sábado, 3 de septiembre de 2016

LA VISITA - 10.. YA NO ES UN ADIÓS ETERNO

10


Ya no es un adiós eterno


En Lainaya el tiempo transcurría más rápido que en cualquier otra dimensión u otro mundo. A mí me parecía que los días eran como segundos que brillaban un instante para luego cubrirse de una densa oscuridad que, sin embargo, no acallaba el fulgor que se desprendía de esos bosques mágicos. Dormíamos por el día, durante las pocas horas que duraba la luz otoñal en el cielo, y después nos reuníamos con las demás hadas para seguir celebrando el regreso de Brisa. Estábamos todos tan felices que nos olvidamos de que Arthur y yo no pertenecíamos a esa tierra y que dentro de poco deberíamos regresar a nuestro hogar.
Aquel momento llegó cuando yo creí que me había librado de tornar a aquel mundo tan invadido de destrucción. Un atardecer me desperté sabiendo que me encontraría con esa realidad de la que tanto había querido huir; la que me revelaba que mi tiempo en Lainaya se había acabado. No obstante, en el fondo de mi corazón susurraba una voz que me avisaba de que esta vez no me marcharía de Lainaya para siempre. Sabía que podría volver cuando realmente lo desease y siempre que mi presencia fuese totalmente necesaria para restablecer la paz y la armonía en aquel mundo tan mágico en el que la luz de la magia y de la inocencia nunca se desvanecería. 
Así pues, salí del lugar donde dormía (una alcoba preciosa hallada en el palacio de Brisita) y me encaminé hacia el exterior sintiendo que, al marcharme de ese hogar, estaba abandonando un gran pedacito de mí en cada uno de sus rincones. Además, me sentía sedienta, puesto que en Lainaya me costaba mucho alimentarme. Era Ugvia quien me ayudaba a adquirir, en absoluto secreto, la sangre que podía mantenerme más o menos serena mientras no regresase a mi hogar. 
El cielo estaba teñido de un color plomizo que anunciaba la llegada de una intensa y poderosa tormenta. Soplaba con fuerza el viento, moviendo violentamente las ramas de los árboles caducos, arrebatándoles así las hojas que pendían débilmente del lugar donde habían nacido. El suelo estaba cubierto de hojas secas que morían al atardecer y, sobre las montañas, ya se adivinaba la lluvia. Una cortina gruesa de lluvia apocaba el matiz de las cumbres verdosas y se oía cómo las aguas del río vociferaban agradeciendo que la lluvia acreciese su caudal. 
Aquel ambiente tan sombrío y húmedo me hizo sentir escalofríos. Me sobrecogí cuando me imaginé volando a través de aquellas densas nubes, mojada por la lluvia y amenazada por los relámpagos y los truenos. Entonces me acordé de Arthur y me pregunté dónde se hallaría, si él ya habría recibido el triste y melancólico estado en el que la naturaleza se hallaba sumergida. 
Justo entonces noté que alguien se hallaba tras de mí, aguardando que me voltease y lo mirase. Supe al instante que era Arthur quien esperaba mi atención. No tardé en ofrecérsela y entonces nos miramos profundamente a los ojos, siendo así los únicos habitantes de ese instante preciso en el que el cielo llora su primera lágrima. Comenzó a llover muchísimo, con tanta fuerza que nos hallamos en la obligación de correr bajo las ramas de los árboles hacia algún lugar en el que pudiésemos protegernos. Aunque aquella situación fuese delirante, no pudimos evitar que la risa se apoderase de nosotros. Empezamos a reírnos como niños mientras huíamos de la lluvia y el cielo se iluminaba sobre nosotros. Sobrecogidos por la potente voz del trueno, corríamos como si no quedase en el mundo ningún lugar protector.
Sin darnos cuenta, nos introdujimos en una cueva en la que la voz de la lluvia resonaba con una intensidad ensordecedora. Entonces nos sentamos en el suelo, extrañamente agotados tras la lucha contra el ímpetu de la lluvia. Arthur todavía se reía cuando yo exclamé:
Hacía mucho tiempo que la lluvia no me mojaba de esta manera!
En Muirgéin era muy habitual que lloviese así –me comunicó él con calma…. Estás totalmente empapada. Déjame que busque algunas ramas secas para encender una lumbre que nos temple.
