miércoles, 5 de agosto de 2015

REGRESANDO A LAINAYA - 10. NO QUIERO ESTAR SIN TI


REGRESANDO A LAINAYA
10
NO QUIERO ESTAR SIN TI
La noche se expandía bajo mis ojos como un manto silencioso que absorbía todos los suspiros de vida que se mezclaban con el fluir del tiempo y la voz del viento. Me costaba volar por aquel cielo ya tan oscurecido, lleno de estrellas lejanas cuya luz no conseguía iluminar mi camino. La sed palpitaba en mi cuerpo como si mi corazón hubiese reanudado esos latidos que se congelaron hacía ya tantos años; los que únicamente revivían cuando me adentraba en Lainaya. En aquel mágico mundo, yo tenía mucha más vida que en cualquier otra parte; pero, al mismo tiempo, si permanecía en esa tierra de ensueño, todo lo que yo había sido a lo largo de mi extensa existencia se desvanecería.
Todas aquellas contradicciones gritaban en mi mente, intentando que no le prestase atención a todo lo que mi corazón me desvelaba en esos momentos. Volando hacia el hogar de mi padre, me parecía que nunca me había marchado de ese mundo que estaba cada vez más lejos de mi alma. Sin embargo, acababa de regresar de un viaje que había mutado mi vida, que había cambiado el aspecto de mis noches y que había agitado mi futuro hasta destruirlo.
Por mucho que intentase no pensar en lo que había ocurrido con Eros, no podía dejar de recordar los últimos instantes que habíamos vivido. Su voz no cesaba de resonar en mi mente, dedicándome aquellas palabras que tanto me herían; las que me demostraban que mi presente se había anulado. De pronto, fui plenamente consciente de que Eros me había abandonado, como si no lo hubiese sido hasta ese instante. Entonces sentí que algo se quebraba por dentro de mí. Mi alma empezó a resquebrajarse como si se hubiese convertido en cristal y la rasgasen las uñas más afiladas.
No quería empezar a llorar, pues entonces las lágrimas que brotarían de mis ojos me ocultarían el camino que debía seguir; pero no podía ignorar mis intensos sentimientos. Entonces, sintiéndome incapaz de seguir volando, descendí a la tierra y me senté entre dos árboles cuyas ramas se habían entrelazado en un abrazo eterno. Traté de serenarme, puesto que no me apetecía llegar a la casa de Leonard estando tan derrumbada; pero las ganas de llorar que se habían apoderado de mi alma no se desvanecían por mucho que yo intentase destruirlas.
Me preguntaba por qué yo misma me había obligado a vivir aquel instante. No me cabía ni la menor duda de que todo lo que estaba ocurriéndome era por culpa mía. Yo había destruido la vida que Eros y yo habíamos construido con tanto esfuerzo al desear vivir eternamente en Lainaya abandonando para siempre nuestro mundo. No me había importado quedarme allí para siempre, en esa tierra mágica, y no regresar nunca más a la vera de mi amado. Sí, sabía que era la única culpable de mi desdicha; pero, entonces, si estaba tan segura de ello, ¿por qué me sentía tan y tan mal? ¿Por qué notaba cómo se hundía en mi alma un puñal desgarrador que no tenía fin? La hoja afilada de ese puñal helaba todos mis sentimientos y mis recuerdos al deslizarse por mi interior, abriendo en mi corazón un sinfín de heridas que empezaron a sangrar sin remedio.
El llanto más potente se apoderó de todo mi ser. Lo alimentaban, además, de forma inconsciente e involuntaria, todos los recuerdos que nos pertenecían a Eros y a mí. Rememoraba, sin poder evitarlo, todo lo que habíamos vivido desde que nos habíamos conocido en aquella fría noche de diciembre, hacía ya tantos y tantos años. No, yo no podía vivir sin él. Aquel momento no era sino un error, una piedra en nuestro eterno camino. Debíamos ser fuertes para sortearla... pero me pregunté si él deseaba continuar siendo valiente a mi lado.
