martes, 23 de febrero de 2016

ABANDONANDO LA REALIDAD - 08. MELANCOLÍA


Melancolía

 

La felicidad es un sentimiento brillante que nos llena el alma, que se alimenta de todas las sonrisas que esbozamos y de la luz que brota de nuestros ojos cuando la hermosura más resplandeciente nos rodea, que nos hace creer que las emociones oscuras y desalentadoras se han desvanecido para siempre. No obstante, incluso con la tristeza más interminable y reluciente puede mezclarse la melancolía más profunda. Cuando nos envuelve una bellísima melodía cargada de ternura y sentimiento, cuando nos encontramos inmersos en la beldad de la Naturaleza o cuando un recuerdo nostálgico invade toda nuestra memoria, sentimos que la añoranza domina nuestro corazón y nos aparta de esa cálida sensación llamada felicidad. A veces, dependiendo de con quién nos hallemos, podemos expresar o no esos sentimientos tan intensos que nos hacen saber que nuestra alma está viva. Hay quienes, con la paciencia y la afabilidad de sus miradas, nos invitan a que desvelemos todo lo que somos y que convirtamos en miradas o en palabras todo lo que pensamos.

Tsolen me insistía siempre en que le confesase cómo me sentía y en que le desvelase mis pensamientos. Tsolen siempre me escuchaba, siempre, incluso cuando mis palabras le desvelaban que el alma se me había llenado de nostalgia. Tsolen podía adivinar qué sentía cuando me veía deslizar los ojos por mi alrededor y los fijaba en los rincones más bellos de aquella naturaleza que tanto me había enamorado.

Viviendo en aquel lugar tan inmensamente hermoso junto a los dos hombres que más quería, sentía que la vida me había devuelto las ganas de soñar, el ímpetu de ilusionarme y el sentido de todas las emociones que experimentaba y de todo lo que pensaba. Cuando caminaba entre los árboles rememorando todo lo que había vivido hasta esos momentos, tenía la sensación de que hacía muchísimo tiempo que no era tan feliz.

No obstante, incluso en esos días y esas noches tan tiernamente felices, podía notar que extrañaba todo lo que había tenido en mi vida y sobre todo a mis seres queridos; aquéllos con los que había compartido tantos momentos y con los que había intentado vivir antes de que el mundo que mi alma y la de la Naturaleza habían creado desapareciese para siempre. Me preguntaba dónde estarían mis padres, qué sería de mi hermano, en qué lugar de la Tierra vivirían Alex, Eitzen y áurea; qué sería de la vida de Stella, de Brendhan, de todos, absolutamente de todos aquéllos que yo tanto había amado, que tanto me habían amado.

Mas Tsolen y Leonard, con su infinita paciencia, lograban atenuar la desesperación que se me despertaba cuando los recordaba a todos y me percataba de que no tenía ninguna noción de sus vidas. Leonard me convencía de que podía comunicarme con ellos a través del lazo que me unía a mis padres eternos y a mi hermano por el hecho de haberlos creado yo a todos y que podía preguntarles, a través de la distancia, cómo estaban, qué sentían, qué pensaban. Leonard me aseguraba que hasta podía pedirles que viniesen a visitarnos y que podía guiarlos a través de la noche para llegar a aquel hogar que la Naturaleza nos había ofrecido con tanto amor.

Pasaban los días, los atardeceres, las noches y los amaneceres como si fuesen fases de un mismo día, como si el tiempo se hubiese empequeñecido y no transcurriese lentamente. Tenía la sensación de que vivíamos inmersos en una dimensión donde no transcurrían las horas del mismo modo que habían discurrido siempre por la Historia. Incluso soñaba que el lugar donde se encontraba nuestro hogar no pertenecía al mismo mundo en el que todos habíamos aprendido a intentar sobrevivir, sino que se hallaba en unos lares muy distantes de todos aquéllos que alguna vez captamos con nuestros agudizados sentidos.

Sobre todo queda en mi memoria el recuerdo tierno de una noche en la que la lluvia humedecía tímidamente las ramas de los árboles, posando sus relucientes gotitas en las hojas, colándose entre las raíces y dándoles vida a las flores. Leonard y yo nos hallábamos sentados bajo la frondosa copa de un árbol que nos protegía de las lágrimas del cielo; aunque de vez en cuando el viento mecía levemente sus ramas, permitiendo que aquella fresca y dorada agua resbalase por nuestra piel. El silencio era nuestra más profunda conversación; un silencio que no incomodaba, pues ambos nos habíamos acomodado en él sabiendo que al otro no le inquietaba que no hablásemos; pero de pronto Leonard rompió aquella carencia de palabras. Lo hizo con una pregunta que me sorprendió mucho, pues no esperaba que me la formulase tan tiernamente:

  • ¿Qué te hace sentir este momento?

