martes, 23 de junio de 2015

REGRESANDO A LAINAYA - 04. SER UNA SOMBRA EN LAINAYA


REGRESANDO A LAINAYA
04
SER UNA SOMBRA EN LAINAYA
La luz del día se hizo mucho más brillante mientras nosotros nos mezclábamos con el olor y la fresca textura del agua. Permanecimos bañándonos en ese río hasta que notamos que nuestra piel se estremecía y nuestra alma deseaba recuperar la sequedad de la tierra. Eros y yo disfrutamos como niños del movimiento de las olas de aquella caudalosa corriente, de la cantidad de matices que se escondían en sus profundidades y de lo divertido que era olvidarse de la tristeza entre los brazos de la esencia de la vida.
Cuando nuestro ameno, hermoso y divertido baño terminó, nos tumbamos en la mullida hierba que alfombraba aquel bosque de ensueño. Todavía me costaba creerme que estuviese en Lainaya. Miraba al cielo, dejándome deslumbrar por su poderosa y luminosa tonalidad azulada, y me parecía que en realidad estaba soñando y que aquellos momentos formaban parte de la fantasía más exquisita y preciosa; pero de repente el aroma del viento me recordaba dónde me hallaba, me desvelaba que todo lo que me rodeaba era real, que mi presente de nuevo se había mezclado con la existencia de Lainaya y que podía restar en ese mundo hasta que la misma Diosa me indicase que debía regresar a mi vida.
Mas, cuando pensaba en mi existencia, por dentro de mí nacía un infinito rechazo a todo lo que había dejado atrás al adentrarme en Lainaya. Aquel rechazo crecía como si de un árbol se tratase,, arraigando en mi alma, construyendo su tronco con los sentimientos puros que me invadían el corazón cuando me hallaba en Lainaya y teniendo como raíces todos los deseos que me dominaban cuando aquella mágica tierra se convertía en mi hogar. No, no quería irme de allí. No quería abandonar ese cielo tan inmaculado, no quería dejar de aspirar las bellísimas fragancias que llenaban los bosques, no quería cesar de oír la voz de todos esos pájaros que cantaban en los árboles.
Sin embargo, mientras me encontrase allí, intentaría no pensar en nuestra partida. Trataría de disfrutar de cada instante que la Diosa me permitiese vivir en aquella tierra tan inocente. Eros parecía sentir exactamente las mismas sensaciones que yo, pues cada vez que yo sonreía él también lo hacía, mirándome además a los ojos con una profundidad que me sobrecogía. Nuestro amor parecía formar parte del ambiente, ser también el reflejo de las nubes en el agua, el sonido del río al discurrir entre las piedras, el aroma de las flores y de la hierba. Nuestro alrededor estaba cargado de percepciones tan vivas como la luz de aquella mañana.
     Estás hermosísima, Sinéad. Te brillan los ojos como hacía mucho tiempo que no te fulguraban, cariño.
Aquellas palabras me estremecieron y provocaron que un tierno y cálido escalofrío se repartiese por todo mi ser. No me habían conmovido únicamente por lo bellas que eran, sino porque revelaban una verdad a la que yo no había querido prestarle atención desde que me había adentrado en Lainaya; esa realidad que construía mi presente; el que estaba vacío, en el que me sentía incompleta. Entonces comprendí por qué llevaba tanto tiempo notando que mi alma estaba fragmentada. Desde hacía un tiempo incontable, yo no había vuelto a percibirme totalmente feliz. Ni siquiera lo había sido en Muirgéin, donde se suponía que podía desconectarme de todos los sentimientos asfixiantes que dominaban mi vida.
Eros tenía razón; los ojos me resplandecían, y me resplandecían porque en esos momentos me sentía completamente feliz. No había nada que ensombreciese mi alma. Únicamente me desasosegaba, como una espinita punzante, saber que Brisita estaba sufriendo la pérdida de Lianid; pero, cuando aquella realidad se chocaba contra mis recuerdos, una mano frágil y a la vez poderosa la apartaba de mí para que mi alma no se llenase de tristeza. Aquella mano parecía ser el reflejo de nuestro entorno. Era como si la naturaleza tuviese vida propia y se hubiese materializado en unos dedos que me acariciaban todo el espíritu.
