OSCURO DESALIENTO
Ha
caído la tarde; una vez más. De nuevo capto que la luz se ha desvanecido y que
la oscuridad se cierne sobre aquellos rincones que tanto anhelo vislumbrar con
mis ojos. Cuando el ocaso reina en el cielo y en la tierra, la oscuridad se
tañe en esta sobria estancia de paredes blancas e insustanciales. Parece como
si la oscuridad, convertida en aire, se adentrase en esta habitación sin vida y
se corporeizase delante de mí para atraparme con sus fuertes y gélidas garras.
Antes pugnaba contra ella para que el desaliento no me apretase el alma, pero
cada nuevo atardecer me cuesta más encontrar los suspiros de mi vida. Me siento
tan sola que incluso puedo aspirar el asfixiante olor de mi soledad.
La
soledad siempre me ha parecido atractiva cuando me hallo en medio de un sinfín
de estímulos que me exigen toda mi atención; pero ahora la soledad me resulta
tan helada y espeluznante que desearía poder quebrarla con mis dedos. Entre
estas paredes que me consumen, debilitada por residuos de muerte, creo que el
mundo está desvaneciéndose allí afuera, lejos de mí, de mis pensamientos y de
mis sentimientos. Quisiera poder volverme solamente espíritu para atravesar estos
inquebrantables muros que me encierran, contra los que lucharía en cuerpo y
alma para derribarlos; pero me falta el ímpetu que me ayudaba a alzarme, a
caminar, a ser yo misma. Mi vida se deshace con cada gota de muerte que se
adentra en mi cuerpo, y yo no puedo hacer nada para evitarlo, pues la
fragilidad nunca se esfuma, siempre me tiene asida de las entrañas impidiéndome
pugnar contra la maldad.
A
veces pienso que esto es un castigo por intentar ser alguien. Cuando más feliz
me creo, cuando pienso que mi vida se ha estabilizado, si bien no para siempre,
al menos por un tiempo incalculable, entonces las murallas que resguardan mi
existencia se agrietan, entrando por esas oquedades una luz que me hiere más
que el resplandor del sol. Cuando noto la felicidad materializada en unos
suspiros que invaden todo mi cuerpo, entonces el mundo me demuestra que yo no
tengo derecho a ser feliz ni a soñar. Tal vez soñar ya no esté permitido en
esta realidad que tanto asfixia y abruma. Tal vez, el derecho de soñar y pensar
que todo puede ser perfecto perteneció a una era que ya hemos abandonado para
siempre, acaso fuese la era de nuestra infancia, de nuestra niñez; pero ni
siquiera pensando en mi niñez logro encontrar ese derecho de soñar. No, yo
tampoco lo tuve cuando la inocencia rodeaba mi aterido corazón.
Mas
siempre ha habido algo en mí que me impide rendirme definitivamente, que me
aferra de las manos para evitar que me hunda para siempre en el abismo de la
desesperación. Me pregunto de dónde surge ese ímpetu que todavía me facilita
imaginar que alguna vez la vida se tornará totalmente resplandeciente para mí.
Tal vez ese deseo de seguir soñando emane de los bellos y efímeros momentos que
dura mi felicidad. Hay veces en las que quiero eternizar un instante para que
se convierta en mi único presente; pero ya no quiero volver interminable su
duración ni su forma, sino los sentimientos que se desprenden de su existencia,
ya se trate de la melancolía más profunda o de la alegría más brillante. A
veces la nostalgia y la tristeza también son hermosas, sobre todo cuando te
envuelven dulcemente al ser irradiadas por melodías bellas que templan tu
corazón, que te hacen saber que no eres la única que se siente sola y
compungida en este mundo. La música también te entiende, te hace comprender que
merece la pena estar tan afligida si puedes encontrar el reflejo de tu pena en
un momento que parece solamente tuyo.
