miércoles, 27 de julio de 2016

LA VISITA - 05. NO TE MARCHES, POR FAVOR

No te marches, por favor
La serenidad empezó a acariciarme el alma. Ya no luchaba contra la fuerza de ese viento feroz que me había arrastrado hacia aquella nada, sino que me quedé quieta, aguardando el momento en el que mi voz mental también se silenciaría. Lo había hecho ya mi alrededor. El viento ya no se oía, la nada era un vacío silente que se expandía y se expandía como si quisiese abarcar todos los mundos y la oscuridad que me rodeaba era tan profunda que apenas podía percibir la negrura que me envolvía. Aunque no pudiese abrir los ojos, sabía que no había a mi alcance ni el menor destello de luz. Mi entorno estaba tan oscuro que me costaba percibir hasta mi propio cuerpo. 
Mas, de repente, cuando el alma se me había llenado enteramente de sosiego, alguien, con mucha dulzura, me asió de la cintura y comenzó a arrastrarme suavemente hacia alguna parte que yo no podía ni imaginarme. No sabía quién me había agarrado con tanto primor, pero no tuve miedo ni tampoco sentí curiosidad. Parecía como si mi mente también hubiese comenzado a desvanecerse. Tenía sueño, pero sabía que éste no era más que el principio de mi muerte. 
No puedo permitir que te dejen aquí, Shiny. Ya está bien de tantas prohibiciones, cariño.
La voz que me susurró aquellas palabras tan tiernas me hizo sentir ganas de llorar, pues en su sonar albergaba un sinfín de recuerdos que me sobrecogieron y que repartieron por mi interior una calidez acogedora. 
Entonces, lentamente, mi entorno empezó a cambiar. Ya no me rodeaba esa densísima oscuridad ni aquel interminable y profundo silencio, sino que, poco a poco, mi alrededor fue llenándose de calidez, de luz, de amor, sobre todo de amor, porque de quien me había rodeado la cintura con sus brazos se desprendía un cariño interminable que me hacía sentir acogida.
Ya estamos en casa.
Noté que el cuerpo trataba de cambiarme, pero una prohibición ancestral se lo impidió. Continué siendo vampiresa cuando me adentré en aquel mundo en el que tanto había deseado hallarme. Saber que era la misma criatura que habitaba en la otra tierra me hizo sentir desvalida, pero pareció como si al ser que tanto cariño me entregaba no le importase.
No temas. Aquí está atardeciendo y nos queda toda la noche por delante. No puedes quedarte hasta el amanecer, pero al menos compartiremos estas efímeras horas.
Brisa —susurré sobrecogida.
Sí, soy yo, mamá. Tranquilízate. No, no llores, pues entonces tendrás mucha sed y aquí no puedes alimentarte. Además, debes guardar fuerzas para regresar a tu mundo cuando aquí alboree.
Brisita...
Ya puedes abrir los ojos.
Brisa me limpió las lágrimas que me resbalaban por las mejillas con un pañuelo hecho de una tela muy suave que me hizo sentir acogida. 
Te extrañaba tanto, cariño... —me confesó con una voz quebrada. Me abrazó con una fuerza contenida. Yo noté que le temblaba el pecho y que la respiración se le convertía, lentamente, en dolorosos suspiros que se me clavaron en el alma—. Te añoro tanto, Shiny... 
Y yo a ti también. No encuentro los motivos para seguir luchando si me hallo tan lejos de ti.
Pero ya sabes que no podemos formar parte del mismo mundo.
Lo sé, lo sé. Y no saber cómo estás me mata, Brisa.
A veces es mejor que ignores ciertas cosas.
¿Por qué dices eso?
Todavía no había mirado a Brisita a los ojos. Me retiré de ella un poco para poder observarla. Me limpié las lágrimas que de nuevo me habían humedecido los ojos y entonces me hundí en su mágica imagen. Cuando lo hice, el puñal de la sorpresa y la inquietud se me hundió profundamente en el alma.
Brisa no era la misma. Estaba extremadamente pálida, de sus preciosos ojos violáceos solamente se desprendía oscuridad y vacío y estaba mucho más delgada que la última vez que la vi. Parecía enferma.
Brisa, no puede ser. ¿Qué te ocurre?
He pasado una mala temporada —se limitó a contestarme—; pero ahora no quiero recordarla. Ven, vayamos a dar un paseo. Nos hallamos en la región del otoño y han crecido muchos frutos.
Hablaba con distancia, como si no pensase mucho las palabras que pronunciaba, y, cuando se levantó y empezó a caminar, la inquietud que se me había adherido al alma se acreció al percatarme de que sus movimientos estaban cargados de pesadez, aunque ella tratase de convencerme de que el vigor más indestructible llenaba todo su interior.
Brisa, dime qué te sucede, por favor —le rogué deteniéndome entre dos árboles milenarios.
¿Has visto las estrellas? Una vez dijiste que te parecía que en Lainaya las estrellas se hallaban más cerca del alcance de tus manos.
Brisa, no me cambies de tema, por favor.
Shiny, quiero vivir plenamente contigo estas horas que podemos compartir. No quiero que nada ensombrezca estos momentos. 
Brisa, solamente quiero que me confieses lo que te sucede. No puedo estar serena si no me hablas de ti, si no me informas de cómo estás, si no me revelas por qué tienes ese aspecto tan inquietante y enfermizo. No eres la misma.
Está bien —suspiró apoyándose en el tronco grueso de uno de esos árboles que protegían nuestros tensos momentos—. Estoy enferma, Shiny. No te asustes —me pidió cuando cerré los ojos con fuerza—. Es una enfermedad que ataca a las hadas que han sido engendradas por seres provenientes de otro mundo. 
¿Y qué te sucede?
No quiero decírtelo.
Brisa, por favor...
No quiero —lloró de repente, cubriéndose el rostro con las manos para que yo no percibiese todo el desconsuelo que se le escapaba de los ojos.
Brisa, Brisa —la apelé intentando llenar mi voz de fortaleza mientras me dirigía hacia ella para abrazarla. Brisa se dejó caer entre mis brazos sollozando profundamente—. Dime si puedo hacer algo por ti, por favor.
No, no, no podéis hacer nada. Estáis separados y eso es lo peor.
¿Qué dices, Brisa?
Ninguno de los dos puede estar aquí para ayudarme.
