Melancolía
La felicidad es un sentimiento brillante que
nos llena el alma, que se alimenta de todas las sonrisas que esbozamos y de la
luz que brota de nuestros ojos cuando la hermosura más resplandeciente nos
rodea, que nos hace creer que las emociones oscuras y desalentadoras se han
desvanecido para siempre. No obstante, incluso con la tristeza más interminable
y reluciente puede mezclarse la melancolía más profunda. Cuando nos envuelve
una bellísima melodía cargada de ternura y sentimiento, cuando nos encontramos
inmersos en la beldad de la Naturaleza o cuando un recuerdo nostálgico invade
toda nuestra memoria, sentimos que la añoranza domina nuestro corazón y nos
aparta de esa cálida sensación llamada felicidad. A veces, dependiendo de con
quién nos hallemos, podemos expresar o no esos sentimientos tan intensos que
nos hacen saber que nuestra alma está viva. Hay quienes, con la paciencia y la
afabilidad de sus miradas, nos invitan a que desvelemos todo lo que somos y que
convirtamos en miradas o en palabras todo lo que pensamos.
Tsolen me insistía siempre en que le
confesase cómo me sentía y en que le desvelase mis pensamientos. Tsolen siempre
me escuchaba, siempre, incluso cuando mis palabras le desvelaban que el alma se
me había llenado de nostalgia. Tsolen podía adivinar qué sentía cuando me veía
deslizar los ojos por mi alrededor y los fijaba en los rincones más bellos de
aquella naturaleza que tanto me había enamorado.
Viviendo en aquel lugar tan inmensamente
hermoso junto a los dos hombres que más quería, sentía que la vida me había
devuelto las ganas de soñar, el ímpetu de ilusionarme y el sentido de todas las
emociones que experimentaba y de todo lo que pensaba. Cuando caminaba entre los
árboles rememorando todo lo que había vivido hasta esos momentos, tenía la
sensación de que hacía muchísimo tiempo que no era tan feliz.
No obstante, incluso en esos días y esas
noches tan tiernamente felices, podía notar que extrañaba todo lo que había
tenido en mi vida y sobre todo a mis seres queridos; aquéllos con los que había
compartido tantos momentos y con los que había intentado vivir antes de que el
mundo que mi alma y la de la Naturaleza habían creado desapareciese para
siempre. Me preguntaba dónde estarían mis padres, qué sería de mi hermano, en
qué lugar de la Tierra vivirían Alex, Eitzen y áurea; qué sería de la vida de
Stella, de Brendhan, de todos, absolutamente de todos aquéllos que yo tanto
había amado, que tanto me habían amado.
Mas Tsolen y Leonard, con su infinita
paciencia, lograban atenuar la desesperación que se me despertaba cuando los
recordaba a todos y me percataba de que no tenía ninguna noción de sus vidas.
Leonard me convencía de que podía comunicarme con ellos a través del lazo que
me unía a mis padres eternos y a mi hermano por el hecho de haberlos creado yo
a todos y que podía preguntarles, a través de la distancia, cómo estaban, qué
sentían, qué pensaban. Leonard me aseguraba que hasta podía pedirles que
viniesen a visitarnos y que podía guiarlos a través de la noche para llegar a
aquel hogar que la Naturaleza nos había ofrecido con tanto amor.
Pasaban los días, los atardeceres, las noches
y los amaneceres como si fuesen fases de un mismo día, como si el tiempo se
hubiese empequeñecido y no transcurriese lentamente. Tenía la sensación de que
vivíamos inmersos en una dimensión donde no transcurrían las horas del mismo
modo que habían discurrido siempre por la Historia. Incluso soñaba que el lugar
donde se encontraba nuestro hogar no pertenecía al mismo mundo en el que todos
habíamos aprendido a intentar sobrevivir, sino que se hallaba en unos lares muy
distantes de todos aquéllos que alguna vez captamos con nuestros agudizados
sentidos.
Sobre todo queda en mi memoria el recuerdo
tierno de una noche en la que la lluvia humedecía tímidamente las ramas de los
árboles, posando sus relucientes gotitas en las hojas, colándose entre las
raíces y dándoles vida a las flores. Leonard y yo nos hallábamos sentados bajo
la frondosa copa de un árbol que nos protegía de las lágrimas del cielo; aunque
de vez en cuando el viento mecía levemente sus ramas, permitiendo que aquella
fresca y dorada agua resbalase por nuestra piel. El silencio era nuestra más
profunda conversación; un silencio que no incomodaba, pues ambos nos habíamos
acomodado en él sabiendo que al otro no le inquietaba que no hablásemos; pero
de pronto Leonard rompió aquella carencia de palabras. Lo hizo con una pregunta
que me sorprendió mucho, pues no esperaba que me la formulase tan tiernamente:
- ¿Qué te hace sentir este momento?