Cuánto
extraño poder sumergirme en las preciosas notas de mi arpa; la que siempre ha
creado las melodías más bonitas de la vida. Añoro el tacto frío de sus cuerdas,
gelidez que sin embargo se templa cuando mis dedos la rozan. Cómo extraño su
sonar; el que trasciende el tiempo y el espacio y se asemeja tanto al caer de
la lluvia. Siempre me he imaginado que cada suspiro que sus cuerdas lanzan al
viento es una gota dorada que cae sobre mi alma para llenarla de paz.
Mas
ahora no me queda nada, aquí no hay nada que pueda extraerme de esta solitaria
congoja. Ni siquiera en mis recuerdos encuentro consuelo. Parece como si, al rememorar
aquello que me ha hecho tan feliz, la pena que siento ahora se acrezca
brutalmente. Eros... mi Eros... ¿dónde estás? ¿Serás capaz de dormir sin mí? Yo
no puedo cerrar los ojos sin ti, pues me desalienta infinitamente saber que tu
sonrisa y tu mirada no serán lo primero que vea al despertarme. No puedo dormir
si no estoy entre tus brazos, si continuamente sueño con tus besos, tu
presencia y tu cariño y al despertarme percibo tu gélida ausencia. ¿Por qué?
¿Por qué han tenido que hacernos esto? ¿Por qué ni siquiera me quedan fuerzas
para llamar a mi padre? Tal vez, todas esas veces que he luchado contra las
desdichas y la tristeza para seguir viviendo hayan agotado el ímpetu que le
pertenece a mi alma; el que siempre me ayudó a creer que la maldad y la pena
tenían fin. Quizá ya no quede en el mundo más fuerzas para mí que me ayuden a
batallar contra la soledad y el vacío. Acaso ya haya pugnado demasiadas veces
contra las injusticias y la crueldad.
Dejarme
morir, lenta y espesamente: es la única solución que me grita mi mente; pero
¿cómo morir si me siento tan eterna? Estoy débil, extenuada, infinitamente
triste y desalentada; pero todavía queda un sutil destello de esperanza
palpitando por dentro de mí que me advierte de que, si me rindo tan profunda e
irrevocablemente, nunca más podré volver a ver sus oceánicos ojos, su
resplandeciente sonrisa y su pura belleza. Necesito tanto hundirme en su
mirada, escuchar su honda y aterciopelada voz... Este silencio calla todos mis
recuerdos, me abruma y me hace sentir tan vacía... Incluso añoro la ruidosa voz
de la ciudad creada por esas máquinas y ese bullicio que silencian tanto el
susurro de los bosques... En este silencio ya no sé qué deseo oír...
Y la
luna... ¿seguirá brillando en la oscuridad de la noche, acompañando a las
estrellas con su plateado fulgor? Esta soledad tan honda y asfixiante me hace
pensar que la luna ya no resplandece y que todas las estrellas del firmamento
se han extinguido. Quizá en los bosques ya no quede vida, pues me parece que
todo está apagándose... pero, sin embargo, a veces creo ver un sutil rayo de
compasión en los ojos de quienes me tienen tan injustamente apresada.
Evidentemente, estos humanos tan inconscientes no tienen ni la menor idea de a
quién retienen (un ser que puede tener más compasión y amor encerrados en su
alma que toda la humanidad unida), pero ya no me apetece desvelárselo, pues
tengo la horrible sensación de que mis palabras ya no tienen sentido, de que en
este mundo ya nadie puede escucharme, puesto que he perdido el derecho de que
me presten atención.
Siempre
luchando por conseguir un pedacito de paz en esta tierra, y sin embargo cuando
lo consigo, o creo conseguirlo, se desvanece como las hojas en el otoño. Estoy
muy agotada de perder siempre esta batalla que no debe tener ni ganadores ni
perdedores, pues todos somos miembros de una misma vida. Hemos llegado aquí
para apreciar todos los suspiros de aliento que emanen de los bosques, para que
el dulce sentimiento del amor anegue nuestro cuerpo y nos incite a obrar cariñosa
y tiernamente; pero parece como si la humanidad estuviese perdiendo
definitivamente la capacidad de amar, de respetar, de vivir serenamente. Antes
me rechazaban porque era diferente, porque me temían y pensaban que mis ojos
podían destruir todo lo que los rodeaba en tan sólo un segundo; y ahora lo
hacen porque les resulto curiosa, porque piensan que mi existencia podrá
deshacer todos los ápices de precariedad que puedan invadir sus vidas. Ahora
les intereso, cuando siempre he sido la mácula del mundo, un profundo e
hiriente agujero negro sin principio ni fin que lo devora todo; y ahora soy
necesaria para el mundo porque así pueden demostrar algo que yo ni siquiera
comprendo. La humanidad se desliza por senderos que jamás podrán formar parte
de mi mente. Yo solamente pido vivir en paz... solamente eso...