Pero yo soy capaz de renunciar a todo lo que soy y lo que tengo si así consigo darte mi vida, ayudarte, no sé, Brisa...
Brisa no volvió a hablarme hasta que transcurrieron unos largos minutos, durante los cuales me limité solamente a acariciarle los cabellos y a abrazarla con mucha fuerza y amor.
Mientras Brisa lloraba entre mis brazos, yo me fijé más detenidamente en su aspecto. Me sobrecogí de tristeza cuando me percaté de que sus preciosas orejitas estaban demacradas también, como si se hubiesen empequeñecido. Además, bajo mis manos, notaba que su cuerpo había menguado, perdiendo la vitalidad y la apariencia sana que siempre la habían caracterizado.
Brisa, dime qué puedo hacer por ti.
Nada, Shiny —me contestó apartándose de mí y limpiándose las lágrimas con timidez—. Escúchame, es una enfermedad muy rara. No la sufren todas las hadas que nacen de seres procedentes de otra tierra. Es... no sé cómo decirlo... sufrirla no depende solamente de quiénes fueron tus progenitores. Es cierto que las hadas que no fuimos alumbradas por un hada de Lainaya somos más propensas a padecerla, pero...
Quieres decir que ser engendrada por seres de otro mundo no es una condición suficiente  para padecer esta enfermedad.
Es una condición necesaria, es cierto, pero no suficiente. Es un factor que puede influir.
¿Entonces?
Entonces nada, me ha tocado a mí, y punto. Lo peor es que todavía no hemos encontrado la sucesora del trono...
¿Qué quieres decir? ¿Por qué tienes que encontrar una sucesora? —le pregunté inmensamente asustada.
Shiny... estoy muriéndome, ¿acaso no te das cuenta? Yo no viviré lo que suelen vivir las hadas de Lainaya. Me queda muy poco tiempo de vida. La comida que ingiero no hace ningún efecto en mi cuerpo, es como si no me alimentase, y cada vez tengo menos fuerzas para respirar y caminar. Muchas veces duermo durante días y, cuando me despierto, me doy cuenta de que mi cuerpo ha menguado mucho más. 
No, no, no, no... No, por favor, no —supliqué arrodillándome en el suelo, ante ella—. Tiene que haber algo, Brisa, algo, alguna solución, alguna cura.
No, Shiny, no hay nada que puedas hacer.
¡No me lo creo!
Shiny... cada uno de nosotros tiene escrito un destino contra el que no se puede luchar.
¡No quiero que te vayas!
Soy un hada del otoño, enlazada al viento. La próxima reina de Lainaya debe ser un niedelf, vinculado a la tierra. Tengo que encontrar a la niedelf o al niedelf que puedan desempeñar con maestría y empatía el cargo de reina o rey supremos de Lainaya —dijo distraídamente.
Brisa...
Y tengo que encontrar mi sucesor o mi sucesora antes de que sea demasiado tarde.
Brisa, escúchame.
Tú fuiste una niedelf, pero, claro, éste no es tu mundo. No puedes ser reina de Lainaya, lo siento mucho.
Brisa, no acepto que estés marchitándote, no lo acepto.
Lo único que pido es que estés a mi lado cuando llegue mi hora.
¿Es que no entiendes que tu hora no va a llegar?
Shiny, no seas ingenua. No puedes luchar contra mi destino.
No me lo creo.
Shiny, Shiny —me apeló una voz nueva, tierna y cálida.
Lluvia...
Hola, Shiny.
Lluvia tenía la mirada tan llena de tristeza que no pude evitar comenzar a llorar en cuanto la tuve ante mí. Brisa me agarró de las manos para que no me lanzase a ella si de los ojos me brotaban esas lágrimas sangrientas que tanto podían macular el mágico mundo de Lainaya.
No le tengo miedo, mamá, te lo aseguro —se rió Lluvia con amor—. Ya la he visto tal como es en su verdadero mundo.
Lluvia, hazme un favor —le pidió Brisa casi sin aliento. Entonces noté que la fuerza con la que me asía de las manos se atenuaba—. Llévanos al lugar que más amo de Lainaya.
Lluvia no se opuso. Me pidió que tomase a Brisa en brazos y la siguiese a través de ese brillante bosque en el que la noche había dejado caer todas sus sombras. Sin embargo, yo podía percibir, perfectamente, cada detalle que formaba aquella preciosa y serena naturaleza. 
Qué bello es ver la luz de las estrellas cuando la tuya está desvaneciéndose. Te hace pensar que, aunque tu vida se apague, al universo todavía le queda fulgor con el que poder alumbrar la vida de quienes amas.
No hables así, Brisa, por favor —le pedí sobrecogida y muy triste.
Shiny, es inútil que luches contra sus sentimientos. Le ha costado mucho aceptar que su vida no será tan larga como la de todas las hadas de Lainaya, pero no le importa porque asegura que no se cambiaría por nadie. 
No, no me cambiaría por ningún hada que viviese casi eternamente porque haber nacido de ti es lo mejor que puede sucederle a nadie, Shiny.
Lluvia, debe de haber alguna cura para ella —protesté intentando no llorar.
Lo siento mucho, Shiny; pero no la hay. Lo hemos intentado todo, todo —me aseguró Lluvia con impotencia—. No hay ninguna hierba que pueda sanarla.
¿Podría sanarla si Arthur, digo Rauth, y yo estuviésemos una vez más a su lado? —le pregunté esperanzada.
¿En qué podría influir eso, Shiny? Ni la presencia de la misma Diosa podría sanarla. La Diosa nos ha asegurado que Brisa debe partir antes de tiempo.
¡Pero no es justo! —exclamé horrorizada.
Shiny, tranquilízate, por favor. No pierdas fuerzas sintiendo esa impotencia por mí. No merece la pena. Cada uno tenemos que cumplir con nuestro destino.
Justo entonces Lluvia se detuvo ante una inclinación bastante pronunciada por la que parecía que resbalase la luz de las estrellas. Me indicó que corriese porque el suelo era deslizante y, cuando ya la hubimos sorteado, llegamos a la orilla de un lago inmenso cuyas aguas estaban protegidas por un sinfín de ramas frondosas que se enlazaban como si no quisiesen que el esplendor de las estrellas se reflejase allí. 
Me gustaría que nos sentásemos aquí mismo —indicó Brisa señalando un hueco que quedaba entre dos árboles de tronco grueso y protector—. Muchas veces vine a este lugar cuando estaba triste porque me transmite mucha serenidad.
