EN LAS MANOS DEL DESTINO - 10. LUZ Y
OSCURIDAD EN UNA MISMA LÁGRIMA
En la vida existen caminos
duros, angostos y aparentemente intransitables, que, sin embargo, nos conducen
a lugares que nunca pudimos imaginar, cuya belleza transciende el inabarcable
espacio del tiempo y la imborrabilidad de la memoria, se queda pendiendo de nuestros
recuerdos. Mas no se trata de lugares visibles ni apreciables con los sentidos,
sino solamente detectables con el alma, el corazón, el espíritu. Son lugares
que en verdad no pertenecen a ninguna tierra, sino únicamente forman parte del
terreno de las emociones, de las ilusiones, de los sentimientos más puros e
inquebrantables de la vida.
Aquel abrazo que nos permitió a
Eros y a mí reencontrarnos y volver a sentirnos uno tan cerca del otro fue uno
de esos instantes cuyo recuerdo se expandió por toda mi memoria, apagando las
oscuras faces de mi pasado. Cuando me noté entre sus brazos, percibí que mi
corazón destrozado se reintegraba y que los helados pedacitos que la tristeza
había hecho de mi alma se unificaban para tornarse una única sustancia que no
se partiría de nuevo. La paz más feliz, absoluta y brillante se apoderó de mis
sentimientos y se repartió por todo mi cuerpo, incluso cubrió y anegó todo
nuestro entorno convirtiéndolo en el rincón más luminoso y cálido de Lainaya.
Nos abrazábamos y nos besábamos
mezclando nuestras lágrimas, jurándonos con nuestras caricias y nuestros
suspiros a la par de alegría y de sufrimiento que nunca más volveríamos a
permitir que nos separasen, que a partir de ese momento, si era necesario,
enlazaríamos nuestras manos con cadenas para que el uno no se quedase sin el
amparo del otro. Me había bastado con ese tiempo tan doloroso para saber que no
era mi alma la única que no podía sobrevivir si Eros no estaba a mi lado, sino
sobre todo mi cuerpo, a quien parecía faltarle un gran fragmento si él no se
hallaba junto a mí.
Todo se había quedado en
silencio a nuestro alrededor. Nadie hablaba ni suspiraba. Ni Brisita ni ninguno
de los niadaes que se hallaban cerca de nosotros se atrevían a romper ese
profundo y amoroso silencio; sin embargo, Eros y yo éramos conscientes de que
no podíamos permanecer eternamente abrazados creyendo que el mundo únicamente
se componía de nuestro amor, así que, cuando transcurrieron unos largos y
emotivos minutos, deshicimos nuestro abrazo y miramos dichosos a todos los
que nos observaban mientras nos retirábamos mutuamente las lágrimas que no
dejaban de brotar de nuestros enamorados ojos. Brisita nos miraba satisfecha,
pero también con muchísima nostalgia. Yo sabía por qué su mirada destilaba
tanta añoranza y lástima, pero ignoré sus sentimientos para intentar que aquel momento
también fuese tan inocente y alegre para ella.
-
Mira, Eros, cómo ha crecido Brisita —le dije tomando a mi hijita de la
mano.
-
Es cierto. Al principio me ha costado reconocerla —nos confesó
avergonzado, intentando que su voz sonase clara—. Hola, Brisa. Te he echado
muchísimo de menos. Me alegro muchísimo de que estés bien. —Inevitablemente, a
Eros se le quebró la voz cuando pronunció aquellas cariñosas palabras, pero
ignoró sus ganas de llorar y prosiguió mientras acariciaba los cabellos de
Brisita—: Si ya no pareces una niña. Casi eres más alta que yo y te veo
distinta... ¿Dónde están tus orejitas heidélficas? Se han vuelto más pequeñas y
parecen invisibles. Además, tu piel tiene otro color, más pálido, y... No te
han salido alitas... Has crecido suficiente para que te saliesen ya...
-
A Brisita no le saldrán alitas —le expliqué con amor—. Brisita ha
dejado de ser una heidelf y se ha convertido en una audelf, pues ese es su
destino. Brisita está conectada con el aire y el aire está enlazado al otoño.
Era necesario que se transformase en audelf.
-
Audelf... ¿Eso quiere decir que te has convertido en un hada del
otoño?
