lunes, 23 de diciembre de 2013

EL MISTERIO DEL BOSQUE



EL GRAN MISTERIO DEL BOSQUE
 
         Era un atardecer puro, nítido y reluciente. Ni la nube más sutil e imperceptible cubría el cielo. Las luces de la ciudad se mezclaban delicadamente con los últimos suspiros del día y el lejano bullicio interrumpía de vez en cuando el silencio que ya alfombraba suavemente las calles.
         Me había despertado notándome anegada en una dulce sensación que me revelaba que era tiernamente feliz en aquella vida a la par tranquila e intensa. Aquella tibia sensación me instaba a asomarme a la ventana con paciencia y serenidad y restar mirando cómo el atardecer caía lentamente sobre la ciudad hasta que la noche se adueñase de todos sus rincones y las luces de las farolas y de los curiosos adornos que ornamentaban los árboles compitiesen con el fulgor de las estrellas.
         Eros se duchaba mientras yo observaba totalmente anonadada aquel paisaje tan invernal y acogedor. Escuchaba la calmada y profunda canción de Exile de Enya, imaginándome mundos lejanos, paraísos remotos donde el tiempo se convertía en ríos que resbalaban por rocas resplandecientes, donde la tierna trova de la paz entonaba junto a los pájaros más melancólicos.
         De pronto, cuando creí que la noche se deslizaría ante mí, devorando inocentemente los postreros suspiros del ocaso, el timbre de mi casa sonó estrepitosa y repentinamente, sobresaltándome inevitablemente. Con rapidez, guiada por el susto que todavía palpitaba en mis entrañas, corrí hacia la puerta y la abrí sin asomarme a la mirilla. Me satisfizo infinitamente encontrarme tan inesperadamente con Sus, quien me dedicó una mirada y una sonrisa anegadas en felicidad, inocencia y luz.
 
-         Buenas tardes, Sinéad –me saludó con una voz alegre. Ya no se adivinaba ni el menor ápice de vergüenza en sus palabras, lo cual me hacía sentir cómoda y acogida—. Espero que no te haya pillado en mal momento.
-         Por supuesto que no –le sonreí complacida—. Por favor, pasa –la invité retirándome de la puerta.
-         Gracias. Verás, quisiera invitaros a ti y a Eros a dar ese deseado paseo por el bosque –me comunicó cuando nos hallamos en el salón—. Me he enterado de que la señora Hermenegilda se ha ido de viaje con el IMSERSO y no volverá hasta el treinta y uno de diciembre –me reveló intentando no sonreír.
-         ¿De veras? Me parece increíble, un sueño –me reí cariñosamente.
-         Podemos ir. Wen, Duclack, Vicrogo, Diamante y Mery están esperándonos en mi casa.
-         Eros está en la ducha, pero enseguida saldrá. No tarda nada –me reí—. ¿Quieres algo? No tengo mucho... sólo agua, pero...
-         No, no es necesario. ¿Qué escuchas? –se interesó de pronto. Ya no sonaba Enya, sino una canción muy triste y melancólica de Ludovico Einaudi, un compositor de piano que admiro con toda mi alma—. Qué música más bonita... aunque es un poco triste. Yo necesito escuchar canciones alegres porque, si no, me deprimo y...
-         Yo adoro que las canciones me hagan sentir melancólica.
-         Vaya, es raro –se rió cortésmente.

Justo entonces salía Eros del baño. Se extrañó cuando vio a Sus sentada a mi lado en el sofá; pero aquella extrañeza se convirtió en alegría cuando le comuniqué que Sus había venido para preguntarnos si queríamos dar ese anhelado paseo por el bosque. Su alegría se acreció notablemente cuando le revelamos que la señora Hermenegilda se había ido de viaje con el IMSERSO y no vendría hasta pasada una semana.

-         ¡Perfecto! –exclamó entusiasmado—. Voy a preparar todo lo necesario.
-         Wen ya ha traído las linternas, Eros –le informó Sus con amabilidad.
-         Ah, de acuerdo –sonrió él.

