lunes, 27 de abril de 2015

ORÍGENES DE LLUVIA - 07. LA MUERTE DEL PASADO


ORÍGENES DE LLUVIA
07
LA MUERTE DEL PASADO
Muirgéin resplandecía tímidamente bajo las espesas y azuladas nubes que cubrían su firmamento. Me pareció que las hojas de los árboles temblaban, que los animales que moraban en aquella isla tan mágica se habían escondido bajo tierra, intimidados por una fuerza superior a cualquier terremoto o huracán, y que las flores que crecían con ternura entre las raíces de los árboles se habían marchitado de pronto. El aspecto que Muirgéin tenía bajo el oscuro cielo de la noche me resultó tan estremecedor y sobrecogedor que no pude evitar quedarme suspendida en el aire durante un tiempo incalculable.
No podía pensar con claridad. El viento soplaba con fuerza, meciendo velozmente las ramas de los árboles, y ni siquiera su voz me tranquilizaba. No podía dejar de recordar lo que había acaecido con Morgaine. Que se hubiese asustado tanto me había herido en el alma. No obstante, la entendía (o creía hacerlo). Era consciente de que mi magia podía estremecer incluso al ser más fuerte y valiente. Lo único que me costaba comprender era por qué me había acusado de tener una magia oscura y peligrosa. Yo creía que mi magia era pura e inocente. Conectarme con el espíritu de la naturaleza siempre me había parecido algo completamente enternecedor y precioso. Nunca había creído que mi magia pudiese ser ofensiva o destructiva. Sabía que, si permitía que lloviese intensamente o que el vigor del viento aumentase hasta devenir polvo todo lo que formaba la vida, mi magia podía deshacer cualquier lugar, podía enterrar bajo ruinas inquebrantables cualquier ciudad, podía reducir a cenizas cualquier bosque... pero yo jamás habría permitido que eso sucediese.
Continuamente resonaban en mi mente las palabras de Morgaine; aquéllas con las que me había declarado que de mí había emanado una sombra muy densa y sobrecogedora que la había intimidado profundamente. Me preguntaba, sin cesar, qué habría podido detectar Morgaine, qué tipo de magia se había apoderado de mí para que un alma tan pura se hubiese anegado en tanto terror de pronto. Morgaine era una mujer muy sabia y estaba segura de que podía percibir todo lo que los sentidos no pueden advertir. Por eso me inquietaba tan profundamente que se hubiese asustado tanto.
Deseaba marcharme de Muirgéin, pero sobre todo anhelaba alejarme de ese presente que tanto daño podía hacerme. Lo sucedido con Morgaine me había herido mucho más de lo que ella había pensado. Estaba tan triste y a la vez asustada que apenas podía controlar lo que deseaba o pensaba.
De repente noté que estaba lloviendo intensamente. Me pregunté si sería la lluvia que había causado con mi magia o si aquélla había quedado atrás definitivamente. No me importaba nada en esos momentos, ni siquiera que Muirgéin desapareciese bajo la vorágine más destructiva. Descendí a la tierra antes de que la lluvia me mojase entera y empecé a correr entre los árboles, distanciándome de la orilla, acercándome al hogar que Arthur había construido hacía ya tantos y tantos años. Deseaba marcharme aquella misma noche. No quería seguir siendo un obstáculo para la felicidad de Arthur y de Morgaine y tampoco quería inquietar a nadie más con mi magia...
     ¿Shiny?
La suave voz de Eros se adentró súbitamente en mis pensamientos. No me esperaba encontrármelo tan de repente. Por la forma como me había apelado, supe que estaba inquieto y que se extrañaba de verme correr tan desesperadamente.
     ¿Adónde vas? Parece como si te persiguiese la misma muerte —se rió tiernamente al ver que me había detenido. Caminaba tranquilamente hacia mí, sonriéndome con calor y complicidad—. Huy, ¿qué te sucede, mi Shiny? Tienes una carita muy triste.
     No me apetece hablar, Eros. Solamente quiero irme de aquí. Vayámonos ya, por favor.
     Pero si ni siquiera hemos preparado las maletas.
     No me importa. Quiero irme de aquí —le reiteré intentando no llorar.
     ¿Qué ha ocurrido? ¿Has discutido con Arthur? —me preguntó abrazándome con cariño.
     No, no. No me preguntes nada.
     Sinéad, ¿cómo pretendes que no te pregunte nada?
     No quiero hablar de esto. Lloraré si lo hago, y no quiero —protesté tratando de que las ganas de llorar que sentía no quebrasen mi voz, pero mis esfuerzos fueron inútiles—. Déjame, Eros...
     Vayamos a casa y hablemos serenamente. No entiendo qué te sucede, pero no soporto verte así, cariño.
     Lo mejor será que me vaya al fin del mundo y permita que el tiempo me devore para siempre.
     ¿Cómo? ¿Se puede saber por qué dices eso ahora, Sinéad?
     No quiero estar con nadie. Creo que lo mejor será que me muera sola ya, para siempre... y desaparecer al fin...
     Ya basta, Sinéad. No voy a tolerar que digas más esas cosas. Vayamos a casa...
     No me toques, Eros. Ya no soy buena para nadie. Quizá nunca lo fui. Tal vez jamás tuve que haber nacido.
     Me dan ganas de pegarte una bofetada, Sinéad.
     Pégame... Tal vez me lo merezca.
     ¡Ya basta! —gritó separándose de mí y aferrándome del brazo—. Cállate.
No pude evitar que Eros me asiese con fuerza del brazo y empezase a arrastrarme hacia nuestro hogar. Corrimos juntos entre los árboles, notando cómo la lluvia inundaba la tierra, ahogando las últimas flores que quedaban vivas entre las raíces. Los rayos iluminaban el cielo, los truenos perseguían el fulgor de los relámpagos... y la lluvia caía cada vez con más fuerza. De repente me di cuenta de que estaba cansada de ese ambiente tan opresivo y húmedo. En realidad no sabía si estaba agotada de la lluvia de Muirgéin o de sentirme tan propensa a deshacerme.
Cuando llegamos a nuestro hogar (el que dentro de poco abandonaríamos para siempre), Eros me condujo hacia nuestra alcoba y se sentó en el suelo. Me acomodé a su lado, todavía tratando de controlar las ganas de llorar que experimentaba. Eros suspiró tiernamente y entonces me abrazó, intuyendo perfectamente que en esos momentos un abrazo era lo que más necesitaba, aunque me negase a aceptarlo.
     Dime qué ha ocurrido, cariño. Llora si lo necesitas; pero por favor explícame qué te sucede.
Tratando de ignorar las ganas de llorar, le expliqué a Eros todo lo que había vivido con Morgaine aquella noche. Eros me escuchó con atención, lo cual agradecí profundamente, y, cuando terminé de contarle todo lo que había acaecido, entornó los ojos y permaneció en silencio durante un tiempo que se me asemejó a una eternidad.
     Morgaine se ha asustado con razón —me dijo sonriéndome con calor—; pero no tiene ningún motivo para desconfiar de ti. Si es cierto que capta todo lo que los sentidos no perciben, habrá detectado que eres el ser más mágico, bondadoso y puro que ha existido nunca.
     No digas todo eso porque quieras hacerme sentir bien.
     Sabes que no lo digo por eso.
     Me ha preocupado mucho que crea que mi magia es maligna. No entiendo por qué me ha acusado de que mi magia no es buena y que puede ser destructiva. No comprendo por qué ha visto en mí una sombra densa y... peligrosa. No entiendo nada.
     No ha captado que tu magia sea maligna o oscura, Sinéad. Simplemente se ha dado cuenta de que tu magia es inmensamente poderosa y no ha sabido digerir una verdad tan grande.
     No sé qué pensar. Lo único que deseo es irme de aquí.
     Está bien, nos iremos; pero antes tienes que calmarte.
     Ha pensado que quería destruir Muirgéin para matarla a ella.
     No te mortifiques más, Sinéad. Si nadie la ha tratado bien nunca, es comprensible que desconfíe de todo el mundo.
     Ella es muy sabia. Puede percibir cosas que...
     Pero también puede equivocarse. No sé qué tipo de ser es, pero supongo que no siempre acertará con lo que piensa.
     Me siento muy mal, Eros. Me siento como si me hubiesen clavado un puñal en el alma. Perdóname, pero esta noche prefiero que nos marchemos y que cada uno vaya por su cuenta.
     Anda ya —me espetó divertido—. Venga, hagamos las maletas y marchémonos de aquí.
     Parece como si le quitases importancia a mis sentimientos —me quejé desorientada.
     Sí, les quito importancia porque lo que te ha ocurrido tampoco es tan grave —se rió tiernamente—. Reconoce que estás muy susceptible últimamente.
     ¿Cómo es posible que digas que no es para tanto? —le pregunté escandalizada.
     Sinéad, simplemente te has excedido con la fuerza de tu magia y Morgaine se ha asustado. Me parece que Morgaine es un ser muy frágil y tú, una mujer muy sensible que no soporta que alguien desconfíe de ella, nada más.
     Ah, muy bien, así que eso es lo que piensas de mí, que soy demasiado sensible y que no soporto nada...
