REGRESANDO A LAINAYA
03
EL ABRAZO DE LA MAGIA
El amanecer ya había incendiado
el cielo cuando al fin nos dispusimos a marcharnos de allí para viajar hacia
Lainaya. Notaba que, a través de la distancia, aquella mágica tierra me llamaba
con desesperación e ilusión. Estaba deseando hallarme entre sus grandes y
poderosos árboles, caminando por sus eternos y maravillosos bosques y escuchando
el rumor de sus más cristalinos ríos. Además, ansiaba conocer al fin a los
hijitos de Brisita. Estaba segura de que serían unas haditas encantadoras y muy
risueñas que llenarían la vida de inocencia y sonrisas brillantes.
Brisita y Eros habían conversado
durante toda la noche mientras yo me hallaba junto a Leonard y mientras me
dedicaba a bañarme y a preparar mi equipaje. Lejanamente había oído cómo
Brisita le hablaba a Eros sobre su vida en Lainaya, sobre las responsabilidades
que tenía que atender siendo reina, de sus hijitos, de cuánto los quería y
cuánto adoraba estar con ellos. Todas las palabras con las que Brisita se
refería a su existencia estaban teñidas de inocencia y pureza; pero, sin
embargo, había algo en su voz que me demostraba que en su alma tenía una herida
muy honda que ella deseaba ocultar tras sonrisas hermosísimas y luminosas. Me
pregunté si Eros también se habría apercibido de que Brisita no estaba tan
animada como anhelaba hacernos creer.
Mas, antes de partir hacia
Lainaya, cuando estaba a punto de acabar de ordenar nuestra alcoba para
proteger nuestros objetos más queridos, Eros se adentró en aquella entrañable
estancia y me miró con curiosidad y preocupación. Enseguida supe que había advertido
que no estaba serena.
Cerró la puerta tras de sí y se
acercó a mí para mirarme más hondamente a los ojos. Yo no era capaz de
corresponder a su potente y amorosa mirada, pues tenía la sensación de que sus
ojos podían adentrarse en lo más hondo de mi alma y adivinar así todos los
sentimientos que me la anegaban. Sin embargo, mi mirada esquiva me delató mucho
más.
—
Ya sabía yo que te pasaba algo —susurró con cariño mientras me tomaba
de las manos—. En cuanto te he visto entrar, he adivinado que no estabas bien.
¿Qué ha ocurrido, Sinéad?
—
No me apetece mucho hablar de eso ahora —me excusé con timidez.
—
Pero ¿ha ocurrido algo con Leonard?
—
Más o menos. La verdad es que no sé qué sucederá cuando regresemos,
Eros; pero quiero alejarme de esta realidad cuanto antes y mandar a paseo todo
—me quejé con ganas de llorar.
Aquellas palabras emanaron de
mis labios sin que yo tuviese tiempo para valorarlas. Cuando las pronuncié, mi
mente se anegó en una posibilidad que me estremeció profundamente.
Probablemente estuviese obrando de una forma totalmente reprochable con
Leonard. Si él estaba tan deprimido, lo más conveniente sería que me quedase
con él en lugar de partir hacia Lainaya; pero la sola idea de permanecer a su
lado captando toda la tristeza que se había apoderado de su alma me hundía.
Estaba segura de que Leonard ya no se encontraría tan apesadumbrado después de
haber conversado conmigo; pero había algo en mi corazón que me advertía de que
nada volvería a ser igual en nuestra vida cuando yo regresase de Lainaya si me
marchaba. No obstante, ya no deseaba cambiar de planes. Además, la conversación
que había mantenido con Leonard aquella noche me había dejado el alma demasiado
aterida. Necesitaba que la magia de Lainaya me la curase para poder enfrentarme
con fuerza y valentía a todos los problemas con los que el destino quisiese
destrozar nuestra vida.
—
Dime qué ha ocurrido, por favor. No me gusta verte así.
—
Leonard está muy afligido, eso es todo.
—
¿Sólo es eso? No te creo, mi Shiny. Tus ojos me desvelan que ha
sucedido algo mucho más grave.
—
Leonard está tan deprimido que no sabe ni lo que quiere; pero estoy
segura de que lentamente irá encontrándose mejor.
—
¿No deseas quedarte con él?
—
No, Eros. Necesito ir a Lainaya —le desvelé asustada. Temía parecer
egoísta.
—
Pero ¿qué ocurre? ¿Habéis discutido?
—
No, no se trata de nada de eso...
—
¿De veras no necesitas contarlo, Sinéad?
—
No. Vayámonos ya, por favor.
Eros no me objetó nada más y no
continuó insistiéndome. Salimos los dos de la alcoba y nos dirigimos hacia el
salón, donde Brisita nos esperaba asomada a la ventana, observando cómo el
amanecer llenaba de una luz dorada todas las calles de la ciudad. A lo lejos,
la noche todavía relucía sutilmente entre las montañas, cubriendo el bosque y
encerrando los árboles en unas neblinas azuladas que se deshacían lentamente
bajo los primeros suspiros del día.
Brisita parecía haberse diluido
en la rosada luz del alba. Su vestido azulado resplandecía sutilmente y sus
rojizos cabellos parecían acoger con ternura los destellos del amanecer. Cuando
nos situamos a su lado, nos miró complacida, sonriéndonos con inocencia, y, con
una voz anegada en admiración, nos comunicó:
—
El amanecer también es muy bonito aquí. Nunca he visto una ciudad como
ésta, y debo reconocer que es realmente hermosa. Además, la naturaleza que la
rodea parece tan imponente...
—
Pero estoy segura de que ningún paisaje podrá ser tan hermoso como
Lainaya —le comuniqué tiernamente mientras le acariciaba los cabellos con mucha
suavidad.
—
Lainaya es incomparable, Sinéad, es... no puede describirse con
palabras... pues nace de la magia más eterna. Deberíamos irnos ya antes de que
siguiese amaneciendo. No es conveniente que tardemos tanto. Como no podéis
volver solos, deberíais seguirme hasta la luz y después... tendréis que
aferraros con fuerza a mis manos.
