REGRESANDO A LAINAYA
10
NO QUIERO ESTAR SIN TI
La noche se expandía bajo mis
ojos como un manto silencioso que absorbía todos los suspiros de vida que se
mezclaban con el fluir del tiempo y la voz del viento. Me costaba volar por
aquel cielo ya tan oscurecido, lleno de estrellas lejanas cuya luz no conseguía
iluminar mi camino. La sed palpitaba en mi cuerpo como si mi corazón hubiese
reanudado esos latidos que se congelaron hacía ya tantos años; los que
únicamente revivían cuando me adentraba en Lainaya. En aquel mágico mundo, yo
tenía mucha más vida que en cualquier otra parte; pero, al mismo tiempo, si
permanecía en esa tierra de ensueño, todo lo que yo había sido a lo largo de mi
extensa existencia se desvanecería.
Todas aquellas contradicciones
gritaban en mi mente, intentando que no le prestase atención a todo lo que mi
corazón me desvelaba en esos momentos. Volando hacia el hogar de mi padre, me
parecía que nunca me había marchado de ese mundo que estaba cada vez más lejos
de mi alma. Sin embargo, acababa de regresar de un viaje que había mutado mi
vida, que había cambiado el aspecto de mis noches y que había agitado mi futuro
hasta destruirlo.
Por mucho que intentase no
pensar en lo que había ocurrido con Eros, no podía dejar de recordar los
últimos instantes que habíamos vivido. Su voz no cesaba de resonar en mi mente,
dedicándome aquellas palabras que tanto me herían; las que me demostraban que
mi presente se había anulado. De pronto, fui plenamente consciente de que Eros
me había abandonado, como si no lo hubiese sido hasta ese instante. Entonces
sentí que algo se quebraba por dentro de mí. Mi alma empezó a resquebrajarse
como si se hubiese convertido en cristal y la rasgasen las uñas más afiladas.
No quería empezar a llorar, pues
entonces las lágrimas que brotarían de mis ojos me ocultarían el camino que
debía seguir; pero no podía ignorar mis intensos sentimientos. Entonces,
sintiéndome incapaz de seguir volando, descendí a la tierra y me senté entre
dos árboles cuyas ramas se habían entrelazado en un abrazo eterno. Traté de
serenarme, puesto que no me apetecía llegar a la casa de Leonard estando tan
derrumbada; pero las ganas de llorar que se habían apoderado de mi alma no se
desvanecían por mucho que yo intentase destruirlas.
Me preguntaba por qué yo misma
me había obligado a vivir aquel instante. No me cabía ni la menor duda de que
todo lo que estaba ocurriéndome era por culpa mía. Yo había destruido la vida
que Eros y yo habíamos construido con tanto esfuerzo al desear vivir
eternamente en Lainaya abandonando para siempre nuestro mundo. No me había
importado quedarme allí para siempre, en esa tierra mágica, y no regresar nunca
más a la vera de mi amado. Sí, sabía que era la única culpable de mi desdicha;
pero, entonces, si estaba tan segura de ello, ¿por qué me sentía tan y tan mal?
¿Por qué notaba cómo se hundía en mi alma un puñal desgarrador que no tenía
fin? La hoja afilada de ese puñal helaba todos mis sentimientos y mis recuerdos
al deslizarse por mi interior, abriendo en mi corazón un sinfín de heridas que
empezaron a sangrar sin remedio.
El llanto más potente se apoderó
de todo mi ser. Lo alimentaban, además, de forma inconsciente e involuntaria,
todos los recuerdos que nos pertenecían a Eros y a mí. Rememoraba, sin poder
evitarlo, todo lo que habíamos vivido desde que nos habíamos conocido en
aquella fría noche de diciembre, hacía ya tantos y tantos años. No, yo no podía
vivir sin él. Aquel momento no era sino un error, una piedra en nuestro eterno
camino. Debíamos ser fuertes para sortearla... pero me pregunté si él deseaba
continuar siendo valiente a mi lado.
