ORÍGENES DE LLUVIA
06
MISCELÁNEA DE MAGIA
La naturaleza puede expresarse a
través de distintas voces. Puede hablarnos mediante el soplar del viento o a
través de la voz del trueno. La poderosa voz del trueno puede repartirse por
ingentes extensiones desérticas, puede aplastar la cima de las montañas, puede
colarse en las cuevas más ancestrales. Y fue precisamente la voz del trueno la
que me extrajo de mi sereno dormir. Se coló a través del espeso velo de la
inconsciencia que me dominaba y se repartió por mis sueños. Noté que el suelo
temblaba bajo mi cuerpo y que una pequeña inquietud iba apoderándose cada vez
más de mis turbados sentimientos.
Cuando abrí los ojos, descubrí
que me hallaba completamente sola en aquella antigua casa de piedra. Oí que la
lluvia caía con fuerza allí afuera, percibí que los relámpagos incendiaban
continuamente el cielo y que los truenos hacían temblar los ancestrales árboles
que poblaban la isla de Muirgéin. Me desanimó comprobar que de nuevo estaba
lloviendo intensamente. Opté por permanecer unos largos instantes protegida
bajo las mantas.
No obstante, la paz que había
dominado mi dormir se había desvanecido plenamente. La sed me apremiaba a
abandonar aquel protector hogar para que me reencontrase con la sangre cuanto
antes; pero yo no me atrevía a salir de allí. No me apetecía que la lluvia me
mojase enteramente.
Entonces, al instante, me
pregunté dónde estaría Eros. Su ausencia me había intranquilizado profundamente
al despertarme, pero era incapaz de advertir todos los sentimientos que me
anegaban el alma, pues éstos eran demasiado intensos. Me presionaban el pecho
como si de unas férreas manos se tratase.
Aquellas opresoras sensaciones
fueron las que, al fin, me impulsaron a abandonar aquel cómodo y cálido lecho
para enfrentarme a la poderosa noche que me aguardaba allí afuera. La lluvia
cada vez caía con más fuerza. Me parecía que el cielo podía derrumbarse sobre
Muirgéin en cualquier momento. Los relámpagos eran como un amanecer que perlaba
los rincones más oscuros de aquel mágico bosque. El trueno resonaba allí a lo lejos,
pero también parecía emanar de cada hoja, de cada rama, de cada planta y sobre
todo parecía nacer desde lo más profundo de la tierra. Me quedé paralizada al
sentir en todo mi ser el infinito poder de aquella tormenta tan desesperada.
Caminé rápidamente entre los
árboles hasta que vi cómo las relucientes olas del mar se mezclaban con la
arena encharcada. Entonces me alcé hacia el cielo y comencé a volar todo lo
veloz que la sed me lo permitía. Volé a través de esas densas nubes notando cómo
la humedad que contenían me empapaba mucho más de lo que lo había hecho la
lluvia. Enseguida me hallé en un lugar en el que pude reencontrarme con una
sangre tibia y deliciosa que me devolvió las fuerzas que necesitaba para regresar
a Muirgéin y enfrentarme a todo lo que el destino quisiese hacerme vivir.
Además de retornarme el ímpetu de mi ser, la sangre me hizo creer que la vida
era mucho más sencilla de lo que yo había creído últimamente. Me hizo entender
que la aparición de Morgaine era lo mejor que podía ocurrirnos a todos. No
podía vivir eternamente compartiendo mi amor con Arthur y Eros sin que ninguno
de los tres se sintiese herido y desesperado.
Aquellos pensamientos me
hicieron sonreír de súbito. Era cierto que yo por Arthur sentía algo muy
fuerte, era verdad que el amor que le profesaba era mucho más potente que la
lluvia que intentaba apagar la vida de Muirgéin; pero también era cierto que
amaba a Eros con todo el vigor de la Historia y que por él era capaz de
renunciar a todo lo que tenía para hacerle feliz. Eros no se merecía soportar
esa situación tan insostenible. Era justo que permitiese que Arthur fuese feliz
con Morgaine para que yo pudiese serlo con Eros. Había vivido con Arthur
momentos inolvidables que nunca perderían su beldad ni su luz; pero ya era tiempo
de dejar nuestra historia atrás, de entregársela al tiempo para que la
resguardase del olvido. A partir de esos instantes, la vida volvería a
estabilizarse para nosotros y se acabarían esos delirantes momentos en los que
me sentía inmensamente perdida. Sabía que podría volver a ser plenamente feliz
con Eros, tal como lo habíamos sido desde que nos conocimos. Era justo que le
entregase a él todo lo que yo era, que volviese a ser solamente suya.
Al pensar en todo lo que
habíamos vivido hasta entonces desde que Eros y yo nos habíamos conocido, mi
alma se llenó de un potente sentimiento que me hizo sonreír, que me impulsó a
volar raudamente hacia Muirgéin. Eros siempre me había amado con todo su
corazón. Yo siempre había sido para él la única mujer que había querido con
plena sinceridad. Eros nunca había amado antes de conocerme a mí, al contrario
de lo que había ocurrido con Arthur. Para Eros yo era la vida que él nunca
había sabido apreciar, era el camino que siempre había deseado recorrer, era la
mitad de su ser, esa mitad que se escondía en sus pensamientos más románticos y
sensibles. Estaba segura de que Eros siempre había sido completamente sincero
conmigo. Nunca me había ocultado otros sentimientos que pudiesen turbar la
belleza de nuestra vida. Además, cuando me había revelado su vida humana hacía
unos pocos meses, había notado que su interior había estado vacío hasta que él
me había conocido a mí. Eros tenía un pasado oscuro tras de sí que yo había
sabido impregnar de luz.
Todos esos pensamientos me
hinchieron de felicidad. Además, los alimentaba recordar lo valiente que él
había sido cuando nos había ofrecido a Arthur y a mí la posibilidad de vivir
nuestra historia de amor. Ningún amante habría sido capaz de hacer algo así. El
amor que Eros me profesaba iba mucho más allá de nuestro presente e incluso de
esta vida terrenal en la que todos tenemos que existir. Eros me había
demostrado que me quería con una locura sanísima como nunca nadie lo había
hecho antes. Para mí era muy importante que hubiese sido capaz de sobrevivir
sabiendo que yo compartía mis besos y mis abrazos con otro hombre, y no con un
hombre cualquiera, sino con un hombre que yo había amado con toda mi alma. Eros
se había arriesgado a que yo dejase de amarlo como lo amaba desde que nos
conocimos solamente para que yo fuese feliz y no tuviese que escoger a ninguno
de los dos.
—
Eres un ángel, Eros. Eres mucho más que eso —me dije mientras ya
corría por el bosque de Muirgéin.
