UNA SENDA BRILLANTE
Había vagado durante horas por
aquellos páramos rojizos, buscando la sombra de mi camino. Esponjosas, pero
gélidas nubes cubrían el cielo, oscureciendo el viento, que aquella noche
soplaba con fuerza, desprendiéndose de su voz una tonalidad violácea que volvía
más inescrutables las lejanas montañas. Quería llegar hasta allí, rodeando las
piedras, ignorando el frío. Me protegía con aquella gruesa capa de terciopelo
negro que mi padre me había regalado hacía ya tantos años, la que había
remendado en incontables ocasiones, pero sentía que no era suficiente, que el
helado aliento de la noche deseaba envolverme sin origen ni retorno.
Los lejanos astros se escondían
tras las montañas, velaban por el sueño de la naturaleza. Los bosques dormían,
el frío hacía tiritar las flores. Aquel desierto era inagotable, de arenas
profundas y congeladas; pero yo no deseaba detenerme. Sabía que debía llegar
antes de que el cielo se cubriese de albores remotos. Las nubes me impedían
atisbar la estela de la noche, me imposibilitaban saber cuántos suspiros le
quedaban a la oscuridad antes de que expirase ante la llegada del amanecer.
Aquella situación se alargaba,
se alargaba tanto en el tiempo como en el espacio, se materializaba en sendas
que no podía hallar, en piedras que no orillaban ningún camino, en un vacío que
mis manos no podían palpar ni mis ojos, disipar. Mas entonces noté que alguien
me aferraba de mi capa, queriendo detener mi paso. Creí que se trataba del
viento o de los asustados pétalos de una flor que había crecido accidental y
furtivamente en aquel terreno tan árido; pero aquellos efímeros tirones
persistían. No estaba sola.
No, no me atrevía a detenerme.
La oscuridad y el vacío de aquella gélida noche me impedían pensar que aquel
instante era real y que debía vivirlo. Miré desorientada a mi alrededor,
creyendo que las estrellas iluminarían aquel momento, volviéndolo comprensible,
pero la oscuridad se había profundizado y el silencio que se fundía con el
viento rugía con mucha más fuerza, removiendo las nubes que cubrían el cielo,
haciendo de su vaporosa presencia un remolino que se asemejaba a una infinita y
rojiza espiral.
Quería huir. Torné veloces mis
pasos, intenté desprenderme del helado miedo que me había impregnado las
entrañas; pero cuando traté de escapar me percaté de que mi capa se había
enredado en unas plantas cuya presencia yo no había advertido. Disgustada y
tenuemente avergonzada de mi cobardía, me detuve y me agaché para retirar de
mis ropajes aquellos punzantes tallos. Entonces, subrepticiamente, aquella
planta, la que en un primer momento me había parecido inocente y asustada,
devino el cielo de la noche, cubrió de escarcha el suelo y me aferró
violentamente de las manos. Noté que la tierra se convertía en nada y que un vacuo
abismo en el que el viento gritaba furiosamente me absorbía sin remedio. Grité
con toda mi alma, profiriendo el alarido de terror más estridente y
escalofriante que lanzaba desde hacía muchísimo tiempo; pero chillar no me
satisfacía ni me calmaba, sólo acentuaba mi pánico.
De pronto percibí que el aire de
la noche ya no me envolvía. Flotaba por un cielo que no cubría ninguna tierra.
Intenté no asustarme más para poder entender lo que me sucedía, pero mis
sentimientos se habían tornado escurridizos e indomables. Miré desesperada y
aturdida a mi alrededor, tratando de hallar en aquel extraño entorno alguna
sombra que me avisase de que aquel rincón no era real, sino que pertenecía al
instante onírico más lejano; pero no captaba nada que me recordase a la vigilia
ni al tangible mundo que crea mi hogar.
Me parecía que aquel vacío se
formaba de las raíces más profundas del árbol más inquebrantable y ancestral de
la tierra. Me rodeaba una neblina impregnada del marrón de los troncos y del
verdor de las hojas. A lo lejos podía atisbar un sutil rayo de luz que se
mezclaba con las olas del silencio. Quise impulsarme hacia aquella luz, pero de
repente noté que algo me detenía. Unas manos me aferraban de la cintura,
impidiéndome moverme.
-
No puedes pasar –me advirtió una voz a la par dulce e inquietante—. Si
deseas adentrarte en nuestro mundo, tienes que contestar una serie de preguntas
–me avisó soltándome.