     Shiny, vamos... no te pongas así.
     No me imaginaba que pudieses decirme algo así.
     Simplemente pienso que estás más susceptible de lo normal...
     ¿Y porque creas eso significa que tienes derecho a minusvalorar lo que siento?
     Creo que estás sacando las cosas de contexto —me sonrió.
     No es verdad. Solamente repito lo que me has dicho.
     Creo que estás excesivamente sensible, nada más. Shiny, no te enfades conmigo ahora. Yo no tengo la culpa de que tu magia se haya descontrolado y que Morgaine sea una cobarde.
     Si no me hubiese detenido, habría destruido Muirgéin. ¿Eso también te parece una tontería?
     Sinéad, yo no he dicho que tus sentimientos me parezcan una tontería y mucho menos me lo parece lo que ha ocurrido. Solamente quiero que te tranquilices.
     Pues estás logrando todo lo contrario.
     Ya veo. Estás rarísima, Sinéad. Me da por pensar que echas demasiado de menos a Arthur y que no soportas saber que ama a otra mujer. Tal vez por eso estés tan sensible.
     ¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo! —le grité lamentablemente mientras me alzaba del suelo—. Lo mejor será que te calles. Haz la maleta tú solo. Yo no necesito llevarme nada de lo que traje.
     ¡Sinéad! ¿Pero se puede saber adónde vas? —me preguntó desconcertado al ver que me dirigía hacia la puerta de nuestro hogar—. Sinéad, no hagas ninguna locura, cariño. Anda, entra —me pidió tomándome tiernamente de la mano.
Eros no me retuvo. Me dejó marchar, se rindió... y aquello fue un grave error. No quería estar con nadie, pero, estúpidamente, una parte de mi alma esperaba que Eros luchase más contra mi tozudez y me rogase que me serenase, y no lo hizo. Cuando noté que su mano me había liberado, empecé a correr hacia el corazón del bosque. No sabía adónde deseaba ir. Únicamente anhelaba alejarme de sus sonrientes ojos. Me daba la sensación de que mis sentimientos le parecían una nimiedad... y aquello me dolía profundamente en el alma, ahondaba la herida que me había horadado la situación que había vivido con Morgaine.
La lluvia había encharcado el bosque. Las raíces de los árboles emergían del suelo como si en realidad se hubiesen hundido en el lago más profundo y tenebroso. Los relámpagos no cesaban de incendiar el cielo, volviendo mucho más oscuras y estremecedoras las espesas nubes que lo cubrían, y la voz del trueno se me asemejaba a una risa burlona, maligna y ofensiva. Además, la helada agua que emanaba del firmamento me humedecía cada vez más, congelaba cada vez más violentamente todo mi cuerpo. Aquella gélida y desesperada tormenta me enfurecía mucho más, tornaba más punzantes los desgarradores sentimientos que me anegaban el alma.
Sentí ganas de gritar de rabia, de dolor, de impotencia, incluso de histerismo; pero no lo hice. En lugar de protestar, aceleré mi correr y en breve ya me hallé volando entre aquellas densas y frías nubes. Ya no me importaba que la lluvia me hubiese mojado entera y que algunos rayos pugnasen por rozar mi gélida piel. Tampoco me sobrecogía ya la voz del trueno... pues me calmaba muy levemente saber que estaba dejando Muirgéin atrás. Estaba abandonando para siempre ese rincón donde mi pasado y mi presente se habían desestabilizado irrevocablemente. No me preguntaba nada, ni tan sólo me inquietaba no saber adónde deseaba ir. Únicamente anhelaba alejarme de Muirgéin para siempre. Ansiaba enterrar en el olvido todo lo que allí había vivido.
Permanecí volando a través de la noche durante un tiempo que me pareció una eternidad. La oscuridad que me rodeaba cada vez se volvía más nítida y brillante. Entonces, de repente, me di cuenta de que ya no llovía. Estaba sobrevolando una isla mucho más grande y desértica que Muirgéin donde la lluvia no podía tener hogar. Así pues, sabiendo que en aquel lugar sí podría protegerme, descendí a la tierra y comencé a caminar por la rocosa y rojiza orilla que amparaba la espuma de las olas.
El silencio que invadía aquel rincón tan desértico era tan sepulcral y profundo que creí que me hallaba fuera de la Tierra. Aquella isla me recordaba a las confusas imágenes que alguna vez había visto de otros planetas. No obstante, estaba cercada por un mar cristalino que tornaba mágicos todos sus rincones. Las piedras que creaban el suelo de aquella isla eran de colores hermosos y lucientes que parecían resplandecer bajo la luz de las estrellas. Me satisfizo infinitamente comprobar que el cielo que resguardaba la vida de aquellos lares no estaba cubierto de nubes espesas que amparaban la llegada de la lluvia. Allí, los truenos ya no sonaban y los relámpagos que habían incendiado el firmamento de Muirgéin se asemejaban a tímidas estrellas fugaces que se deslizaban muy lentamente por el aire.
Caminé por aquella extraña isla olvidándome del paso del tiempo y del lugar donde me hallaba. Lo único que recordaba era la discusión que había tenido con Eros; una discusión que, con toda seguridad, solamente había existido para mí. Era consciente de que eros no comprendía mi extraño y súbito enfado, y en realidad era aquello lo que más me ofendía. Sin embargo, una parte de mi mente me alertaba de que en verdad no era la actitud de Eros lo que me había lacerado, sino la situación que había vivido con Morgaine. Aquella situación había sido el desencadenante de todos los sentimientos que me habían anegado el alma. Si nada de aquello hubiese ocurrido, no me habría enfadado con Eros. Mas era incapaz de pensar nítidamente en todo aquello, pues las emociones que me invadían el alma me asfixiaban y gritaban tan alto por dentro de mí que cualquier pensamiento que pudiese emanar de mi mente parecía no tener voz.
De pronto me noté inmensamente agotada. Me senté en el suelo, intentando controlar todo lo que sentía; pero parecía como si mi interior se hubiese anegado en insania. Inevitable y extrañamente, recordaba sin cesar todos los momentos que había vivido en Muirgéin. Aquellos recuerdos me destrozaban el alma, me hacían preguntarme si la vida en la que había existido hasta entonces había sido tal como yo la había percibido o en realidad se había desempeñado de una forma muy distinta a la que yo recordaba.
Deseaba desaparecer. Tenía el alma anegada en un fuerte anhelo de volar lejos de allí y dirigirme hacia un lugar donde no pudiese recordar, donde sin embargo pudiese reencontrarme con mis recuerdos más antiguos. En realidad me costaba entender lo que sentía. Lo único que sabía en aquellos momentos era que no podía seguir existiendo en ese presente tan punzante y extraño.
Verdaderamente, no comprendía por qué de pronto me sentía tan abrumada. Era como si todo el sufrimiento que había experimentado a lo largo de toda mi vida se hubiese concentrado en mi alma y me presionase violentamente el pecho, aprisionándome el corazón con saña y desconsideración. Pensaba en Eros, y parecía como si el mundo se derrumbase sobre mí. Pensaba en Arthur, y únicamente ansiaba distanciarme cuanto antes de ese presente. Solamente me satisfacía recordar aquellos lares de la Tierra donde había podido ser completamente feliz, donde había podido percibirme fundida con mi propio ser.
Sí, lo mejor que podía hacer era marcharme de allí y volar hacia algún rincón del mundo que pudiese protegerme hasta de mis propios sentimientos. No necesité pensar hacia dónde deseaba dirigirme. Me alcé del suelo y comencé a volar a través de la noche. No quería recordar, no quería preguntarme nada, ni tan sólo qué sucedería cuando Eros se apercibiese de que, por mucho que pasasen las horas, yo no regresaba. Había explotado por dentro de mí un sentimiento asfixiante que me incitaba a volar cada vez más raudo para distanciarme de todo lo que me había herido y aún podía lacerarme. Sí, era consciente de que todavía amaba a Eros, pero también podía reconocer que aquél no era el mejor momento para estar juntos.
Aún no sabía por qué me sentía tan asfixiada y agobiada. Era consciente de que tenía que cavilar mucho acerca de todo lo que me ocurría para poder comprenderme; pero en esos instantes no podía pensar con claridad. Únicamente gritaban por dentro de mí unas emociones estremecedoras y potentes que silenciaban cualquier pensamiento.
Volé y volé hasta que noté que Muirgéin y todas las islas que la rodeaban habían quedado definitivamente atrás, escondidas tras unas espesas brumas que contenían tormentas implacables. Miré por última vez atrás y entonces vi que Muirgéin resplandecía sutilmente entre aquellas húmedas y oscuras tinieblas. Tal vez fuese la luz de Morgaine la que le entregase a aquella isla ese fulgor tan azulado y vivo. Antes de que la nostalgia se apoderase de mi corazón, me volteé y proseguí con mi desesperado vuelo.
Pasé entre nubes densas que quisieron humedecer todo mi cuerpo y mis ropajes. Sobrevolé ciudades inmensas, bosques tupidos donde descansaba la noche más serena, valles profundos que reposaban tibiamente entre altísimas montañas bajo la suave luz de la luna... Y volé hasta que ya no reconocí los campos sobre los que volaba, hasta que me percaté de que me hallaba en unas tierras muy hermosas de las que emanaba una energía antigua y mágica que deseaba hechizarme.