No importa, Arthur. No me molesta que la lluvia nos haya empapado –me reí mientras me acercaba más a él–. No quiero que te vayas a ninguna parte. No sé si eres consciente de que nos queda muy poco tiempo para estar en Lainaya. Dentro de poco tendremos que regresar a nuestro mundo y realmente no quiero que ese momento llegue. 
Yo tampoco –susurró él retirándome la mirada–. Sin embargo, no deseo que llegue porque no quiera irme de Lainaya, sino porque sé que, cuando regresemos a la Tierra, tendré que separarme de ti. No sé adónde iré, pero soy consciente de que mi lugar no está a tu vera.
¿Por qué no, Arthur? Si quieres que te sea sincera, yo tampoco sé adónde iré. No puedo ser feliz en ningún lugar.
Eso no es verdad, querida Sinéad. Conoces perfectamente cuál es el único lugar de la Tierra en el que puedes ser realmente feliz.
Sí, pero Tsolen no quiere vivir en Lacnisha.
¿No crees que eso es solamente un problema suyo?
Se supone que todavía estamos juntos y…
No te agobies ahora por eso. Disfrutemos del sonido de esta preciosa tormenta. La voz del trueno resuena con mucha más potencia en esta cueva de piedra. 
Junto a Arthur, ningún lugar era aterrador, ningún sonido era sobrecogedor y cualquier paisaje devenía el más hermoso de la Historia si estaba a su lado, si podía hundirme en sus otoñales ojos. Fue en esos momentos, vividos en el interior de una cueva ancestral, oyendo la voz de aquella vigorosa tormenta, cuando  descubrí que todavía estaba profundamente enamorada de él; de su apariencia otoñal y melancólica, del tono suave y aterciopelado de su voz varonil, de sus cariñosas y nostálgicas sonrisas, de su forma de expresarse y de moverse, de su presencia, de su historia, de su noble y gentil corazón. Saber que todavía lo amaba me destruía y me hacía ser consciente de que jamás podría ser feliz si no retornábamos juntos a aquella historia que quedó pendiendo del sufrimiento y del tiempo; pero también sabía que mi destino no corría a su lado, sino junto a Tsolen, quien todavía me esperaba al otro lado del espacio, paciente y comprensivo. No era justo que lo abandonase de nuevo por Arthur. Todas las veces que Arthur y yo intentamos retomar nuestra relación amorosa, ambos habíamos padecido lo indecible y no quería romperle el corazón de nuevo a aquel hombre que estaba tan locamente enamorado de mí. 
Mas me costaba soportar la certeza de que cuando nos marchásemos de Lainaya ambos partiríamos hacia destinos distintos. Posiblemente no volviésemos a vernos hasta que transcurriesen los años, hasta que una nueva aventura nos uniese forzadamente. Aquella realidad me destrozaba el corazón y me hacía sentir desvalida, apenas sin ánimos ni fuerzas para seguir enfrentándome a mi vida, a mi presente. 
Entonces rememoré  todo lo que me había acaecido antes de adentrarme una vez más en Lainaya. Recordé las palabras que me habían dedicado aquellas mujeres con las que había compartido tan bellos momentos apenas sin conocerlas. Aquellos recuerdos me entregaron unas repentinas ganas de vivir, de seguir enfrentándome a mi presente para llenar de hermosura cada instante. Era cierto que había perdido a muchísimos seres queridos y muchos lugares amados a lo largo de mi extensa existencia; pero, en vez de lamentarme por lo que se había marchado de mi lado, debía apreciar lo que todavía quedaba en mí, a mi vera, en mi vida. Leonard, Tsolen, Stella, Scarlya e incluso Arthur, aunque no pudiésemos estar juntos como tanto deseábamos, seguían viviendo, respirando en mi mundo. Aquélla era una razón que debía impulsarme a vivir, a abrir los ojos todos los atardeceres agradeciéndole a la vida que todavía me permitiese disfrutar de ellos, de su bondadoso corazón y de su sensible alma. 
Arthur, aunque no podamos estar juntos, tengo la inmensa seguridad de que tarde o temprano nos reencontraremos en otra aventura. Tú eres el único compañero que puedo tener en estos momentos, el único que puede acompañarme a otro mundo, porque tú eres tan mágico como yo. Tu alma está tan llena de luz como puede estarlo la mía si la tristeza me permite sonreír luminosamente. Tsolen me ama con locura y yo también lo quiero, pero él pertenece más a ese mundo que tanto puede herirnos. Es contigo con quien puedo viajar a otras realidades porque tú crees mucho más en la magia. Eso no significa que no ame a Tsolen. Simplemente la vida me demuestra que no podemos compartirlo todo con el ser amado. Yo te amo como no puedo amar a nadie, pero se trata de un amor mágico, eterno y puro que jamás desaparecerá y al que nunca más podré entregarme porque, si lo hago, se convierte en el sentimiento más doloroso de la vida. Podré vivir así, aceptando esa realidad.
