UNA MISTERIOSA FIESTA
02. REENCUENTROS INESPERADOS
Mi alma me revelaba que aquella
noche sería mucho más especial de lo que me había imaginado. Notaba, por dentro
de mí, un sinfín de sentimientos preciosos que me hacían sonreír y temblar de
nervios al mismo tiempo. La oscuridad de la noche se había cernido sobre el
bosque, pero parecía como si el día que acababa de marcharse entre las sombras
del ocaso se albergase en la morada de Leonard y de Scarlya. Los pasillos
estaban iluminados por un sinfín de velas de colores que creaban reflejos
amarillentos, anaranjados y rojizos que se refugiaban en los rincones,
pareciendo fuegos fatuos, y resbalaban por las pedregosas paredes como si
fuesen una lluvia de luz. La tranquila y animada música que sonaba en la sala
donde todos celebraríamos aquella fiesta tan especial y curiosa anegaba todos
los recovecos de aquel antiguo hogar y se introducía en mi alma para que de mi
corazón naciesen sensaciones agradables y tibias que pudiesen combatir los
nervios que experimentaba. Deseaba que Eros no tardase mucho en llegar con mi
amada Orianita entre sus brazos, pues, aunque Scarlya estuviese a mi lado, me
sentía desprotegida. No soportaba estar alejada de él.
—
¿Cuántos son? —le pregunté nerviosa refiriéndome a esos vampiros que
Scarlya había invitado.
—
Pocos. Son seis; pero a dos de ellos ya los conoces.
—
¿Cómo? —la interrogué desorientada.
—
Bueno, ya verás —me sonrió abriendo la gran puerta de madera que
accedía a aquella enorme sala.
Cuando Scarlya y yo entramos en
aquella bellísima estancia, me sobrecogí de sorpresa. Estaba adornada de una
forma muy elegante. Las rojizas cortinas de terciopelo que cubrían los
ventanales estaban descorridas, por lo que la invernal hermosura de la
naturaleza que rodeaba aquella morada podía adentrarse libremente en aquella
sala. La oscuridad de la noche contrastaba con la gran cantidad de velas que alumbraban
aquel salón. Las velas reposaban en enormes candelabros que más bien parecían estatuas
egipcias que sostenían las velas en sus largos brazos. Además, el suelo estaba
cubierto por alfombras muy bonitas que tenían bordados de ensueño. En cada una
de ellas podía atisbarse un paisaje distinto. Me pregunté si Leonard y Scarlya
celebraban aquella fiesta para festejar su amor o para demostrar su opulencia.
—
¡Qué bonito todo! —exclamé susurrando deslizando mis ojos por aquella
bella estancia—. ¿Qué estamos celebrando en realidad?
—
Muchas cosas —me contestó Scarlya evasivamente conduciéndome hacia
donde se hallaba Leonard—. Al fin está aquí Sinéad, Leonard —le comunicó con
divertimento y alivio.
—
Al fin, hija. Pensaba que no ibais a venir... pero ¿dónde está Eros?
—me preguntó alarmado.
—
Ha ido a buscar a Orianita —le respondí tiernamente—. No creo que se
demore mucho.
—
¿Cómo es posible que se te haya olvidado? Era lo único que tenías que
traer, Sinéad —me recriminó sonriéndome con amor.
—
Ha sido una noche muy extraña, Leonard.
—
Todavía no se ha acabado —me recordó desorientado—. Para nosotros no
ha hecho más que empezar.
—
Es cierto. Bueno, no nos retrasemos más. Tengo que presentarte a
nuestros amigos, Sinéad —apuntó Scarlya nerviosa.
—
¿Cuánto hace que los conoces? —quise saber.
—
Pues... unos meses.
—
No lo entiendo. Hace apenas unos meses que regresamos de Lainaya.
—
Los conocí a los pocos días de volver. No sabes nada de eso porque
durante ese tiempo tú parecías estar en otro mundo, Sinéad. Luego, para colmo,
Eros y tú os fuisteis a vivir de nuevo a vuestro hogar... así que os alejasteis
de nosotros mientras en nuestra vida ocurrían hechos muy importantes.
—
¿Qué hechos? Estás demasiado nerviosa...
—
Espérame aquí. Voy a buscarlos a la biblioteca. Leonard les ha
ofrecido que se entretengan allí...
—
No, voy contigo —le negué sonriendo.
—
De acuerdo.
La actitud de Scarlya me parecía
excesivamente extraña y además me ponía mucho más nerviosa de lo que estaba;
pero intenté ignorar esos sentimientos y esas sensaciones que emanaban de los
ojos de mi mejor amiga y la seguí a través de los iluminados pasillos de aquel
gran castillo. La festividad que se respiraba en todos los rincones y toda la
luz que quebraba las sombras me recordaron a aquellos tiempos en los que la
morada de mi padre se convertía en el bullicioso hogar del arte. Rememoré
aquellas noches en las que los humanos más distinguidos de su condado se
refugiaban en los salones de su castillo para presenciar aquellos espectáculos
que podían transportarnos a todos a otro mundo. Me acordé de lo mucho que me
gustaba colaborar en los conciertos que se ofrecían allí, en esas salas
adornadas con las velas más resplandecientes y las cortinas más elegantes.
