro mundo! —sollozaba descontrolada por la rabia y la tristeza.
     Hace mucho tiempo que están destruyendo nuestro mundo, Sinéad.
     ¿Y por qué nunca hemos hecho nada para remediarlo?
     Porque nosotros no podemos intervenir en el destino de la humanidad, vida mía. No podemos controlar la Historia.
     No podemos controlar la Historia, pero ellos sí pueden hacerlo, ¿no? ¿Qué los convierte en merecedores de dominar la Historia?
     No, Sinéad, eso no es así.
     ¿Acaso piensas que ellos tienen más derecho que nosotros a vivir en este mundo que no saben apreciar?
     Por supuesto que no pienso así, hija; pero no podemos hacer nada.
     ¡Me niego a aceptar eso! —le chillé desasiéndome de sus manos y corriendo hacia el exterior.
Leonard no me detuvo. Sabía que yo no me atrevería a hacer nada de lo cual pudiese arrepentirme después. Me permitió que corriese por aquella morada en la que nunca había estado y que llegase cuanto antes al bosque que la rodeaba. Nunca había visto esos pasillos ni esas puertas, pero aquel lugar me resultaba levemente conocido. Me pregunté si no me hallaba en otro sueño provocado por Leonard en el que había viajado atrás en el tiempo; pero supe que me encontraba sumergida en la realidad más horrible. La naturaleza que protegía aquella morada estaba llena de vacíos, de silencios incómodos; pero pude detectar el ininterrumpido murmullo de la civilización mezclándose con la voz del viento. Aquello me desesperó mucho más y me hizo correr a través de esas sendas ya demasiado recorridas hasta una ciudad llena de contaminación, de coches que pasaban sin cesar quebrando la quietud de la noche, de personas que reían despreocupadas en parques que ellos mismos ensuciaban, de calles llenas de basura y de casas espantosas y sosas, de edificios horrorosos que se alzaban hacia el cielo sin importarles que estuviesen invadiendo el terreno de las estrellas.
Sentí ganas de gritar, pero me contuve y en cambio me introduje en una casa de paredes grises. Me alimenté sin pensar en el número de vidas que estaba llevando a la muerte. Tampoco pude saborear con placer la sangre, pues tenía la sensación de que, desde hacía muchísimos años, la sangre ya no sabía igual, estaba atenuada, estaba contaminada por sustancias contra las que nuestro cuerpo vampírico ya se había acostumbrado a luchar.
No obstante, aquella noche no pude evitar vomitar cuando salí del último hogar donde me había alimentado. Me encontraba mareada, pero sabía que no era el sabor de la sangre lo único que me desorientaba y me enfermaba, sino también la impotencia y la rabia que me invadían el alma.
Me encontraba muy mal, pero no quería pedir ayuda. Deseaba pasar en soledad aquel trance. Cuando me sentí mejor tras haber devuelto al menos la mitad de toda la sangre que había ingerido, me alcé de donde estaba arrodillada y empecé a andar por esas calles tan modernas y a la vez tan sucias. Entonces noté que alguien me perseguía, caminando con sigilo como si no quisiese que yo percibiese su presencia. Me volteé desorientada y entonces me encontré frente a una mirada anegada en preocupación y desasosiego. Un hombre de unos aproximadamente treinta años me observaba con minuciosidad y me formulaba con los ojos preguntas que yo no sabía cómo podría responder. Lo único que se me ocurrió hacer fue huir de su lado, pero él me detuvo aferrándome de repente de las manos.
     Estás muy enferma —me comunicó con una voz llena de impaciencia—. He visto que has vomitado muchísima sangre. ¿Desde cuándo te ocurre eso? Soy médico. Permíteme que te examine y que...
     No, yo no... —titubeé intentando soltarme de sus manos.
     Estás muy enferma. ¿Están tratándote?
     Sí, pero no...
     Lamento meterme donde no me llaman; pero tienes un aspecto muy inquietante.
