viernes, 6 de diciembre de 2013

UNA SENDA BRILLANTE


UNA SENDA BRILLANTE
Había vagado durante horas por aquellos páramos rojizos, buscando la sombra de mi camino. Esponjosas, pero gélidas nubes cubrían el cielo, oscureciendo el viento, que aquella noche soplaba con fuerza, desprendiéndose de su voz una tonalidad violácea que volvía más inescrutables las lejanas montañas. Quería llegar hasta allí, rodeando las piedras, ignorando el frío. Me protegía con aquella gruesa capa de terciopelo negro que mi padre me había regalado hacía ya tantos años, la que había remendado en incontables ocasiones, pero sentía que no era suficiente, que el helado aliento de la noche deseaba envolverme sin origen ni retorno.
Los lejanos astros se escondían tras las montañas, velaban por el sueño de la naturaleza. Los bosques dormían, el frío hacía tiritar las flores. Aquel desierto era inagotable, de arenas profundas y congeladas; pero yo no deseaba detenerme. Sabía que debía llegar antes de que el cielo se cubriese de albores remotos. Las nubes me impedían atisbar la estela de la noche, me imposibilitaban saber cuántos suspiros le quedaban a la oscuridad antes de que expirase ante la llegada del amanecer.
Aquella situación se alargaba, se alargaba tanto en el tiempo como en el espacio, se materializaba en sendas que no podía hallar, en piedras que no orillaban ningún camino, en un vacío que mis manos no podían palpar ni mis ojos, disipar. Mas entonces noté que alguien me aferraba de mi capa, queriendo detener mi paso. Creí que se trataba del viento o de los asustados pétalos de una flor que había crecido accidental y furtivamente en aquel terreno tan árido; pero aquellos efímeros tirones persistían. No estaba sola.
No, no me atrevía a detenerme. La oscuridad y el vacío de aquella gélida noche me impedían pensar que aquel instante era real y que debía vivirlo. Miré desorientada a mi alrededor, creyendo que las estrellas iluminarían aquel momento, volviéndolo comprensible, pero la oscuridad se había profundizado y el silencio que se fundía con el viento rugía con mucha más fuerza, removiendo las nubes que cubrían el cielo, haciendo de su vaporosa presencia un remolino que se asemejaba a una infinita y rojiza espiral.
Quería huir. Torné veloces mis pasos, intenté desprenderme del helado miedo que me había impregnado las entrañas; pero cuando traté de escapar me percaté de que mi capa se había enredado en unas plantas cuya presencia yo no había advertido. Disgustada y tenuemente avergonzada de mi cobardía, me detuve y me agaché para retirar de mis ropajes aquellos punzantes tallos. Entonces, subrepticiamente, aquella planta, la que en un primer momento me había parecido inocente y asustada, devino el cielo de la noche, cubrió de escarcha el suelo y me aferró violentamente de las manos. Noté que la tierra se convertía en nada y que un vacuo abismo en el que el viento gritaba furiosamente me absorbía sin remedio. Grité con toda mi alma, profiriendo el alarido de terror más estridente y escalofriante que lanzaba desde hacía muchísimo tiempo; pero chillar no me satisfacía ni me calmaba, sólo acentuaba mi pánico.
De pronto percibí que el aire de la noche ya no me envolvía. Flotaba por un cielo que no cubría ninguna tierra. Intenté no asustarme más para poder entender lo que me sucedía, pero mis sentimientos se habían tornado escurridizos e indomables. Miré desesperada y aturdida a mi alrededor, tratando de hallar en aquel extraño entorno alguna sombra que me avisase de que aquel rincón no era real, sino que pertenecía al instante onírico más lejano; pero no captaba nada que me recordase a la vigilia ni al tangible mundo que crea mi hogar.
Me parecía que aquel vacío se formaba de las raíces más profundas del árbol más inquebrantable y ancestral de la tierra. Me rodeaba una neblina impregnada del marrón de los troncos y del verdor de las hojas. A lo lejos podía atisbar un sutil rayo de luz que se mezclaba con las olas del silencio. Quise impulsarme hacia aquella luz, pero de repente noté que algo me detenía. Unas manos me aferraban de la cintura, impidiéndome moverme.
-          No puedes pasar –me advirtió una voz a la par dulce e inquietante—. Si deseas adentrarte en nuestro mundo, tienes que contestar una serie de preguntas –me avisó soltándome.