Enfrente de mí apareció un ser
cuya apariencia me resultó infinitamente mágica y onírica. Tenía los ojos
profundos, brillantes y grandes, los cabellos largos y liliáceos, orejas en la
cabeza y una luciente y carmesí sonrisa esbozada en sus finos labios. Era una
mujer, pero no se trataba de una mujer ni humana ni...
-
¿Quién eres? –le pregunté sobrecogida—. Nunca he visto nada que se
parezca a ti.
Quería hablarle cortésmente,
pero estaba tan nerviosa que ni siquiera podía controlar mis palabras. Me
sentía aturdida, confundida y extrañada. Me temblaban delicadamente las manos y
notaba que me envolvía un insólito calor, como si me hallase cabe una lumbre
inocente y anaranjada.
-
Realmente las preguntas son innecesarias, pues la respuesta se halla
en este momento y en cómo lo percibas –prosiguió entornando sus dorados ojos—.
¿Puedes verme?
-
Sí, por supuesto –le respondí confundida.
-
¿Cómo me percibes?
-
Eres un ser hermoso, pero también extraño –le informé temerosa y
avergonzada—. Tus ojos son profundos y brillantes, tu sonrisa parece esbozada
por la misma magia y... y tu rostro es brillante. Además, las orejitas que tienes
en la cabeza me resultan muy bonitas y curiosas... –le confesé aún más
asustada. Temía que mis palabras sonasen ofensivas.
-
Me percibes tal como soy, tal como la magia me ha alumbrado –me sonrió
con más cariño y respeto—. ¿Crees en la magia, Sinéad?
-
¿Cómo es posible que conozcas mi nombre? –le pregunté extrañada.
-
Lo conozco todo de ti. Sé que también perteneces a la magia. Si no
fuese así, no habría permitido que te adentrases en nuestro mundo. No obstante,
solamente te hallas en el portal que accede a nuestra tierra. Para poder
atravesarlo, tengo que estar plenamente segura de que tu alma está llena de
bondad y luz. Eres un ser perteneciente al sombrío mundo de la oscuridad. No
todos los miembros de tu especie tienen el alma anegada en fulgor. Necesito
estar convencida de que la bondad reina en tu corazón.
-
¿Cómo podrás saberlo? –le cuestioné emocionada.
-
Mirando en tu interior. ¿Crees en la magia, Sinéad?
-
Sí, creo en la magia tanto como en la naturaleza.
-
Cierra los ojos y no los abras hasta que te lo ordene –me mandó
suavemente.
Cuando cerré los ojos, noté que
el calor que me envolvía se intensificaba, tornándose mi única realidad. Aunque
tuviese los ojos cerrados, podía percibir perfectamente el matiz y la textura
de aquella dulce tibieza. Sabía que estaba impregnada del color del oro y que
su tacto se asemejaba al del terciopelo más fino y cuidado. Además, aspiraba su
deliciosa fragancia a flores recién brotadas de la tierra. Era un aroma que me
acariciaba el alma al adentrarse en mi cuerpo. Aquellas templadas percepciones
empezaron a convertirse lentamente en imágenes que me hacían sentir acogida. Me
detecté tendida en un prado cubierto de hierba verde y mullida, protegida por
un cielo completamente azulado por el que se deslizaban suavemente unas níveas
y esponjosas nubes. Escuchaba la voz del viento susurrando entre las ramas de
los árboles, meciendo delicadamente sus hojas como si temiese lanzarlas al
suelo. A lo lejos podía oír el murmullo de un río discurriendo entre piedras
alisadas y antiguas.
-
¿Qué sientes?
Me pareció que su voz provenía
de un lugar tan intangible como el viento y que se había expandido
primorosamente por todo aquel prado, acariciando sutilmente las hojas y
volviendo más algodonadas las nubes. Quise contestarle, pero cuando intenté
hablar me apercibí de que mi voz no podía sonar, pues algo parecido a unas
manos tibias la retenía. Sin embargo, aquella percepción no me detuvo. No cesé
de esforzarme en hablar hasta que noté que mi voz emanaba nítida y clara de mis
labios. Me pareció que mis palabras formaban parte del susurro del tibio aire
que impelía cariñosamente las nubes.
-
Es mi cielo. Es la tierra de mis sueños.
-
La tierra de tus sueños...
Tras oír vagamente aquellas
palabras, pronunciadas por una voz tan remota como el primer suspiro de nuestra
vida, aquel luminoso prado comenzó a desvanecerse. El cielo azul que me cubría,
la mullida hierba que formaba mi lecho y el musitar del viento se tornaron
repentinamente el calor que me había envuelto tan exquisitamente. Entonces noté
que ya podía abrir los ojos; sin embargo no lo hice, pues recordaba que debía
aguardar a que aquel ser me lo ordenase.