Lo miré con dulzura y asombro, sonriéndole,
indicándole con la mirada que me había acariciado el alma que me hiciese
aquella pregunta. No le contesté enseguida, pues prefería reflexionar primero
sobre las palabras que le dirigiría y con las que intentaría transmitir todos
los sentimientos que se me agolpaban en el alma. Al fin, incapaz de retener mi
voz por más tiempo, empecé a decirle:
- Siento muchísimas cosas, pero todas muy hermosas. Hacía mucho tiempo que la lluvia no me rodeaba. Siempre que veo llover, no puedo evitar acordarme de la primera vez que vi la lluvia. Fue tan bello ese momento... La lluvia volvió hermoso ese instante tan delirante que estábamos viviendo. Además cuando llueve siento que el cielo tiene sentimientos que se conectan con los míos. Cualquier lugar acariciado por la lluvia se torna acogedor e íntimo. Me gusta permanecer en silencio mientras el cielo llora sus doradas lágrimas. Extraño la voz del trueno, pero no toda tormenta tiene que ser estridente. Puede llover en silencio, así como tú y yo podemos comunicarnos sin decirnos ni una sola palabra.
- Qué bellas palabras siempre escoges para describir lo que sientes. Siempre has sido tan...
- Tan, ¿qué? —le pregunté intrigada.
- Tan especial, tan romántica, tan tiernamente buena y afable... Nunca creí que fueses así. Cuando te conocí siendo humana, supe enseguida que eras una mujer muy especial y que no te merecías desaparecer, ni el mundo tampoco se merecía perder un tesoro como tú; pero, en cuanto te convertí y comencé a tratarte como vampiresa, me percaté de que eras mucho más de lo que me había imaginado. Tienes sentimientos muy potentes que a mí me abrumaban, pues nunca había interactuado con alguien como tú, Sinéad. Siempre me arrepentiré de cómo me comporté contigo los primeros años de tu vida vampírica. No fui justo. Fui cobarde e inepto. No supe tratarte como te merecías. Necesitabas una atención que yo no sabía darte. Perdóname, hija.
- No tienes por qué pedirme perdón por algo por lo que yo no te guardo rencor, Leonard. Esos momentos quedan muy lejos de este instante.
- Debería haber convertido también a Klaudia. ¿Nunca lo has pensado?
- Sí, muchísimas veces. Lo pensé muchísimas veces hasta que convertí un humano en vampiro. Entonces comprendí cuán difícil era crear un vampiro y cuánto tenías que dar para conseguir que todo fuese bien. Era imposible que nos transformases a las dos, padre. Yo nunca te guardaré rencor por eso. No te inquietes.
- Todos los vampiros somos más sensibles que cualquier humano, eso es evidente; pero hay vampiros que tienen una sensibilidad que sobrepasa los límites de la cordura, y tú eres uno de esos casos. Son vampiros a los que les afecta mucho estar solos cuando más compañía necesitan, pero también adoran la soledad y vagar por la naturaleza o por cualquier otra parte que les haga sentir protegidos. Esos vampiros son más propensos a enloquecerse de tristeza o a enfermar de melancolía. Estoy leyendo libros muy interesantes escritos por humanos más sensibles que el resto de los humanos y creo que hay cosas extrapolables a nuestra especie.
- Me gustaría leerlos.
- Deberías. Te ayudarán mucho a entenderte mejor y a comprender por qué siempre has sido así.
- Yo comprendo siempre cómo me siento. Sí es cierto que hay momentos en los que mis intensos sentimientos me abruman y tengo la sensación de que pueden arrebatarme la cordura. No sé controlar la fuerza de mis emociones.
- ¿A qué emociones te refieres, Sinéad?
- A la impotencia, a la tristeza, a la rabia... No quiero pagar con nadie nunca lo que siento; pero no puedo evitarlo. Me gustaría aprender a no permitir que las emociones me dominasen tanto.
- Nunca tienes que esconder lo que sientes, Sinéad.
- Nunca lo he hecho.