Enfrente de mí apareció un ser cuya apariencia me resultó infinitamente mágica y onírica. Tenía los ojos profundos, brillantes y grandes, los cabellos largos y liliáceos, orejas en la cabeza y una luciente y carmesí sonrisa esbozada en sus finos labios. Era una mujer, pero no se trataba de una mujer ni humana ni...
-          ¿Quién eres? –le pregunté sobrecogida—. Nunca he visto nada que se parezca a ti.
Quería hablarle cortésmente, pero estaba tan nerviosa que ni siquiera podía controlar mis palabras. Me sentía aturdida, confundida y extrañada. Me temblaban delicadamente las manos y notaba que me envolvía un insólito calor, como si me hallase cabe una lumbre inocente y anaranjada.
-          Realmente las preguntas son innecesarias, pues la respuesta se halla en este momento y en cómo lo percibas –prosiguió entornando sus dorados ojos—. ¿Puedes verme?
-          Sí, por supuesto –le respondí confundida.
-          ¿Cómo me percibes?
-          Eres un ser hermoso, pero también extraño –le informé temerosa y avergonzada—. Tus ojos son profundos y brillantes, tu sonrisa parece esbozada por la misma magia y... y tu rostro es brillante. Además, las orejitas que tienes en la cabeza me resultan muy bonitas y curiosas... –le confesé aún más asustada. Temía que mis palabras sonasen ofensivas.
-          Me percibes tal como soy, tal como la magia me ha alumbrado –me sonrió con más cariño y respeto—. ¿Crees en la magia, Sinéad?
-          ¿Cómo es posible que conozcas mi nombre? –le pregunté extrañada.
-          Lo conozco todo de ti. Sé que también perteneces a la magia. Si no fuese así, no habría permitido que te adentrases en nuestro mundo. No obstante, solamente te hallas en el portal que accede a nuestra tierra. Para poder atravesarlo, tengo que estar plenamente segura de que tu alma está llena de bondad y luz. Eres un ser perteneciente al sombrío mundo de la oscuridad. No todos los miembros de tu especie tienen el alma anegada en fulgor. Necesito estar convencida de que la bondad reina en tu corazón.
-          ¿Cómo podrás saberlo? –le cuestioné emocionada.
-          Mirando en tu interior. ¿Crees en la magia, Sinéad?
-          Sí, creo en la magia tanto como en la naturaleza.
-          Cierra los ojos y no los abras hasta que te lo ordene –me mandó suavemente.
Cuando cerré los ojos, noté que el calor que me envolvía se intensificaba, tornándose mi única realidad. Aunque tuviese los ojos cerrados, podía percibir perfectamente el matiz y la textura de aquella dulce tibieza. Sabía que estaba impregnada del color del oro y que su tacto se asemejaba al del terciopelo más fino y cuidado. Además, aspiraba su deliciosa fragancia a flores recién brotadas de la tierra. Era un aroma que me acariciaba el alma al adentrarse en mi cuerpo. Aquellas templadas percepciones empezaron a convertirse lentamente en imágenes que me hacían sentir acogida. Me detecté tendida en un prado cubierto de hierba verde y mullida, protegida por un cielo completamente azulado por el que se deslizaban suavemente unas níveas y esponjosas nubes. Escuchaba la voz del viento susurrando entre las ramas de los árboles, meciendo delicadamente sus hojas como si temiese lanzarlas al suelo. A lo lejos podía oír el murmullo de un río discurriendo entre piedras alisadas y antiguas.
-          ¿Qué sientes?
Me pareció que su voz provenía de un lugar tan intangible como el viento y que se había expandido primorosamente por todo aquel prado, acariciando sutilmente las hojas y volviendo más algodonadas las nubes. Quise contestarle, pero cuando intenté hablar me apercibí de que mi voz no podía sonar, pues algo parecido a unas manos tibias la retenía. Sin embargo, aquella percepción no me detuvo. No cesé de esforzarme en hablar hasta que noté que mi voz emanaba nítida y clara de mis labios. Me pareció que mis palabras formaban parte del susurro del tibio aire que impelía cariñosamente las nubes.
-          Es mi cielo. Es la tierra de mis sueños.
-          La tierra de tus sueños...
Tras oír vagamente aquellas palabras, pronunciadas por una voz tan remota como el primer suspiro de nuestra vida, aquel luminoso prado comenzó a desvanecerse. El cielo azul que me cubría, la mullida hierba que formaba mi lecho y el musitar del viento se tornaron repentinamente el calor que me había envuelto tan exquisitamente. Entonces noté que ya podía abrir los ojos; sin embargo no lo hice, pues recordaba que debía aguardar a que aquel ser me lo ordenase.