En breve ya nos hallamos todos camino de ese bosque misterioso y profundo, el cual yo miraba con cariño desde mi ventana, admirándome de cómo su oscura densidad contrastaba con el brillante aliento del atardecer. Siempre me imaginaba que entre sus gruesos, ancestrales y poderosos árboles vivían seres mágicos pertenecientes al mundo de los sueños. Sobre todo deseaba adentrarme en aquella tierra tan espesa para comprobar si mis mágicas figuraciones podían ser ciertas.
 
-         Me complace muchísimo que la oscuridad no os intimide –les comunicó Eros con felicidad—. Sinéad y yo preferimos conocer la naturaleza por la noche.
-         ¿Y eso por qué? Se supone que por la noche apenas se perciben los colores –observó Vicrogo extrañado.
-         Por la noche la naturaleza permanece dormida, al contrario de lo que sucede con los sentidos –le contesté amablemente—. La oscuridad despierta nuestros sentidos, ofreciéndonos la posibilidad de percibir más nítidamente todo lo que nos rodea. La naturaleza no es sólo colores o formas, sino sonidos, aromas, tactos... y la noche no desvanece el color de la naturaleza, sino que la tiñe de otros matices que ni siquiera en los sueños suelen entonar. Vaya, lo siento, a veces me pongo a hablar y me olvido de que existe mi alrededor –me disculpé con vergüenza cuando me di cuenta de que todos me escuchaban atentos y extrañados.
-         No debes disculparte –me pidió Wen—. Nos gusta muchísimo cómo hablas. Seguro que, si fueses escritora, de tus manos saldrían libros impresionantes...
-         Vaya, gracias, Wen; pero, si os aburro, no temáis decírmelo –le indiqué riéndome cariñosamente.
-         Es imposible que tú aburras, Shiny –intervino Eros—; aunque debo confesarte que a veces hablas tanto que la cabeza se me va sin quererlo ni poder evitarlo. Es imposible que tus palabras no me hagan imaginar –se rió.

Mientras conversábamos tan animadamente, nos dirigíamos con rapidez e ilusión hacia aquel bosque que tanto ansiaba conocer. Las calles, con sus luces navideñas, con su bullicio y el constante sonido de los automóviles, se despedían de nosotros como si jamás regresásemos a aquel rincón donde la vida se respiraba, se palpaba y se percibía con el alma. Mas yo no temía, sabía que nos encaminábamos hacia un lugar donde mi espíritu podría ser libre sin que ningún sonido estridente quebrase sus alas. Aquel ocaso me sentía especialmente sensible e imaginativa. Tenía la esperanza de que la belleza de aquella naturaleza se adentrase en mi alma e hiciese nacer en ella versos preciosos que después podría volver música. Saber que dentro de una semana tendría que tañer el arpa y cantar en una fiesta que todos esperaban con tanta ilusión me ponía tan nerviosa que me era imposible componer alguna trova que me satisficiese.

-         Qué calles tan bonitas –halagó Eros de pronto dirigiéndose a Duclack, quien, desde que habíamos salido de nuestro hogar, había intentado dedicarle alguna palabra, mas la vergüenza y la prudencia se lo impedían—. Shiny y yo todavía no hemos paseado por aquí.
-         Nosotros solemos ir mucho al bosque, aunque en invierno no lo visitamos mucho. Hace demasiado frío –le contestó ella sonriéndole satisfecha—. He pensado que, cuando quieras, podríamos circular en moto por unos caminos que conducen a unas montañas preciosas que merece mucho la pena ver. Cuando te apetezca y haga menos frío...
-         A mí el frío no me molesta –le confesó riéndose complacido—, así que podemos ir cuando quieras.
-         ¡De acuerdo!
 
Eros y Duclack continuaron hablando animadamente, pero mi mente se despegó de ese instante para hundirse junto a mi alma en la hermosura de los primeros árboles que se asomaban en el horizonte. La oscura densidad del bosque se recortaba en el cielo, donde brillaban, tímidamente, algunas estrellas que las luces artificiales de las calles no se habían atrevido a silenciar. Cada vez nos hallábamos más cerca del bosque.
 