-
Sí, así es —le contestó ella sonriendo con ternura. Vi tanta madurez
de pronto en su sonrisa...
-
Brisa... dejo de verte durante unos pocos días y mira todo lo que pasa
—se rió Eros tímidamente.
-
En Lainaya todos llegamos muy rápido a la edad adulta.
-
Es cierto. Y tú siempre has sido muy precoz... —afirmé con mucha
ternura.
-
Tenemos que buscar a Leonard y a Rauth. ¿Sabes dónde pueden estar,
Eros? ¿Por qué no estás con ellos? —le preguntó Mistinia con educación y
amabilidad.
-
¿Qué sois vosotros? —exclamó Eros sorprendido y fascinado—. Qué bellos
sois...
-
Somos niadaes, las hadas del agua —respondió Oisín—. Cuando la
oscuridad revolvió las aguas de donde nace la vida de Lainaya, Sinéad y Brisita
llegaron inesperadamente a mi palacio y me disponía a ayudarlas a encontraros
cuando la oscuridad nos sorprendió y entonces desaparecieron; pero hace poco
vinieron con una audelf a mi palacio y... Bien, por eso estamos todos aquí;
pero debes decirnos qué ha sucedido con Leonard y Rauth. Es importante que nos
confieses todo lo que sepas de ellos.
-
¿Dónde está Scarlya? Estábamos juntos casi ahogados en el agua cuando
de repente alguien la arrastró hacia un lugar que no pude ver. ¿La habéis
hallado? —preguntó Eros nervioso ignorando las palabras de Oisín.
-
Sí, hemos encontrado a Scarlya, pero Cerinia, la audelf que nos
acompañaba, ha tenido que llevársela a su hogar porque Scarlya está enferma,
Eros —le conté con tristeza—. Estaba a punto de morir cuando la hallamos y
apenas quedaba alma en su cuerpo, pero no te preocupes. Estoy segura de que
Cerinia conseguirá ayudarla...
-
Pobre Scarlya... —casi lloró—. Sinéad, no sé nada ni de Leonard ni de
Rauth. La última vez que los vi, nos habíamos caído todos de nuestra barca y...
solamente me acuerdo de que algo impulsó a Rauth hacia las profundidades de las
aguas. Quise ayudarlo, pero me faltaba el aire, así que emergí a la superficie
y, cuando volví a sumergirme, ya no lo vi por ninguna parte. A Leonard lo vi
alejarse rápida e intensamente con la barca creyendo que todos estábamos allí
con él. No se dio cuenta de que nos había abandonado a todos en esas inhóspitas
y descontroladas aguas. Yo nadé desesperado hasta esta isla porque tampoco
podía perseguir a Leonard nadando... La barca se movía muy veloz...
-
Entonces, es posible que Leonard también esté escondido por alguna
isla —reflexionó Brisita esperanzada.
-
Es posible, pero no seguro —aseveró Oisín.
-
A Rauth lo devoraron las aguas, Sinéad. Yo quise buscarlo, pero las
aguas estaban totalmente descontroladas. Si me lanzaba para nadar, podía
morir... Había unas corrientes muy horribles y el viento cada vez era más
fuerte —sollozó delicadamente sin poder evitarlo.
-
No te preocupes, Eros. Te prometo que entre todos los encontraremos. Y
no te culpes de nada. Es totalmente comprensible que actuases de esa forma tan
prudente. Gracias por hacerlo. No habría soportado la idea de perderte... No,
no, yo no estoy hecha para vivir sin ti, vida mía —le susurré emocionada
mientras lo abrazaba—. No temas por nada. Entre todos conseguiremos...
-
Pero tenemos que darnos prisa, Sinéad. Si es cierto lo que Eros nos
cuenta sobre Rauth... no podemos perder tiempo —exigió Mistinia.
Era imposible sentir paz en
medio de tanto desconsuelo; pero yo, al ver a Brisita y a Eros a mi lado, me
creía la mujer más afortunada de la Historia. Sin embargo, era incapaz de
respirar serenamente sabiendo que el paradero de Leonard y de Rauth era tan inconcreto
y peligroso.