-          Ya puedes abrirlos –me dijo al fin.
-          ¿Qué ha sucedido? –le pregunté desorientada. Me percaté de que me sentía agotada.
-          Has permitido que mi alma se conecte con la tuya y has percibido el lugar donde todos habitamos –me informó con paciencia—. He descubierto que tu alma está llena de bondad y magia. Puedes entrar.
-          Pero donde vivís brilla el sol. Yo no puedo ver el sol –protesté asustada cuando noté que perdía el dominio de mis manos—. Tengo miedo –le confesé sin poder evitarlo.
-          Te equivocas, Sinéad. El sol no te herirá en nuestro mundo. No te adentrarás en nuestra tierra poseyendo la forma y apariencia de tu cuerpo. Mudarás de aspecto.
-          ¿Cómo?
-          No puedo explicarlo con palabras. Tienes que sentirlo, Sinéad. ¿Estás dispuesta?
-          Pero ¿por qué me permites que me introduzca en vuestro hogar? ¿Por qué está sucediéndome esto?
Mas aquel ser tan extraño, cuyo nombre todavía desconocía, no me contestó. De repente mi entorno desapareció para convertirse en un lugar cuyo aspecto me costaba comprender. Noté que un viento cálido y potente me envolvía, arrastrándome de pronto hacia un abismo que mis ojos no podían vislumbrar. Quise gritar, pero entonces supe que no debía temer. La magia no podría dañarme.
Advertí que mi cuerpo se encogía como una hoja en el otoño. Me miré desesperadamente las manos, los brazos y la falda de mi vestido para saberme todavía en el mundo, pero entonces me apercibí de que yo estaba desapareciendo, que aquel viento tan extraño, tibio y aromático estaba arrebatándome la apariencia que siempre me había caracterizado. Inevitablemente, temí, temí tanto que no pude impedir que mis ojos se llenasen de lágrimas.
Cuando mis lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, noté que mi piel acogía el calor que desprendían. Desorientada, permití que una perdida lágrima se posase en mis dedos y entonces me apercibí de que mis lágrimas ya no eran gélidas ni rojizas, sino brillantes y tibias.
-          Ya ha terminado, Sinéad –me avisó aquel ser tan extraño; el cual, de súbito, me pareció el más bello e inocente de la Tierra—. Te has metamorfoseado.
-          No he sentido dolor –observé sobrecogida.
-          Has sentido miedo; una sensación mucho más paralizante que el dolor. Mírate, Sinéad. Ya no eres tú.
-          ¿Dónde puedo mirarme? –le pregunté extrañada.
-          Ponte en pie.
Hasta entonces no me había percatado de que estaba sentada en una hierba tan verde y mullida como la que me había imaginado hacía poco. Cuando me alcé, entonces advertí que me sentía infinitamente ligera, como si mi cuerpo hubiese perdido el poco peso que siempre lo había caracterizado.
-          Enfrente de ti, hay un lago de aguas nítidas donde puedes reencontrarte con tu reflejo –me comunicó con paciencia.
-          Puedo ver el sol –observé incapaz de prestarles atención a sus palabras—. Su luminosa caricia no me hiere.
-          Sí, puedes sentir el sol.
-          Es maravilloso –reí tiernamente a la vez que mis ojos volvían a llenarse de lágrimas.
La emoción más tibia y hermosa envolvió mi corazón, controló mis pasos y sentimientos. Entonces me acerqué a aquel lago de aguas nítidas y claras para reencontrarme con mi nuevo reflejo; un reflejo cuyo advenimiento yo no había ni siquiera presentido. Cuando las aguas me lo devolvieron, me estremecí de vida, amor y curiosidad. No, no era yo, pero sin embargo mis ojos contenían la misma luz y el mismo matiz, mi sonrisa seguía siendo encantadora y resplandeciente, mis cabellos eran todavía tan negros como la noche más estrellada y mi piel no había perdido su palidez deslumbrante. No obstante, mi cuerpo poseía elementos que nunca habían formado parte de mi aspecto. De mi espalda pendían unas delicadas y bellas alas que yo podía mecer como si se tratase de mis brazos y sobre la cabeza, escondidas entre mis cabellos, tenía unas curiosas y pequeñas orejas puntiagudas con las que percibía todos los sonidos que creaban la voz de la naturaleza. Aquellas mágicas orejas habían sustituido las que siempre se habían hallado lado a lado de mi cabeza, mas yo no advertía su ausencia. Parecía como si siempre hubiese sido así, como si nunca mi alma hubiese estado introducida en un cuerpo vampírico, como si nunca hubiese sido humana, sólo ese ser tan mágico que aún no sabía nombrar.
