martes, 22 de diciembre de 2015

ABANDONANDO LA REALIDAD - 03. MIEDO


MIEDO
Los atardeceres, en aquellas escondidas tierras, brillaban como si estuviesen hechos de la luz de todas las estrellas del firmamento. Cuando abría los ojos, notaba palpitando por dentro de mí los últimos rescoldos del templado fulgor del día. Salía de la alcoba donde dormía sabiendo que dentro de unos breves instantes me reencontraría con un resplandor que ya no podía herirme, que podía protegerme del frío y de la oscuridad de la noche.
Caminaba viendo cómo se adivinaban las primeras sombras de la noche tras esas montañas entre las que se ocultaban grandes extensiones de bosques densos y frondosos de acacias, robles y castaños, en cuyas preciosas copas reverberaban los matices más refulgentes del otoño. Caminaba aspirando el aroma de la savia de los árboles y de los pétalos de las tímidas flores que crecían suavemente entre las raíces de los árboles; oyendo cómo el murmullo ininterrumpido del agua se mezclaba con el musitar de los animales y sintiendo en mi piel los postreros suspiros del día.
Sabía que podía disfrutar plenamente de la luz y la templanza del día, pero me costaba mucho acostumbrarme a dormir por las noches, a imaginarme que el alba era en verdad el atardecer de mi sueño. Mis instintos vampíricos me impedían cerrar los ojos cuando el ocaso se hubiese transformado en una noche espesa y abrirlos cuando el amanecer rozase el cielo apagando las estrellas.
Se acercaba el invierno. Ya se adivinaba el frío en el aliento del viento que mecía con fuerza las ramas de los árboles pretendiendo arrancarles las últimas hojas anaranjadas que perlaban sus copas. Olía a nieve lejana, a nubes espesas que resguardaban las primeras lágrimas del invierno. Las remotas cumbres de las montañas se habían vuelto blanquecinas. La escarcha destellaba en las últimas flores del otoño y se posaba en las murientes hojas.
Ya llegaba el invierno y la naturaleza se preparaba tiernamente para recibirlo. Las vacías ramas de los árboles se erguían hacia el cielo como si esperasen la llegada de esa nieve que se convertiría en sus copas. Los troncos protegían las fulgurantes lágrimas del rocío y los animales que durante el otoño habían vagado libres por el bosque se ocultaban en refugios templados donde aguardarían la llegada de la primavera.
Me desperté un ocaso notando una leve punzada de dolor en el alma, como si fuese la voz de una nostalgia silenciada. Salí del hogar donde vivía con mis padres y Geork y empecé a caminar sigilosamente entre los vacíos árboles. El silencio que impregnaba el bosque era tan profundo que me sentí tentada de detener la respiración para que ni siquiera las piedras oyesen mi aliento. El cielo estaba teñido de gris; de un gris que se apagaba conforme los segundos transcurrían. En la creciente oscuridad de ese helado firmamento no se había prendido todavía ninguna estrella. El cielo estaba cubierto de unas nubes densas que me ocultaban el fulgor de la luna y me hacían creer que las sombras de la noche apagarían el resplandor de cualquier vida.
El murmullo del agua también sonaba tenue, como si se ocultase tras un sinfín de rocas áridas y gruesas. Me había despertado anhelando bañarme en ese río que tanto adoraba; pero aquellos deseos se desvanecieron cuando capté la inmensa soledad en la que estaba sumida la naturaleza. Ansié regresar hacia la hermosa casita de mis padres, pero alguien me detuvo apareciendo de pronto ante mí.
     Sinéad —se rió inocentemente—, no pretendía asustarte.
     Áurea —me reí también, inquieta y sobresaltada.
Áurea brillaba sutilmente entre las sombras de la noche como si portase en su piel el esplendor de todas esas estrellas que refulgirían tras esas inmensas y densas nubes que apagaban nuestro entorno. Me sonreía con dulzura y los ojos le fulguraban débilmente. Estaba vestida con una falda negra cuyo vuelo le daba vida a su estrecha cintura. Una blusa floreada perfeccionaba la hermosa forma de su cuerpo y sus cabellos ondulados y rubios le caían libres y rebeldes por los hombros y se le desparramaban por la espalda como si fuesen las hojas de un sauce llorón. Estaba tan bella que pensé que ningún paisaje mágico podría poseer tanta beldad como ella.