Ni Lluvia ni yo fuimos capaces de decir nada. Nos sentamos al lado de Brisa y ella permaneció observando la belleza que nos rodeaba durante unos largos y silenciosos minutos. Cuando creí que el amanecer nos sorprendería sumidas en una calma tan triste, entonces Brisa habló.
Ahora mismo, aunque os cueste creerlo, me siento inmensamente feliz porque estoy al lado de los dos seres que más quiero en el mundo. Digo seres porque no sé cómo nombraros a las dos sin que ninguna de vosotras se sienta excluida.
¿Y qué ocurre con Sauce?
Sauce se casó con una niedelf hace unos pocos meses —me informó Lluvia con amor— y ahora se hallan descubriendo juntos Lainaya.
¿No sabe que estás así, tan enferma?
No, nadie ha querido turbar su felicidad —me informó Lluvia susurrando.
No es justo que no esté con su madre en estos momentos tan...
Shiny, no quiero que mi hijo sufra. Ha padecido mucho por la muerte de su padre. No quiero que...
Pero él querrá estar a tu lado, aprovechando el tiempo que te queda aquí, mamá —le indicó Lluvia con paciencia—. Shiny, he mantenido con ella esta conversación infinidad de veces, y no hay manera de convencerla.
Es que Brisa no quiere interrumpir la felicidad de Sauce porque sabe que no se irá. No, no se irá, no se irá —negué incapaz de evitar empezar a sollozar con una impotencia punzante.
Pobre Shiny —suspiró Brisa con mucha lástima.
No quiero vivir esto... No te irás, Brisita. Soy capaz de dar mi vida por ti.
Entonces, una idea enloquecida me anegó la mente. Brisa había nacido de mis entrañas, llevándose posiblemente una pequeña parte de mi magia, una esencia que solamente ella y yo compartíamos. Yo había engendrado a Brisita desde la distancia portando el brote de su alma en mi cuerpo vampírico. No quedaba duda de que ella podía soportar mi poder si se lo entregaba; pero ¿cómo podría lograrlo?
Brisa, ¿qué ocurre si un hada de Lainaya bebe sangre vampírica? —le pregunté intentando que los nervios que se me habían anudado al estómago no se reflejasen en mi voz.
No lo sé. La verdad es que nunca me he hecho esa pregunta y tampoco ningún hada de Lainaya ha bebido sangre vampírica jamás o al menos yo no sé de ningún hada de Lainaya que lo haya hecho.
No creo que sea buena idea —espetó una nueva voz, severa y a la vez tierna.
Morgaine —musité sobrecogida.
Perdonad. No he podido evitar oír vuestra conversación cuando me acercaba a vosotras.
¿Quién la ha ayudado a adentrarse en este mundo? —pregunté intimidada. 
Oisín —me contestó Lluvia.
¿Oisín? —me reí inquieta.
Morgaine es un hada del agua, está claro. Su nombre así lo designa: nacida del agua. No podía pertenecer a otra especie —me comunicó Brisa con cariño.
Entonces observé a Morgaine. Me sobrecogí al verla tan hermosa. Conservaba muchos detalles de su aspecto, pero también había cambiado el matiz de su piel, volviéndose levemente azulado. Tenía todavía los cabellos negros, lisos y largos, el rostro arredondeado, los ojos profundos y nocturnos; pero su cuerpo se había tornado más ligero, tal vez más ágil, y portaba un vestido azul que le cubría solamente las partes más comprometidas de su cuerpo. Se movía con mucha soltura y adiviné que había salido del agua, pues tenía los cabellos húmedos y algunas gotas se le habían posado en el rostro, como si fuesen lágrimas perdidas. Además, el tono de su voz también había mutado.
Gracias por ayudarme a adentrarme en Lainaya, Shiny —me agradeció agachándose a mi lado—. Yo sabía que aquí se hallaba la continuación de mi destino.
Me alegro mucho por ti.
Entonces, repentinamente, alguien me tocó la espalda con delicadeza. Cuando me volteé, descubrí que se trataba de Oisín, que me miraba fija y tiernamente. Me demostraba, con sus profundos ojos sabios, que se alegraba muchísimo de volver a verme. No pude evitar que, entre toda la tristeza que sentía, se asomase un rayo de felicidad que me hizo levantarme de donde estaba sentada y abrazar a Oisín con mucha dulzura. 
Qué atractiva estás, Shiny, siendo vampiresa —me comunicó abrazándome ardientemente; lo cual me sobrecogió—. Perdona, no quería avergonzarte. Los niadaes somos así, a veces muy fríos y otras, muy apasionados —se rió inquieto.
No te preocupes por nada. 
Oisín estaba cambiado. No tenía ya los cabellos largos, sino que se los había cortado y tenía unos rizos muy rebeldes que le cubrían las orejas y una parte de su lisa frente. Aquel corte de pelo les otorgaba mucha luz a sus ojos. Me di cuenta de que, cuando no me miraba, Oisín dirigía los ojos hacia Morgaine y se le asomaba a la mirada una extraña emoción que me costaba interpretar. Morgaine, a su vez, le sonreía sincera y tiernamente. Entonces advertí que entre ambos había nacido un vínculo muy curioso e inesperado.
Sé que no te quedarás mucho tiempo aquí, pero...
Oisín, ¿qué crees que sucedería si un hada de Lainaya bebiese sangre vampírica? —le pregunté nerviosa.
Eso es algo que nunca se ha hecho en Lainaya —me respondió titubeante.
De todas formas, ¿qué puede ocurrirme que sea peor que morir? —intervino Brisa con melancolía—. Shiny, vayamos a algún lugar que sea más íntimo y...
No creo que sea buena idea. La sangre vampírica tiene mucho poder y puede destruir tu interior, Brisa —la avisó Morgaine preocupada.
Morgaine, no creo que pueda sucederme nada malo. Solamente tomaré unas gotitas —intentó tranquilizarla Brisa.
¡Si nos quedamos ahora sin reina de Lainaya, será todo un desastre! —exclamó Morgaine con temor.
MI hijo Sauce se ha casado con una niedelf. Estoy segura de que dentro de poco será padre de una niedelf preciosa que podrá ser mi sucesora. Ya sabéis todos que un niedelf nace de la tierra, pero, si un niedelf se une a un audelf, se enlazan entonces el viento y la tierra y engendrar a un niedelf es mucho más sencillo. Deberán criarlo entre los dos en un lugar frío y seco. 