Incapaz de aceptar todos
aquellos pensamientos, me levanté del suelo y empecé a correr intentando huir
de mis punzantes sentimientos. No conocía apenas el bosque que atravesaba, pero
sabía que la morada de Leonard estaba cada vez más cerca. Al fin,
inesperadamente, detecté una silueta de piedra escondida tras las frondosas
copas de los árboles. Hasta entonces no reparé en que la naturaleza que me
rodeaba estaba inmensamente llena de vida. Hacía mucho calor, pues el verano se
hallaba en su cénit, pero las brisas que soplaban, meciendo las ramas de los
árboles, traían fragancias frescas que parecían alimentar la luz de la luna. Me
pareció oír el lejano rumor de un río mezclándose con el canto de algunos
animales nocturnos. Podía captar el susurro de los grillos, el ulular de alguna
aventurada lechuza, el misterioso y decidido murmullo de algunas aves rapaces
en busca de sus presas... Aquel ambiente me serenó mínimamente, como si todo lo
que lo componía se hubiese convertido en unas manos que me acariciaron el alma
para retirar la sangre que manaba de mis internas heridas, heridas que yo misma
me había horadado con mi estúpida actitud.
Corrí y corrí hasta llegar a la
puerta del hogar de Leonard. Intenté detectar la vida que se desprendía de sus
muros, pero enseguida advertí que todo estaba en silencio. No obstante, aquello
no me intimidó. Había escuchado silencios mucho más profundos que no me habían
detenido a lo largo de toda mi vida. Así pues, llamé con delicadeza a la puerta
y esperé, pacientemente, a que Leonard se atreviese a abrirla.
Aquello no tardó en ocurrir. De
repente, la puerta fue abierta lenta y espesamente y Leonard apareció en su
umbral. Supe que había conocido desde siempre la identidad de quien lo
aguardaba al otro lado de esa puerta, pues los ojos le resplandecían de alivio
y ternura mucho antes de que se hundiesen en mi mirada. Cuando nuestros ojos se
unieron, noté que el lazo que nos vinculaba gritaba mucho más alto que todas
las voces de aquella majestuosa y serena noche. Leonard me sonrió con
inquietud, pero a la vez con mucha luz, y yo correspondí a aquella amorosa
sonrisa con el esbozo de otra mucho más tímida y delicada.
—
No puedo creerme que estés aquí. Había aceptado que no volvería a
verte nunca más —me comunicó acercándose a mí para abrazarme. Me dejé caer
entre sus brazos en cuanto lo noté al alcance de mis manos.
—
¿De veras lo aceptaste? —le pregunté desconcertada y asustada.
—
Lo cierto es que no. Intenté hacerme a la idea de que para siempre
vivirías lejos de nosotros, pero todos los días soñaba con tu regreso, Sinéad
—me contestó con mucho primor y cariño—. ¿Cómo puedes creer que alguna vez
podré acostumbrarme a no verte nunca más? Yo no puedo vivir sin ti... Eres lo
único que me queda en este mundo. Eres lo único que me incita a no rendirme
definitivamente.
—
Tal vez tú también lo seas para mí —lloré inesperadamente sin poder
evitarlo.
Leonard, al captar todo mi
desconsuelo, se separó de mis brazos para conducirme, tomándome de la mano,
hacia el interior de su morada. Nos sentamos en un cómodo sofá, el mismo donde
nos habíamos situado cuando yo lo curé de sus injustas heridas, y esperó a que
me serenase; lo cual parecía que no iba a ocurrir jamás. Cada vez lloraba con
más intensidad y tristeza. Leonard no dejó de acariciarme en ningún momento.
Deslizaba las manos por mis cabellos, me retiraba las lágrimas que resbalaban
por mis mejillas con sus amorosos dedos, me impulsaba hacia su pecho para que
me sintiese protegida... Y así pasó el tiempo, en un silencio tan hondo que
creí que nunca podría acoger ninguna palabra.
—
¿Qué ha ocurrido, Sinéad? Explícamelo todo, por favor.
—
No pensé en lo que hacía. Solamente respondí a mis deseos como una
niña caprichosa —le contesté con una voz entrecortada—. Yo anhelaba vivir para siempre
en Lainaya. Yo no quería regresar a este mundo lleno de maldad, de injusticias,
de destrucción... Estoy harta de esta tierra donde ya no se respeta ni la madre
que nos alumbró a todos. Estoy cansada de intentar ser feliz en un lugar que
realmente no puede ser mi hogar. No puedo más... Siento que todo se derrumba
sobre mí. Nada brilla igual, ni tan sólo la luna. Yo no puedo estar en un mundo
donde la hermosura se convierte en muerte, en contaminación, en enfermedades,
en ambición y egoísmo. Yo no quiero que este mundo sea mi morada, padre. Aquí
me siento muerta, y en cambio en Lainaya me siento viva.