Y,
si supiese que nunca más podré volver a ver a quienes forman mi vida, a quienes
han creado para mí un refugio que solamente el amor protege, yo partiría de
esta horrible y lacerante realidad hacia un mundo donde nunca me rechazarían,
donde mi vida nunca peligraría; pero soy totalmente incapaz de marcharme sin
despedirme de ellos, sin agradecerles todo lo que han hecho por mí. Quisiera
volver a hundirme en los profundos y nocturnos ojos de mi creador, el ser más
importante de mi vida, pues sin él no estaría viva, no habría podido hacer
felices a quienes se han adentrado en mi destino; pero sé que su aterciopelada
y serena voz nunca más volverá a envolverme y que sus eternos y fuertes brazos
jamás me rodearán de nuevo, amparándome de las adversidades más frías de la
vida; mas no me creo capaz de aceptar una realidad tan horrible. Si tan
siquiera pudiese sumergirme en su mirada sin que ellos se apercibiesen de mi
presencia... todo sería más fácil para mí, podría despegarme de esta realidad
sin sentir en mi alma la interminable agonía nacida de saberme cada vez más
lejos de ellos...
Y,
por ello, te invoco, Rauth, para que me ayudes a vislumbrar los últimos
suspiros de esta vida, para que me reveles si de veras debo partir de esta
horrorosa realidad para adentrarme en tu mágica tierra. No podría irme sin
estar segura de que mi vida ha terminado aquí, jamás podría marcharme para
siempre sabiendo que debo vivir muchísimos más instantes junto a ellos; pero
sin embargo quiero que vengas a mí y me reveles cuán distanciada estoy ya de mi
presente. Por favor, ven, ven, y arráncame de estos momentos que tanto me
atieren. Acoge mi alma en tus manos y pórtala entre tus brazos hacia ese cielo
que es una tierra tangible y resplandeciente. Me siento vacía y necesito
sentirme llena de algún modo, aunque éste sea peligroso e ilícito...
***
Cuando
aquellas palabras materializaron mis deseos, entonces sentí que mi cuerpo
perdía el poco ímpetu que le permitía permanecer más o menos erguido y que unas
brumas se cernían sobre mí e invadían mi entorno, tornándolo inhóspito e
inescrutable. Los ojos comenzaron a pesarme hasta que ya no pude restar con los
párpados abiertos y de repente las pocas y sobrias imágenes que captaban mis sentidos
se convirtieron en una oscuridad que empezó a arrancarme de la realidad.
Me
sentía flotar por un firmamento sin estrellas que me arropaban y me templaban.
No me importaba que no hubiese nada tangible a mi alrededor, pues era levemente
consciente, sin saber por qué, de que dentro de poco esa oscuridad tan brumosa
devendría imágenes hermosas y resplandecientes que nunca podrían hacerme daño.
Y
así fue. Cuando en esa oscuridad tan insondable comenzó a refulgir una luz que
me atraía, dejé de experimentar los últimos rescoldos de esa intranquilidad que
se ha convertido en mi única realidad. De repente, ante mis turbados y cansados
ojos, apareció un lago de aguas cristalinas donde se reflejaba el violáceo
cielo del anochecer. Aquel lago me resultaba infinitamente conocido, pero
todavía no podía saber por qué, pues ni mis sentidos ni mis recuerdos se
albergaban aún en mi alma, sino que restaban rezagados en la memoria que se
resguardaba en mi antigua forma material.