- Cierto. Hija, lo que debes hacer es entender que la vida es muy complicada. Sé que eres consciente de ello, siempre lo has sido; pero creo que te falta aceptar que la tristeza forma parte de la vida. El mundo no se derrumbará si estás triste.
- Para mí sí se derrumba el mundo si Sinéad está triste —intervino de pronto Tsolen, apareciendo repentinamente ante nosotros—. Si noto que los ojos de Sinéad no brillan de felicidad, me siento vacío, tengo la sensación de no ser bueno para ella.
- Pero tienes que entender que el alma de Sinéad es muy propensa a llenarse de melancolía y tristeza.
- La melancolía y la tristeza no son lo mismo —aporté con ternura—. La tristeza te arrebata las ganas de vivir. En cambio, la melancolía te hace apreciar los momentos más oscuros, te ayuda a arrojar una luz sobre los lugares más tenebrosos y te hace amar los recuerdos de un modo distinto.
- Tienes toda la razón —confirmó Leonard con complacencia.
- Es cierto que la tristeza forma parte de la vida —afirmó Tsolen sentándose enfrente de nosotros—; pero la vida no es solamente tristeza y oscuridad para nosotros. Tenemos muchas cosas por las que sentirnos dichosos, tenemos muchos motivos para abrir los ojos todos los atardeceres: el amor de nuestros seres queridos, la belleza del mundo, la ternura de los instantes preciosos, la música, la literatura, el arte en general. En esta vida hay muchas cosas por las que merece la pena vivir. No debemos rendirnos nunca. Si lo hacemos, nunca más podremos contemplar la beldad del amanecer y la brillante dulzura del atardecer. Si nos rendimos, jamás podremos escuchar la voz del agua, del viento y de la noche. Tenemos que vivir, esforzarnos por seguir adelante arrastrando todas las aflicciones con las que la vida nos ha golpeado, enorgulleciéndonos de haberlas superado, de seguir aquí pese a todo. —Para entonces, las lágrimas ya me resbalaban por las mejillas—. Somos seres eternos que sufrimos mucho más que el resto de seres vivos. Eso nos da mucho más derecho a vivir, mucho más. Nuestro sufrimiento merece la pena si continuamos caminando por el sendero de nuestra existencia. —Tsolen entonces me tomó de las manos y me las presionó con fuerza mientras decía—: Y, tú, mi Shiny, tienes que sentirte especialmente orgullosa de ti misma por todo lo que has superado. Desde el principio de tu existencia, tu vida fue difícil, desde siempre, y, sin embargo, estás aquí, rodeada por la hermosura más eterna y resplandeciente, acompañada por los dos hombres que más te quieren en toda la Tierra. Sonríe, mi Shiny. Si sonríes aunque la tristeza te invada el alma, la noche se volverá luz, las estrellas murientes renacerán y la luna lucirá con un fulgor mucho más potente que el del sol para que nunca nos falte luz en nuestra eterna noche oscura.
- Caramba, Tsolen —susurró Leonard sobrecogido—. Jamás me imaginé que fueses capaz de decir algo tan bello.
- ¿Qué os creéis, que yo no soy romántico, que yo no me estremezco ni me inspiro cuando me hallo rodeado de tanta y tanta hermosura? Siempre he huido de la soledad que la Naturaleza puede ofrecernos porque me daba miedo sentir todo lo que su contemplación podía despertar en mí. Siempre he sido excesivamente sensible, pero yo mismo me hice una coraza que ocultaba mis verdaderas emociones. Aprendí a esconderle al mundo lo que sentía para no parecer débil, pero en realidad tengo un corazón muy frágil y es muy sencillo hacerme daño. —A Tsolen se le quebró la voz—. Por eso estoy tan enamorado de Sinéad, porque encuentro en ella todo lo que yo puedo ser y no me atrevo a ser, encuentro en ella las razones para quererme a mí mismo y apreciar quien soy y lo que siento y la amo porque es la única mujer, y me atrevería a decir que es el único ser en la Historia y en el mundo, con la que me he atrevido a expresar sincera y plenamente todo lo que soy. No quiero perderte nunca, Sinéad. Yo también me entristezco de repente, pero me callo, me callo porque no quiero que la pena que puede albergarse en mi mirada profundice la tuya, no quiero que busques en mí una luz que la tristeza puede impedirme darte, y no la encuentres.
- Yo no quiero que escondas lo que eres, Tsolen. Eres un tesoro. No te mereces ocultar tu brillo. Y, si alguna vez estás triste y sientes ganas de llorar, entonces lloremos juntos, Tsolen —le pedí mientras le apretaba las manos—. Gracias, gracias por abrirnos tu corazón de este modo. Creo que ahora es cuando te conozco realmente.