Hasta entonces no había sido
plenamente consciente de lo que significaba la actitud de Eros. Él se había
arriesgado a perderme solamente para que yo no sufriese. Sabía perfectamente que
Eros no podía vivir sin mí, que yo era el hogar donde su alma deseaba habitar,
que yo era la vida para él, el sentido de la palabra existencia... Nunca podría
ser feliz con nadie más, y yo lo sabía. Por eso lo que él había sido capaz de
hacer por mí tenía tanto valor.
Sentí ganas de llorar cuando
aquellos tiernos pensamientos invadieron mi mente. Aquellos pensamientos fueron
los que también me ayudaron a correr más veloz a través del bosque hasta llegar
al fin a nuestro hogar; un hogar que sin embargo abandonaríamos en cuanto nos
hubiésemos despedido dulcemente de Arthur, de Morgaine y de Muirgéin. Me
pregunté cuándo podría volver a ver a Arthur. Tal vez me alejaría de él para no
regresar nunca más a su lado. Quizá él permanecería en Muirgéin hasta el fin de
la vida de Morgaine. Fuese como fuere, lo cierto es que era totalmente
consciente de que, cuando me marchase de Muirgéin, nunca más volvería a estar
junto a Arthur sintiéndome como me había sentido antes de que Morgaine apareciese.
Nuestra historia había quedado atrás para siempre, absoluta e irrevocablemente
atrás.
Sabía que había empezado una
nueva vida para todos, que Eros y yo habíamos recuperado la calma que había
teñido todos nuestros momentos hasta que Arthur regresó de la muerte. Podíamos
retornar a nuestra vida, a esa vida maravillosa, tranquila y apasionada en la
que llevábamos existiendo desde que... desde un tiempo que me creía incapaz de
contar.
Todos aquellos pensamientos me
anegaban el alma y me hacían tener la sensación de que en cualquier momento
todas mis emociones me harían explotar; pero lo único de lo que no dudaba era
que deseaba vivir junto a Eros todos esos momentos que la vida aún podía
entregarnos. Estaba cansada de sufrir, de pensar que la belleza de la vida
podía desvanecerse inevitable y repentinamente.
Cuando llegué a nuestro hogar,
oí que alguien caminaba por una de las estancias que lo componían. Sabía que se
trataba de Eros. Entré sigilosamente para no asustarlo. Vi que estaba mirando
fijamente cómo la lluvia caía, ya más tranquilamente, sobre los árboles,
volviendo doradas sus ramas, creando pequeños lagos cristalinos entre las
raíces, refrescando las flores. Estaba segura de que aquel paisaje lo tenía tan
arrobado que no podría apercibirse de que yo acababa de adentrarme en aquella
antigua casa de piedra.
Me senté a su lado, intentando
no sobresaltarlo, esperando que fuese él quien se voltease y me mirase a los
ojos. Aquel instante no tardó en llegar. En cuanto se hundió en mi mirada, el
temor que había emanado de sus ojos desde que habíamos llegado a Muirgéin se
convirtió repentinamente en una felicidad brillante que nos envolvió a los dos
como si de un manto de terciopelo plateado se tratase. No nos dijimos nada,
pues nuestros ojos ya nos lo confesaban todo, ya revelaban todos los
sentimientos que nos anegaban el alma. Yo le sonreí con mucha calma, tratando
de desvelarle lo feliz que estaba por poder compartir con él aquel momento tan
bello y sereno.
Entonces Eros se alzó de la
silla que ocupaba y se aproximó a mí con el esbozo de una tierna sonrisa
dibujado en sus labios. Me tomó de las manos con mucha delicadeza mientras con
los ojos me pedía que lo acompañase a otro lugar. Yo lo obedecí sin oponerme,
en silencio, sintiendo latir por dentro de mí una sensación que hacía mucho
tiempo que no experimentaba.
Eros me condujo a la alcoba en
la que llevábamos durmiendo desde que llegamos a Muirgéin. Se tendió conmigo entre
sus brazos en aquel lecho tan cómodo y protector y entonces me abrazó con una
pasión que hacía mucho tiempo que no nos dominaba. Me sentí como si hiciese siglos
que no tañía su cuerpo, que no me hallaba tan deshecha entre sus brazos.
Empezamos a besarnos sin preguntarnos nada, sin pensar en nada. Sus besos me
encendieron al instante. Hacía muchas noches que no experimentaba tanta
felicidad con unos besos, que mi cuerpo no se llenaba tan súbitamente de
tibieza y deseo. No pude controlar mis manos, ni mis gestos, ni la pasión de
mis besos ni la desesperación de mis movimientos. Me abracé delirantemente a
Eros como si tuviese miedo al aire que nos rodeaba. Él me acogió en sus brazos
como si hasta entonces le hubiese faltado la vida. Nuestro entorno se había
convertido en un rincón íntimo y pequeño donde solamente cabíamos nosotros, un
rincón impregnado de amor que únicamente podía existir para nosotros.
No me percaté de en qué momento
ocurrió, pero de repente me hallé totalmente desnuda entre sus brazos,
sintiendo su piel contra la mía. Su respiración se mezclaba con la mía,
volviéndose un único suspiro de vida, y sus brazos se habían tornado el templo
donde podía reencontrarme con la parte más íntima de mi ser. Lo besaba como si
nunca lo hubiese hecho antes, como si me encontrase en aquellos años en los que
tanto deseaba su cuerpo sin poder tenerlo. Tañí sus brazos, su espalda, sus
cabellos y su cuello como si no pudiese creerme que me hallaba entre sus
brazos. Lo acaricié como si mis manos se hubiesen enloquecido. No podía evitar
que de mis labios se escapasen suspiros hondos y llenos de deseo al sentir la
suave textura de su piel, la fortaleza de sus miembros, la pasión que se
desprendía de sus labios, de sus dedos...
De repente noté que me había
quedado sin materia, que mi cuerpo se había diluido en el de Eros, que mi piel
se deshacía para poder mezclarse irrevocablemente con la suya. Su respiración y
la mía eran el único lenguaje que podía comunicarnos en esos instantes. Nos
besábamos con tanta desesperación que no podíamos evitar estremecernos
hondamente. Notar cómo sus dedos me acariciaban por los rincones más íntimos de
mi cuerpo me producía una sensación casi insoportable que mezclaba felicidad,
emoción y un deseo que no cabía dentro de mí.
Ni siquiera podía decir su
nombre, aunque anhelase hacerlo con una fuerza indomable, porque mi voz también
se había deshecho. Me acordé, vagamente, de la primera vez que habíamos estado
tan juntos, hacía ya tantos y tantos años, y de repente me sobrevino una
inmensa sensación de pequeñez. Me pregunté cómo era posible que me sintiese
como en aquella delirante noche en la que me había entregado a él olvidando
todo lo que yo era, todo lo que podía ser.