Podía sentir en mis dedos las cuerdas de mi arpa, las que todavía podía tañer,
podía recordar perfectamente todas las canciones que había cantado enfrente de
esos humanos y también podía evocar nítidamente todos los momentos que había
vivido junto a la música y junto a las personas que me ayudaban a crear aquellas
trovas de ensueño. Entonces, inesperadamente, traje a mi mente el preciso
instante en el que me había sumergido en los ojos de aquel humano que tan
locamente me había enamorado...
—
¡Sinéad! Pero ¿dónde estás? Hace media hora que estoy hablándote.
—
Ay, Scarlya, lo siento —me reí tímidamente.
—
¿En qué piensas?
—
Estaba recordando momentos muy lejanos...
—
Pues vuelve al presente, que creo que es más importante que cualquier
momento pasado.
—
De acuerdo —seguí riéndome al verla tan nerviosa—. Lo que me pregunto
es por qué estás así, tan alterada...
—
Porque habéis llegado tres horas tarde...
—
Pero ¿cómo pretendías que viniésemos a tu castillo cuando aún quedaban
algunos rayos de luz en el cielo?
—
No es para tanto. Con esa luz podemos volar perfectamente. Además, era
un caso especial.
—
Bueno, no importa...
Estábamos a punto de llegar a la
biblioteca, de la que emanaban unas voces tanto conocidas como desconocidas;
las mismas voces que había oído al adentrarme en la morada de Leonard y de
Scarlya.
—
¿Cómo es posible que estén aquí? Cuando hemos entrado en el castillo,
me ha parecido captar que se hallaban en el salón donde...
—
Justo cuando Eros y tú habéis llegado, Leonard los había invitado a ir
a la biblioteca.
—
Qué casualidad.
—
Sí, cierto —se rió mientras se adentraba junto a mí en la biblioteca.
Entonces nos dirigimos hacia una
de las mesas que Leonard utilizaba para leer o escribir. Alrededor de aquella
mesa de madera oscura, se hallaban sentados seis vampiros que observaban
minuciosamente unos cuantos libros que habían posado sobre aquella madera
pulida. Me sobrecogí cuando me apercibí de que se trataba de algunos volúmenes
de mi larga obra... de mis extensas e intensas memorias. Me asusté cuando me
pregunté qué fragmentos habrían leído, qué parte de mi vida habían descubierto.
No pude evitar que aquella pregunta me entristeciese y me amedrentase
profundamente.
—
Aquí os traigo a Sinéad —les comunicó Scarlya.
Entonces me di cuenta de que a
dos de los cuatro vampiros que estaban sentados alrededor de aquella mesa
redonda los conocía perfectamente; pero era incapaz de aceptar que ellos
estuviesen allí. ¿Cómo era posible? A uno de ellos pensaba que lo había perdido
para siempre, que nunca más volveríamos a reencontrarnos después de su
desvanecimiento. Me preguntaba qué hacía allí, qué tipo de magia lo había
devuelto a mi momento, si en verdad su presencia era tangible o solamente se
trataba de una ilusión... Me quedé totalmente paralizada, sin saber qué decir,
cómo actuar, qué debía sentir... Aquella noche estaba demasiado sensible para
poder soportar sentimientos y sensaciones tan potentes y desgarradores.
—
Sinéad, te presento a Erick, a Amadeus, a Urien y Etain.
—
Etain... tiene nombre de diosa celta —susurré sorprendida. Era incapaz
de vivir ese momento por culpa de la presencia de uno de esos dos vampiros que
yo conocía tan bien.
—
Sí, cierto —corroboró Etain levantándose de donde estaba sentada y
dirigiéndose hacia mí.
—
Encantada de conocerte, Etain —le dije alargándole la mano. Ella me la
tomó con primor y educación, sonriéndome con mucha amabilidad y cortesía.
—
El placer es nuestro, Sinéad —contestó ella en nombre de todos—.
Scarlya nos ha hablado mucho de ti.
La apariencia de Etain era muy entrañable
y hermosa a la vez. Sus cabellos eran largos, muy rizados y castaños, casi rojizos,
y le caían revoltosamente por sus hombros hasta llegarle a la cintura. Estaba
ataviada con un vestido de color lila que hacía resplandecer su piel y sus rasgados
ojos garzos. Tenía el rostro alargado y las facciones, muy finas. Intuí que era
una de esas mujeres a las que no le costaba nada sonreír y que haría cualquier
cosa por los seres que amaba. Enseguida me apercibí de que tenía un alma pura.
Era un poco más alta que yo y su cuerpo era delgado y atlético. Al instante
sentí curiosidad por su vida, sobre todo por causa de su nombre y de la
experiencia que se desprendía de sus ojos.