-
Ya puedes abrirlos –me dijo al fin.
-
¿Qué ha sucedido? –le pregunté desorientada. Me percaté de que me
sentía agotada.
-
Has permitido que mi alma se conecte con la tuya y has percibido el
lugar donde todos habitamos –me informó con paciencia—. He descubierto que tu
alma está llena de bondad y magia. Puedes entrar.
-
Pero donde vivís brilla el sol. Yo no puedo ver el sol –protesté
asustada cuando noté que perdía el dominio de mis manos—. Tengo miedo –le
confesé sin poder evitarlo.
-
Te equivocas, Sinéad. El sol no te herirá en nuestro mundo. No te
adentrarás en nuestra tierra poseyendo la forma y apariencia de tu cuerpo.
Mudarás de aspecto.
-
¿Cómo?
-
No puedo explicarlo con palabras. Tienes que sentirlo, Sinéad. ¿Estás
dispuesta?
-
Pero ¿por qué me permites que me introduzca en vuestro hogar? ¿Por qué
está sucediéndome esto?
Mas aquel ser tan extraño, cuyo
nombre todavía desconocía, no me contestó. De repente mi entorno desapareció
para convertirse en un lugar cuyo aspecto me costaba comprender. Noté que un
viento cálido y potente me envolvía, arrastrándome de pronto hacia un abismo
que mis ojos no podían vislumbrar. Quise gritar, pero entonces supe que no
debía temer. La magia no podría dañarme.
Advertí que mi cuerpo se encogía
como una hoja en el otoño. Me miré desesperadamente las manos, los brazos y la
falda de mi vestido para saberme todavía en el mundo, pero entonces me apercibí
de que yo estaba desapareciendo, que aquel viento tan extraño, tibio y
aromático estaba arrebatándome la apariencia que siempre me había
caracterizado. Inevitablemente, temí, temí tanto que no pude impedir que mis
ojos se llenasen de lágrimas.
Cuando mis lágrimas comenzaron a
rodar por mis mejillas, noté que mi piel acogía el calor que desprendían.
Desorientada, permití que una perdida lágrima se posase en mis dedos y entonces
me apercibí de que mis lágrimas ya no eran gélidas ni rojizas, sino brillantes
y tibias.
-
Ya ha terminado, Sinéad –me avisó aquel ser tan extraño; el cual, de
súbito, me pareció el más bello e inocente de la Tierra—. Te has
metamorfoseado.
-
No he sentido dolor –observé sobrecogida.
-
Has sentido miedo; una sensación mucho más paralizante que el dolor.
Mírate, Sinéad. Ya no eres tú.
-
¿Dónde puedo mirarme? –le pregunté extrañada.
-
Ponte en pie.
Hasta entonces no me había
percatado de que estaba sentada en una hierba tan verde y mullida como la que
me había imaginado hacía poco. Cuando me alcé, entonces advertí que me sentía
infinitamente ligera, como si mi cuerpo hubiese perdido el poco peso que
siempre lo había caracterizado.
-
Enfrente de ti, hay un lago de aguas nítidas donde puedes
reencontrarte con tu reflejo –me comunicó con paciencia.
-
Puedo ver el sol –observé incapaz de prestarles atención a sus
palabras—. Su luminosa caricia no me hiere.
-
Sí, puedes sentir el sol.
-
Es maravilloso –reí tiernamente a la vez que mis ojos volvían a
llenarse de lágrimas.
La emoción más tibia y hermosa
envolvió mi corazón, controló mis pasos y sentimientos. Entonces me acerqué a
aquel lago de aguas nítidas y claras para reencontrarme con mi nuevo reflejo;
un reflejo cuyo advenimiento yo no había ni siquiera presentido. Cuando las
aguas me lo devolvieron, me estremecí de vida, amor y curiosidad. No, no era
yo, pero sin embargo mis ojos contenían la misma luz y el mismo matiz, mi
sonrisa seguía siendo encantadora y resplandeciente, mis cabellos eran todavía
tan negros como la noche más estrellada y mi piel no había perdido su palidez
deslumbrante. No obstante, mi cuerpo poseía elementos que nunca habían formado
parte de mi aspecto. De mi espalda pendían unas delicadas y bellas alas que yo
podía mecer como si se tratase de mis brazos y sobre la cabeza, escondidas
entre mis cabellos, tenía unas curiosas y pequeñas orejas puntiagudas con las
que percibía todos los sonidos que creaban la voz de la naturaleza. Aquellas
mágicas orejas habían sustituido las que siempre se habían hallado lado a lado
de mi cabeza, mas yo no advertía su ausencia. Parecía como si siempre hubiese
sido así, como si nunca mi alma hubiese estado introducida en un cuerpo
vampírico, como si nunca hubiese sido humana, sólo ese ser tan mágico que aún
no sabía nombrar.