Yo también podré vivir con esa realidad. Ahora entiendo que, posiblemente, si no la aceptásemos y de nuevo nos equivocásemos entregándonos al amor que el uno le profesa al otro, la vida no sería tan hermosa porque, si continuamente habitamos inmersos en la magia, no podríamos apreciar los momentos en que ésta nos invade. Quiero decir con esto que es necesario que experimentemos la tristeza y vivamos en una realidad hiriente para que podamos gozar de la belleza de la vida cuando ésta nos rodee.
Estoy totalmente de acuerdo contigo.
y merece la pena llorar de desesperación si, al cabo de un tiempo inconcreto, puedo viajar contigo a Lainaya. Este viaje ha sido duro por el sentido que encerraba, pero ha sido una de las cosas más bellas que he vivido últimamente. Gracias, Sinéad, una vez más, por tenderme la mano y guiarme hacia la magia.
Gracias a ti por acompañarme siempre en el mundo de los sueños.
Arthur y yo nos hallábamos muy cerca, próximos a equivocarnos de nuevo, hundidos profundamente uno en los ojos del otro. Yo sabía que desvanecer la sutil distancia que nos separaba no supondría un error inmenso que destruyese nuestras vidas, así que me olvidé por unos momentos de la existencia  que nos esperaba al otro lado de esa realidad y me acerqué a sus labios para darle un entregado, pero efímero beso. Arthur, sin embargo, no me dejó separarme de sus labios y me aferró con una tierna fuerza de la cabeza para besarme durante unos instantes más, con espesor y entrega. Hacía mucho tiempo que nadie me besaba así y acepté que tal vez fuese Arthur el único que me haría sentir tanto con unos besos. No estaba prohibido en lainaya que nos entregásemos esas inocentes muestras de amor. No las sobrepasaríamos, pues éstas nos ofrecían las fuerzas que necesitábamos para volar a través de la oscuridad hacia nuestra triste realidad, dejando atrás Lainaya y su luminosa magia.
Te amaré siempre, siempre, no importa el tiempo que pase ni las mujeres con las que pueda estar a lo largo de mi eternidad. Tú siempre serás la única, la mujer más amada. Siempre tendrás un hogar en mi corazón al que puedes regresar cuando te sientas amenazada por la vida. Yo siempre estaré esperándote, Sinéad.
Gracias, Arthur. Tú también serás siempre el hombre más mágico y especial para mí. Posiblemente ahora no podamos fundir nuestros destinos, pero nuestra vida es eterna y no conocemos lo que puede sucedernos en el futuro. Tengo la esperanza de que esto sea una tregua y que algún día…
…podamos ser felices de nuevo, como lo fuimos antaño, lejos de todo lo que nos lacera el alma. 
Exactamente —me reí dulcemente.
Debemos regresar antes de que se haga más tarde.
No fue difícil regresar, pues todas las hadas de Lainaya que desearon asistir a nuestra despedida nos dijeron adiós asegurándonos con la mirada que volveríamos a vernos dentro de muy poco tiempo, cuando menos nos lo esperásemos, porque, en señal de agradecimiento, Ugvia nos mantendría abiertas las puertas de ese mundo mágico. Ya no teníamos prohibido retornar a Lainaya cuando lo anhelásemos porque ese mundo existía también gracias a nosotros, al amor sin límites que le profesábamos a esa tierra y a todos sus habitantes. 
Era la primera vez que me marchaba de Lainaya sintiéndome tan plena y calmada. Nunca les había dicho adiós a esas tierras y a las haditas que la habitaban con tanta felicidad y luz en los ojos.
Arthur y yo volamos en silencio a través de la nada hasta detectar el reflejo azulado de nuestro mundo; en el cual nos introdujimos sintiendo que volvíamos a una tierra totalmente amenazada y enferma. La naturaleza que trataba de sobrevivir en aquel planeta, con dificultad y tristeza, contrastaba infinitamente con la que creaba los paisajes más hermosos de Lainaya, pues aparecía decaída, contaminada y lastimada; pero seguía siendo una naturaleza poderosa a la que teníamos que ayudar con nuestra magia. Cuando le comuniqué mis pensamientos a Arthur, él me sonrió indicándome que aquélla era la próxima aventura que debíamos emprender juntos. 