—
Yo soy Erick —habló de pronto un vampiro alto, de cuerpo fornido y
elegante. Se había situado a mi lado en un momento inconcreto—. Eres más
hermosa y curiosa de lo que Scarlya nos había asegurado.
—
Gracias —le dije agachando los ojos. Noté que mis mejillas ardían.
Erick era tan atractivo que
imponía a cualquier ser que lo mirase. Sus negros cabellos hacían resaltar la
deslumbrante palidez de su piel y sus ojos azules parecían el cielo de un
verano inquebrantable. Cuando Etain dejó ir mi mano para que pudiese saludar a
Erick, él acogió mis dedos entre los suyos con un primor muy elegante y me
sonrió mostrándome levemente sus afilados colmillos, los que contrastaban con
sus finos y rosados labios. Noté que su mano era mucho más grande que la mía y
que tenía en sus dedos una fuerza que podría deshacer la piedra más
indestructible. Vestía de negro, con una levita de faldones anchos y
aterciopelados, con una camisa de seda y unos pantalones de cuero que
remarcaban la fortaleza de sus piernas. Estaba peinado con los cabellos hacia
atrás, lo cual engrandecía su perfecta frente y sus grandes ojos. Me pareció un
hombre inmensamente sensual y perfecto; pero enseguida supe que su beldad no
superaba a la de mi Eros.
—
Erick, parece como si quisieses comértela con los ojos —se rió otro de
ellos—. Encantado de conocerte, Sinéad. Soy Amadeus y él es mi hermano Urien.
—
Urien... —sonreí.
—
Ya, yo también tengo un nombre un tanto peculiar —se rió el apelado
con divertimento y simpatía. Enseguida supe que se había convertido en vampiro
siendo muy joven.
Tanto Amadeus como Urien eran
rubios, tenían los ojos verdes y el rostro arredondeado. Se notaba a leguas que
eran gemelos. Era la primera vez que veía a dos vampiros gemelos; lo cual me
hizo sentir una insoportable curiosidad por su historia. Me preguntaba quién
los habría convertido, si ambos serían hijos de un mismo vampiro o si el uno
habría creado al otro. No obstante, no me atreví a preguntar nada, puesto que
la vergüenza sonrojaba mis mejillas. Todos aquellos vampiros me parecían
encantadores y de sus ojos se desprendía la certeza de que jamás serían capaces
de dañar a nadie, ni siquiera al animal más salvaje y poderoso. Había algo en
todas esas miradas que me hacía entender que me hallaba frente a unos seres
completamente bondadosos e inocentes. Me conmovió conocer a unos vampiros tan
entrañables, puesto que hacía tiempo que había perdido la facultad de confiar
en los miembros de mi misma especie.
—
Es un placer conoceros —les dije a todos cuando hube saludado a Urien
y a Amadeus—. Gracias por presentármelos, Scarlya.
Me preguntaba por qué ninguno de
esos dos vampiros que conocía se habían dignado saludarme. Quizá estuviesen esperando
a que yo me dirigiese directamente a ellos o, tal vez, su presencia no fuese
real y solamente se tratase de un espejismo; pero, cuando Amadeus, Urien, Erick
y Etain regresaron a las sillas que habían ocupado antes de mi llegada,
entonces Scarlya habló con divertimento y mucha ternura:
—
Creo que no es necesario que te presente a Stella y a Arthur.
—
No, no es necesario —respondí intentando parecer serena.
—
Han vuelto de ese viaje tan largo hace poco y querían estar esta noche
—se apresuró a decirme Scarlya. Intuí que nadie debía conocer lo que había
ocurrido en verdad con Arthur. Me pregunté si sería capaz de disimular mis
sentimientos.
—
¡Hola, Sinéad! —me saludó Stella lanzándose a mí para abrazarme—.
Tenía muchas ganas de verte.
—
Yo también. Hace mucho tiempo que te fuiste a Alemania y pensaba que
no volverías.
—
En realidad estoy aquí de visita porque allí ya tengo hecha mi vida.
Encontré una orquesta en la que canto... Ya te lo contaré mejor —me sonrió.
Stella seguía siendo la de
siempre; esa vampiresa risueña que creía que el mundo solamente estaba hecho de
inocencia y pureza. Parecía como si nunca hubiese sufrido, como si todos sus
recuerdos fuesen dulces y no hubiese padecido nunca la destrucción de su alma.
En sus negros ojos se albergaba, como siempre, toda la serenidad y la
despreocupación de la Historia y además sonreía como si todo le resultase
maravilloso. Me pregunté si estaría al tanto de todo lo que había sucedido con
nosotros, si Scarlya le habría hablado de Lainaya... Prefería que Stella no
conociese nuestras experiencias ni la existencia de ese mundo tan mágico cuya
vida era conveniente mantener en secreto.
—
Me encontré con Arthur en el bosque antes de ayer —me contó con
serenidad, pero también con seriedad—. Mejor será que no te diga cómo estaba.