No obstante, no podía ser egoísta. No podía olvidar e ignorar el sufrimiento de mi hijita. Ya había disfrutado suficiente del esplendor de la magia de Lainaya. Ahora debía acudir junto a Brisita y sus hijitos para acompañarlos en aquel momento tan complicado. Además, aunque hubiese acudido a Lainaya para vivir aquel enlace tan importante y especial, no me importaba ausentarme a la boda de Zelm y Aliad para así estar junto a Brisita, intentando que la lástima no ensombreciese sus ojos para siempre.
     Deberíamos regresar —le advertí a Eros con paciencia y ternura mientras me abrazaba más a él. Todavía esperábamos que el sol nos secase la piel y los cabellos—. Tenemos que estar junto a Brisita, Lluvia y Sauce. Este momento es muy triste y no podemos dejarlos solos.
     Sí, tenemos que ir con ellos, es cierto; pero es que hacía tanto tiempo que no me sentía tan sereno, Sinéad... Además, estás tan hermosa... —musitó con placer mientras deslizaba sus dedos por mi desnuda piel—. Estás tan apetecible...
     ¡Eros, no seas traviesito! —me reí gozosa al notar sus tibias y amorosas caricias—. Vayamos... antes de que sea más tarde y se pregunten dónde estamos.
     Sí, tienes razón. No sé lo que me pasa. Es esta magia que me descontrola —se excusó sonriéndome pícaramente— o eres tú quien me despista demasiado... Estás tan preciosa, Shiny...
     Tú también estás muy hermoso con esas orejitas tan tiernas —me reí con inocencia acariciándole las orejitas—. Por cierto... ahora que pienso... ¡todavía no hemos visto a Scarlya!
     ¡Aibá, es verdad! Pues tendremos que preguntarle a Brisita...
     Quizá Brisita no quiera ni oír hablar de ella...
     Scarlya no tiene la culpa de nada, Shiny; pero es posible que tengas razón. Vistámonos y busquémosla...
Cuando nos hubimos vestido, comenzamos a caminar por entre los árboles, disfrutando de la magnificencia de la luz de la mañana; la que hacía resplandecer las hojas de los árboles perennes y de las flores que crecían tímidamente entre los troncos y los tallos de hierba. Además, podíamos percibir lejanamente el canto de algunas aves que buscaban el frescor del otoño en lo más recóndito de los bosques de la región de aquella estación tan nostálgica. Me preguntaba, continuamente, cómo era posible que la región del otoño tuviese un aspecto tan distinto al que yo había conocido cuando me había hallado en Lainaya en busca de Lumia... El lugar donde estaba emplazado el hogar de Brisita parecía, más bien, pertenecer a la región de la primavera. Aunque Brisita me hubiese explicado que aquella zona se encontraba más cercana a la región de la primavera, me costaba creer que ésta fuese parte de la del otoño. Lainaya guardaba muchos más misterios de los que yo me imaginaba, misterios que posiblemente nunca podría conocer plenamente.
Sin darnos casi cuenta, llegamos a un lugar donde los árboles creaban sendas más estrechas. El canto de los pájaros se había vuelto casi silencioso y cauteloso y soplaba un viento muy fresco que parecía provenir de lo más hondo de la tierra. Olía a humedad, a savia, a hojas secas, a vida, incluso a frutos maduros.
     Qué bonito es esto —observé con admiración.
Nos habíamos adentrado en un bosque mucho más denso que el que rodeaba el hogar de Brisita. Me percaté de que aquel lugar se asemejaba mucho más a lo que yo había conocido de la región del otoño. Sin embargo, había algo en el ambiente que me resultaba mucho más inocente que la atmósfera que nos había rodeado cuando nos habíamos hallado en busca de la morada de Cerinia. Entonces me planteé la posibilidad de que fuese la ausencia de la oscuridad, gobernada por Alneth, la que procuraba que aquel bosque destilase tanta calma y tanta magia.
Eros no me objetó nada cuando aceleré mi paso para adentrarme más profundamente en la espesura de aquella naturaleza. Era como si algo nos atrajese hacia el corazón del bosque. El silbar de algunas aves provocaba ecos que se colaban entre el vacío de los árboles y cada vez era más difícil proseguir la senda por la que caminábamos.