     Debo irme —susurré incapaz de mirarlo a los ojos. Su aspecto me imponía mucho. Tenía los ojos verdes y los cabellos rizados y pelirrojos—. No puedo seguir hablando contigo.
     ¿Por qué?
     Porque no me encuentro bien. Necesito ir a casa.
     Yo puedo llevarte en mi coche.
     No, no. Te lo agradezco mucho, pero...
     Si estás en tratamiento y sigues vomitando tanta sangre, significa que para ti no hay cura.
     No, no la hay...
     Lo siento mucho.
     No vuelvas a pensar en mí —le pedí mirándolo fijamente al fin, pero solamente con la intención de hipnotizarlo—. Olvídate de mí.
Cuando noté que la mente de aquel humano se había llenado de vacío y olvido, me desasí de sus fuertes manos y corrí hacia mi hogar sintiendo que algo se quebraba por dentro de mí. Me preguntaba cómo era posible que una persona se hubiese preocupado tanto por mí sin conocerme. Rogué que aquel hombre no tuviese ninguna conexión ni con mi pasado ni con mi presente.
     Sinéad.
La voz de Leonard sonó llena de alivio cuando me adentré en la alcoba donde me había despertado aquella noche. Mi padre se hallaba sentado en el lecho donde yo había dormido y tenía un libro en las manos. No obstante, yo sabía que no estaba leyendo.
     Con todo lo que has escrito, has intentado comunicarte con la especie humana para avisarla de que no están comportándose bien con este planeta —me dijo con tristeza.
     Pero todo ese esfuerzo no ha merecido la pena porque hoy en día la gente ya no sabe leer y, casualmente, los pocos que se han atrevido a leer mi obra piensan igual que yo. No puedo llegar al corazón de quienes están equivocándose precisamente porque no tienen la sensibilidad necesaria para leer mis palabras. No sé si me entiendes.
     Te entiendo perfectamente, hija; pero no debes desalentarte. Sigue escribiendo e intentando comunicarte con la humanidad.
     Creo que ya no intentaré que mis palabras lleguen a la gente. Escribiré, sí, pero para mí y para quienes de veras estén interesados en leerme, no por compromiso, sino porque realmente les guste cómo escribo. No creo que merezca la pena luchar contra la humanidad entera para forjarme un puesto en este mundo; un puesto que en realidad nunca se ha inventado para mí.
     Estás demasiado desanimada.
     Después de todo lo que ha ocurrido, Leonard, he perdido la fe en todo, en todo.
     Menos en ti, supongo.
     ¿Cómo?
     Has perdido la fe en todo, menos en ti, pues, gracias a ti, Lacnisha todavía está viva.
     Supongo que tú también me has ayudado.
     No, Sinéad. Yo solamente te animé a que lo hicieses, pero el resto lo has conseguido tú solita.
     Espero que no tenga que volver a emplear así mis facultades nunca más.
     Yo también lo espero.
Tras aquellas palabras, nos invadió de nuevo el silencio más profundo. Fui yo quien se atrevió a romperlo:
     La sangre me sienta mal últimamente.
     Sí, a mí también. No debes beberte toda la sangre de un cuerpo, sino alimentarte de distintos humanos sin llegar a matarlos.
     No puedo impedir que el éxtasis de la sangre me domine. No puedo luchar contra mis ansias de matar a la persona que está alimentándome. Es una forma de vengarme por el daño que nos han hecho.
     No, Sinéad. Tienes que volver a ser tú, cariño. Tú no eres así, hija. Tú nunca has sentido ese rencor. No permitas que el alma se te llene de sensaciones y emociones tan horribles.
     Estoy cansada de ser buena, de ser dulce, de luchar contra mis instintos para que la humanidad no me tema. Soy vampiresa. Ya no quiero seguir siendo esa medio humana encerrada en un cuerpo eterno que intenté ser durante toda mi existencia. Se acabó. Seré ahora tan egoísta como la humanidad entera.
     No, Sinéad, hija.
     No me apetece discutir contigo ni con nadie.