Me pareció que no sabía dónde se hallaba,
pero no importa, ya lo hablaremos más tranquilamente en otro momento.
—
Arthur —lo apelé con mucha ternura y dulzura. Arthur todavía no se
había atrevido a separar sus ojos de las líneas que leía con tanta
concentración y fascinación. Enseguida reparé en que no estaba sumergido en uno
de los volúmenes de mis memorias, sino en un emocionante capítulo de “el
secreto mundo de Lainaya”. No obstante, supe que sus pensamientos distaban
mucho de lo que aquellas palabras podían transmitirle—, Arthur...
Intenté reprimir toda la emoción
que experimentaba para que ninguno de esos vampiros se sintiese incómodo; pero
no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. ¿Qué hacía Arthur allí,
en mi mundo, en la vida? Yo había creído que él se había ido para siempre y
verlo allí era para mí... como tañer la luz del sol sin sentir que mi piel se
deshace.
—
Hola, Sinéad —me saludó al fin alzando sus ojos y mirándome con mucha
ternura y emoción. Solamente yo conocía el verdadero significado de esa mirada.
Se levantó de la silla que ocupaba y me tendió la mano para que yo se la
tomase; aunque ambos sabíamos que lo que necesitábamos en verdad era
abrazarnos—. Tenía muchas ganas de verte.
—
Yo también, Arthur —le sonreí a través de mi emoción.
—
Vaya, parece como si hiciese siglos que no os veis —se rió Etain con
mucha inocencia. Sus palabras estaban cargadas de una emoción que me
sobrecogió—. Los reencuentros son tan bonitos...
—
Lo son; pero ahora no es momento de ponerse a llorar —aportó Scarlya
nerviosa. Supe que tenía miedo a que alguien se apercibiese de que nuestro
reencuentro no consistía únicamente en volver a vernos después de muchos años,
sino después de una vida, de una muerte...
—
Sí, es cierto. Tenemos que ir junto a Leonard. Me imagino que se
sentirá impaciente. Por cierto, ¿dónde está Eros, Sinéad? —me preguntó Stella
extrañada.
—
Ha ido a buscar mi arpa —le contesté con amor.
—
Ah, muy bien. Ya veo que sigues tan caprichosita como siempre y que no
te dignas querer tocar otra arpa que no sea la tuya —se rió Stella con
inocencia.
—
¿Así que nos tocarás el arpa? —me preguntó Etain con interés. Yo le
asentí con la cabeza mientras me separaba de Arthur para empezar a dirigirme
junto a todos hacia la salida de la biblioteca—. Es uno de los instrumentos más
bonitos que existen. Yo también sé tañerla, pero será mejor que os lo demuestre
otro día.
—
¿También sabes? —le pregunté emocionada.
—
Sí, por supuesto —se rió como si aquella respuesta fuese totalmente
evidente—. Alguna vez podríamos tocarla juntas. Yo también tengo un arpa celta.
Scarlya ya nos ha dicho que es la que más te gusta tañer. A mí también. Me trae
tantos recuerdos... Su sonido es la voz del pasado.
—
Sí, yo siento exactamente lo mismo —le sonreí ilusionada. Nunca había
conocido a alguien que experimentase exactamente los mismos sentimientos que yo
le profesaba a aquel instrumento que había vivido tanto tiempo junto a mí.
—
Vaya, me alegra que coincidamos —se rió ella situándose a mi lado.
Enseguida me sentí muy a gusto
entre todos ellos. Se respiraba tanta paz entre nosotros que creí que en verdad
nada podría quebrar la magia de ese instante. Todos aquellos vampiros parecían
haber nacido de la emoción más pura y en sus ojos podía hallar tanta serenidad
que me olvidé de que hacía unas horas me había sentido sobrecogida por la
tristeza de Eros. Deseé que él también se percibiese tan calmado al lado de
aquellos vampiros tan inocentes.
Sin embargo, aunque me sintiese
plenamente conforme y cómoda junto a todos ellos, el regreso de Arthur tenía mi
alma pendiendo de un hilo, me sobrecogía y me hacía alejarme de pronto de ese
momento que todos compartíamos con tanta alegría. Etain seguía hablándome de su
arpa y de lo que experimentaba cuando la tocaba; pero, aunque yo estuviese
escuchándola atentamente, mis pensamientos se hallaban perdidos por un sinfín
de preguntas cuya respuesta deseaba conseguir cuanto antes. Además, me percaté
de que Arthur se quedaba rezagado, no colaboraba tan plenamente en las
conversaciones que manteníamos. Sus ojos destilaban felicidad y ternura, pero también esa inmensísima melancolía que
siempre se ha desprendido de su mirada. Anhelaba poder hablar con él cuanto
antes, así que, antes de llegar al salón donde Leonard nos aguardaba, cuando
Etain se separó de mí para acudir junto a Urien, me acerqué a Arthur y, con una
voz susurrante, mientras lo tomaba de la mano, le pedí en el oído:
—
Me gustaría que hablásemos cuando la fiesta se termine.
