UN MÁGICO CUMPLEAÑOS
02. UN VIAJE INESPERADO
Un sueño profundo y espeso
desvaneció mi consciencia y me mantuvo protegida en sus brazos durante un
tiempo que fui incapaz de medir. Cuando me desperté, me pareció que había
permanecido durmiendo durante, al menos, una semana. A lo largo de aquel largo
y extraño dormir, apenas tuve sueños. Solamente notaba, muy vaga e
imprecisamente, que me envolvía un viento feroz y a la vez amable y que algo
parecido a la sensación de falta de gravedad que experimentamos cuando nos
mareamos se había apoderado de mi espíritu. No obstante, no podía determinar
nada, ni si dormía, ni si soñaba ni si aquello formaba parte de una pesadilla,
pues mi mente estaba subyugada al poder de aquel intenso y hondo sueño.
Mas de repente abrí los ojos. Lo
hice lentamente, como si a mi consciencia le diese miedo despertar. Al emerger
de aquel sueño tan profundo de duración inconcreta, noté que un aire gélido y
penetrante me acariciaba el rostro y las manos, pero enseguida me di cuenta de
que conocía perfectamente el tacto de aquel frío tan inquebrantable, tal como
es posible reconocer los ojos de un ser amado en medio de un millar de miradas.
Aquel aliento era demasiado conocido para mí, pues me había protegido ya muchas
veces. No obstante, era incapaz de aceptar la veracidad de aquel instante. Mi
alma había empezado a temblar por dentro de mí y mis sentidos estaban
turbándose, como si quisiesen sumergirse una vez más en ese dormir tan hondo y
espeso. Sin embargo, yo me aferré a la caricia de ese aliento tan helado para
no perder la débil estela de mi consciencia. Estaba desorientada y levemente
asustada, pero no permití que aquellos sentimientos me alejasen de la realidad.
Entonces, de súbito, me percaté
de que estaba tendida sobre un suelo cubierto por una mullida y nívea alfombra.
Sí, estaba tumbada sobre la nieve. Al reparar en aquel extraño detalle, me
erguí asustada y totalmente desconcertada. La nieve sobre la que yacía era
blandita, pero también inquebrantable. Era una nieve eterna que jamás
permitiría que el calor del sol la derritiese. Era una nieve cuya textura yo
había tenido demasiadas veces en mis dedos. Era una nieve suave, inocente,
blanquísima, más blanca que el origen de toda la luminiscencia de la vida. Era
tan pura como el alma más ingenua, era tan mágica como la tierra más
maravillosa de la Historia.
—
No puede ser —me dije, apenas sin creerme que mi voz pudiese sonar
allí—. ¿Qué hago aquí?
No podía dudar de la veracidad
de aquel instante ni de si estaba viviendo un sueño mágico o la realidad más
perfecta y ensoñada. No necesité preguntarme nada. Reconocía perfectamente el
lugar donde me hallaba, puesto que era mi hogar, el hogar más indestructible
que la vida me había regalado, un hogar que siempre me haría sentir acogida
dondequiera que yo hubiese estado antes de acudir a su protección. Me
encontraba en un lugar al que yo pertenecía plenamente, un lugar que fue la
primera morada de mi vida vampírica y que para siempre serían los brazos que
podían ampararme del mundo. No necesité mirar a mi alrededor para asegurarme de
que lo que pensaba era real y verosímil, pues reconocía perfectamente el olor
de aquellos lares, el color y la textura de la nieve y el matiz del cielo que
me resguardaba. Sabía que éste era tan violáceo como mis ojos. Mi mirada se
había creado a imagen y semejanza de ese firmamento sin estrellas eternamente
cubierto por una espesa capa de nubes liliáceas, un firmamento que al amanecer
se teñía de los colores más especiales y preciosos de la vida. No necesitaba
que nadie me confirmase nada. Sabía, mejor que nadie, dónde estaba... Me
hallaba en Lacnisha, mi amada isla mágica.
—
Lacnisha. —Susurré su nombre con tanto respeto que noté que la nieve
se estremecía bajo mis dedos—. Lacnisha, de nuevo estoy contigo.