-
Será mejor que Brisita y Eros se queden aquí, Sinéad. Tú debes
acompañarnos porque eres el enlace con Leonard y Rauth. En cambio, Eros y
Brisita deben permanecer aquí por si Cerinia aparece. Sabrá encontrarlos, no te
preocupes por nada —me ordenó suavemente Oisín—. Vamos a bucear. Tienes que
aguantar todo el tiempo posible bajo el agua; pero, cuando creas que tienes que
respirar sea como sea, alguno de nosotros te subirá rápidamente a la
superficie. Debes ser valiente, Sinéad, por favor.
-
Lo seré...
Así pues, tras despedirnos
temerosamente de Brisita y de Eros, nos enzarzamos en la búsqueda subacuática
de Rauth. Teníamos por seguro que Leonard se hallaría escondido en alguna cueva
esperando que alguien lo rescatase, pero no descartábamos la posibilidad de
encontrárnoslo bajo el agua... algo que... que sería totalmente lamentable y
triste...
-
Los heidelfs no soportan permanecer mucho tiempo bajo el agua —me
contó Oisín mientras nos alejábamos de aquella isla en una barca—. Si los
encontramos bajo el agua, quiere decir que están... que no están aquí, Sinéad.
Tienes que ser valiente.
-
No estarán bajo el agua, no... —me negué tratando de no derrumbarme.
-
Es posible que sí, Sinéad.
La oscuridad no solamente se
cernía sobre nosotros, apagando incluso la luz de las lejanas estrellas, sino
que, también, se hundía cada vez más profundamente en aquellas frías e
inhóspitas aguas sobre las que navegábamos con el corazón encogido. Cuando ya
nos hubimos alejado lo suficiente de aquella isla, nos sumergimos en aquel lago
casi helado y comenzamos a bucear empleando una atención inquebrantable.
Agradecía que nuestros ojos fuesen como velas que nunca se consumirían; pero
extrañaba mi cuerpo vampírico: mi fuerza, mi incansable actividad, la potente
luminiscencia de mis ojos, la resistencia al frío y a los esfuerzos...
Tenía que conformarme con un
cuerpo casi etéreo que parecía poder desintegrarse bajo el agua y ser llevado
por aquella oscura humedad al abismo del olvido. Nadaba apenas sin esfuerzo,
pues mi cuerpo apenas pesaba, pero tenía que esforzarme mucho para que las
gélidas corrientes acuáticas no me arrastrasen hacia la perdición y no me
separasen de Oisín y los demás niadaes.
La oscuridad era infinitamente
impenetrable, pero nadábamos como si la luz del día más soleado y brillante lo
invadiese todo. Buscábamos entre las coloridas plantas, entre las poderosas
rocas, ignorábamos los peces y el resto de los animales para no inquietarlos,
les prestábamos atención a todos los sonidos que llegaban a nuestros oídos...
Tenía la sensación de que, poseyendo orejitas normales, parecidas a las que
tenía cuando era vampiresa, no oía tan nítidamente como cuando en mi cabeza
reposaban esas orejitas puntiagudas. Oisín, en cambio, parecía captar todo lo
que lo rodeaba con una precisión absoluta y no se desorientaba nunca. Cuando
advertía que yo estaba deslizándome por algún camino invisible que en verdad no
debíamos seguir, me tomaba suavemente del brazo y me conducía con paciencia a
su lado bajo aquellas poderosas e inhóspitas aguas.
Creía que nunca dejaríamos de
nadar. Tuve que pedir a Oisín con la mirada que me ayudase a emerger a la
superficie porque sentía que perdía el aliento en más de cuatro ocasiones. Él
no me recriminaba nada. Me tomaba en brazos y, increíblemente veloz, salía del
agua para que yo respirase. Aquello se repitió varias veces hasta que acabé
creyendo que permaneceríamos nadando durante un tiempo incalculable; pero, al
fin, inesperadamente, descubrimos una cueva subacuática que parecía ser una
roca más. Oisín me presionó el brazo cuando adivinó que, tras las plantas, se
escondía una pequeña montaña sumergida que tenía horadada en su falda, entre
sus rocas, una curiosa y diminuta cueva donde parecía vivir un sinfín de peces
y animales mágicos.