Pausada,
pero intensamente, fui cambiando. Noté que mi cuerpo se volvía más volátil, que
de mi cabeza emergían aquellas orejitas tan graciosas e inocentes y que de mi
espalda surgían aquellas alas que me permitían volar de una forma tan mágica.
Delicadamente, fui descendiendo del cielo llevada por un viento tibio que me
acariciaba la piel y mecía suavemente mis cabellos y, primorosamente, me
conecté con la materialidad de la naturaleza. Aquel viento tan cálido e inocuo
me posó con muchísima dulzura sobre una hierba mullida que me pareció el lecho más
cómodo de la vida.
Ante
mí se expandía aquel precioso lago de aguas cristalinas. Parecía infinito,
perderse por los confines del anochecer. Estaba cercado por frondosos y
ancestrales árboles de copa densa y de tronco grueso. Sí, aquel lugar me
resultaba indeciblemente conocido, tanto que de pronto me pareció que solamente
había vivido allí durante toda mi vida. Aquel lago, el que me devolvía
nítidamente mi reflejo y cuyas aguas amparaban la imagen de los árboles, se
creaba con el fulgor de las estrellas. De sus limpias aguas emanaba un calor
que me invitaba a desprenderme de mis ropajes para sumergirme hasta lo más
profundo de aquel acuático rincón. Sí, yo había estado allí en infinidad de
veces. Y lo había hecho porque aquel lago fue mi primer espejo, el primer
recoveco del mundo que me demostró que yo sí brillaba intensamente.
Me
arrodillé como lo hice en aquel remoto entonces. ¿Cuántos años hacía ya de
aquel instante en el que, junto a mi creador, me había agachado enfrente de
aquellas milagrosas aguas? Me parecía que en aquel momento yo jamás podría
contar el tiempo. No, no podía recordarlo, pues trataba de medir un tiempo que
en aquella dimensión no fluía. El tiempo que había transcurrido en mi memoria
no era el mismo que se albergaba en aquella dimensión. Parecía como si su
discurrir fuese muchísimo más lento. Sí, de súbito supe que en aquel mágico
lugar, el que sin embargo se creaba con uno de los recuerdos más tiernos de mi
vida, el tiempo pasaba muchísimo más pausadamente. Tal vez los días vividos
allí fuesen segundos en la tierra que tanto me había herido... Aquellos mágicos
lares estaban creados por la paciencia más eterna.
- Hola, Sinéad —me saludó una voz calmada, tierna y tibia.
- Rauth...
Rauth
estaba tras de mí, sonriéndome con tibieza y nostalgia, como siempre solía
hacerlo. No lo había mirado directamente a los ojos. Había captado su imagen y
su tierna mirada a través de aquellas aguas que eran el espejo más fiel y claro
de la naturaleza.
Cuando
percibí el inmenso e interminable amor que se desprendía de sus ojos, noté que
los míos se me llenaban de lágrimas. Percibir que alguien me trataba con cariño
y dulzura cuando lo único que había recibido en los últimos días y noches de mi
larga existencia sólo había sido desprecio me hacía sentir una agonía que sin
embargo era bonita, triste y resplandeciente. Rauth pareció leerme los
pensamientos, pues de repente se sentó a mi lado y, mientras me tomaba
templadamente de las manos y me las presionaba con muchísima delicadeza, me
dijo:
- Sabe que en este lugar de la magia nadie te hará daño.
- Rauth, quisiera agradecerte que...
- No, no me agradezcas nada. En realidad ayudarte es un acto muy egoísta, pues siempre quiero estar contigo.
- ¿Por qué estamos aquí? —le pregunté curiosa y emocionada—. ¿Cómo es posible que este antiguo rincón del mundo exista en esta mágica tierra?
- No, no es que exista —me contradijo con suavidad—. Estamos en este rincón porque era el lugar en el que más deseabas encontrarte.
- Yo no he pensado en este lago en ningún momento —opuse extrañada y conmovida.