Incapaz de aceptar todos aquellos pensamientos, me levanté del suelo y empecé a correr intentando huir de mis punzantes sentimientos. No conocía apenas el bosque que atravesaba, pero sabía que la morada de Leonard estaba cada vez más cerca. Al fin, inesperadamente, detecté una silueta de piedra escondida tras las frondosas copas de los árboles. Hasta entonces no reparé en que la naturaleza que me rodeaba estaba inmensamente llena de vida. Hacía mucho calor, pues el verano se hallaba en su cénit, pero las brisas que soplaban, meciendo las ramas de los árboles, traían fragancias frescas que parecían alimentar la luz de la luna. Me pareció oír el lejano rumor de un río mezclándose con el canto de algunos animales nocturnos. Podía captar el susurro de los grillos, el ulular de alguna aventurada lechuza, el misterioso y decidido murmullo de algunas aves rapaces en busca de sus presas... Aquel ambiente me serenó mínimamente, como si todo lo que lo componía se hubiese convertido en unas manos que me acariciaron el alma para retirar la sangre que manaba de mis internas heridas, heridas que yo misma me había horadado con mi estúpida actitud.
Corrí y corrí hasta llegar a la puerta del hogar de Leonard. Intenté detectar la vida que se desprendía de sus muros, pero enseguida advertí que todo estaba en silencio. No obstante, aquello no me intimidó. Había escuchado silencios mucho más profundos que no me habían detenido a lo largo de toda mi vida. Así pues, llamé con delicadeza a la puerta y esperé, pacientemente, a que Leonard se atreviese a abrirla.
Aquello no tardó en ocurrir. De repente, la puerta fue abierta lenta y espesamente y Leonard apareció en su umbral. Supe que había conocido desde siempre la identidad de quien lo aguardaba al otro lado de esa puerta, pues los ojos le resplandecían de alivio y ternura mucho antes de que se hundiesen en mi mirada. Cuando nuestros ojos se unieron, noté que el lazo que nos vinculaba gritaba mucho más alto que todas las voces de aquella majestuosa y serena noche. Leonard me sonrió con inquietud, pero a la vez con mucha luz, y yo correspondí a aquella amorosa sonrisa con el esbozo de otra mucho más tímida y delicada.
     No puedo creerme que estés aquí. Había aceptado que no volvería a verte nunca más —me comunicó acercándose a mí para abrazarme. Me dejé caer entre sus brazos en cuanto lo noté al alcance de mis manos.
     ¿De veras lo aceptaste? —le pregunté desconcertada y asustada.
     Lo cierto es que no. Intenté hacerme a la idea de que para siempre vivirías lejos de nosotros, pero todos los días soñaba con tu regreso, Sinéad —me contestó con mucho primor y cariño—. ¿Cómo puedes creer que alguna vez podré acostumbrarme a no verte nunca más? Yo no puedo vivir sin ti... Eres lo único que me queda en este mundo. Eres lo único que me incita a no rendirme definitivamente.
     Tal vez tú también lo seas para mí —lloré inesperadamente sin poder evitarlo.
Leonard, al captar todo mi desconsuelo, se separó de mis brazos para conducirme, tomándome de la mano, hacia el interior de su morada. Nos sentamos en un cómodo sofá, el mismo donde nos habíamos situado cuando yo lo curé de sus injustas heridas, y esperó a que me serenase; lo cual parecía que no iba a ocurrir jamás. Cada vez lloraba con más intensidad y tristeza. Leonard no dejó de acariciarme en ningún momento. Deslizaba las manos por mis cabellos, me retiraba las lágrimas que resbalaban por mis mejillas con sus amorosos dedos, me impulsaba hacia su pecho para que me sintiese protegida... Y así pasó el tiempo, en un silencio tan hondo que creí que nunca podría acoger ninguna palabra.
     ¿Qué ha ocurrido, Sinéad? Explícamelo todo, por favor.
     No pensé en lo que hacía. Solamente respondí a mis deseos como una niña caprichosa —le contesté con una voz entrecortada—. Yo anhelaba vivir para siempre en Lainaya. Yo no quería regresar a este mundo lleno de maldad, de injusticias, de destrucción... Estoy harta de esta tierra donde ya no se respeta ni la madre que nos alumbró a todos. Estoy cansada de intentar ser feliz en un lugar que realmente no puede ser mi hogar. No puedo más... Siento que todo se derrumba sobre mí. Nada brilla igual, ni tan sólo la luna. Yo no puedo estar en un mundo donde la hermosura se convierte en muerte, en contaminación, en enfermedades, en ambición y egoísmo. Yo no quiero que este mundo sea mi morada, padre. Aquí me siento muerta, y en cambio en Lainaya me siento viva.