—
Yo también deseo hablar contigo, Sinéad —me contestó casi
inaudiblemente mientras se hundía en mis ojos. Cuando lo hizo, sentí en mi alma
el inmenso poder de su regreso, supe cuán fuerte se había vuelto su vida al
volver de la muerte.
—
Arthur, Arthur...
—
No llores, por favor, porque entonces yo también plañiré. Yo también
estoy muy emocionado.
—
¿Quién te hizo volver, Arthur? —le pregunté con una voz queda y
trémula.
—
Ahora no puedo decírtelo...
—
¡Arthur, Sinéad! —nos llamó Scarlya con una voz susurrante y llena de
divertimento—. Intentad disimular un poco más, por favor. Ya sé que estáis muy
emocionados... Yo también lo estoy; pero Stella y todos estos vampiros no saben
nada... piensan que Arthur también ha estado de viaje durante muchos años y...
—
No te preocupes, Scarlya. Sabremos disimular muy bien —le aseguró
Arthur acariciándole los cabellos—. Vayamos al salón...
Cuando nos adentramos en aquella
iluminada sala, busqué desesperadamente a Eros; pero no lo hallé por ninguna
parte. Leonard estaba retirando de un candelabro unas velas que ya se habían
consumido y estaba sustituyéndolas por otras que había prendido con sus
antiguos ojos cuando se apercibió de que todos nos encontrábamos a su
alrededor. Nos sonrió con mucha complacencia y, con una voz llena de inquietud,
me preguntó:
—
¿Cómo es que Eros no ha vuelto todavía, Sinéad?
—
No creo que tarde...
—
¿Así que ese tal Eros es tu novio, Sinéad? ¿No os habéis casado
entonces? —me preguntó Erick aferrándome del brazo.
—
No, todavía no; pero lo haremos dentro de poco —le sonreí—. A Eros le
gustaría casarse en primavera, aunque yo prefiero hacerlo en invierno...
—
Eros: es un nombre bastante raro también para que lo lleve un vampiro,
¿o es que acaso él es el dios griego del amor? —me cuestionó divertido.
—
No, no... aunque para mí sí lo es —me reí con vergüenza. Noté que me
ruborizaba.
—
Se te nota muy enamorada de él... Qué lástima —susurró desencantado.
—
¿Lástima? —quise saber con extrañeza.
—
Sí. A leguas se percibe que eres una mujer apasionante, de esas como
pocas hay en el mundo...
—
¿Cómo puedes saberlo si acabas de conocerme?
—
Verás, mientras no venías, hemos estado leyendo un poco de tus
memorias. Es impresionante. ¿En verdad eres tan antigua y has vivido todo eso?
—
Vaya, no sé qué habréis leído; pero... sí... he vivido mucho...
—
Pero lo mejor será que no le hables a Sinéad de su pasado porque se
pone muy triste —le advirtió Scarlya con cariño—. Y tampoco intentes conquistarla,
puesto que está profunda y locamente enamorada de su Eros y no hay fuerza
terrenal ni celestial que pueda destruir ese amor.
—
Vaya, gracias, Scarlya —le sonreí tímidamente.
Entonces noté que alguien se
acercaba a nosotros con un paso vergonzoso y vacilante. Cuando me volteé, pude
hundirme sin regreso en los ojos de Eros. Verlo frente a mí me hizo sentir toda
esa protección que me había faltado desde que se había separado de mí. Eros me
sonrió con mucha ternura cuando notó que de repente había empezado a depender
tanto de su mirada. Se aproximó más a mí y me tomó delicadamente de la mano
mientras me dedicaba aquella sonrisa que nunca ha dejado de enamorarme, esa
sonrisa que desvela lo grande y bondadosa que es su alma.
—
Erick, te presento a Eros, mi amado —le dije con orgullo y mucha
felicidad.
—
Encantado de conocerte, Eros. Por lo que he leído en las memorias de
Sinéad y por lo que Scarlya nos ha dicho de ti, sé que eres un tío genial —le
confesó amigablemente mientras le colocaba una mano en el hombro—. Espero que
podamos ser grandes y buenos amigos, Eros.
—
Sí, yo también lo espero. Gracias, Erick.
Cuando Eros hubo conocido a los
demás vampiros, se reencontró con Arthur. Noté que le temblaban las manos y que
sus ojos se llenaban de extrañeza, pero supo disimular muy bien sus sentimientos
al darse cuenta de que la mirada de Scarlya estaba advirtiéndole de que no
podía desvelar todo lo que experimentaba o pensaba. Eros abrazó a Arthur de una
forma amistosa, como si hiciese poco que se habían visto, y le preguntó animadamente
cómo le había ido en su largo viaje. Me complació que todos pudiésemos comunicarnos
tan nítidamente a través de nuestros ojos. Aquello demostraba lo unidos que
estábamos...
