viernes, 4 de abril de 2014

LA MAGIA EN LA OSCURIDAD



LA MAGIA EN LA OSCURIDAD

         Está oscuro. No hay luz, ni calor ni sonidos que puedan indicarme que todavía me encuentro en la vida. A mi alrededor solamente hay frío y ausencia. No sé dónde estoy. Me siento desorientada, vacía, débil y triste; pero desconozco las causas de mi estado y por qué estoy aquí. Quiero comunicarme con alguien alzando mi voz física o mi voz anímica; mas por dentro de mí no queda ni el menor ápice de fuerzas que me impulsen a pedir ayuda. Incluso me cuesta mantener los ojos abiertos. Continuamente lucho para que no se me cierren, pero los párpados me pesan como si se hubiesen convertido en hierro y un sopor espeso pugna incesantemente contra mi temblorosa vigilia para deshacer mi consciencia y lanzarme a un abismo gélido donde sólo hay desesperación y miedo. Llevo teniendo pesadillas durante un tiempo que no me parecen días ni noches, sino una maraña de instantes ininteligibles que se mezclan irrevocablemente. Sueño que alguien me zarandea con brutalidad y una punzante falta de delicadeza, como si yo no tuviese derecho a ser tratada con cariño o dulzura; también que alguien me clava agujas infinitas que me desquebrajan la piel; que otro alguien me grita palabras que yo no puedo comprender, pues están pronunciadas en una lengua que yo nunca he oído, e incluso que me pegan con objetos que no puedo identificar. Lo peor es que ese alguien que tanto me maltrata siempre es una sombra estremecedora y escalofriante que se mueve muy rápido. No puedo verle el rostro y, cuando intento hacerlo, me pregunto si en realidad ese ser tiene faz o simplemente es la sombra de mis miedos. Sí, tengo mucho miedo, pero no sé a qué temo más, si a no entender lo que está sucediéndome o a no poder hallar la solución a este encierro.
         Cada vez me siento más débil. Noto que las pocas fuerzas de las que dispone mi cuerpo se desvanecen con cada respiración que exhalo, se esfuman con cada pensamiento que se desprende de mi mente. Intento no esforzarme mucho, pero cada segundo que pasa es más delirante que los que ya se han ido. Lo único que puedo hacer para mantener mi mente ocupada es escribir estas palabras en cuyo destino no creo. Pienso que se perderán por la inmensidad del tiempo y del espacio o que, tal vez, son los postreros suspiros de mi existencia. Quizá muera al fin en este rincón tan carente de vida, resplandor y fuerza.
         No entiendo nada, ni por qué estoy aquí, ni por qué me siento tan débil ni por qué me han permitido el privilegio de poseer folios y un bolígrafo para escribir. Quizá sea una trampa para que desvele mis sentimientos; pero tampoco puede importarme, pues, si feneceré tras tantos siglos luchando por mi vida, no tiene sentido que me  reprima los anhelos de plasmar lo que siento mediante las palabras. No sé quién leerá esto, pero realmente tampoco me preocupa. Acaso cuando lo haga mi vida ya quede muy lejos de este instante, tal vez me haya desvanecido para siempre y todo el esfuerzo que me ha impelido a pugnar por mi vida, a defenderme y a nunca rendirme haya sido el último suspiro de mi existencia, los postreros instantes de mi destino; sin embargo jamás podré arrepentirme de haber vivido. Ahora, encerrada en este lugar cuyo olor y color me estremecen, inevitable e inconscientemente recuerdo todo lo que ha ocurrido en los últimos meses de mi vida, incluso se asoman a mi memoria momentos demasiado lejanos de mi existencia en los que me percibo tan feliz que mis ojos no pueden expresar con miradas ese sentimiento que anega todos los rincones de nuestro cuerpo cuando brota de nuestra alma. En otros, me capto triste, llorando por motivos que ahora me parecen superfluos, pues, cuando tu vida comienza a temblar, cuando crees que la muerte te espera tras cada pensamiento o minuto, te parece que todas las razones que tuviste para padecer no son sino mentiras, engaños de la vida, supercherías de un hado que quiere burlarse de ti. Qué sencillo parece todo el dolor pasado cuando la muerte te acecha, cuando tratas de aceptar que los segundos que vives, que saboreas y palpas con tus sentidos son los últimos que la vida te entrega.