-         En el bosque hay muchísimos animales –me comunicó Vicrogo—, sobre todo pájaros. He llegado a pasarme tardes enteras observando la gran variedad de pájaros que viven en estos árboles... Me gusta mucho estudiar su comportamiento y cómo sobreviven...
-         Es muy interesante –le sonreí.
-         También hay liebres, jabalíes, incluso a lo lejos, cerca de las montañas, a veces llega a oírse el lejano aullido de un lobo –intervino Wen entusiasmado.
-         A mí el bosque me gusta, pero también me da un poco de miedo –nos confesó Mery—. Hay demasiados bichos, por eso me he vestido de forma que casi todo mi cuerpo quede protegido. He estado a punto de no venir, pues en ese bosque siempre hace mucho frío y viento; pero Duclack me ha convencido –se rió incómoda.
-         No te preocupes por nada, Mery. Todos cuidaremos de ti –le dije acercándome a ella y tomándola del brazo—. Yo estoy habituada a vagar por la naturaleza bajo la oscuridad más profunda.
-         ¿No te da miedo? –me preguntó ella sobresaltada.
-         No, no me da miedo.
-         Eres muy extraña y misteriosa, Sinéad –me acusó Wen con inocencia—. Nunca te hemos visto comer, te gusta ir por el bosque cuando está oscuro... Eres muy intrigante e inquietante. Espero que mis palabras no te ofendan, pero no he podido evitar decírtelo –se excusó levemente avergonzado.
-         Siendo pirata, no debería extrañarte que a alguien le gusten las aventuras –le indiqué divertida—. Sí, sé que soy un poco extraña. Espero que eso no sea un impedimento para que puedas ser mi amigo.
-         Por supuesto que no –se rieron todos.
-         Ya hemos llegado. Este camino conduce a una de las entradas del bosque. Yo os guiaré, pues soy quien más domina estos terrenos –nos propuso Diamante con valentía y decisión.

Todos lo seguimos, expectantes, emocionados y entusiasmados, observando minuciosamente nuestro alrededor para que nuestros sentidos captasen plenamente todos los detalles de nuestro alrededor. El camino que atravesábamos estaba cubierto de piedras, hierba mullida y tallos de flores ya levemente abandonadas y perecidas. Grandes árboles de tronco grueso y copa frondosa lo orillaban, volviéndolo profundamente misterioso.
Aquella senda se estrechaba cada vez más hasta desaparecer entre dos poderosos troncos. Debimos adentrarnos uno por uno en aquel misterioso y profundo bosque, cuya beldad ya empezaba a hacerme soñar. Escuchaba, atenta y minuciosamente, la suave voz de la naturaleza, la que entonaba en el canto de los pájaros nocturnos, en el mecer de las ramas y las hojas de los árboles movidas por el viento, en el silencio que de vez en cuando cruzaba el bosque... y la admiración que comencé a sentir por aquel lugar se acrecía imparablemente, como si hasta entonces hubiese restado encerrada en una delicada burbuja que la hermosura había hecho estallar.
Caminamos en silencio durante unos largos instantes, como si temiésemos quebrar el silencio con nuestras palabras. Los árboles, con sus gruesas y frondosas ramas, nos ocultaban de la mirada de las estrellas, las que refulgían sobre nosotros aguardando el instante en el que nuestros ojos se deslizasen por su lejano fulgor. Aquel momento no tardó en llegar. Inesperadamente, dejamos atrás los árboles de hoja perenne y nos recibieron los caducifolios como si hubiesen aguardado impacientes nuestra presencia.
Sin poder evitarlo, me detuve para observar aquel cielo estrellado que tanto nos iluminaba, que tan hermoso me parecía. Al percibir que me había parado, los demás también lo hicieron, sin oponerse, quedos, complacidos. No pude prever que mis labios esbozasen una tierna sonrisa que desvelaba que mi alma se había anegado en una felicidad muy tierna.
-         Hace muchísimo tiempo que no veo la luz de las estrellas. Las farolas de las calles me ocultan este fulgor que tanto adoro –les comuniqué levemente avergonzada.
 