     Sinéad, pero eres consciente de que no has nacido para vivir en Lainaya, ¿verdad?
     En Lainaya me quedé embarazada de nuevo.
     ¿Cómo? —me cuestionó totalmente sorprendido.
     Eros... Iba a tener un hijito con Eros, y estaba segura de que la hadita que estaba creciendo en mi vientre era la reencarnación de otra muy importante y especial, pero ahora nunca podré alumbrarla, nunca, nunca, porque, al irme de Lainaya, la maté para siempre... pero, si me quedaba, nunca más podría regresar a este mundo, y en verdad te aseguro que quedarme en Lainaya fue lo que anhelé con todo mi corazón cuando Eros y yo empezamos a marcharnos.
     Lamento mucho todo eso, Sinéad; pero debes aceptar que éste es tu hogar, desde que naciste. Desde que fuiste humana, luchaste con todas las fuerzas de tu alma para convertir esta tierra en tu morada. No puedes rendirte, Sinéad. Recuerda todo lo que batallaron tus padres contra el hambre y la miseria para lograr que tú vivieses aquí, Sinéad.
     Pero esos momentos quedan ya muy lejos de mí...
     Pero son tus recuerdos, Sinéad. Además, yo te convertí con todo mi corazón, te di mi alma y todo mi amor para que pudieses ser feliz en este mundo. Es cierto que cada vez está más contaminado y destruido; pero no debes olvidar que siempre quedará algo hermoso que lo volverá especial y único, aunque solamente sean los seres que quieres y te queremos con toda el alma, Sinéad. Lainaya es un mundo mágico carente de maldad, pero no puede ser tu eterna morada, cariño.
     Siempre me haces entender todo lo que no comprendo. Eres mi guía en todos los sentidos. Tienes razón, padre —le aseguré agachando la mirada mientras me limpiaba los ojos con un pañuelo que Leonard me había prestado—. No obstante, si antes tenía pocos motivos para vivir aquí, ahora tengo muchos menos. Eros... Eros me ha abandonado, padre —le confesé empezando a llorar de nuevo—, y, créeme, lo entiendo.
     Te ha abandonado porque se siente impotente, Sinéad, no porque ya no te quiera.
     No puedo hacerle tan desdichado...
     Ese motivo es el que lo ha llevado a abandonarte. Él no puede luchar contra tu infelicidad. Él haría cualquier cosa por ti para que fueses feliz, pero, al ver que no puede lograr que lo seas ni un ápice, se ha rendido, cariño. Además, le afectó tanto que no regresases con él... Creo que le costará olvidarlo.
     Lo entiendo —susurré completamente herida.
     Pero, Sinéad, ¿tú quieres estar con él? ¿Quieres que vuelva contigo?
     Sí, sí... No me imagino la vida sin él —le contesté incapaz de hablar serenamente.
     Sinéad, ¿no te imaginas la vida sin él porque no te atreves a enfrentarte a la soledad o porque realmente lo necesitas a tu lado porque lo amas con todo tu corazón?
     Lo amo, de eso no podré dudar jamás.
     Pero no lo amas con tanta fuerza como antes, pues el amor que le dedicabas no fue tan fuerte como tu anhelo de vivir para siempre en Lainaya.
     Yo quisiera vivir con él en Lainaya para siempre. Además, habría sido muy hermoso ser padres allí, los dos juntos...pero él no quiere... Ni siquiera se planteó esa posibilidad. Siento que no estamos ya en el mismo mundo, y eso me duele tanto...
     Pero ahora estás aquí. No puedes regresar a Lainaya. Es imposible que construyáis juntos una vida en ese mundo mágico si aquí no podéis hacerlo tampoco.
     ¿Qué quieres decir?
     Quiero decir que, para lograr tus sueños, tienes que empezar a forjarlos, Sinéad. Si en verdad amas a Eros con toda tu alma, lucha por su amor. Demuéstrale que te importa, que quieres ser feliz con él... Si te quedas encerrada aquí esperando a que él venga a buscarte, nunca podréis estar juntos de nuevo.
     Pero es él quien me ha dejado... No quiero agobiarlo...