         ¿Por qué tengo tan aceptado que moriré? ¿Por qué tengo tan claro que estos segundos son los postreros de mi destino? Porque ni siquiera mi alma quiere impedir que eso suceda. A lo largo de toda mi extensa existencia, siempre que los peligros me han acechado y ensordecido, he podido alzar la voz de mi espíritu para reclamar la presencia de mi creador; del único ser que nunca se ha planteado la posibilidad de abandonarme, ni tan sólo en esos instantes en los que su paciencia temblaba por culpa de mi inexperiencia y mis errores. Siempre ha permanecido a mi lado, en los momentos más delirantes o preciosos de mi vida; pero ahora lo noto tan infinitamente lejos... MI alma está vacía, como si nunca se hubiese anegado en la dulce sensación del lazo que nos une. No comprendo por qué existe este silencio por dentro de mí, por qué ni siquiera puedo llamarlo a través de esta vacuidad atravesando el espacio y el tiempo. ¿Qué le ha acaecido? ¿Acaso también lo han encerrado?
         «Leonard, por favor, ayúdame, oye mi llamado. Te necesito, padre. ¿Acaso me has abandonado por no estar de acuerdo conmigo por mi forma de vivir? No me dejes sola, por favor. Eres lo que más quiero en el mundo. Ven a ayudarme, por favor, te lo imploro. Si en realidad estás disgustado conmigo porque estoy incumpliendo todas las reglas que nos impusiste para vivir, te prometo que renunciaré a todo lo que desees si me salvas... Estoy desesperada. No puedo pensar ni sentir con claridad. Todos los sentimientos y pensamientos que se agolpan en mi mente me estremecen, vuelven más oscuras las sombras que me rodean».
         Mas sólo hay vacío, solamente vacío, cuando trato de reclamar su presencia. Estoy irrevocablemente sola, tan sola que me pregunto si aún me queda mi ser, aún me acompaño yo a mí misma en esta fría oscuridad; sin embargo en esta soledad tan espesa, extenuante y gélida, soy capaz de valorar todo lo que he vivido hasta entonces. Me cuesta recordar los últimos momentos de mi vida. Intento reconstruir en mi mente lo último que me ocurrió antes de despertarme en este rincón tan escalofriante y helado. Me visualizo rodeada de humanos que no conozco, atacada de súbito por alguien que sí ha sido el responsable de mis últimas pesadillas; pero no puedo creerme que todo lo que evoco de forma tan vaga e imprecisa sea real. Parece otra pesadilla... pero lo que me rodea y la debilidad que me invade me revelan que esos inexactos recuerdos sí son verídicos, sí pertenecen a mi realidad.
         Quizá lo más adecuado sea dedicarles unas últimas palabras a quienes forman mi presente por si en mi vida no existe ya la libertad, por si en mi destino ya no caben más instantes de serenidad y aliento; pero soy completamente incapaz de escribirles palabras hermosas sabiendo que son las últimas que les dirijo; sin embargo, soy consciente de que es lo más adecuado... Será el postrer recuerdo material que les quedará de mí...
         Aunque apenas pueda mantener los ojos abiertos y me cueste trazar estas letras que llegarán a su corazón si la Diosa lo permite, me esforzaré por dedicarles las palabras más sinceras que puedan emanar de mi corazón. No quiero saber si las leerán, realmente no me importa. Me siento mucho mejor escribiéndolas, como si cada palabra que surgiese de mi mano pudiese retornarme esos momentos en los que podía aspirar la fragancia de su vida, en los que podía hundirme en sus ojos para conectarme con sus sentimientos. Ahora los siento tan lejos que me pregunto si todo lo que he vivido ha sido un sueño y en verdad estos instantes son el despertar de tan mágicas vivencias. La vida es un sueño, ya lo afirmaba Calderón de la Barca; un sueño del que todos despertaremos cuando la muerte nos cierre los ojos para abrírnoslos en otra existencia... porque la muerte es el despertar de nuestra finitud, es el último camino que recorremos antes de detenernos para siempre. En la muerte, se apaga todo, no queda nada más que ausencia, frío, soledad, oscuridad; mas nosotros jamás lo sabremos. Nunca seremos conscientes de que hemos muerto y tal vez tampoco podamos percibir el último suspiro que lancemos al viento. La muerte siempre ha llegado sin avisar. Es cierto que podemos preverla; pero se apodera de nosotros cuando no la miramos, cuando por unos largos segundos deseamos apartarnos de sus ojos y de sus garras. Llega queda, silenciosa... Yo la he visto invadir el cuerpo de quienes quise y murieron junto a mí y siempre lo hace subrepticiamente, cuando no te lo esperas... y lo mismo hará conmigo. Cuando duerma o tal vez cuando intente abrir los ojos por vez postrera, se apropiará de mi destino y lo desgastará hasta hacerlo desaparecer.