-         Shiny, creo que no hace ni un mes que nos hemos trasladado aquí... –divagó Eros con cariño.
-         A mí me parece muchísimo tiempo –le contesté con pena—. Estoy demasiado habituada a que la luz de las estrellas sea mi techo... y la luna... la luna... Me parece como si hiciese siglos que no la veo colarse por entre las ramas de los árboles... Hoy hay luna menguante, pero... pero no la veo por ninguna parte. Restará oculta tras las montañas...
-         Eres demasiado romántica –observó Wen con cariño.
-         A nosotros también nos gusta mucho la naturaleza, pero creo que no la percibimos tan sentida ni plenamente como tú –me informó Diamante—; aunque debo confesarte que yo prefiero la furia del mar... la impetuosa e impredecible tranquilidad de las olas...
-         Sí, es cierto –corroboró Wen—. ¿Alguna vez has visto un amanecer en el mar? Es uno de los espectáculos más hermosos que puede ofrecernos la naturaleza –me preguntó con admiración.
-         Sí, por supuesto –le sonreí con añoranza—. Viví un tiempo junto al mar. El amanecer tiñe de oro el mar, la espuma de las olas parecen de plata y el horizonte se vuelve tan impenetrable y oscuro... Es precioso.
-         Sí, exactamente –me sonrió él.
-         Deberíamos proseguir –nos avisó Mery—. Se nos hará tarde.
-         Sí, es cierto –respondió Diamante.

Parecía como si la oscuridad y la misteriosa belleza de la naturaleza nos robasen las palabras, pues permanecimos en silencio durante unos largos y espesos minutos. Solamente se oía el crujir de las ramas cuando el viento las mecía, el murmurar de los insectos, las respiraciones de los animales, el sutil y remoto canto de algunos pájaros... No obstante, yo sabía que Eros y yo éramos los únicos que captábamos tan plenamente la voz de la noche. Los demás solamente oirían nuestros pasos y posiblemente el tenue susurro del viento... el viento: los suspiros de la naturaleza.
Sin saber muy bien por qué, desde las últimas palabras que habíamos intercambiado, me sentía muchísimo más nostálgica que antes, como si hallarme en medio de un bosque tan hermoso y aromático intensificase la voz de mis recuerdos. Sin embargo, me gustaba percibirme así, pues aquellas emociones que me anegaban el alma provocaban que pudiese detectar cada susurro, cada matiz y suspiro que impregnaba el bosque.

-         Mira, Sinéad, la luna –me avisó Wen de pronto.

No esperaba encontrármela. La luz de la luna relucía suave y tímidamente en el cielo. Su luz se colaba plateada por entre las ramas de los árboles y hacía resplandecer las hojas ya caídas, la hierba, las raíces salidas de los árboles. Tuve la sensación de que en verdad del firmamento llovían pedacitos de su luz, como si la luna quisiese desprenderse de aquellos suspiros de su vida que más la herían.
-         Qué bonito –susurré admirada.
-         Sí, es precioso –dijeron Wen y Vicrogo al mismo tiempo.
-         Apagad las linternas –les pedí con cariño— y permitid que sea la luz de la luna lo único que os guíe.

Todos me obedecieron sin oponerse, incluso Mery, quien tenía esbozada en su rostro una melancólica y tierna sonrisa que nos desvelaba que aquel momento también era muy especial e importante para ella, como si hiciese muchísimo tiempo que no vivía un instante tan bonito y entrañable.
Entonces, sin decirnos nada, comenzamos a caminar por entre los árboles, permitiendo que la luna crease nuestra senda. Wen y Mery me aferraron del brazo como si temiesen que las piedras pudiesen hacerme perder el equilibrio. Lo que ellos no sabían era que, en realidad, era yo quien evitaría que tropezasen.
Mientras caminábamos, nos fijábamos minuciosamente en nuestro entorno para captar todas las sombras que se escondían en la oscuridad. Entonces, repentinamente, cuando creíamos que permaneceríamos eternamente en silencio, oteando embelesados a nuestro alrededor hasta que el alba quebrase la vida de la noche, percibimos que, entre las lejanas plantas, se escondía un fulgor que parecía querer huir de nuestros ojos. Era azulado como el mar estival, tan puro y vaporoso como las nubes que cubren el cielo cuando la lluvia permanece sumergida en la distancia. En un primer momento, creí que yo había sido la única que lo había detectado; pero el pequeño respingo que dieron todos y el sobresalto que se congeló en sus ojos me indicaron que ellos también lo habían visto.
Sin embargo, ninguno de nosotros se atrevía a decir ni preguntar nada, como si aquel remoto reflejo hubiese formado parte de nuestra juguetona imaginación. No obstante, aquél no desaparecía. Se deslizaba entre las plantas, envolvía los troncos de los árboles, se mezclaba con las hojas caídas y de pronto ascendía a las ramas de los árboles... escurridizo, mágico, esplendoroso. Sin poder evitarlo, notando que mi alma estallaba de emoción y ternura, exclamé:
 
-         ¿Lo habéis visto? Parece un reflejo de la luna, pero sé que no es tan intangible... Parece tan palpable como las plantas.
-         ¿Tú también lo ves? –me preguntó Sus emocionada.
-         Sí, sí lo veo –le contesté tiernamente.
-         ¡Yo también! –intervinieron todos.