Llegó el momento en el que debíamos separar nuestros caminos. Arthur se dirigiría a Muirgéin y yo seguiría volando hasta el hogar que compartía con Tsolen. Nos dijimos adiós dedicándonos una profunda y tierna mirada que contenía un significado que nadie más podría comprender jamás. El viento soplaba a nuestro alrededor, meciéndonos los cabellos y acariciándonos la piel, y cuando desunimos nuestras manos (las que habíamos mantenido enlazadas durante todo nuestro volar), sentí que el frío más espeso me anegaba el alma, pero continué sonriéndole con amor y entrega hasta que el uno perdió la estela del otro. 
ya sin Arthur, sin la mayor parte de mi ser, volé en silencio y raudamente hasta mi hogar; el que estaba rodeado por una naturaleza que trataba de sobrevivir a duras penas, pero que todavía mantenía su profunda hermosura. 
Tsolen me aguardaba sin esperarme, sabiendo que tenía que regresar, pero no conociendo el momento en el que podría volver a hundirse en mis ojos. Cuando me oyó llegar, me recibió con algo de distancia, temeroso de que la aventura que me había mantenido lejos de él hubiese turbado los sentimientos que le profesaba; pero se equivocaba al tener tanto miedo, pues aquella aventura no sólo me había hecho comprender que era necesario luchar por nuestro presente (el que yo debía llenar de magia), sino también me había ayudado a apreciar más su amor, un amor proveniente de un ser más bien terrenal que se ha enamorado de alguien totalmente mágico y ajeno al mundo cruel en el que debemos sobrevivir. 
Lo aferré de la mano dedicándole una sonrisa muy tierna y después lo abracé con fuerza, asegurándole con mis muestras de amor que había vuelto para luchar por nuestra vida. No nos dijimos nada durante unos largos segundos. Sólo nos miramos a los ojos y nos besamos en silencio, acariciándonos con ternura y suavidad, como si temiésemos que esa realidad que a mí tanto me hería nos destruyese.
te he extrañado mucho.
Yo a ti también. Me gustaría compartir contigo todos esos momentos mágicos que vivo lejos de esta realidad, pero entiendo que cada uno forma parte de lugares diferentes y tenemos que respetarnos.
Tengo miedo a perderte —me confesó cerrando los ojos—. Muchas veces tengo la sensación de que estoy a punto de hacerlo, de que de repente te cansarás de mí y te marcharás de mi lado por no soportar mi carencia de magia. Yo no soy tan mágico como tú y sé que eso te duele. Por eso necesitabas irte.
Tú eres mágico en otros sentidos, Tsolen. Si no lo fueses, no me habría enamorado de ti. Venga, no estés triste. Quiero tañerte y cantarte unas canciones que he aprendido en mi aventura; de la cual te hablaré explicándote todos sus detalles.
Tsolen me sonrió conforme y aliviado. En esos momentos parecía como si todo lo que había vivido en Lainaya quedase muy lejos de mí, perteneciendo a otra realidad; una realidad soñada; pero yo sabía que aquellos momentos formaban parte de mi vida y que siempre se albergarían en mi memoria, resguardados de la destrucción que se esparcía por el mundo. No debía detenerme la crueldad ni el desaliento nacido de ver que todo lo que yo había amado se desvanecía; al contrario, aquello debía hacerme tener ganas de luchar por mi vida, y estaba dispuesta a hacerlo junto a Tsolen, pidiéndole que me prestase su ímpetu y que me acompañase en los momentos que juntos debíamos vivir. 
la noche era clara y densa a la vez; una noche que cerraba una retahíla de pensamientos destructivos, una noche que precedía al amanecer de una nueva época, de un nuevo período que incansable se alargaría a través de mi futuro. Miré por la ventana una vez más antes de dirigirme hacia la alcoba en la que dormía y compartía con Tsolen la mayoría de nuestros momentos. Guardaba en mi corazón un sinfín de palabras alentadoras que siempre evocaría cuando me sintiese desfallecer de tristeza. Ser yo misma era la mejor forma de poder vivir, recordando los momentos más difíciles para asegurarme de que era fuerte, rememorando los más hermosos para cerciorarme de que la vida puede ser inmensamente bella. La vida podía ser hermosa y sencilla si lo deseábamos.

FIN