-
Ahora eres un heidelf.
-
¿Un heidelf? –le pregunté completamente desorientada.
-
Somos nacidos de la luz, la magia y el calor del sol. La naturaleza fue
nuestro vientre, el cielo más azulado y luminoso cubrió nuestro advenimiento y
el viento resguardó nuestros primeros suspiros. Ahora perteneces a un mundo
reinado por la luz más intensa y cálida y la naturaleza más inquebrantable y
eterna.
-
Pero...
-
En tu alma ahora solamente hay deseos bondadosos. No existe en ti el
lado oscuro contra el que siempre debiste luchar. Eres puramente luz, solamente
resplandor y tibieza. Nadie te herirá aquí. Podrás habitar interminablemente en
paz.
-
Pero ¿qué ha sucedido con quienes forman mi vida?
-
Si permaneces aquí, nunca más volverás a verlos. No regresarás a esa
tierra llena de peligros que pueden rasgarte el alma. En este mundo mágico
solamente hay luz y añoranza; mas no se trata de una añoranza que lacere, sino
de una melancolía que acaricia el alma.
-
Yo...
-
Ahora conocerás a quienes formarán tu viniente vida. Son seres tan
puros como tú. Mírate, Sinéad, eres el reflejo de la bondad y la dulzura. El
azulado vestido que portas fue creado a semejanza del luminoso cielo que cubrirá
eternamente tu vida. ¿Te place? Es tan bello como el futuro que te aguarda...
-
No sé qué decir. Me siento abrumada.
-
Los sentimientos punzantes como la tristeza, la desorientación y la
amargura se desvanecerán para siempre si decides habitar eternamente en esta
tierra tan pura.
-
Creo que...
-
No decidas tan rápido lo que desees. Permite que tu alma te hable, que
la naturaleza te guíe. Ven, álzate. Te llevaré al palacio dorado.
Me imaginaba que el palacio
dorado sería una construcción de piedra hallada en medio de los árboles, lo
cual me extrañaba, pues me parecía muy insólito que aquellos seres tan puros
fuesen capaces de turbar la calma de los bosques creando edificios donde
habitar; pero, cuando aquella mágica criatura me condujo hasta el hogar que había
mencionado, supe que mis pensamientos habían sido totalmente erróneos.
El palacio dorado era una gran
morada emergida de la tierra, hecha de piedras que el viento y el agua habían
moldeado y teñido de oro. Las ramas de los árboles creaban su techo; los
troncos, sus pasadizos, y la hierba alfombraba todas las estancias. En el
centro de aquella construcción tan natural había una hermosa fuente cuya agua
plateada surgía de lo más profundo de la tierra, formando un resplandeciente
estanque por el que nadaban suave y lentamente peces de colores.
La infinita hermosura de aquel
lugar tan reluciente me embelesó, arrebatándome la capacidad de pensar y de
sentir. Nunca había visto algo tan precioso. Me costaba creer que aquel momento
perteneciese a la realidad tangible que había compuesto mis años. Todavía no me
había convencido de que me hallaba en un mundo muy distinto del que nacían mis
días y que había cesado de ser la vampiresa que había luchado contra la fuerza
del paso del tiempo para convertirme en un ser que aún no podía describir.
-
Es precioso –exclamé de pronto. Advertí que mi voz sonaba tan dulce
como el eco de unas lejanas campanas de plata—. Nunca he visto algo tan bonito.
-
Es tu nueva morada —me comunicó deteniéndose enfrente del empiece de
un pasadizo formado por piedras relucientes y orillado por flores níveas y
delicadas—. Perdóname por no haberme presentado antes, Sinéad. Soy Alneth.
-
Es un placer haberte conocido, Alneth, pero me gustaría confesarte
algo...
-
Todavía no ha llegado el momento de que me confieses nada. Aún guardas
en tu memoria y en tu alma las estelas de tu anterior vida.
-
No percibo que mi vida haya quedado atrás. Este momento es... es sólo
un sueño.
-
No niegues su veracidad, Sinéad. Es tan real como tú.