Cuando creí que permaneceríamos caminando durante todo el día, algo sonó entre las plantas. Fue un siseo muy tenue que portó en su sonar el eco de un suspiro de sorpresa. Al oír aquel rumor tan suave, nos detuvimos de pronto y observamos a nuestro alrededor en busca del origen de aquel sonido tan sutil. Entonces, de repente, nos encontramos con unos ojos redondos y profundamente azules que nos miraban con intriga y a la vez felicidad.
     Hola —nos saludó de súbito aquel ser tan brillante. Enseguida me percaté de que se trataba de un tipo de hada que no había conocido nunca—. ¿Quiénes sois? Sois heidelfs, pero nunca os he visto —nos sonrió con mucha amabilidad.
     Me llamo Sinéad y él es Eros. En verdad no vivimos en Lainaya; pero formamos parte de su destino hace mucho tiempo —le expliqué con temor a que se asustase y se desvaneciese.
     ¡Ah, eres Sinéad! He oído  hablar mucho de ti, de vosotros —rectificó mirando a Eros—. Vosotros sois los que ayudasteis a la actual reina de Lainaya a acabar con la oscuridad que amenazaba nuestro hogar —siguió sonriéndonos con una inocencia completamente inmaculada y reluciente; una inocencia que me conmovió profundamente. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con una mirada tan carente de maldad—. Yo me llamo Siduna —se presentó acercándose más a nosotros. Lo hizo volando tibiamente sobre las plantas—. Es un placer conoceros —nos confesó alargándonos su mano diestra. Yo se la tomé con temor y mucha delicadeza. Entonces noté que su piel era tibia y muy suave—. Vivo por aquí cerca. Si queréis, puedo invitaros a mi hogar y tomáis algo. Quizá estéis hambrientos —se rió alegremente.
     No, lo cierto es que no tenemos hambre, pero te agradecemos mucho tu invitación, Siduna. Tienes un nombre precioso —respondió Eros con cortesía.
     En lainayés significa noche de luz.
     Qué bonito... Además, eres hermosísima, Siduna. ¿Qué eres?
Siduna era un hada inmensamente curiosa cuyo aspecto me desconcertaba un poco. Tenía alitas transparentes en forma de mariposa, vestía de verde y no tenía orejitas como las de los heidelfs o los audelfs, y en verdad era aquello lo que más me desorientaba, puesto que, si tenía esas alitas, era necesario que tuviese orejitas de heidelf, y, por el contrario, si no tenía orejitas, tampoco tenía por qué poseer alitas. Tampoco se parecía a una estidelf, ya que carecía de las antenitas que éstos tenían en la cabeza. Su cabello era rubio como el oro más brillante y lo tenía peinado en una trenza que caía por su hombro izquierdo. Su rostro era redondo y sonriente y los ojos le destellaban de amor, de fascinación y de tanta inocencia que me empequeñecía cuando la miraba.
     En realidad soy un hadita muy rara, pues soy hija de un heidelf y de un estidelf —se rió al notar mi desconcierto—. Sí, es posible que los heidelfs y los estidelfs tengan hijos si se juntan, pero no es muy común... Hay más haditas como yo... Me parece que estamos creando una nueva especie de hadas. Todavía la Diosa no nos ha comunicado nuestro nombre, pero... no tardará en hacerlo. Somos ya más de diez y somos muy revoltosas —se rió alejándose lentamente de nosotros, volando con precisión y a la vez majestuosidad—. Venid, os presentaré a mis hermanitas.
     Pero... —me reí desorientada.
     ¿Qué te pasa, tienes miedo? —me preguntó volviendo hacia mí—. ¿Sabes que en Lainaya no vive ningún ser malvado?
     No lo digo por eso, Siduna —me reí tímidamente—. Es que... tememos molestaros...
     ¡No! ¡Venid, por favor! Mis hermanitas están deseando conocer a la madre de la reina de Lainaya —me aseguró sonriéndome con mucha luz; tras lo cual, empezó a volar veloz entre los árboles.
     ¡Espéranos, Siduna! —se rió Eros tomándome de la mano y corriendo tras ella.
     Nosotros también podemos volar, Eros. ¡Hagámoslo!
Sin pensar en nada, solamente disfrutando de ese instante, comenzamos a volar con inocencia y felicidad en pos de Siduna, quien, al ver que nos acercábamos a ella, empezó a reírse tiernamente.