Noté que aquella bellísima energía me reclamaba desde la lejanía de la tierra. Sin pensar en nada, descendí hacia el suelo y me senté entre dos grandes y milenarios árboles. Sus troncos eran mucho más gruesos que cualquier montaña y las ramas que los poblaban estaban llenas de hojas enormes que me protegían de la mirada de las estrellas. En aquel lugar pude respirar serenamente y su calma me permitió empezar a pensar más nítidamente en mi presente y en mi futuro.
¿Qué deseaba? ¿En verdad anhelaba distanciarme de Eros y de todos los que me querían? No, no podía ni quería continuar existiendo junto a ellos si me sentía tan incomprensiblemente abrumada; pero ¿por qué estaba así? Tal vez me hubiese agobiado por culpa de lo que había vivido con Arthur, Eros y Morgaine. Quizá hubiese sido descubrir que mi amado pasado en verdad tenía otros matices lo que me había hecho estallar. No podía conocer plenamente las causas de mis sentimientos. Lo único que sabía era que necesitaba estar irrevocablemente sola para poder reencontrarme conmigo misma. Todas las experiencias que había vivido habían hecho temblar lo que yo era hasta arrebatarme una gran parte de mi yo. Y necesitaba recuperar esa parte de mí misma que el sufrimiento había destruido.
De repente, mi mente se anegó en una poderosa certeza: deseaba ir a Lacnisha. Anhelaba que su inmaculada magia me envolviese, que su ancestral belleza me protegiese. Lacnisha era el único lugar del mundo que podía retornarme todo lo que había perdido por culpa de la tristeza. Sí, sabía que en Lacnisha podría reencontrarme conmigo misma. Lacnisha podía abrazarme como lo hace una madre cuando el miedo nos domina o cuando la pena más honda nos hace temblar. Necesitaba experimentar en mi alma el poder de aquella pura isla blanca, la isla de mis orígenes. Pensar en Lacnisha me reconfortó inmensamente e incluso me hizo sonreír. Sí, partiría hacia Lacnisha y allí disfrutaría de una soledad inquebrantable que me ayudaría a valorar mi presente, aceptar la nueva faz de mi pasado y sobre todo a crear un futuro estable que me permitiese ser feliz nuevamente con Eros.
 

miércoles, 15 de abril de 2015

ORÍGENES DE LLUVIA - 06. MISCELÁNEA DE MAGIA


ORÍGENES DE LLUVIA
06
MISCELÁNEA DE MAGIA
La naturaleza puede expresarse a través de distintas voces. Puede hablarnos mediante el soplar del viento o a través de la voz del trueno. La poderosa voz del trueno puede repartirse por ingentes extensiones desérticas, puede aplastar la cima de las montañas, puede colarse en las cuevas más ancestrales. Y fue precisamente la voz del trueno la que me extrajo de mi sereno dormir. Se coló a través del espeso velo de la inconsciencia que me dominaba y se repartió por mis sueños. Noté que el suelo temblaba bajo mi cuerpo y que una pequeña inquietud iba apoderándose cada vez más de mis turbados sentimientos.
Cuando abrí los ojos, descubrí que me hallaba completamente sola en aquella antigua casa de piedra. Oí que la lluvia caía con fuerza allí afuera, percibí que los relámpagos incendiaban continuamente el cielo y que los truenos hacían temblar los ancestrales árboles que poblaban la isla de Muirgéin. Me desanimó comprobar que de nuevo estaba lloviendo intensamente. Opté por permanecer unos largos instantes protegida bajo las mantas.
No obstante, la paz que había dominado mi dormir se había desvanecido plenamente. La sed me apremiaba a abandonar aquel protector hogar para que me reencontrase con la sangre cuanto antes; pero yo no me atrevía a salir de allí. No me apetecía que la lluvia me mojase enteramente.
Entonces, al instante, me pregunté dónde estaría Eros. Su ausencia me había intranquilizado profundamente al despertarme, pero era incapaz de advertir todos los sentimientos que me anegaban el alma, pues éstos eran demasiado intensos. Me presionaban el pecho como si de unas férreas manos se tratase.
Aquellas opresoras sensaciones fueron las que, al fin, me impulsaron a abandonar aquel cómodo y cálido lecho para enfrentarme a la poderosa noche que me aguardaba allí afuera. La lluvia cada vez caía con más fuerza. Me parecía que el cielo podía derrumbarse sobre Muirgéin en cualquier momento. Los relámpagos eran como un amanecer que perlaba los rincones más oscuros de aquel mágico bosque. El trueno resonaba allí a lo lejos, pero también parecía emanar de cada hoja, de cada rama, de cada planta y sobre todo parecía nacer desde lo más profundo de la tierra. Me quedé paralizada al sentir en todo mi ser el infinito poder de aquella tormenta tan desesperada.
Caminé rápidamente entre los árboles hasta que vi cómo las relucientes olas del mar se mezclaban con la arena encharcada. Entonces me alcé hacia el cielo y comencé a volar todo lo veloz que la sed me lo permitía. Volé a través de esas densas nubes notando cómo la humedad que contenían me empapaba mucho más de lo que lo había hecho la lluvia. Enseguida me hallé en un lugar en el que pude reencontrarme con una sangre tibia y deliciosa que me devolvió las fuerzas que necesitaba para regresar a Muirgéin y enfrentarme a todo lo que el destino quisiese hacerme vivir. Además de retornarme el ímpetu de mi ser, la sangre me hizo creer que la vida era mucho más sencilla de lo que yo había creído últimamente. Me hizo entender que la aparición de Morgaine era lo mejor que podía ocurrirnos a todos. No podía vivir eternamente compartiendo mi amor con Arthur y Eros sin que ninguno de los tres se sintiese herido y desesperado.
Aquellos pensamientos me hicieron sonreír de súbito. Era cierto que yo por Arthur sentía algo muy fuerte, era verdad que el amor que le profesaba era mucho más potente que la lluvia que intentaba apagar la vida de Muirgéin; pero también era cierto que amaba a Eros con todo el vigor de la Historia y que por él era capaz de renunciar a todo lo que tenía para hacerle feliz. Eros no se merecía soportar esa situación tan insostenible. Era justo que permitiese que Arthur fuese feliz con Morgaine para que yo pudiese serlo con Eros. Había vivido con Arthur momentos inolvidables que nunca perderían su beldad ni su luz; pero ya era tiempo de dejar nuestra historia atrás, de entregársela al tiempo para que la resguardase del olvido. A partir de esos instantes, la vida volvería a estabilizarse para nosotros y se acabarían esos delirantes momentos en los que me sentía inmensamente perdida. Sabía que podría volver a ser plenamente feliz con Eros, tal como lo habíamos sido desde que nos conocimos. Era justo que le entregase a él todo lo que yo era, que volviese a ser solamente suya.
Al pensar en todo lo que habíamos vivido hasta entonces desde que Eros y yo nos habíamos conocido, mi alma se llenó de un potente sentimiento que me hizo sonreír, que me impulsó a volar raudamente hacia Muirgéin. Eros siempre me había amado con todo su corazón. Yo siempre había sido para él la única mujer que había querido con plena sinceridad. Eros nunca había amado antes de conocerme a mí, al contrario de lo que había ocurrido con Arthur. Para Eros yo era la vida que él nunca había sabido apreciar, era el camino que siempre había deseado recorrer, era la mitad de su ser, esa mitad que se escondía en sus pensamientos más románticos y sensibles. Estaba segura de que Eros siempre había sido completamente sincero conmigo. Nunca me había ocultado otros sentimientos que pudiesen turbar la belleza de nuestra vida. Además, cuando me había revelado su vida humana hacía unos pocos meses, había notado que su interior había estado vacío hasta que él me había conocido a mí. Eros tenía un pasado oscuro tras de sí que yo había sabido impregnar de luz.
Todos esos pensamientos me hinchieron de felicidad. Además, los alimentaba recordar lo valiente que él había sido cuando nos había ofrecido a Arthur y a mí la posibilidad de vivir nuestra historia de amor. Ningún amante habría sido capaz de hacer algo así. El amor que Eros me profesaba iba mucho más allá de nuestro presente e incluso de esta vida terrenal en la que todos tenemos que existir. Eros me había demostrado que me quería con una locura sanísima como nunca nadie lo había hecho antes. Para mí era muy importante que hubiese sido capaz de sobrevivir sabiendo que yo compartía mis besos y mis abrazos con otro hombre, y no con un hombre cualquiera, sino con un hombre que yo había amado con toda mi alma. Eros se había arriesgado a que yo dejase de amarlo como lo amaba desde que nos conocimos solamente para que yo fuese feliz y no tuviese que escoger a ninguno de los dos.
     Eres un ángel, Eros. Eres mucho más que eso —me dije mientras ya corría por el bosque de Muirgéin.