—
Sinéad, pero eres consciente de que no has nacido para vivir en
Lainaya, ¿verdad?
—
En Lainaya me quedé embarazada de nuevo.
—
¿Cómo? —me cuestionó totalmente sorprendido.
—
Eros... Iba a tener un hijito con Eros, y estaba segura de que la
hadita que estaba creciendo en mi vientre era la reencarnación de otra muy
importante y especial, pero ahora nunca podré alumbrarla, nunca, nunca, porque,
al irme de Lainaya, la maté para siempre... pero, si me quedaba, nunca más
podría regresar a este mundo, y en verdad te aseguro que quedarme en Lainaya fue
lo que anhelé con todo mi corazón cuando Eros y yo empezamos a marcharnos.
—
Lamento mucho todo eso, Sinéad; pero debes aceptar que éste es tu
hogar, desde que naciste. Desde que fuiste humana, luchaste con todas las
fuerzas de tu alma para convertir esta tierra en tu morada. No puedes rendirte,
Sinéad. Recuerda todo lo que batallaron tus padres contra el hambre y la
miseria para lograr que tú vivieses aquí, Sinéad.
—
Pero esos momentos quedan ya muy lejos de mí...
—
Pero son tus recuerdos, Sinéad. Además, yo te convertí con todo mi
corazón, te di mi alma y todo mi amor para que pudieses ser feliz en este
mundo. Es cierto que cada vez está más contaminado y destruido; pero no debes
olvidar que siempre quedará algo hermoso que lo volverá especial y único,
aunque solamente sean los seres que quieres y te queremos con toda el alma,
Sinéad. Lainaya es un mundo mágico carente de maldad, pero no puede ser tu
eterna morada, cariño.
—
Siempre me haces entender todo lo que no comprendo. Eres mi guía en
todos los sentidos. Tienes razón, padre —le aseguré agachando la mirada
mientras me limpiaba los ojos con un pañuelo que Leonard me había prestado—. No
obstante, si antes tenía pocos motivos para vivir aquí, ahora tengo muchos
menos. Eros... Eros me ha abandonado, padre —le confesé empezando a llorar de
nuevo—, y, créeme, lo entiendo.
—
Te ha abandonado porque se siente impotente, Sinéad, no porque ya no
te quiera.
—
No puedo hacerle tan desdichado...
—
Ese motivo es el que lo ha llevado a abandonarte. Él no puede luchar
contra tu infelicidad. Él haría cualquier cosa por ti para que fueses feliz,
pero, al ver que no puede lograr que lo seas ni un ápice, se ha rendido,
cariño. Además, le afectó tanto que no regresases con él... Creo que le costará
olvidarlo.
—
Lo entiendo —susurré completamente herida.
—
Pero, Sinéad, ¿tú quieres estar con él? ¿Quieres que vuelva contigo?
—
Sí, sí... No me imagino la vida sin él —le contesté incapaz de hablar
serenamente.
—
Sinéad, ¿no te imaginas la vida sin él porque no te atreves a
enfrentarte a la soledad o porque realmente lo necesitas a tu lado porque lo
amas con todo tu corazón?
—
Lo amo, de eso no podré dudar jamás.
—
Pero no lo amas con tanta fuerza como antes, pues el amor que le
dedicabas no fue tan fuerte como tu anhelo de vivir para siempre en Lainaya.
—
Yo quisiera vivir con él en Lainaya para siempre. Además, habría sido
muy hermoso ser padres allí, los dos juntos...pero él no quiere... Ni siquiera
se planteó esa posibilidad. Siento que no estamos ya en el mismo mundo, y eso
me duele tanto...
—
Pero ahora estás aquí. No puedes regresar a Lainaya. Es imposible que
construyáis juntos una vida en ese mundo mágico si aquí no podéis hacerlo
tampoco.
—
¿Qué quieres decir?
—
Quiero decir que, para lograr tus sueños, tienes que empezar a
forjarlos, Sinéad. Si en verdad amas a Eros con toda tu alma, lucha por su
amor. Demuéstrale que te importa, que quieres ser feliz con él... Si te quedas
encerrada aquí esperando a que él venga a buscarte, nunca podréis estar juntos
de nuevo.
—
Pero es él quien me ha dejado... No quiero agobiarlo...
—
Al contrario, Sinéad. Anda, duerme, ya verás cómo te sientes mejor y
mañana serás capaz de correr hacia tu hogar y pedirle perdón.