     Al contrario, Sinéad. Anda, duerme, ya verás cómo te sientes mejor y mañana serás capaz de correr hacia tu hogar y pedirle perdón.
     No, no creo que sea capaz de hacerlo —me negué completamente herida.
     Sinéad, eres consciente de que esto está ocurriendo por culpa tuya, ¿verdad? Te conozco, y sé que te culpas...
     Sí, por supuesto. Por eso creo que no me merezco regresar con él.
     No te castigues de ese modo.
     En verdad no sé lo que quiero. Ahora me siento incapaz de vivir sin Eros; pero, si volvemos... tampoco sabré cómo vivir. No sé qué hacer. ¡Lo mejor sería que me desangrase y me dejase quemar por el sol! ¡Para vivir en este infierno, prefiero quemarme en él!
     Sinéad, no vuelvas a decir eso nunca más —me pidió tomando mi cabeza entre sus manos.
     Es que no encuentro ningún motivo para luchar por mantener mi vida...
     Sinéad, eres lo que impulsa el fluir de mi destino.
     Tú vales mucho como para depender de mí para tener destino.
     No, cariño, te equivocas. Si tú desapareces, no tendré nada en la vida. Dime, ¿la luna brillaría sin el sol? —Yo le negué con la cabeza—. Pues con nosotros ocurre exactamente lo mismo. Yo no tengo motivos para fulgurar si tú me faltas.
     ¿Cómo es posible que un ser tan poderoso, antiguo y eterno como tú encuentre sus motivos de vivir en alguien tan...?
     Tan, ¿qué, Sinéad? No te atrevas a minusvalorarte nunca más, ¿me has entendido? —me preguntó mirándome con fuerza. Su mirada me recordó al huracán más potente de la vida; el que lanza los árboles al suelo arrancándolos de sus ancestrales raíces—. Eres lo que más valor tiene en este mundo y en cualquier Universo. Portas en tu alma toda la magia de tu vida y, si tú te apagases, nada podría relucir, nada, ni siquiera las estrellas. Tienes que vivir en este mundo porque él necesita de tu presencia para ser hermoso. Dime, ¿qué sentido tiene que habites en Lainaya siendo tan mágica cuando hay otras hadas mágicas que pueden volver fantástico y precioso ese reino? No tiene sentido que en este lugar solamente vivan seres realistas. Necesitamos a seres como tú que guarden en su interior un sinfín de luz, de amor, de sensibilidad, de nostalgia. No, no llores más, cariño —me pidió abrazándome, con tanto amor que creí derretirme, a la vez que me secaba las lágrimas con sus dedos—. Debes sentirte tan sedienta... No has bebido nada todavía, ¿verdad? —Yo le negué de nuevo con la cabeza, sutilmente—. Quiero que vayas a alimentarte...
     Ahora no quiero separarme de ti —me quejé con un susurro mientras lo abrazaba con mucha más fuerza y entrega—. Hace mucho tiempo que nadie me abrazaba así.
Leonard no me dijo nada durante unos largos minutos; durante los cuales solamente se limitó a abrazarme con una ternura que me volvía de polvo, con un amor que me hacía sentir que era de cristal y con una entrega que me hacía creer que nunca, nunca había abrazado así a nadie a lo largo de todos sus siglos de vida. No obstante, llegó un momento en el que noté que algo tiraba por dentro de mí, como si fuese el empiece de una confesión que yo no deseaba escuchar. Me retiré de sus brazos y lo miré confundida a los ojos. Leonard me sonrió con distracción y ausencia, pero en sus ojos pude detectar una emoción inmensa que parecía no caber en su ser.
     Yo también necesitaba un abrazo así —me confesó entornando los ojos—. Me siento tan solo, Sinéad...
     Perdóname...
     ¿Por qué me pides perdón ahora?
     Por haberme olvidado de lo que significas para mí. Yo tampoco podría ser alguien en ninguna parte si tú me faltas.
     Espero que nunca te olvides de esa realidad.
     Siempre que empiece a olvidarla, vendré hacia ti para que me la recuerdes con tu cariño —le aseguré acercándome de nuevo a él y tomando su cabeza entre mis temblorosas manos—. Creo que vivir en este mundo merece la pena si puedo asomarme a tus nocturnos ojos... Cualquier tierra destruida se vuelve un hogar acogedor si tú me miras, Leonard...