Volamos a través de los árboles, sobre las plantas, incluso pasamos sobre un río de aguas cristalinas y quietas. Llegamos al fin a una cabaña muy pequeña hecha de troncos y ramas secas. El suelo estaba cubierto de hierba y de pétalos de flores. Siduna se detuvo enfrente de la puerta de aquel hogar; la que estaba hecha de hojas enormes enlazadas con la raíz de algunas plantas, y la abrió con mucha delicadeza. Nos invitó a pasar con una mirada llena de complacencia y felicidad. Me sobrecogía que aquel momento la ilusionase tanto.
     ¿Mecea? ¿Indilsa? —preguntó con una voz extrañada—. Qué raro, no están... Habrán salido a buscar flores...
     Podemos volver en otro momento —le ofrecí nerviosa. De repente me había acordado de Brisita—. En realidad tenemos cosas que hacer...
     ¿Qué cosas? ¡La vida en Lainaya es ociosa!
     Nosotros no vivimos en Lainaya y disponemos solamente de un día para...
     ¿Os vais mañana entonces? Qué pena... pero creo que no puedes irte, Sinéad —adujo desorientada.
     ¿Por qué?
     Todas las hadas de Lainaya tenemos la capacidad de ver más allá de este presente y en tu aura capto algo... algo extraño, como... No sé explicarlo —se excusó sonrojándose de pronto. El rubor de sus mejillas la volvió mucho más hermosa.
Quise preguntarle algo, pero de pronto oímos que alguien se acercaba a aquel hogar tan entrañable que despedía una intensa fragancia a flores. No se trataba de unos pasos, sino del rozar de unas alitas con el aire lo que nos alertó. Aquel sonido se asemejaba al volar de una libélula o de algún animalito inocente. Antes de que pudiésemos reaccionar, ante nosotros apareció una hadita muy similar a Siduna. También tenía los cabellos rubios, pero se los había peinado en una pequeña coletita coronada con una flor reluciente. Vestía de amarillo y tenía las alitas muy brillantes. El matiz de sus ojos era tan verde como las vestiduras de Siduna y parecía nacida de la nieve y a la vez de la hierba más fresca.
     ¿Qué haces aquí, Siduna? —le preguntó la nueva hadita con desorientación—. ¿Acaso no sabes lo que ha sucedido?
     ¿Qué? ¿Qué ha ocurrido? ¡No sé nada! —exclamó la pobre Siduna estremecida.
     Ha muerto el consorte de la reina de Lainaya... —le reveló con sublimidad.
     ¿Cómo? ¡Yo pensaba que Ugvia lo salvaría!
     No, no lo ha salvado. Ha quebrado las normas más esenciales...
     ¡Pero lo hizo por despecho! ¡No podía perdonarse el error que había cometido! ¡Eso lo sabe toda Lainaya! ¿Por qué Ugvia no se ha dado cuenta?
     Pues porque a Ugvia lo que le interesa es que ha quebrado las leyes, independientemente de por qué lo haya hecho... No es injusta. Solamente actúa como la naturaleza desee que actúe.
     Pero ¿qué dices? ¡Ugvia y la naturaleza son la misma cosa!
     Pero la naturaleza de Lainaya no puede acoger a un ser que ha perdido la cabeza por rencor a sí mismo, Siduna.
     Yo no quería que muriese.
     Nadie lo quería, cariño... Huy —exclamó de pronto aquella dorada hadita mirándonos desorientada—. ¿Quiénes sois vosotros?
     Ella es la madre de la reina —le explicó Siduna con ternura, aunque los ojos ya no le brillaban como antes—. Y él es Eros...
     ¿Y qué hacéis aquí cuando Brisita está inmensamente triste? La boda de Zelm y de Aliad se ha suspendido... —nos comunicó nerviosa—. No podemos celebrar nada cuando se ha ido un habitante de Lainaya.
     ¿Entonces nosotros qué podemos hacer? No creo que Ugvia nos permita regresar más veces... —divagó Eros sobrecogido.
     Tú no sé si volverás en mucho tiempo cuando te marches, pero Sinéad sí tiene que regresar... —aportó Siduna—; pero ahora no os preocupéis ni por la marcha ni por la vuelta. Ay, por cierto, ella es Indilsa, mi hermanita.