         La primera muerte que pude presenciar en mi vida me enseñó a aceptar que existe otra faz de la vida, totalmente opuesta a la que percibimos con nuestros sentidos, que contradice todos los valores que nosotros deseamos otorgarle a la vida. Esa faz es oscura, pero nosotros no conocemos su color; es fría, pero no podemos sentir su gelidez; es vacía, pero no podemos llenarla con nada. Yo no la vi morir, mas sí noté que su vida ya no existía. La vida: esa confluencia de latidos, respiraciones y pensamientos que de pronto se apagan cuando nuestro destino se agota de transcurrir, de mezclarse con la imperturbable presencia del tiempo. Su muerte, aquella primera muerte que pude detectar con mis sentidos, fue lenta e imperceptible, puesto que yo la capté mucho después de que llegase, acomodándose a mi lado sin que yo lo supiese... Y se llevó consigo a una mujer que fue para mí la maestra de muchísimos valores e historias, fue una verdadera abuela para mí, aunque no compartiésemos la esencia de nuestro cuerpo. La primera muerte que se apropió de una pequeñita parte de mi inocencia le cerró los ojos a una mujer que me había enseñado a vislumbrar los rincones más deslumbrantes y preciosos de la vida, a atisbar en las sombras las razones más hermosas para seguir viviendo.
         Y, en otras ocasiones, la muerte llegó subrepticia e inesperadamente, arrancándome tan rápidamente que no pude preverlo una gran parte de mí misma, el mayor fragmento de mi ser. Mas me pregunto si yo tengo derecho a hablar de la muerte cuando tanto la he causado a lo largo de mi existencia; sin embargo sé que yo he apagado vidas de forma lenta e inocua, incluso inocente, pues lo he hecho siempre sin sufrimiento, intentando que quien pierde su destino entre mis brazos no note el fin de su existencia. No obstante, ahora no me atrevo a pensar en eso. Sólo quiero despedirme de quienes forman mi presente, pero soy incapaz de escoger la primera palabra para ellos... pues los ojos me pesan, apenas puedo mover mi mano diestra y mi mente no puede crear frases dedicadas a alguien en concreto...
***
         Había cerrado los ojos incapaz de sostener por más tiempo el peso de mis párpados. La oscuridad que me rodeaba, la que mis atenuados sentidos trataban de deshacer, se había vuelto muchísimo más impenetrable y densa. Mas ahora me encuentro rodeada de un aire templado que me acaricia, de una tierna luz que ha vuelto tibio mi destino y de aromas exquisitos que despiertan la parte de mis sentidos que ha permanecido adormilada y debilitada.
         He vivido, quizá por última vez, el renacer de mi vida y ahora espero el instante en el que esta magia se quiebre y la realidad me arranque de este hermoso lugar donde, sin preverlo, la felicidad ha vuelto a arroparme. He probado el sabor de la despreocupación, de la libertad y de la magia en unos frutos deliciosos que han llenado mi cuerpo de energías, he corrido bajo el sol una vez más para sentir que la vida no se ha terminado para mí y he existido en momentos propios de un sueño; los cuales me cuesta explicar; los que intento plasmar con palabras en estas hojas volátiles y vaporosas donde escribo con una tinta extraída de las flores más vivas. Me parece como si estas letras naciesen de los rayos de sol o de las esponjosas nubes que se deslizan suavemente por el cielo turquesa que me cubre; mas sin embargo sé que brotan de mi alma; de la parte espiritual de mi ser; la que me ha permitido estar aquí...
         Había cerrado los ojos, había perdido la consciencia entre palabras hirientes y excesivamente tristes; pero la recuperé envuelta en pétalos de flores cuyo nombre no conocía, tendida en un lecho hecho de hierba mullida y hojas esponjosas. A mi lado estaba Rauth. Enseguida lo reconocí. Es imposible olvidar el profundo matiz de sus ojos y el otoñal tono de sus cabellos. Mientras intentaba recobrar la claridad de mi mente, él me acariciaba los cabellos y el rostro de vez en cuando, tratando de ayudarme a regresar a la vigilia. Quise preguntarle qué había ocurrido, pero él me silenció poniendo uno de sus cariñosos dedos en mis labios.