Me preguntaba qué hacía allí,
por qué estaba en Lacnisha y quién se había encargado de llevarme hacia mi
mágica y amada isla nívea. Entonces, de repente, me acordé de que había
permanecido durmiendo durante un tiempo inconcreto y que aquel sueño había sido
demasiado profundo y espeso para que pudiese anegarse en imágenes o sensaciones
precisas. Sonreí al plantearme la posibilidad de que hubiese sido Leonard o
Eros quienes me hubiesen hecho viajar involuntariamente hacia Lacnisha. Deseaba
conocer todo lo que había ocurrido, pero no quería impacientarme. Anhelaba
disfrutar de aquel instante tan bonito, el instante en el que me reencontraba
con mis orígenes. Había restado mucho tiempo alejada de Lacnisha y de su mágica
apariencia.
Me alcé lentamente del suelo y,
tras sacudirme delicadamente la nieve que se había posado en mis cabellos y en mis
ropajes, comencé a caminar entre aquellos ancestrales y poderosos árboles, esos
árboles que soportaban la caricia del frío más intenso y desgarrador, un frío
que sin embargo a mí nunca me dañaría. Notaba cómo, sobre mí, el viento deseaba
devenir nieve las nubes que oscurecían tiernamente el cielo de Lacnisha.
Lentamente, alcé los ojos, como
si temiese que la imagen de Lacnisha desapareciese si deslizaba los ojos por mi
alrededor. Entonces me encontré con sus poderosas, altas y níveas montañas, unas
montañas que habían surgido de la tierra cuando ésta había nacido. Caminé hacia
la más alta de aquellas montañas que cercaban la mágica isla de Lacnisha.
Inevitablemente, empecé a recordar todo lo que había vivido en aquel rincón del
mundo tan especial, todos esos momentos que Lacnisha me había entregado, todas
esas noches eternas que había pasado vagando entre sus árboles, todos esos
instantes que, junto al fuego, había compartido con su soledad y todos esos
años que habían discurrido por la Historia mientras Arthur y yo éramos los
seres más felices de la Tierra. Había vivido demasiadas experiencias en
Lacnisha, tantas que jamás podría explicarlas todas. Había vivido noches frías
y harmoniosas, amaneceres brillantes en los que la luz se desintegraba
convirtiéndose en una lluvia de matices mágicos y resplandecientes... Había
sido tan feliz en Lacnisha que de repente me pregunté si alguien habría
experimentado exactamente la misma felicidad que Lacnisha me había ofrecido sin
pedirme nada a cambio, pues yo creía que en Lacnisha había sentido toda la
felicidad que existía en el mundo y había existido a lo largo del tiempo.
No obstante, en aquellos
momentos de mi vida también era inmensamente feliz. Compartía mi vida con seres
maravillosos que no cambiaría por nada en el mundo y además entre todos existía
un amor inquebrantable que jamás se desvanecería. Junto a Eros era la mujer más
feliz del Universo y su amor era para mí el significado de mi vida. Al pensar
en todo aquello, noté que mis ojos deseaban llenarse de lágrimas, pero no
quería separarme de la visión resplandeciente de Lacnisha, así que me esforcé
por controlar esas ganas de llorar tan inocentes y seguí caminando hacia la
montaña más alta de Lacnisha. De pronto empecé a ascenderla, captando cómo la
nieve anhelaba fundirse con mi cuerpo y cómo la piedra que ésta alfombraba era
mucho más fuerte que todos los vientos de la Tierra unidos en un solo suspiro.
Apenas me costó llegar a la
cumbre de aquella alta y poderosa montaña. Cuando ya alcancé su cima, me detuve
a observar todo lo que podía divisar desde allí. El mar se extendía más allá de
aquellas montañas, bañando la orilla de Lacnisha con unas olas inamovibles e
imperturbables. El mar, tan callado y oscuro, parecía albergar todos los
silencios de la tierra. Allí arriba, en la cumbre de aquella ancestral montaña,
el viento soplaba con mucha más fuerza y mecía mis cabellos con desesperación y
gelidez, pero su potencia no me estremecía, pues apreciaba el viento de
Lacnisha, así como amaba su nieve, su frío, su silencio y su soledad.
Me quedé observando el mar
durante un tiempo que no supe contar. Sobre las quietas olas y las flotantes
banquisas, el cielo parecía eterno e infinito, lleno de oscuridad y de frío.