—
La luz nos hará daño —observó Eros temeroso.
—
No permitiré que sufráis, os lo aseguro.
Aunque nos sintiésemos levemente
atemorizados, obedecimos a Brisita en todo lo que ella nos pidió. Volamos
durante unos breves instantes bajo el creciente fulgor del alba. Cuando parecía
que nuestra piel deseaba derretirse, Brisita nos asió con fuerza a los dos de
la mano y empezó a volar mucho más rápidamente, como si en verdad no fuese ella
quien se impulsase a través del vacío del amanecer. Parecía como si un viento
feroz, pero inocente nos hubiese envuelto y nos arrastrase hacia otra
dimensión.
De repente, todo desapareció. Cerré
los ojos cuando empecé a notar que mi cuerpo empezaba a cambiar. Eros todavía
me asía de la mano y Brisita no nos había soltado aún; pero de pronto me sentí
inmensamente sola, como si me rodease el vacío más inquebrantable y eterno.
Ansié gritar, pero mi mente me recordó que en aquellos momentos no podía
ocurrirme nada malo, pues la magia de Lainaya nos protegería siempre.
Intenté dejar de sentir y de
pensar, pero aquello era totalmente imposible. Aunque notase entre mis dedos la
manito de Brisita, me sentía como si el viento más salvaje de la Historia
pudiese arrastrarme hacia el olvido. Sin embargo, aquella sensación no fue
eterna. Se desvaneció cuando creí que en nuestra vida no ocurriría nada más.
De súbito noté que ya no nos
rodeaba ese vacío tan oscuro y gélido, sino una luz muy tierna y cálida que
deseaba acariciarnos la piel como si quisiese curarnos unas profundas heridas.
Abrí lentamente los ojos, sabiendo que podía hacerlo sin necesidad de que nadie
me lo hubiese desvelado, y entonces la beldad más brillante e inquebrantable me
hizo suspirar hondamente, me hizo tener ganas de llorar y de reír al mismo
tiempo y me reveló que, al fin, después de desearlo durante mucho tiempo, había
regresado a Lainaya.
Ya me hallaba en Lainaya. Ante
mí se expandía un precioso prado que parecía infinito, todo cubierto de una
hierba mullida y resplandeciente, de flores brillantes que abrían sus pétalos a
un nuevo día. La luz de la mañana llovía del firmamento y acariciaba las
flores, la hierba, los lejanos árboles, se posaba con mucho primor en el suelo,
haciendo nacer más vida. Olía a humedad, como si aquella alba surgiese tras una
noche tormentosa, y era posible tañer el frescor de aquel nuevo día tan sólo
con alargar las manos. Hacía frío, un frío muy agradable que lentamente iría
convirtiéndose en el templado aliento de un día de primavera.
—
Ya estoy en Lainaya —susurré inmensamente emocionada y enternecida.
De pronto me percaté de que mi
piel ya no estaba tan helada y de que me sentía ligera como un pétalo de flor.
Me miré las manos y así descubrí que mi piel ya no refulgía como lo hacía
cuando era vampiresa. Además, de mi cuerpo emanaba un calor muy agradable que
parecía querer deshacer cualquier ápice de frío que quisiese acomodarse en mi
ser. Me costó mucho saber qué era, en qué tipo de hadita me había convertido;
pero no necesité analizarme mucho para descubrirlo. Al notar que de mi espalda
pendían unas alitas etéreas y lucientes, sonreí con cariño y conformidad. Con
curiosidad, me llevé una mano a la cabeza y así pude palpar las tibias y delicadas
orejitas que se escondían entre mis negros, largos y lisos cabellos.
—
¿Soy una heidelf? —pregunté incapaz de comprender esa realidad. No
obstante, estaba feliz.
—
Sí, eres una heidelf, Shiny —me contestó Eros sonriéndome con mucho
amor—. Estás preciosa con esas orejitas y esas alitas tan hermosas. Además,
tienes las mejillas sonrosadas —observó hundiendo los dedos en mis redondas
mejillas.
—
¿Cómo es que soy una heidelf si cuando estuve aquí por última vez fui
una niedelf? —quise saber con impaciencia y muchísima curiosidad.
—
Pues porque primeramente fuiste una heidelf. Lo que viviste en Lainaya
hace tanto tiempo no se relaciona en absoluto con tu presente. Digamos que esos
momentos han quedado atrás para siempre. Ahora empieza una nueva vida para ti
en Lainaya, aunque ésta será mucho más breve que la anterior... Ugvia ha
considerado que ahora te conviene más ser una heidelf —me explicó Brisita con
impaciencia. Al mirarla mientras hablaba, me percaté de que ya no nos diferenciaba
la altura de nuestro cuerpo. Ambas teníamos el mismo tamaño.
—
Ah, de acuerdo —me reí con inocencia y timidez. Me sobrecogía que
Brisita supiese tantas cosas, cosas que yo ni siquiera era capaz de imaginarme.
—
Tenemos que ir cuanto antes a mi hogar —nos comunicó con inquietud—.
Cerinia y los demás estarán esperándonos. La boda se celebrará hoy por la
tarde, cuando el sol empiece a esconderse.
—
De acuerdo —contestamos Eros y yo al mismo tiempo mientras empezábamos
a seguirla.
—
Vivo en la región del otoño. Ahora estamos en la de la primavera, pero
no os preocupéis. Conozco un camino que nos conducirá rápidamente hacia mi
morada...