     Encantados de conocerte, Indilsa... —le sonreí.
     Gracias, para mí también es un placer conocer a la madre de la reina de Lainaya. Qué pena que no vivas aquí con nosotros.
     Yo también lo lamento, te lo aseguro.
     ¿Y qué es del papá de Brisita? Tengo entendido que tampoco vivía en Lainaya, pero, cuando murió, la Diosa permitió que se adentrase en nuestro mundo... ¿Dónde está? —quiso saber Indilsa.
     Tuvo que marcharse.
     ¿Y cómo puedes vivir sin él? Todo hijo nacido en Lainaya no está creado solamente por las haditas que lo engendraron, sino sobre todo por el amor que sentían...
     Es una historia muy larga, Indilsa... Si tengo tiempo, te la explicaré; pero ahora debemos acudir junto a Brisa y sus hijitos.
     Sí, es cierto. Lamento mucho que tengas que ver cómo Lainaya se cubre de despedida y de duelo... —indicó Siduna con nostalgia.
     Os acompañaremos hacia el hogar de Brisa. Por la tarde celebraremos una ceremonia solemne para despedirnos del espíritu de Lianid —nos comunicó Indilsa. Me costaba creer que unos ojos tan brillantes y hermosos pudiesen desprender tanta melancolía—. Cuando un hada de Lainaya se marcha, se apaga un poco más su luz...
     Lo lamento... —susurré.
     ¿Tú provienes de la Tierra, verdad? —me preguntó Indilsa cuando ya volábamos hacia el hogar de Brisita.
     Sí, provenimos de la Tierra —contestó Eros con una voz muy extraña.
     ¿Sabéis que desde ese lugar es posible matar a las haditas de Lainaya? Solamente basta con negar nuestra existencia para que una de nosotras muera. Claro que, para negarnos, es necesario no creer en nada, no tener ni la más sutil sombra de magia en el alma. Es complicado matarnos a través de la negación; pero, lamentablemente, cada vez hay más seres que reniegan de nuestra existencia y nos creen simplemente una fantasía. Hace muchos siglos, también dejó de creerse mucho en nosotras y por eso la población de Lainaya disminuyó mucho. Nos cuesta mucho reponernos de la pérdida de la fe, pero cada vez somos más fuertes y nacen cada vez más haditas.
     Ay, eso es muy triste. No lo sabía —me lamenté con vergüenza.
     Lainaya guarda muchos misterios, Sinéad —aportó Siduna con sublimidad—. A veces ni siquiera las haditas de Lainaya conocemos todos sus secretos.
     Solamente los conocen las reinas y, para lograrlo, tienen que reinar durante mucho tiempo —prosiguió Indilsa.
La conversación que manteníamos era sublime y contrastaba con la apariencia brillante de aquellas haditas tan hermosas. Volamos cada vez más raudo a través del bosque hasta que divisamos la casita de Brisita entre los lejanos árboles; pero, antes de alcanzar nuestro destino, algo interrumpió nuestro vuelo. Se trataba de un llamado animado y a la vez desesperado que procedía de la orilla de aquel río donde Eros y yo nos habíamos bañado tan amenamente. Me fijé en que quien nos llamaba era otra hadita, esta vez con los cabellos rojizos, que se acercaba volando hacia nosotros.
     ¡Indilsa! ¡Siduna! ¡Por fin os encuentro! —expresó atolondrada cuando se situó a nuestro lado—. Llevo buscándoos toda la mañana...
     ¿Qué ocurre, Mecea? —le preguntó Indilsa. Tuve la sensación de que Indilsa era mucho más seria que Mecea o Siduna.
     Pues resulta que vengo del hogar de la reina y me ha dicho que la boda sí se celebrará. No quiere que nada se interrumpa con la tristeza. Lluvia y Sauce también están de acuerdo —nos explicó nerviosa.
     ¿Cómo es posible que no quiera guardarle al menos una tarde de luto? —se preguntó Siduna con inocencia.
     No podemos guardarle una tarde de luto a una hadita de Lainaya que haya renegado de su hogar —explicó Mecea—. No os preocupéis por nada. La reina asegura que no le demostrará a nadie cómo se siente para no arruinar el enlace de Aliad y Zelm...