Los demás niadaes nos siguieron
alegres y entusiasmados cuando Oisín se lo ordenó con una voz que parecía
emanada de las profundidades más lejanas e inalcanzables del mar. Cuando me di
cuenta de que podían hablar bajo el agua, me estremecí de fascinación y sorpresa,
pero no podía mostrar mis sentimientos ni siquiera con miradas porque temía que
cualquier movimiento o gesto que hiciese me robase el aliento.
Nos adentramos con sigilo en
aquella cueva. Oisín se detuvo antes de que yo me fijase en lo que me rodeaba
y, rápidamente, colocó una gran roca en la entrada de la cueva. El agobio más
asfixiante se apoderó de mí cuando me percibí totalmente encerrada con Oisín en
aquel espacio tan diminuto. El aire empezó a faltarme desconsideradamente y
estuve a punto de inspirar desesperada; pero, súbitamente, Oisín hizo un gesto
muy curioso y enrevesado con las manos y el agua desapareció, se evaporó, se
redujo a unos pequeños charcos que se escondían entre las piedras y las plantas
que alfombraban el suelo. Cuando el agua se desvaneció, caí sobre las piedras,
golpeándome inesperadamente en las piernas y en las manos.
-
¿Cómo has hecho eso? —le pregunté incapaz de creerme que podía hablar.
Mi voz sonó llena de cansancio. Necesité suspirar profundamente una infinidad
de veces para poder respirar serenamente—. Has hecho que el agua desaparezca
—exclamé a punto de toser.
-
Sí, por supuesto. Es una de nuestras facultades.
-
¿Y por qué no has hecho que todas esas aguas se desvaneciesen por un
momento? Habría sido más fácil buscarlos a todos —protesté escurriéndome los
cabellos.
-
Porque entonces la vida de Lainaya habría desaparecido, Sinéad.
-
Lo entiendo.
-
Aquí hay alguien, Sinéad, si no, no habría entrado; pero... no sé si
deberías saberlo.
-
¿Aquí? Yo pensaba que nos habíamos detenido para descansar. Estoy
completamente agotada —casi lloraba.
-
No, Sinéad.
-
¿De quién se trata?
-
Tienes que saber algo antes de descubrir de quién se trata.
-
Sí...
-
Esta cueva, hasta nuestra llegada, ha estado anegada en agua, Sinéad.
Si hay alguien aquí, es evidente que no estará vivo...
Aquellas palabras me
paralizaron, helaron mis pensamientos, mis sentimientos y todo mi cuerpo. No
podía moverme, pero, sin embargo, mi mente no dejaba de pensar. Leonard y Rauth
eran los únicos que aún estaban perdidos. Podía ser cualquiera de los dos, pero
yo no estaba preparada para aceptar su desaparición. Cuando me planteé la
posibilidad de que fuese Leonard quien se hubiese introducido en aquella
peligrosa cueva, el mundo tembló brutalmente, las aguas parecieron agitarse
allí afuera... No, no, no, no, era incapaz de aceptar que él hubiese perecido
tan solo, en un lugar tan oscuro... pero tampoco podía figurarme que fuese
Rauth quien había perdido su aliento...
-
¿Estás preparada para saberlo? —me preguntó Oisín con mucha
delicadeza.
-
No quiero que sea ninguno de los dos, Oisín —lloré sin poder evitarlo.
Mis lágrimas se mezclaron con el agua que chorreaba de mi flequillo.
-
Alguno de los dos es, Sinéad... Dime, si tuvieses que escoger, ¿a
quién preferirías tener a tu lado?
-
Si pudiese, me cambiaría por quienquiera que esté aquí para que
ninguno de los dos... No, no puede ser ninguno de los dos. Yo no lo soportaré.
-
Ya has sufrido su muerte antes. Creo que es muchísimo más doloroso
perder a un padre que a un amante, ¿verdad? Leonard es tu creador, aunque en
Lainaya ya no mantengáis el mismo vínculo, pero creo que es el ser más
importante para ti. ¿Me equivoco?
-
No, no te equivocas... pero Rauth... Rauth también es muy importante
para mí —seguía llorando.
-
Sinéad... sé fuerte, por favor.
-
Dime de quién se trata. Quiero terminar cuanto antes con este
momento...
-
Ven conmigo.