Desde que había estado tan unida
a Arthur hacía unas noches, creía que nunca podría entregarme a alguien de esa
forma, pero entonces, en esos momentos en los que mi ser se había convertido en
la continuación del cuerpo de Eros, supe que había estado muy equivocada, que
necesitaba alejarme de lo que sentía por Arthur para poder entregarle a mi Eros
todo lo que yo podía ser para él.
Eros no dejaba de estremecerse
bajo mis manos, entre mis brazos. Cuando empezamos a fundirnos, a volvernos un
solo ser, percibí que la lluvia se silenciaba, que la naturaleza desaparecía y
que comenzábamos a ascender por un cielo lleno de luz y calor. Me reí tiernamente
al advertir que mi piel se había templado exquisitamente. Aquella sensación de
tibieza me desesperaba, me encendía mucho más. Sentir cómo su cuerpo y el mío
devenían en un solo suspiro de vida era una sensación tan potente que no podía
controlar ni mis movimientos ni mi voz. Era como si nunca hubiésemos estado
juntos, como si llevásemos deseándonos durante siglos, y jamás hubiésemos
podido cumplir aquellos anhelos tan lujuriosos.
La desesperación más indomable e
intensa se había apoderado de nuestro cuerpo, de nuestra voz y de nuestra
respiración; nos invadía de tal modo que no podíamos dominar la lujuria de
nuestros movimientos, la pasión de nuestros besos y la fuerza de nuestros
abrazos.
Todo terminó cuando me había
olvidado de la existencia del tiempo y de la naturaleza. Cuando supe que
aquellas intensísimas sensaciones que nos invadían tan irrevocablemente irían
desvaneciéndose lentamente, me percaté de que nos hallábamos íntimamente
abrazados, tan abrazados que me pregunté si sería posible separarnos. Eros
estaba apoyado en mi pecho y respiraba cada vez más serenamente. Su respiración
me hacía cosquillas en el cuello y pude notar que de sus ojos emanaba una
inmensísima sensación de bienestar que me hizo creer que el dolor había
desaparecido para siempre. Y tal vez fuese así...
Entonces perdí los dedos por sus
nocturnos cabellos, le acaricié muy suavemente la cabeza, disfrutando ambos con
ternura de ese instante tan nuestro en el que poco a poco íbamos regresando a
la vida, en el que íbamos recuperando la parte tangible de nuestro ser y nos
sentíamos cada vez más nítidamente ya en el mundo, en ese mundo tan anegado en
contradicciones y sensaciones opuestas. En esos momentos lo único que palpitaba
por dentro de mí era una emoción muy brillante que mezclaba la felicidad más
interminable y la conformidad más absoluta. Me sentía como si hubiese
descendido del cielo más luminoso y cálido de la vida, como si hubiese renacido
de la muerte más gélida y me hubiese adentrado en un paraíso eterno donde era
imposible experimentar tristeza o sufrimiento. Y ese paraíso era el alma de
Eros, con la que me había fundido irreversiblemente.
—
Te quiero, Eros —le dije con mucho amor mientras dejaba caer entre sus
cabellos unos besos tiernísimos y muy amorosos—. Te quiero mucho más que nunca.
Te amo, vida mía.
—
Shiny —suspiró él alzando la cabeza y mirándome a los ojos—, gracias,
Sinéad, gracias, amor mío. Gracias por devolverme la vida.
—
Eros... perdóname...
—
Shiny, no te inquietes por nada. No es necesario que me pidas perdón.
Lo que acabamos de vivir es tan intenso que... que me hace olvidar todo lo que
ha acaecido entre nosotros...
—
Todo volverá a ser como antes, amor mío, te lo prometo. He aprendido
muchísimo de esta experiencia, te lo aseguro, sobre todo he aprendido a
quererte mucho más. Me ha servido para darme cuenta de que te quiero como a
nada en el mundo. No me importa nada si estoy contigo. Te amo, cariño —le
confesé abrazándolo mucho más tierna y fuertemente—. Quiero estar contigo, siempre,
siempre, hasta el fin de los días de la Tierra.
—
Yo también, Sinéad. Gracias. Creía que este momento no iba a llegar
nunca. Te amo... —me susurró sobre mis labios antes de empezar a besarme con
una pasión que volvió a estremecernos muy tiernamente
—
Quiero que regresemos a nuestra vida, Eros, y que dejemos este
doloroso trance atrás.
—
Sí, yo también quiero que volvamos a nuestro hogar. Creo que ya hemos
pasado demasiado tiempo aquí.
—
Y tenemos que... tenemos que preparar muchas cosas —me reí tiernamente
revolviendo sus nocturnos cabellos.
—
Nuestra boda... —musitó sobrecogido—. Pensé que nunca llegaría, que ya
no querías casarte conmigo.
—
Por supuesto que quiero, vida mía —le dije sonriéndole con amor.
Eros agachó los ojos, emocionado
y levemente sobrecogido. Su reacción me sorprendió, pero no le pregunté nada.
Permanecí abrazada a él, disfrutando de ese instante, del sonido que nos
rodeaba y que se mezclaba con la voz de la lluvia, del lejano eco de los truenos,
de la leve luz que se colaba por la puerta entreabierta de nuestra alcoba.
Creí que la noche transcurriría
hasta convertirse en amanecer sin que ninguno de los dos hubiese roto aquel
cómodo silencio, pero de pronto Eros alzó la cabeza y me miró profundamente a
los ojos. Me hundí en su mirada como si desease que él me protegiese en su alma
del mundo que nos rodeaba. Entonces Eros me preguntó con mucha suavidad y
cariño:
—
¿Cuándo quieres que nos marchemos de aquí?
—
Me gustaría hablar un poco más con Morgaine y también que nos mostrase
su magia —le contesté sobrecogida—; pero no me atrevo a mirar a Arthur ni a
hablar con él. Algo se ha quebrado por dentro de mí... No creo que podamos...
que podamos seguir siendo amigos. Lo siento mucho —me disculpé con pena—. Sé
que nuestra amistad se quebrará por culpa mía; pero prefiero apartarme para
siempre de él.
—
Lo deseas porque todavía lo amas, ¿verdad?
—
No, no es eso. Prefiero amarte únicamente a ti y convencerme de que mi
relación con Arthur ha quedado definitivamente atrás. Simplemente, me duele
verlo porque, cuando lo miro, me siento como si todo nuestro pasado perdiese
sentido. No quiero aceptar la nueva apariencia de nuestra historia, esa que ha
nacido con la aparición de Morgaine... Jamás creí que conocer el pasado de
Arthur trajese estas consecuencias tan... extrañas; pero al mismo tiempo
agradezco que este triángulo amoroso tan incómodo se haya solucionado. No
podíamos permanecer así eternamente.
—
Eso es cierto.