Sin decirnos nada, sin ni siquiera preguntarnos si alguno de nosotros sentía extrañeza o recelo, comenzamos a correr ilusionados hacia aquel rincón donde aquel tangible reflejo se mezclaba con la sombra de las plantas. Corríamos con miedo a que nuestros pasos espantasen aquella sutil caricia luminosa.
 
-         No encendáis las linternas –les pedí con un susurro.
-         No, no –me respondieron todos.
-         ¿Qué puede ser? –preguntó Mery—. Nunca he visto algo similar.
-         No lo sé. Este bosque es muy mágico –indicó Diamante—. A veces suceden cosas que no tienen explicación.
-         Pero estoy segura de que esto sí la tiene –aduje con ternura.

Nos hallábamos detenidos en medio de un pequeño prado rodeado por plantas menudas que resistían triunfantes el aliento del invierno. El suelo de aquel rincón tan hermoso estaba cubierto de hojas caducas que no morían, sino que permanecían mullidas y frescas, como si hubiesen acabado de abandonar las ramas donde nacieron. Apenas nos atrevíamos a pisar con fuerza, como si temiésemos que el suelo se hundiese bajo nuestros pies.
En aquel lugar, el escurridizo y azulado fulgor se percibía más nítidamente, como si compusiese el firmamento de ese pedacito de tierra. Las plantas refulgían como si en ellas se reflejase, las hojas brillaban como si fuesen de plata... Era una visión tan hermosa que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Me las retiré antes de que resbalasen rojizas y veloces por mis mejillas, rompiendo la magia de aquel instante.
 
-         Hace muchísimo tiempo que no veo algo tan bonito y mágico –comunicó Wen impresionado.
-         Es cierto. Merece la pena pasar este frío si podemos ver esto... –intervino Mery con paciencia.
-         Me gustaría saber de dónde procede. Parece un fuego fatuo –indicó Vicrogo.
-         Posiblemente lo sea –le sonreí entusiasmada—. Si es así, no debéis temer. Los fuegos fatuos son el suspiro del alma de alguien que perdimos... y a veces, si los seguimos, nos conducen a algún lugar... –divagué dulcemente.
-         ¡Sigamos esa luz, entonces! –propuso Duclack entusiasmada.

Nadie de nosotros se negó. Sin preguntarnos ni pensar nada, comenzamos a perseguir a aquella luz desvaneciente, la que nos hacía caminar por sendas que ni siquiera los troncos de los árboles habían previsto, traspasar plantas más altas que nuestra figura, colarnos entre algunas ramas caídas o raíces olvidadas, las que formaban rincones inescrutables... No obstante, aunque cada vez nos alejásemos más de nuestro hogar, ninguno de nosotros temía. Parecía como si aquella luz tan blanca y azulada a la vez nos hubiese hechizado.
El remoto fulgor de las estrellas tiritaba sobre nosotros, interrumpido de vez en cuando por el inverosímil y mágico esplendor de aquella sombra luciente. Las hojas de los árboles nos ocultaban el cielo cuando creíamos que el resplandor de la luna nos envolvería. La naturaleza parecía aliada con aquella escurridiza luminiscencia que nos guiaba, pues se mostraba distante y cercana a la vez, como si caminásemos desesperados por un bosque de elementos intangibles.
De repente, cuando vagamente creí que el alba nos sorprendería enzarzados en la búsqueda de un rincón que solamente existía en el mundo de los sueños, atisbé, entre los gruesos troncos de los árboles, una pequeña cabaña hecha de madera reluciente, la que se escondía tras las frondosas ramas de los árboles. El fulgor azulado que nos había conducido a través del bosque se fundió de repente con la oscura y a la vez brillante silueta de aquella casita, revelándonos, inesperadamente, que habíamos alcanzado el fin de nuestro camino.
 