Mientras esto me decía, Alneth
me guiaba serenamente por aquel pasadizo tan mágico. Se detuvo delante de una
puerta de hierba que abrió con sus finas y fulgurosas manos. Nos hallamos de
pronto en una enorme sala impregnada de oro y alfombras naturales. Las paredes
estaban adornadas con piedras preciosas cuyo resplandor me deslumbraba y el
suelo estaba cubierto de flores y hierba. Había sillones hechos de raíces
olvidadas y hojas ya demasiado abandonadas, mesas y sillas de madera clara y
figuras bordadas por el paso del tiempo y la lluvia. Todo lo que percibía había
nacido de la naturaleza.
No obstante, lo que más me
sobrecogió no fue apercibirme de que la naturaleza era lo único que creaba
aquel hogar, sino advertir que en aquella mágica y aromática sala había un sinfín
de seres semejantes a mí que me observaban con interés y felicidad. En sus ojos
brillaba la conformidad y la paz y tenían esbozada en sus labios una perfecta y
cálida sonrisa con la que me hicieron sentir acogida.
-
Todos ellos son tus amigos, tus guías y confidentes. Nadie te hará
daño aquí. Solamente serás querida.
-
Bienvenida, Sinéad –me saludó un heidelf de ojos profundamente verdes
y cabellos rojizos. Me sobrecogí cuando me percaté de que sostenía una pequeña
arpa entre sus manos—. Alneth nos ha hablado mucho de ti, avisándonos de que
dentro de muy poco llegarías.
-
Estamos encantados de que hayas venido al fin –me confesó una heidelf
de cabellos dorados y ojos celestes.
-
Sabemos que en este lugar podrás ser eterna e infinitamente feliz
–intervino una heidelf de piel oscura, ojos negros y cabellos marrones—. Te
cuidaremos con toda nuestra alma, como también lo hará la naturaleza que será
tu eterno hogar.
-
Toma esa arpa, Sinéad. Sabemos que adoras tañerla –me pidió Alneth con
cariño.
-
La música es nuestro álgido lenguaje –me avisó el heidelf de cabellos
rojizos.
Las notas que fluyeron por el
aire, mezclándose con la lejana voz del río y el suspiro de las hojas nos
acariciaban luminosamente el alma. Canté y tañí como si tras aquel instante ya
no existiese ni un solo segundo más. Estaba convencida de que mi música
protegía las flores y creaba un hogar donde la luz del sol se resguardaba.
Cuando me sumergí en el hechizante sonar de nuestras trovas, me percaté de que
allí afuera caían suavemente del cielo unos delicados pétalos que cubrieron la
hierba que creaba el suelo de nuestro mundo. MI voz, el musitar de los
instrumentos, el tono de nuestras canciones... todo componía una magia que se
fundía con la vida de la naturaleza.
Me pareció que el tiempo cesaba
de transcurrir, que aquel día no tenía atardecer y que para siempre restaríamos
sumidos en un instante eterno cuyo fulgor nos deslumbraría dulcemente, pero de
súbito noté que la música se agotaba de sonar, que nuestros dedos y nuestra voz
se extenuaron de expresar nuestros sentimientos. Entonces me separé del arpa
que había tañido tan dulcemente y miré satisfecha a mi alrededor, esbozando en
mis labios una dulcísima sonrisa que brillaba mucho más que el sol.
Entonces me apercibí de que la
azulada luz que había resguardado nuestros instantes se había tornado liliácea,
parecida al matiz de mis ojos. Todos los heidelfs que nos hallábamos en aquella
dulce estancia nos miramos satisfactoria y tiernamente, sabiendo que todos
experimentábamos exactamente las mismas emociones.
-
Ya ha caído la tarde –informó Alneth—. Deberíamos reencontrarnos con
los frutos para cenar.
-
¿Con los frutos? –pregunté extrañada.
-
Hace mucho tiempo que no comes, ¿verdad? –me preguntó el heidelf de
ojos verdes y cabellos rojizos.
-
Sí, hace mucho tiempo... –le contesté sonriéndole dulcemente.
Salimos de nuestra adorable
morada y nos dirigimos hacia un bosque de árboles frondosos cuyas ramas estaban
llenas de hojas de colores y frutos suculentos. El heidelf de ojos verdes y
cabellos rojizos andaba a mi lado, mirándome de vez en cuando con satisfacción,
ternura y luz.
-
¿Cuál es tu nombre? –le pregunté tímidamente.
-
Soy Rauth –me contestó con amabilidad y dulzura.
-
Es un placer conocerte, Rauth –le dije tendiéndole mi mano.