     ¿Te apetece que paseemos un ratito por el bosque? —me preguntó acercándose más a mí y tendiéndome su mano derecha. Yo se la tomé con delicadeza—. Esta noche está tan oscura que no me apetece caminar sola por ninguna parte, pero tampoco quiero encerrarme como si sintiese miedo.
Yo le asentí levemente con la cabeza mientras le presionaba la mano y empezaba a caminar junto a ella bajo el opaco cielo de la noche. Los últimos suspiros del atardecer parecían un espejismo que se perdía en la inmensidad de las sombras de la oscuridad. Era la primera vez que me hallaba a solas con Áurea después de tantos y tantos siglos sin conversar íntimamente entre los árboles. Me costaba recordar la última vez que habíamos estado juntas sin sentirnos en peligro. No quise rebuscar entre mi memoria por miedo a que el alma se me llenase de la imagen y las sensaciones de algún recuerdo que me hiriese profundamente en el corazón.
     Voy a llevarte a un lugar donde todavía brillan los últimos destellos del día. Quiero mostrarte algo.
Áurea hablaba con distancia, como si estuviese dirigiéndose a alguien que no se hallaba a su lado, sino más allá de los sueños y de la vida. Me fijé en que tenía los ojos perdidos en ese horizonte ensombrecido por la noche. El silencio que nos rodeaba era tan profundo que nos sentíamos tentadas de hablar susurrando. Ni siquiera el viento se atrevía a mecer más las ramas de los árboles, tal vez intuyendo que ya no le quedaban más hojas por arrancar.
     ¿Te encuentras bien? —me preguntó deteniéndose en el empiece de una senda que se perdía entre los gruesos troncos de los árboles—. Te noto distante.
     Tengo en el alma una sensación que no logro comprender.
     Tal vez nos venga bien hablar a las dos.
     Sí, tal vez.
Juntas nos internamos en ese bosque poblado de tantos árboles, descendiendo por una misteriosa cuesta que de repente se convirtió en un prado alfombrado por una hierba perlada de escarcha. Áurea me soltó de la mano y se sentó en el suelo, perdiendo los ojos por ese horizonte donde debían reverberar las estrellas y que, sin embargo, estaba todo cubierto por unas brumas mucho más espesas que la tristeza más honda.
     Mira, Sinéad —me ordenó suavemente mirándome a los ojos. Cuando me senté a su lado, me dijo—: Hace tiempo que noto que algo ha cambiado en este mundo. Sigue siendo tan hermoso, pero hay matices que nunca he visto. Nadie parece reparar en esos detalles tan aparentemente ínfimos, pero a mí me preocupan mucho.
     ¿De qué detalles se trata? —le pregunté inquieta.
     ¿No ves, en el horizonte, donde se supone que deberían brillar las estrellas, unas brumas azuladas que parecen moverse sin que el viento sople?
     Sí. Hasta ahora pensaba que se trataba de nubes, simplemente.
     No son nubes. Hace unas semanas, esas nieblas no eran más que una línea que se confundía con el horizonte; pero ahora son mucho más grandes y notables. Desde que empezaron a crecer, no he visto que las estrellas brillen allí, en esa parte del horizonte.
     ¿Qué crees que puede ser?
     No lo sé, Sinéad, pero... pero me temo que no se trata de nada bueno. Geork también las ha visto, pero no les da importancia.
     Parecen olas.
     Sí, sí, se mueven como si fuesen olas que se acercan a una orilla invisible.
Ambas nos quedamos en silencio, observando esas lejanas y oscuras brumas que parecían querer cubrir el cielo entero con lentitud y espesura. El viento soplaba de vez en cuando, muy de vez en cuando, intentando arrancarnos un suspiro; pero una sensación muy potente, parecida al temor más punzante, se había apoderado de nuestra voz y no nos permitía hablar ni gesticular.
     No debe de ser nada bueno —repitió Áurea entornando los ojos.
     No sé qué hacer.
     ¿Cómo está Lacnisha?
     Hace días que no salgo de aquí. No necesito alimentarme.