-          Debes descansar —me advirtió muy suavemente—. Has vivido momentos muy vacíos y tristes. Aquí te ayudaremos a curarte.
-          Ahora me encuentro mucho mejor, pero estoy muy desorientada. Quisiera saber qué me ha sucedido... —le dije con una voz fina. Entonces me di cuenta de que mi cuerpo había mutado hasta convertirse en aquella forma tan bonita y tan mágica.
-          No temas por nada. Aquí estarás bien, Sinéad, te lo aseguro —me prometió tendiéndose a mi lado; algo que me sorprendió.
-          ¿Has sido tú quien me ha rescatado?
-          Sí, he sido yo. Hace tiempo te dije que tu alma y la mía están conectadas mediante el lazo de la magia. Aunque te cueste creerlo, noto cuando estás en peligro, Sinéad. Percibí tu dolor, tu desasosiego y tu tristeza y no dudé un instante en acudir a tu lado para ayudarte.
-          Muchas gracias, Rauth.
-          El mundo donde has vivido hasta ahora es demasiado cruel para albergar a un alma tan soñadora y buena como la tuya. Te mereces vivir aquí, junto a nosotros. En esta realidad nadie te hará daño, Sinéad.
-          Gracias, pero...
-          Si decides volver, regresarás al instante tan horroroso y triste que estabas viviendo antes de que yo te salvase.
Aquellas palabras me horrorizaron. No deseaba regresar a aquel lugar tan sobrio, frío y distante donde mi vida expiraba lenta, pero dolorosamente. No fui capaz de decir nada durante unos momentos que deseé convertir en una eternidad. Aunque me sintiese confusa y perdida, estaba muy a gusto junto a Rauth, quien no cesaba de mirarme con muchísimo amor y paciencia, tendida en un lecho natural infinitamente mullido y protegida por un cielo amanecido que no me hería.
-          Por favor, quédate aquí, aunque sólo sea por un tiempo, Sinéad. Necesito que lo hagas, que vivamos juntos todo lo que anhelo vivir... Sé que no puedes ser eterna aquí, pero por lo menos permite que nuestro destino se funda por unos instantes que nadie podrá desvanecer —me pidió mirándome cada vez más profundamente a los ojos.
Su mirada parecía la continuación de ese cielo amaneciente del que siempre he debido huir desde que me convertí en vampiresa. Me daba la sensación de que, si alargaba mi mano, no tañería su cuerpo, pues Rauth me parecía tan sumamente bello y mágico que no lo creía parte de la fracción material de la vida; pero sin embargo aquella idea no me detuvo y desplacé mi mano siniestra hacia sus cabellos y se los acaricié con muchísima ternura.
El tacto de sus cabellos parecía extraído de las nubes. Era terso, fino, quebradizo incluso; tan suave como los pétalos de las amapolas. Rauth sonrió con cariño y felicidad cuando sintió mis caricias y entornó los ojos, como si éstas le arrancasen delicadamente la vigilia.
-          Sinéad, Sinéad... —suspiró acercándose más a mí. No pude evitar deslizar mi mano hacia su espalda para aproximarme más a él—, cuánto soñé con estar así contigo.
Parecía como si nunca hubiese sufrido. Lentamente, todas las sensaciones asfixiantes que me habían aterido fueron desvaneciéndose y, al fin, acabaron siendo sustituidas por otras muchísimo más dulces, cálidas y tiernas. Me sentí envuelta en nubes de algodón y terciopelo e, inconscientemente, me olvidé de todos los instantes de la vida de la que Rauth me había arrancado.
Cerré los ojos con fuerza cuando noté que él me rodeaba muy tiernamente con sus brazos. Bajo aquel cielo azulado y cálido, Rauth me abrazó con un primor estremecedor, como si temiese deshacerme con sus manos si me tocaba. Me apoyé en su pecho y atrapé aquel instante con mis sentidos para esparcir su belleza por todo mi cuerpo. Hacía muchísimo tiempo que no me percibía tan calmada, tan viva, tan templada...