No dijimos nada, pues la
curiosidad más inmensa se había adueñado de nuestro corazón. Solamente nos
limitamos a seguir a Brisita y a observar con amor todo lo que nos rodeaba. Brisita
nos condujo a través de aquel prado cubierto por flores mullidas que no morían
bajo nuestros pasos, entre árboles que de pronto aparecieron a nuestro lado
como si acabasen de surgir de la tierra y a través de un bosque donde el olor a
humedad parecía tangible. Dejamos atrás el caudal nítido y casi espumoso de
varios ríos, dejamos atrás tiernas extensiones de campo donde brillaban las
flores y cantaban los pajaritos, nos adentramos en bosques donde se respiraba
la vida más limpia y harmoniosa y, tras caminar durante un tiempo que apenas
notamos, al fin, llegamos a otro prado cercado por grandes y ancestrales
árboles, en el centro del cual se levantaba, imponente, una construcción de
madera y piedra que refulgía bajo los primeros rayos del día. Brisita se
dirigió hacia la puerta, la cual estaba custodiada por plantas lucientes llenas
de flores preciosas y coloridas, y, tras llamar con sus delicados nudillos,
esperó a que nos abriesen.
Yo estaba inmensamente nerviosa
e impresionada. Aquella casita era tan bonita que apenas podía digerir lo que
percibían mis sentidos. Estaba compuesta de dos pisos y tenía tantas ventanas
que me imaginé que la luz del día se adentraría sin reservas en aquella morada,
iluminando todos sus rincones, volviendo resplandecientes todas sus estancias,
pasillos y alcobas.
Cuando creí que el día
comenzaría a declinar para convertirse en tarde, alguien abrió la puerta con
paciencia y cuidado. En el umbral, apareció una hadita muy menuda cuyos ojos
redondos y brillantes destilaban mucha alegría e inocencia. Enseguida supe que
se trataba de uno de los hijitos de Brisita. Aquella certeza me hizo sentir
ganas de llorar de emoción, pero me contuve.
—
Hola, Lluvia —la saludó Brisita con mucho amor mientras se acercaba a
ella para abrazarla.
—
¡Hola, mami! Has tardado más de lo que esperábamos —protestó con mucho
cariño mientras abrazaba a Brisita. Sin embargo, aunque de la sonrisa y de los
gestos de aquella hadita se desprendiese mucha alegría, capté que su mirada estaba
ensombrecida—. ¿Ellos son tus amiguitos? —le preguntó con timidez.
—
No, cariño. Ella es Sinéad, tu abuelita, y él es... su... compañero
—le explicó Brisita levemente desorientada. Me hizo gracia descubrir que se
había sonrojado.
—
Abuelita... no, eso no me gusta —musité con mucha vergüenza agachando
la mirada.
—
Hola... —me saludó Lluvia con una voz llena de timidez mientras se
aproximaba a mí—. Hola, Sinéad.
Lluvia tenía una voz preciosa,
tan suave y cálida como el sonido de una tormenta otoñal, y se había dirigido a
mí con un respeto y un cariño infinitos que me sobrecogieron profundamente.
Cuando la tuve enfrente de mí, la observé con mucho detenimiento y fascinación.
Lluvia era idéntica a Brisita cuando ella había sido niña. Tenía sus mismos
cabellos, su rostro era tan redondo como lo había sido el suyo y de sus ojitos
se desprendían exactamente las mismas emociones y los mismos sentimientos que
yo había detectado en la mirada de Brisita cuando ella todavía no había
percibido la faz de la realidad. Sin embargo, la sonrisa y la mirada que Lluvia
me dedicaba me desvelaban que, aunque el corazoncito de aquella hadita tan
bella estuviese lleno de inocencia, ella ya había experimentado la fuerza de la
tristeza y de la melancolía. En realidad fueron aquellas percepciones las que
deshicieron mi vergüenza y me impulsaron a abrazarla con mucho primor y amor.
—
Estoy muy feliz por poder conocerte, Lluvia —le confesé con una voz
muy tierna mientras la apretaba sutilmente contra mí.
—
Yo también, Sinéad. Mamá nos ha hablado mucho de ti.
—
Eres encantadora —me reí al retirarme de sus brazos y volviendo a
mirarla con detenimiento—. Te pareces tanto a Brisita... Ella era como tú
cuando fue niña.
—
¿De veras? Pues entonces era preciosa —se rió Lluvia con inocencia.
Sus palabras y su hermosa carcajada nos hicieron reír a todos.
Se notaba que Lluvia era un ser
totalmente puro y bondadoso. Detecté, a través de sus violáceos ojos (me
conmovía que cada vez fuésemos más las que tuviésemos ese color en la mirada),
una infinita amabilidad anegando toda su alma. Además, también me miraba con
fascinación y felicidad. También me resultaban muy graciosas sus pequeñas
orejitas, las que intentaban esconderse entre sus rojizos y rizados cabellos, y
su forma de vestir me parecía completamente mágica. Portaba un vestido blanco
hecho de pétalos de flores que, unidos todos, creaban la tela más protectora y
vaporosa.
—
Pasad. Seguro que estáis hambrientos. El viaje a Lainaya da hambre
—nos ofreció Lluvia adentrándose en su hogar. Todos la seguimos con una sonrisa
muy tierna esbozada en nuestros labios.
—
Me parece como si ya hubiese estado con Lluvia en otro tiempo... y eso
me sucede porque es como tú —le comuniqué a Brisita tomándola de la mano—. Es
muy hermosa...
—
La quiero más que a mi vida, Sinéad. Ahora entiendo el amor que
sientes tú por mí y por eso me pregunto cómo puedes vivir separada de mí... —me
confesó con tristeza.
—
En realidad no puedo, Brisita —le indiqué con ganas de llorar—. Cuando
me hallo en mi mundo y pienso en ti, la vida me parece inmensamente oscura e
insoportable.
—
Lamento mucho que no podamos vivir juntas, Sinéad... —me susurró con
lágrimas en los ojos—. Yo tampoco puedo vivir sin ti, mamá...