Hasta entonces no había sido plenamente consciente de lo que significaba la actitud de Eros. Él se había arriesgado a perderme solamente para que yo no sufriese. Sabía perfectamente que Eros no podía vivir sin mí, que yo era el hogar donde su alma deseaba habitar, que yo era la vida para él, el sentido de la palabra existencia... Nunca podría ser feliz con nadie más, y yo lo sabía. Por eso lo que él había sido capaz de hacer por mí tenía tanto valor.
Sentí ganas de llorar cuando aquellos tiernos pensamientos invadieron mi mente. Aquellos pensamientos fueron los que también me ayudaron a correr más veloz a través del bosque hasta llegar al fin a nuestro hogar; un hogar que sin embargo abandonaríamos en cuanto nos hubiésemos despedido dulcemente de Arthur, de Morgaine y de Muirgéin. Me pregunté cuándo podría volver a ver a Arthur. Tal vez me alejaría de él para no regresar nunca más a su lado. Quizá él permanecería en Muirgéin hasta el fin de la vida de Morgaine. Fuese como fuere, lo cierto es que era totalmente consciente de que, cuando me marchase de Muirgéin, nunca más volvería a estar junto a Arthur sintiéndome como me había sentido antes de que Morgaine apareciese. Nuestra historia había quedado atrás para siempre, absoluta e irrevocablemente atrás.
Sabía que había empezado una nueva vida para todos, que Eros y yo habíamos recuperado la calma que había teñido todos nuestros momentos hasta que Arthur regresó de la muerte. Podíamos retornar a nuestra vida, a esa vida maravillosa, tranquila y apasionada en la que llevábamos existiendo desde que... desde un tiempo que me creía incapaz de contar.
Todos aquellos pensamientos me anegaban el alma y me hacían tener la sensación de que en cualquier momento todas mis emociones me harían explotar; pero lo único de lo que no dudaba era que deseaba vivir junto a Eros todos esos momentos que la vida aún podía entregarnos. Estaba cansada de sufrir, de pensar que la belleza de la vida podía desvanecerse inevitable y repentinamente.
Cuando llegué a nuestro hogar, oí que alguien caminaba por una de las estancias que lo componían. Sabía que se trataba de Eros. Entré sigilosamente para no asustarlo. Vi que estaba mirando fijamente cómo la lluvia caía, ya más tranquilamente, sobre los árboles, volviendo doradas sus ramas, creando pequeños lagos cristalinos entre las raíces, refrescando las flores. Estaba segura de que aquel paisaje lo tenía tan arrobado que no podría apercibirse de que yo acababa de adentrarme en aquella antigua casa de piedra.
Me senté a su lado, intentando no sobresaltarlo, esperando que fuese él quien se voltease y me mirase a los ojos. Aquel instante no tardó en llegar. En cuanto se hundió en mi mirada, el temor que había emanado de sus ojos desde que habíamos llegado a Muirgéin se convirtió repentinamente en una felicidad brillante que nos envolvió a los dos como si de un manto de terciopelo plateado se tratase. No nos dijimos nada, pues nuestros ojos ya nos lo confesaban todo, ya revelaban todos los sentimientos que nos anegaban el alma. Yo le sonreí con mucha calma, tratando de desvelarle lo feliz que estaba por poder compartir con él aquel momento tan bello y sereno.
Entonces Eros se alzó de la silla que ocupaba y se aproximó a mí con el esbozo de una tierna sonrisa dibujado en sus labios. Me tomó de las manos con mucha delicadeza mientras con los ojos me pedía que lo acompañase a otro lugar. Yo lo obedecí sin oponerme, en silencio, sintiendo latir por dentro de mí una sensación que hacía mucho tiempo que no experimentaba.
Eros me condujo a la alcoba en la que llevábamos durmiendo desde que llegamos a Muirgéin. Se tendió conmigo entre sus brazos en aquel lecho tan cómodo y protector y entonces me abrazó con una pasión que hacía mucho tiempo que no nos dominaba. Me sentí como si hiciese siglos que no tañía su cuerpo, que no me hallaba tan deshecha entre sus brazos. Empezamos a besarnos sin preguntarnos nada, sin pensar en nada. Sus besos me encendieron al instante. Hacía muchas noches que no experimentaba tanta felicidad con unos besos, que mi cuerpo no se llenaba tan súbitamente de tibieza y deseo. No pude controlar mis manos, ni mis gestos, ni la pasión de mis besos ni la desesperación de mis movimientos. Me abracé delirantemente a Eros como si tuviese miedo al aire que nos rodeaba. Él me acogió en sus brazos como si hasta entonces le hubiese faltado la vida. Nuestro entorno se había convertido en un rincón íntimo y pequeño donde solamente cabíamos nosotros, un rincón impregnado de amor que únicamente podía existir para nosotros.
No me percaté de en qué momento ocurrió, pero de repente me hallé totalmente desnuda entre sus brazos, sintiendo su piel contra la mía. Su respiración se mezclaba con la mía, volviéndose un único suspiro de vida, y sus brazos se habían tornado el templo donde podía reencontrarme con la parte más íntima de mi ser. Lo besaba como si nunca lo hubiese hecho antes, como si me encontrase en aquellos años en los que tanto deseaba su cuerpo sin poder tenerlo. Tañí sus brazos, su espalda, sus cabellos y su cuello como si no pudiese creerme que me hallaba entre sus brazos. Lo acaricié como si mis manos se hubiesen enloquecido. No podía evitar que de mis labios se escapasen suspiros hondos y llenos de deseo al sentir la suave textura de su piel, la fortaleza de sus miembros, la pasión que se desprendía de sus labios, de sus dedos...
De repente noté que me había quedado sin materia, que mi cuerpo se había diluido en el de Eros, que mi piel se deshacía para poder mezclarse irrevocablemente con la suya. Su respiración y la mía eran el único lenguaje que podía comunicarnos en esos instantes. Nos besábamos con tanta desesperación que no podíamos evitar estremecernos hondamente. Notar cómo sus dedos me acariciaban por los rincones más íntimos de mi cuerpo me producía una sensación casi insoportable que mezclaba felicidad, emoción y un deseo que no cabía dentro de mí.
Ni siquiera podía decir su nombre, aunque anhelase hacerlo con una fuerza indomable, porque mi voz también se había deshecho. Me acordé, vagamente, de la primera vez que habíamos estado tan juntos, hacía ya tantos y tantos años, y de repente me sobrevino una inmensa sensación de pequeñez. Me pregunté cómo era posible que me sintiese como en aquella delirante noche en la que me había entregado a él olvidando todo lo que yo era, todo lo que podía ser.
Desde que había estado tan unida a Arthur hacía unas noches, creía que nunca podría entregarme a alguien de esa forma, pero entonces, en esos momentos en los que mi ser se había convertido en la continuación del cuerpo de Eros, supe que había estado muy equivocada, que necesitaba alejarme de lo que sentía por Arthur para poder entregarle a mi Eros todo lo que yo podía ser para él.
Eros no dejaba de estremecerse bajo mis manos, entre mis brazos. Cuando empezamos a fundirnos, a volvernos un solo ser, percibí que la lluvia se silenciaba, que la naturaleza desaparecía y que comenzábamos a ascender por un cielo lleno de luz y calor. Me reí tiernamente al advertir que mi piel se había templado exquisitamente. Aquella sensación de tibieza me desesperaba, me encendía mucho más. Sentir cómo su cuerpo y el mío devenían en un solo suspiro de vida era una sensación tan potente que no podía controlar ni mis movimientos ni mi voz. Era como si nunca hubiésemos estado juntos, como si llevásemos deseándonos durante siglos, y jamás hubiésemos podido cumplir aquellos anhelos tan lujuriosos.
La desesperación más indomable e intensa se había apoderado de nuestro cuerpo, de nuestra voz y de nuestra respiración; nos invadía de tal modo que no podíamos dominar la lujuria de nuestros movimientos, la pasión de nuestros besos y la fuerza de nuestros abrazos.
Todo terminó cuando me había olvidado de la existencia del tiempo y de la naturaleza. Cuando supe que aquellas intensísimas sensaciones que nos invadían tan irrevocablemente irían desvaneciéndose lentamente, me percaté de que nos hallábamos íntimamente abrazados, tan abrazados que me pregunté si sería posible separarnos. Eros estaba apoyado en mi pecho y respiraba cada vez más serenamente. Su respiración me hacía cosquillas en el cuello y pude notar que de sus ojos emanaba una inmensísima sensación de bienestar que me hizo creer que el dolor había desaparecido para siempre. Y tal vez fuese así...
Entonces perdí los dedos por sus nocturnos cabellos, le acaricié muy suavemente la cabeza, disfrutando ambos con ternura de ese instante tan nuestro en el que poco a poco íbamos regresando a la vida, en el que íbamos recuperando la parte tangible de nuestro ser y nos sentíamos cada vez más nítidamente ya en el mundo, en ese mundo tan anegado en contradicciones y sensaciones opuestas. En esos momentos lo único que palpitaba por dentro de mí era una emoción muy brillante que mezclaba la felicidad más interminable y la conformidad más absoluta. Me sentía como si hubiese descendido del cielo más luminoso y cálido de la vida, como si hubiese renacido de la muerte más gélida y me hubiese adentrado en un paraíso eterno donde era imposible experimentar tristeza o sufrimiento. Y ese paraíso era el alma de Eros, con la que me había fundido irreversiblemente.