¿Los niedelfs, entonces, no pueden alumbrar a sus hijos? —preguntó Morgaine sorprendida.
No, no, es decir, sí, los alumbran cuando solamente son una semilla, los entierran y entonces aguardan a que vayan creciendo.
Es tan curioso todo... —susurró impresionada.
Lo más curioso es que de repente mi vida se haya llenado de luz —le sonrió Oisín.
Yo pensaba, Oisín, que te excitaban otros seres —se rió Lluvia con labia y picardía.
Sí, es cierto; pero en Lainaya no se sabe nunca qué puede ocurrir. Sé que Morgaine será la madre de mis hijos. Llenaremos de niadaes las aguas de Lainaya.
¡Eso será si a mí me apetece volver a ser madre! —exclamó Morgaine divertida.
No sé si te apetece tenerlos, pero hacerlos sí, ¿no? —le cuestionó Oisín acercándose a ella con sensualidad y tomándola después de la cintura.
Hacerlos, ¿tan pronto? Tendrás que ganártelo.
Entonces Morgaine se desprendió de los brazos de Oisín y se lanzó al agua riendo despreocupada. Oisín me guiñó un ojo y después se tiró al lago para perseguirla. Los dos se sumergieron bajo las aguas, nadando juguetona y sensualmente, el uno en pos del otro, alejándose de repente, escondiéndose entre las plantas y las rocas que alfombraban aquellas clarísimas profundidades, para después salirle al encuentro y sorprenderlo risueñamente.
¿Crees que tardará en ganárselo? —preguntó Lluvia divertida.
Qué va. Morgaine se ha hecho la remilgada delante de nosotras para quedar como una dama, pero en realidad le apetece tanto como a Oisín —respondió Brisa con calma.
¿Y cómo lo sabes? —quiso saber su hija.
Porque se le notaba en la mirada, en el cuerpo, en la forma de hablar, de observarlo... Una mujer no solamente habla con la voz.
Todavía tengo que aprender a detectar esos detalles tan sutiles.
Sí, porque el pobre Alain está cansado de insinuársete.
¿Quién es Alain? —me interesé.
Un estidelf que está loquito por los huesos de Lluvia y Lluvia no hace más que rehuirle.
Sé que ese estidelf siente tanto calor que necesita la frescura de una lluvia otoñal, pero a mí no me gusta.
¿Estás segura, hija? Se te ponen unos ojitos cuando lo ves o cuando se te acerca...
Es que es muy atractivo, pero anímicamente no me siento atada a él, mamá.
Eso también me ha ocurrido a mí muchas veces —me reí tiernamente. En esos momentos parecía como si el sufrimiento y el miedo hubiesen quedado irrevocablemente atrás.
Mirad, ya se van juntos —nos indicó Brisa mirando hacia el lago.
Entonces vimos que Morgaine tomaba de las manos a Oisín y se le acercaba tanto hasta confundir el matiz de su piel con el de la de Oisín. Entonces él la rodeó con sus brazos y se la llevó a un lugar que quedaba oculto a nuestros curiosos ojos. 
Llenarán de niadaes revoltosos las aguas de Lainaya —recordó Brisa sonriente—. No os imagináis lo traviesos que son los niadaes pequeños.
Sí, como todas las hadas de Lainaya —indicó Lluvia—. Yo también era muy traviesa.
No, Brisita no era nada traviesa —rememoré con cariño. Al hacerlo, la tristeza que había ignorado durante los últimos segundos regresó a mí y me hizo acordarme de por qué estábamos allí—. Quizá deberíamos irnos ya, Brisa, y...
Sí, sí, perdonad —atajó Lluvia—. Corre más prisa lo otro que esta conversación.
Solamente estábamos olvidándonos unos momentos de lo que sucede —la tranquilizó Brisa.
Entonces tomé de la mano a Brisa y ella miró unos instantes a Lluvia. Le acarició los cabellos y luego se inclinó hacia ella para darle un tierno beso en la frente. Se volteó antes de que Lluvia se diese cuenta de que a Brisa se le habían llenado los ojos de lágrimas.
Nos separamos de ella y, cuando tomé a Brisa en brazos para descender una costosa pendiente que nos llevaba a la intimidad de un rincón formado por troncos gruesos y ramas caídas, me comunicó:
Sé que no volveré a verla nunca más.
No es cierto, Brisa —la contradije con impotencia.
Aquí mismo, Shiny.
Entonces nos sentamos en el suelo; un suelo alfombrado por una hierba dulcemente mullida y por hojas caídas que crujían cuando el viento las rozaba. Brisa se inclinó sobre mi pecho y cerró los ojos, incapaz de saber qué debía hacer. Yo tampoco sabía cómo debía obrar.
Dime qué debo hacer.
Debes... 
No tengo colmillos como tú para morderte —me recordó intentando sonreírme, pero estaba tan asustada y triste que aquel intento de sonrisa no fue sino una mueca de lástima y pánico.
Brisa... mi Brisita...
Shiny, prométeme algo, por favor —me pidió con una voz susurrante.
Sí...
Dime, ¿eres feliz con Tsolen?
Sí, bueno, a ratos. A él también le cuesta entenderme y soportar mi tristeza.
¿Y Arthur ahora está solo donde vivía antes con Morgaine?
Sí.
Vuelve con él. Shiny, yo sé que amas a Tsolen, pero a Arthur lo amas mucho más. La Diosa no lo habría escogido para ser mi padre si no os amaseis tanto, te lo aseguro. Os une un vínculo poderosísimo que ni siquiera la muerte ha podido destruir, de veras.
No puedo hacer eso.
Shiny...
Brisa, no soy capaz de hacerle daño a Tsolen.
Tsolen te ama, pero lo entenderá.
Brisa hablaba cada vez con menos fuerza. Me percaté de que su pálida piel estaba desvaneciéndose, como si unas brumas la cubriesen, y de los ojos apenas le emanaba ese destello de luz que siempre me había hecho sentir dichosa de existir. Estaba apagándose. Su vida estaba apagándose y yo debía darme prisa en alargarla, en devolverle el esplendor que siempre se había desprendido de su ser.
Entonces, sin decirle nada más, me rasgué la piel del cuello y tomé la cabeza de Brisa entre mis manos para acercarle los labios a aquella herida sangrante.