Eros se mantenía a nuestro lado
y caminaba fijándose en todo lo que nos rodeaba con una atención
inquebrantable. Noté que le sorprendía mucho la decoración de aquel hogar tan
hermoso. Anduvimos por pasillos adornados con flores que nacían directamente
del suelo. Había muchas puertas entreabiertas que desvelaban el interior de alcobas
llenas de harmonía, de luz y de muebles resplandecientes. Al fin, Lluvia se
detuvo en una sala inmensa donde había una gran mesa de madera y un ventanal
cuyos postigos abiertos dejaban entrar libremente el fulgor del día y el fresco
y aromático aire de la mañana.
—
Podéis comer lo que deseéis. Cerinia está ayudando a Zelm a
prepararse, pero enseguida vendrá. Sauce está con papá...
Entonces comprendí por qué la
mirada de Lluvia no brillaba tanto como ella deseaba. Al pronunciar aquellas
últimas palabras, sus labios intentaron convertirse en un gesto de tristeza que
ella deshizo enseguida sonriéndonos forzada y nostálgicamente.
—
No sé si mi mamá os habrá explicado lo que le ocurre a mi papá...
—titubeó con timidez y pena.
—
Sí, nos lo ha contado —le aseguré acercándome a ella para abrazarla.
Su tristeza, la que ella deseaba esconder tras sus amables gestos, me conmovía
profundamente—. Estoy segura de que podremos curarlo, no te preocupes.
—
No, su enfermedad no tiene cura. Ha tomado las hierbas oscuras... y
contra eso no se puede hacer nada. Además, quiso irse de Lainaya sin esperar el
consentimiento de Ugvia y... ha traicionado a mi mamá. No creo que Ugvia le
perdone todos sus errores. Ha renegado de su magia y de la magia de Lainaya y
eso es lo peor que un hadita puede hacer.
—
Lo entiendo; pero estoy segura de que en el fondo de su corazón él se
arrepiente de haberse comportado así —aduje con tristeza.
—
No lo sé, Sinéad, pero gracias por tus palabras. Ahora, comamos. Voy a
buscar a Sauce para que lo conozcáis —nos indicó separándose de mí. Enseguida
supe por qué deseaba huir con tanta presteza: los ojos se le habían llenado de
lágrimas.
—
Está pasándolo muy mal —nos confesó Brisita cuando Lluvia hubo
desaparecido por aquel largo y floreado corredor—. Lluvia y Lianid estaban muy
unidos, más que Sauce y él. Sauce es más solitario y, si quiere que alguien lo
acompañe, siempre desea que sea yo; pero Lluvia y Lianid...
—
Suele ocurrir que las hijas se llevan mejor con los padres y los
hijos, con las madres —se rió Eros con cariño—. Me da mucha pena verla tan
afligida.
—
Lo que está viviendo es muy duro; pero Lluvia es fuerte —lo serenó
Brisita tomando entre sus manos una rojiza y apetecible fresa—. Podéis comer lo
que prefiráis...
—
Hay todo tipo de frutas —observó Eros fascinado—. Qué buen color tiene
esta sandía...
—
Las sandías crecen en la región del verano; las fresas, en la de la
primavera... Todas las haditas de Lainaya traemos a otras regiones lo que crece
en nuestras tierras.
—
Es algo precioso... y estas fresas están riquísimas —dije al sentir el
intenso sabor de aquella rojiza fruta—. Creo que hace mucho tiempo que no como
algo tan delicioso...
—
No sé si alguna vez has probado las fresas —me indicó Eros sonriéndome
con mucha ternura e inocencia—. Te brillan los ojos.
—
Es que está buenísima —me reí con placer y felicidad.
—
Sí, sí lo están —me confirmó Brisita.
Comimos en silencio y harmonía.
No obstante, aunque nos rodease la paz más sublime e infinita, yo notaba que de
los ojos de Brisita se desprendía una inquietud que me sobrecogía. Los ojos le
destellaban de pena y miedo... pero ella no se atrevía a confesarnos cómo se
sentía. Comía en silencio, perdiendo de vez en cuando los ojos por el paisaje
que se hallaba al otro lado de la ventana.
El día ya resplandecía sobre los
prados, entre los árboles y a través de las lejanas montañas. De repente me
pregunté si en verdad nos hallábamos en la región del otoño. Me parecía que
nunca habíamos estado en aquel lugar, que nunca habíamos visto aquellos bosques
ni aquellos hermosísimos prados.
—
¿Dónde estamos, Brisita? ¿En verdad ésta es la región del otoño? Yo no
la recuerdo así —le pregunté con mucha curiosidad.
—
Sí, Sinéad. Estamos en la región del otoño —me contestó distraída.
—
Pero... estos bosques no parecen estar tocados por el otoño —divagué
desorientada mirando por la ventana.
—
La región del otoño es muy grande y vosotros estuvisteis precisamente en
el rincón donde nace el otoño; pero ahora nos encontramos en unos bosques que lindan
con la región del verano. El valle de donde nace la decadencia está muy lejos
de aquí —me explicó Brisita levemente despistada. Su abstracción me preocupaba
un poco.
—
Será mejor que no te pregunte nada más —me reí acariciándole la
cabeza—. Percibo que no te apetece hablar.
—
No es eso. Es que no entiendo por qué Lluvia tarda tanto.
—
Pues estará...
Algo interrumpió mis palabras.
Se trataba de unos pasos ligeros llenos de nervios e impaciencia. Lluvia entró
atolondrada en la sala y se dirigió directamente hacia Brisita. Lluvia parecía
estar al borde de un ataque de pánico. Su mirada refulgía de terror, de
incomprensión y de tristeza.
—
Papá ha muerto delante de nuestros ojos, mamá —exclamó incapaz de
hablar serenamente. Unas intensísimas ganas de llorar deseaban quebrarle la
voz—. Se ha convertido en aire, y no hemos podido hacer nada, nada —sollozaba
sin poder evitarlo—. Se lo ha llevado una sombra muy extraña...
—
No puede ser —susurró Brisita cerrando con fuerza los ojos. Creí que
de repente caería al suelo convertida en polvo, así que me apresuré a tomarla
de las manos—. Lo siento mucho, cariño.