-          Ahora eres un heidelf.
-          ¿Un heidelf? –le pregunté completamente desorientada.
-          Somos nacidos de la luz, la magia y el calor del sol. La naturaleza fue nuestro vientre, el cielo más azulado y luminoso cubrió nuestro advenimiento y el viento resguardó nuestros primeros suspiros. Ahora perteneces a un mundo reinado por la luz más intensa y cálida y la naturaleza más inquebrantable y eterna.
-          Pero...
-          En tu alma ahora solamente hay deseos bondadosos. No existe en ti el lado oscuro contra el que siempre debiste luchar. Eres puramente luz, solamente resplandor y tibieza. Nadie te herirá aquí. Podrás habitar interminablemente en paz.
-          Pero ¿qué ha sucedido con quienes forman mi vida?
-          Si permaneces aquí, nunca más volverás a verlos. No regresarás a esa tierra llena de peligros que pueden rasgarte el alma. En este mundo mágico solamente hay luz y añoranza; mas no se trata de una añoranza que lacere, sino de una melancolía que acaricia el alma.
-          Yo...
-          Ahora conocerás a quienes formarán tu viniente vida. Son seres tan puros como tú. Mírate, Sinéad, eres el reflejo de la bondad y la dulzura. El azulado vestido que portas fue creado a semejanza del luminoso cielo que cubrirá eternamente tu vida. ¿Te place? Es tan bello como el futuro que te aguarda...
-          No sé qué decir. Me siento abrumada.
-          Los sentimientos punzantes como la tristeza, la desorientación y la amargura se desvanecerán para siempre si decides habitar eternamente en esta tierra tan pura.
-          Creo que...
-          No decidas tan rápido lo que desees. Permite que tu alma te hable, que la naturaleza te guíe. Ven, álzate. Te llevaré al palacio dorado.
Me imaginaba que el palacio dorado sería una construcción de piedra hallada en medio de los árboles, lo cual me extrañaba, pues me parecía muy insólito que aquellos seres tan puros fuesen capaces de turbar la calma de los bosques creando edificios donde habitar; pero, cuando aquella mágica criatura me condujo hasta el hogar que había mencionado, supe que mis pensamientos habían sido totalmente erróneos.
El palacio dorado era una gran morada emergida de la tierra, hecha de piedras que el viento y el agua habían moldeado y teñido de oro. Las ramas de los árboles creaban su techo; los troncos, sus pasadizos, y la hierba alfombraba todas las estancias. En el centro de aquella construcción tan natural había una hermosa fuente cuya agua plateada surgía de lo más profundo de la tierra, formando un resplandeciente estanque por el que nadaban suave y lentamente peces de colores.
La infinita hermosura de aquel lugar tan reluciente me embelesó, arrebatándome la capacidad de pensar y de sentir. Nunca había visto algo tan precioso. Me costaba creer que aquel momento perteneciese a la realidad tangible que había compuesto mis años. Todavía no me había convencido de que me hallaba en un mundo muy distinto del que nacían mis días y que había cesado de ser la vampiresa que había luchado contra la fuerza del paso del tiempo para convertirme en un ser que aún no podía describir.
-          Es precioso –exclamé de pronto. Advertí que mi voz sonaba tan dulce como el eco de unas lejanas campanas de plata—. Nunca he visto algo tan bonito.
-          Es tu nueva morada —me comunicó deteniéndose enfrente del empiece de un pasadizo formado por piedras relucientes y orillado por flores níveas y delicadas—. Perdóname por no haberme presentado antes, Sinéad. Soy Alneth.
-          Es un placer haberte conocido, Alneth, pero me gustaría confesarte algo...
-          Todavía no ha llegado el momento de que me confieses nada. Aún guardas en tu memoria y en tu alma las estelas de tu anterior vida.
-          No percibo que mi vida haya quedado atrás. Este momento es... es sólo un sueño.
-          No niegues su veracidad, Sinéad. Es tan real como tú.