Lo miré con dulzura y asombro, sonriéndole, indicándole con la mirada que me había acariciado el alma que me hiciese aquella pregunta. No le contesté enseguida, pues prefería reflexionar primero sobre las palabras que le dirigiría y con las que intentaría transmitir todos los sentimientos que se me agolpaban en el alma. Al fin, incapaz de retener mi voz por más tiempo, empecé a decirle:

  • Siento muchísimas cosas, pero todas muy hermosas. Hacía mucho tiempo que la lluvia no me rodeaba. Siempre que veo llover, no puedo evitar acordarme de la primera vez que vi la lluvia. Fue tan bello ese momento... La lluvia volvió hermoso ese instante tan delirante que estábamos viviendo. Además cuando llueve siento que el cielo tiene sentimientos que se conectan con los míos. Cualquier lugar acariciado por la lluvia se torna acogedor e íntimo. Me gusta permanecer en silencio mientras el cielo llora sus doradas lágrimas. Extraño la voz del trueno, pero no toda tormenta tiene que ser estridente. Puede llover en silencio, así como tú y yo podemos comunicarnos sin decirnos ni una sola palabra.
  • Qué bellas palabras siempre escoges para describir lo que sientes. Siempre has sido tan...
  • Tan, ¿qué? —le pregunté intrigada.
  • Tan especial, tan romántica, tan tiernamente buena y afable... Nunca creí que fueses así. Cuando te conocí siendo humana, supe enseguida que eras una mujer muy especial y que no te merecías desaparecer, ni el mundo tampoco se merecía perder un tesoro como tú; pero, en cuanto te convertí y comencé a tratarte como vampiresa, me percaté de que eras mucho más de lo que me había imaginado. Tienes sentimientos muy potentes que a mí me abrumaban, pues nunca había interactuado con alguien como tú, Sinéad. Siempre me arrepentiré de cómo me comporté contigo los primeros años de tu vida vampírica. No fui justo. Fui cobarde e inepto. No supe tratarte como te merecías. Necesitabas una atención que yo no sabía darte. Perdóname, hija.
  • No tienes por qué pedirme perdón por algo por lo que yo no te guardo rencor, Leonard. Esos momentos quedan muy lejos de este instante.
  • Debería haber convertido también a Klaudia. ¿Nunca lo has pensado?
  • Sí, muchísimas veces. Lo pensé muchísimas veces hasta que convertí un humano en vampiro. Entonces comprendí cuán difícil era crear un vampiro y cuánto tenías que dar para conseguir que todo fuese bien. Era imposible que nos transformases a las dos, padre. Yo nunca te guardaré rencor por eso. No te inquietes.
  • Todos los vampiros somos más sensibles que cualquier humano, eso es evidente; pero hay vampiros que tienen una sensibilidad que sobrepasa los límites de la cordura, y tú eres uno de esos casos. Son vampiros a los que les afecta mucho estar solos cuando más compañía necesitan, pero también adoran la soledad y vagar por la naturaleza o por cualquier otra parte que les haga sentir protegidos. Esos vampiros son más propensos a enloquecerse de tristeza o a enfermar de melancolía. Estoy leyendo libros muy interesantes escritos por humanos más sensibles que el resto de los humanos y creo que hay cosas extrapolables a nuestra especie.
  • Me gustaría leerlos.
  • Deberías. Te ayudarán mucho a entenderte mejor y a comprender por qué siempre has sido así.
  • Yo comprendo siempre cómo me siento. Sí es cierto que hay momentos en los que mis intensos sentimientos me abruman y tengo la sensación de que pueden arrebatarme la cordura. No sé controlar la fuerza de mis emociones.
  • ¿A qué emociones te refieres, Sinéad?
  • A la impotencia, a la tristeza, a la rabia... No quiero pagar con nadie nunca lo que siento; pero no puedo evitarlo. Me gustaría aprender a no permitir que las emociones me dominasen tanto.
  • Nunca tienes que esconder lo que sientes, Sinéad.
  • Nunca lo he hecho.
  • Cierto. Hija, lo que debes hacer es entender que la vida es muy complicada. Sé que eres consciente de ello, siempre lo has sido; pero creo que te falta aceptar que la tristeza forma parte de la vida. El mundo no se derrumbará si estás triste.
  • Para mí sí se derrumba el mundo si Sinéad está triste —intervino de pronto Tsolen, apareciendo repentinamente ante nosotros—. Si noto que los ojos de Sinéad no brillan de felicidad, me siento vacío, tengo la sensación de no ser bueno para ella.
  • Pero tienes que entender que el alma de Sinéad es muy propensa a llenarse de melancolía y tristeza.
  • La melancolía y la tristeza no son lo mismo —aporté con ternura—. La tristeza te arrebata las ganas de vivir. En cambio, la melancolía te hace apreciar los momentos más oscuros, te ayuda a arrojar una luz sobre los lugares más tenebrosos y te hace amar los recuerdos de un modo distinto.
  • Tienes toda la razón —confirmó Leonard con complacencia.
  • Es cierto que la tristeza forma parte de la vida —afirmó Tsolen sentándose enfrente de nosotros—; pero la vida no es solamente tristeza y oscuridad para nosotros. Tenemos muchas cosas por las que sentirnos dichosos, tenemos muchos motivos para abrir los ojos todos los atardeceres: el amor de nuestros seres queridos, la belleza del mundo, la ternura de los instantes preciosos, la música, la literatura, el arte en general. En esta vida hay muchas cosas por las que merece la pena vivir. No debemos rendirnos nunca. Si lo hacemos, nunca más podremos contemplar la beldad del amanecer y la brillante dulzura del atardecer. Si nos rendimos, jamás podremos escuchar la voz del agua, del viento y de la noche. Tenemos que vivir, esforzarnos por seguir adelante arrastrando todas las aflicciones con las que la vida nos ha golpeado, enorgulleciéndonos de haberlas superado, de seguir aquí pese a todo. —Para entonces, las lágrimas ya me resbalaban por las mejillas—. Somos seres eternos que sufrimos mucho más que el resto de seres vivos. Eso nos da mucho más derecho a vivir, mucho más. Nuestro sufrimiento merece la pena si continuamos caminando por el sendero de nuestra existencia. —Tsolen entonces me tomó de las manos y me las presionó con fuerza mientras decía—: Y, tú, mi Shiny, tienes que sentirte especialmente orgullosa de ti misma por todo lo que has superado. Desde el principio de tu existencia, tu vida fue difícil, desde siempre, y, sin embargo, estás aquí, rodeada por la hermosura más eterna y resplandeciente, acompañada por los dos hombres que más te quieren en toda la Tierra. Sonríe, mi Shiny. Si sonríes aunque la tristeza te invada el alma, la noche se volverá luz, las estrellas murientes renacerán y la luna lucirá con un fulgor mucho más potente que el del sol para que nunca nos falte luz en nuestra eterna noche oscura.
  • Caramba, Tsolen —susurró Leonard sobrecogido—. Jamás me imaginé que fueses capaz de decir algo tan bello.
  • ¿Qué os creéis, que yo no soy romántico, que yo no me estremezco ni me inspiro cuando me hallo rodeado de tanta y tanta hermosura? Siempre he huido de la soledad que la Naturaleza puede ofrecernos porque me daba miedo sentir todo lo que su contemplación podía despertar en mí. Siempre he sido excesivamente sensible, pero yo mismo me hice una coraza que ocultaba mis verdaderas emociones. Aprendí a esconderle al mundo lo que sentía para no parecer débil, pero en realidad tengo un corazón muy frágil y es muy sencillo hacerme daño. —A Tsolen se le quebró la voz—. Por eso estoy tan enamorado de Sinéad, porque encuentro en ella todo lo que yo puedo ser y no me atrevo a ser, encuentro en ella las razones para quererme a mí mismo y apreciar quien soy y lo que siento y la amo porque es la única mujer, y me atrevería a decir que es el único ser en la Historia y en el mundo, con la que me he atrevido a expresar sincera y plenamente todo lo que soy. No quiero perderte nunca, Sinéad. Yo también me entristezco de repente, pero me callo, me callo porque no quiero que la pena que puede albergarse en mi mirada profundice la tuya, no quiero que busques en mí una luz que la tristeza puede impedirme darte, y no la encuentres.
  • Yo no quiero que escondas lo que eres, Tsolen. Eres un tesoro. No te mereces ocultar tu brillo. Y, si alguna vez estás triste y sientes ganas de llorar, entonces lloremos juntos, Tsolen —le pedí mientras le apretaba las manos—. Gracias, gracias por abrirnos tu corazón de este modo. Creo que ahora es cuando te conozco realmente.
  • Sinéad, yo huyo siempre de las emociones más fuertes porque sentirlas me aterra, me vuelvo pequeño e indefenso, me hacen ser ese niño que tuve que matar cuando supuestamente tenía que crecer para convertirme en un adulto.
  • No es justo que te fuerces a hacer algo que tanto puede dolerte —le aconsejó Leonard sobrecogido.
  • ¿Y sabes algo? —le pregunté con mucho amor, todavía sin poder dejar de llorar—. Aunque lo intentases con todas tus fuerzas, jamás podrías haber matado a ese niño que llevas por dentro. Éste todavía vive en ti, está en ti —le sonreí al ver que él también me sonreía—. No quiero que me escondas lo que eres, nunca más, nunca más lo hagas.
  • Delante de mí tampoco. Tenemos sentimientos porque nos merecemos sentirlos. Las emociones, incluso las más intensas y desgarradoras, son una bendición. Sentir nos hace saber que estamos vivos —nos aseguró Leonard con decisión—. Yo también he ocultado muchísimas veces lo que siento para no parecer débil, para entregarle a Sinéad una fuerza que ella parecía no tener, aunque yo siempre tuve clarísimo que era la mujer más valiente y poderosa que jamás pudo existir. Solamente es necesario que se lo crea un poquito. Y todos somos valientes y poderosos. Porque sintamos tristeza o lloremos no quiere decir que seamos débiles, ¿de acuerdo?
  • Sí —contestamos Tsolen y yo al mismo tiempo.
  • Apreciemos la vida, en sus momentos oscuros, en sus momentos de luz y ternura, siempre, apreciémosla cuando creamos que se han agotado los motivos para seguir luchando por existir. Nunca se acabará nuestra fuerza, aunque nos sintamos desfallecer de congoja. Siempre nos quedará algo por lo que mirar al cielo y dar las gracias por lo que somos, hemos sido y seremos.