—
Pero no quiero verlo, Eros. No creo que pueda soportar mirarlo a los
ojos sabiendo que me mintió de ese modo, sabiendo que yo no fui la única mujer
que él amó y que hubo otra antes que yo a la que también amó con locura y a la
que quiso encontrar en mí —le confesé intentando no llorar.
—
Lo entiendo, cariño. No, no llores... Todo va a ir bien entre
nosotros, ya verás. A partir de ahora todo será más fácil... No, mi Shiny, no
llores, amor mío —me pidió mientras me acariciaba las mejillas, retirándome con
sus dulces dedos las lágrimas que brotaban de mi triste mirada.
—
Lo siento mucho, Eros. Creo que me costará acostumbrarme a esto. No
puedo aceptar algo tan... tan grande —hipé experimentando un dolor
inconsolable—. Perdóname. Estábamos tan bien y ahora me siento tan mal... No
quiero estar tan inestable...
—
No te preocupes, vida mía. Es comprensible que te sientas así.
—
Quisiera que todo cambiase, que no existiese este dolor tan triste,
que pudiese aceptar el pasado de Arthur sin sentirme tan inmensamente
desvalida... Gracias por estar a mi lado. Si no estuvieses conmigo, me
derrumbaría... pero al mismo tiempo pienso que no me merezco tu amor, Eros...
—
No digas tonterías, Sinéad. Tú te mereces que te amen con plena
sinceridad, y yo te amo con toda la sinceridad existente en el mundo, nunca lo
dudes, cariño mío. Arthur también te ha amado y estoy seguro de que todavía te
profesa un amor indomable. No debes pensar que todo ha desaparecido porque
Morgaine haya regresado a su vida. Cálmate, Sinéad...
—
Lo siento... Será mejor que salga de aquí y...
—
Está lloviendo mucho, Sinéad.
—
No te preocupes por mí. Además, necesito estar sola para pensar. No
temas por nada... y quiero despedirme profundamente de Muirgéin. No creo que
regrese a esta isla nunca más.
—
De acuerdo, Shiny. Te espero aquí. Yo no creo que vuelva a salir. No
soporto que llueva tanto —se rió avergonzado.
—
Nunca te ha gustado caminar bajo la lluvia —me reí con él. Me
sorprendió que pudiese hacerlo después de haber llorado tan hondamente.
Cuando la lluvia me envolvió, me
pareció que el suelo se deshacía bajo mis pies y que yo me convertía en una
gota de lluvia más que ascendía hacia el cielo en vez de dirigirse hacia la
tierra para esconderse entre sus piedras. Me sentí vaporosa... y sobre todo
percibí que la tenue luz de las estrellas, las que se escondían tras aquellas
espesas nubes, me enviaba su fuerza a través del tiempo y de la distancia,
colándose por entre las gotas de lluvia que caían con vigor de ese firmamento
eternamente nublado. Estuve a punto de emocionarme cuando me noté tan conectada
con el espíritu de la lluvia. Entonces, sin pensar en nada, intentando no
recordar ni sentir, empecé a correr a través de los árboles, queriendo alejarme
con mis veloces pasos de ese pasado que tanto me había herido en el alma,
queriendo acercarme a la vez a un futuro que no estuviese compuesto de tristeza
ni de desconfianza.
Una vez más, la naturaleza, con
su fuerza, con su belleza y su amor, me curó levemente las heridas que tenía
hendidas en el alma. Sin darme cuenta, estaba sonriéndole a ese bosque tan
denso donde la lluvia creaba hogares húmedos que despedían fragancias
exquisitas. De repente me di cuenta de que estaba frente al declive que
conducía a la cueva donde Morgaine nos había explicado gran parte de su vida.
Me detuve silenciosamente y le presté a mi entorno una atención inquebrantable
y profunda. Entonces pude percibir la voz de Morgaine mezclándose con el
murmullo de las aguas que emanaban de lo más hondo de aquel recoveco tan
misterioso. Hablaba quedo, pero con decisión. Sus palabras me sobrecogieron a la
vez que me hicieron sentir inmensamente agradecida:
—
No es justo que me revelases delante de Sinéad que nunca me olvidaste.
Sí, yo también lo mencioné, pero tú tampoco actuaste bien con Sinéad cuando les
confesaste a Eros y a ella todo tu pasado. Me he dado cuenta de que Sinéad es
muy frágil, aunque su cuerpo esté lleno de fortaleza. Ella te quiere con
locura, aunque es verdad que también ama a Eros.
—
Que hayas reaparecido es lo mejor que podía pasarnos a todos,
Morgaine. Yo no soportaba más esta situación. Amo a Sinéad, pero creo que no la
amo tanto como para compartirla con otro hombre. Sinéad no lo sabe, pero cada
vez que sabía que Eros y ella estaban juntos me entristecía profundamente,
Morgaine. Yo estoy hecho para amar a una mujer que solamente me ame a mí.
—
Yo te amo solamente a ti, pero no puedo evitar sentirme culpable por
Sinéad. Le he cogido mucho cariño sin preverlo —le confesó con timidez.
—
Sinéad también ha empezado a quererte, aunque debes saber que ella se
marchará dentro de poco. Es comprensible que no quiera verme.
—
Vaya, cuánto lo lamento. Tenía la dulce sensación de que podíamos ser
muy buenas amigas...
—
Lo sé. Ambas sois... No importa —se interrumpió avergonzado.
—
Somos muy parecidas... ¿verdad?
—
Eso es. Ambas tenéis un corazón enorme que no cabe en vuestro ser,
sois sensibles y muy dulces; pero no quiero compararos. No deseo que pienses
que Sinéad tenía razones para creer que yo había intentado buscarte en ella...
No es verdad. Yo me enamoré de Sinéad porque sentí que su alma y la mía podían
conectarse mágicamente... no porque se pareciese a ti. Quizá ella y tú
respondáis a un prototipo de mujer; pero no creo que eso sea un delito.
—
Es posible, pero ya sabes cómo somos las mujeres. Si nos enteramos de
que un hombre ha amado a otra mujer antes que a nosotras... nuestro corazón se
llena de temor y de tristeza. Debes tener en cuenta que lo que has vivido con Sinéad
es muy bonito y mágico y ella no desea que la hermosura de vuestra historia se
desvanezca.
—
Yo tampoco quiero que se desvanezca; pero debe entender que cada
historia tiene su tiempo... Ahora... ahora entiendo por qué tenía que volver a
Muirgéin. Debía reencontrarme contigo —susurró suavemente. Me imaginé ´que
estaba abrazándola con mucha ternura.
—
Me gustaría hablar con Sinéad a solas y compartir con ella algunos
momentos antes de que se marche para siempre. Sé que se irá para no regresar.