—
No, no creo que sea capaz de hacerlo —me negué completamente herida.
—
Sinéad, eres consciente de que esto está ocurriendo por culpa tuya,
¿verdad? Te conozco, y sé que te culpas...
—
Sí, por supuesto. Por eso creo que no me merezco regresar con él.
—
No te castigues de ese modo.
—
En verdad no sé lo que quiero. Ahora me siento incapaz de vivir sin
Eros; pero, si volvemos... tampoco sabré cómo vivir. No sé qué hacer. ¡Lo mejor
sería que me desangrase y me dejase quemar por el sol! ¡Para vivir en este
infierno, prefiero quemarme en él!
—
Sinéad, no vuelvas a decir eso nunca más —me pidió tomando mi cabeza
entre sus manos.
—
Es que no encuentro ningún motivo para luchar por mantener mi vida...
—
Sinéad, eres lo que impulsa el fluir de mi destino.
—
Tú vales mucho como para depender de mí para tener destino.
—
No, cariño, te equivocas. Si tú desapareces, no tendré nada en la
vida. Dime, ¿la luna brillaría sin el sol? —Yo le negué con la cabeza—. Pues
con nosotros ocurre exactamente lo mismo. Yo no tengo motivos para fulgurar si
tú me faltas.
—
¿Cómo es posible que un ser tan poderoso, antiguo y eterno como tú
encuentre sus motivos de vivir en alguien tan...?
—
Tan, ¿qué, Sinéad? No te atrevas a minusvalorarte nunca más, ¿me has
entendido? —me preguntó mirándome con fuerza. Su mirada me recordó al huracán
más potente de la vida; el que lanza los árboles al suelo arrancándolos de sus
ancestrales raíces—. Eres lo que más valor tiene en este mundo y en cualquier Universo.
Portas en tu alma toda la magia de tu vida y, si tú te apagases, nada podría
relucir, nada, ni siquiera las estrellas. Tienes que vivir en este mundo porque
él necesita de tu presencia para ser hermoso. Dime, ¿qué sentido tiene que
habites en Lainaya siendo tan mágica cuando hay otras hadas mágicas que pueden
volver fantástico y precioso ese reino? No tiene sentido que en este lugar
solamente vivan seres realistas. Necesitamos a seres como tú que guarden en su
interior un sinfín de luz, de amor, de sensibilidad, de nostalgia. No, no
llores más, cariño —me pidió abrazándome, con tanto amor que creí derretirme, a
la vez que me secaba las lágrimas con sus dedos—. Debes sentirte tan
sedienta... No has bebido nada todavía, ¿verdad? —Yo le negué de nuevo con la
cabeza, sutilmente—. Quiero que vayas a alimentarte...
—
Ahora no quiero separarme de ti —me quejé con un susurro mientras lo
abrazaba con mucha más fuerza y entrega—. Hace mucho tiempo que nadie me
abrazaba así.
Leonard no me dijo nada durante
unos largos minutos; durante los cuales solamente se limitó a abrazarme con una
ternura que me volvía de polvo, con un amor que me hacía sentir que era de
cristal y con una entrega que me hacía creer que nunca, nunca había abrazado
así a nadie a lo largo de todos sus siglos de vida. No obstante, llegó un
momento en el que noté que algo tiraba por dentro de mí, como si fuese el
empiece de una confesión que yo no deseaba escuchar. Me retiré de sus brazos y
lo miré confundida a los ojos. Leonard me sonrió con distracción y ausencia,
pero en sus ojos pude detectar una emoción inmensa que parecía no caber en su
ser.
—
Yo también necesitaba un abrazo así —me confesó entornando los ojos—.
Me siento tan solo, Sinéad...
—
Perdóname...
—
¿Por qué me pides perdón ahora?
—
Por haberme olvidado de lo que significas para mí. Yo tampoco podría
ser alguien en ninguna parte si tú me faltas.
—
Espero que nunca te olvides de esa realidad.
—
Siempre que empiece a olvidarla, vendré hacia ti para que me la
recuerdes con tu cariño —le aseguré acercándome de nuevo a él y tomando su
cabeza entre mis temblorosas manos—. Creo que vivir en este mundo merece la
pena si puedo asomarme a tus nocturnos ojos... Cualquier tierra destruida se
vuelve un hogar acogedor si tú me miras, Leonard...