     Pobrecita, eso no es justo —indiqué con pena—. Tiene todo el derecho del mundo a llorar la pérdida de Lianid...
     ¿Tú eres Sinéad? —me preguntó Mecea extrañada—. Qué pena que hayas venido en un momento tan triste. Normalmente, la vida de Lainaya es serena y alegre; pero todo se turbó un poco cuando... cuando Lianid se volvió loco de tristeza y rabia. Se enfureció tanto consigo mismo que solamente deseaba la muerte para él... Me da mucha pena todo esto —susurró con lástima.
     Sí, todo esto es muy triste, pero no me arrepiento de haber venido, así puedo apoyar a mi hijita en todo lo que necesite.
     La reina es muy reservada. Nunca le cuenta a nadie lo que piensa o lo que siente —comentó Indilsa mientras reemprendíamos nuestro vuelo hacia el hogar de Brisita—. Es muy amable y dulce con todos nosotros. Nunca nos niega nada y nos ayuda en todo lo que necesitamos; pero todas las hadas de Lainaya notamos que en su corazón guarda una tristeza de la que no le habla a nadie...
Mientras Indilsa me contaba todo esto, involuntariamente, yo rememoraba nítidamente todo lo que había vivido en Lainaya. Sin saber por qué, empecé a acordarme de todos esos seres a los que tanto cariño les había tomado. Mi mente se llenó del recuerdo de esas hadas que tanto me habían respetado y querido. De repente, sin controlar mis pensamientos, mi memoria me trajo al alma el recuerdo de una de las haditas que más me habían ayudado en Lainaya. Su recuerdo me pareció húmedo y verdoso como su existencia...
     Me alegra que seáis felices con Brisita y que la queráis tanto... —les agradecí con amor.
     Sí, la queremos mucho todos —contestaron las tres haditas al mismo tiempo.
     ¿Puedo preguntaros algo?
     Sí, Sinéad. Por supuesto —me ofreció Siduna.
     ¿Sabéis algo de Oisín? ¿Cómo está?
     ¡Oisín! —se rió Siduna—. ¡Pero si apenas podemos hablar con él! ¿No sabes que siempre ha sido muy huraño? —siguió riéndose con cariño.
     Ay... A mí no me lo pareció... Oisín es pura bondad.
     No, no sabemos nada de él; pero puedes ir a visitarlo si lo deseas.
Al pensar en aquella posibilidad, me estremecí sutilmente. Me acordé de lo oscuras y frías que eran las aguas que protegían el hogar de Oisín y de todo lo que había sufrido cuando navegamos por el mar dulce de donde nacían todos los ríos de Lainaya. No obstante, mi alma me advirtió de que, probablemente, la morada de Oisín ya no se presentase tan sobrecogedora ante mis ojos. Aquellos momentos vividos en aquel lugar tan recóndito e inhóspito estaban amenazados por la presencia de la oscuridad y de un ser inmensamente malvado que deseaba destruir toda la magia que resplandecía en Lainaya.
     Sí, quiero ir a verlo... pero no sé si me dará tiempo.
     No es necesario que vayas a verlo si al final se celebra la boda de Aliad y Zelm —adujo Indilsa con serenidad.
     ¡Es verdad! —se rió Siduna—. La verdad es que tengo muchas ganas de verlo. Solamente hemos estado juntos una vez y me trató muy bien. No pude evitar cogerle cariño —nos confesó tímidamente.
     Yo creo que te enamoraste un poquito de él —sonrió Mecea con ingenuidad.
     ¡Eso no es cierto! Ay, Mecea, siempre me torturas con lo mismo —protestó Siduna completamente sonrojada.
     ¿A Oisín nunca se le ha conocido amor? —les pregunté con curiosidad.
     No, nunca; pero nadie descarta que se haya enamorado alguna vez. No obstante, vive tan solo que... que parece imposible que en su corazón guarde sentimientos tan... complicados... —divagó Mecea.
     Yo creo que a Oisín le gustan las hadas fortachonas como los estidelfs. A lo mejor se ha enamorado de Aliad o Raimund. Los niadaes creen que tienen que apagar el fuego de los estidelfs y seguro que Oisín ha deseado refrescar a más de un estidelf —se rió Indilsa con picardía.