No me prometas nada. Todo lo decidirá la Diosa —musitó antes de lamerme la herida. Noté que, cuando lo hizo, se estremeció, aunque no sé si fue de repulsión o de comodidad—. Sabe... sabe bien —musitó sonriendo.
Rogaba, continuamente, que Brisa no percibiese en la sangre que ingería las intensísimas ganas de llorar que me atacaban. Los ojos se me habían llenado de lágrimas, pero no me atrevía a retirármelas de las mejillas porque no quería soltar a Brisa, quien había cerrado los ojos y estaba concentrada en el sabor y en la textura de mi sangre. Cuando notaba que la tragaba, mi ser se llenaba de conformidad y a la vez de miedo.
Ya no bebas más, Brisa —la avisé con un susurro retirándole la cabeza de mi cuello.
¿Por qué no? Me gusta.
A ver si ahora vas a ser un hada vampiresa —me reí acariciándole los cabellos.
Brisa se quedó quieta, con los ojos cerrados, respirando cada vez más lentamente. Entonces me percaté de que se había quedado dormida entre mis brazos.
No la desperté, sino que permanecí quieta y queda intentando que el miedo no se me adhiriese más al corazón, esperando que transcurriesen unos cuantos minutos antes de extraerla de ese calmado sueño. Mientras la acunaba entre mis brazos, recordaba todas aquellas veces que la había dormido siendo ella una pequeña hadita indefensa. En esos momentos, ya había crecido, pero todavía seguía siendo para mí la misma niña que me llamó con su llanto cuando yo no quería saber nada de lo que me ocurría en ese mágico mundo. Recordé cuando me apeló por primera vez, evoqué lo bonito que había sido oír sus primeras palabras, ver sus primeros pasitos... y también compartir con ella el día en que se hizo mujer.

Mas Brisa seguía siendo la misma niña que se asustaba cuando su alrededor se llenaba de maldad, la misma que había temido a Alneth, comunicándomelo con un simple y rotundo «Alneth no». Aquel recuerdo me hizo sonreír. Qué inteligente y sabia había sido siempre Brisa, qué intuitiva y mágica... No, un ser como ella no podía marcharse de Lainaya ni de ningún otro mundo. No era necesario que Lainaya aguardase a que naciese y creciese el hijo o la hija de Sauce porque Brisa sería la reina suprema de Lainaya durante una incontable cantidad de siglos.

martes, 19 de julio de 2016

LA VISITA - 04. QUIERO SABER DE TI

4
Quiero saber de ti
Latía en mi corazón un anhelo, un recuerdo, una inquietud que se expresaba en forma de una melancolía que me anegaba el alma. Leyendo las palabras de Alex, había rememorado a todos aquellos seres que yo había querido con una locura inocente e inocua. De ese modo, cuando lloraba por lo pasado y lo que nunca volvería, mi memoria viajó en el tiempo hasta recuperar esos instantes que tan tiernamente yo había compartido con el único ser que de veras había nacido de mis entrañas, llevándose de mi interior una dulzura que el mundo jamás podría devolverme. 
Brisa aparecía en mis recuerdos, reluciente y mágica, brillando y a la vez mirándome con nostalgia, como si me recriminase que no hubiese vuelto a Lainaya después de marcharme de una forma tan triste. Parecía como si, en la lejanía de esos recuerdos, Brisa hubiese olvidado que yo había anhelado desesperadamente permanecer junto a ella en su mágico mundo. No quisieron alojarme en esa tierra eternamente hermosa y yo me había alejado de allí sintiendo en el alma un pesar que no tenía ni principio ni fin, olvidando allí la capacidad de seguir soñando y luchando por la inocencia de la vida. 
Quería saber de ella. Aquel deseo se me clavaba en el alma como si de un puñal interminable se tratase. No podía silenciarlo, por mucho que intentase convencerme de que nunca más podría volver a Lainaya. Brisa era mi hija; la única hija que yo tendría en la vida. No podía abandonarla para siempre. Quien creyese que yo podría vivir sin conocer su estado, sin saber cómo vivía y qué sentía realmente no tenía ni idea de lo que significaba el amor de una madre al fruto de sus entrañas. 
Supe que la única forma de saber cómo se encontraba Brisa era pidiéndole ayuda a Artemisa. Ella parecía conocer todos los secretos para comunicarse con otros mundos. Así pues, dejando atrás mis lágrimas, salí de aquella alcoba que tanta intimidad me había ofrecido para asomarme una vez más a los sentimientos de Alex y recorrí los pasillos que me llevarían hasta la vera de aquellas dos mujeres que tanto me apreciaban sin que yo apenas les hubiese entregado una pequeña parte de mi existencia. 
Cuando llegué al salón en el que tan amenamente habíamos conversado, me sobresalté muchísimo al comprobar que aquel lugar estaba invadido por la soledad y el silencio más profundos. No quedaba ni rastro de la lumbre que nos había entregado tanto calor y la luz que había alumbrado nuestros instantes se había desvanecido. El frío más inquebrantable se había adentrado allí convirtiendo aquel hogar en la morada del invierno. Estaba completamente sola. No había nadie a mi lado que pudiese ayudarme.
Desorientada, corrí hacia el exterior. El bosque también estaba inundado de silencio. Mi desconcierto y mi inseguridad se acrecieron cuando me percaté de que el alba ya se acercaba. Se adivinaban, tras las copas de los árboles, los primeros destellos de un nuevo día.
Presentí que aquel día que nacía más allá de las montañas sería gélido y vacío, silente y tierno a la vez. Una fina capa de nubes grises cubría el empiece de la mañana, oscureciendo el esplendor con el que aquella luminiscencia naciente podía esconder las sombras de la noche. 
Hacía tanto frío que el aire que yo introducía en mi cuerpo de forma lenta e imprecisa me helaba la sangre. Los aromas de la madrugada eran distantes, estaban atenuados por el congelado aliento de aquella triste noche. El vacío que me rodeaba era absoluto. Ni siquiera los árboles parecían hallarse a mi lado. 
No obstante, empecé a caminar sin saber muy bien a dónde quería llegar. Sabía que en algún momento de la mañana aparecería ante mí la senda que podía llevarme hasta el lugar que me protegería del alba. Entre los árboles trataba continuamente de adivinar la sombra de algún hogar abandonado o la de aquel castillo en el que me había encontrado con Artemisa y con la ausencia de todos los detalles que podían ayudarme a evocar los recuerdos de los momentos que había vivido allí. 