—
Sinéad... —me sonrió tímidamente—. Creo que nunca me han dicho algo
tan hermoso.
No supe qué contestarle. Lo
único que pude hacer fue acercarme más a él para besarlo en su mejilla derecha
con un cariño que desbordó todo mi ser. Leonard cerró los ojos y de nuevo me
abrazó con una ternura infinita mientras, inesperadamente, empezaba a reírse
con sutileza. Lo miré de soslayo y entonces me percaté de que se había
ruborizado levemente. Aquel hecho me hizo reír a mí también.
—
Me hace gracia que te rías porque te has sonrojado —le dije entre
risas tiernas.
—
¿Te acuerdas de cuando te sonrojaste por primera vez delante de mí,
Sinéad?
—
Por supuesto que me acuerdo. Me echaste el primer piropo que me
dedicaban en mi vida —me reí aún con más vergüenza—. Además, a mí también me
hizo mucha gracia notar que me ruborizaba.
—
¿Cuántos años hace ya de ese momento?
—
Huy... prefiero no contarlos...
—
Dímelo, por favor. ¿Cuántos años hace ya de esa noche?
—
Tal vez... mil seiscientos tres...
—
¿Y crees que un ser tan antiguo tiene derecho a rendirse de esa manera,
Sinéad? —me preguntó con una sonrisa inmensamente luminosa.
—
No, no lo tiene —reconocí con timidez.
—
Pues... ahora mismo vas a ir a alimentarte y, cuando lo hayas hecho,
no pierdas tiempo y vete a tu casa, donde él seguro que sigue esperándote.
—
Pero...
—
No hay peros que valgan. ¡Y quita ya esa palabra de tu vocabulario! Me
enfadaré de verdad si no me obedeces, Sinéad. Vete de aquí y ve a buscar a tu
amado antes de que amanezca, Sinéad. Es una orden, no un consejo. ¿Me has
entendido? —me preguntó fingiendo una seriedad estremecedora.
—
Lo he entendido, sí...
—
¿Y por qué titubeas? ¿Lo has entendido bien o no, Sinéad? ¡Dímelo
claramente!
—
Sí, lo he entendido —le contesté con una voz ya serena.
—
Pues... no pierdas más tiempo. Ve a alimentarte y después ve a buscar
a tu amado.
—
¿Y qué puedo hacer si me rechaza?
—
No lo hará. Estoy seguro de ello.
—
Está herido...
—
Tú sabes, mejor que nadie, cómo puedes curarle esa herida —me animó
guiñándome un ojo.
—
Gracias, padre —le dije mientras me alzaba de donde estaba sentada.
—
Antes de que te marches, deseo hacerte una pregunta... pero no
necesito que la respuesta sea larga... Sólo dime si ella es feliz allí.
—
¿Scarlya?
—
Sí...
—
No... No lo es.
—
Que se fastidie —dijo con rencor intentando no reírse.
—
¡Leonard! —estallé en risas también.
—
Ella se lo ha buscado... Ya me explicarás qué le sucede ahora.
—
Es sencillo: nadie está de acuerdo con que viva allí. Nadie la acoge.
—
Eso no es justo.
—
Pero estoy segura de que se arrepentirán de no haberlo hecho. Scarlya
es un encanto.
—
Es una niña caprichosa. Creo que nunca ha madurado definitivamente
porque en su infancia no tuvo la oportunidad de ser una niña querida.
—
Es posible. Nunca lo había pensado así.
—
Me gustaría hablar con ella una última vez, pero no sé si querrá
hacerlo y no sé si puedo regresar a Lainaya.
—
No es necesario que regreses a Lainaya para que puedas hablar con
ella.
—
¿Qué quieres decir?
—
Scarlya está en este mundo. Ha vuelto conmigo, pero se ha alejado de
este lugar para empezar una nueva vida en otra parte donde nada pueda hacerle
daño. Tal vez algún día regrese... y todo vuelva a ser como antes —acabé
susurrando intimidada. La mirada de Leonard se había llenado de dolor.
—
No creo que nada vuelva a ser como antes. Espero que sea muy feliz
dondequiera que vaya. En verdad, se merece serlo.
—
Me alegro mucho de que no le guardes rencor. A veces nuestros
sentimientos nos descontrolan y nos olvidamos de lo que realmente importa.
—
Sí, es cierto; pero no pierdas más tiempo, Sinéad. Cuando todo se haya
solucionado, vuelve a verme y explícamelo todo —me sonrió.