Y ésta es la lección que he querido transmitir con todas las palabras que han formado parte de este episodio de mi vida. La vida es dura. Con sus terribles acontecimientos puede abatirnos. La vida está llena de momentos tristes en los que creemos que no merece la pena estar en este mundo ni luchar por lo que somos; pero la vida es una inmensa caja de sorpresas que nunca podremos abrir del todo para comprobar qué se esconde en lo más recóndito de su fondo. La vida es un camino cuyo fin jamás podremos divisar, aunque nos hallemos en la cumbre más alta de la existencia; la cumbre a la que nos llevan los instantes más felices y luminosos. La vida es una senda llena de obstáculos ocultos tras las brumas del futuro, pero también es una senda orillada por los matices más hermosos, por las imágenes y los seres más preciados. La vida es un camino que no se recorre en soledad. Podemos aferrarnos a la mano de un ser querido que nos guiará a través de la incertidumbre hasta encontrar el rincón donde más protegidos podamos sentirnos. Y la vida es quien nos pone ante nuestros ojos a esos seres con los que decidimos caminar. La vida es incierta, pero también es inexorable, ella recorrerá el sendero de nuestro destino indicándonos que, aunque nos golpee la frustración y la desolación más intensas, nunca, nunca debemos rendirnos. Caminando, atravesando las dificultades y las adversidades, lograremos alcanzar una paz y una luz que no existirían si permitiésemos que la oscuridad del olvido nos abatiese.