—
Creo que ya podemos empezar con el recital que Sinéad ha preparado tan
cariñosamente para nosotros —dijo Scarlya cuando todos se hubieron conocido y
saludado—. Oír cantar y tocar el arpa a Sinéad es como tañer el cielo con el
alma. Os prometo que no os miento. Sus trovas son lo más bonito que existe en
la vida... Os lo aseguro.
—
Gracias, Scarlya —le agradecí
con mucha vergüenza—. Lograrás que me sonroje.
—
Para que mis amigos puedan conocerte bien, tienes que tañerles el arpa
y cantar, así podrán adentrarse plenamente en tu mundo. Es una buena forma de
saber quién eres.
Las palabras de Scarlya me
emocionaron profundamente. Creí que todos los sentimientos que me anegaban el
alma aquella noche me impedirían tañer y cantar con serenidad. Además, el
regreso de Arthur me había encogido el corazón hasta volverlo del tamaño de una
lágrima perdida en la inmensidad de una tormenta. No obstante, me prometí
esforzarme todo lo que pudiese para que mis canciones sonasen nítidas y
cargadas de emociones tiernas.
Sí, me había preparado un
recital muy especial en el que incluiría mis canciones más amadas; aquéllas que
habían vivido junto a mí desde que había descubierto la magia de la música
hasta las que había compuesto hacía poco en honor a Lainaya y a sus entrañables
habitantes. No obstante, antes de comenzar a tañer todas aquellas trovas que tan
profundamente yo resguardaba en mi corazón, anhelaba tocar una melodía muy
hermosa que acompañaría de una letra muy emotiva. Deseaba tocar aquella pieza para
desvelar la felicidad y la ternura que me hacía sentir el regreso de Arthur.
Anhelaba cantarle aquella canción para expresarle cuánto me alegraba y me
emocionaba tenerlo de nuevo a mi lado, para que con aquella canción pudiésemos
revivir el último instante que habíamos compartido y sobre todo para pedirle
que nunca más se marchase de nuestra vida, nunca más, jamás... porque aceptar
que nunca más volveríamos a mirarnos era como intentar aceptar que la luna se
había desvanecido para siempre.
Así pues, tras sentarme en una
banqueta adornada con flores, tomé el arpa entre mis manos y, cerrando con
fuerza los ojos, empecé a pulsar las cuerdas más gruesas para darle a aquella
melodía que le dedicaría a Arthur un tono profundo y grave. Al poco tiempo,
comencé a cantar empleando una voz muy dulce y firme:
«Far over the misty montains cold,
to dungeons deep, and caverns old,
we must away, here break of day,
so find our long forgotten gold.
to dungeons deep, and caverns old,
we must away, here break of day,
so find our long forgotten gold.
The pines were roaring on the height.
The winds were moaning in the night.
The fire was red, it flaming spread.
The tries like torches blazed with light...»
Tras aquella emotiva
trova, la que en verdad no había emanado de mi alma, tañí un sinfín de
canciones que a todos nos emocionaron profundamente. Noté que todos esos
vampiros que acababa de conocer me observaban con fascinación y muchísima nostalgia,
como si en verdad estuviese cantando y tocando ante ellos un alma ancestral que
vivía entre las sombras del tiempo más olvidado. Me sobrecogía y me conmovía
inmensamente que mi música los emocionase tanto, pero aquello también me
intimidaba.
Cuando les
toqué y canté todas las canciones que deseaba, me quedé en silencio, abrazando
mi arpa, intentando controlar mis emociones. Todos me aplaudieron con entusiasmo,
ánimo y cariño. Aquello me dio fuerzas para poder abrir serenamente los ojos y
dedicarles una mirada llena de gratitud y amor. Entonces noté que entre todos
nosotros se establecía un vínculo inquebrantable que ni siquiera el tiempo
podría romper jamás. Aquellos vampiros que había conocido aquella noche ya se
habían introducido plena y tiernamente en mi vida y anhelé que aquella noche
fuese el inicio de un sinfín de experiencias intrigantes, emocionantes e inolvidables
que todos pudiésemos compartir.
Aquella noche
fue muy especial y mágica. Nos rodeaba una serenidad y una harmonía inquebrantables que nos hacían
creer que en el mundo no había maldad. Conversamos animadamente durante toda la
noche hasta que notamos que el alba se asomaba tras las lejanas cumbres de las
montañas, donde todavía resplandecía una nieve plateada y firme que se negaba a
deshacerse. Las estrellas se reflejaban en aquella nieve tan pálida, siendo
parte del cielo y de la tierra al mismo tiempo. Los primeros suspiros del día
se deslizaban suavemente por el firmamento, apagando los astros más remotos.
— Creo
que deberíamos irnos ya —anunció Eros con paciencia—. Me ha encantado estar con
vosotros, de veras. Espero que podamos volver a reunirnos pronto —anheló
sonriendo.
— Yo
también he estado muy a gusto con todos vosotros —contestó Etain con dulzura y
felicidad.