-          Quiero que te olvides de todo lo que te preocupa o te hiere. En este lugar no tienes permitido sufrir —me advirtió muy suavemente mientras me acariciaba los cabellos—. Quiero que inspires el olor de la vida... Aquí todos te queremos, Sinéad. Nadie te hará daño.
-          Pero es injusto que los abandone...
-          No los abandonarás para siempre... Te mereces vivir esto, amor mío —me musitó muy quedo mientras tomaba mi cabeza entre sus manos y me miraba hondamente a los ojos, deviniendo su mirada y la mía un único suspiro de vida.
-          De acuerdo —le contesté arrobada.
-          En este mundo existen percepciones, sabores, colores y sensaciones que nunca pudiste imaginarte —me reveló incorporándose delicadamente—. Ven conmigo. Te mostraré algo que te fascinará.
-          De acuerdo —repetí sin saber muy bien qué decir. Me sentía tan hechizada por aquella magia que cualquier palabra me parecía superflua.
Rauth me ayudó a levantarme y me tomó de la mano para conducirme a través de aquel mágico jardín hacia un lugar que no podía imaginarme. Me sentía ligera, vaporosa, como si no tuviese cuerpo, como si mi ser únicamente se compusiese de alma. Aquella sensación era exquisita, mágica y brillante. Tenía la impresión de que todo mi alrededor resplandecía o que mi cuerpo irradiaba destellos de luz que templaban las flores.
Pasamos por caminos orillados por árboles frondosos, llenos de flores relucientes y frutos de apariencia exquisita, dejando atrás fuentes de agua cristalina, prados cuya hierba verde refulgía bajo el sol de la mañana. Continuamente oía cómo el susurro del agua se mezclaba con el canto de los pájaros más dulces, con las voces de heidelfs que conversaban o reían alegremente... Sin embargo mi mundo sólo se componía de Rauth, quien me había tomado dulcemente de la mano para guiarme con serenidad por aquella materialización de la magia.
Nos detuvimos enfrente de un árbol de tronco grueso y ancestral, cuya copa parecía encontrarse entre las estrellas o entre las nubes blanquecinas que nadaban suavemente por el firmamento. Rauth me miró con cariño y sosiego mientras, con una sonrisa, me invitaba a adentrarme en aquel enorme tronco. De pronto advertí que en aquel tronco se había abierto una curiosa puerta que desvelaba el interior de un hogar confortable y mágico.
-          Es mi morada —me reveló con cariño y paciencia—. ¿Quieres pasar?
-          Sí, por supuesto —le contesté encantada.
Presionándome cariñosamente la mano, Rauth se adentró en aquel mágico hogar. Cuando su inquebrantable y aromática madera nos envolvió, curiosa e inesperadamente, la puerta que nos había permitido introducirnos allí se cerró sin hacer ni el más sutil ruido. Entonces me di cuenta de que nos envolvía una luz azulada que tornaba cálidos todos los rincones de aquella morada. No había velas allí, sólo un pequeño fuego que ardía en un precioso recipiente de piedra.
-          Esto es el vestíbulo —me explicó alegre—. Ahí está la puerta que accede al salón.
Entonces, tras abrirla, entramos en un lugar que ni siquiera el sueño más suave, mágico e inocente de la vida pudo haber creado jamás. Se trataba de una estancia circular en cuyo centro había una mesa de madera clara, donde reposaban grandes fuentes con frutas suculentas y apetecibles. Había jarras con agua, algunos recipientes de barro que contenían leche... Mi primera reacción fue lamentarme por no poder probar esos alimentos tan deliciosos; pero enseguida mi cuerpo me recordó, con una sensación que hacía muchísimo tiempo que no experimentaba, que no solamente podía ingerir una parte de aquella comida, sino que, además, debía hacerlo. Tenía hambre.
-          Tengo hambre —le confesé desorientada a Rauth—. Hace muchísimo tiempo que no siento esta sensación... me parece incomprensible.
-          Puedes comer lo que te apetezca —me ofreció acercándose, aún tomado de mi mano, a la mesa.
Además de aquella mesa y aquellos recipientes con comida, había cuatro sillas también de madera clara, un fuego a tierra, estantes con libros y una puerta de madera oscura adornada con relieves de árboles y flores silvestres.
-          Puedes coger la fruta que más te llame la atención.
-          Gracias —le contesté vergonzosa.