     Tienes que ir a ver cómo está.
Las palabras de Áurea sonaron tan teñidas de preocupación que no pude evitar estremecerme. Cerré los ojos con fuerza, intentando imaginarme qué estaba sucediendo, elucubrando sobre el significado de esos extraños detalles, y entonces, inesperadamente, tomé la decisión de regresar a Lacnisha para comprobar en qué estado se encontraba su nieve, sus árboles, sus nubes, su aliento.
     Creo que iré hoy mismo a verla —la informé mientras me levantaba del suelo.
     Iré contigo, Sinéad. No quiero que estés sola.
     No creo que esté ocurriendo nada malo. Tal vez estemos alertándonos en vano.
     No lo sé, pero yo también tengo el alma invadida por una sensación que me empequeñece.
No nos dijimos nada más. Corrimos juntas hacia el rincón exacto que nos permitiría salir de ese mágico mundo y llegar hasta mi amada y ancestral isla. No nos costó nada encontrarnos en medio de aquellos eternamente nevados bosques, bajo ese cielo espeso y liliáceo en el que nunca habían brillado las estrellas. El frío del interminable invierno que reinaba en esas tierras me golpeó en la piel, pero no me estremeció como siempre lo hizo, no me hizo sentir acogida, no me hizo saber que estaba de nuevo en casa.
     Áurea —susurré incapaz de levantarme del suelo. El cuerpo me pesaba—, Áurea.
     Aquí estoy, Sinéad —me avisó ella presionándome las manos—. ¿Qué te ocurre?
     No sé, no noto lo de siempre.
     ¿Qué quieres decir?
Tenía los ojos cerrados. No me atrevía a abrirlos por miedo a encontrarme con una imagen que no concordase con mis recuerdos; pero no podía alargar más el momento de perder la mirada por la hermosura de Lacnisha. Abrí los ojos lentamente, con temor, y entonces el aliento del invierno me los rozó como si desease arrancarme esas lágrimas que tanto tiempo llevaba encerrando en mi mirada.
La nieve más blanca y pura seguía alfombrando el suelo de Lacnisha y el silencio más denso lo impregnaba todo; pero algo había cambiado. No sabía concretar de qué se trataba, qué detalle había mutado la apariencia de aquella isla que tanto amaba. Simplemente notaba que la nieve no brillaba igual, que había esparcida por el bosque una oscuridad que nunca había invadido Lacnisha; una oscuridad que parecía querer destruir el antiguo resplandor de su alma.
     Lacnisha no está igual.
     Yo la veo igual que siempre, Sinéad.
     No, Áurea. Tú no la conoces desde siempre, desde hace tantos años.
     No, no la conozco tanto como tú.
     Noto que hay menos nieve alfombrando su suelo y, además, no está nevando ahora, cuando debería nevar sin cesar. Estamos cerca del solsticio de invierno, cuando más nieva en Lacnisha. No está nevando, no está nevando, y al tocar esta nieve, sé que no nieva desde hace al menos un mes. Esta nieve está demasiado dura. No es una nieve reciente —protestaba con la respiración convertida en suspiros sutiles mientras tañía sin cesar la nieve que cubría aquel suelo tan antiguo—. Mira los árboles. No tienen nieve en sus ramas...
     Sinéad, posiblemente empiece a nevar dentro de poco.
     No, no... Áurea —la apelé levantándome deprisa del suelo y corriendo hacia la orilla—, ven, ven, Áurea. Mira el mar... No, no está igual. Ya no hay banquisas flotando a la deriva, como siempre. Ahora el agua se mueve, se mueve. En Lacnisha nunca hubo olas.
     Yo creía que sí...
     Algo está ocurriendo. Lacnisha no está igual.
     Sinéad, cálmate, cariño —me pidió rodeándome con sus brazos. Yo había empezado a llorar sin preverlo ni poder evitarlo—. No te preocupes. Estoy segura de que...
     Las banquisas que rodeaban Lacnisha eran tan antiguas como su suelo. Este mar nunca tuvo olas. Debería estar nevando, y tengo la sensación de que no lo hace desde...
     Estarás equivocada, Sinéad...