Tras darnos un último abrazo,
corrí hacia el exterior para lanzarme a los brazos de la noche. No dejé de
correr hasta que noté que me hallaba cerca de la primera ciudad que podía
encontrar próxima al hogar de Leonard. Todavía no les había prestado atención a
mis sentimientos, pero podía notar, por dentro de mí, que de mi alma ya
comenzaban a emanar sensaciones positivas y revitalizantes.
Tomé la sangre con presteza,
desesperación y alivio. Estaba muy sedienta, por lo que no pude evitar llevar a
la muerte a seis personas. La sed no dejaba de palpitar por dentro de mí en
ningún momento, ni siquiera cuando ya moría entre mis brazos la sexta persona
que me alimentaba esa noche. Cuando bebí la última gota de sangre que me
permitía ingerir, percibí que el cuerpo deseaba explotarme. Había bebido tanta
sangre que me costaba moverme. Intenté serenar el ritmo de mi respiración y
ordenar mis pensamientos tendiéndome en el suelo del último hogar en el que me
había prometido entrar. Entonces recordé cuánto había disfrutado con la sangre.
Cuando vivía en Lainaya durante un tiempo que se volvía incontable, era mucho
más difícil para mí controlar mi sed cuando regresaba a mi mundo. Me sentía
como si hubiese acabado de entrar en la vida vampírica.
La sed todavía palpitaba en mi
garganta, pero no estaba dispuesta a arrancar de la vida a más seres humanos,
por lo que, decidida a ignorar mis instintos, me alcé de donde yacía y corrí
hacia el exterior de aquel hogar anegado en penumbras silenciosas. Lo incendié
para que no quedase rastro de mi presencia y después corrí hacia la ciudad
donde Eros posiblemente todavía me aguardase. Cuando me hallé lejos de
cualquier mirada indiscreta, me alcé hacia el cielo y volé a través de la noche
sintiendo cómo toda la sangre que me había alimentado me proporcionaba una
energía casi infinita que me daba fuerzas para volar todo lo rápido que el
viento pudiese permitirme.
Enseguida vi ya las primeras
luces que iluminaban la ciudad donde Eros y yo habíamos habitado durante largo
tiempo. Al pensar en todo lo que habíamos vivido en aquel lugar, una idea
refulgió en mi mente como una estrella recién nacida: si Eros y yo deseábamos
construir una nueva vida, lo más conveniente era marcharnos de allí y comenzar
nuestro futuro en otra parte, en unos lares donde fuese posible soñar sin
despegarse de la realidad.
Sabía que todo saldría bien,
pese a que aún podía sentir un feroz miedo atenazando mis pensamientos. No
obstante, ignoré las sensaciones y las emociones que podían detenerme y seguí
volando a través de la noche hasta hallarme cerca de aquel edificio donde se
encontraba nuestro hogar. Descendí a la tierra y corrí por aquellas
embaldosadas calles. Enseguida llegué frente a la puerta que me permitiría
adentrarme en el último rescoldo de mi extraño pasado. No dudé. Me introduje en
aquel lugar sin temor, intentando que mis pasos sonasen firmes, tratando de que
la inseguridad que aún latía por dentro de mí no se apoderase de mis
movimientos ni de mi mirada.
Al adentrarme en aquel hogar que
tan nuestro había sido, me percaté de que la alcoba que había compartido con
Eros estaba iluminada por un fulgor amarillento y tenue. Supe que Eros se
hallaba allí, tal vez intentando acostumbrarse a la creciente soledad que
deseaba instalarse en su vida. De repente, sonreí al ser plenamente consciente
de cuán estúpidos estábamos siendo. ¿Cómo pretendíamos vivir uno sin el otro,
si desde que nos habíamos conocido no habíamos sabido respirar sin mirarnos a
los ojos? Aquel pensamiento me hizo correr silenciosamente hacia aquel
dormitorio donde tantos momentos tiernos e intensos había vivido. Entré allí
sin plantearme nada, intentando prestarles atención únicamente a las buenas
sensaciones que nadaban por mi cuerpo. Supe, de forma vaga e imprecisa, que me
sentía tan animada gracias a la sangre que había ingerido aquella noche.