     Te quiero, Eros —le dije con mucho amor mientras dejaba caer entre sus cabellos unos besos tiernísimos y muy amorosos—. Te quiero mucho más que nunca. Te amo, vida mía.
     Shiny —suspiró él alzando la cabeza y mirándome a los ojos—, gracias, Sinéad, gracias, amor mío. Gracias por devolverme la vida.
     Eros... perdóname...
     Shiny, no te inquietes por nada. No es necesario que me pidas perdón. Lo que acabamos de vivir es tan intenso que... que me hace olvidar todo lo que ha acaecido entre nosotros...
     Todo volverá a ser como antes, amor mío, te lo prometo. He aprendido muchísimo de esta experiencia, te lo aseguro, sobre todo he aprendido a quererte mucho más. Me ha servido para darme cuenta de que te quiero como a nada en el mundo. No me importa nada si estoy contigo. Te amo, cariño —le confesé abrazándolo mucho más tierna y fuertemente—. Quiero estar contigo, siempre, siempre, hasta el fin de los días de la Tierra.
     Yo también, Sinéad. Gracias. Creía que este momento no iba a llegar nunca. Te amo... —me susurró sobre mis labios antes de empezar a besarme con una pasión que volvió a estremecernos muy tiernamente
     Quiero que regresemos a nuestra vida, Eros, y que dejemos este doloroso trance atrás.
     Sí, yo también quiero que volvamos a nuestro hogar. Creo que ya hemos pasado demasiado tiempo aquí.
     Y tenemos que... tenemos que preparar muchas cosas —me reí tiernamente revolviendo sus nocturnos cabellos.
     Nuestra boda... —musitó sobrecogido—. Pensé que nunca llegaría, que ya no querías casarte conmigo.
     Por supuesto que quiero, vida mía —le dije sonriéndole con amor.
Eros agachó los ojos, emocionado y levemente sobrecogido. Su reacción me sorprendió, pero no le pregunté nada. Permanecí abrazada a él, disfrutando de ese instante, del sonido que nos rodeaba y que se mezclaba con la voz de la lluvia, del lejano eco de los truenos, de la leve luz que se colaba por la puerta entreabierta de nuestra alcoba.
Creí que la noche transcurriría hasta convertirse en amanecer sin que ninguno de los dos hubiese roto aquel cómodo silencio, pero de pronto Eros alzó la cabeza y me miró profundamente a los ojos. Me hundí en su mirada como si desease que él me protegiese en su alma del mundo que nos rodeaba. Entonces Eros me preguntó con mucha suavidad y cariño:
     ¿Cuándo quieres que nos marchemos de aquí?
     Me gustaría hablar un poco más con Morgaine y también que nos mostrase su magia —le contesté sobrecogida—; pero no me atrevo a mirar a Arthur ni a hablar con él. Algo se ha quebrado por dentro de mí... No creo que podamos... que podamos seguir siendo amigos. Lo siento mucho —me disculpé con pena—. Sé que nuestra amistad se quebrará por culpa mía; pero prefiero apartarme para siempre de él.
     Lo deseas porque todavía lo amas, ¿verdad?
     No, no es eso. Prefiero amarte únicamente a ti y convencerme de que mi relación con Arthur ha quedado definitivamente atrás. Simplemente, me duele verlo porque, cuando lo miro, me siento como si todo nuestro pasado perdiese sentido. No quiero aceptar la nueva apariencia de nuestra historia, esa que ha nacido con la aparición de Morgaine... Jamás creí que conocer el pasado de Arthur trajese estas consecuencias tan... extrañas; pero al mismo tiempo agradezco que este triángulo amoroso tan incómodo se haya solucionado. No podíamos permanecer así eternamente.
     Eso es cierto.
     Pero no quiero verlo, Eros. No creo que pueda soportar mirarlo a los ojos sabiendo que me mintió de ese modo, sabiendo que yo no fui la única mujer que él amó y que hubo otra antes que yo a la que también amó con locura y a la que quiso encontrar en mí —le confesé intentando no llorar.
     Lo entiendo, cariño. No, no llores... Todo va a ir bien entre nosotros, ya verás. A partir de ahora todo será más fácil... No, mi Shiny, no llores, amor mío —me pidió mientras me acariciaba las mejillas, retirándome con sus dulces dedos las lágrimas que brotaban de mi triste mirada.
     Lo siento mucho, Eros. Creo que me costará acostumbrarme a esto. No puedo aceptar algo tan... tan grande —hipé experimentando un dolor inconsolable—. Perdóname. Estábamos tan bien y ahora me siento tan mal... No quiero estar tan inestable...
     No te preocupes, vida mía. Es comprensible que te sientas así.
     Quisiera que todo cambiase, que no existiese este dolor tan triste, que pudiese aceptar el pasado de Arthur sin sentirme tan inmensamente desvalida... Gracias por estar a mi lado. Si no estuvieses conmigo, me derrumbaría... pero al mismo tiempo pienso que no me merezco tu amor, Eros...
     No digas tonterías, Sinéad. Tú te mereces que te amen con plena sinceridad, y yo te amo con toda la sinceridad existente en el mundo, nunca lo dudes, cariño mío. Arthur también te ha amado y estoy seguro de que todavía te profesa un amor indomable. No debes pensar que todo ha desaparecido porque Morgaine haya regresado a su vida. Cálmate, Sinéad...
     Lo siento... Será mejor que salga de aquí y...
     Está lloviendo mucho, Sinéad.
     No te preocupes por mí. Además, necesito estar sola para pensar. No temas por nada... y quiero despedirme profundamente de Muirgéin. No creo que regrese a esta isla nunca más.
     De acuerdo, Shiny. Te espero aquí. Yo no creo que vuelva a salir. No soporto que llueva tanto —se rió avergonzado.
     Nunca te ha gustado caminar bajo la lluvia —me reí con él. Me sorprendió que pudiese hacerlo después de haber llorado tan hondamente.
Cuando la lluvia me envolvió, me pareció que el suelo se deshacía bajo mis pies y que yo me convertía en una gota de lluvia más que ascendía hacia el cielo en vez de dirigirse hacia la tierra para esconderse entre sus piedras. Me sentí vaporosa... y sobre todo percibí que la tenue luz de las estrellas, las que se escondían tras aquellas espesas nubes, me enviaba su fuerza a través del tiempo y de la distancia, colándose por entre las gotas de lluvia que caían con vigor de ese firmamento eternamente nublado. Estuve a punto de emocionarme cuando me noté tan conectada con el espíritu de la lluvia. Entonces, sin pensar en nada, intentando no recordar ni sentir, empecé a correr a través de los árboles, queriendo alejarme con mis veloces pasos de ese pasado que tanto me había herido en el alma, queriendo acercarme a la vez a un futuro que no estuviese compuesto de tristeza ni de desconfianza.
Una vez más, la naturaleza, con su fuerza, con su belleza y su amor, me curó levemente las heridas que tenía hendidas en el alma. Sin darme cuenta, estaba sonriéndole a ese bosque tan denso donde la lluvia creaba hogares húmedos que despedían fragancias exquisitas. De repente me di cuenta de que estaba frente al declive que conducía a la cueva donde Morgaine nos había explicado gran parte de su vida. Me detuve silenciosamente y le presté a mi entorno una atención inquebrantable y profunda. Entonces pude percibir la voz de Morgaine mezclándose con el murmullo de las aguas que emanaban de lo más hondo de aquel recoveco tan misterioso. Hablaba quedo, pero con decisión. Sus palabras me sobrecogieron a la vez que me hicieron sentir inmensamente agradecida:
     No es justo que me revelases delante de Sinéad que nunca me olvidaste. Sí, yo también lo mencioné, pero tú tampoco actuaste bien con Sinéad cuando les confesaste a Eros y a ella todo tu pasado. Me he dado cuenta de que Sinéad es muy frágil, aunque su cuerpo esté lleno de fortaleza. Ella te quiere con locura, aunque es verdad que también ama a Eros.
     Que hayas reaparecido es lo mejor que podía pasarnos a todos, Morgaine. Yo no soportaba más esta situación. Amo a Sinéad, pero creo que no la amo tanto como para compartirla con otro hombre. Sinéad no lo sabe, pero cada vez que sabía que Eros y ella estaban juntos me entristecía profundamente, Morgaine. Yo estoy hecho para amar a una mujer que solamente me ame a mí.
     Yo te amo solamente a ti, pero no puedo evitar sentirme culpable por Sinéad. Le he cogido mucho cariño sin preverlo —le confesó con timidez.
     Sinéad también ha empezado a quererte, aunque debes saber que ella se marchará dentro de poco. Es comprensible que no quiera verme.
     Vaya, cuánto lo lamento. Tenía la dulce sensación de que podíamos ser muy buenas amigas...
     Lo sé. Ambas sois... No importa —se interrumpió avergonzado.
     Somos muy parecidas... ¿verdad?