     No, conozco tanto esta isla como a mí misma. No está igual.
     ¿Quieres que vayamos a buscar a Leonard y hablemos con él?
     No, no creo que él pueda hacer nada. Es eterno y muy poderoso, pero no creo que pueda remediar nada...
     Tú sí puedes lograr que nieve, Sinéad.
     Nunca he controlado la naturaleza que reina en Lacnisha.
     Hazlo ahora. Concéntrate y haz que nieve. A Lacnisha le irá bien, Sinéad.
No tenía fuerzas ni ánimos para rebatirle a Áurea ni una sola de sus palabras, así que me separé de la orilla y me dirigí hacia el corazón de ese puro y nevado bosque. Cerré los ojos y me arrodillé en la nieve mientras concentraba toda mi magia en mi alma, mientras reunía todos mis poderes en un solo deseo: «Por favor, haz que el invierno llore sus lágrimas heladas sobre este bosque, haz que la temperatura de estos lares descienda hasta congelar ese mar que siempre estuvo lleno de banquisas que protegían la orilla de Lacnisha», rogaba con todo el ímpetu de mi alma, con una desesperación que me hacía suspirar de vez en cuando; pero, por mucho que suplicase empleando toda mi magia, nada cambiaba a mi alrededor, al contrario, cualquier cambio que yo pudiese captar solamente se operaba en mi interior. Percibía que la voz de esa magia que podía unirme a la consciencia de la Naturaleza se silenciaba, algo la golpeaba, tal vez la brutalidad de la realidad que nos envolvía.
     No puedo —me quejé abriendo de repente los ojos. La poca magia que había logrado concentrar en mi alma se desvaneció irrevocablemente—. Por mucho que lo ruegue, no consigo nada.
     Tal vez no lo consigas porque estás demasiado nerviosa.
     No, Áurea, no consigo conectarme con el espíritu de la Naturaleza. Ya nada es como antes. No capto su voz, no oigo nada más allá de mis pensamientos.
     Tranquilízate, Sinéad, por favor —me pidió agachándose enfrente de mí y abrazándome de nuevo. Estaba tan nerviosa que ni siquiera podía controlar mi equilibrio—. Volveremos a nuestro hogar y les contaremos a los demás todo lo que está sucediendo.
     No puedo creerme que esto sea real. Incluso tengo la sensación de que hace más calor en Lacnisha.
     No es cierto. Hace mucho frío. Venga, regresemos antes de que te sientas más desprotegida.
     Yo nunca me he sentido desprotegida en Lacnisha, nunca, nunca —sollozaba sin poder controlar mis sentimientos.
     Sinéad, nada es lo que parece. Volvamos.
No me opuse. Permití que Áurea me condujese de vuelta a aquellas tierras que, aparentemente, estaban lejos de la destrucción; aquellas tierras que yo había creado con el deseo de que fuesen el hogar más protector de todo el Universo; pero en esos momentos ya empezaba a dudar de que aquellos lares se hallasen alejados de cualquier adversidad que pudiese golpear nuestro mundo.
Cuando llegamos al bosque donde nos habíamos encontrado esa noche, Áurea me acompañó al hogar de mis padres y me acomodó en el lecho en el que llevaba durmiendo todos los días desde que había llegado a aquellas mágicas tierras. No era capaz de atender a lo que sucedía a mi alrededor. Áurea me hablaba, pero me costaba mucho comprender sus palabras. Lo único que me anegaba el alma era un miedo atroz e infinito a que Lacnisha desapareciese, a que mi amada isla también muriese.
     Lacnisha, Lacnisha —deliraba sin poder controlar mis lágrimas.
     No te preocupes por Lacnisha, Sinéad.
     Debería estar nevando —susurraba casi sin voz.
     Nevará, ya lo verás. Dentro de unos días vuelve a Lacnisha, ya verás cómo esto solamente es un susto.
Me dormí entre suspiros de dolor y miedo, guiada hacia el sueño por unas caricias cariñosas que Áurea me dio en el rostro, en los cabellos y en las manos. Cuando mi consciencia desapareció, me encontré perdida en un mundo lleno de sombras y frío. Caminaba por un bosque cuyos árboles parecían haber estado siempre vacíos, carentes de vida y de luz.