Mientras esto me decía, Alneth me guiaba serenamente por aquel pasadizo tan mágico. Se detuvo delante de una puerta de hierba que abrió con sus finas y fulgurosas manos. Nos hallamos de pronto en una enorme sala impregnada de oro y alfombras naturales. Las paredes estaban adornadas con piedras preciosas cuyo resplandor me deslumbraba y el suelo estaba cubierto de flores y hierba. Había sillones hechos de raíces olvidadas y hojas ya demasiado abandonadas, mesas y sillas de madera clara y figuras bordadas por el paso del tiempo y la lluvia. Todo lo que percibía había nacido de la naturaleza.
No obstante, lo que más me sobrecogió no fue apercibirme de que la naturaleza era lo único que creaba aquel hogar, sino advertir que en aquella mágica y aromática sala había un sinfín de seres semejantes a mí que me observaban con interés y felicidad. En sus ojos brillaba la conformidad y la paz y tenían esbozada en sus labios una perfecta y cálida sonrisa con la que me hicieron sentir acogida.
-          Todos ellos son tus amigos, tus guías y confidentes. Nadie te hará daño aquí. Solamente serás querida.
-          Bienvenida, Sinéad –me saludó un heidelf de ojos profundamente verdes y cabellos rojizos. Me sobrecogí cuando me percaté de que sostenía una pequeña arpa entre sus manos—. Alneth nos ha hablado mucho de ti, avisándonos de que dentro de muy poco llegarías.
-          Estamos encantados de que hayas venido al fin –me confesó una heidelf de cabellos dorados y ojos celestes.
-          Sabemos que en este lugar podrás ser eterna e infinitamente feliz –intervino una heidelf de piel oscura, ojos negros y cabellos marrones—. Te cuidaremos con toda nuestra alma, como también lo hará la naturaleza que será tu eterno hogar.
-          Toma esa arpa, Sinéad. Sabemos que adoras tañerla –me pidió Alneth con cariño.
-          La música es nuestro álgido lenguaje –me avisó el heidelf de cabellos rojizos.
Las notas que fluyeron por el aire, mezclándose con la lejana voz del río y el suspiro de las hojas nos acariciaban luminosamente el alma. Canté y tañí como si tras aquel instante ya no existiese ni un solo segundo más. Estaba convencida de que mi música protegía las flores y creaba un hogar donde la luz del sol se resguardaba. Cuando me sumergí en el hechizante sonar de nuestras trovas, me percaté de que allí afuera caían suavemente del cielo unos delicados pétalos que cubrieron la hierba que creaba el suelo de nuestro mundo. MI voz, el musitar de los instrumentos, el tono de nuestras canciones... todo componía una magia que se fundía con la vida de la naturaleza.
Me pareció que el tiempo cesaba de transcurrir, que aquel día no tenía atardecer y que para siempre restaríamos sumidos en un instante eterno cuyo fulgor nos deslumbraría dulcemente, pero de súbito noté que la música se agotaba de sonar, que nuestros dedos y nuestra voz se extenuaron de expresar nuestros sentimientos. Entonces me separé del arpa que había tañido tan dulcemente y miré satisfecha a mi alrededor, esbozando en mis labios una dulcísima sonrisa que brillaba mucho más que el sol.
Entonces me apercibí de que la azulada luz que había resguardado nuestros instantes se había tornado liliácea, parecida al matiz de mis ojos. Todos los heidelfs que nos hallábamos en aquella dulce estancia nos miramos satisfactoria y tiernamente, sabiendo que todos experimentábamos exactamente las mismas emociones.
-          Ya ha caído la tarde –informó Alneth—. Deberíamos reencontrarnos con los frutos para cenar.
-          ¿Con los frutos? –pregunté extrañada.
-          Hace mucho tiempo que no comes, ¿verdad? –me preguntó el heidelf de ojos verdes y cabellos rojizos.
-          Sí, hace mucho tiempo... –le contesté sonriéndole dulcemente.
Salimos de nuestra adorable morada y nos dirigimos hacia un bosque de árboles frondosos cuyas ramas estaban llenas de hojas de colores y frutos suculentos. El heidelf de ojos verdes y cabellos rojizos andaba a mi lado, mirándome de vez en cuando con satisfacción, ternura y luz.
-          ¿Cuál es tu nombre? –le pregunté tímidamente.
-          Soy Rauth –me contestó con amabilidad y dulzura.
-          Es un placer conocerte, Rauth –le dije tendiéndole mi mano.