Las violáceas nubes que protegían los bosques de Lacnisha se movían muy
lentamente, creando espirales oscuras que se convertían en la morada de las
estrellas, que eran el refugio de la nieve que próximamente empezaría a caer
sobre mi amada isla. Hacía tanto frío que notaba que mi piel deseaba protestar.
Mis ropajes se habían helado, uniéndose así al aliento de Lacnisha, y había
perdido todo rastro de calor que pudiese quedar en mi ser. Sin embargo, no me
sentía incómoda, al contrario, me creía la mujer más afortunada de la
Historia. En Lacnisha era imposible que
estuviese triste. Incluso en aquellos delirantes y melancólicos momentos en los
que yo había creído que mi vida se desharía, al reencontrarme con mis níveos
orígenes, había percibido que la felicidad ansiaba adentrarse en mi alma.
Lacnisha desvanecía todos mis pesares y los sentimientos más punzantes que
pudiesen rasgarme el corazón.
No se me olvidaba que Lacnisha
era el portal que accedía a ese mundo mágico que había nacido de mi alma y de
la fuerza de la naturaleza; pero no deseaba separarme de la faz terrenal de mi
existencia. Anhelaba disfrutar de Lacnisha sabiendo que los momentos que vivía
junto a ella no tenían fin. Totalmente conmovida por los sentimientos que
experimentaba, me volteé y observé mi amada isla desde aquella lejana y antigua
cumbre. Los níveos y eternos bosques de Lacnisha se extendían ante mí como si
de un inmaculado y puro manto se tratase. Los árboles restaban quietos y
quedos. El viento apenas se atrevía a mecer sus desnudas y fuertes ramas. Desde
allí, podía divisar la morada que Arthur había construido para nosotros hacía ya
tantos y tantos años, tantos que a veces me olvidaba de cuánto tiempo había
pasado desde aquella noche en la que, ilusionado, me mostró el resultado de tan
grande esfuerzo. Aquel hogar existía en sustitución del primer castillo donde
yo había habitado en mi vida, el que sin embargo no era tan eterno como yo
deseaba creer.
De súbito, entre los árboles,
bajo aquel cielo oscurecido por un matiz inverosímilmente liliáceo, detecté una
figura vestida de negro que corría hacia donde yo me hallaba. No me costó saber
que se trataba de Eros. Me sorprendió su presencia, pues por unos largos
momentos había creído que me hallaba totalmente sola en Lacnisha. Conocer que
él estaba junto a mí me hizo sentir tan feliz que no pude evitar empezar a
descender corriendo la montaña para reencontrarme con él, para abrazarlo, para
preguntarle, entusiasmada e ilusionada, por qué estábamos allí. Apenas podía
pensar con claridad.
En cuanto me tuvo al alcance de
sus manos, Eros se lanzó a mí para abrazarme con tanta pasión y ternura que de
repente me sentí templada. Correspondí a su abrazo entregándole todo el amor
que yo le profesaba, todo ese amor que siempre había existido para él, desde el
momento en que vi sus ojos por primera vez... Permanecimos abrazándonos durante
un tiempo que no existió para nadie, ni siquiera para nosotros. Al cabo de esos
tiernos y mágicos instantes, Eros se separó levemente de mis brazos y me miró
hondamente a los ojos mientras me dedicaba aquella sonrisa que tanto y tanto me
enamoraba.
—
Eros, ¿qué hacemos aquí? —le pregunté incapaz de retener mis
emociones. Mi voz sonó llena de felicidad, de ilusión y de entusiasmo, pero
también de desconcierto.
—
Shiny, ésta era la última sorpresa que me quedaba darte por tu
cumpleaños —me contestó nervioso. Noté que apenas pensaba las palabras que
decía—. Deseaba hacerte un último regalo y por eso te he traído a Lacnisha.
—
¿Cómo lo has hecho? —quise saber emocionada.
—
Le pedí a Leonard que te durmiese para que no despertases hasta que
pasasen cuatro días...
—
¿He estado cuatro días durmiendo? —me reí extrañada.
—
Sí, mi Shiny. Has estado cuatro días dormidita entre mis brazos...
Hemos viajado juntos, pero tú no has vivido ese viaje... Me ha costado llevarte
en brazos, pero me ha gustado mucho... —me declaró emocionado.