La oscuridad del cielo que me cubría era tan espesa que ni siquiera podía atravesarla con los ojos. Me costaba ver lo que había a mi alrededor. Solamente notaba las sombras de los árboles que orillaban mi camino.
De repente noté que la temperatura de mi entorno ascendía imparablemente. Me desperté sobresaltada y, sin poder controlar mis movimientos ni mis pensamientos, salí del lecho en el que dormía y corrí hacia el exterior guiada por un miedo que no tenía ni principio ni fin. Corrí y corrí a través de la noche, dejando atrás la protección que aquel hogar podía ofrecerme, hasta encontrarme en el rincón que era la puerta hacia el otro mundo, el mundo de la humanidad. No dudé ni un instante, solamente llené mi alma del deseo de regresar a esa tierra tan corrompida y amenazada.
Entonces me encontré de nuevo en medio de los bosques de Lacnisha. Bajo mis pies, refulgía muy tenuemente la pura nieve que alfombraba su suelo. Sobre mí, el cielo espectral de una noche eterna apagaba cualquier destello de luz que pudiese alumbrar mi camino o mi alrededor. Me rodeaban esos árboles ancestrales que nunca se habían llenado de hojas, pero sus ramas parecían tristes, decaídas, apuntaban hacia la tierra como si el firmamento pesase sobre ellas.
Miré a mi alrededor sin comprender nada. No podía aceptar las imágenes que llegaban a mí. La nieve que cubría aquel eterno suelo era tan fina como la escarcha que adorna las flores en las madrugadas. El infinito silencio que siempre se había esparcido por la inmensa soledad que reinaba en Lacnisha estaba lleno de sonidos cuya procedencia era incapaz de determinar. Me pareció captar el murmullo de unas olas tímidas, la voz de la lejana civilización; un sonido que nunca había llegado hasta Lacnisha. Corrí, sin preverlo, hacia la orilla de aquella entrañable isla, sin percatarme de que sobre las cumbres de las montañas ya no se posaba esa nieve esponjosa que las había engrandecido bajo el cielo de la noche. Reparé en esa terrible ausencia cuando me hallé al otro lado de esas montañas observando ese mar que antaño estuvo tan helado y que en esos momentos se mecía en unas olas interminables. Me di la vuelta, incapaz de soportar esa imagen, y entonces advertí que la piedra que formaba aquellas ancestrales montañas se había descubierto ennegrecida ante los ojos del presente.
Tuve que reprimirme un alarido de terror, de impotencia y de tristeza cuando me percaté de que la nieve que siempre había argentado esas poderosas montañas se deslizaba suavemente por sus laderas convertida en unos ríos de dudoso caudal; unos ríos que se mezclaban, al llegar a la tierra, con la nieve que había caído del cielo ya hacía tanto y tanto tiempo; un tiempo que era incapaz de contar, de conocer.
     ¡Lacnisha! —susurré con la voz quebrada, perdiendo involuntariamente el equilibrio y cayendo de rodillas al suelo mientras empezaba a llorar desconsoladamente—. Lacnisha, ¿Qué está pasando?
De repente noté que alguien me llamaba a través de la distancia; una distancia no creada por el espacio que separa dos lares, sino por la distancia que divide dos mundos. Sabía que aquel reclamo procedía de la tierra que yo había creado con tanto amor uniéndome al alma de la Naturaleza. Alguien me llamaba con desesperación desde el otro lado de la vida y yo debía acudir cuanto antes a aquel reclamo, pero no tenía fuerzas para abandonar Lacnisha en medio de aquella triste noche. No obstante, me esforcé por levantarme del suelo y volver a aquel mundo mágico antes de que se hiciese mucho más tarde.
Sabía que quien me llamaba con tanto ahínco y desesperación era Klaudia, mi madre. Que ella me reclamase a través del espacio y del tiempo me estremecía tanto que era incapaz de concentrarme para traspasar las fronteras de la realidad para llegar hasta ella; pero al fin me hallé corriendo por esos bosques tan inmaculados y puros que habían emergido de lo más profundo de mi alma. Sin embargo, noté, mientras corría, que la noche ya no cantaba igual, que la voz de los bosques estaba silenciándose.