— Nosotros
también —corroboraron Amadeus y Urien al mismo tiempo, lo cual nos hizo sonreír
a todos.
Lo cierto es
que aquella noche nos había servido para empezar a conocernos tiernamente.
Además de conversar durante largas horas, habíamos danzado al ritmo de
canciones muy curiosas, animadas y divertidas que Scarlya hacía sonar desde un
equipo de música. Además, alguno de esos vampiros, como Erick o Amadeus,
nos habían deleitado con su perfecta y
entrañable manera de tocar el piano. En tan sólo unas horas, todos nos habíamos
adentrado en el mundo interior de los demás para descubrir la superficie de
esos pensamientos que lentamente irían formando parte de nuestra vida. Erick
nos había hablado brevemente de su vida vampírica, Amadeus y Urien nos habían
revelado el aspecto del lugar donde habían nacido como vampiros y Etain se
limitó solamente a desvelarnos las obras de arte que más le gustaban o los libros
que más la apasionaban. Eros y yo les habíamos contado cómo nos conocimos y les
narramos algunos de nuestros momentos más divertidos e inolvidables y Scarlya
también se refirió a algunos instantes que había compartido con Leonard. Todos
sabíamos que todavía nos faltaban muchas cosas por conocer de los otros, pero
no nos impacientábamos, puesto que ya habíamos aceptado que a partir de aquella
noche nos reuniríamos muchas veces más.
— Gracias
por la música y por vuestra compañía —nos agradeció Erick antes de que Eros y
yo nos dirigiésemos hacia la salida del castillo—. Me habéis caído muy bien los
dos.
— Y
tú a nosotros también —le sonreí con complacencia.
— Hasta
otra —se despidieron Amadeus y Urien ya saliendo de la morada de Leonard y de Scarlya.
Cuando Erick,
Amadeus, Urien y Etain se hubieron marchado, le pedí a Eros que me aguardase en
nuestra casita. No se me había olvidado que tenía que mantener una conversación
muy importante con Arthur; pero Eros me aseguró que lo más conveniente sería
que me aguardase en el castillo de Leonard porque no se atrevía a dejarme tan
sola y prefería que los dos partiésemos juntos hacia nuestro hogar.
— No
creo que tarde mucho... Solamente deseo preguntarle...
— Preferiría
que hablásemos en otro momento, Sinéad —me advirtió Arthur con educación y
serenidad—. La verdad es que estoy bastante cansado y todavía me siento un poco
desorientado.
— Solamente
deseo saber una cosita... —me quejé con pena.
— De
acuerdo. Ven conmigo. Iremos a la biblioteca.
Cuando Arthur
y yo nos hallamos encerrados en aquella magnífica sala donde se albergaban
tantas letras, nos sentamos uno enfrente del otro en unos sillones forrados de
terciopelo negro. Apenas me atrevía a mirar a Arthur a los ojos, pues sabía
que, si me sumergía en su mirada, todos esos sentimientos que había estado
reprimiéndome durante toda la noche se convertirían en unas desgarradoras e
insoportables ganas de llorar de emoción y felicidad.
— Sé
que mi presencia te resulta extraña... —me dijo con una voz susurrante.
— Quisiera
saber cómo... cómo volviste... —le confesé intentando que mi voz sonase clara.
— Sinéad,
es una historia muy larga... y la verdad es que yo tampoco sé cómo volví...
— ¿Qué
quieres decir?
— De
repente me encontré en el bosque que rodea este castillo y no me acordaba de
nada, ni siquiera de mi vida pasada... Todavía me siento un poco desorientado y
me cuesta evocar todos mis recuerdos. Necesito dormir... Por eso te he pedido
que hablemos en otro momento.
— ¿No
sabes quién lo hizo? —le cuestioné sorprendida.
— Sí,
sí lo sé... Lo que no entiendo es por qué lo hizo...
— Arthur...
— Yo
no quiero estar vivo, Sinéad, no quiero —me confesó a punto de ponerse a
llorar—. No entiendo por qué os empeñáis en revivirme.
— No
vuelvas a decir eso, Arthur —le pedí también pronta a llorar—. No podemos aceptar
tu eterna marcha...
— Sois
unos egoístas. Para mí la vida no es una bendición, Sinéad, sino un insufrible
castigo; pero os prometo que no volveré a intentar marcharme. La muerte también
es horrible. No hay nada... ni siquiera oscuridad, ni siquiera sientes que
estás muerto... No hay nada. Todo es vacío... La muerte es un tiempo que no
existe...
— Arthur,
te prometo que haremos todo lo posible para lograr que seas feliz —le aseguré
tomando con fuerza sus manos, sus antiguas y cariñosas manos—. No sé por qué la
vida se empeña en apartarte de nuestro lado; pero te juro que a partir de ahora
no tendrás ni un solo motivo para volver a desear la muerte.
— Lo
dudo, Sinéad —me negó agachando los ojos.