—
Gracias, amor mío. Jamás podré agradecerte todo lo que haces por mí.
—
No es nada, mi Shiny. Todo lo que hago por ti lo hago porque te amo
con todo mi corazón y hacerte feliz es hacerme feliz a mí, así que en verdad
soy un egoísta...
—
No, no, no —me reí cariñosamente mientras lo abrazaba con fuerza—. Te
quiero.
—
Mi Shiny... —susurró mientras me acariciaba los cabellos con mucha
ternura.
—
¿Cuánto tiempo permaneceremos en Lacnisha? —le pregunté apoyando mi
cabeza en su hombro.
—
Sé que te quedarías aquí hasta que el tiempo se cansase de fluir, pero
tenemos que regresar dentro de una semana...
—
Sí, me parece un tiempo justo, pues en verdad allí nos necesitan más
de lo que pensamos...
—
Exactamente; pero ahora quiero que te olvides de todo y que disfrutes
de cada instante que viviremos aquí...
—
Gracias, amor mío.
Eros y yo caminamos animadamente
por la nieve, sintiendo el silencio y el frío de Lacnisha como si en verdad se
tratase del calor de la lumbre más hermosa y tibia de la vida. Eros parecía
adorar con todo su corazón cada rincón de esa nívea isla. Mi felicidad se
acrecía cuando captaba toda la admiración que se escapaba de la mirada de Eros.
—
Amor mío, acabo de acordarme de una cosita —le indiqué al cabo de unos
largos y silenciosos instantes.
—
¿De qué cosita? —me preguntó con curiosidad y amor.
—
Me dijiste que me hablarías de tus recuerdos en un lugar entrañable y
mágico... ¿Te referías a Lacnisha?
—
Por supuesto, mi Shiny —me contestó con vergüenza—. Creía que sería
más conveniente hablarte de mi pasado en un lugar que adorases con toda tu
alma...
—
¿Quieres hacerlo ahora, amor mío? —le cuestioné con cautela mientras
detenía nuestro paso. Nos hallábamos a los pies de aquella gran montaña que yo
había ascendido aquella noche—. Me apetece mucho conocer tu pasado... ¿No crees
que ya es tiempo de que me lo reveles? —me reí mientras acariciaba sus
nocturnos cabellos, los que se habían quedado tan helados como la nieve.
—
Bueno, Arthur tardó por lo menos cuatro siglos en revelarte quién
había sido en su vida humana —se rió tímida y nerviosamente.
—
A veces he pensado que en realidad a ningún vampiro le gusta hablar de
su vida humana, como si ésta fuese algo vergonzoso y sin importancia. Ignoro el
pasado de casi todos los vampiros que conozco y que conocí, incluso el de
Stella... y el de Leonard... creo que nunca podré conocerlo plenamente. ¿Por
qué ocurrirá eso? Yo también tardé mucho tiempo en contarle mi vida a Eitzen.
—
Por lo menos en mi caso... no he querido hablar de mi vida humana ni
de los años que viví siendo vampiro antes de conocerte porque considero que no
tienen sentido ni importancia. Mi vida empezó
realmente cuando tú te adentraste en mi destino, cuando me hundí en tus
ojos por primera vez. Antes, yo había sido alguien que vivía por vivir, disfrutando
a medias de la vida, de todo lo bueno que podía encontrar... pero en realidad
nunca he sido feliz hasta que... hasta que deviniste en una parte esencial de
mis días y de mis noches, hasta que mi hado se mezcló con el tuyo...
—
Eros, nunca pienses que eres insignificante. Estoy segura de que tu
vida humana es muy emocionante e interesante. De ella has nacido...
—
No, no, Sinéad, yo no... yo no era así, como soy ahora... —titubeó
nervioso.
—
Eros, no te inquietes. Te aseguro que nunca se me ocurrirá juzgarte.
—
Ni siquiera podrás hacerlo porque en verdad... mi vida es muy aburrida
e insulsa, Shiny.
—
Ven, sentémonos en medio de los árboles y hablemos serenamente —le
pedí tomándolo tiernamente de la mano. Cuando ya nos hallamos entre aquellos
gruesos troncos, mientras el viento revolvía dulcemente nuestros cabellos, le
pregunté—: ¿Por qué crees que tu vida es insulsa?