—
Yo también lo sé. A mí también me gustaría despedirme bien de ella,
pero sé que no querrá ni mirarme. Y la verdad es que yo también prefiero que se
marche sin decirme nada.
—
Pero eso no es justo.
—
Las despedidas son horribles. Prefiero que no nos digamos adiós.
—
¿Y terminar así, sin más, Arthur? ¿Pretendes que os separéis para
siempre de una forma tan fría después de todo lo que habéis vivido? —le
preguntó extrañada y con la voz anegada en culpabilidad.
—
La muerte ya nos ha separado sin permitir que nos digamos adiós.
—
Pero ahora no es la muerte la que os separa. Es vuestro orgullo y un
dolor que no tenía por qué haber surgido nunca. Yo no debería haber aparecido.
—
Fui yo quien destruyó nuestra relación, Morgaine. Tú no tienes la
culpa de nada.
—
No me importa quién tenga la culpa. Lo único que deseo es que no te
separes de Sinéad sin decirle adiós. No se merece eso, Arthur.
—
Deseo que se vaya ya. No puedo mirarla a los ojos. Además, no tiene
sentido que siga aquí si no se siente bien. Prefiero que regrese a su hogar y
que retome la vida que llevaba antes de que yo volviese de la muerte.
—
¿No hay manera de que cambies de idea, verdad?
—
No, no la hay.
—
Está bien, Arthur. Haz lo que creas más conveniente para ti.
—
Necesito salir para alimentarme y para serenarme. Necesito pensar. Regresaré
mucho antes de que amanezca, no te preocupes.
—
Está bien, Arthur.
No me dio tiempo a separarme de
la entrada de aquella cueva tan mágica y misteriosa. Arthur me sorprendió justo
cuando trataba de voltearme para correr lejos de allí. Antes de que pudiese
decir nada, se acercó a mí y me tomó con fuerza del brazo. Supe que deseaba que
lo mirase a los ojos, pero yo no me atrevía a hacerlo y tampoco me apetecía
hundirme en una mirada que nunca podría estar llena de amor para mí. No
obstante, tampoco tenía fuerzas para distanciarme de ese instante. De pronto me
sentí como si la tierra estuviese aferrándome de las entrañas y como si el
cielo pudiese caer sobre mí si me movía.
—
Arthur, creo que no tiene sentido que hablemos ya —le dije con una voz
queda.
—
No quería despedirme de ti porque las despedidas me parecen
insoportablemente tristes, pero el destino ha querido que nos encontremos y que
al menos hablemos una vez más antes de distanciarnos para siempre.
—
No sé qué podemos decirnos ahora. Todo se ha terminado, Arthur. No
tiene sentido que remuevas el pasado. Solamente deseo que seas feliz con
Morgaine, que viváis todo lo que el mundo no os permitió vivir y que disfrutéis
de vuestro amor hasta el fin de vuestra vida. Nada más.
—
Yo también quiero que seas feliz, Sinéad, y que no me recuerdes con
rencor. No soportaría saber que me guardas rencor y que crees que nuestro amor
fue falso. Yo nunca te mentí, Sinéad. Te decía la verdad cuando te aseguraba
que jamás me había enamorado como lo hice de ti. Yo te amé con toda la
sinceridad que cabía en la Historia, Sinéad. Nunca fuiste menos de lo que te
confesaba... Sinéad, nuestro pasado es inmensamente hermoso. No lo enturbies
con sentimientos injustos.
—
No me acuses de enturbiar nada, Arthur. Sabes que yo no quiero desvanecer
la magia de nuestro pasado.
—
No discutamos ahora...
—
No quiero discutir contigo. Éstos son los últimos momentos que
compartimos. No creo que volvamos a vernos jamás.
—
No puedo soportar esa certeza. Es demasiado horrible, Sinéad.
—
Es la certeza que ahora mismo invade nuestra vida.
—
No...
—
Arthur, no tiene sentido que sigamos compartiendo nuestra vida. Tienes
que vivir plenamente con Morgaine todo lo que necesitáis vivir. Mi presencia lo
único que haría sería entorpecer vuestra felicidad.
—
No quiero que te vayas.
—
Eso no es cierto. He oído que le confesabas a Morgaine que estabas
deseando que me marchase.
—
No lo decía por mí, sino por ti.
—
No importa...
—
Morgaine quiere conversar contigo.
—
Está bien. Podemos hablar antes de que me vaya...
—
Yo iré a alimentarme. No creo que estés cuando regrese... Adiós,
Sinéad. He sido muy feliz contigo...
—
Yo también —le contesté con una voz quebrada. Aquellas ganas de llorar
tan intensas que llevaban atacándome desde que conocí el pasado de Arthur
regresaron a mí y me presionaron vilmente el pecho y la cabeza—. Cuídate mucho,
y sé muy feliz.
No nos dijimos nada más. Arthur
entornó los ojos y se separó de mí sonriéndome levemente. Me quedé paralizada
en medio de los árboles, con la entrada de la cueva enfrente de mí. De su
oscuro interior emanaba una fuerza que me empequeñecía. Era como si la soledad
que moraba en aquel mágico rincón se hubiese instalado en mi corazón y
estuviese deshaciendo todos los sentimientos cálidos que podía experimentar.
De repente me percaté de que
estaba sollozando hondamente. De mis ojos brotaban unas lágrimas espesas que
helaban todo mi ser al resbalar por mis mejillas. Me retiré de aquel lugar
antes de que los árboles presenciasen una vez más mi derrota y empecé a correr
hasta que ya no sentí el suelo bajo mis pies. Me lancé hacia las estrellas sin
pensar en nada, solamente experimentando la potente necesidad de alejarme
cuanto antes de aquella isla donde la tristeza se materializaba en la lluvia,
en el color de los árboles, en las plantas, en las nubes que cubrían el
firmamento. Quería irme de allí. La necesidad de distanciarme para siempre de
Muirgéin se había convertido en una sensación física que me presionaba el alma.
La lluvia me envolvió como si de
un espeso manto de terciopelo se tratase. Me sentí helada. Empecé a temblar extraña
y brutalmente, pero no me importó. Seguí volando hasta notar que Muirgéin ya
quedaba muy lejos de mí. No me pregunté nada, ni siquiera captaba el lugar que
sobrevolaba; mas, de pronto, percibí que el mar se había convertido en una
rocosa orilla donde las olas gritaban entre cuevas antiquísimas y vacías. Me
detuve sobre aquel inmenso acantilado observando cómo el agua se colaba en
aquellos huecos profundos donde la voz de las olas resonaba con una fuerza que
hacía temblar el cielo.
Me senté sobre una roca allanada
y miré a mi alrededor. La inmensidad del mar parecía el reflejo del cielo. La
noche también reinaba en aquellas poderosas aguas y la lluvia caía con
violencia, mezclándose con las olas, deviniendo ecos sublimes la voz de la
naturaleza. Apenas se oía nada en aquel lugar. Solamente podía detectar el
lejano canto de algún ave nocturna, el remoto temblor del trueno y el sonido de
la lluvia al caer contra las rocas.