- No has pensado en él, pero tu alma sí. Tu alma ha querido acudir a este rincón porque fue el primero que te devolvió tu reflejo. Tu alma quiere comprobar si aún brilla, si todavía puede encontrarse en tus ojos.
- ¿Cómo es posible que sepas esas cosas?
- Las sé porque estoy infinita e irrevocablemente conectado a ti. Además... no estamos aquí únicamente porque tu alma quiera reencontrarse con ese reflejo que la maldad le arrebata, sino porque este lago nos permitirá cumplir tus deseos.
- ¿Mis deseos? ¿Podré ser libre?
- La libertad no existe, Sinéad —me comunicó con paciencia y educación—. Siempre estamos atados a algo. A veces creemos que lo que más nos retiene destruye toda nuestra libertad, pero siempre existe algo que nos apresa, aunque no seamos conscientes de ello. Solamente somos libres cuando morimos, pues ya nada nos enlaza a ninguna parte ni a nada. Dime, aunque esos humanos tan inconscientes te liberasen, ¿te sentirías totalmente libre? ¿Tu misma vida no es a veces una cárcel en la que sin embargo siempre deseas morar, por mucho que te aterre enfrentarte a las adversidades?
- Es posible —le contesté confundida.
- Pero no hemos venido aquí para disertar sobre la libertad. Tú me has llamado porque anhelas que te ayude a encontrar respuestas.
- Sí, es cierto.
- Quieres saber si debes seguir viviendo en esa vida que tanto te duele o si, por el contrario, tu tiempo en esa tierra se ha terminado para poder adentrarte en esta mágica realidad —me sonrió muy amorosamente.
- Sí, cierto —repetí encantada. Su sonrisa me templaba tan tiernamente... Sus ojos eran mi refugio.
- Sinéad, tu tiempo no se ha agotado aún. Tienes que vivir demasiados instantes en ese mundo, pero, sin embargo, no puedes desconectarte de esta mágica realidad para siempre. Te uniste a mí, Sinéad. ¿Lo recuerdas? —Yo asentí con la cabeza—. Ese hecho tan bonito, sin esperarlo, ha acarreado consecuencias a las que no sé si sabrás enfrentarte, consecuencias que cada vez te apartarán más de esa vida que ahora tanto te hiere.
- ¿Qué quieres decir? —le pregunté asustada.
- Sinéad, nuestra unión no fue solamente física, sino sobre todo anímica. De la fusión de tu alma y la mía ha nacido algo que... que está creciendo por dentro de ti.
- No lo entiendo —protesté más espantada aún—. ¿Acaso es posible que...? No, no, jamás pensé que... Estoy confusa.
- Tranquilízate, Sinéad. El tiempo te ayudará a encontrar esas respuestas que tanto necesitas.
- Ahora no puedo pensar en nada más.
- Sinéad... —suspiró con amor—. Sabe que yo no lo preví, de veras. Ocurrió inesperadamente.
- Pero ¿cómo es posible que sepas algo que yo desconozco por completo?
- Porque ese algo que está creciendo dentro de ti también lo hace en mi interior. Es la unión de nuestra alma y nuestra materialidad en un mismo ser. En ti crece tanto su parte corpórea como anímica y yo resguardo su destino en mis entrañas. Es como... es como si lo creásemos entre los dos.
- ¿De qué hablas, Rauth? —le cuestioné sin saber qué palabras emplear. MI estupefacción era interminable y devastadora.
- Sinéad... ¿no te sientes diferente?
- Por supuesto. Siempre que entro en este mundo me siento diferente.
- No me refiero solamente a eso. ¿No notas por dentro de ti algo que palpita sin tratarse de tu propia vida y tu alma?
Tras
prestarle atención a todo lo que podía susurrar por dentro de mí, me apercibí
de que mi alma estaba anegada en sensaciones y pensamientos que no provenían ni
de mi presente ni de mi pasado, sino de un pedacito de futuro que se albergaba
en mí sin que yo hubiese advertido su presencia. Sin embargo, no se trataba de
pensamientos concretos, sino de sensaciones que devenían algo abstracto que yo
no sabía interpretar. Me parecía que experimentaba un calor que no emanaba de
mi entorno y un arropamiento que mis manos no me ofrecían. Era algo absolutamente
hermoso.