—
Papá se ha ido —expresó una nueva voz, infantil y madura al mismo
tiempo.
Le pertenecía a una hadita muy
entrañable que nos observaba a todos desde la puerta de la estancia en la que
nos hallábamos. Tenía los ojos entornados y llenos de lágrimas y no era capaz
de fijar la mirada en ninguna parte. Percibí que estaba temblando levemente.
—
Ven, Sauce —le pidió Brisita con cariño y con una fingida serenidad—.
Aunque sea en este momento tan desesperante y triste, quiero que conozcas a Sinéad...
Ella también quería mucho a Lianid —le confesó cuando Sauce se halló al lado de
su madre.
—
Perdón por no poder sonreírte —se disculpó Sauce tendiéndome la mano.
Yo se la tomé con mucho primor tras soltar las de Brisita, quien se había
sentado en un sillón blanco—. Mi papá ha muerto. ¿Qué puedo hacer para soportar
esa tristeza? Mi mamá me ha dicho que eres muy sabia. Tal vez puedas enseñarnos
a...
—
La sabiduría no sirve para nada cuando pierdes a un ser querido, Sauce
—le comenté con mucho cariño y delicadeza.
—
No puedo soportar este dolor. Dime qué puedo hacer —protestó con
vergüenza.
Sauce apenas podía hablar, pero
se esforzaba por pronunciar nítidamente cada palabra que salía de sus rosados
labios. Sauce me parecía tan hermoso como su hermanita, pero en él había algo
que me hacía pensar incesantemente en Arthur. Tenía sus mismos ojos verdes y su
voz me hacía creer que enfrente de mí se hallaba el reflejo del niño que Arthur
también había sido en algún momento de su extensa vida.
Sus cabellos eran tan rojizos y
ensortijados como los de Arthur y también tenía sus mismas facciones. Estaba
segura de que Arthur había sido casi idéntico a Sauce cuando él había sido
niño... Aquel pensamiento me hizo sentir inmensamente melancólica y triste...
Me apetecía que Arthur también conociese a los hijitos de Brisita, y saber que
aquello nunca sería posible me henchía el alma de lástima.
—
Aunque sea en estos momentos tan tristes, estoy encantada de
conocerte, Sauce —le expresé abrazándolo tierna y tímidamente. Al notar mi
cariño, Sauce empezó a llorar más desconsoladamente.
—
Gracias. Mi mamá me aseguró que eras la mujer más buena y cariñosa que
existe y existió jamás... pero... pero eres mucho más de lo que me imaginaba
—se rió con timidez a la vez que lloraba mientras se protegía entre mis brazos.
Noté que Lluvia se acercaba a nosotros
para acariciar los cabellos de su hermanito, quien lloraba sin consuelo entre
mis brazos. Miré a Lluvia a través del velo de lágrimas que habían humedecido
mi mirada y entonces descubrí que estaba esforzándose lo indecible por no
arrancar a llorar. Su rostro, que tanto había brillado cuando la había
conocido, se había convertido en un cielo sin estrellas que presagia la
tormenta más desoladora de la Historia. Sus violáceos ojos parecían un mar
embravecido por la tristeza más interminable. Su desconsuelo era inmenso,
inabarcable, casi inimaginable; pero Lluvia intentaba que todas esas lágrimas
que retenía en su mirada no brotasen de sus ojos. Su fortaleza me conmovió
mucho más que la aflicción que decoraba su hermosísimo rostro.
—
Sauce, hermanito, debemos ser fuertes —le susurró con una voz
doliente. Supe que el nudo que le presionaba la garganta la torturaba más que
nada—. Estoy segura de que, si papá pudiese vernos, no le gustaría que llorásemos
de esta manera.
—
Si papá pudiese vernos, se arrepentiría de todo lo que hizo —expresó
Sauce con un repentino rencor que nos sobrecogió a todos—. No olvides, Lluvia,
que papá se comportó imprudentemente antes de enfermar. Rompió la calma de
nuestra vida. Nunca podré olvidar lo que hizo, nunca —sollozaba
desesperadamente. El dolor que sentía le hacía estar confuso. En su alma se
mezclaban el resentimiento y la impotencia más inquebrantables—. Nada de esto
habría ocurrido si él no hubiese olvidado cuánto lo queríamos. ¡Fue un egoísta!
—
No creo que sea justo insultarlo ahora que se ha ido —aportó Lluvia
con paciencia agachando la cabeza. Entonces advertí que ya no podía soportar
por más tiempo encerradas en sus ojos todas esas tristes lágrimas—. Pese a todo
lo que hizo, nunca podremos dejar de quererlo y de necesitarlo.
—
Tenemos que celebrar una ceremonia en su honor —intervino Brisita con
una voz susurrante—. Olvidemos el rencor y los errores que cometió y recordemos
lo que fue para nosotros, recordemos todo lo que nos dio y todo lo que nos
quiso antes de que todo esto sucediese. Unos hijos jamás, jamás deben guardarles
rencor a sus padres, pues ellos nos dieron la vida y por nosotros siempre
lucharon. No olvidéis nunca cuánto lo quisisteis...
—
Mamá... perdóname, por favor —rogó Sauce con timidez—. Estoy tan
triste que no controlo lo que siento.
—
Es comprensible. Venid, vayamos afuera y busquemos un rincón del
bosque donde podamos... despedirnos de él a través de la naturaleza —les
ofreció Brisita acercándose a sus hijitos. Yo me alejé levemente de Sauce para
que ella pudiese tomarlo de la mano—. Mamá... lamento mucho que tengas que ver
esto...
—
No te preocupes, Brisita...
—
Será mejor que nos esperéis aquí. Te prometo que no tardaremos mucho.
Solamente necesitamos enviarle nuestra despedida a través del viento para que
nuestro amor se una a su partida.