     Te sientes así porque crees que los humanos tienen la culpa de que haya desaparecido el mundo que con tanto amor creaste, ¿verdad?
     Y por muchas cosas más —le dije mirándolo con pena.
     Sinéad, tu naturaleza no es sentir esas emociones tan tristes. No te dejes reinar por el rencor.
     No sé para qué quieres que siga siendo la de siempre.
     Para que te sientas en paz contigo misma. Escúchame, hija —me pidió levantándose del lecho y tomándome de las manos—, ese mundo ha desaparecido para siempre, es cierto; pero no lo han hecho tus seres queridos. Ellos no han muerto, cariño. Ellos están en este mundo.
     Habría preferido que se muriesen de nuevo —sentencié con impotencia—. Esta porquería de mundo no está hecho para que ellos vivan.
     El mundo no tiene la culpa de que la especie humana sea tan inconsciente y absurda, hija mía.
     No quiero que les ocurra nada malo.
     Sabrán cuidarse.
     ¿Y dónde están?
     Cada uno ha escogido un lugar distinto para vivir; pero tus padres están aquí, junto con Eitzen, Alex y Áurea.
     ¿Están en este castillo?
     No estamos en un castillo.
     No importa.
     Sí, están aquí.
     ¿Y Tsolen?
     Tsolen todavía se encuentra donde vivías antes con él.
     Que se quede allí —dije con rabia.
     Sinéad, deberías ir a buscarlo y hablar con él.
     No me apetece verlo. No me apoyó, no ha estado a mi lado en estos momentos tan horribles.
     Pero porque no tiene ni idea de lo que ha ocurrido.
     ¿No se lo has contado? —le pregunté incrédula.
     Le dije que estabas en peligro; pero, cuando le aseguré que te había dormido y que ya estabas a salvo, se serenó y te dejó en mis manos.
     ¿No ha venido a verme en ningún momento?
     No, Sinéad, pero ha hablado conmigo todos los días.
     Entonces no es necesario que vuelva junto a él para explicarle todo lo que ha sucedido.
     Sinéad...
     No quiero volver a verlo nunca más.
     Sinéad, no te dejes llevar por el rencor.
     No se trata de rencor. No quiero volver a ver a nadie. Me marcho, Leonard.
     Creo que no estás muy equilibrada, hija.
     Me marcho a un lugar donde no haya coches, ni contaminación, ni farolas ni...
     Sinéad, aquí estamos a salvo.
     No, no. A pocos kilómetros hay una ciudad horrible cuyo murmullo espantoso puedo captar desde aquí. Necesito irme unos días.
     Está bien, no te lo impediré; pero ten mucho cuidado, cariño, no con tu estado físico, sino mental. Tengo la sensación de que...
     Si me quedo aquí, me enloqueceré definitivamente, padre. Necesito estar sola durante un tiempo.
Leonard se conformó, pero porque sabía, perfectamente, que yo era mucho más testaruda que él. Me dejó ir, me permitió que preparase mi ligero equipaje y que me dirigiese hacia ese bosque donde nos despedimos con un largo y cariñoso abrazo. Le pedí que no le comunicase a nadie el lugar al que partiría y después desaparecí engullida por las nubes de contaminación que cubrían aquel estrellado cielo donde ya nada brillaba, nada.
Empezaba para mí un viaje cuya duración no me atrevía a determinar. Ni siquiera sabía adónde deseaba dirigirme. Solamente era consciente de que no quería permanecer en un lugar habitado por la modernidad o por los seres humanos. Sabía que tendría que realizar grandes esfuerzos para alimentarme, pero no me importaba, y sobre todo tendría que esforzarme por hallar unos lares que se correspondiesen con lo que yo deseaba encontrar, pues el mundo cada vez estaba más invadido por la modernidad, por la destrucción de los avances, por las guerras y por la inconsciencia de la especie humana; pero lo encontraría, y no me importaba si, para lograrlo, tenía que mover cielo y tierra o sumergirme en el océano más profundo e inaccesible de todo el planeta.