—
Porque no satisfice a nadie con mi presencia, al contrario, era una
fuente inagotable de disgustos y de preocupaciones.
—
¿Por qué? —le cuestioné riéndome sin poder evitarlo.
—
Nací en una familia acomodada a finales del siglo XVIII,
aproximadamente, en el año mil setecientos ochenta... Nací en una calurosa
noche de mayo. Por eso a lo mejor me gusta tanto el verano —se rió incómodo—.
Mi madre dio a luz a otro hijo después de que yo naciese, pero se murió.
—
Habrías tenido un hermanito, entonces —susurré sobrecogida y
entristecida.
—
Siempre lamenté que falleciese, Sinéad. Siempre creí que él y yo
habríamos sido grandes cómplices —sonrió con añoranza—; pero, a cambio de su
muerte, lo que obtuve fue una soledad que nadie fue capaz de quebrar. Siempre
me sentí muy solo, Sinéad. Mi familia pertenecía a la nobleza. En los tiempos
de mi nacimiento, se hicieron reformas que reconocían el trabajo artesanal, así
que los nobles podían trabajar, por eso mi padre siempre estaba laborando, para
forjarnos a todos un futuro que no se quebrase... y mi madre continuamente
estaba asistiendo a recepciones aburridísimas de las que yo no quería ni oír
hablar. Sinceramente, apenas me apercibía de lo que ocurría en el mundo cuando
era un niño y, cuando crecí, tampoco me interesé ni por la política ni por nada
de eso...
—
¿Dónde naciste?
—
En Madrid. Vivíamos en un barrio muy hermoso, limpio y luminoso...
y... además... me llamaba Carlos —se rió incómodo—. El lugar donde vivía estaba
muy bien cuidado... —se apresuró a decirme.
—
Te llamabas Carlos —sonreí complacida—. Siempre me ha parecido un
nombre muy hermoso. ¿Por qué te lo cambiaste?
—
Porque no quería saber nada de mi vida anterior —dijo seriamente... y
entonces se quedó en silencio.
—
Así que fuiste rico... —intervine sonriéndole con cariño para que
continuase hablando.
—
Sí, aunque, sinceramente, yo no valoraba la riqueza de mi familia,
Sinéad. Mi hogar era precioso y muy grande. Teníamos mucho más de lo que
podíamos necesitar, pero yo no valoraba nada de eso —reiteró entornando los
ojos.
—
¿Por qué? —me reí al verlo tan atolondrado.
—
Pues porque era precisamente la riqueza lo que me impedía ser feliz,
Sinéad. Mis padres estaban deseando que creciese para casarme con la hija de
unos amigos suyos para así aumentar sus bienes... y yo no quería ni oír hablar
del matrimonio. Todo eso me repugnaba y me daba mucha rabia. Pensaba que nadie
tenía por qué planear mi vida y siempre me rebelaba en contra de mis padres
cuando me hablaban de casarme. Querían hacerlo... y no les importaban ni mis
sentimientos, ni mis deseos ni mis pensamientos. Siempre fui insignificante
para ellos. Yo solamente era un objeto que les permitiría aumentar sus
riquezas, nada más. Fui el único hijo de mis padres, así que depositaron en mí
todas sus esperanzas... todas sus aspiraciones.
—
Supongo que tu vida se vuelve insostenible cuando tratan de
organizártela...
—
Sí, Sinéad, así es. Siempre estaba oyendo hablar de mi futuro, de un
futuro en el que yo ni siquiera me había detenido a pensar. Me obligaban a
estudiar, a ilustrarme... Ya sabes que en esos años la educación era muy
importante... o al menos en mi familia... Apenas me permitieron disfrutar de mi
infancia porque continuamente estaban pendientes de mi crecimiento. Mi padre
deseaba enseñarme a... a ser un reflejo de sí mismo, pero yo siempre hacía todo
lo posible por disgustarlo...
—
No entiendo por qué tus padres no se centraban más en quererte...