Oisín me tomó de la mano y me
ayudó a levantarme. Noté que las piernas me temblaban y que era incapaz de
mantener el equilibrio. Me aferré a la mano de Oisín y se la presioné con
desesperación y tanto temor que él no pudo evitar soltármela para abrazarme.
Era la primera vez que abrazaba a un niadae. Me pareció que su cuerpo era
solamente agua, pero era tan consistente como un alga... Era escurridizo, pero
de sus brazos emanaba un calor que me hizo sentir acogida.
-
Sé fuerte, Sinéad. Sé que este momento es muy duro para ti.
-
No puedo vivirlo —protesté con una voz entrecortada.
-
Cuanto antes lo vivas, antes podremos regresar con Brisita y los demás.
Están esperándote y necesitan que seas fuerte...
No dije nada más. Permití que
Oisín me condujese hacia ese rincón donde había perecido un gran pedacito de mi
vida. Cerré los ojos antes de que éstos me revelasen a quién pertenecía el
cuerpo que se había quedado sin aliento. De pronto, Oisín se detuvo y noté que,
en nuestros pies, reposaba aquel ser cuya alma se había desprendido de la
materia que la había retenido en la vida para volar lejos de ese instante, de
ese mundo, donde, a pesar de que la magia reinase, no había sabido encontrar su
eterno hogar.
Sin poder evitarlo, abrí los
ojos y los perdí por la vacía mirada que se habría congelado en aquel rostro.
Me encontré con una inesperada y tenue sonrisa esbozada en unos labios que me
habían besado demasiadas veces. Hallé una mirada que, aunque vacua, albergaba muchísimo
amor... como si él hubiese intuido que yo lo miraría cuando su alma ya se encontrase
muy lejos de mi momento. Aunque la muerte hubiese apagado su vida, él estaba
hermoso, tan hermoso como las hojas que, ya caídas al suelo por la fuerza
decadente del otoño, siguen destilando la misma belleza que las tiñó cuando
bailaron con las brisas del verano en las ramas donde habían nacido.
-
Rauth... —susurré agachándome a su lado y acariciando delicadamente
sus rojizos y rizados cabellos—. No, tú no te has ido. Sé que no te has ido. Es
imposible... Debe haber alguna forma de hacerte regresar —protesté con una voz
quebrada.
El llanto más desgarrador y
potente se apoderó de mí, de mi equilibrio, de mi cuerpo, de mi alma. Solté la
mano de Oisín y me dejé caer en el pecho de Rauth para llorar todo lo que no
había llorado delante de él, para llorarlo a él, al hombre que me había
enseñado a amar con toda el alma, con una sinceridad que ni siquiera la locura
había podido destruir. Ya lo había perdido antes... por eso no entendía por qué
la vida se empeñaba en quitármelo cuando aprendía a ser feliz con él de nuevo
olvidando la muerte, olvidando el dolor, el tiempo y la distancia que nos
habían separado. ¿Por qué nunca podía quedarse a mi lado, por qué?
-
Sinéad...
La voz de Oisín sonó
inesperadamente atravesando el velo de todo mi llanto, de mis profundos
sollozos, de mi honda tristeza. Su voz era un aviso: teníamos que irnos. Algo
me dijo que ese hechizo que le había permitido convertir el agua en aire no
duraría eternamente y que dentro de poco se agotaría ese aire que nos permitía
respirar. Sin dejar de llorar, me separé de Rauth y, tras besarlo una última
vez en la frente, me alcé del suelo dispuesta a marcharme. Sin embargo, no
podía dejar a Rauth allí, solo, ahogado por el agua. Sin pedir permiso a nadie,
sabiendo que era incapaz de abandonarlo tan injustamente, volví a agacharme y
lo tomé en brazos.
-
¿Qué haces, Sinéad? No podemos llevarlo.
-
No me importa. Si es cierto que se ha ido, entonces tenemos que
enterrarlo en su tierra... No podemos dejarlo aquí, Oisín. Por favor... ayúdame
a transportarlo. Estoy segura de que se puede hacer algo por él.
-
Está muerto, Sinéad. Más vale que no nos lo llevemos. Es posible que
la oscuridad...
-
No me importa la oscuridad, no me importa nada. Quiero llevármelo. No
puedo dejarlo aquí —sollozaba desesperadamente.