     Sinéad... —me sonrió tímidamente—. Creo que nunca me han dicho algo tan hermoso.
No supe qué contestarle. Lo único que pude hacer fue acercarme más a él para besarlo en su mejilla derecha con un cariño que desbordó todo mi ser. Leonard cerró los ojos y de nuevo me abrazó con una ternura infinita mientras, inesperadamente, empezaba a reírse con sutileza. Lo miré de soslayo y entonces me percaté de que se había ruborizado levemente. Aquel hecho me hizo reír a mí también.
     Me hace gracia que te rías porque te has sonrojado —le dije entre risas tiernas.
     ¿Te acuerdas de cuando te sonrojaste por primera vez delante de mí, Sinéad?
     Por supuesto que me acuerdo. Me echaste el primer piropo que me dedicaban en mi vida —me reí aún con más vergüenza—. Además, a mí también me hizo mucha gracia notar que me ruborizaba.
     ¿Cuántos años hace ya de ese momento?
     Huy... prefiero no contarlos...
     Dímelo, por favor. ¿Cuántos años hace ya de esa noche?
     Tal vez... mil seiscientos tres...
     ¿Y crees que un ser tan antiguo tiene derecho a rendirse de esa manera, Sinéad? —me preguntó con una sonrisa inmensamente luminosa.
     No, no lo tiene —reconocí con timidez.
     Pues... ahora mismo vas a ir a alimentarte y, cuando lo hayas hecho, no pierdas tiempo y vete a tu casa, donde él seguro que sigue esperándote.
     Pero...
     No hay peros que valgan. ¡Y quita ya esa palabra de tu vocabulario! Me enfadaré de verdad si no me obedeces, Sinéad. Vete de aquí y ve a buscar a tu amado antes de que amanezca, Sinéad. Es una orden, no un consejo. ¿Me has entendido? —me preguntó fingiendo una seriedad estremecedora.
     Lo he entendido, sí...
     ¿Y por qué titubeas? ¿Lo has entendido bien o no, Sinéad? ¡Dímelo claramente!
     Sí, lo he entendido —le contesté con una voz ya serena.
     Pues... no pierdas más tiempo. Ve a alimentarte y después ve a buscar a tu amado.
     ¿Y qué puedo hacer si me rechaza?
     No lo hará. Estoy seguro de ello.
     Está herido...
     Tú sabes, mejor que nadie, cómo puedes curarle esa herida —me animó guiñándome un ojo.
     Gracias, padre —le dije mientras me alzaba de donde estaba sentada.
     Antes de que te marches, deseo hacerte una pregunta... pero no necesito que la respuesta sea larga... Sólo dime si ella es feliz allí.
     ¿Scarlya?
     Sí...
     No... No lo es.
     Que se fastidie —dijo con rencor intentando no reírse.
     ¡Leonard! —estallé en risas también.
     Ella se lo ha buscado... Ya me explicarás qué le sucede ahora.
     Es sencillo: nadie está de acuerdo con que viva allí. Nadie la acoge.
     Eso no es justo.
     Pero estoy segura de que se arrepentirán de no haberlo hecho. Scarlya es un encanto.
     Es una niña caprichosa. Creo que nunca ha madurado definitivamente porque en su infancia no tuvo la oportunidad de ser una niña querida.
     Es posible. Nunca lo había pensado así.
     Me gustaría hablar con ella una última vez, pero no sé si querrá hacerlo y no sé si puedo regresar a Lainaya.
     No es necesario que regreses a Lainaya para que puedas hablar con ella.
     ¿Qué quieres decir?
     Scarlya está en este mundo. Ha vuelto conmigo, pero se ha alejado de este lugar para empezar una nueva vida en otra parte donde nada pueda hacerle daño. Tal vez algún día regrese... y todo vuelva a ser como antes —acabé susurrando intimidada. La mirada de Leonard se había llenado de dolor.
     No creo que nada vuelva a ser como antes. Espero que sea muy feliz dondequiera que vaya. En verdad, se merece serlo.
     Me alegro mucho de que no le guardes rencor. A veces nuestros sentimientos nos descontrolan y nos olvidamos de lo que realmente importa.
     Sí, es cierto; pero no pierdas más tiempo, Sinéad. Cuando todo se haya solucionado, vuelve a verme y explícamelo todo —me sonrió.