- Sinéad, yo huyo siempre de las emociones más fuertes porque sentirlas me aterra, me vuelvo pequeño e indefenso, me hacen ser ese niño que tuve que matar cuando supuestamente tenía que crecer para convertirme en un adulto.
- No es justo que te fuerces a hacer algo que tanto puede dolerte —le aconsejó Leonard sobrecogido.
- ¿Y sabes algo? —le pregunté con mucho amor, todavía sin poder dejar de llorar—. Aunque lo intentases con todas tus fuerzas, jamás podrías haber matado a ese niño que llevas por dentro. Éste todavía vive en ti, está en ti —le sonreí al ver que él también me sonreía—. No quiero que me escondas lo que eres, nunca más, nunca más lo hagas.
- Delante de mí tampoco. Tenemos sentimientos porque nos merecemos sentirlos. Las emociones, incluso las más intensas y desgarradoras, son una bendición. Sentir nos hace saber que estamos vivos —nos aseguró Leonard con decisión—. Yo también he ocultado muchísimas veces lo que siento para no parecer débil, para entregarle a Sinéad una fuerza que ella parecía no tener, aunque yo siempre tuve clarísimo que era la mujer más valiente y poderosa que jamás pudo existir. Solamente es necesario que se lo crea un poquito. Y todos somos valientes y poderosos. Porque sintamos tristeza o lloremos no quiere decir que seamos débiles, ¿de acuerdo?
- Sí —contestamos Tsolen y yo al mismo tiempo.
- Apreciemos la vida, en sus momentos oscuros, en sus momentos de luz y ternura, siempre, apreciémosla cuando creamos que se han agotado los motivos para seguir luchando por existir. Nunca se acabará nuestra fuerza, aunque nos sintamos desfallecer de congoja. Siempre nos quedará algo por lo que mirar al cielo y dar las gracias por lo que somos, hemos sido y seremos.
Y ésta es la lección que he querido
transmitir con todas las palabras que han formado parte de este episodio de mi
vida. La vida es dura. Con sus terribles acontecimientos puede abatirnos. La
vida está llena de momentos tristes en los que creemos que no merece la pena
estar en este mundo ni luchar por lo que somos; pero la vida es una inmensa
caja de sorpresas que nunca podremos abrir del todo para comprobar qué se
esconde en lo más recóndito de su fondo. La vida es un camino cuyo fin jamás
podremos divisar, aunque nos hallemos en la cumbre más alta de la existencia;
la cumbre a la que nos llevan los instantes más felices y luminosos. La vida es
una senda llena de obstáculos ocultos tras las brumas del futuro, pero también
es una senda orillada por los matices más hermosos, por las imágenes y los
seres más preciados. La vida es un camino que no se recorre en soledad. Podemos
aferrarnos a la mano de un ser querido que nos guiará a través de la
incertidumbre hasta encontrar el rincón donde más protegidos podamos sentirnos.
Y la vida es quien nos pone ante nuestros ojos a esos seres con los que
decidimos caminar. La vida es incierta, pero también es inexorable, ella
recorrerá el sendero de nuestro destino indicándonos que, aunque nos golpee la
frustración y la desolación más intensas, nunca, nunca debemos rendirnos.
Caminando, atravesando las dificultades y las adversidades, lograremos alcanzar
una paz y una luz que no existirían si permitiésemos que la oscuridad del
olvido nos abatiese.
La vida continuó fluyendo mientras Leonard,
Tsolen y yo vivíamos en aquel lugar tan apartado de la realidad. Éramos felices
allí, alejados de cualquier locura, enfermedad o maldad; pero los tres éramos
conscientes de que, aunque nos mantuviésemos distanciados de todo lo que podía
hacernos daño, nada de eso había desaparecido y que, tarde o temprano,
tendríamos que regresar a esa sociedad tan enloquecida para formar parte del
transcurso de la Historia una vez más; pero, mientras ese momento no llegaba,
los tres disfrutamos plenamente de todas las bendiciones que aquella ancestral
Naturaleza nos ofrecía, disfrutamos de nuestra amada compañía y juntos
aprendimos a sonreír incluso cuando el amanecer nos avisaba de que el tiempo de
nuestra noche se había agotado. Todo parecía ser tan sencillo... y es que,
cuando la paz reina en nuestra vida, es muy fácil existir y sonreír.