La vida continuó fluyendo mientras Leonard, Tsolen y yo vivíamos en aquel lugar tan apartado de la realidad. Éramos felices allí, alejados de cualquier locura, enfermedad o maldad; pero los tres éramos conscientes de que, aunque nos mantuviésemos distanciados de todo lo que podía hacernos daño, nada de eso había desaparecido y que, tarde o temprano, tendríamos que regresar a esa sociedad tan enloquecida para formar parte del transcurso de la Historia una vez más; pero, mientras ese momento no llegaba, los tres disfrutamos plenamente de todas las bendiciones que aquella ancestral Naturaleza nos ofrecía, disfrutamos de nuestra amada compañía y juntos aprendimos a sonreír incluso cuando el amanecer nos avisaba de que el tiempo de nuestra noche se había agotado. Todo parecía ser tan sencillo... y es que, cuando la paz reina en nuestra vida, es muy fácil existir y sonreír.

 

miércoles, 10 de febrero de 2016

ABANDONANDO LA REALIDAD - 07. ILUSIÓN


ILUSIÓN
 
Una nueva vida nos esperaba más allá de ese presente que tanto me había costado vivir. Nos aguardaba un nuevo camino tras todos esos instantes dolorosos llenos de tristeza que me habían hecho creer que la vida nunca volvería a brillar para mí. No obstante, aunque anhelásemos con todo nuestro corazón viajar hacia el lugar que se convertiría en nuestro nuevo hogar, Tsolen y yo permanecimos durante unos cuantos días en aquella selva que, con su majestuosa densidad, nos protegía de cualquier mirada peligrosa, nos ofrecía la posibilidad de disfrutar de una naturaleza poderosa y nos incitaba a sentirnos libres de cualquier sentimiento asfixiante. Tsolen se enamoró de esos lares y se olvidó de que existía más mundo al otro lado de esos árboles tupidos, de esas plantas resplandecientes, de ese río tan caudaloso, de esa noche tan cargada de detalles que estimulaban nuestros sentidos y despertaban nuestras ganas de soñar.
Mas cualquier época, sea triste o alegre, siempre llega a su fin. Un atardecer nos despertamos sabiendo que aquélla era la última vez que abríamos los ojos en aquel lugar, protegidos por la madera antigua y gruesa de aquel árbol que había sido nuestro hogar durante un tiempo que me había costado contar. Tsolen todavía dormía entre mis brazos cuando la consciencia regresó a mí. Lo miré con ternura, sintiéndome inmensamente dichosa por tenerlo conmigo. Una vez más, él me había demostrado que nuestro amor era mucho más fuerte que cualquier tristeza y que toda la maldad existente en la Tierra. Jamás pude haberme imaginado que Tsolen realizaría un viaje tan largo para buscarme, para encontrarme y para asegurarme que me amaba y que estaba dispuesto a luchar contra todo lo que quisiese abatirme para hacerme la mujer más feliz de la Historia. Si compartía mi vida con Tsolen, no tenía ningún motivo para permitir que la aflicción más profunda se adueñase de todos mis sentimientos y pensamientos. Tenía que apoyarme en él cuando notase que mi equilibrio deseaba desvanecerse, debía confesarle todo lo que pensaba o sentía y no tenía que dejar que el silencio hablase por nosotros y nos distanciase.
     Shiny —musitó de pronto abriendo tiernamente los ojos—, ¿desde cuándo estás despierta? —me preguntó abrazándome con mucho amor.
     Hace poquito —le contesté risueña.
     Creo que hoy es la última noche que debemos pasar aquí. Estoy deseando llevarte a nuestro nuevo hogar, cariño —me confesó apretándose contra mí, como si quisiese protegerse de la realidad que desvelaban sus palabras.
     ¿Estás seguro de que quieres irte?
     Sí, Shiny. No podemos perder más tiempo.
     Somos inmortales. No debe importarnos el transcurso del tiempo, al contrario, habiendo sido víctimas de su paso, deberíamos ignorarlo un poco.
     Es el transcurso del tiempo precisamente lo que te hace sentir tan desdichada y dolida. Tienes razón.
     Pero sí quiero que me muestres dónde viviremos nuestros próximos años —le pedí acariciándole los cabellos.
Disfrutamos de la última noche que compartíamos con aquella naturaleza como si nunca más pudiésemos regresar a esos lares tan protectores y tan llenos de vida. Al atardecer siguiente, bajo los últimos destellos dorados del ocaso, Tsolen y yo emprendimos el vuelo que nos llevaría hacia nuestra nueva vida. La ilusión palpitaba en mi corazón como hacía mucho tiempo que no palpitaba. Sentía una felicidad creciente cuando miraba atrás y recordaba que estaba abandonando un hermoso lugar del mundo para internarme en un futuro que Tsolen me había asegurado anegado en belleza y amor. Confiaba en él. No tenía ningún motivo para no hacerlo. Tsolen nunca me había fallado, nunca. Siempre había sabido hacerme feliz. Solamente debía permitir que todo fluyese con sencillez.
Tsolen no quiso revelarme, en ningún momento, dónde se encontraba nuestro nuevo hogar. Me guiaba por el cielo, a través de las nubes, bajo la luz de las estrellas, por caminos que yo nunca había recorrido. Lo único que podía saber era que cada vez nos hallábamos más lejos de la ciudad donde habíamos vivido serenamente hasta antes de que yo me marchase a Lacnisha guiada solamente por mi anhelo de apartarme de todo lo que podía hacerme daño.