La mañana se doraba sobre mí, y no conseguía encontrar esa senda que podía ayudarme a ampararme de la creciente luz del día. Además, no podía desprenderme de la preocupación que me había anegado el alma cuando había pensado en Brisita. Incesantemente me preguntaba qué sería de ella, cómo estaría, cómo sería su vida, y no conocer las respuestas a tales inquietantes preguntas me desasosegaba profundamente. 
Sinéad, Sinéad.
Mi nombre sonó en una voz llena de intranquilidad y miedo. Me asustó oír que alguien me llamaba con tanta prisa e inquietud, como si ante mí tuviese el borde de un abismo interminable. Me detuve y miré a mi alrededor para descubrir quién me había apelado de ese modo tan desasosegante.
Soy yo, Sinéad.
No reconocía la voz que me llamaba con tanta seguridad y a la vez cariño. Yo detectaba cariño en la forma como me apelaba; lo cual me preocupaba mucho más, puesto que siempre me ha inquietado mucho que alguien me reconozca sin que yo sepa quién es. 
No sé quién eres —le contesté con timidez.
Hace tanto tiempo que nos vimos por última vez que te resulta costoso recordarme, lo entiendo.
Era una voz femenina, muy dulce y calmada. Procedía del interior de un árbol con el tronco muy grueso. Me acerqué a aquel árbol notando que las manos me temblaban y deslicé los dedos por su poderosa corteza; la que estaba alisada por el viento y el paso del tiempo. Entonces, debajo de mis dedos, la madera cedió y apareció ante mí un hueco que me invitaba a adentrarme en aquel tronco que era sin embargo un hogar confortable y acogedor.
Pasa. Creo que a ninguna de las dos nos conviene que la luz del día nos toque la piel.
Cuando me introduje en aquel hogar tan misterioso, entonces me encontré con quien me había llamado con tanto cariño, como si hubiese compartido conmigo un sinfín de instantes. Entonces, me sobrecogí profundamente al descubrir quién era la mujer que me había protegido del alba.
No te acuerdas de mí porque es complicado recordarme cuando me hallan fuera del mundo en el que siempre he vivido.
Sí, sí te recuerdo. Lo único que me sucedía era que no esperaba encontrarte en este mundo.
En realidad ambas formamos parte de la misma tierra. No obstante, la isla en la que yo siempre habité desde que me dieron por muerta está alejada de esta realidad. 
¿Qué haces aquí, Morgaine?
¿Y tú?
Yo vago perdida desde hace noches. Me desorienté cuando traté de...
¿Qué trataste de hacer?
Llegué a un castillo en el que habité durante muchos años y...
Pero ¿a qué lugar deseabas llegar?
Tenía ganas de llorar. Hasta entonces no había recordado dónde se encontraba el origen de todo aquello que me había sucedido hasta ese instante. Poder rememorarlo todo me hizo sentir desvalida. Los recuerdos de los instantes previos a hallarme en el castillo de Hispania me estremecían tanto que no podía evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Lo que más me conmovía, sin embargo, no era recordar que había fallado en el intento de huir de esta realidad, sino el hecho de que hasta esos momentos aquellos instantes se habían escondido tras una neblina que yo no había podido disipar, por mucho que me esforzase por traer a mi memoria el recuerdo de aquellos momentos. 
Dime, ¿adónde querías llegar? —me preguntó Morgaine de nuevo con mucha delicadeza y cariño.
A Lainaya —le contesté con timidez, sobrecogida y asustada.
¿Y qué ocurrió?
No pude. Me quedé encerrada en el viento, rodeada por unas brumas negrísimas que me impedían también regresar a mi mundo. De repente, cuando creía que para siempre vagaría perdida por esa dimensión oscura y vacía, me encontré corriendo por el bosque que rodea un castillo que...
¿Por qué no pudiste volver a Lainaya?
Porque no puedo regresar. Me expulsaron de esa tierra para siempre. No tengo permitido adentrarme en ese mágico mundo.
¿Por qué querías volver?
Para ver una vez más a Brisita, mi hijita, una última vez.
¿Una última vez?
Sí.
¿Por qué?
Pensaba dormir, dormir durante milenios.
¡Sinéad!
Lo sé, sé que todos pensáis que tengo que ser fuerte, que no debo rendirme, que tengo que luchar contra la tristeza y la maldad de este mundo porque la naturaleza no se merece perder a alguien como yo, que puede defenderla de cualquier adversidad; pero ninguno de vosotros está en mi piel. No tenéis mi alma en vuestro cuerpo, no tenéis que soportar mis sentimientos ni tampoco mis recuerdos. Ninguno de vosotros tiene ni la menor idea de lo que supone cargar con unos recuerdos tan dolorosos y con la tristeza nacida de darte cuenta de que todo lo que amaste un día durante muchos años está desvaneciéndose. Es cierto que no debemos rendirnos, pero llega un momento en el que te cansas de pugnar contra todo, como quien se agota al subir una cuesta muy inclinada. Yo necesito vivir en otra parte, y no hay ningún mundo que quiera acogerme. Estoy obligada a habitar en esta tierra enferma en la que cada vez se respetan menos los verdaderos sentimientos.
Yo te entiendo, Sinéad, créeme.
¿De veras? No sé si tú habrás visto morir a la naturaleza que tanto amé yo.
Sí. Verás, hace algunos meses que salí de Muirgéin para comprobar en qué estado se hallaba el mundo que abandoné hace tantos siglos. Me ha sorprendido mucho descubrir que los lares que yo tanto conocí no se asemejan en absoluto a los que formaron el escenario de mis días. Además, me he perdido. No sé volver a Muirgéin. Cuando creía que me alejaría ya de esas ciudades tan ruidosas y contaminadas, me encontraba con algún bosque desconocido. Así llegué hasta esta tierra que todavía conserva porciones bellísimas de naturaleza. Pude construirme este hogar en el interior de este árbol. Quiero volver a Muirgéin, pero no sé ir y además me da miedo hallarme perdida en medio de tanta modernidad.
¿De veras quieres volver?
Sí, al menos antes sí quería regresar. Dejé solo a Arthur...
Arthur... —musité sobrecogida. Hacía mucho tiempo que no pensaba en él. Al hacerlo, un ramalazo de dolor me agrietó el alma, pero tuve que disimular para que Morgaine no percibiese el desconsuelo que me había anegado la mirada.