—
Lo comprendo. Nosotros os aguardaremos aquí, sin impaciencia.
—
Esta tarde se celebra la boda de Zelm y Aliad. No sé si podremos
asistir... La tristeza que envuelve nuestro corazón le impide a nuestra alma
que desprenda sensaciones positivas y a Zelm le deseo lo mejor... —titubeó
Brisita.
—
Ahora no os preocupéis por eso —la consolé, aunque lo cierto era que
me sentía muy asustada. No quería estar en Lainaya si Brisita no se hallaba a
mi lado—. Ahora haced lo que tengáis que hacer sin preocuparos de nada.
—
Gracias, Sinéad.
Entonces Brisita, Sauce y Lluvia
se marcharon, dejándonos a Eros y a mí a solas en aquel salón lleno de luz y
aromas exquisitos. Ambos permanecimos mirando por la ventana cómo los tres se
alejaban bajo el claro fulgor de la mañana. Enseguida, las vacías ramas de los
árboles caducifolios y las hojas de los perennes nos los ocultaron. Cuando
desaparecieron, Eros se volteó hacia mí y me miró intrigado y conmovido. De sus
ojos se desprendía una tristeza muy tierna que me hizo suspirar.
—
No entiendo por qué en Lainaya tiene que existir el sufrimiento
—protesté con ganas de llorar.
—
Lo que yo no entiendo es por qué Ugvia no perdonó a Lianid. Estoy
seguro de que se sintió tan avergonzado que no pudo evitar que la ira lo
dominase. Entiendo su frustración. Cuando la mujer que amas desconfía de ti, es
como si el mundo entero temblase y todo pierde sentido. Es cierto que no se comportó
de la mejor forma, pero también hay que comprender que el corazón de un hombre
es a veces demasiado difícil de entender. Ay... pobre Lianid. No es justo que
la rabia lo guiase de esa manera... que lo llevase hasta la muerte.
—
¿Justificas lo que hizo, Eros?
—
Creo que eres la menos indicada para criticar un corazón que se
enamora de otro ser teniendo su vida toda llena de amor —se rió con cariño;
aunque lo cierto es que sus palabras me hicieron mucho daño.
—
No es lo mismo. Lianid estaba casado con la reina de Lainaya y tenía
con ella dos hijitos preciosos... ¿Dónde quedó todo eso cuando le confesó a
Scarlya lo que sentía?
—
No es justo que lo juzgues sin conocer plenamente sus sentimientos,
Sinéad.
—
Pero ¿qué te ocurre, Eros? Tú has sufrido por amor por culpa mía, ¿y
justificas a Lianid?
—
Yo no estoy justificando a nadie, Sinéad. Simplemente estoy diciendo
que Brisita, Lluvia y Sauce no son las únicas víctimas. Es Lianid quien se ha
muerto, Sinéad. Es él quien sufrió la locura, a quien la ira dominó. Estoy
seguro de que estaba realmente arrepentido antes de enfermarse y, para torturarse,
quiso morir. No podía perdonarse haber herido tan hondamente a la mujer que
amaba. Eso es... muy difícil de olvidar. ¿Me comprendes ahora, Sinéad?
—
¿Quieres decirme que Lianid tomó esas hierbas a propósito?
—
Quiero decir que todo lo que Lianid hizo para enfermarse tiene sus
orígenes en lo mal que él se sentía por haberle hecho daño a Brisita.
—
¿Entonces Lianid quiso quitarse la vida?
—
Estoy completamente seguro de que así es. Lo que más me duele es que
nadie se lo ha planteado hasta ahora. Nadie ha pensado en cómo él se sentía. Lo
habéis acusado de haberse enloquecido sin preguntaros qué lo llevó a
comportarse de ese modo tan nocivo.
—
Es cierto —admití avergonzada.
—
Brisita sólo piensa en que la traicionó, cuando ni siquiera Lianid se
entregó a Scarlya para demostrarle lo que sentía. Únicamente le confesó lo que
pensaba, nada más. Encima Sauce lo acusa de haberlos abandonado. ¿Por qué nadie
piensa por un momento en los sentimientos que él tenía encerrados en su corazón
antes de juzgarlo? Lianid era un ser completamente puro, Sinéad. Estoy
convencido de que fue su corazón inocente el que lo confundió todo. No es justo
que habléis así de él.
—
Pero tampoco podemos olvidar que Brisita está sufriendo mucho y que
Sauce y Lluvia han perdido a su papá. Ese dolor descontrola sus sentimientos.
No podemos esperar de ellos que se comporten con tanta objetividad, Eros —le
recriminé herida.
—
Hay algo extraño en todo esto, Sinéad, y tú y yo deberíamos
descubrirlo.
—
Pero ¿cómo?
—
Pues no lo sé. Necesitamos la ayuda de algún hada de Lainaya.
—
¿Qué quieres que hagamos, Eros?
—
Primeramente, encontrar a Scarlya y hablar con ella. Nadie ha
escuchado sus palabras.
—
Con Scarlya me gustaría mantener una conversación seria y muy
importante —aduje intentando no parecer decepcionada.
—
No vayas a regañarla ahora.
—
¿También la defiendes a ella?
—
Yo no defiendo a nadie, Sinéad. Es evidente que lo que Scarlya hizo no
está bien; pero tampoco podemos tomar el papel de jueces y...
—
No te entiendo. Estás siendo demasiado objetivo, como si no conocieses
a los seres de los que hablas.
—
No es verdad, Sinéad. Me duele que Scarlya le haya hecho tanto daño a
Leonard.
—
Scarlya ha destrozado el corazón de mi padre, y parece como si no te
importase.
—
Eso no es verdad, Sinéad. ¡Claro que me importa! Pero nosotros no
podemos hacer nada.
—
¿Sabes algo, Eros? En Lainaya todo cambia... Te noto de pronto tan
distante...
—
Shiny, por la Diosa...
—
Qué mal te sienta convertirte en hada.