Tras darnos un último abrazo, corrí hacia el exterior para lanzarme a los brazos de la noche. No dejé de correr hasta que noté que me hallaba cerca de la primera ciudad que podía encontrar próxima al hogar de Leonard. Todavía no les había prestado atención a mis sentimientos, pero podía notar, por dentro de mí, que de mi alma ya comenzaban a emanar sensaciones positivas y revitalizantes.
Tomé la sangre con presteza, desesperación y alivio. Estaba muy sedienta, por lo que no pude evitar llevar a la muerte a seis personas. La sed no dejaba de palpitar por dentro de mí en ningún momento, ni siquiera cuando ya moría entre mis brazos la sexta persona que me alimentaba esa noche. Cuando bebí la última gota de sangre que me permitía ingerir, percibí que el cuerpo deseaba explotarme. Había bebido tanta sangre que me costaba moverme. Intenté serenar el ritmo de mi respiración y ordenar mis pensamientos tendiéndome en el suelo del último hogar en el que me había prometido entrar. Entonces recordé cuánto había disfrutado con la sangre. Cuando vivía en Lainaya durante un tiempo que se volvía incontable, era mucho más difícil para mí controlar mi sed cuando regresaba a mi mundo. Me sentía como si hubiese acabado de entrar en la vida vampírica.
La sed todavía palpitaba en mi garganta, pero no estaba dispuesta a arrancar de la vida a más seres humanos, por lo que, decidida a ignorar mis instintos, me alcé de donde yacía y corrí hacia el exterior de aquel hogar anegado en penumbras silenciosas. Lo incendié para que no quedase rastro de mi presencia y después corrí hacia la ciudad donde Eros posiblemente todavía me aguardase. Cuando me hallé lejos de cualquier mirada indiscreta, me alcé hacia el cielo y volé a través de la noche sintiendo cómo toda la sangre que me había alimentado me proporcionaba una energía casi infinita que me daba fuerzas para volar todo lo rápido que el viento pudiese permitirme.
Enseguida vi ya las primeras luces que iluminaban la ciudad donde Eros y yo habíamos habitado durante largo tiempo. Al pensar en todo lo que habíamos vivido en aquel lugar, una idea refulgió en mi mente como una estrella recién nacida: si Eros y yo deseábamos construir una nueva vida, lo más conveniente era marcharnos de allí y comenzar nuestro futuro en otra parte, en unos lares donde fuese posible soñar sin despegarse de la realidad.
Sabía que todo saldría bien, pese a que aún podía sentir un feroz miedo atenazando mis pensamientos. No obstante, ignoré las sensaciones y las emociones que podían detenerme y seguí volando a través de la noche hasta hallarme cerca de aquel edificio donde se encontraba nuestro hogar. Descendí a la tierra y corrí por aquellas embaldosadas calles. Enseguida llegué frente a la puerta que me permitiría adentrarme en el último rescoldo de mi extraño pasado. No dudé. Me introduje en aquel lugar sin temor, intentando que mis pasos sonasen firmes, tratando de que la inseguridad que aún latía por dentro de mí no se apoderase de mis movimientos ni de mi mirada.
Al adentrarme en aquel hogar que tan nuestro había sido, me percaté de que la alcoba que había compartido con Eros estaba iluminada por un fulgor amarillento y tenue. Supe que Eros se hallaba allí, tal vez intentando acostumbrarse a la creciente soledad que deseaba instalarse en su vida. De repente, sonreí al ser plenamente consciente de cuán estúpidos estábamos siendo. ¿Cómo pretendíamos vivir uno sin el otro, si desde que nos habíamos conocido no habíamos sabido respirar sin mirarnos a los ojos? Aquel pensamiento me hizo correr silenciosamente hacia aquel dormitorio donde tantos momentos tiernos e intensos había vivido. Entré allí sin plantearme nada, intentando prestarles atención únicamente a las buenas sensaciones que nadaban por mi cuerpo. Supe, de forma vaga e imprecisa, que me sentía tan animada gracias a la sangre que había ingerido aquella noche.