- ¿Qué está ocurriendo? —pregunté desorientada, aturdida y levemente desvalida.
- Sinéad, estás... estás...
- Estoy, ¿qué, Rauth? —le interrogué asustada, a punto de ponerme a llorar.
- Estás embarazada, Sinéad —me contestó incapaz de retener la emoción que se albergaba en su cuerpo; la que se desprendió fulgurosamente de sus ojos y de su voz—. Estamos creando un nuevo ser, tan mágico y brillante como nosotros.
- Pero... yo... no... no, no, no, Rauth, yo no puedo... ¡No puedo, no puedo! —exclamé llorando de forma desconsolada por primera vez en ese mundo. No sabía si lloraba de alegría o de miedo—. Mi vida no está aquí, yo no puedo criarlo...
- Sinéad, no es necesario que estés presente en cuerpo aquí para que él o ella crezca. Solamente me basta con tener un pedacito de tu alma en la mía; sin embargo, llegado un cierto tiempo, tendrás que acudir a este mundo para que todo lo que haya crecido anímicamente por dentro de mí pueda materializarse en tu cuerpo. Cuando regreses a esta tierra, notarás que ese suspiro de vida que palpita en tu interior cada vez se volverá más grande hasta que llegará un instante en el que tu cuerpo desee darle vida. Entonces lo alumbrarás envuelta en luz y amor, te lo aseguro. No sufrirás, no temerás... Yo estaré junto a ti. Y cuando veas con tus ojos y percibas con tus sentidos la beldad de la criatura que hemos creado con nuestro amor, te parecerá que todos los vacíos de tu vida se llenan y que todo tu dolor ha merecido la pena —me sonrió con amor mientras me retiraba las lágrimas que resbalaban por mis aún redondas mejillas. Entonces me di cuenta de que aquellas lágrimas resplandecían como si fuesen el reflejo de las estrellas.
- Estoy embarazada... Seré madre... No, yo no tengo derecho a vivir eso —me quejé cada vez más emocionada.
- Por supuesto que lo tienes; pero ahora no debes preocuparte por eso. Aún quedan días y noches para que esa criatura requiera toda tu presencia. Por el momento, me limitaré a complacerte. Deseas ver a tu padre, a Eros... Yo lo haré posible para ti.
- Ahora no podría mirarlos a los ojos. ¿Cómo puedo ocultarles una verdad tan devastadora? Eros no se merece que le haya hecho esto...
- En este mundo las cosas no tienen la misma importancia que en el mundo al que perteneces. Cuando vuelvas, te darás cuenta de que esta verdad tan devastadora como la llamas es algo que te hará sonreír y que no influirá en absoluto en tu presente. En cambio, en este mundo, esa realidad es la más poderosa para ti. En este mundo estamos juntos, somos un solo ser; pero en la tierra donde vives tú y yo únicamente somos un recuerdo —musitó entornando los ojos. Percibí que aquella certeza lo hería; lo cual me hizo sentir inmensamente desvalida. Por primera vez en mi extraña existencia, la tristeza brillaba en aquella mágica tierra.
- Lo siento. Lamento que todo sea tan confuso.
- No lo es. Es el resultado de la existencia de estas dimensiones tan distintas —se rió encantadoramente.
- Esta dimensión es la muerte, ¿Rauth?
- No, no es la muerte. Es la tierra que queda más allá de la vida que todos conocen. Posiblemente sea la muerte para quienes no han perecido aún; pero esta tierra no es sino sólo vida y magia, Sinéad.
- Si la muerte es así, ¿por qué la tememos tanto?
- Porque nadie se ha encargado de decirnos que después de la muerte sí existe un mundo mágico y bueno para todos. En esta tierra todos nos volvemos nobles y apreciables, incluso los seres más deleznables de la Historia, Sinéad. Lo único que la humanidad se ha limitado a hacer es amenazar con la muerte para lograr controlarnos a todos... pero no deseo hablar de esto contigo. Nosotros no nacimos para mantener estas conversaciones.