Inesperadamente y sin poder evitarlo, alargué mi mano y tomé con timidez una gruesa y redonda fruta cuyo color escarlata me recordó a los pétalos de las rosas más esponjosas. La miré desorientada, sin saber qué debía hacer. Busqué con mis ojos algunos cubiertos, pero en la mesa no había ningún utensilio para comer.
-          Muérdela —me ordenó Rauth divertido—. Es una manzana.
-          Ah, como la manzana prohibida de las santas escrituras —me reí con travesura—. Siempre me imaginé que su sabor era indescriptiblemente delicioso.
-          Lo es, aunque a lo mejor te parece un poco ácida.
Cerrando los ojos, intentando disfrutar plenamente de ese instante, hundí mis dientes (los que carecían de mis afilados colmillos) en aquella fruta. Me estremecí de vida cuando noté que mi boca se anegaba en un exquisito y refrescante líquido cuyo sabor me pareció del todo curioso y apasionante. Mastiqué, tratando de no morderme (pues hacía muchísimo tiempo que no trituraba la comida con mis dientes), aquella porción de fruta, analizando cada sensación que se esparcía por mi cuerpo. Aquel momento era muy importante para mí.
Estaba deliciosa. No podía dejar de comer. Parecía como si toda el hambre que había experimentado a lo largo de toda mi vida humana se hubiese concentrado en aquel instante. Rauth me observaba divertido y con muchísima curiosidad. Me dedicaba sonrisas y miradas anegadas en cariño y ternura.
-          Qué buena está —revelé placenteramente.
-          Sí, ya te lo he dicho —se rió con amor—. Ahora siento envidia de esa fruta que tan entregadamente saboreas.
-          ¿Por qué?
-          Porque tus labios la rozan —me confesó tímidamente acercándose a mí.
-          Ah, vaya —me reí con muchísima vergüenza.
-          Ven conmigo. Te enseñaré mi alcoba —me sonrió con cariño mientras me presionaba nuevamente la mano.
Me costaba saber por qué Rauth cambiaba tan rápidamente de tema. Parecía como si le diesen miedo esos instantes en los que nuestras palabras podían desvelar una pequeña parte de lo que sentíamos. Entonces, subrepticiamente, comprendí que Rauth luchaba continuamente contra sus sentimientos para que no dominasen su razón.
Su alcoba era el lugar más acogedor que no veía desde hacía muchísimo tiempo. Había un lecho que parecía creado con las hojas más olvidadas del otoño, con la hierba más primaveral y mullida y con los materiales más suaves y confortables de la naturaleza. Estaba cubierto con una tersa manta cuya tela no supe identificar. Al lado del lecho, había una mesa de madera clara y una silla también del mismo color. Había tantos libros, figuras preciosas... Me sentí arrobada en medio de tanto arte y belleza.
-          Es una alcoba preciosa —le indiqué con cariño.
-          Sí, pero ahora lo es muchísimo más —me contestó acercándose nuevamente a mí. Enseguida me sentí envuelta en un halo de ternura que me erizó la piel.
-          Es hermosa porque te pertenece —le susurré retirándome lentamente la manzana de los labios.
-          Y ahora también te pertenece a ti, Sinéad —me aseguró tomando delicadamente la manzana con su dulce mano y apartándola definitivamente de mi rostro—. Te amo, amor mío.
No supe qué contestar. Deseaba confesarle que yo también sentía algo muy especial por él y que solamente me ocurría cuando me hallaba junto a él, en su mágico mundo; pero las palabras, de pronto, perdieron todo el sentido que podían poseer. Supe que en aquellos momentos no eran las palabras las que debían revelar nuestros sentimientos, sino los hechos, las miradas...
Inesperadamente, Rauth se acercó a mis labios y comenzó a besarme muy lenta y cuidadosamente, como si le diese miedo deshacer mis labios con sus besos. No pude evitar responder vergonzosamente a sus besos. Sentía que necesitaba hacerlo, como si de repente todas las necesidades de mi cuerpo se hubiesen congregado en el anhelo de besarlo y abrazarlo. Sin poder controlar mis movimientos, solté su mano y lo rodeé después muy tiernamente con mis brazos.
-          Al fin, al fin —suspiró él mientras se dejaba caer entre mis brazos—. Cuánto te extrañaba, cariño. Cuánto te he añorado durante todos estos siglos... durante todo este incalculable tiempo.
-          Rauth...