-         Es allí –indiqué feliz y entusiasmada con un curioso y tierno susurro—. ¿Veis esa casita tan bonita y entrañable?
-         Sí, hemos visto que el fuego fatuo se ha adentrado allí –me contestó Vicrogo.
-         ¿Debemos ir? Tengo un poco de miedo –cuestionó Mery.
-         No te preocupes, no te sucederá nada malo –la animó Eros acercándose a ella y mirándola con serenidad.
-         De acuerdo.
-         No debes temer. Creo que esta magia es buena –adujo Wen.

Sin decir nada más, nos dirigimos, silenciosa y sigilosamente, hacia aquel hogar, cuya tierna y entrañable imagen nos reclamaba desde la profundidad luminosa de aquella mágica noche. El camino que conducía a aquella cabaña (la que me recordaba sutilmente a una pequeña morada en la que había habitado hacía ya muchísimos años) estaba cubierto de flores resplandecientes que el invierno no había mustiado y orillado por plantas espesas que parecían de terciopelo.
 
-         No sabía que este bosque era tan bonito –le confesé a Vicrogo con admiración.
-         Es mucho más bonito de lo que piensas, pero también es muy grande. Si no vas con cuidado, puedes perderte –me contestó.
-         Sí, es cierto –corroboró Wen—. Cuántas veces Sus y yo nos adentramos en este bosque y nuestros padres tuvieron que venir a buscarnos porque pensaban que nos habíamos perdido. ¿Recuerdas aquella vez que nos metimos en una cueva que estaba toda pintada de imágenes muy misteriosas e intrigantes y de pronto nos sorprendió la noche? –le preguntó a su hermana—. Qué miedo pasamos –se rió con ella.
-         Sí, es verdad. Pasamos mucho miedo.
-         ¿Hay cuevas? –les pregunté interesada.
-         Sí, hay muchas cuevas –me respondió Diamante.
-         Adoro las cuevas –sonreí encantada.

Ya habíamos llegado a la puerta de aquella cabaña tan misteriosa y hermosa. Al contrario de lo que esperábamos, la puerta estaba entornada. Pensábamos que nos la encontraríamos cerrada, rompiéndose así la magia que nos había llevado hacia aquel rincón tan entrañable; mas, cuando nos percatamos de que nada nos retenía ni interrumpía nuestro paso, nos adentramos en aquel hogar con sigilo, curiosidad y emoción.
Únicamente estaba compuesto de una sola estancia, la cual estaba dividida en pequeños cuartos mediante biombos de madera que contenían dibujos espectaculares y preciosos. En alguno, se veían bosques iluminados por la anaranjada luz del sol; en otros, montañas teñidas de plata por la luz de la luna... o paisajes nevados donde la nieve refulgía bajo un cielo crepuscular...
 
-         ¿De dónde proviene la luz que nos ilumina? –preguntó Duclack de pronto, impresionada.

Hasta entonces no había reparado en que la oscuridad que nos había envuelto tan tierna y espesamente se había tornado una luz dorada que hacía relucir todos los rincones de aquel hogar, que nos permitía fijarnos plena y exquisitamente en todo lo que nos rodeaba. Había creído que aquella tibia luz provenía de mis vampíricos ojos y saber que no era así, que aquel fulgor procedía de la magia que no nos había abandonado desde que nos habíamos introducido en aquel bosque, me hizo sentir inmensamente feliz, tanto que no pude evitar sonreír ampliamente mientras deslizaba mis ojos por mi alrededor, queriendo atrapar con mi mirada todos los detalles de aquella acogedora morada.
Entonces, de pronto, me percaté de que, por todas partes, en todos los rincones de aquella cabaña, en el suelo, a nuestro lado, había objetos envueltos en un papel dorado que parecía frágil, sobre el cual estaban escritos nuestros nombres con letras carmesíes y destellantes.
 
-         ¿Qué es todo esto? –pregunté admirada, intrigada y sorprendida.
-         ¡Son regalos! –exclamó Duclack entusiasmada, riéndose como una inocente niña. Su curiosa y hermosa risa me incitó a reír suavemente.
-         ¡Es cierto! –declaró Sus—. ¿De dónde han salido todos estos regalos?
-         ¡Pone nuestros nombres! –observó Vicrogo acercándose a una enorme caja—. ¡Mira, Duclack, aquí está escrito tu nombre!
-         ¡Y aquí el de Mery! –intervino Eros.
-         ¡Y aquí el de Sinéad!
-         ¡Y el mío! –rió Diamante.