—
A ellos lo único que les importaba eran sus riquezas. Estaban casados
por compromiso, así que no se querían... Se respetaban, pero no se querían, y
yo eso lo notaba, Sinéad... Nunca vi una muestra de cariño entre ellos. Lo
único que yo veía era frialdad y distancia. Yo no era nadie. Mi nacimiento
solamente había servido para que mis padres pusiesen en mí toda esperanza de
progresar. Yo ni siquiera tenía sentimientos para ellos. Cuando tenía miedo, me
hacían creer que no era un hombre; cuando estaba triste, me reprochaban que
tuviese ganas de llorar... y, cuando me enamoraba... si es que eso que sentía era
amor... me separaban de mis deseos, me recriminaban que anhelase algo que ellos
no hubiesen decidido para mí.
—
Qué vida tan triste...
—
Por eso siempre me ha dado tanta vergüenza hablar de mi vida. Es
cierto que tú fuiste muy pobre, pero a ti no te faltaba amor. Creo que el amor
es mucho más importante que el dinero, Sinéad... El dinero no da la felicidad.
Vuelve estúpidas a las personas...
—
Sí, es cierto... —accedí con pena.
—
Por eso yo me convertí en el peor hijo que ellos pudieron tener. Hacía
todo lo que ellos pudiesen reprobar, todo lo que a ellos les repugnaba. Si
ellos no deseaban que fuese amigo de unos ciertos niños, yo me amigaba con
ellos... y, cuando cumplí doce años, empecé a...
—
¿A qué, Eros? —le pregunté con ternura al darme cuenta de que su
mirada se había oscurecido estremecedoramente—. ¿Qué ocurre?
—
Shiny, a mí me gustaba mucho escribir poemas —me confesó con timidez—.
A mi padre lo enfurecía saber que yo componía poesías... Nunca entenderé su
aversión a las letras...
—
Vaya, lo lamento. No sabía que tuvieses alma de poeta... —me reí con
amor.
—
Sí, Shiny... pero, por culpa de mi padre y de todos los
enfrentamientos que tuve con él, aborrecí esa faceta mía... y desde entonces
nunca me he atrevido a sacarla a la luz.
—
A decir verdad, muchas veces me has dejado sin palabras con las cosas
tan bonitas que me dices...
—
Tú me inspiras más que nada y sacas lo mejor de mí...
—
Pero continúa, por favor... Sé que hay algo que no te atreves a
confesarme.
—
Sí... Cuando cumplí doce años, descubrí la peor forma de horrorizar a
mis padres...
—
¿Cuál era? —le cuestioné inquieta.
—
Bebiendo todas las noches. Sí, todas las noches llegaba ebrio a mi
casa...
—
Eso es horrible, pero no por ellos, sino por ti.
—
Lo único que conseguí con todo eso fue que me odiasen intensamente y
que incluso se planteasen la posibilidad de abandonarme o de llevarme lejos...
pero nada de eso ocurrió... A partir de esa noche en la que descubrí la bebida,
durante cinco años, estuve viviendo sin vivir, haciendo todo lo posible para
que mis padres renegasen de mí y me enviasen a algún lugar donde no tuviese que
vivir ese futuro tan horrible que ellos planeaban para mí. A mí no me
interesaba la riqueza en absoluto y me daba igual todo, Sinéad. Lo único que yo
anhelaba era ser libre, libre al fin, y poder vivir donde quisiese... vivir de
mis poesías... pero nunca fue posible.
—
Lo siento mucho, amor mío...
—
No, no lo sientas. Era un inconformista, un frustrado... Además de
embriagarme casi todas las noches, siempre intentaba seducir a las mujeres más
bellas de mi barrio e incluso a veces... conquistaba el corazón de las más
pobres... Y solamente hacía todo eso para manchar el nombre de esa familia que
no me quería. Fui tan cruel, Sinéad, tan... despreciable —susurró cerrando los
ojos.
—
No, eso no es cierto. Lo único que tú buscabas era atención y amor,
amor de verdad... Por amor, actuamos de formas impensables y nos transformamos
en seres incomprensibles... —me reí con cariño.
—
Al fin, una noche de abril, alguien se adentró en mi alcoba y... ya
sabes que se trataba de Zadeus. Tenía diecisiete años... Me quedaban pocos días
para cumplir dieciocho.
—
¡Pero si eras muy joven! —exclamé sorprendida—. Te convirtieron en
vampiro siendo tan joven...
—
Hay vampiros que fueron convertidos con menos edad que yo, Sinéad. Te
sorprenderías —me sonrió nostálgicamente.
—
Sí...