Sentía que tenía que pronunciar otro nombre, muy parecido al que se había escapado de mis labios; pero mi cuerpo me lo impedía, pues era plenamente consciente de que él no estaba en aquel instante, sino la prolongación de su alma, la continuación de su vida interrumpida...
No pude controlar mis movimientos, ni mis sentimientos ni mis pensamientos. De repente sentí que lo único que deseaba era estar entre sus brazos. Perdí el rastro de mi destino cuando percibí su cariñoso abrazo y sus apasionados besos. Me aparté definitivamente de mi presente cuando advertí que el suelo desaparecía y que solamente nos rodeaban pétalos de flores extraídas del jardín más mágico e inocente. No detuve sus manos cuando las noté deslizarse por mi cuerpo ni tampoco interrumpí nuestros besos cuando detecté que se volvían los más entregados de la vida. Nuestros instantes, nuestros recuerdos y nuestro presente se convirtieron en uno de los momentos más incalculables e infinitos de la Historia. Nos hundimos en una vida que a ambos nos pertenecía, que solamente podía formar parte de nuestros sueños. No pensábamos, únicamente experimentábamos las deliciosas sensaciones que nacían de nuestras caricias, nuestros besos... nuestra entrega.
Fuimos uno del otro, fuimos tan irrevocablemente uno del otro que me costaba percibir dónde empezaba y terminaba mi existencia, mi cuerpo, mi ser, mi destino. Estuve fundida con sus manos, con su piel, con su cuerpo durante un tiempo que no quería notar fluir, estuvimos tan unidos que ni siquiera nos planteábamos la posibilidad de que perteneciésemos a vidas distintas. Solamente éramos nosotros vueltos un solo ser.
-          Nuestra unión te hará alcanzar un nuevo destino —me susurró cuando todo hubo acabado. No quise preguntarle qué significaban sus palabras, aunque no pudiese comprender plenamente su sentido—. Ahora todo será distinto...
-          Ha sido muy mágico... —musité vergonzosa abrazándome más a él—. No comprendo qué me ha ocurrido... pero no quería que nos detuviésemos.
-          Es que no debíamos detenernos, Sinéad. En este mágico mundo, cuando tiene que suceder algo, nada puede impedirlo. Nosotros debíamos amarnos porque... porque hay razones para ello —divagó como si no se atreviese a decirme la verdad; no obstante, no me importó.
-          Será cierto...
Y fue cierto durante todo aquel tiempo que viví junto a él en su mágica tierra, rodeada de todos los que formaban su presente y también el mío; pero, aunque en mi vida haya sufrimiento, aunque anhele permanecer eternamente junto a él, decidí volver. La vida que nos ofrece la Historia es ineludible. Pese a que esté anegada en dolor y oscuridad, debemos vivirla, tenemos que esforzarnos por convertirla en nuestro pasado.
Decidí volver la tercera noche que viví allí. Las estrellas, en aquel mágico lugar de la inocencia, brillan muchísimo más. Rauth me confesó que nunca se apagaban, que siempre nacían más estrellas para morar eternamente junto a las que llevaban fulgurando desde tiempos inmemoriales. La luna también resplandece allí, envuelta en plateadas nubes de algodón que refulgen como si de más estrellas se tratase.
-          Debo volver —le advertí con cariño y tristeza—. Ruego que lo entiendas. Estar contigo es sentir la vida; pero no puedo rendirme...
-          Tal vez tengas razón. Sí, sé que tienes razón; pero, si puedo aceptarlo, es porque sé que volverás cuando menos nos lo esperemos —me sonrió amorosamente.
-          Es cierto.
Y, cuando el amanecer perló nuestros sueños, abrí los ojos, sabiendo que era la última vez que los abría en aquella mágica tierra hasta aquel instante en el que mi destino desease ofrecerme unos momentos más de paz. Me despedí apasionadamente de Rauth, quien me prometió que volveríamos a vernos dentro de muy poco, y me dirigí hacia aquel lugar donde las fuentes susurran con aguas cristalinas canciones que nunca olvidaré. La fresca brisa de la mañana mecía las ramas de los árboles, haciendo del movimiento de sus hojas bellas trovas que se mezclaban con el tierno canto de los pájaros más madrugadores, y entonces me tendí en este suelo mullido y cubierto por las flores más suaves y relucientes de la vida... esperando el fin de este inolvidable sueño.