     Dime algo, al menos en qué continente se encuentra nuestro nuevo hogar —le pedí protestona y traviesa situándome a su lado.
     No, no. Tú vuela y cuando yo te diga...
     Eres malo —musité con pena, fingiendo sentirme muy ofendida.
     ¡Shiny! —se rió con fuerza—. No seas impaciente.
     Estoy muy intrigada —me reí también mirándolo con amor.
Cuando creí que Tsolen me guiaría eternamente por el cielo hacia un lugar que quizá no existiese, me avisó con los ojos anegados en ternura e ilusión:
     Estamos llegando, Shiny.
     Al fin —me reí con felicidad.
Entonces me fijé en la apariencia del paisaje que sobrevolábamos. Me quedé sin aliento cuando me encontré con una de las imágenes más hermosas que había visto en mis últimos años de vida. Me pregunté si todavía nos hallábamos en aquel mundo enfermo cuya beldad estaba desapareciendo. Me parecía imposible creer que aquellos lares perteneciesen a la Tierra y que los humanos todavía no los hubiesen destruido.
Altas e imponentes montañas cercaban bosques densos donde solamente habitaban los animales más curiosos. Había tantas especies de animales que creí que no conocía nada acerca de la vida de la Tierra; pero lo que más me sobrecogió fue percatarme de que aquellos bosques estaban regados por las nítidas y transparentes aguas de un río caudaloso que descendía con mucha fuerza de la montaña más alta de aquella sierra. Aquel río se alimentaba con el agua de otros ríos más tímidos que también nacían en la cumbre de otras montañas. La voz de la noche se mezclaba con el ininterrumpido murmullo de aquellas aguas y el olor de la humedad emanaba con fuerza de todos los rincones de aquella naturaleza tan llena de vida. Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas y que Tsolen sonreía a mi lado, satisfecho por verme tan feliz.
     ¿Dónde estamos?
     En Oceanía, en un lugar que queda muy lejos de la civilización. Nos costará alimentarnos, pero creo que eso no te importa si puedes vivir en calma, ¿verdad? —me preguntó tomándome de la mano y presionándomela con fuerza.
     No, no me importa.
     Pero nuestro hogar no se encuentra en este bosque que tanto te ha enamorado. Ven conmigo.
Tsolen me condujo ilusionado hacia una de las montañas que formaban parte de aquella sierra tan imponente que dividía el mundo en naturaleza y civilización. Fue descendiendo hacia la tierra hasta tocar el suelo con los pies y recuperar el equilibrio. Entonces me tomó de nuevo de la mano y me guió a través de los árboles hacia un lugar que yo ni siquiera podía imaginarme. Empezamos a ascender la cuesta de la montaña más alta de aquella sierra hasta notar que el viento se quedaba atrás y que el silencio más profundo nos rodeaba y nos protegía de cualquier voz.
Entonces advertí que, entre las fuertes rocas de aquella montaña, había un hueco profundo que parecía una cueva horadada por el tiempo y la erosión del agua. Tsolen se dirigió precisamente hacia aquella cueva y se introdujo allí todavía tomándome de la mano, presionándomela de vez en cuando al detectarme tan sorprendida y conmovida.
     Éste es nuestro nuevo hogar —me reveló cuando nos hubimos adentrado en lo más profundo de aquella cueva.
     ¿Una cueva? —le pregunté levemente asustada.
     No se trata de una cueva cualquiera. Es un santuario, un templo; un lugar donde, hace miles y miles de años, los humanos adoraron a sus deidades. Hay pinturas en los muros que nos dan pistas de los rituales que aquí se celebraban y de cómo eran esos dioses y diosas que...
     Pero...
     No se trata de una cueva cualquiera, te digo. Mira.
Tsolen comenzó a caminar por aquella inmensa cueva, adentrándose más en ella cuando yo creía que habíamos llegado hasta su fondo. Entonces me percaté de que aquella cueva estaba dividida en distintas secciones e incluso había, camufladas entre las rocas, unas escaleras de piedra. Tsolen las ascendió gozoso, sabiendo que cada vez estaba más impresionada, y llegamos a un piso también distribuido en varias estancias que se distinguían las unas de las otras por muros de piedra adornados con imágenes de seres mágicos y de humanos bailando alrededor de hogueras poderosas.
     Y esto no es lo más sorprendente —me reveló guiándome hacia un rincón que yo no había captado—. Mira.
Entonces advertí que la voz del agua se mezclaba muy sutilmente con aquel profundo silencio. Miré a mi alrededor, obedeciendo las cariñosas órdenes de Tsolen, y de pronto me encontré con una imagen muy curiosa que me hizo sonreír. Entre dos grandes rocas, discurría un tímido río cuya agua parecía ser de plata. Esta agua caía en un recipiente que se llenaba lentamente y que, al rebosarse, el agua bañaba otras piedras en las que esta misma agua había horadado surcos donde se formaban relucientes charquitos.
     Está preparado para lavarnos las manos o incluso bañarnos con paciencia. Puedes aprovechar este pequeño cauce para llenar recipientes para bañarte o puedes bañarte en el río, como quieras.
Yo no podía decirle nada, pues la impresión más profunda se había adueñado de mi voz. Estaba maravillada y muy feliz, pero no sabía cómo transmitírselo a Tsolen. Él parecía no saber leerme la mirada en esos momentos, pues la emoción que experimentaba le había vuelto un poco torpe; lo cual me hacía ansiar abrazarlo con todo mi amor.