Oisín no me objetó nada. Como
era más fuerte que yo, pues el agua es más poderosa que toda la nieve que pueda
haber caído sobre la tierra, tomó a Rauth en brazos, no sin antes retirar de la
entrada de la cueva esa roca que nos impedía huir de ese oscuro y húmedo rincón
que olía a olvido. Enseguida pensé que, si el olvido en verdad existía, éste
tenía su hogar en las profundidades más remotas e infinitas del océano más
gélido de la Tierra, de cualquier tierra, de cualquier universo...
Salimos de aquella cueva y
buceamos en silencio. Yo me reprimía continuamente las ganas de llorar. Era
incapaz de pensar en nada. Solamente tenía en la mente la imagen del rostro de
Rauth teñido de muerte, con esa sonrisa esbozada en sus cariñosos y dulces
labios. Me pregunté por qué había muerto sonriendo...
-
¿Sabes por qué sonríe? —me preguntó Oisín. Me estremecí cuando me
percaté de que había adivinado mis pensamientos. Yo le negué con la cabeza, a
punto de llorar—. Pues está sonriendo porque todos los habitantes de Lainaya
morimos sabiendo que hemos cumplido todos los propósitos de nuestra vida. El
propósito que la naturaleza le había encomendado a Rauth era engendrar con la
mujer que más ha amado en su vida la próxima reina de Lainaya. Por eso estaba
aquí, por eso la muerte había permitido que su alma viajase hasta esta tierra y
se materializase en un heidelf.
Estaba a punto de arrancar a
llorar desconsoladamente, pero, por suerte, ya habíamos alcanzado la superficie
del agua. La barca en la que habíamos viajado nos esperaba en medio del lago
como si de sus aguas formase parte, apenas sin ser mecida por las delicadas
olas que removían la oscuridad. Me subí a la barca sin preguntar nada, sin
decir nada, sin pedirle permiso a nadie, llorando casi sin sentir mis sollozos
y las lágrimas que resbalaban por mis eternamente redondas mejillas.
Oisín se colocó a mi lado y, en
silencio, depositó a Rauth en mi regazo. Permanecí todo el camino de regreso a
la isla donde habíamos encontrado a Eros llorando desconsoladamente y
acariciando los cabellos de Rauth, peinándolo con todo el amor que sentía por
él, retirándole de su hermoso rostro las gotitas de agua que, a modo de
lágrimas, se le habían posado en las pestañas. Rauth parecía un ángel. Aun sabiendo
que su alma estaba lejos de ese cuerpo que yo mimaba con tanto primor, me
parecía que era el ser más místico y celestial que jamás pudo nacer de la unión
de las estrellas y las nubes.
-
Adiós, Rauth... Sé que volveremos a vernos en otra vida, lo sé, pues,
cuando creía que te había perdido para siempre, reaparecías... Siempre lo has
hecho, cariño... Tu alma no está hecha para morar en la muerte... Cuánto te
amé, Rauth, cuánto te amé, cuánto te amo, Arthur, Arthur... mi Arthur...
—sollozaba cada vez con más impotencia y tristeza—. Por favor, llévate nuestro
amor dondequiera que vayas para que nunca sea olvidado... Te quiero, te quiero
muchísimo... Cómo me habría gustado que las cosas fuesen distintas... Ahora ya
es demasiado tarde para todo, para todo... Ni siquiera la vida te ha permitido
ver crecer a tu hijita... ¿Cómo voy a decirle ahora que no estás? NO, no puedo,
no puedo, ¡no puedo!
-
Sinéad...
-
Oisín, no quiero vivir esto, no quiero —sollozaba totalmente
destrozada. Notaba que mi interior se agrietaba como si mi alma fuese la tierra
y la tristeza que me agitaba, un destructor terremoto que lo despedazaba todo,
todo...
-
Tienes que ser fuerte, Sinéad. Tienes que serlo para poder llegar al
hogar de Lumia. Ella podrá ayudarnos...
-
Yo quiero que él vuelva. ¿Cómo vamos a ir a su hogar si no conocemos
Lainaya?
-
Él te guiará desde la distancia de la vida. Nunca estarás sola.