Todos teníamos nuestros regalos, envueltos en aquel papel dorado que parecía tan quebradizo. A pesar de que hubiese visto que a mí me pertenecía una enorme caja, no podía moverme, pues estaba completa e irrevocablemente impresionada. En cambio, Vicrogo, Wen, Sus, Diamante, Duclack, Mery y Eros se habían lanzado a sus regalos y los abrían con entusiasmo y una felicidad que me parecía demasiado hermosa para que fuese cierta. Creía que aquel dulce instante le pertenecía a un sueño que desaparecería cuando abriese los ojos; pero el tiempo discurría por nuestro lado, destruyendo suavemente aquel injusto pensamiento.

-         ¡Ven, Sinéad! ¡Esta pedazo de caja es para ti! –me pidió Eros entusiasmado.
-         ¡Oh, dios mío, cuántos vestidos! –gritó Mery fascinada y riendo de alegría cuando abrió su regalo—. ¿Cómo es posible?
-         ¡Qué bonitos! –musité tímidamente cuando los vi.
-         ¡Hala, una moto! –exclamó Duclack—. ¡Ya tenía una, pero creo que ésta es mucho más buena!
-          ¡Qué chula! –declaró Eros—. ¡Casualmente, a mí también me ha tocado una moto! ¡Hala, ya no tengo excusa para no ir a investigar las montañas! –se rió entusiasmado—. ¡Mira, Shiny!
-         Sí, es muy bonita –contesté sin saber muy bien qué decir.
-         ¡Oh, un reloj de péndulo! ¡Parece antiquísimo! –exclamó Vicrogo a punto de estallar de alegría—. ¡Hacía muchísimo tiempo que quería tener uno!
-         ¡Mira, Diamante, es una casita para Pandy! –indicó Sus con ternura al abrir su regalo.
-         ¡Qué bonita! Además tiene muchos detalles... ¡Incluso tiene diferentes habitaciones! –rió encantado.
-         Yo no sé qué haré con mi regalo, es demasiado increíble y grande –adujo Wen sorprendido y emocionado.
-         ¡Es una barca! –exclamó Sus.
-         Yo tengo otra –rió Diamante—. Eso quiere decir que tendremos que ir juntos a buscar nuevas aventuras, Wen.
-         ¿Por qué no abres tu regalo, Shiny? –me preguntó Eros—. ¿Qué te pasa?
-         Es que... tengo miedo... Esto es tan bonito que... –balbuceé sin saber qué decir. Notaba que mis ojos deseaban empañarse de lágrimas.
-         No tengas miedo. Ven, acércate a tu regalo –me instó Wen arrimándose a mí y tomándome del brazo. Lo obedecí sin oponerme.

Wen y Mery me ayudaron a desenvolver aquella gran caja de madera, la que estaba pintada de oro, como si aquella madera hubiese nacido del atardecer. Cuando entre todos la abrimos, apareció ante mí uno de los regalos más bonitos que recibía en muchísimo tiempo.
 
-         Es un arpa –musité cerrando con fuerza los ojos. NO deseaba que nadie viese mis lágrimas.
-         Qué arpa más bonita –declaró Vicrogo.
-         Es dorada –indicó Eros—. Nunca he visto un arpa así.
-         Es preciosa –susurré incapaz de hablar con claridad mientras deslizaba mis dedos por aquella dorada madera—. Sí, parece hecha de oro y de aire...
-         Es un arpa clásica –aclaró Vicrogo—. No tenías ninguna, ¿verdad?
-         Tenía un arpa bárdica... –le comuniqué intentando parecer serena, ya atreviéndome a abrir los ojos.
-         Este momento es demasiado bonito e irreal. ¿Cómo es posible que estemos viviéndolo? ¿Quién lo ha procurado? –preguntó Mery emocionada. Sus ojos brillaban.
-         El espíritu de la Navidad –respondió Vicrogo.
-         Sí, es cierto; el espíritu de la Navidad, nuestra unión, la magia de este bosque –prosiguió Duclack.
-         Es... es... es demasiado hermoso –lloré sin poder evitarlo. Enseguida extraje mi fiel pañuelo del bolsillo de mi abrigo para impedir que viesen mis lágrimas—. Lo siento, no he podido evitarlo –me disculpé con vergüenza.
-         No debes pedir perdón. Todos tenemos ganas de llorar –rió Duclack nerviosa.
-         Nunca me había ocurrido algo tan mágico y hermoso –intervino Eros emocionado—, algo que no tiene explicación, que sólo entiendes si crees en la magia.
-         Sí, es cierto –corroboré luchando por dejar de llorar.
-         Lo que me pregunto es cómo trasladaremos todo esto a casa –divagó Mery riéndose.