-
Aquí nos saludamos por primera vez con un tierno beso en las mejillas
–me comunicó acercándose más a mí. Entonces me percaté de que sus ojos no eran
solamente verdes, sino también azules; la confluencia del mar y la hierba en
una mirada—. No sientas vergüenza, dulce Sinéad. Es un beso completamente
inocente, como todo lo que cubre y tiñe esta tierra –me susurró arrimándose a
mi mejilla derecha y besándomela con muchísimo primor. Yo correspondí a su beso
con una delicadeza sublime. Noté que la piel se me erizaba—. Tienes unos labios
muy hermosos –me confesó entornando sus preciosos ojos.
-
Tú también. Al besarme he sentido la caricia de la vida.
-
Tu olor es mágico. Mezcla el aroma de las flores más luminosas y
delicadas y de la savia de los árboles más antiguos.
-
La fragancia que se desprende de tus cabellos también es deliciosa y
adorable. Me recuerda al fluir de los ríos y a la voz de la lluvia.
-
Gracias.
-
Rauth, Sinéad, os aguardamos en el lago –nos informó Alneth desde la
distancia.
-
No se han ofendido, ¿verdad? Nos hemos entretenido... –divagué
asustada.
-
No, Sinéad, en absoluto. Han captado la magia que nos envuelve, por
eso se han ido. Ahora estamos tú y yo bajo este cielo tan luminoso y violáceo.
Parece teñido del color de tus ojos. Es adorable. Siente el viento... Es tan
suave y cálido... Arrastra el aroma de las flores.
-
Jamás he sentido el viento como en este momento. Experimento tanta
paz...
-
Ven, sentémonos entre estos dos grandes y ancestrales árboles. Con sus
frondosas ramas, protegerán nuestro bello instante. Hacía muchísimo tiempo que
no me percibía tan calmado y amenizado –me confesó cuando nos hubimos sentado
en la hierba—. Desprendes una magia tan especial...
-
Yo... no sé qué decir –le revelé entornando los ojos.
-
Para cada uno de nosotros existe un destino nacido de la tierra. Ese
hado puede hallarse en los bosques, en nuestro corazón o en el alma de alguien
que, tarde o temprano, llegará a nuestra vida significando así nuestro
presente, nuestro pasado y nuestro futuro. No sentimos la presencia del futuro
hasta que no conocemos al portador de nuestro destino. Ahora he atisbado la
estela de mi futuro por primera vez, Sinéad. Mi hado está en ti.
-
¿Cómo lo sabes?
-
Porque, cuando te miro a los ojos, experimento una sensación muy
hermosa. Parece como si ya hubiésemos permanecido juntos en otra vida. Me
siento totalmente completo, como si hasta antes de mirarte me hubiese faltado
un pedacito de mi alma.
-
Creo que yo también lo siento... pero debo confesarte que tengo miedo.
No quiero abandonar definitivamente mi vida.
-
¿Eras feliz en tu vida?
-
Sí, lo era. Compartía mi vida con un hombre que...
-
Pero ¿había dolor en tu vida? –me preguntó con preocupación y ternura.
-
A veces, pero entre sus brazos me olvidaba de todo aquello que podía
herirme.
-
¿Quieres regresar?
-
No quiero perder esta realidad ni alejarme de este mundo; pero tampoco
anhelo abandonar definitivamente mi vida. Existen en mi destino seres que
quiero con toda mi alma. Sería incapaz de dejarlos atrás para siempre. No, no
puedo hacerlo –le confesé con lástima—. Este mundo me parece hermoso e
infinitamente inocente, pero no puedo quedarme aquí olvidándome de que mi vida
se compone de otros lugares y seres que crearon mis recuerdos, los caminos de
mi pasado y las puertas de mi futuro. Son los brazos de mi presente, los que me
hacen sentir infinitamente protegida pese a todas las crueldades que existen en
el mundo. Lo siento mucho. No quiero entristecerte, pero...
-
Alneth sabía que mi destino estaba en ti, pero también era consciente
de que atraparte sería arriesgado. No te desasosiegues por mí. Sabía que esto
sucedería. Debes marcharte. No puedes permanecer aquí si anhelas tan
tiernamente compartir tu vida con quienes te aman. Que abandones por ellos esta
tierra tan inocente, pura y hermosa significa muchísimo más de lo que nadie
podría comprender. Tu amor es lo más valioso de la vida, Sinéad. Quienes
disponen de tu atención y cariño son verdaderamente afortunados, mucho más
afortunados que los que vivimos aquí, eternamente bajo un cielo cálido y
resplandeciente, entre la naturaleza más inmaculada de la Tierra. NO te sientas
desasosegada por nadie. Vive tu vida. Eres noble y mágica. Podrás realizar
cualquier sueño que tu alma cree, de veras. Nosotros nunca te olvidaremos.