     ¡No es verdad! —volvió a quejarse Siduna con tristeza—. No empecéis con esas hipótesis...
     ¡Huy! ¿Te hace daño que propongamos que a Oisín le gusta Aliad? —se rió Mecea con complicidad—. Entonces quiere decir que... que sí es cierto que estás enamoradita de él —seguía riéndose con dulzura—. No te avergüences de lo que sientes, Siduna. Todas nos enamoramos.
     Pero es que yo no estoy enamorada de Oisín —negó con vergüenza.
     Claro, por eso se te han sonrojado las mejillas.
Al fin, llegamos al hogar de Brisita. Las tres haditas que nos habían acompañado se despidieron de nosotros con complacencia, felicidad y simpatía y se esfumaron entre las esponjosas nubes que adornaban aquel azulado y brillante firmamento. Mecea, cuyos cabellos rojizos resplandecían bajo el sol del mediodía, se volteó antes de desaparecer definitivamente para lanzarnos una mirada de ilusión y dulzura. Me fijé en que, sobre todo, había mirado profundamente a Eros a los ojos.
     Qué encantadoras son, ¿verdad? —le dije mientras nos acercábamos, ya caminando, hacia la puerta de la morada de Brisa—. Su presencia me ha llenado el alma de serenidad.
     Sí —me contestó secamente.
     ¿Qué te sucede, Eros? —le pregunté estremecida.
     Nada, Shiny, nada. Estoy cansado, eso es todo.
     ¿Cansado? Ahora comeremos y...
     No se trata de eso —me interrumpió bruscamente, deteniendo a la vez su paso—. Es que parece como si yo no significase nada en Lainaya, y es que lo entiendo. Yo no soy el padre de Brisa. Si las hadas de Lainaya tienen que recordar a alguien que te amó con locura, se acordarán de Arthur. Yo no soy nada, nada. No sé para qué has venido conmigo, no sé para qué estoy aquí... —me confesó nervioso y desconsolado.
     Eros, sabes perfectamente que nada de lo que estás diciendo es cierto, amor mío. Claro que significas mucho para mí, en Lainaya y en donde sea, y sí tienes lugar en este mundo, vida mía. Estoy segura de que en esta tierra tienes un puesto más importante de lo que te imaginas, cariño... Siento por dentro de mí que hay algo que cambiará...
     Sinéad, lo que a mí me duele no es el presente, sino el pasado. Es como si yo no hubiese estado aquí nunca, nunca, y creo recordar que yo también ayudé a Brisita y a los demás a lograr expulsar de Lainaya la oscuridad que la amenazaba. ¡Yo también puse mi vida en peligro para poder salvar Lainaya! ¡Y parece que de eso nadie se acuerda, nadie! —exclamó a punto de ponerse a llorar—. Lo pasé realmente mal en ese viaje que todos hicimos, principalmente, porque en muchas ocasiones sentí que te perdía... ¡Y nadie le otorga importancia a eso, Shiny!
     Claro que se la otorgan, cariño. Ya has oído a Siduna... Nos recuerdan en Lainaya precisamente porque la salvamos de la destrucción.
     En realidad siempre me convierto en una sombra cuando estoy a tu lado, y es totalmente comprensible, Sinéad, de veras.
     No quiero que te sientas así, cariño. Tú no eres ninguna sombra, pues eres mi luz, vida mía, toda mi luz —lo consolé mientras lo abrazaba—. No vuelvas a pensar nada de eso, por favor...
     No sé, Sinéad, me siento raro...
     Entremos y busquemos a Brisita. Tal vez pueda indicarnos dónde podemos encontrar a Scarlya. Creo que nos hará mucho bien verla —le sonreí con amor.
     Sí, es cierto. Al final no la hemos buscado —se estremeció.
Entonces, cuando Eros se hubo repuesto de su ataque de nostalgia, nos adentramos en el hogar de Brisita esperando encontrarla en algún lugar donde pudiésemos respirar y comer serenamente. Lo cierto era que estaba hambrienta y necesitaba reponerme un poco; pero sobre todo ansiaba poder conversar calmadamente con mi hijita para saber qué tipo de experiencias nos quedaban por vivir en Lainaya. No deseaba que el tiempo del que disponíamos se agotase sin que pudiésemos vivir todo lo que la Diosa hubiese previsto para nosotros.