Eros estaba sentado al
escritorio. Estaba escribiendo algo con ligereza y concentración. Me percaté de
que no había advertido que yo me hallaba tan cerca de él, tan grande era su
concentración. No obstante, no quise alertarlo ni avisarlo de mi presencia. Me
quedé mirándolo con ojos tiernos, observando los rápidos movimientos de su mano
diestra, hundiéndome en sus interesados ojos oceánicos; los que estaban
levemente enrojecidos.
No pude evitar fijarme en las
palabras que brotaban de su nerviosa mano. Me percaté de que las letras que
trazaba en aquel folio estaban teñidas de desesperación e intranquilidad. Al
leer las pocas líneas que había escrito, me sobrecogí de temor, pero también de
alivio:
«Hoy rompí con Sinéad. Creo que
hace mucho tiempo que debería haberlo hecho. Desde hace meses la notaba infeliz
y disgustada con la vida que llevábamos. Y yo no podía seguir forzándola a
vivir algo que no deseaba vivir. Ahora estoy en la alcoba que fue nuestra, la
que tantos momentos guarda entre sus paredes, y me siento como si algo pesase
en mí, como una gran roca de piedra. Me pregunto si podré vivir sin ella. Me
pregunto cómo podré cerrar los ojos sin que ella esté a mi lado y cómo los
abriré al atardecer, qué me motivará a hacerlo si su sonrisa amorosa no será lo
primero que vea al despertar. No creo que exista ninguna mujer como ella. Podré
sentirme atraído por infinidad de mujeres hermosas, pero ninguna tendrá su
magia, su corazón, todo su amor. Sinéad es única. ¡Era mi Shiny! No sé por qué
ha tenido que ocurrir esto. ¿Quién se ha llevado nuestra inocencia, nuestra
tierna felicidad? ¿Por qué de repente sonreír se volvió tan difícil para ella?
Soy capaz de ir a buscarla dondequiera que esté para llevármela de este mundo,
no me importa a donde sea, para volar lejos de esta maldita realidad que tanto
hiere su tibio y dulce corazón».
—
Eros, no es necesario que vayas a buscarme a ninguna parte —le dije de
pronto, con la voz más suave y serena que pude emplear—. Estoy aquí, cariño.
No pude evitar que todas esas
ansias de terminar con ese delirante momento me hiciesen hablar de forma
inesperada. Eros, al oír mi dulce voz, alzó los ojos y dejó caer el lápiz con
el que escribía en cuanto me vio a su lado. Los ojos le resplandecieron de
alivio y arrepentimiento; pero los cerró antes de que yo pudiese captar toda la
magnitud de sus sentimientos. Al captarlo tan abatido por sí mismo, me acerqué
a él y lo tomé de las manos con mucho cariño y ternura. Eros agachó la cabeza,
intimidado y mucho más arrepentido que antes. Noté que había detenido su
respiración, quizá para evitar que las ganas de llorar más intensas se apoderasen
de su temblorosa entereza.
—
Eros, estoy aquí, amor mío. No temas. No tengas miedo a nada.
—
Shiny, yo... No sabía lo que hacía, Shiny —balbuceó con una voz
trémula.
—
Serénate, cariño. Hablemos, por favor —le pedí presionándole las
manos.
Eros no me dijo nada, ni
siquiera abrió los ojos para mirarme. Se alzó de donde estaba sentado y se
lanzó a mis brazos para apretarme desesperadamente contra su pecho mientras ese
llanto que había pretendido reprimirse se adueñaba definitivamente de sus
sentimientos y de toda su alma; la que en esos momentos se empequeñecía ante el
inmenso arrepentimiento que experimentaba. Al notarlo tan derrumbado, lo
presioné contra mi pecho en un intento de protegerlo de todos esos sentimientos
que lo atormentaban.
—
No llores, Eros, cariño.
—
Perdóname —me pidió con una voz quebrada.
—
No tengo nada que perdonarte, al contrario. Yo sí tengo que pedirte
perdón por haberme comportado así contigo —le dije intentando no llorar, pero
mi voz sonó temblorosa—. Eros, te quiero muchísimo —suspiré notando cómo de mis
ojos ya brotaban esas lágrimas contra las que había sido incapaz de pugnar—.
Nos queremos muchísimo, Eros. No nos hagamos esto.
—
Es inútil. Yo no puedo vivir sin ti, Shiny, mi Shiny —protestó
apretándome más contra sí.
—
No pienses en eso ahora, por favor. Mírame, Eros. Necesito que lo
hagas. Haz amanecer mis oscuros sentimientos.