Eros estaba sentado al escritorio. Estaba escribiendo algo con ligereza y concentración. Me percaté de que no había advertido que yo me hallaba tan cerca de él, tan grande era su concentración. No obstante, no quise alertarlo ni avisarlo de mi presencia. Me quedé mirándolo con ojos tiernos, observando los rápidos movimientos de su mano diestra, hundiéndome en sus interesados ojos oceánicos; los que estaban levemente enrojecidos.
No pude evitar fijarme en las palabras que brotaban de su nerviosa mano. Me percaté de que las letras que trazaba en aquel folio estaban teñidas de desesperación e intranquilidad. Al leer las pocas líneas que había escrito, me sobrecogí de temor, pero también de alivio:
«Hoy rompí con Sinéad. Creo que hace mucho tiempo que debería haberlo hecho. Desde hace meses la notaba infeliz y disgustada con la vida que llevábamos. Y yo no podía seguir forzándola a vivir algo que no deseaba vivir. Ahora estoy en la alcoba que fue nuestra, la que tantos momentos guarda entre sus paredes, y me siento como si algo pesase en mí, como una gran roca de piedra. Me pregunto si podré vivir sin ella. Me pregunto cómo podré cerrar los ojos sin que ella esté a mi lado y cómo los abriré al atardecer, qué me motivará a hacerlo si su sonrisa amorosa no será lo primero que vea al despertar. No creo que exista ninguna mujer como ella. Podré sentirme atraído por infinidad de mujeres hermosas, pero ninguna tendrá su magia, su corazón, todo su amor. Sinéad es única. ¡Era mi Shiny! No sé por qué ha tenido que ocurrir esto. ¿Quién se ha llevado nuestra inocencia, nuestra tierna felicidad? ¿Por qué de repente sonreír se volvió tan difícil para ella? Soy capaz de ir a buscarla dondequiera que esté para llevármela de este mundo, no me importa a donde sea, para volar lejos de esta maldita realidad que tanto hiere su tibio y dulce corazón».
     Eros, no es necesario que vayas a buscarme a ninguna parte —le dije de pronto, con la voz más suave y serena que pude emplear—. Estoy aquí, cariño.
No pude evitar que todas esas ansias de terminar con ese delirante momento me hiciesen hablar de forma inesperada. Eros, al oír mi dulce voz, alzó los ojos y dejó caer el lápiz con el que escribía en cuanto me vio a su lado. Los ojos le resplandecieron de alivio y arrepentimiento; pero los cerró antes de que yo pudiese captar toda la magnitud de sus sentimientos. Al captarlo tan abatido por sí mismo, me acerqué a él y lo tomé de las manos con mucho cariño y ternura. Eros agachó la cabeza, intimidado y mucho más arrepentido que antes. Noté que había detenido su respiración, quizá para evitar que las ganas de llorar más intensas se apoderasen de su temblorosa entereza.
     Eros, estoy aquí, amor mío. No temas. No tengas miedo a nada.
     Shiny, yo... No sabía lo que hacía, Shiny —balbuceó con una voz trémula.
     Serénate, cariño. Hablemos, por favor —le pedí presionándole las manos.
Eros no me dijo nada, ni siquiera abrió los ojos para mirarme. Se alzó de donde estaba sentado y se lanzó a mis brazos para apretarme desesperadamente contra su pecho mientras ese llanto que había pretendido reprimirse se adueñaba definitivamente de sus sentimientos y de toda su alma; la que en esos momentos se empequeñecía ante el inmenso arrepentimiento que experimentaba. Al notarlo tan derrumbado, lo presioné contra mi pecho en un intento de protegerlo de todos esos sentimientos que lo atormentaban.
     No llores, Eros, cariño.
     Perdóname —me pidió con una voz quebrada.
     No tengo nada que perdonarte, al contrario. Yo sí tengo que pedirte perdón por haberme comportado así contigo —le dije intentando no llorar, pero mi voz sonó temblorosa—. Eros, te quiero muchísimo —suspiré notando cómo de mis ojos ya brotaban esas lágrimas contra las que había sido incapaz de pugnar—. Nos queremos muchísimo, Eros. No nos hagamos esto.
     Es inútil. Yo no puedo vivir sin ti, Shiny, mi Shiny —protestó apretándome más contra sí.
     No pienses en eso ahora, por favor. Mírame, Eros. Necesito que lo hagas. Haz amanecer mis oscuros sentimientos.