También los estidelfs y todas las hadas que os encontréis por el camino os
ayudarán. Ahora, debes ser fuerte... No te preocupes por Rauth. Nosotros, los
niadaes, mantendremos intacto su cuerpo, lo conservaremos para el momento de
vuestro regreso para que podáis enterrarlo.
-
Rauth... no puede estar muerto, Rauth no puede haberse ido...
-
Se ha ido, Sinéad. Tienes que aceptarlo.
-
Él no nos dijo nada de que su propósito...
-
Él sabía que tarde o temprano moriría, Sinéad.
-
¿Lo sabía?
-
Por supuesto. Todos conocemos los propósitos que la naturaleza nos ha
encomendado.
-
No puede ser...
-
Ya hemos llegado, Sinéad. Tienes que ser fuerte...
La isla donde habíamos
encontrado a Eros se extendía ante nuestros ojos, verde y bella, pero la cubría
una sombra triste que combatía el brillo de las plantas, la beldad de los árboles,
la quietud del viento. No obstante, sabía que aquella visión tan apagada se la
ofrecían mis sentimientos y mi alma, donde había oscurecido irrevocablemente.
Oisín tomó en brazos a Rauth
para que yo pudiese descender de la barca. Sin mirar atrás, sabiendo que Oisín
y los demás niadaes me seguían, empecé a adentrarme en la espesa vegetación que
adornaba aquella isla de agua dulce. En breve, me hallé en la cueva donde Eros
y Brisita conversaban animadamente. Alcancé a oír que Brisita estaba hablándole
de Lianid a Eros. Cuando se apercibieron de que yo estaba cerca, se callaron de
pronto y los dos se voltearon para adentrarse en mis ojos y conocer todo lo que
había ocurrido a través de mi mirada.
-
Shiny, cariño, ¿qué ha sucedido? —me preguntó Eros con mucha
delicadeza.
Yo no contesté. Me senté a su
lado y agaché los ojos, de los que no dejaban de brotar lágrimas heladas y
brillantes. Brisita se acercó a mí y me abrazó con mucho amor, intentando
consolarme; pero su cariño hizo que me desmoronase y comenzase a llorar silenciosa,
pero hondamente.
-
¿Qué ocurre, mami? —me cuestionó Brisita preocupada.
-
Brisita... lo siento mucho, cariño, lo siento muchísimo, muchísimo
—lloré sin consuelo mientras la apretaba contra mí.
-
¿No habéis podido encontrar a Rauth? —preguntó ella con una voz
frágil, quebradiza.
-
Sí, lo hemos encontrado, pero, pero...
-
¿Qué sucede? —se impacientó mi hijita.
-
Rauth ha muerto, cariño, ha muerto —le declaré apenas sin poder
hablar.
Brisita se sumió en un silencio
tan hondo que devoró todos los sonidos que formaban nuestro entorno. Eros, a su
vez, se había quedado paralizado, aunque en sus ojos no detecté sorpresa, si es
que podía captar nítidamente lo que emanaba de su mirada, pues las lágrimas
hacían que todo mi entorno deviniese sombras. No obstante, supe que Eros intuía
que Rauth ya no estaba en nuestro mundo... ni en Lainaya, ni en ninguna
parte...
-
¿¿Se ha ido? —preguntó Brisita con miedo—. Entonces eso quiere decir
que ya ha cumplido todos los propósitos que la naturaleza le encomendó, Sinéad.
-
Eso no me sirve —protesté impotente.
-
Shiny, lo siento mucho, amor mío —me comunicó Eros abrazándonos a
Brisita y a mí al mismo tiempo.
-
He perdido a mi papá... Jamás pensé que viviría algo así —nos confesó
casi para sí misma mientras ya comenzaba a llorar con una tristeza que me
partió el corazón.
Nunca creí que en Lainaya
pudiesen existir momentos tan tristes y desoladores; pero de nuevo, como si no
pudiese apartarme nunca de ella, la oscuridad se había cernido sobre nuestros
corazones. Enseguida pensé que todo aquello era responsabilidad de Alneth,
quien siempre quiso hacernos daño cuando nosotros la respetábamos. No me
pregunté nada, solamente atendí a esa certeza, notando cómo ésta hacía nacer
por dentro de mí una rabia que incendió todos mis sentimientos, que volvió
fuego mis lágrimas, pero que, sin embargo, no fue lo bastante potente como para
hacer que dejase de llorar de lástima e impotencia para plañir de ira.