Me espera y sé que estará desasosegado por mí. Hace muchos meses que me alejé de él.
¿Por qué lo hiciste? —intenté preguntarle con entereza, pero la voz me temblaba.
Por la misma razón que a ti ahora te ha llenado los ojos de lágrimas.
No, yo he empezado a llorar antes.
No es verdad. 
No lo entiendo.
Sinéad, el año pasado... bien, Arthur y yo pudimos ser felices un tiempo, aunque seguramente fue mucho más efímero de lo que creo; pero llegó un momento en el que me percaté de que, cuando estaba solo, lloraba y su mirada se llenaba de lejanía. Hablé con él y me confesó, con mucho esfuerzo, que nuestro amor tuvo sentido en el pasado. Sí pudimos revivirlo, pero...
No, Morgaine. Tú eres el amor de su vida. 
Fui el amor de su vida mortal, Sinéad, pero...
No, por favor, no, no, no, no revivas estos sentimientos —le rogué asustada, notando cómo el alma se me partía en dos y las lágrimas empezaban a resbalarme por las mejillas.
Es que yo no entiendo por qué estáis separados si tanto os amáis —se rió Morgaine, pero su risa no fue sino el eco de su llanto; el que ella intentaba esconder tras esa carcajada inocente. Cuando alguien ríe, le brillan los ojos y, sin embargo, de los suyos solamente se desprendía tristeza—. Yo sé que os amáis con locura. Entre vosotros existe un lazo mucho más poderoso que el que une agua y lluvia e intentar quebrarlo es tratar de romper el núcleo de la Tierra, Sinéad. 
No quiero sufrir más por él —susurré atemorizada.
¿Qué problema hay en que volváis a estar juntos?
No finjas, Morgaine. Esto te duele demasiado.
Sinéad, yo permanecí aguardando a Arthur durante muchísimos siglos sin saber ciertamente si él podía amarme de nuevo. Cuando recuperé su amor, me sentí dichosa y plena, supe que había merecido la pena esperarlo; pero hace poco descubrí que poder reunirnos una vez más sólo sirvió para despedirnos de todo lo que vivimos y sentimos.
Arthur tuvo un hijo contigo, Morgaine.
No, no, no tuvo un hijo conmigo ni yo tampoco tuve un hijo engendrado por él.
No importa.
Sí, Sinéad, sí importa. Nosotros no yacimos siendo nosotros mismos.
No quiero separaros más.
Pero es que no eres tú quien nos ha separado, Sinéad, es ese amor inquebrantable que sigue vivo después de que la muerte haya intentado distanciaros en tantas ocasiones.
Estás confundida.
No, no lo estoy.
¿Quieres regresar a Muirgéin? Yo puedo ayudarte a volver.
No, Sinéad. No quiero regresar a Muirgéin ni a ninguna parte. Me gustaría pedirte otro favor.
¿Cuál? —le pregunté sobrecogida y temerosa.
Puedes escoger entre matarme o llevarme a Lainaya.
¡No puedo hacer ninguna de las dos cosas! Y, aunque pudiese, jamás te mataría. ¿Cómo se te ocurre pedirme algo así?
Sinéad, no me apetece seguir viva en ninguna parte.
Entonces Morgaine arrancó a llorar desconsoladamente, pero su llanto era silencioso y profundo.
Ya he vivido suficiente —sollozaba—. Ha merecido la pena vivir si pude tener a Arthur conmigo una vez más, pero ya no...
¿De veras crees que él no te ama?
Fui el amor de su vida mortal, él mismo me lo reconoció. El amor de su vida inmortal eres tú. Él es tan infeliz, Sinéad... y, si él no es feliz, yo tampoco podré serlo y nunca más sonreiré. No merece entonces la pena vivir si él no es feliz. Yo seguía viva por él, porque sabía que en algún momento nos reencontraríamos, y eso fue posible. Puedo irme, ya puedo irme.
No quiero que te marches. Eres tan mágica...
Tú misma has protestado porque los demás te insistimos en que debes seguir luchando cuando realmente no te queda aliento para hacerlo. No me fuerces a mí también a existir en una vida que no me llena.
Sí, tienes razón. Yo no puedo matarte, no puedo, y tampoco puedo regresar a Lainaya. No se me permite.
Si la muerte no puede ser mi hogar, que lo sea esa tierra mágica donde eternamente seré un hada.
No vivirás eternamente.
No me importa. Quiero saber que mis días tienen fin. De ese modo podré disfrutar más de la vida. Dime, si a ti te dijesen ahora que vivirás cincuenta años más como mucho, ¿no cambiarían tus sentimientos? Tal vez sea la inmortalidad la que te hace tan infeliz.
No lo sé. Lo único que puedo asegurarte es que, cuando era humana, saber que mi vida era tan efímera y finita también me torturaba.
Sinéad, por favor, ayúdame a viajar a Lainaya.
No puedo hacerlo, Morgaine.
Tal vez, no pudieses lograrlo porque era solamente un interés egoísta lo que te hacía ansiar volver. Ahora, en cambio...
¿Te parece de veras que querer saber cómo está Brisita es un interés egoísta?
Sí, lo es, Sinéad. Ella no necesita que te esfuerces por regresar a Lainaya solamente porque anheles saber cómo está. Si a Brisita le sucediese algo, te aseguro que lo sabrías.
Morgaine, no puedo creerme que pienses de ese modo.
¡Yo no pienso de ese modo! —exclamó asustada—. Pienso como lo haría ella.
Brisita debe de sentirse muy sola —susurré con mucha lástima—, sobre todo porque no podía superar la muerte de Lianid.
Brisita no es como tú, Sinéad, ni como yo —sonrió con pena—. Brisita es mucho más fuerte de lo que piensas.
Morgaine, basta ya, por favor. Cada palabra que dices me duele más que las anteriores. No creo que superar la muerte de alguien o no dependa de la fortaleza de cada ser. Hay partidas con las que no podemos vivir porque quien se ha marchado estaba irrevocablemente unido a nuestra alma.
No lo niego, Sinéad; pero Brisita es fuerte, debe serlo, es la reina de Lainaya.
¿Cómo conoces todo eso?
Arthur me ha hablado de ese mundo. Fue él quien me propuso viajar allí para convertirme en una de sus preciosas hadas. Además, a él le consolaría mucho saber que Brisita me tiene cerca por si necesita algo. 