Extrañamente, dejó de llover en
aquel lugar; lo cual me aturdió levemente. Me sentía desconcertada. Ni siquiera sabía dónde estaba. Incluso me
pregunté si me hallaba en el mundo que me había visto nacer, crecer y sufrir.
Aquel acantilado tan imponente parecía formar parte de otra dimensión, de otra
tierra, de otro universo. No obstante, de repente noté que algo se movía tras
de mí. En un primer momento creí que se trataba del viento, pero enseguida advertí
que aquella presencia era casi tangible.
Con curiosidad, miedo e inseguridad,
me di lentamente la vuelta, temiendo encontrarme de pronto con alguna presencia
que no podría entender; mas me tranquilicé al instante cuando me percaté de que
quien había intentado llamar mi atención había sido Morgaine. Estaba sentada
sobre aquellas áridas rocas. El viento mecía con fuerza sus cabellos y la
envolvía como si ella formase parte de la misma noche. Parecía una estrella
caída directamente del firmamento. Brillaba sutilmente y me miraba con
culpabilidad y felicidad a la vez. Yo le sonreí para indicarle que no me
molestaba hallarme junto a ella. Cuando me vio sonreír, ella también me sonrió
y por unos largos momentos me pregunté si en realidad haría bien marchándome de
Muirgéin. Tenía la hermosa sensación de que Morgaine y yo podríamos ser muy
buenas amigas. No obstante, no podía vivir en un lugar donde continuamente
pudiese reencontrarme con los ojos de Arthur. No soportaba saber que su mirada
y la mía podían cruzarse en medio de la noche.
—
Hola, Sinéad —me saludó de pronto. Su suave y mágica voz me extrajo
súbitamente de mis confusos pensamientos; lo cual agradecí profundamente—.
Espero que no te haya molestado que te siguiese. Necesitaba hablar contigo
antes de que te marchases.
—
No me ha molestado. A mí también me apetece que conversemos un poco.
Me siento culpable por desear irme de Muirgéin; pero... creo que será lo mejor
para todos.
—
Sí, es lo mejor para ti y para Arthur; pero no para mí. Sinéad,
necesito que estés a mi lado. Noté que tu alma y la mía podían entenderse y
conectarse... Fuiste muy delicada conmigo cuando me encontraste. Tenía miedo,
pero tus ojos me tranquilizaron enseguida. Eres mágica, lo sé. Por eso me
gustaría que fuésemos como hermanas... pero acepto que quieras irte. Te
entiendo. Yo también me marcharía si estuviese en tu situación.
—
Perdóname. A mí también me gustaría que fuésemos amigas...
—
No te preocupes ahora por eso, Sinéad. Disfrutemos juntas de esta
noche —me sonrió con dulzura mientras se alzaba del suelo—. La isla en la que
nos encontramos también es mágica. Nadie ha vivido aquí jamás. Me gustaría
mostrarte sus lugares más preciosos y también todo lo que mi magia me permite
hacer. También me gustaría conocer tu propia magia...
—
Mi magia no puede ser explicada con palabras.
—
La magia no hay que explicarla con palabras, Sinéad. Es como intentar
describir la faz de la parte divina de la vida —me comunicó mientras
caminábamos sobre aquellas rocas punzantes e imponentes—. Sabes volar: eso te
permitirá conocer los rincones más maravillosos de esta isla. Es difícil caminar
por aquí. El suelo está lleno de piedras punzantes que pueden hacernos daño. Es
preferible vagar por estos lares usando la mágica facultad de volar o de
deslizarse por el aire. Sabes levitar, supongo. —Yo le asentí levemente con la
cabeza—. Bien, tendremos que desplazarnos de ese modo. Espero que no te
importe.
—
¿Importarme? —me reí extrañada—. Por supuesto que no me importa.
Morgaine me sonrió y entonces,
inesperadamente, me tomó con fuerza de la mano y empezó a deslizarse velozmente
sobre aquellas punzantes y ariscas rocas. El mar seguía rugiendo allí a lo
lejos, bajo el oscuro firmamento de la noche. Me parecía como si las olas
protestasen, como si la potencia de la tierra se escondiese en aquellas cuevas
horadadas por el agua y el viento. Aquel sonido tan grave y profundo me hacía
sentir escalofríos gélidos que se repartían por todo mi cuerpo y me sobrecogían
hondamente.
Aquellas rocas tan áridas y a la
vez allanadas por la fuerza del viento parecían ser la cumbre del mundo. Se
unían formando una montaña de difícil ascenso cuya cima se escondía entre las
espesas nubes que cubrían el cielo. Al observar el firmamento que nos rodeaba,
tenía la sensación de que, si alargaba las manos, podía tañer la luz de las
estrellas. Morgaine caminaba en calma a mi lado, sumida en un silencio que me
revelaba a gritos que ella experimentaba exactamente las mismas emociones que
yo. Quise decirle algo, pero no encontré las palabras adecuadas que pudiesen
describir ese momento.
De pronto, cuando creí que
lentamente iríamos ascendiendo hacia el fin del Universo, Morgaine se detuvo
lentamente y me miró con respeto. Entonces me percaté de que justo enfrente de
nosotras se alargaba en el espacio, hacia el férreo horizonte de la noche, un
profundísimo abismo que parecía no tener fin. Me sobrecogí irrevocablemente
cuando la oscura imagen de aquel vacío se adentró en mi cuerpo, haciendo
temblar de súbito toda mi alma. Lancé un silencioso suspiro de admiración
cuando perdí los ojos por aquella inmensidad tan gélida y húmeda. El mar se
volvía una espuma reluciente cuando se chocaba contra las rocas que creaban el
suelo de aquella misteriosa isla. Su movimiento hacía temblar las piedras,
inundaba toda la extensión eterna de esa noche sin estrellas.
Creí que la Tierra entera se
había convertido en vacío y que aquellas rocas eran el último rescoldo de vida
que quedaba en la Historia. Me sentí de pronto tan sola que no pude evitar
presionar con fuerza la mano de Morgaine. Entonces ella, con una voz suave y
aterciopelada, me comunicó solemnemente:
—
Quiero mostrarte una pequeña parte de mi magia. No tengas miedo. No te
sucederá nada malo.
Yo no pude contestarle. Estaba
tan sobrecogida que creí que había olvidado todas las palabras de todos los
lenguajes de la Historia. Ni siquiera pude protestar cuando noté que Morgaine
me soltaba la mano y se deslizaba suavemente hacia el borde del abismo. Me
quedé paralizada cuando me percaté de que estaba suspendida en el aire, con los
brazos extendidos hacia el horizonte, con las manos abiertas como si sostuviese
el cielo de la noche. Había cerrado los ojos y una mueca de concentración había
invadido todo su rostro. Parecía como si se hubiese despegado de la vida, de la
muerte y del espacio.