—
Shiny —susurró tomando mi cabeza entre sus manos y hundiéndose en mis
lacrimosos ojos. Apenas podíamos mirarnos a través de nuestras lágrimas, pero
me bastó con saber que tenía sus ojos pendiendo de los míos, con saber que mi
alma se había adentrado en la suya a través de su amorosa mirada—. Mi Shiny.
—
Eros, quiero que olvidemos todo lo que ha ocurrido y empecemos de
nuevo, en otro lugar. Quiero una nueva vida para nosotros.
—
Yo también lo deseo, Shiny —me sonrió antes de besarme con una pasión
desbordante y casi delirante—. Llévame adonde quieras. Yo iría contigo al fin
del mundo. No me importa dónde quieras ser feliz, yo sólo quiero vivir
eternamente contigo, amor mío, mi único amor, mi amor eterno.
—
Yo sólo podré ser feliz si estás conmigo. Prometo ignorar todo lo que pueda
herirme para centrarme únicamente en la belleza que puede teñir nuestra vida.
Si estamos juntos, todas las estrellas, incluso las que se apagaron ya hace
siglos, podrán fulgurar con fuerza, te lo prometo.
—
Mi Shiny... No vuelvas a pensar que puedo vivir sin ti. No entiendo
por qué te has conformado tan rápido. Lucha contra todo cuando algo quiera
separarnos, por favor.
—
Te lo prometo.
Eros ya estaba más calmado. Me
senté en nuestro lecho aún teniéndolo tomado de las manos, y me hundí en sus
ojos para buscar el empiece de ese camino que nos llevaría hasta nuestra nueva
vida. Lo hallé en esos ojos enamorados que siempre me habían mirado con todo el
amor que puede caber en el Universo.
—
Shiny, te he extrañado tanto, amor mío —me musitó cerca del oído tras
abrazarme con mucha ternura—. No puedo sentirme vivo si tú me faltas, cariño
mío.
—
Lo mismo me sucede a mí. No sé cómo pude estar segura de que podía ser
feliz eternamente sin volver a verte. La felicidad no puede existir en un mundo
donde tú no respires.
—
Tampoco pueden hacerlo los sentimientos tristes si no estás a mi lado.
Todo lo que sea nostalgia, pena o temor se vuelve inmensamente oscuro si no
estamos juntos, amor.
—
Sí, la vida es vida si nuestras miradas pueden unirse —le sonreí
completamente enternecida.
—
Y no te preocupes por ese hijito que pudimos haber criado juntos.
Estoy seguro de que habrá miles de experiencias en nuestra vida que nos harán
sentir inmensamente dichosos.
—
Eros, mi Eros...
—
Ahora sólo quiero sentir que he vuelto a la vida. Y eso únicamente es
posible si...
—
No digas nada más —lo silencié tiernamente con mis amorosos besos.
Se abrió para nosotros un cielo
que no cubría ninguna tierra, cuyo único sustento era el amor que Eros y yo nos
profesábamos. Me olvidé del pasado, de ese presente que había estado a punto de
destruir nuestra alma y de ese futuro incierto que se escondía en las tinieblas
de nuestro destino. Solamente me centré en volar junto a él por el mundo de la
pasión, del cariño y de la entrega. Nos fundimos uno con el otro no únicamente
en cuerpo, sino sobre todo en alma, como hacía mucho tiempo que no me mezclaba
con nadie. Y entonces, entre sus brazos, enlazada a su cuerpo, entre sus besos,
supe que mi hado existía si me hallaba junto a Eros, junto a todos los seres
que me querían, y en ese mundo; el que, aunque estuviese dominado por la
ambición más hiriente y la destrucción más desgarradora, era el mundo que había
creado para todos nosotros un hogar adecuado para unas almas que estaban hechas
tanto de amor como de instintos ineludibles y sobrecogedores. Supe que la
felicidad, la tristeza y la melancolía tenían sentido si podía aspirar la
fragancia de la piel de Eros, si podía mirar a mi alrededor y verlo a él
formando parte de cualquier paisaje, ya fuese hermoso o estremecedor. Él era mi
mundo. No tenía sentido que buscase mi morada más allá de sus brazos, pues
éstos eran el único refugio que la vida podía ofrecerme. Y, así, aceptando una
vez más mi destino, mi presente, mi vida, me entregué a los brazos de un nuevo
futuro que me esperaba a la vera de mis seres amados, en esa tierra, más allá
de ese instante tan tierno y luminoso.