—
Estás tontita, eso es todo —se rió acercándose a mí—. Lo único que
quiero es hacerte ver las cosas desde otro punto de vista. Quiero que
investiguemos lo que ocurrió con Lianid en verdad porque todo esto me resulta
muy extraño. También deseo que no culpes a Scarlya por lo que hizo. A veces la
tristeza nos descontrola hasta volvernos irracionales. Por último, anhelo que
te calmes, mi Shiny. Nada ha cambiado entre nosotros... y yo no estoy distante,
mi Shiny —me negó abrazándome con mucho amor y besándome después en el cuello.
—
Eros... me siento muy extraña...
—
Estos sofás son muy cómodos, ¿no crees? —me preguntó travieso
intentando desabrocharme el vestido.
—
Eros, ¿qué intentas? —me reí inquieta y a la vez conmovida—. Aquí no,
Eros, aquí no —me quejé traviesa cuando noté que me acariciaba muy dulcemente
por la cintura—. Eros... pueden...
—
Calla... Hay algo que... que me incita a querer...
—
No, ahora no, Eros —le pedí riéndome, incapaz de detener sus manos—.
¿Crees que es adecuado estar así cuando Lianid acaba de morir?
—
Te juro que ahora mismo no me importa nada. Hay algo que se ha
apoderado de mí, como una luz, y necesito estar contigo.
—
Hay algo que me dice que, si ahora... lo hacemos...
—
...pasará algo muy importante, ¿verdad? ¿Tú también lo sientes, Shiny?
—
No te entiendo. Hace un momento estábamos... casi discutiendo y...
—
El amor no se entiende —se rió acomodándose entre mis brazos. había
logrado que me tumbase en uno de esos blanditos sillones que allí había—. Te
amo, y es una tontería que discutamos por interpretar las cosas de distinto
modo, ¿verdad?
—
Supongo que tú te pones más en el lugar de un hombre y yo...
—
Anda, calla, no digas nada —me silenció con sus amorosos y cálidos
besos—. Huy, había olvidado lo agradable que era besarte cuando eres hadita.
—
Sí, es muy tierno —me reí con dulzura.
—
¿Y qué pasa si te doy besitos en las orejitas? —me preguntó muy quedo.
—
¡No, no! ¡No lo soporto! —me reí casi histérica.
—
¿Te hace cosquillitas, eh? —se rió también mientras me abrazaba con
mucha ternura y pasión—. Shiny, mi Shiny... mi amada Shiny...
—
Eros... —suspiré al notar sus íntimas caricias.
Fue como si nuestro alrededor
desapareciese de pronto, como si toda la luz que se adentraba en aquella
estancia a través de la gran ventana que teníamos detrás se apagase,
convirtiéndose en unas neblinas muy brillantes que nos ocultaban de cualquier
mirada intrusa. No pude controlar la fuerza de nuestro deseo y la pasión que se
encerraba en nuestro cuerpo. De repente nos hallamos en otro mundo, un mundo
que no pertenecía ni a Lainaya ni a nuestra tierra; un mundo que solamente
podía existir en esos instantes, que únicamente podía ser creado por el amor
más indomable.
—
Estás tan cálida que casi no lo soporto —protestó travieso abrazándome
cada vez con más fuerza.
—
Tengo miedo a que alguien nos descubra... —le susurré tímidamente.
—
No hay nadie, nadie... sólo tú y yo... mi Shiny...
—
Eres revoltoso —me reí apretándome contra él para sentir toda la
tibieza de su cuerpo, de su amado cuerpo.
Cuando nuestra unión se volvió
casi insoportable, noté que algo estallaba por dentro de mí, como si hasta
entonces una gran burbuja hubiese ocupado todo mi vientre y el amor que Eros y
yo nos profesábamos, ese amor que nos había enloquecido en un lugar tan
inadecuado, la hubiese golpeado con primor para explotarla. Sentí de pronto
tanta vida que no pude evitar sonreír ampliamente mientras todo mi ser se
llenaba de gozo, de luz, de felicidad. Todo se me olvidó, incluso las
aflicciones más terribles, y mi existencia se convirtió en paz, en harmonía, en
resplandores indelebles. Nunca había experimentado el placer del amor como en
aquel momento, ni siquiera cuando me enlacé tan íntimamente a Rauth la primera
vez que habíamos estado tan juntitos en Lainaya.
—
¿Lo notas? —me preguntó Eros casi sin poder hablar—. ¿Notas que hay
algo más aparte de nuestro cuerpo que nos conecta?
—
Sí... Eros, Eros... eres todo luz...
—
Eres solamente magia, Shiny...
Cuando aquellas sensaciones tan
hermosas, cálidas y placenteras comenzaron a desvanecerse, pude abrir los ojos
con claridad, pude mirar nítidamente a mi alrededor y pude empezar a respirar
más serenamente. Eros se dejó caer entre mis brazos, sobre mi pecho, para
recuperar la tibia cadencia de su aliento y entonces permanecimos así, tan
tiernamente abrazados, hasta que notamos que el mundo comenzaba a recobrar sus
colores, sus sonidos y sus aromas. Lo primero que llegó a mis sentidos fue el
olor de la fruta que reposaba en aquellas fuentes tan plateadas o en aquellas
bandejas tan curiosamente adornadas.
—
¿Qué ocurrirá ahora, Sinéad? —quiso saber extrañado.
—
¿Por qué lo dices, cariño? —le pregunté acariciándole los cabellos con
mucha calma.
—
Pues porque me figuro que esas sensaciones tan intensas que hemos
experimentado...
—
¿Qué ocurre?
—
Que esas sensaciones no se quedarán en el presente solamente, en ese
momento tan intenso... Algo me dice que hemos hecho una locura, Sinéad.
—
Una locura muy deliciosa —me reí apretándolo contra mí—. Creo que...
que hacía mucho tiempo que no... que no disfrutaba así...