— Por
el momento, tienes que descansar. Ya verás cómo el sueño te devuelve todo lo
que te pertenece, incluso la felicidad y las ganas de vivir, cariño —le dije soltando
sus manos para abrazarlo. Ambos nos habíamos alzado del sofá que ocupábamos—.
Arthur, te quiero muchísimo, nunca lo dudes.
— Pero
amas más a Eros, y yo no puedo aceptar eso, nunca he podido aceptarlo, Sinéad.
Sinéad, tú eres mi vida...
— Te
prometo que los dos conseguiremos que dejes de sufrir por mí...
— No...
pero no quiero desmoronarme así enfrente de ti. Ve junto a Eros. Está
esperándote. Mañana me sentiré mucho mejor, te lo prometo. Y también te prometo
que lucharé por mi vida. Ya me habéis dado demasiadas oportunidades... No
pienso rendirme de nuevo... No quiero despreciar la oportunidad que... que
Leonard y Brisita me han dado...
— ¿Leonard
y Brisita? —le pregunté con incredulidad y sorpresa.
— Sí;
pero te prometo que te lo contaré todo en otro momento.
— Está
bien...
Me despedí de
Arthur con mucha dulzura, pero también con tensión, pues temía que mis gestos
cariñosos lo hiriesen en el alma. Me separé de él todavía sin creerme que
hubiese vuelto y sobre todo incapaz de entender cómo Leonard se había
comunicado con Brisita para revivirlo. Me sentía desorientada y aturdida.
Necesitaba hablar con Eros para que me ayudase a aceptar aquella realidad tan
hermosa.
Leonard nos
ofreció quedarnos a dormir en su castillo, ya que el amanecer estaba a punto de
convertirse en día. Los primeros rayos de sol ya fulguraban con fuerza sobre
las montañas, intentando derretir la nieve que perlaba sus cumbres. Cuando ya
nos hallamos encerrados en la alcoba que siempre ocupábamos cuando nos
quedábamos a pasar el día en la morada de Leonard, le expliqué a Eros todo lo
que había ocurrido. Eros también se sobrecogió cuando supo que Arthur estaba vivo
gracias a Brisa y a Leonard. Parecía como si la magia de Lainaya hubiese vuelto
junto a nosotros y aquella sensación fue la que, unida al amor que Eros me
dedicaba y al cariño que se desprendía de sus ojos y de sus brazos, me incitó a
adentrarme en un sueño lleno de imágenes hermosas y tiernas que me mantuvieron
flotando por un cielo inquebrantable hasta que el día devino en ocaso.
2 comentarios:
He de reconocer que no me esperaba esto, ¡Arthur está vivo! Por favor, querida escritora, que no se marche más, ¿ok? No lo castigues más, ahora que está vivo se merece ser feliz, encontrar esa felicidad que por tanto tiempo le ha sido negada. Me ha sorprendido que entre Brisita y Leonard lo hayan revivido, eso lo tienen que contar con pelos y señales. Bueno, lo importante es que está vivo, ¡yupii! Ahora se siente fatal, es normal. Es que ha sufrido mucho. Es verdad que Sinéad ha pasado cosas terribles pero Arthur no se queda atrás, cosas muy trágicas y crueles. A ver si ahora las cosas le van un poco mejor. Etain, Amadeus, Erick y Urien parecen buenos vampiros, todos absolutamente fascinantes por sus descripciones. Me ha hecho gracia que estuviesen leyendo las memorias de Sinéad jajaja o "La historia de Lainaya", tienen buen gusto jijiji. A mi me daría un corte que se enteren de todas mis cosas más íntimas...Stella como siempre encantadora (¿Que hará en Alemania?) y Scarlya histérica perdida, se nota que quería que todo saliese a la perfección, y a pesar del retraso las cosas han salido bien. A ver como sigue, quedan muchos interrogantes en el aire. Un capítulo chulísimo, Ntoch ;)
La introducción de nuevos personajes me ha sorprendido muy agradablemente, es normal que Sinéad se sienta un poco cohibida ante la irrupción de vampiros que no conoce, ¿de dónde habrán salido? Urien, Etain, Amadeus, Erick... son nombres que seguro tendrán detrás toda una historia que iremos conociendo, de momento ahí están, tendiendo la mano a Sinéad. Pero claro, la bomba es ver allí también a Stella (qué agradable sorpresa), y sobre todo a Arthur, siempre melancólico y encantador, el vampiro con más mala suerte diría yo, aunque el caso es que no, que tiene más vida que los gatos :-)
Tenerlo de nuevo junto a Sinéad, aunque tal vez complique las cosas, es un placer y un consuelo, porque su sitio no pueden ser las nieblas de la nada... ¡a ver si esta vez se le da bien la cosa!
Me habría encantado ver por un agujerito ese concierto que Sinéad ofreció a sus nuevos y viejos amigos, cantando y tocando con Orianita... se abre una nueva historia que tengo muchas ganas de conocer a fondo, ¡bien por ti!
Publicar un comentario