- Es cierto —me reí curiosa—. ¿Puedo hacerte una pregunta, Rauth?
- Sí, por supuesto.
- ¿En tu memoria guardas recuerdos de otra vida?
- Sí, Sinéad, sí... pero no debemos hablar de esto —opuso nervioso.
- ¿Por qué no?
- Porque no nos concierne recordar nuestra anterior vida cuando estamos aquí. No se nos permite.
- ¿Por qué, Arthur? —le pregunté notando cómo me invadía una emoción sin principio ni fin que incluso me asfixiaba—. ¿Quién te lo impide, amor mío?
- Mi conciencia.
- Eres tú —musité intentando no seguir llorando. Deseaba vivir aquel momento con toda la plenitud de mis sentidos.
- Sinéad, no soy realmente yo, sino solamente la parte de mi alma que puede permanecer unida a la magia.
- No me importa. Eres tú. ¿Me recuerdas? ¿Puedes acordarte de todo lo que vivimos?
- Sí, por supuesto que sí —me sonrió con muchísima melancolía—. Lo recuerdo todos los días, absolutamente todos los días de mi muerte.
- No digas eso —protesté estremecida—. Tú nunca has muerto para mí.
- Y quizá por eso esté aquí, viviendo en este mundo tan mágico...
- Avalón... es Avalón, es nuestro Avalón... ¿Recuerdas que dijiste que Avalón podía ser cualquier tierra que adorásemos con toda nuestra alma?
- Sí, lo recuerdo, lo recuerdo —se rió gozoso.
- ¿Y por qué tenemos esta forma tan mágica? —me reí acercándome más a él para abrazarlo.
- Porque somos la mezcla de las raíces de la naturaleza con la evolución de la humanidad, supongo. No lo sé, Sinéad —se rió avergonzado—; pero estás inmensamente preciosa con esas orejitas y esas alitas tan etéreas y resplandecientes.
- Sí, tú también —me reí cariñosamente acariciándole los cabellos, enredando mis dedos en sus rizos como siempre hacía.
- Sinéad, te amo como siempre lo hice; con una fuerza que trasciende todas las dimensiones del universo; pero sin embargo soy plenamente consciente de que tu vida no está entre mis brazos. Yo solamente pertenezco al mundo de la magia, a un mundo inocente y paradisíaco que se aleja de la parte terrenal de la vida. Tú todavía tienes que existir en la Tierra, amor mío. Debes volver...
- Quiero quedarme contigo, Arthur —le confesé de pronto, apenas sin valorar mis palabras—. Podemos formar una familia preciosa que... No, no lo entiendo —opuse de repente sin poder pensar con claridad—. ¿Cómo es posible que pueda nacer alguien en la muerte?
- Porque estás viva, Sinéad. Si estuvieses totalmente muerta, entonces jamás podrías haber engendrado una vida y tal vez ni siquiera nos hubiésemos reencontrado; pero esa vida solamente crecerá en ti y en mí si permaneces existiendo en el otro mundo.
- Lo entiendo...
- Por eso no puedes quedarte definitivamente conmigo. Tienes que irte, amor...
- No has satisfecho mis deseos —protesté incapaz de aceptar esa verdad que tanto miedo me daba. No quería volver a aquel rincón tan asfixiante.
- No es necesario, amor. Ya sabes que tienes que vivir allí.
- ¿Cuándo volveremos a vernos?
- Cuando sea necesario, vida... Vuela, vuela a tu realidad, mi amada Sinéad.
Y
entonces el mismo viento que me había permitido posarme en aquella mullida
hierba me arrancó lentamente de esa realidad tan mágica. Mis alitas, mis
orejitas, aquel profundo y nocturno lago y la fulgurante imagen de Rauth se
desvanecieron muy lenta, pero intensamente, hasta que solamente fueron un
brumoso recuerdo que palpita en mis entrañas dándome la vida que mi entorno me
arrebata.