Cuando desees volver, solamente debes anhelarlo con toda la magia y luz de tu
alma y nosotros te acogeremos.
-
Muchísimas gracias –le dije emocionada.
-
Basta con que lo desees para regresar a tu vida... y entonces dejarás
de poseer este cuerpo... pero tendrás todo tu presente, tu vida y tu futuro, y
eso es lo que más importa.
-
Pero no quiero irme sin más. ¿No hay nada que pueda hacer por ti?
Deseo demostrarte de algún modo que te aprecio y que siempre te recordaré de
una forma muy especial.
-
Sí, sí puedes hacer algo por mí –me sonrió cariñosamente—. Compón la
canción más hermosa que pueda emanar de tu alma, táñemela y entónamela como si
con su melodía pudieses deshacer toda la crudeza esparcida por la tierra donde
vives.
-
De acuerdo –le contesté entornando los ojos—; pero he dejado el arpa
en...
-
No te inquietes. Mira –me pidió señalándome muy primorosamente el
hogar donde habíamos cantado y tocado música tan entregadamente—. No sé si te
he dicho que en este mundo sólo basta con desear bondadosamente algo para que
se cumpla, siempre que tu anhelo no perjudique a nadie.
Entonces me percaté de que el
arpa volaba hacia mí impulsada por una infinidad de pétalos resplandecientes y
aromáticos. Enseguida el arpa se posó en mis manos, tal como ocurría en una
leyenda que yo adoraba con toda mi alma, y los pétalos que la habían envuelto
en paz durante su travesía cubrieron el cielo que amparaba nuestro instante,
oscureciendo la sutil luz del atardecer.
-
Ya puedes tañer –me sonrió Rauth con muchísima dulzura.
Ni siquiera dudaba de si podría
componer la canción más hermosa que jamás hubiese nacido de mi alma, pues, en
cuanto mis dedos se posaron en las cuerdas del arpa, mi espíritu devino en una
melodía que surgió de lo más profundo de la tierra, que llovió del cielo y
brotó de las hojas y los troncos de los árboles. Comencé a tañer muy
lentamente, como si temiese dañar la voz del arpa, y, cuando la melodía de
aquella trova fluyó sutilmente por el aire, mezclándose con el silencio del
ocaso, empecé a cantar notando que mi voz acariciaba la hierba y el corazón de
aquel ser tan mágico que tenía a mi lado, escuchándome con una paz infinita, a
quien le dediqué unos versos anegados en sosiego, cariño y gratitud.
Cuando creí que aquella canción
ya podía convertirse en silencio, cerré con fuerza los ojos para liberar las
relucientes y cálidas lágrimas que habían brotado de lo más profundo de mi
sensibilidad. No me incomodó sentir que mis mejillas se humedecían, sino todo
lo contrario. Me plació percibir que Rauth me retiraba las lágrimas con una
paciencia y bondad envidiables.
-
Gracias, Sinéad. Siempre rememoraré esta trova con todo el esplendor
de mi alma y la cantaré siempre que desee que tu recuerdo se mezcle con la voz
y la hermosura de la naturaleza. Confío en que alguna vez podamos
reencontrarnos y fundirnos en un destino que solamente nos pertenecerá a
nosotros. Has sido la estrella más brillante de mi firmamento, la flor más
delicada y bella y la tierra más soñada. Anhelo que tu vida únicamente se
componga de dicha y paz, alma mía.
Deseaba corresponderle a
aquellas palabras tan hermosas, ya fuese con una mirada anegada en cariño, ya
fuese con unas palabras que, si bien no sonarían tan bonitas como las que él me
había dedicado, desprenderían una dulzura que lo arroparía; pero entonces me
apercibí de que ya no podía hablar ni abrir los ojos. Aquel entorno tan calmado
y precioso desaparecía, convirtiéndose en unas neblinas gélidas que
desvanecieron el calor que había emanado
de la naturaleza y de aquel dulce momento. Quise aferrarme a algún lugar para
saberme protegida, pero a mi alrededor no había nada sino vacío, silencio y
oscuridad. Aquel vacío devino en un frío que heló completamente mi cuerpo,
haciéndome comprender que ya había recuperado la forma y apariencia que me
habían definido desde que me había transformado en vampiresa. No me había
dolido físicamente, pero sí anímicamente, pues sentir que aquel mundo tan
reluciente y pacífico se despedía de mí me había arrancado el último suspiro de
tranquilidad que latía en mi alma...