     Eso es. Ambas tenéis un corazón enorme que no cabe en vuestro ser, sois sensibles y muy dulces; pero no quiero compararos. No deseo que pienses que Sinéad tenía razones para creer que yo había intentado buscarte en ella... No es verdad. Yo me enamoré de Sinéad porque sentí que su alma y la mía podían conectarse mágicamente... no porque se pareciese a ti. Quizá ella y tú respondáis a un prototipo de mujer; pero no creo que eso sea un delito.
     Es posible, pero ya sabes cómo somos las mujeres. Si nos enteramos de que un hombre ha amado a otra mujer antes que a nosotras... nuestro corazón se llena de temor y de tristeza. Debes tener en cuenta que lo que has vivido con Sinéad es muy bonito y mágico y ella no desea que la hermosura de vuestra historia se desvanezca.
     Yo tampoco quiero que se desvanezca; pero debe entender que cada historia tiene su tiempo... Ahora... ahora entiendo por qué tenía que volver a Muirgéin. Debía reencontrarme contigo —susurró suavemente. Me imaginé ´que estaba abrazándola con mucha ternura.
     Me gustaría hablar con Sinéad a solas y compartir con ella algunos momentos antes de que se marche para siempre. Sé que se irá para no regresar.
     Yo también lo sé. A mí también me gustaría despedirme bien de ella, pero sé que no querrá ni mirarme. Y la verdad es que yo también prefiero que se marche sin decirme nada.
     Pero eso no es justo.
     Las despedidas son horribles. Prefiero que no nos digamos adiós.
     ¿Y terminar así, sin más, Arthur? ¿Pretendes que os separéis para siempre de una forma tan fría después de todo lo que habéis vivido? —le preguntó extrañada y con la voz anegada en culpabilidad.
     La muerte ya nos ha separado sin permitir que nos digamos adiós.
     Pero ahora no es la muerte la que os separa. Es vuestro orgullo y un dolor que no tenía por qué haber surgido nunca. Yo no debería haber aparecido.
     Fui yo quien destruyó nuestra relación, Morgaine. Tú no tienes la culpa de nada.
     No me importa quién tenga la culpa. Lo único que deseo es que no te separes de Sinéad sin decirle adiós. No se merece eso, Arthur.
     Deseo que se vaya ya. No puedo mirarla a los ojos. Además, no tiene sentido que siga aquí si no se siente bien. Prefiero que regrese a su hogar y que retome la vida que llevaba antes de que yo volviese de la muerte.
     ¿No hay manera de que cambies de idea, verdad?
     No, no la hay.
     Está bien, Arthur. Haz lo que creas más conveniente para ti.
     Necesito salir para alimentarme y para serenarme. Necesito pensar. Regresaré mucho antes de que amanezca, no te preocupes.
     Está bien, Arthur.
No me dio tiempo a separarme de la entrada de aquella cueva tan mágica y misteriosa. Arthur me sorprendió justo cuando trataba de voltearme para correr lejos de allí. Antes de que pudiese decir nada, se acercó a mí y me tomó con fuerza del brazo. Supe que deseaba que lo mirase a los ojos, pero yo no me atrevía a hacerlo y tampoco me apetecía hundirme en una mirada que nunca podría estar llena de amor para mí. No obstante, tampoco tenía fuerzas para distanciarme de ese instante. De pronto me sentí como si la tierra estuviese aferrándome de las entrañas y como si el cielo pudiese caer sobre mí si me movía.
     Arthur, creo que no tiene sentido que hablemos ya —le dije con una voz queda.
     No quería despedirme de ti porque las despedidas me parecen insoportablemente tristes, pero el destino ha querido que nos encontremos y que al menos hablemos una vez más antes de distanciarnos para siempre.
     No sé qué podemos decirnos ahora. Todo se ha terminado, Arthur. No tiene sentido que remuevas el pasado. Solamente deseo que seas feliz con Morgaine, que viváis todo lo que el mundo no os permitió vivir y que disfrutéis de vuestro amor hasta el fin de vuestra vida. Nada más.
     Yo también quiero que seas feliz, Sinéad, y que no me recuerdes con rencor. No soportaría saber que me guardas rencor y que crees que nuestro amor fue falso. Yo nunca te mentí, Sinéad. Te decía la verdad cuando te aseguraba que jamás me había enamorado como lo hice de ti. Yo te amé con toda la sinceridad que cabía en la Historia, Sinéad. Nunca fuiste menos de lo que te confesaba... Sinéad, nuestro pasado es inmensamente hermoso. No lo enturbies con sentimientos injustos.
     No me acuses de enturbiar nada, Arthur. Sabes que yo no quiero desvanecer la magia de nuestro pasado.
     No discutamos ahora...
     No quiero discutir contigo. Éstos son los últimos momentos que compartimos. No creo que volvamos a vernos jamás.
     No puedo soportar esa certeza. Es demasiado horrible, Sinéad.
     Es la certeza que ahora mismo invade nuestra vida.
     No...
     Arthur, no tiene sentido que sigamos compartiendo nuestra vida. Tienes que vivir plenamente con Morgaine todo lo que necesitáis vivir. Mi presencia lo único que haría sería entorpecer vuestra felicidad.
     No quiero que te vayas.
     Eso no es cierto. He oído que le confesabas a Morgaine que estabas deseando que me marchase.
     No lo decía por mí, sino por ti.
     No importa...
     Morgaine quiere conversar contigo.
     Está bien. Podemos hablar antes de que me vaya...
     Yo iré a alimentarme. No creo que estés cuando regrese... Adiós, Sinéad. He sido muy feliz contigo...
     Yo también —le contesté con una voz quebrada. Aquellas ganas de llorar tan intensas que llevaban atacándome desde que conocí el pasado de Arthur regresaron a mí y me presionaron vilmente el pecho y la cabeza—. Cuídate mucho, y sé muy feliz.
No nos dijimos nada más. Arthur entornó los ojos y se separó de mí sonriéndome levemente. Me quedé paralizada en medio de los árboles, con la entrada de la cueva enfrente de mí. De su oscuro interior emanaba una fuerza que me empequeñecía. Era como si la soledad que moraba en aquel mágico rincón se hubiese instalado en mi corazón y estuviese deshaciendo todos los sentimientos cálidos que podía experimentar.
De repente me percaté de que estaba sollozando hondamente. De mis ojos brotaban unas lágrimas espesas que helaban todo mi ser al resbalar por mis mejillas. Me retiré de aquel lugar antes de que los árboles presenciasen una vez más mi derrota y empecé a correr hasta que ya no sentí el suelo bajo mis pies. Me lancé hacia las estrellas sin pensar en nada, solamente experimentando la potente necesidad de alejarme cuanto antes de aquella isla donde la tristeza se materializaba en la lluvia, en el color de los árboles, en las plantas, en las nubes que cubrían el firmamento. Quería irme de allí. La necesidad de distanciarme para siempre de Muirgéin se había convertido en una sensación física que me presionaba el alma.
La lluvia me envolvió como si de un espeso manto de terciopelo se tratase. Me sentí helada. Empecé a temblar extraña y brutalmente, pero no me importó. Seguí volando hasta notar que Muirgéin ya quedaba muy lejos de mí. No me pregunté nada, ni siquiera captaba el lugar que sobrevolaba; mas, de pronto, percibí que el mar se había convertido en una rocosa orilla donde las olas gritaban entre cuevas antiquísimas y vacías. Me detuve sobre aquel inmenso acantilado observando cómo el agua se colaba en aquellos huecos profundos donde la voz de las olas resonaba con una fuerza que hacía temblar el cielo.
Me senté sobre una roca allanada y miré a mi alrededor. La inmensidad del mar parecía el reflejo del cielo. La noche también reinaba en aquellas poderosas aguas y la lluvia caía con violencia, mezclándose con las olas, deviniendo ecos sublimes la voz de la naturaleza. Apenas se oía nada en aquel lugar. Solamente podía detectar el lejano canto de algún ave nocturna, el remoto temblor del trueno y el sonido de la lluvia al caer contra las rocas.
Extrañamente, dejó de llover en aquel lugar; lo cual me aturdió levemente. Me sentía desconcertada.  Ni siquiera sabía dónde estaba. Incluso me pregunté si me hallaba en el mundo que me había visto nacer, crecer y sufrir. Aquel acantilado tan imponente parecía formar parte de otra dimensión, de otra tierra, de otro universo. No obstante, de repente noté que algo se movía tras de mí. En un primer momento creí que se trataba del viento, pero enseguida advertí que aquella presencia era casi tangible.
Con curiosidad, miedo e inseguridad, me di lentamente la vuelta, temiendo encontrarme de pronto con alguna presencia que no podría entender; mas me tranquilicé al instante cuando me percaté de que quien había intentado llamar mi atención había sido Morgaine. Estaba sentada sobre aquellas áridas rocas. El viento mecía con fuerza sus cabellos y la envolvía como si ella formase parte de la misma noche. Parecía una estrella caída directamente del firmamento. Brillaba sutilmente y me miraba con culpabilidad y felicidad a la vez. Yo le sonreí para indicarle que no me molestaba hallarme junto a ella. Cuando me vio sonreír, ella también me sonrió y por unos largos momentos me pregunté si en realidad haría bien marchándome de Muirgéin. Tenía la hermosa sensación de que Morgaine y yo podríamos ser muy buenas amigas. No obstante, no podía vivir en un lugar donde continuamente pudiese reencontrarme con los ojos de Arthur. No soportaba saber que su mirada y la mía podían cruzarse en medio de la noche.