-          Aquí nos saludamos por primera vez con un tierno beso en las mejillas –me comunicó acercándose más a mí. Entonces me percaté de que sus ojos no eran solamente verdes, sino también azules; la confluencia del mar y la hierba en una mirada—. No sientas vergüenza, dulce Sinéad. Es un beso completamente inocente, como todo lo que cubre y tiñe esta tierra –me susurró arrimándose a mi mejilla derecha y besándomela con muchísimo primor. Yo correspondí a su beso con una delicadeza sublime. Noté que la piel se me erizaba—. Tienes unos labios muy hermosos –me confesó entornando sus preciosos ojos.
-          Tú también. Al besarme he sentido la caricia de la vida.
-          Tu olor es mágico. Mezcla el aroma de las flores más luminosas y delicadas y de la savia de los árboles más antiguos.
-          La fragancia que se desprende de tus cabellos también es deliciosa y adorable. Me recuerda al fluir de los ríos y a la voz de la lluvia.
-          Gracias.
-          Rauth, Sinéad, os aguardamos en el lago –nos informó Alneth desde la distancia.
-          No se han ofendido, ¿verdad? Nos hemos entretenido... –divagué asustada.
-          No, Sinéad, en absoluto. Han captado la magia que nos envuelve, por eso se han ido. Ahora estamos tú y yo bajo este cielo tan luminoso y violáceo. Parece teñido del color de tus ojos. Es adorable. Siente el viento... Es tan suave y cálido... Arrastra el aroma de las flores.
-          Jamás he sentido el viento como en este momento. Experimento tanta paz...
-          Ven, sentémonos entre estos dos grandes y ancestrales árboles. Con sus frondosas ramas, protegerán nuestro bello instante. Hacía muchísimo tiempo que no me percibía tan calmado y amenizado –me confesó cuando nos hubimos sentado en la hierba—. Desprendes una magia tan especial...
-          Yo... no sé qué decir –le revelé entornando los ojos.
-          Para cada uno de nosotros existe un destino nacido de la tierra. Ese hado puede hallarse en los bosques, en nuestro corazón o en el alma de alguien que, tarde o temprano, llegará a nuestra vida significando así nuestro presente, nuestro pasado y nuestro futuro. No sentimos la presencia del futuro hasta que no conocemos al portador de nuestro destino. Ahora he atisbado la estela de mi futuro por primera vez, Sinéad. Mi hado está en ti.
-          ¿Cómo lo sabes?
-          Porque, cuando te miro a los ojos, experimento una sensación muy hermosa. Parece como si ya hubiésemos permanecido juntos en otra vida. Me siento totalmente completo, como si hasta antes de mirarte me hubiese faltado un pedacito de mi alma.
-          Creo que yo también lo siento... pero debo confesarte que tengo miedo. No quiero abandonar definitivamente mi vida.
-          ¿Eras feliz en tu vida?
-          Sí, lo era. Compartía mi vida con un hombre que...
-          Pero ¿había dolor en tu vida? –me preguntó con preocupación y ternura.
-          A veces, pero entre sus brazos me olvidaba de todo aquello que podía herirme.
-          ¿Quieres regresar?
-          No quiero perder esta realidad ni alejarme de este mundo; pero tampoco anhelo abandonar definitivamente mi vida. Existen en mi destino seres que quiero con toda mi alma. Sería incapaz de dejarlos atrás para siempre. No, no puedo hacerlo –le confesé con lástima—. Este mundo me parece hermoso e infinitamente inocente, pero no puedo quedarme aquí olvidándome de que mi vida se compone de otros lugares y seres que crearon mis recuerdos, los caminos de mi pasado y las puertas de mi futuro. Son los brazos de mi presente, los que me hacen sentir infinitamente protegida pese a todas las crueldades que existen en el mundo. Lo siento mucho. No quiero entristecerte, pero...
-          Alneth sabía que mi destino estaba en ti, pero también era consciente de que atraparte sería arriesgado. No te desasosiegues por mí. Sabía que esto sucedería. Debes marcharte. No puedes permanecer aquí si anhelas tan tiernamente compartir tu vida con quienes te aman. Que abandones por ellos esta tierra tan inocente, pura y hermosa significa muchísimo más de lo que nadie podría comprender. Tu amor es lo más valioso de la vida, Sinéad. Quienes disponen de tu atención y cariño son verdaderamente afortunados, mucho más afortunados que los que vivimos aquí, eternamente bajo un cielo cálido y resplandeciente, entre la naturaleza más inmaculada de la Tierra. NO te sientas desasosegada por nadie. Vive tu vida. Eres noble y mágica. Podrás realizar cualquier sueño que tu alma cree, de veras. Nosotros nunca te olvidaremos. Cuando desees volver, solamente debes anhelarlo con toda la magia y luz de tu alma y nosotros te acogeremos.