     Puedes escoger la estancia que más te guste para dormir. No creas que vamos a dormir sobre piedras durísimas, no. Lo he preparado todo.
Tsolen me llevó hasta una de las estancias del piso superior. Me quedé boquiabierta cuando me percaté de que estaba amueblada con muebles preciosos cuya madera potente combinaba perfectamente con el matiz y la textura de las piedras que formaban los muros de aquel lugar. Había un lecho sencillo, pero que parecía muy cómodo, una mesa y una silla de madera y un pequeño armario. Entre el armario y la mesa de madera, Tsolen había colocado mi amada arpa. Verla allí, tan de súbito, me llenó los ojos de lágrimas.
     He dispuesto otra estancia para guardar los libros y los objetos que más aprecias; pero ésta queda lejos del agua. La humedad estropea los libros, así que he preferido modificar un poco su apariencia y la he recubierto de un material aislante que...
     ¿Cuándo has hecho todo esto? —le pregunté conmovida.
     Durante todo el tiempo que hemos permanecido separados.
     ¿No te ha ayudado nadie?
     Por supuesto que sí; alguien que vivirá con nosotros durante un tiempo porque se siente incapaz de estar tan lejos de ti.
     Leonard —susurré satisfecha.
     Pero tienes que llamarlo tú mediante el lazo que os une. Él no quería molestarnos.
     No, él nunca molesta —dije con encanto.
     Ya sabes cómo es. Quiere que disfrutemos íntimamente de nuestra reconciliación.
     Tsolen, todo lo que has hecho es...
     Y no lo has visto todo. He construido una puerta para que nadie pueda detectar la presencia de este lugar, he condicionado otras estancias para que sean un poco más acogedoras y hay otra alcoba donde pueden dormir los invitados. Lo que más importa es saber si te gusta o no. Si no te gusta, bueno, podemos buscar otro sitio...
     No, no, Tsolen, no quiero buscar ningún otro sitio —le aseguré tomándolo con fuerza de las manos y mirándolo a los ojos—. Lo que has hecho por mí es maravilloso. Este lugar es perfecto, perfecto.
     ¿De veras te gusta?
     Sí, muchísimo; pero...
     Pero ¿qué?
     Me preocupa que te asfixie vivir en este lugar. Tú estás hecho a habitar en la civilización. No te gusta vivir apartado de las ciudades.
     Shiny, tenía que escoger entre vivir en una ciudad sin ti o vivir contigo en el lugar más recóndito de la Tierra. ¿Qué crees que prefiero?
     Pues puede que durante un tiempo no te importe, pero...
     No quiero vivir sin ti en ninguna parte, ¿me entiendes? En ninguna —enfatizó presionándome las manos—. Cualquier lugar me parece acogedor si puedo estar contigo, amor mío. Yo no quiero vivir sin ti, no quiero.
     Eres un ángel.
     Solamente soy un vampiro locamente enamorado del ser más mágico que existe y existirá jamás en la Historia.
     Gracias, Tsolen —le dije con lágrimas en los ojos—. Gracias. No sabes lo feliz que me has hecho... que me haces.
     Por supuesto que lo sé y lo sé porque te conozco, porque a nadie he conocido mejor que a ti. Eres parte de mi alma, te conozco más a ti que yo a mí mismo. Eres el reflejo de todos mis sueños, Shiny. ¿Sabes algo? Ya estaba enamorado de ti mucho antes de conocerte. Estoy enamorado de ti desde que supe qué deseaba encontrar en la mujer de mi vida. Cuando te conocí, supe que eras tú, lo supe; pero siempre fui tan tímido y miedoso...
     Tsolen —suspiré con amor mientras lo abrazaba—. Nunca me han dicho algo tan bonito.
     Tú eres lo más bonito que existe, amor mío. Venga, ¿quieres que estrenemos esta cama tan suculenta?
     Siempre piensas en lo mismo —me reí divertida mientras me dejaba llevar por él, mientras notaba que se despertaba en mí la felicidad más intensa; una felicidad que hizo brillar mis ojos y me hizo sonreír con plena sinceridad—. Te amo, Tsolen. Te prometo que lucharé para que siempre podamos ser felices, tú y yo, independientemente de dónde nos encontremos.
     Yo también lo haré, vida mía. No quiero que vuelvas a pensar que yo no te amo. Perdóname. A veces soy demasiado egoísta.
     Yo también lo soy y lo he sido. Perdóname tú a mí.
     No tengo que perdonarte nada. Era necesario que te marchases a esa tierra que nació de tu alma, era necesario que viajases hasta Lacnisha. Si no lo hubieses hecho, entonces Lacnisha ahora mismo no existiría.
     Tienes razón; pero no existe ya ese mundo donde podíamos vivir sin temer que nadie nos hiciese daño.
     No, ya no existe, es cierto —confirmó con mucha pena—; pero nunca olvides que puedes construir un mundo mágico dondequiera que te encuentres. Ahora tus seres queridos están aprendiendo a vivir en la Tierra y, créeme, me parece que no se les da del todo mal.
     ¿Sabes algo de mis padres y de mi hermano?
     Sé que tu hermano está estudiando muy intensamente para entrar en la universidad. Tu madre y tu padre viven en una casita muy hermosa en un pueblecito muy entrañable de Suecia y...
     Qué bien —me reí gozosa.
     Quizá algún día vengan a visitarnos. Saben dónde vivimos.
     Gracias, Tsolen. Eres mi luz, mi vida, mi cielo, mi mundo.