Oí que susurraba unas palabras
confusas y silenciosas que no logré entender. Aquellas palabras me sobrecogieron
mucho más, pero no tuve miedo. Sabía que Morgaine nunca me haría daño.
Entonces, de súbito, noté que el tenue viento que nos rodeaba empezaba a
intensificarse lentamente hasta convertirse en una brisa casi agresiva que
removió las oscuras aguas que formaban el fin de aquel inmenso abismo. El mar
se agitaba violentamente y las olas se tornaban un remolino de espuma que
parecía protestar por la soledad que nos rodeaba. Me pareció también que el
suelo temblaba bajo nuestros pies y que el cielo podía caer sobre nosotras en
cualquier momento. Sin embargo, aquel furioso viento no me empujaba. Darme
cuenta de que aquel viento tan poderoso ni tan sólo mecía con delicadeza mis
cabellos me intimidó tanto que no pude evitar lanzar un suspiro de sorpresa y
de fascinación.
Nada me golpeaba, nada me
empujaba. Era como si el viento y yo nos hallásemos en dimensiones distintas.
Morgaine seguía con los ojos cerrados, pero ya no extendía las manos hacia el
horizonte, sino que se había agachado y las había conectado con la piedra que
creaba nuestro trémulo suelo. Seguía susurrando palabras que yo no podía oír,
tal vez porque estuviesen pronunciadas en un idioma que no había sido creado
para ser escuchado ni entendido. Mientras musitaba aquellas silenciosas
palabras, el viento que nos rodeaba, que había agitado violentamente las aguas,
iba tornándose, lentamente, en un remolino que se concentró sobre nosotras, que
devino un huracán que sopló con una fuerza indestructible. El sonido que nos
envolvió fue tan vigoroso que creí que jamás podría volver a oír la calmada voz
del silencio.
Hundí los ojos en el centro de
aquella vorágine que había turbado la serenidad de aquel impetuoso mar. Las
olas se colaban con fuerza en aquellas cuevas tan antiguas y apenas podía
percibirse ya la espuma que creaban al chocarse contra las rocas. Nuestro
entorno se había convertido en oscuridad, en vacío, en sonidos escalofriantes
que me estremecían brutalmente.
De repente, cuando creí que
aquel huracán también había devorado el tiempo, Morgaine se alzó del suelo y se
dirigió tranquilamente hacia mí. El viento seguía soplando con ímpetu a nuestro
alrededor, pero su fuerza fue disminuyendo lentamente hasta que sólo fue un
recuerdo. Morgaine me tendió la mano y yo se la tomé con paciencia y ternura,
todavía experimentando en mi interior esa sublimidad que tan pequeña me había
hecho sentir.
—
El viento no puede hacernos daño, ni siquiera puede rozarnos —me avisó
con una voz suave—. Puedo crear en torno a nosotras una red que puede
protegernos de todo: de la lluvia, del frío, del viento...
—
Es maravilloso —me reí todavía estremecida.
—
¿Y tú qué puedes hacer? Muéstrame algo, por favor —me pidió con
solemnidad e inocencia.
—
Yo puedo controlar la naturaleza —le contesté—. Puedo lograr que
llueva, que nieve, que haga viento...
—
Sí, el viento también lo he controlado yo, aunque creo que no usamos
la misma facultad para hacerlo. Yo he concentrado en nuestro entorno todo el
aire que nos envuelve para que nada pueda turbarnos. Esa red que nos protege
está hecha de ausencia, de la ausencia de todo lo que puede formar parte de
nuestro momento. Como ninguna de las dos necesitamos el aire para respirar, ni
siquiera has notado que te faltaba el aliento. Has seguido respirando
instintivamente, pero en tu cuerpo no estaba adentrándose ni una sola gotita de
oxígeno —me contó divertida.
—
Es magnífico.
—
Para bucear va muy bien. También es útil si no te apetece mojarte.
—
Es precioso...
—
Controla la lluvia enfrente de mí, por favor.
—
Sí... Me apetece mostrártelo. Hace mucho tiempo que no juego con el
espíritu de la naturaleza.
—
Qué inocentes suenan esas palabras —se rió tiernamente.
—
Sí, es cierto. Tengo que concentrarme mucho.
—
No importa. Imagina que estás sola...
No me costaba imaginarme que no
me rodeaba más que ese vacío que se extendía hasta el mar. Podía ver la
oscuridad del firmamento hundiéndose en las aguas. Podía sentir la húmeda
caricia del viento. Podía notar en mi piel la sal que impregnaba aquellas
antiguas y ariscas rocas.... No me costó conectarme con el espíritu de aquella
impetuosa y silenciosa naturaleza.
Cerré con delicadeza los ojos y
entonces noté que todo mi ser se llenaba de vida, de poder, de magia. Anegué mi
mente en el recuerdo del viento. Me imaginé el color de su soplar, la textura
de su aliento y la temperatura de su hálito. Al percibir que el vigor del
viento que nos rodeaba aumentaba, rememoré la potencia de la lluvia. Me imaginé
que el oscuro firmamento de la noche se cubría de unas nubes espesas y azuladas
que resguardaban la llegada de una torrencial tormenta.
Me estremecí de sublimidad y de
sorpresa cuando noté que del cielo emanaban unas gotas frías que humedecieron
mi rostro como si de unas gélidas lágrimas se tratase. Oí muy vagamente que
Morgaine lanzaba un suspiro de estupefacción y de solemnidad. No me atrevía a
mirarla, pues sabía que, si abría los ojos, el hechizo se desvanecería. Tenía
que esperar a que mi alma se hubiese fundido irrevocablemente con el espíritu
de la naturaleza y todavía captaba que había una parte de mi ser que se
resistía a hundirse en el vigor del viento y de la lluvia.
Mas aquello no tardó en ocurrir.
Conforme el tiempo transcurría, mi ser se conectaba más infinitamente con el
alma de los bosques, del mar, de las montañas, del tiempo incluso. Noté que mis
fuerzas empezaban a desvanecerse y que mi equilibrio temblaba. Me senté en el
suelo percibiendo cómo todo mi cuerpo se convertía en algo pesado, casi
insostenible. El cielo parecía querer apoyarse en mí, el espíritu de la
naturaleza se había adueñado de todos mis sentimientos, de mis pensamientos y
de mis recuerdos. No podía recordar, no podía pensar ni tampoco podía sentir
nada que no brotase de ese eterno y mágico momento.