-          Muchísimas gracias –le dije emocionada.
-          Basta con que lo desees para regresar a tu vida... y entonces dejarás de poseer este cuerpo... pero tendrás todo tu presente, tu vida y tu futuro, y eso es lo que más importa.
-          Pero no quiero irme sin más. ¿No hay nada que pueda hacer por ti? Deseo demostrarte de algún modo que te aprecio y que siempre te recordaré de una forma muy especial.
-          Sí, sí puedes hacer algo por mí –me sonrió cariñosamente—. Compón la canción más hermosa que pueda emanar de tu alma, táñemela y entónamela como si con su melodía pudieses deshacer toda la crudeza esparcida por la tierra donde vives.
-          De acuerdo –le contesté entornando los ojos—; pero he dejado el arpa en...
-          No te inquietes. Mira –me pidió señalándome muy primorosamente el hogar donde habíamos cantado y tocado música tan entregadamente—. No sé si te he dicho que en este mundo sólo basta con desear bondadosamente algo para que se cumpla, siempre que tu anhelo no perjudique a nadie.
Entonces me percaté de que el arpa volaba hacia mí impulsada por una infinidad de pétalos resplandecientes y aromáticos. Enseguida el arpa se posó en mis manos, tal como ocurría en una leyenda que yo adoraba con toda mi alma, y los pétalos que la habían envuelto en paz durante su travesía cubrieron el cielo que amparaba nuestro instante, oscureciendo la sutil luz del atardecer.
-          Ya puedes tañer –me sonrió Rauth con muchísima dulzura.
Ni siquiera dudaba de si podría componer la canción más hermosa que jamás hubiese nacido de mi alma, pues, en cuanto mis dedos se posaron en las cuerdas del arpa, mi espíritu devino en una melodía que surgió de lo más profundo de la tierra, que llovió del cielo y brotó de las hojas y los troncos de los árboles. Comencé a tañer muy lentamente, como si temiese dañar la voz del arpa, y, cuando la melodía de aquella trova fluyó sutilmente por el aire, mezclándose con el silencio del ocaso, empecé a cantar notando que mi voz acariciaba la hierba y el corazón de aquel ser tan mágico que tenía a mi lado, escuchándome con una paz infinita, a quien le dediqué unos versos anegados en sosiego, cariño y gratitud.
Cuando creí que aquella canción ya podía convertirse en silencio, cerré con fuerza los ojos para liberar las relucientes y cálidas lágrimas que habían brotado de lo más profundo de mi sensibilidad. No me incomodó sentir que mis mejillas se humedecían, sino todo lo contrario. Me plació percibir que Rauth me retiraba las lágrimas con una paciencia y bondad envidiables.
-          Gracias, Sinéad. Siempre rememoraré esta trova con todo el esplendor de mi alma y la cantaré siempre que desee que tu recuerdo se mezcle con la voz y la hermosura de la naturaleza. Confío en que alguna vez podamos reencontrarnos y fundirnos en un destino que solamente nos pertenecerá a nosotros. Has sido la estrella más brillante de mi firmamento, la flor más delicada y bella y la tierra más soñada. Anhelo que tu vida únicamente se componga de dicha y paz, alma mía.
Deseaba corresponderle a aquellas palabras tan hermosas, ya fuese con una mirada anegada en cariño, ya fuese con unas palabras que, si bien no sonarían tan bonitas como las que él me había dedicado, desprenderían una dulzura que lo arroparía; pero entonces me apercibí de que ya no podía hablar ni abrir los ojos. Aquel entorno tan calmado y precioso desaparecía, convirtiéndose en unas neblinas gélidas que desvanecieron el  calor que había emanado de la naturaleza y de aquel dulce momento. Quise aferrarme a algún lugar para saberme protegida, pero a mi alrededor no había nada sino vacío, silencio y oscuridad. Aquel vacío devino en un frío que heló completamente mi cuerpo, haciéndome comprender que ya había recuperado la forma y apariencia que me habían definido desde que me había transformado en vampiresa. No me había dolido físicamente, pero sí anímicamente, pues sentir que aquel mundo tan reluciente y pacífico se despedía de mí me había arrancado el último suspiro de tranquilidad que latía en mi alma...