¿O sea que Arthur quiere que te conviertas en su madre, en la madre que ella no puede tener?
Puede que sí. Él sabe que tú no puedes estar a su lado. Él tampoco puede ir a Lainaya y cuidarla como su padre que es. 
Está bien, te ayudaré a viajar a Lainaya; pero, tal como te ha sucedido con Arthur, con el tiempo te darás cuenta de que todo amor es insustituible —le comuniqué con impotencia.
¿Qué te ocurre, Sinéad?
Nada que sea de tu incumbencia. ¿Quieres que te ayude a viajar a Lainaya? Está bien, lo intentaré, aunque me pierda entre los mundos y no pueda volver a mi tierra. No me importa. En esta vida ya nadie me echará de menos.
Sinéad, tranquilízate —me pidió tomándome de las manos.
No necesito tranquilizarme. Ahora siento la fuerza que requiero para viajar de una realidad a otra.
Estás muy alterada. 
No es cierto. Vayamos afuera.
Pero está amaneciendo, Sinéad —me recordó asustada.
¿Temes la luz?
Si la luz del día me toca, desapareceré. Ya sabes que me convierto en brumas cuando amanece.
A mí la luz puede hacerme mucho daño, y sin embargo estoy dispuesta a luchar contra mis miedos y mis instintos para llevarte a Lainaya cuanto antes. 
No escuché sus protestas, las que me intimidaban, aunque fingiese que la valentía más inquebrantable me había anegado el alma. Salí del árbol que tanto nos había protegido tomando de la mano a Morgaine, quien se había rendido ante mi indoblegable voluntad.
Cuando nos hallamos en el bosque, cubiertas por los destellos del día, entonces la abracé con fuerza y deseé, con un ahínco sobrecogedor, que Lainaya me atrajese hacia sí, aunque no me dejase adentrarme en su magia. Solamente quería alejar para siempre a Morgaine de ese mundo que no estaba hecho para ella. Sentía rabia, era cierto; rabia porque Morgaine, una vez más, podría gozar del amor de uno de los seres que yo más amaba en la vida, porque podría habitar junto a Brisita en mi lugar, porque tenía la posibilidad de distanciarse para siempre de la tierra enferma en la que yo estaba obligada a vivir. Cuando ella consiguiese introducirse en Lainaya, entonces el alma se me quebraría para siempre y estaba segura de que nadie lograría sanarme las heridas que me la horadarían.
¿Estás dispuesta?
No, no. Me encuentro mal. Estoy desvaneciéndome.
Entonces no hay tiempo que perder.
Aunque Morgaine no lo supiese, yo también me sentía a punto de estallar. Era cierto que la luz del día ya no podía matarme, pero sí podía notar cómo ésta me templaba insoportablemente la piel y hacía arder mi interior. También le oculté que, además de suplicar que la magia de Lainaya me atrajese hacia sí, le rogaba a Brisita, a través de la distancia, que me ayudase a realizar aquella misión.
Una fuerza estalló por dentro de mí, como si fuese una bola de luz y calor, y me ayudó a olvidarme de mis pesares y de mis injustas envidias. Entonces empecé a correr con Morgaine entre mis brazos hasta alcanzar una velocidad que a ella le hizo lanzar un alarido de sorpresa. Sin avisarla, me alcé hacia el cielo y comencé a volar bajo la grisácea y esplendorosa luz del día, rogando continuamente que mi alrededor se convirtiese en esas brumas que me permitirían alejarme de la Tierra para llegar hasta Lainaya.
¡Sinéad, tengo miedo! —protestó Morgaine aferrándose con mucha fuerza a mí.
No temas, Morgaine. 
Justo entonces la luz del día comenzó a oscurecerse, como si mi volar nos llevase de nuevo a la noche, y nuestro alrededor se convirtió en unas espesas brumas que nos impedían respirar con calma. Morgaine hiperventilaba a la vez que acrecía la fuerza con la que se asía a mí. Le pedí que cerrase los ojos y que no tuviese miedo. 
Justo en ese preciso instante fue cuando recordé que, la última vez que había tratado de regresar a Lainaya, me había perdido en ese punto, justo en ese momento en el que el aire de la magia me rodeaba y las brumas de la oscuridad me envolvían. Rogué con toda mi desesperación que ante nosotras apareciese la mágica tierra de Lainaya. No me sentía con fuerzas para esforzarme por volver a mi mundo, pues llevaba mucho tiempo sin alimentarme y el cambio de un mundo a otro me debilitaba excesivamente. 
Mas nada cambiaba a nuestro alrededor. Comencé a desesperarme. Morgaine, además, se desvanecía entre mis brazos, desaparecía como si, en lugar de hallarse a mi lado alguien tangible, tuviese aferrado a mí al eco de una vida. No podía abrir los ojos para comprobar cuál era su estado, pero podía intuir que la piel le había empalidecido y que apenas guardaba ya en su ser el rescoldo de la voz de su alma.
Sin embargo, justo entonces noté que alguien se acercaba a nosotras y que la arrancaba de mi lado, dejándome sola en medio de la nada. Quise gritar, pero no podía conseguir que mi voz emanase de mi pecho. Estaba encerrada en la frontera que separaba dos dimensiones completamente distintas y opuestas. Intenté alargar la mano para que alguien me la tomase, pero únicamente el viento oscuro de la magia me la tañó con fuerza. La escondí rápidamente, intuyendo que, si seguía permitiendo que aquel viento feroz me la acariciase, sería capaz de arrancármela.
Me hallaba completamente sola en aquella tierra de nadie, alejada de mi mundo y de Lainaya, perdida en la inmensidad de la nada. La desesperación más profunda se apoderó de todo mi ser y me llenó el alma de pánico. No obstante, enseguida me serené creyendo que era imposible que todas las hadas de Lainaya me dejasen perdida en aquel espacio intangible, incoloro y huracanado. 

No podía hablar, pero con la voz de mi mente rogaba continuamente que alguien me ayudase. No obstante, el tiempo (si es que en ese espacio vacuo el tiempo continuaba fluyendo) transcurría sin que nadie se comunicase conmigo. Cada vez me sentía más sola y abandonada. Entonces pensé que aquélla era una de las mejores formas de desaparecer, de perderme para siempre, de no volver a sufrir nunca más, de dejar el dolor y la tristeza atrás. Si de veras me desvanecía en aquel momento, todo lo que me atería el alma desaparecería también. Podría morir en paz.