-
Alneth es la única culpable de todo lo que está ocurriéndonos —declaró
Eros con frustración.
-
No, Eros. Rauth se ha ido porque ya ha cumplido todas las misiones que
la naturaleza le encargó. Si no hubiese muerto ahogado, habría muerto de
cualquier otra forma —explicó Oisín con mucha delicadeza—. Yo no conocía a
Rauth, pero sé que tenía un alma purísima, quizá la más pura de toda Lainaya.
-
Era un ángel... Siempre lo fue —susurré con una tristeza inmensa.
-
Pero, aunque él no esté, tenemos que proseguir con nuestro viaje,
Sinéad —me animó Brisita, aun sabiendo que yo no me creería que ella estaba
motivada. Su voz sonó llena de pena y congoja—. Tenemos que encontrar cuanto
antes a la reina de Lainaya.
-
Brisa tiene razón. No podéis retrasarlo más —corroboró Mistinia—.
Notamos que la oscuridad está apoderándose cada vez de más terrenos que le
pertenecen a Lainaya. Tenéis que daros prisa en llegar cuanto antes a la región
del fuego.
-
Pero también tenemos que encontrar a mi padre —me quejé casi sin poder
hablar.
-
No te preocupes por Leonard, Sinéad. Nosotros lo buscaremos por ti y
lo ayudaremos a regresar a tu realidad. No es conveniente que siga aquí.
Scarlya también debería irse. Quienes han sido atacados por la oscuridad deben
marcharse cuanto antes. Son vulnerables —explicó Oisín—. Eros, en cambio, sí
puede quedarse. Tiene un alma fuerte y confía mucho en sí mismo. Eso lo
ayudará.
-
Posiblemente... —musitó él con vergüenza.
-
¿Cómo vamos a irnos sintiendo esta tristeza tan honda? —quise saber
con impotencia.
-
¿Y estás seguro, Oisín, de que yo no he sido tocada por la oscuridad?
La he tenido muy cerca —propuso Brisita asustada.
-
Tú no has sido tocada por la oscuridad. La oscuridad no ha podido
haceros nada ni a ti ni a Sinéad; pero debéis tener mucho cuidado. Además,
tenéis que iros antes de que vuelva a caer la noche. Aquí siempre está oscuro,
como en la región de la nieve; pero la noche es muchísimo más espesa e
insondable. Mistinia y yo os acompañaremos hasta el valle del otoño para que
podáis proseguir con vuestro viaje. Además, os daremos unos mapas... aunque
creo que ya tenéis...
-
Los tenía Rauth, pero seguro que el agua los ha destruido y los ha
vuelto inservibles —dije con pena.
-
No os preocupéis por eso. Todo habitante de Lainaya debe tener algún
mapa de su tierra —nos sonrió Mistinia para intentar infundirnos calma y ánimo.
No nos opusimos. Aceptamos sus
palabras, sus cariñosas órdenes... y, aunque el alma nos pesase
estridentemente, salimos de aquella cueva tratando de ser fuertes, nos montamos
en una barca y, en silencio, permitimos que Oisín nos condujese hacia el camino
que debíamos seguir. Yo deseaba buscar a Leonard, pero sabía que no podía
protestar más. Ya había llorado y me había quejado suficiente delante de ellos.
Además, confiaba en que aquellos niadaes tan buenos y mágicos pudiesen encontrarlo
y ayudarlo a regresar a su hogar. Era el mejor lugar donde podía estar. NO
dudaba de sus palabras ni de la bondad de su alma, por eso apenas me molesté en
esforzarme en buscar alguna solución que me ayudase a escapar para hallar a mi
padre. Tampoco me quedaban fuerzas para seguir luchando para que pudiésemos
reunirnos todos. Nuestro destino en Lainaya estaba desintegrándose. Los pilares
que sostenían nuestras ilusiones estaban derrumbándose... Tenía miedo a que
Eros, Brisita y yo nos quedásemos enterrados bajo los escombros de nuestro
presente si intentaba reconstruir la senda que debíamos recorrer para alcanzar
la paz.