Advertí que Morgaine también se
había sentado a mi lado y que me tomaba con delicadeza de la mano, como si no
quisiese despertarme de un profundo sueño. Sabía que ya podía mirarla a los ojos,
pero no me atrevía a hacerlo. No temía que aquella magia se deshiciese si abría
los ojos. Me daba miedo que Morgaine se adentrase en mi mirada. Era consciente
de que mis ojos resplandecerían de un modo muy insólito e incluso
incomprensible.
—
Eres infinitamente poderosa, Sinéad —me susurró sobrecogida—. No sé si
eres consciente de toda la magia que posees. No estás provocando que llueva y
que haga viento únicamente. Tienes en tus manos la fuerza del mar. Puedes
controlar las olas del mar —me advirtió emocionada—. Puedes crear olas inmensas...
Jamás había dominado la fuerza
del mar. Oír las palabras de Morgaine me produjo una sensación casi
insoportable. Cerré con más fuerza los ojos mientras me imaginaba que las olas
del mar se alzaban hacia el cielo como si quisiesen crear el lecho de las
estrellas. Entonces detecté un sonido mucho más vigoroso que la voz del trueno.
Algo rugió en las profundidades del mar... De lo más hondo de aquellas aguas,
brotó una fuerza que hizo de las olas incontroladas montañas propensas a
quebrarse en dos. Aquel estridente y grave sonido me estremeció tanto que por
un momento creí que me desvanecería. Estuve a punto de gritar y rogarle a la
naturaleza que se separase de mi alma, pero, antes de que pudiese hacerlo, la
fuerza de la vida chilló por dentro de mí, protestando ante mi temor.
—
Ya basta, Sinéad, por favor. Muirgéin corre peligro, Sinéad. Por
favor, detente.
—
No... no puedo.
—
¡Hazlo, por favor!
Las desesperadas palabras de
Morgaine me hicieron abrir de repente los ojos. Lo que percibí con mi alma y
con mi mirada me sobrecogió tanto que no pude evitar lanzar un tenue grito de
terror. Vi cómo el mar se había convertido en una batalla de olas poderosas que
intentaban cubrir las islas que reposaban serenas bajo el cielo de la noche.
Muirgéin resaltaba allí a lo lejos, mezclándose con la oscuridad del
firmamento. Grandes olas se alzaban hacia el cielo, anegando las islas,
escondiendo sus rocas, su orilla, sus árboles. Muirgéin aparecía y desaparecía
intermitentemente a la vez que el mar rugía con rabia e impotencia. Capté que,
por debajo de nosotras, las rocas que creaban la montaña donde nos hallábamos
se agrietaban, se deshacían para devenir cuevas hondísimas que podían tornarse
el hogar de las olas.
—
Sinéad, por favor...
Asustada, volví a cerrar los
ojos e intenté encerrar mi alma en un silencio que la protegiese de la fuerza
de la naturaleza. Casi con desesperación e impotencia, empecé a imaginarme un
prado en calma, también una playa adornada con la serenidad más luminosa y
silenciosa... y, lentamente, entonces, las olas fueron sosegándose. La potencia
del mar fue escondiéndose en las cuevas que mi impetuosa magia había horadado.
La noche fue recuperando su quietud y la fuerza del viento fue mermando hasta
tornarse una leve brisa que nos agitó con suavidad los cabellos.
Olía a humedad, a sal, incluso a
la vida que se desempeñaba bajo aquellas aguas que yo había vuelto las más
poderosas y peligrosas de la Tierra. En la soledad de aquella noche, solamente
podía oír el tenue rumor del agua y el canto de algunas aves que casi chillaban
desorientadas, creando ecos que se chocaban contra el vacío que nos rodeaba.
Entonces, abrí los ojos.
Me percaté de que Morgaine
estaba temblando brutalmente y que unas lágrimas inocentes brillaban en sus redondas
mejillas. Deseé abrazarla, pero entonces advertí que su terror emanaba de mi
magia, de esa magia con la que yo habría sido capaz de destruir Muirgéin si
ella no me hubiese pedido que me detuviese. Pensar en aquello me sobrecogió
tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Si Muirgéin
hubiese desaparecido, Morgaine habría muerto... y Arthur se quedaría tan solo
como lo estaba la noche que nos rodeaba.
—
Lo siento, Morgaine —le pedí con mucha timidez y sublimidad.
—
No te preocupes. Ya he podido comprobar cuán mágica puedes llegar a
ser; pero tu magia puede ser destructiva.
—
Yo no sabía que podía hacer algo así. Nunca he dominado la fuerza del
mar —le confesé sobrecogida.
—
Pues ya has descubierto que puedes hacerlo.
—
Perdóname...
—
No tengo nada que perdonarte. No lo has hecho queriendo... o eso
quiero creer. Lo cierto es que es muy sencillo que me destruyas. Si acabas con
la vida de Muirgéin, puedes hacerme desaparecer.
—
Pero es que yo no he querido destruir Muirgéin —protesté asustada.
—
Lo sé... aunque lo más convincente es que quieras deshacerte de mí
para poder estar de nuevo con Arthur.
—
¿Cómo? ¡Eso no es cierto! Yo deseo que Arthur y tú estéis juntos. ¿Por
qué piensas eso, Morgaine?
—
Porque no estoy acostumbrada a que me quieran de verdad. Pienso que,
si alguien me trata bien, es porque quiere matarme, es porque desea que me
vuelva confiada para... para destruirme. Ya me ha ocurrido muchas veces.
—
Yo no quiero destruirte. Por favor, no desconfíes de mí. Te aseguro
que yo no deseaba hacerle nada a Muirgéin.
—
Lo mejor será que os marchéis antes de que tu magia...
—
Mi magia no destruirá Muirgéin...
—
Eres peligrosamente poderosa, Sinéad. Yo nunca he sentido una magia
similar. Es una magia hermosa, pero también puede ser oscura. Hay algo oscuro
en ti, lo he notado. Ha emanado de ti una fuerza mucho más poderosa que la
muerte. Se ha cernido sobre ti una sombra muy espesa que ha deshecho la luz de
todas las estrellas. Lo siento... No quería asustarme tanto, pero...
—
Perdóname —susurré sobrecogida y entristecida.
—
Supongo que no es culpa tuya... Por favor, márchate. No quiero que
pienses que creo cosas injustas sobre ti.
No le contesté. Me sentía como
si el ser más mágico de la Historia me hubiese apuñalado en el alma. Me alcé de
donde estaba sentada y, sin decir nada, me lancé al abismo que me separaba del
mar. Morgaine gritó de horror cuando vio que el aire me envolvía, olvidando que
yo podía volar. Antes de que aquellas oscuras aguas me atrapasen, me elevé
hacia el firmamento y me alejé volando de ese rincón donde, por unos momentos,
había creído que mi magia hechizaría la vida, volviendo nítidos y brillantes
sus rincones más tenebrosos.