—
Ya conoces lo que ocurrió a partir de entonces... Zadeus me convirtió
solamente para expandir nuestra especie. De nuevo, me negaron un amor que yo esperaba
recibir... Creí incluso que Zadeus podía convertirse para mí en el hermano que
perdí cuando nací, pero... él también me dejó solo...
—
Lo siento...
—
En realidad, convertirme en vampiro fue lo mejor que podía pasarme.
Nunca me horrorizó lo que somos, al contrario, conforme iba conociendo más cosas
sobre nuestra especie, más me enamoraba de ella... y me creí siempre tan
afortunado... Creía que era un regalo por todo lo que había sufrido —se rió
incómodo—. Ya ves... era tan egocéntrico... Creía que me merecía premios.
—
Todo aquél que no ha recibido amor pese a desearlo con todo su corazón
se merece las experiencias más hermosas de la vida.
—
Sí, tal vez... pero también se las merecen quienes saben dar amor.
Sinceramente, Shiny, tú fuiste el primer ser que supo darme amor, que me enseñó
qué era ese sentimiento... qué era ser querido y querer con toda plenitud.
Hasta que te conocí, viví siempre muy solo. Es cierto que tuve amantes y amigos
vampiros, pero no me sentía bien con ellos, al contrario, prefería estar
solo... porque nadie coincidía conmigo, nadie pensaba o sentía de una forma
parecida a la mía... Además, no me identificaba con nadie. Creí enamorarme dos
o tres veces antes de conocerte, pero, cuando me enamoré de ti, supe que lo que
había embargado antes mi corazón no se le parecía nada al amor... Era solamente
un anhelo de ser querido, nada más.
Eros estaba muy nervioso.
Hablaba sin pensar en sus palabras, atropellándose con sus propias frases. Le
acaricié los cabellos para intentar que se calmase y él me sonrió con mucho amor
y me miró con una ternura que no podía caber en el mundo. Tras una larga pausa
cargada de cariño, prosiguió:
—
Lo único que yo buscaba era el placer. Lo buscaba en la sangre, en la
velocidad de mi correr, en mi fuerza, en las mujeres... pero nunca vivía sintiendo
plenamente lo que hacía, Sinéad. Cuando me convertí en vampiro, quise olvidarme
de todo lo que había tenido en mi anterior vida. Zadeus mató a mi familia y después
me obligó a destruir el hogar donde habíamos vivido. Lo incendié sabiendo que
no erraba, que estaba haciendo lo correcto si deseaba seguir viviendo. No sé
por qué lo hice, Sinéad; pero no me arrepentí nunca de haberlo hecho. Incluso
gocé cuando vi que aquella morada se convertía en llamas que subían intensa y
desesperadamente hacia el cielo... No sé por qué le guardaba tanto rencor a mi
familia. Ahora ya no entiendo lo que sentía cuando era humano.
—
No importa. Todos hemos errado en algún momento de nuestra vida y lo
peor que podemos hacer es no perdonarnos nuestros errores.
—
Tienes razón... Hay muchas cosas que todavía me quedan por contarte,
pero ya lo haré en otro momento. Ahora debemos ir a dormir. Presiento que el
amanecer se acerca.
—
No, no nos vayamos todavía. Necesito decirte algo, Eros.
—
¿Sí?
—
No sé por qué te avergüenzas de tu vida humana.
—
¿No sabes por qué? ¿Necesitas que te la explique otra vez? —se rió
incómodo.
—
No —me reí con él—. Lo único que quiero decirte es que tu vida humana
no me parece vergonzosa. Conociendo lo que sentías, incluso puedo afirmar que
me suscita lástima y orgullo a la vez. Tu forma de ser no era más que un grito
a favor de la libertad, un alarido en contra de la opresión...
—
Fui un desagradecido, Sinéad. Lo único que mis padres querían eran el
bien para mí.
—
No, Eros. No te escucharon nunca, no les prestaron atención a tus
sentimientos ni a tus pensamientos...
—
Ya no importa. Ahora todo eso queda muy lejos de mí y debo confesarte
que, cuando te conocí, cambié totalmente, mi forma de ver el mundo mudó
estridentemente y empecé a apreciar los detalles más pequeños de la vida.
Fuiste una bendición... Viniste para enseñarme a vivir, Sinéad.
—
Vaya...