     Hola, Sinéad —me saludó de pronto. Su suave y mágica voz me extrajo súbitamente de mis confusos pensamientos; lo cual agradecí profundamente—. Espero que no te haya molestado que te siguiese. Necesitaba hablar contigo antes de que te marchases.
     No me ha molestado. A mí también me apetece que conversemos un poco. Me siento culpable por desear irme de Muirgéin; pero... creo que será lo mejor para todos.
     Sí, es lo mejor para ti y para Arthur; pero no para mí. Sinéad, necesito que estés a mi lado. Noté que tu alma y la mía podían entenderse y conectarse... Fuiste muy delicada conmigo cuando me encontraste. Tenía miedo, pero tus ojos me tranquilizaron enseguida. Eres mágica, lo sé. Por eso me gustaría que fuésemos como hermanas... pero acepto que quieras irte. Te entiendo. Yo también me marcharía si estuviese en tu situación.
     Perdóname. A mí también me gustaría que fuésemos amigas...
     No te preocupes ahora por eso, Sinéad. Disfrutemos juntas de esta noche —me sonrió con dulzura mientras se alzaba del suelo—. La isla en la que nos encontramos también es mágica. Nadie ha vivido aquí jamás. Me gustaría mostrarte sus lugares más preciosos y también todo lo que mi magia me permite hacer. También me gustaría conocer tu propia magia...
     Mi magia no puede ser explicada con palabras.
     La magia no hay que explicarla con palabras, Sinéad. Es como intentar describir la faz de la parte divina de la vida —me comunicó mientras caminábamos sobre aquellas rocas punzantes e imponentes—. Sabes volar: eso te permitirá conocer los rincones más maravillosos de esta isla. Es difícil caminar por aquí. El suelo está lleno de piedras punzantes que pueden hacernos daño. Es preferible vagar por estos lares usando la mágica facultad de volar o de deslizarse por el aire. Sabes levitar, supongo. —Yo le asentí levemente con la cabeza—. Bien, tendremos que desplazarnos de ese modo. Espero que no te importe.
     ¿Importarme? —me reí extrañada—. Por supuesto que no me importa.
Morgaine me sonrió y entonces, inesperadamente, me tomó con fuerza de la mano y empezó a deslizarse velozmente sobre aquellas punzantes y ariscas rocas. El mar seguía rugiendo allí a lo lejos, bajo el oscuro firmamento de la noche. Me parecía como si las olas protestasen, como si la potencia de la tierra se escondiese en aquellas cuevas horadadas por el agua y el viento. Aquel sonido tan grave y profundo me hacía sentir escalofríos gélidos que se repartían por todo mi cuerpo y me sobrecogían hondamente.
Aquellas rocas tan áridas y a la vez allanadas por la fuerza del viento parecían ser la cumbre del mundo. Se unían formando una montaña de difícil ascenso cuya cima se escondía entre las espesas nubes que cubrían el cielo. Al observar el firmamento que nos rodeaba, tenía la sensación de que, si alargaba las manos, podía tañer la luz de las estrellas. Morgaine caminaba en calma a mi lado, sumida en un silencio que me revelaba a gritos que ella experimentaba exactamente las mismas emociones que yo. Quise decirle algo, pero no encontré las palabras adecuadas que pudiesen describir ese momento.
De pronto, cuando creí que lentamente iríamos ascendiendo hacia el fin del Universo, Morgaine se detuvo lentamente y me miró con respeto. Entonces me percaté de que justo enfrente de nosotras se alargaba en el espacio, hacia el férreo horizonte de la noche, un profundísimo abismo que parecía no tener fin. Me sobrecogí irrevocablemente cuando la oscura imagen de aquel vacío se adentró en mi cuerpo, haciendo temblar de súbito toda mi alma. Lancé un silencioso suspiro de admiración cuando perdí los ojos por aquella inmensidad tan gélida y húmeda. El mar se volvía una espuma reluciente cuando se chocaba contra las rocas que creaban el suelo de aquella misteriosa isla. Su movimiento hacía temblar las piedras, inundaba toda la extensión eterna de esa noche sin estrellas.
Creí que la Tierra entera se había convertido en vacío y que aquellas rocas eran el último rescoldo de vida que quedaba en la Historia. Me sentí de pronto tan sola que no pude evitar presionar con fuerza la mano de Morgaine. Entonces ella, con una voz suave y aterciopelada, me comunicó solemnemente:
     Quiero mostrarte una pequeña parte de mi magia. No tengas miedo. No te sucederá nada malo.
Yo no pude contestarle. Estaba tan sobrecogida que creí que había olvidado todas las palabras de todos los lenguajes de la Historia. Ni siquiera pude protestar cuando noté que Morgaine me soltaba la mano y se deslizaba suavemente hacia el borde del abismo. Me quedé paralizada cuando me percaté de que estaba suspendida en el aire, con los brazos extendidos hacia el horizonte, con las manos abiertas como si sostuviese el cielo de la noche. Había cerrado los ojos y una mueca de concentración había invadido todo su rostro. Parecía como si se hubiese despegado de la vida, de la muerte y del espacio.
Oí que susurraba unas palabras confusas y silenciosas que no logré entender. Aquellas palabras me sobrecogieron mucho más, pero no tuve miedo. Sabía que Morgaine nunca me haría daño. Entonces, de súbito, noté que el tenue viento que nos rodeaba empezaba a intensificarse lentamente hasta convertirse en una brisa casi agresiva que removió las oscuras aguas que formaban el fin de aquel inmenso abismo. El mar se agitaba violentamente y las olas se tornaban un remolino de espuma que parecía protestar por la soledad que nos rodeaba. Me pareció también que el suelo temblaba bajo nuestros pies y que el cielo podía caer sobre nosotras en cualquier momento. Sin embargo, aquel furioso viento no me empujaba. Darme cuenta de que aquel viento tan poderoso ni tan sólo mecía con delicadeza mis cabellos me intimidó tanto que no pude evitar lanzar un suspiro de sorpresa y de fascinación.
Nada me golpeaba, nada me empujaba. Era como si el viento y yo nos hallásemos en dimensiones distintas. Morgaine seguía con los ojos cerrados, pero ya no extendía las manos hacia el horizonte, sino que se había agachado y las había conectado con la piedra que creaba nuestro trémulo suelo. Seguía susurrando palabras que yo no podía oír, tal vez porque estuviesen pronunciadas en un idioma que no había sido creado para ser escuchado ni entendido. Mientras musitaba aquellas silenciosas palabras, el viento que nos rodeaba, que había agitado violentamente las aguas, iba tornándose, lentamente, en un remolino que se concentró sobre nosotras, que devino un huracán que sopló con una fuerza indestructible. El sonido que nos envolvió fue tan vigoroso que creí que jamás podría volver a oír la calmada voz del silencio.
Hundí los ojos en el centro de aquella vorágine que había turbado la serenidad de aquel impetuoso mar. Las olas se colaban con fuerza en aquellas cuevas tan antiguas y apenas podía percibirse ya la espuma que creaban al chocarse contra las rocas. Nuestro entorno se había convertido en oscuridad, en vacío, en sonidos escalofriantes que me estremecían brutalmente.
De repente, cuando creí que aquel huracán también había devorado el tiempo, Morgaine se alzó del suelo y se dirigió tranquilamente hacia mí. El viento seguía soplando con ímpetu a nuestro alrededor, pero su fuerza fue disminuyendo lentamente hasta que sólo fue un recuerdo. Morgaine me tendió la mano y yo se la tomé con paciencia y ternura, todavía experimentando en mi interior esa sublimidad que tan pequeña me había hecho sentir.
     El viento no puede hacernos daño, ni siquiera puede rozarnos —me avisó con una voz suave—. Puedo crear en torno a nosotras una red que puede protegernos de todo: de la lluvia, del frío, del viento...
     Es maravilloso —me reí todavía estremecida.
     ¿Y tú qué puedes hacer? Muéstrame algo, por favor —me pidió con solemnidad e inocencia.
     Yo puedo controlar la naturaleza —le contesté—. Puedo lograr que llueva, que nieve, que haga viento...
     Sí, el viento también lo he controlado yo, aunque creo que no usamos la misma facultad para hacerlo. Yo he concentrado en nuestro entorno todo el aire que nos envuelve para que nada pueda turbarnos. Esa red que nos protege está hecha de ausencia, de la ausencia de todo lo que puede formar parte de nuestro momento. Como ninguna de las dos necesitamos el aire para respirar, ni siquiera has notado que te faltaba el aliento. Has seguido respirando instintivamente, pero en tu cuerpo no estaba adentrándose ni una sola gotita de oxígeno —me contó divertida.
     Es magnífico.
     Para bucear va muy bien. También es útil si no te apetece mojarte.