Aquella curiosa cueva, la que en realidad era un templo mucho más antiguo que el principio de mi destino, se convirtió para nosotros en el hogar más acogedor donde nunca habíamos habitado antes; en un lugar en el que era demasiado sencillo soñar, en el que la vida era amor, sonrisas luminosas y momentos inolvidables.
Nos olvidamos del paso del tiempo, del cambio del día a noche, del fluir de las horas y de la existencia de otros espacios. Aquel bosque, aquellas montañas y sobre todo la cueva en la que empezamos a vivir se convirtieron en nuestro único mundo. Cada vez me sentía más feliz y conectada con aquellos lares. Hacía muchísimo tiempo que no me notaba tan atada a un rincón de la Tierra y que no vivía olvidándome de que existían otros lugares. Tsolen se volvió la razón por la cual abría los ojos todos los atardeceres experimentando una felicidad sin límite que me hacía olvidar que hacía pocos días que la tristeza me había anegado toda el alma. Me resultaba imposible creer, hallándome inmersa en aquella inmensa felicidad, que hubiese estado a punto de perder la cordura de nuevo por culpa de la tristeza. En esos momentos me parecía que los únicos sentimientos que existían en la vida eran la alegría, la ilusión y el amor.
Pasaron unas cuantas semanas hasta que un bello suceso modificó agradablemente la apariencia de nuestras noches. Tsolen y yo nos hallábamos caminando serenamente bajo la luz de las estrellas, entre aquellos ancestrales árboles, soñando juntos con nuestra realidad, sonriéndonos con amor e ilusión, sintiendo que éramos los únicos habitantes de un mundo que había estado a punto de desaparecer, cuando, de pronto, notamos que alguien andaba cerca de donde nos encontrábamos. Ambos supimos enseguida que quien se aproximaba a nosotros era un vampiro, pues no captamos, en ningún momento, el eco de unos latidos ni el sonido de una respiración necesaria. Lo que llegó hasta nuestros sentidos fue el siseo de una leve respiración que solamente existía para transportarle a quien respiraba las fragancias que lo rodeaban y para hacerle sentir un poco más vivo.
     Es Leonard —susurré incrédula y emocionada—. Lo sé porque el lazo que nos une grita por dentro de mí. Hacía mucho tiempo que no lo sentía tan vivo.
     Sí, Leonard me dijo que vendría alguna noche —me confirmó Tsolen deteniendo nuestro paso para aguardar la llegada de mi padre. Supe que en breve aparecería entre los árboles, brillando cual estrella descendida a la Tierra—; pero no me imaginaba que sería tan pronto —se rió incómodo y entonces susurró—: No tenemos nada preparado para él.
     Pero si me dijiste que habías condicionado una estancia para...
     Sí, pero ¿no recuerdas que la hemos llenado de libros y de otros objetos muy importantes para ti?
     No creo que a Leonard le importe eso.
Hablábamos quedo, con miedo a que Leonard captase, desde la distancia, el eco de nuestras atolondradas palabras; pero ambos sabíamos, perfectamente, que Leonard podía oírnos aunque un millar de leguas lo alejase de nosotros.
     Sal a su encuentro, anda —me pidió Tsolen sonriéndome con mucho amor al notar que de mis ojos se desprendía demasiada expectación—. Os espero en nuestro hogar, cariño.
Lo obedecí feliz. Corrí serenamente hacia donde Leonard caminaba y entonces aparecí ante él sonriéndole con un amor que no cabía en mi alma. Leonard me sonrió también y me abrazó como si los últimos momentos que habíamos vivido no hubiesen sido inquietantes ni delirantes, como si la vida siempre hubiese sido sencilla para nosotros. Me apretó contra su pecho como si hasta entonces se hubiese sentido desprotegido o como si temiese que el aire que nos rodeaba pudiese herirme.
     Me ha costado días y noches llegar hasta vuestro nuevo hogar —se rió incómodo mientras me acariciaba los cabellos—; pero todo ese esfuerzo ha merecido mucho la pena. Os habéis trasladado a un lugar precioso, Sinéad.
     En realidad ha sido Tsolen quien lo ha escogido. Tenía entendido que sabías que...
     Sí, yo sabía que él deseaba comenzar una nueva vida contigo lejos de todo lo que podía herirte y también que había escogido este lugar tan remoto, pero no me imaginaba que todavía seguiría siendo tan bonito.
     No quiero que los humanos lo destruyan, padre.
     Puedes protegerlo con tu magia.
     No creo que pueda volver a usarla hasta que pasen unos cuantos siglos —le confesé apartándome de su pecho y mirándolo a los ojos—. Lo que hice para salvar Lacnisha de la destrucción me dejó exhausta y creo que he perdido parte de mi magia.
     No te preocupes por eso, hija mía. Aunque hayas perdido una pequeña parte de tu magia, sigues siendo fuerte y poderosa, pues tu poder era inmenso y yo diría que era interminable. Recuerda que todo lo que sentimos físicamente proviene de nuestra mente. Si te convences de que eres capaz de usar cualquier poder, podrás hacerlo, de veras.
     De acuerdo —me reí satisfecha—. Entonces lo intentaré.
     ¿Dónde está Tsolen? —me preguntó curioso mirando a su alrededor.
     Está aguardándonos en la cueva.