     Shiny —susurró tomando mi cabeza entre sus manos y hundiéndose en mis lacrimosos ojos. Apenas podíamos mirarnos a través de nuestras lágrimas, pero me bastó con saber que tenía sus ojos pendiendo de los míos, con saber que mi alma se había adentrado en la suya a través de su amorosa mirada—. Mi Shiny.
     Eros, quiero que olvidemos todo lo que ha ocurrido y empecemos de nuevo, en otro lugar. Quiero una nueva vida para nosotros.
     Yo también lo deseo, Shiny —me sonrió antes de besarme con una pasión desbordante y casi delirante—. Llévame adonde quieras. Yo iría contigo al fin del mundo. No me importa dónde quieras ser feliz, yo sólo quiero vivir eternamente contigo, amor mío, mi único amor, mi amor eterno.
     Yo sólo podré ser feliz si estás conmigo. Prometo ignorar todo lo que pueda herirme para centrarme únicamente en la belleza que puede teñir nuestra vida. Si estamos juntos, todas las estrellas, incluso las que se apagaron ya hace siglos, podrán fulgurar con fuerza, te lo prometo.
     Mi Shiny... No vuelvas a pensar que puedo vivir sin ti. No entiendo por qué te has conformado tan rápido. Lucha contra todo cuando algo quiera separarnos, por favor.
     Te lo prometo.
Eros ya estaba más calmado. Me senté en nuestro lecho aún teniéndolo tomado de las manos, y me hundí en sus ojos para buscar el empiece de ese camino que nos llevaría hasta nuestra nueva vida. Lo hallé en esos ojos enamorados que siempre me habían mirado con todo el amor que puede caber en el Universo.
     Shiny, te he extrañado tanto, amor mío —me musitó cerca del oído tras abrazarme con mucha ternura—. No puedo sentirme vivo si tú me faltas, cariño mío.
     Lo mismo me sucede a mí. No sé cómo pude estar segura de que podía ser feliz eternamente sin volver a verte. La felicidad no puede existir en un mundo donde tú no respires.
     Tampoco pueden hacerlo los sentimientos tristes si no estás a mi lado. Todo lo que sea nostalgia, pena o temor se vuelve inmensamente oscuro si no estamos juntos, amor.
     Sí, la vida es vida si nuestras miradas pueden unirse —le sonreí completamente enternecida.
     Y no te preocupes por ese hijito que pudimos haber criado juntos. Estoy seguro de que habrá miles de experiencias en nuestra vida que nos harán sentir inmensamente dichosos.
     Eros, mi Eros...
     Ahora sólo quiero sentir que he vuelto a la vida. Y eso únicamente es posible si...
     No digas nada más —lo silencié tiernamente con mis amorosos besos.
Se abrió para nosotros un cielo que no cubría ninguna tierra, cuyo único sustento era el amor que Eros y yo nos profesábamos. Me olvidé del pasado, de ese presente que había estado a punto de destruir nuestra alma y de ese futuro incierto que se escondía en las tinieblas de nuestro destino. Solamente me centré en volar junto a él por el mundo de la pasión, del cariño y de la entrega. Nos fundimos uno con el otro no únicamente en cuerpo, sino sobre todo en alma, como hacía mucho tiempo que no me mezclaba con nadie. Y entonces, entre sus brazos, enlazada a su cuerpo, entre sus besos, supe que mi hado existía si me hallaba junto a Eros, junto a todos los seres que me querían, y en ese mundo; el que, aunque estuviese dominado por la ambición más hiriente y la destrucción más desgarradora, era el mundo que había creado para todos nosotros un hogar adecuado para unas almas que estaban hechas tanto de amor como de instintos ineludibles y sobrecogedores. Supe que la felicidad, la tristeza y la melancolía tenían sentido si podía aspirar la fragancia de la piel de Eros, si podía mirar a mi alrededor y verlo a él formando parte de cualquier paisaje, ya fuese hermoso o estremecedor. Él era mi mundo. No tenía sentido que buscase mi morada más allá de sus brazos, pues éstos eran el único refugio que la vida podía ofrecerme. Y, así, aceptando una vez más mi destino, mi presente, mi vida, me entregué a los brazos de un nuevo futuro que me esperaba a la vera de mis seres amados, en esa tierra, más allá de ese instante tan tierno y luminoso.