     Es precioso...
     Controla la lluvia enfrente de mí, por favor.
     Sí... Me apetece mostrártelo. Hace mucho tiempo que no juego con el espíritu de la naturaleza.
     Qué inocentes suenan esas palabras —se rió tiernamente.
     Sí, es cierto. Tengo que concentrarme mucho.
     No importa. Imagina que estás sola...
No me costaba imaginarme que no me rodeaba más que ese vacío que se extendía hasta el mar. Podía ver la oscuridad del firmamento hundiéndose en las aguas. Podía sentir la húmeda caricia del viento. Podía notar en mi piel la sal que impregnaba aquellas antiguas y ariscas rocas.... No me costó conectarme con el espíritu de aquella impetuosa y silenciosa naturaleza.
Cerré con delicadeza los ojos y entonces noté que todo mi ser se llenaba de vida, de poder, de magia. Anegué mi mente en el recuerdo del viento. Me imaginé el color de su soplar, la textura de su aliento y la temperatura de su hálito. Al percibir que el vigor del viento que nos rodeaba aumentaba, rememoré la potencia de la lluvia. Me imaginé que el oscuro firmamento de la noche se cubría de unas nubes espesas y azuladas que resguardaban la llegada de una torrencial tormenta.
Me estremecí de sublimidad y de sorpresa cuando noté que del cielo emanaban unas gotas frías que humedecieron mi rostro como si de unas gélidas lágrimas se tratase. Oí muy vagamente que Morgaine lanzaba un suspiro de estupefacción y de solemnidad. No me atrevía a mirarla, pues sabía que, si abría los ojos, el hechizo se desvanecería. Tenía que esperar a que mi alma se hubiese fundido irrevocablemente con el espíritu de la naturaleza y todavía captaba que había una parte de mi ser que se resistía a hundirse en el vigor del viento y de la lluvia.
Mas aquello no tardó en ocurrir. Conforme el tiempo transcurría, mi ser se conectaba más infinitamente con el alma de los bosques, del mar, de las montañas, del tiempo incluso. Noté que mis fuerzas empezaban a desvanecerse y que mi equilibrio temblaba. Me senté en el suelo percibiendo cómo todo mi cuerpo se convertía en algo pesado, casi insostenible. El cielo parecía querer apoyarse en mí, el espíritu de la naturaleza se había adueñado de todos mis sentimientos, de mis pensamientos y de mis recuerdos. No podía recordar, no podía pensar ni tampoco podía sentir nada que no brotase de ese eterno y mágico momento.
Advertí que Morgaine también se había sentado a mi lado y que me tomaba con delicadeza de la mano, como si no quisiese despertarme de un profundo sueño. Sabía que ya podía mirarla a los ojos, pero no me atrevía a hacerlo. No temía que aquella magia se deshiciese si abría los ojos. Me daba miedo que Morgaine se adentrase en mi mirada. Era consciente de que mis ojos resplandecerían de un modo muy insólito e incluso incomprensible.
     Eres infinitamente poderosa, Sinéad —me susurró sobrecogida—. No sé si eres consciente de toda la magia que posees. No estás provocando que llueva y que haga viento únicamente. Tienes en tus manos la fuerza del mar. Puedes controlar las olas del mar —me advirtió emocionada—. Puedes crear olas inmensas...
Jamás había dominado la fuerza del mar. Oír las palabras de Morgaine me produjo una sensación casi insoportable. Cerré con más fuerza los ojos mientras me imaginaba que las olas del mar se alzaban hacia el cielo como si quisiesen crear el lecho de las estrellas. Entonces detecté un sonido mucho más vigoroso que la voz del trueno. Algo rugió en las profundidades del mar... De lo más hondo de aquellas aguas, brotó una fuerza que hizo de las olas incontroladas montañas propensas a quebrarse en dos. Aquel estridente y grave sonido me estremeció tanto que por un momento creí que me desvanecería. Estuve a punto de gritar y rogarle a la naturaleza que se separase de mi alma, pero, antes de que pudiese hacerlo, la fuerza de la vida chilló por dentro de mí, protestando ante mi temor.
     Ya basta, Sinéad, por favor. Muirgéin corre peligro, Sinéad. Por favor, detente.
     No... no puedo.
     ¡Hazlo, por favor!
Las desesperadas palabras de Morgaine me hicieron abrir de repente los ojos. Lo que percibí con mi alma y con mi mirada me sobrecogió tanto que no pude evitar lanzar un tenue grito de terror. Vi cómo el mar se había convertido en una batalla de olas poderosas que intentaban cubrir las islas que reposaban serenas bajo el cielo de la noche. Muirgéin resaltaba allí a lo lejos, mezclándose con la oscuridad del firmamento. Grandes olas se alzaban hacia el cielo, anegando las islas, escondiendo sus rocas, su orilla, sus árboles. Muirgéin aparecía y desaparecía intermitentemente a la vez que el mar rugía con rabia e impotencia. Capté que, por debajo de nosotras, las rocas que creaban la montaña donde nos hallábamos se agrietaban, se deshacían para devenir cuevas hondísimas que podían tornarse el hogar de las olas.
     Sinéad, por favor...
Asustada, volví a cerrar los ojos e intenté encerrar mi alma en un silencio que la protegiese de la fuerza de la naturaleza. Casi con desesperación e impotencia, empecé a imaginarme un prado en calma, también una playa adornada con la serenidad más luminosa y silenciosa... y, lentamente, entonces, las olas fueron sosegándose. La potencia del mar fue escondiéndose en las cuevas que mi impetuosa magia había horadado. La noche fue recuperando su quietud y la fuerza del viento fue mermando hasta tornarse una leve brisa que nos agitó con suavidad los cabellos.
Olía a humedad, a sal, incluso a la vida que se desempeñaba bajo aquellas aguas que yo había vuelto las más poderosas y peligrosas de la Tierra. En la soledad de aquella noche, solamente podía oír el tenue rumor del agua y el canto de algunas aves que casi chillaban desorientadas, creando ecos que se chocaban contra el vacío que nos rodeaba. Entonces, abrí los ojos.
Me percaté de que Morgaine estaba temblando brutalmente y que unas lágrimas inocentes brillaban en sus redondas mejillas. Deseé abrazarla, pero entonces advertí que su terror emanaba de mi magia, de esa magia con la que yo habría sido capaz de destruir Muirgéin si ella no me hubiese pedido que me detuviese. Pensar en aquello me sobrecogió tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Si Muirgéin hubiese desaparecido, Morgaine habría muerto... y Arthur se quedaría tan solo como lo estaba la noche que nos rodeaba.
     Lo siento, Morgaine —le pedí con mucha timidez y sublimidad.
     No te preocupes. Ya he podido comprobar cuán mágica puedes llegar a ser; pero tu magia puede ser destructiva.
     Yo no sabía que podía hacer algo así. Nunca he dominado la fuerza del mar —le confesé sobrecogida.
     Pues ya has descubierto que puedes hacerlo.
     Perdóname...
     No tengo nada que perdonarte. No lo has hecho queriendo... o eso quiero creer. Lo cierto es que es muy sencillo que me destruyas. Si acabas con la vida de Muirgéin, puedes hacerme desaparecer.
     Pero es que yo no he querido destruir Muirgéin —protesté asustada.
     Lo sé... aunque lo más convincente es que quieras deshacerte de mí para poder estar de nuevo con Arthur.
     ¿Cómo? ¡Eso no es cierto! Yo deseo que Arthur y tú estéis juntos. ¿Por qué piensas eso, Morgaine?
     Porque no estoy acostumbrada a que me quieran de verdad. Pienso que, si alguien me trata bien, es porque quiere matarme, es porque desea que me vuelva confiada para... para destruirme. Ya me ha ocurrido muchas veces.
     Yo no quiero destruirte. Por favor, no desconfíes de mí. Te aseguro que yo no deseaba hacerle nada a Muirgéin.
     Lo mejor será que os marchéis antes de que tu magia...
     Mi magia no destruirá Muirgéin...
     Eres peligrosamente poderosa, Sinéad. Yo nunca he sentido una magia similar. Es una magia hermosa, pero también puede ser oscura. Hay algo oscuro en ti, lo he notado. Ha emanado de ti una fuerza mucho más poderosa que la muerte. Se ha cernido sobre ti una sombra muy espesa que ha deshecho la luz de todas las estrellas. Lo siento... No quería asustarme tanto, pero...
     Perdóname —susurré sobrecogida y entristecida.
     Supongo que no es culpa tuya... Por favor, márchate. No quiero que pienses que creo cosas injustas sobre ti.
No le contesté. Me sentía como si el ser más mágico de la Historia me hubiese apuñalado en el alma. Me alcé de donde estaba sentada y, sin decir nada, me lancé al abismo que me separaba del mar. Morgaine gritó de horror cuando vio que el aire me envolvía, olvidando que yo podía volar. Antes de que aquellas oscuras aguas me atrapasen, me elevé hacia el firmamento y me alejé volando de ese rincón donde, por unos momentos, había creído que mi magia hechizaría la vida, volviendo nítidos y brillantes sus rincones más tenebrosos.