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Qué se puede decir después de leer un cuento adorable como este... tal vez que la magia está en ti tanto como en las criaturas de tus relatos, porque magia pura es lo que se destila de lo que he leído. El mundo de Sinéad se amplía, ensancha sus fronteras de un modo insospechado. Por un momento he tenido una reacción de miedo, cuando he pensado que Sinéad podía abandonar su esencia de vampiresa y cambiar su existencia por otra libre de problema y maldad, a plena luz, con esas bonitas alas y orejitas puntiagudas... luego he sentido pena por comprender que su presencia allí también era deseada y hasta cierto punto necesaria... así me ha quedado este regusto nostálgico, con mezcla de alegría por haber descubierto todo un nuevo universo mágico y pena por haberlo abandonado, pero con la sensación de que hay más seres que nos rodean que los que podemos admitir con nuestra razón. Me gusta más mi mundo después de leer este relato, y eso creo yo que ya es bastante mágico.
Muchas gracias por tu comentario, me ha hecho sonreír y me ha emocionado mucho. No me esperaba que este cuentecito pudiese destilar tanto nostalgia como miedo o pena... Cómo me complace que hayas experimentado todas esas sensaciones, sobre todo porque me emociona mucho percibir que lo que yo escribo llega tan hondo... Gracias. Pues sí, el mundo de Sinéad se ha ampliado, esparciéndose las fronteras, y eso quiere decir que éste no es el último relato que protagonizarán estos seres tan mágicos que nacen de la bondad y la luz... y quizá no sean los únicos... A partir de ahora surgirán muchas historias mágicas que acariciarán los sentidos y harán brillar la magia que todos tenemos por dentro de nosotros.
Que bonito cuento. No imaginaba que fuese tan profundo y mágico. Que lugares tan bonitos y que seres tan adorables, temía que finalmente se quedase. Aunque es feliz con sus seres queridos, rechazar un mundo así no es nada fácil. Menos mal que a dicho que no, la necesitamos en nuestro mundo. Date cuenta, podrías haber cambiado el transcurso de las cosas fácilmente. Que empezase una nueva vida allí, nuevos amigos y aventuras (por un momento he pensado que se encontraría a Arthur) :O Quién sabe, aunque todo queda en una experiencia alucinante para ella y para nosotros (ya sabemos que hay mundos paralelos), esto puede dar mucho de si en un futuro. Muy bonito, preciosooooo.
Pues sí, por unos momentos yo también me planteé la posibilidad de que abandonase su presente y su mundo, pero también es difícil que deje atrás a su gran amor y a los demás seres que crean su vida. Además, ahora que ha conocido a más amigos, sería injusto que se marchase. No obstante, el final de este cuento no supone el final de este ámbito de su vida. Puede ser que regrese, que alguno de esos seres tan mágicos se adentre en su mundo para volver a verla... Pueden pasar muchísimas cosas que ni siquiera esperamos. Gracias por tu comentario. Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Ah, por cierto, me ha hecho gracia que dijeses que por unos momentos creíste que se reencontraría con Arthur. En realidad Rauth es Arthur en heidelf, no sé si te habrás dado cuenta jijijiji...
¡Qué preciosidad de cuento! Tiene un aire onírico y nostálgico maravilloso. Ha sido muy hermoso ver cómo el mundo de Sinéad se amplia con nuevos seres mágicos y otro espacio y de repente podría tomar un rumbo muy diferente.
Me he acordado de la Metamorfosis de Ovidio. Creo que alguna vez has comentaado que ese libro te gusta mucho. A mí también. Y me ha encantado ver como se transformaba Sinéad en un nuevo ser.
Realmente una delicia este cuento. También cuando lo leía me acordaba de los cuentos de Victoria Francés y me imaginaba lo hermoso que sería ver este cuento también con preciosas imágenes que ilustrarán y acompañarán un texto tan maravilloso para todos los sentidos.
Cuando leo cosas así, me siento un poco más pequeña al no encontrar las palabras suficientes para describir tantas cosas como hacen sentir tus textos.
Para mí todo comentario precioso y profundo me llega al alma, y los tuyos me encantan. Me alegro de que te haya gustado tanto. Sí, me parece que lo de Las metamorfosis de Ovidio lo dice Sinéad en La dama de la noche, que era un libro que la fascinaba mucho... A mí también me gusta. Es la obra maestra de la mitología. Bueno, en cierto modo las metamorfosis son algo que siempre me ha atraído... Aunque esta vez se trata de una metamorfosis muy sutil. Es más relevante el paisaje. Me ha gustado mucho lo que has dicho de Victoria Francés. Sí es cierto que este cuento quedaría muy bonito combinado con dibujos preciosos. Muchas gracias por tus palabras.
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