—
Tú eras todo lo que yo soñé encontrar. En ti hallé mi destino. Me
enseñaste a sonreír sinceramente, a llorar con toda el alma, a amar, sobre todo
a amar... pero me enseñaste a hacerlo cuando yo ni siquiera intuía que
ocurriría... Estaba perdido, y tú me encontraste, Sinéad, me ayudaste a
encontrarme a mí mismo, me forjaste como un armero forja una espada, con una
tibieza y una insistencia que para mí fueron como una cuna donde volví a nacer.
No tuve vida hasta que te conocí, Sinéad... Nunca lo olvides, amor mío. Me
enamoré de ti sin saber qué estaba sucediéndome... y además por ti sufrí como
jamás lo había hecho antes.
—
Gracias, Eros, amor mío... —susurré emocionada.
—
No te alejes de mí nunca, Sinéad. Yo no soy nada sin ti —me pidió
tomando mi cabeza entre sus manos y mirándome profundamente a los ojos. Su
mirada me conmovió tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de
lágrimas.
—
No es mi intención vivir sin ti —le sonreí amorosamente.
—
Gracias... aunque yo siempre anhelaré tu felicidad por encima de todo,
por encima de mi propia felicidad...
—
Eros... te amo tanto... Te amo más que a mi propia vida...
—
Yo no puedo decir eso —se rió abrazándome muy tiernamente.
—
¿Por qué? —me reí extrañada.
—
¿Cómo puedo decir que te amo más que a mi propia vida si mi vida eres
tú? —me cuestionó acariciándome los cabellos.
—
Sí, es evidente que tu alma es poesía.
—
Tú la vuelves poesía...
El amanecer llegaba muy
lentamente mientras nosotros nos abrazábamos tan tiernamente y nos dedicábamos
aquellas palabras tan llenas de amor. El alba se escondía tras las violáceas nubes
que cubrían el firmamento de Lacnisha y hacía resplandecer muy tenuemente la
nieve que alfombraba sus mágicos bosques. Entonces, cuando notamos que los
primeros albores del día rozaban tibiamente nuestra piel, Eros se separó de mí
y, con felicidad, me dijo:
—
Shiny, soy muy feliz contigo, aquí, ahora... en donde sea y cuando
sea; pero... deberíamos protegernos de la luz.
—
No, todavía no, Eros. Deseo mostrarte algo... Ven conmigo —le pedí
mientras me alzaba del suelo y lo tomaba de la mano.
Sonriéndome con intriga y amor,
Eros corrió junto a mí a través del amaneciente bosque de Lacnisha. No me
preguntó nada cuando advirtió que empezábamos a ascender la montaña más alta de
Lacnisha ni cuando lo hice subir hasta su cima. Cuando llegamos a la cumbre,
nos detuvimos y, con un orgullo muy tierno, le pedí que mirase hacia el mar.
—
Verás una de las cosas más preciosas de la vida... de todo el Universo...
Justo entonces, como si mis
palabras hubiesen alentado a la misma naturaleza, el cielo que cubría la mágica
isla de Lacnisha se incendió de repente. El viento que allí soplaba con fuerza
meció aquellas liliáceas nubes que nos ocultaban el brillo de las estrellas y
entonces éstas se convirtieron en un remolino que dejaron al descubierto un mar
de colores refulgentes que parecían pertenecer al sueño más maravilloso de la
vida. Una lluvia de luz brotó del cielo... tornándose rayos deslumbrantes de colores
de ensueño que solamente podían existir en ese instante, en ese lugar. La luz
del amanecer se deshizo en rayos de matices azulados, liliáceos y rojizos que
llovieron sobre las banquisas, haciendo que éstas fulgurasen bajo el alba. El
mar devino en el lecho de esos rayos perdidos que nacían de la magia más
ancestral e imperecedera de la Tierra. Todo era luz a nuestro alrededor, una
luz que nos encandilaba y nos hería en la piel; pero nosotros no deseábamos
separarnos de ese momento. Eros se había quedado completamente paralizado a mi
lado y me presionaba la mano como si así quisiese pedirme que impidiese que
aquel instante se terminase. Yo le devolví aquella presión tan dulce para
asegurarle que, mientras dependiese de mí, él siempre podría observar las
auroras boreales de Lacnisha.