Entonces, justo en ese momento en el que las palabras de Mery se mezclaban con nuestras tiernas risas, oímos que, allí afuera, el viento mecía cálida y delicadamente las hojas de los árboles y que un pájaro nocturno comenzaba a entonar una suave canción que nos hizo cerrar los ojos y que nos acarició el alma hasta hacernos soñar. Era un canto melódico, primoroso, tenue, como si aquel pajarillo temiese interrumpir el sueño de las flores. No pudimos evitar abandonar tímidamente la estancia en la que nos hallábamos para dirigirnos hacia el bosque, donde podíamos escuchar más nítida y profundamente aquel hechizante canto.
Por mucho que lo intentásemos, no atisbábamos la silueta de aquel pajarito inocente que entonaba con tanta entrega y cariño. Su canto parecía provenir de lo más profundo de la tierra, pero también de lo más remoto del firmamento, como si en realidad fuesen las raíces de los árboles o la distante luz de las estrellas lo que creaba aquella etérea trova. Sin embargo, ninguno de nosotros dijo nada, sólo permanecimos escuchando con atención y emoción aquella canción.
De pronto, cuando nos olvidamos del paso del tiempo, de la materialidad y espiritualidad de la vida, aquel canto comenzó a silenciarse, convirtiéndose, muy lentamente, en el resplandor azulado que nos había conducido hasta allí, el cual, espléndida y suavemente, empezó a cubrir nuestro suelo y nuestro cielo, a envolverse en los troncos de los árboles, a devenir rayos de luna la luciente presencia de las estrellas. Instintivamente, todos miramos hacia el cielo, sabiendo que en el firmamento hallaríamos la respuesta a cualquier pregunta que naciese en nuestra alma.
Y entonces vimos cómo las estrellas, antes destellando sutil e intangiblemente, se alineaban en el cielo, quebrando plenamente la oscuridad de la noche. Aquellas refulgentes luciérnagas del cielo se tornaron, inesperada e incomprensiblemente, en letras que escribían una frase que a todos nos acarició el alma, que nos izo entender que la magia nunca se agotaría si nuestro corazón no la abandonaba. Si permitíamos que nuestro espíritu, nuestro cuerpo, nuestro tiempo y nuestra mente se impregnasen de magia, nunca careceríamos de la capacidad de soñar ni de la posibilidad de existir en instantes que solamente nosotros podíamos comprender. En el firmamento, se escribió:

«Llevad en vuestra alma, en vuestra mente y en vuestra memoria todo aquello que queráis retener a vuestro lado, y la magia hará posible
materializarlo cuando lo anheléis».
 
-         ¿Eso quiere decir que no necesitamos trasladar nuestros regalos? –cuestionó Mery.
-         ¿Sólo con acordarnos de ellos podremos tenerlos allá donde queramos? –prosiguió Wen.
-         Yo creo que sí –les contesté sin preguntarme nada, sólo creyendo en ese mágico hecho.
-         En Navidad, todo es posible –adujo Vicrogo con felicidad y emoción.

Y así fue. Nada pesó en nuestros brazos ni en nuestra mente; sólo sentimos en nuestra alma y en nuestra memoria el recuerdo de todo lo que había acaecido aquella noche; unos sucesos que siempre, siempre, no importa el tiempo que transcurra, me demostrarán que la magia sí existe, que sí es posible tañerla, aspirarla, atisbarla en las sombras más impenetrables de la noche.

FELIZ NAVIDAD, WEN, SUS, DIAMANTE, VICROGO, DUCLACK, MERY Y EROS