     Es un templo, Sinéad —me corrigió Leonard con cariño mientras me tomaba de la mano y empezaba a caminar junto a mí—. No te imaginas lo feliz que me hace verte tan resplandeciente. Hacía mucho tiempo que los ojos no te brillaban tanto. La felicidad más interminable y hermosa luce en tu mirada, Sinéad, y pareces tan conforme, tan serena...
     Lo estoy —le aseguré entornando los ojos. Sus palabras me habían emocionado muchísimo.
     Recuerda que, aunque la tristeza más potente nos anegue el alma, siempre nos quedarán motivos para luchar por nuestra vida. Posiblemente nos cueste conseguir ser plenamente felices, pero eso no debe detenernos. Recuerda que lo que más importa en el mundo eres tú misma. Por ti merece la pena pugnar contra todas las adversidades con las que el destino quiera golpearte. No te rindas nunca, Sinéad. Acuérdate de cuando no tenías nada para comer, cuando tus padres y tú vagabais durante semanas por la nieve sin encontrar nada. Ellos nunca se rindieron, Sinéad. Nunca permitieron que el hambre y la pobreza los abatiesen. Una forma de agradecerles todo lo que hicieron por ti es seguir luchando por tu vida, Sinéad.
     Tienes razón —susurré sobrecogida y conmovida.
     Tú también luchaste con todas tus fuerzas contra el hambre y la miseria.
     Pero yo sí me rendí.
     No te rendiste, te dejaste vencer.
     Es lo mismo.
     Pero luchaste. Estabas agotada de ser tan desdichada.
     Ahora soy feliz otra vez —le confesé intentando interrumpir aquella conversación que, sin saber muy bien por qué, estaba hiriéndome en el alma—. Solamente ruego que todos mis seres queridos encuentren la paz y la felicidad allá donde vayan.
     Las han encontrado, te lo aseguro. Converso con ellos casi todas las noches.
     Me alegra saber eso.
Ya habíamos llegado a la cueva. Me percaté de que la felicidad que mis días y mis noches me entregaban se mezclaba con una nostalgia que deseaba llenarme los ojos de lágrimas. Las palabras que Leonard me había dedicado con tanto amor me habían conmovido profundamente, me habían hecho recordar esos momentos tan duros en los que mi familia y yo habíamos luchado contra la nada para que el hambre y la pobreza no destruyesen nuestro destino. Me pregunté por qué era tan fácil hacerme llorar, por qué, con tan poquito, mis emociones cambiaban tan rápidamente, por qué necesitaba tan pocos detalles para que la ilusión se me convirtiese en melancolía y tristeza. Me esforcé por desprenderme de esos sentimientos tan desalentadores y a la vez tiernos para poder sonreírles a Leonard y a Tsolen con toda la luz que pudiese emanar de mi mirada. Lo logré, sobre todo cuando detecté todo el amor con el que Tsolen me miraba y cuando le di más importancia al hecho de hallarme junto a Leonard, mi creador, y al amor de mi vida.
A Leonard le asignamos una pequeña estancia en la que habíamos colocado un lecho muy cómodo y algunos muebles más. Leonard se mostró encantado con aquella alcoba y nos aseguró que estaba deseando dormir en un lugar confortable. Nos pidió que le permitiésemos bañarse en el río que quedaba muy cerquita de nuestro hogar y, cuando hubo terminado, los tres nos reunimos en la sala central de aquella curiosa morada. Conversamos hasta que la noche se convirtió en destellos dorados que llovieron suavemente sobre los árboles, adornando con esplendor todos los rincones de aquella naturaleza tan poderosa.
     Leonard, yo quisiera saber si en este lugar podemos encender la lumbre —le pidió Tsolen cuando empezaba a amanecer.
     ¿Por qué no se lo has preguntado a Sinéad?
     Pensaba que ella no tenía nociones de arquitectura —se rió mi amado con mucho cariño.
     Pues no tengo muchas; pero lo que tengo entendido es que, para encender aquí una lumbre, tiene que haber un conducto en el techo que permita la huida del humo. Tsolen, me extraña que no sepas eso —me reí con curiosidad.
     No es necesario que haya un conducto en el techo, hija. Con que el humo se vaya por alguna abertura que dé al exterior ya es suficiente.
     Pero la puerta queda muy lejos de aquí, padre.
Posiblemente fuesen conversaciones insulsas, sin importancia; pero nosotros las necesitábamos como los bosques ansían la lluvia para sentirse vivos. Necesitábamos olvidarnos de que nos hallábamos en aquel lugar porque el mundo estaba enfermo y porque la humanidad estaba cada vez más enloquecida.
Leonard vivió con nosotros durante un tiempo que nos olvidamos de contar. Los tres éramos plenamente felices en aquel lugar. Incluso había noches en las que juntos nos atrevíamos a vagar por aquellos lares en busca de rincones hermosos cuya belleza nos acariciase el alma. Aquellos bosques, aquellas montañas, aquellos ríos y aquellas ingentes extensiones de naturaleza parecían encontrarse inmensamente lejos de la civilización. No llegaba ningún sonido estridente que interrumpiese la serenidad de la noche. Podíamos sumergirnos en silencios profundos y aterciopelados sin miedo a que nada los quebrase. Aprendimos a ser felices allí, los tres viviendo en un sueño, al fin un sueño que era una realidad mágica y brillante. Entonces rogué que aquel presente se alargase y se alargase en el tiempo, construyendo nuevos espacios, apartándonos para siempre de la maldad, de la destrucción y del olvido.