 

6 comentarios:

Uber Regé dijo...

Qué se puede decir después de leer un cuento adorable como este... tal vez que la magia está en ti tanto como en las criaturas de tus relatos, porque magia pura es lo que se destila de lo que he leído. El mundo de Sinéad se amplía, ensancha sus fronteras de un modo insospechado. Por un momento he tenido una reacción de miedo, cuando he pensado que Sinéad podía abandonar su esencia de vampiresa y cambiar su existencia por otra libre de problema y maldad, a plena luz, con esas bonitas alas y orejitas puntiagudas... luego he sentido pena por comprender que su presencia allí también era deseada y hasta cierto punto necesaria... así me ha quedado este regusto nostálgico, con mezcla de alegría por haber descubierto todo un nuevo universo mágico y pena por haberlo abandonado, pero con la sensación de que hay más seres que nos rodean que los que podemos admitir con nuestra razón. Me gusta más mi mundo después de leer este relato, y eso creo yo que ya es bastante mágico.

Marina Glimtmoon dijo...

Muchas gracias por tu comentario, me ha hecho sonreír y me ha emocionado mucho. No me esperaba que este cuentecito pudiese destilar tanto nostalgia como miedo o pena... Cómo me complace que hayas experimentado todas esas sensaciones, sobre todo porque me emociona mucho percibir que lo que yo escribo llega tan hondo... Gracias. Pues sí, el mundo de Sinéad se ha ampliado, esparciéndose las fronteras, y eso quiere decir que éste no es el último relato que protagonizarán estos seres tan mágicos que nacen de la bondad y la luz... y quizá no sean los únicos... A partir de ahora surgirán muchas historias mágicas que acariciarán los sentidos y harán brillar la magia que todos tenemos por dentro de nosotros.

Wensus dijo...

Que bonito cuento. No imaginaba que fuese tan profundo y mágico. Que lugares tan bonitos y que seres tan adorables, temía que finalmente se quedase. Aunque es feliz con sus seres queridos, rechazar un mundo así no es nada fácil. Menos mal que a dicho que no, la necesitamos en nuestro mundo. Date cuenta, podrías haber cambiado el transcurso de las cosas fácilmente. Que empezase una nueva vida allí, nuevos amigos y aventuras (por un momento he pensado que se encontraría a Arthur) :O Quién sabe, aunque todo queda en una experiencia alucinante para ella y para nosotros (ya sabemos que hay mundos paralelos), esto puede dar mucho de si en un futuro. Muy bonito, preciosooooo.

Marina Glimtmoon dijo...

Pues sí, por unos momentos yo también me planteé la posibilidad de que abandonase su presente y su mundo, pero también es difícil que deje atrás a su gran amor y a los demás seres que crean su vida. Además, ahora que ha conocido a más amigos, sería injusto que se marchase. No obstante, el final de este cuento no supone el final de este ámbito de su vida. Puede ser que regrese, que alguno de esos seres tan mágicos se adentre en su mundo para volver a verla... Pueden pasar muchísimas cosas que ni siquiera esperamos. Gracias por tu comentario. Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Ah, por cierto, me ha hecho gracia que dijeses que por unos momentos creíste que se reencontraría con Arthur. En realidad Rauth es Arthur en heidelf, no sé si te habrás dado cuenta jijijiji...

Duclack dijo...

¡Qué preciosidad de cuento! Tiene un aire onírico y nostálgico maravilloso. Ha sido muy hermoso ver cómo el mundo de Sinéad se amplia con nuevos seres mágicos y otro espacio y de repente podría tomar un rumbo muy diferente.
Me he acordado de la Metamorfosis de Ovidio. Creo que alguna vez has comentaado que ese libro te gusta mucho. A mí también. Y me ha encantado ver como se transformaba Sinéad en un nuevo ser.
Realmente una delicia este cuento. También cuando lo leía me acordaba de los cuentos de Victoria Francés y me imaginaba lo hermoso que sería ver este cuento también con preciosas imágenes que ilustrarán y acompañarán un texto tan maravilloso para todos los sentidos.
Cuando leo cosas así, me siento un poco más pequeña al no encontrar las palabras suficientes para describir tantas cosas como hacen sentir tus textos.

Marina Glimtmoon dijo...

Para mí todo comentario precioso y profundo me llega al alma, y los tuyos me encantan. Me alegro de que te haya gustado tanto. Sí, me parece que lo de Las metamorfosis de Ovidio lo dice Sinéad en La dama de la noche, que era un libro que la fascinaba mucho... A mí también me gusta. Es la obra maestra de la mitología. Bueno, en cierto modo las metamorfosis son algo que siempre me ha atraído... Aunque esta vez se trata de una metamorfosis muy sutil. Es más relevante el paisaje. Me ha gustado mucho lo que has dicho de Victoria Francés. Sí es cierto que este cuento quedaría muy bonito combinado con dibujos preciosos. Muchas gracias por tus palabras.