—
¡Shiny! —se rió extrañado mirándome de repente a los ojos—. ¿Qué
sucedería si...?
—
No creo que tengamos esa buena suerte. Si eso ocurriese, deberíamos
quedarnos en Lainaya y no creo que Ugvia quiera...
—
Pero, Shiny, ¿no te importaría tener otro hijito?
—
¿Contigo? Sería maravilloso, Eros, infinitamente maravilloso; pero
ahora no debemos preocuparnos por eso. Lo mejor será que encontremos un río
donde podamos bañarnos y nos preparemos para todo lo que debemos vivir aquí —me
reí con amor mientras me incorporaba. Eros también lo hizo—. Por cierto...
cuánto te brillan los ojitos.
—
Sí, como a ti. Creo que mi mirada es el reflejo de la tuya.
—
Oh, qué cosita tan bonita acabas de decir —me reí con amor y timidez.
—
Tú me la has inspirado.
Aquel momento me hacía pensar
que el sufrimiento no existía, que la vida solamente estaba hecha de paz y luz.
Eros y yo, riendo y corriendo como niños, salimos de aquel hogar para buscar
entre los árboles algún rincón donde el agua nos permitiese gozar unos instantes
de su fresca humedad. Cuando encontramos aquel río que abastecía de vida la
región del otoño, Eros y yo nos desprendimos de nuestros ropajes y nos lanzamos
al agua intentando que la fría temperatura que la invadía no nos estremeciese.
Jugamos y reímos como dos seres completamente inocentes, puros e ingenuos bajo
el brillante cielo de la mañana. Continuamente nos recordábamos uno al otro
dónde nos hallábamos, qué bosques eran aquéllos que tan vivamente nos rodeaban.
No deseábamos olvidarnos de que nos encontrábamos en Lainaya; en esa tierra
mágica que tanto habíamos añorado.
2 comentarios:
Eres mala, Marina. Mala. Yo no quería que se muriera Lianiiiiiiiiiiiid. Es un capítulo bastante triste, pero a la vez, ¡es tan hermoso! Entrar al mundo de Lainaya es como volver a casa, me siento tan bien, tan protegido allí dentro... pero bueno, que me estoy desviando del tema. Me quedo pesaroso con la suerte de Leonard, un vampiro que bien merece ser feliz, creo que él mismo no es consciente de su importancia; espero que al regreso de todos las cosas se le vayan enderezando. El viaje de todos a Lainaya tiene unas descripciones hermosísimas, y además no me esperaba para nada que Sinéad fuera heidelf otra vez, aunque me gusta mucho ese giro, y que cada vez sean las cosas distintas. Luego está el encuentro de Sinéad con sus nietos, me ha gustado mucho que no quiera que la llamen abuela, me he acordado de mi madre cuando fue abuela por primera vez, no cesaba de repetir "yo no soy yaya", aunque se derritiera por su nietecito... La reacción ante la muerte de Lianid es sobrecogedora, incluida la rabia contra él, es muy triste lo que ha pasado, pero Sauce se descontrola, y es que la muerte es algo tan triste y misterioso... aunque algo me dice que la muerte en Lainaya es menos desesperada, tal vez porque todos están mucho más cerca de encontrar el equilibrio y al fin y al cabo nada se destruye completamente, por lo que tampoco se pierde del todo una cierta conexión con los que se han ido, pues siguen formando parte del conjunto... eso me hace plantearme que en realidad también es así es nuestro mundo, y sin embargo, qué poco nos consuela saber que es así. También es muy bonita la parte final, la escenificación del amor entre Sinéad y Eros, y sobrecoge pensar que tal vez pueda surgir un nuevo ser de su unión... ¡¡¡por favor, que sea un niño!!! Ay, niño o niña me encantaría que Leonard se interesara por él, tal vez es lo que le hace falta...
El capítulo es buenísimo, cada vez escribes mejor, la escritura te arropa, y los detalles de la historia me encantan, es como ver un bordado precioso. Gracias por regalarnos estas maravillas.
Este año hablamos con tus padres y los yayos y les decimos que no iremos a Murcia, no, este año no. Iremos a Lainaya, ¿vale? ¡¡Porfiiii!! Yo quiero estar en Lainaya, que maravilla. Con cada descripción que hacías, más volaba hacia esas maravillosas tierras. Me encantaría tanto estar allí. Bueno, leyendo tus historias es como estar allí. Bueno, esta entrada tiene sus partes buenas pero también sus partes malas...malísimas. Que Sinéad y Eros puedan tener un bebé sería...¡Un sueño! No me lo habría imaginado jamás, ojalá se haga realidad. Sinéad es abuela, jajajajaja ¡La yaya! ¡Yayita! jajajajajaja. Se hace extraño que la llamen así, más cuando tiene un aspecto tan juvenil. Lluvia es un amor, me encanta. Es tan buena y dulce. No sólo se parece a Brisita cuando era pequeña físicamente, también en su inteligencia. Que contestaciones y frases dice, es muy lista. Sauce me hace gracia, es más rebelde. Lo que me ha sorprendido es la muerte de Lianid, ¡¡¡lo has matado!!! Pobre...con lo mal que lo pasaron para estar juntos. Apoyo a Eros en todo lo que ha dicho. Tiene razón. Que fácil es juzgar a los demás, reprochar sus equivocaciones sin pensar en cual es la razón y cómo se sienten. Cada persona es un mundo y tras cada acción un motivo. Vale, se equivocó pero de ahí a que se tenga que morir...pobre. Arthur ha sido uno de los personajes más maltratados de tus historias, mil veces muerto, pero Linaid...también es uno de los peores. A mi e da mucha lástima...Luego Scarlya. Su comportamiento ha sido infantil y muy reprochable, pero tenemos que escuchar su versión, saber que ocurrió y entonces decidir. A pesar de todo, me da mucha lástima Leonard...Un capítulo muy bonito y triste. A ver que ocurre en el próximo. ¡Felicidadeeees!
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