Vi a Klaudia esperándome entre dos árboles. Tenía los ojos anegados en miedo, en desesperación y en agonía. Cuando me tuvo al alcance de sus manos, me aferró con fuerza de los brazos y me atrajo hacia sí temblando descontroladamente.
     Madre...
     Sinéad, debes hacer algo, debes hacer algo —me pidió acongojada.
     ¿Qué sucede?
     Mira allí —me ordenó señalándome con su mano diestra el horizonte en el que Áurea también había perdido los ojos—. Esas nubes...
Aquellas sombras que a Áurea y a mí nos habían parecido olas serenas se habían convertido en un cielo más que cubría el horizonte de nuestros mágicos días y nuestras brillantes noches. Aquellas nieblas avanzaban a través de las sombras de aquella inmensa oscuridad, cubriéndolo todo, apagando cualquier destello de vida. Algo se quebró por dentro de mí, como un aviso, como un temor incontrolable. Me acordé rápidamente de que la nieve de Lacnisha estaba derritiéndose y que el mar que la rodeaba estaba perdiendo las banquisas que siempre la habían protegido.
     ¿Qué está pasando, Sinéad? —me preguntó de repente Geork.
     No lo sé, no lo sé.
     Lacnisha está en peligro, ¿verdad? —quiso saber Alex situándose a mi lado—. He ido a alimentarme y la he visto tan extraña...
     Sí, sí. La nieve de Lacnisha está derritiéndose y debería estar nevando. Ahora es cuando más frío hace en Lacnisha y... sin embargo no hace frío y no nieva —les explicaba nerviosa—. Las banquisas que la rodean están derritiéndose y en el mar que la protege del mundo han surgido unas olas que...
     Algo muy grave está sucediendo —aportó Ernest sobrecogido.
     Debemos hacer algo —pidió Áurea temerosa.
     ¿Qué podemos hacer nosotros? —cuestionó Eitzen. De repente me di cuenta de que todos mis seres queridos se hallaban a mi alrededor—. Creo que lo que está ocurriendo no depende de ninguno de nosotros, ni siquiera de ti, Sinéad.
Mientras intercambiábamos palabras tan llenas de desesperación, aquellas brumas oscuras que nos lo ocultaban todo iban avanzando a través de la noche, cubriéndolo todo. Entonces me percaté de que, a su paso, aquellas brumas destruían los árboles que poblaban aquel mundo, aquel bosque. Parecían devorarlos, absorberlos, convertirlos en más nieblas que alimentaban esas nubes destructoras. Lentamente, dejé de oír el murmullo de la voz del agua y el musitar de los animales. Olía a vacío. Lo llenaba todo un olor a nada, a vida desvanecida.
Inesperadamente, el suelo empezó a temblar violentamente bajo nuestros pies. Un terremoto cruel y despiadado agitó con una brutalidad interminable todos los rincones de esa naturaleza tan amada, derrumbando inevitablemente los curiosos y preciosos hogares que se hallaban entre los árboles, arrebatándoles las rocas a las montañas, derribando esos mismos árboles que nos habían protegido siempre. Las montañas perdían su hermosa y poderosa forma, el cielo que nos cubría se había oscurecido irreversiblemente y de todas partes surgían suspiros de desesperación. Los pocos animales que todavía vagaban por el bosque creyendo que dentro de poco celebrarían la llegada del invierno corrían desorientados por doquier, intentando encontrar un refugio que pudiese ampararlos de aquel desastre.
     ¡Sinéad, Sinéad! —gritaba Alex intentando no perder el equilibrio.
     ¡Sinéad, haz algo! —me suplicó Klaudia cayendo al suelo inevitablemente.
     ¡No sé qué puedo hacer! —protesté con la voz totalmente quebrada.
     ¡Intenta conectarte con el espíritu de la Naturaleza! —me aconsejó Áurea.
Traté de ignorar todos esos sentimientos que me anegaban el alma, pero era incapaz de serenarme. Jamás podría conectarme con el alma de la Naturaleza si estaba tan desasosegada y desesperada; pero entonces supe que ni tan sólo hallándome sumida en la calma más interminable podría enlazarme a esa voz ancestral que me había ayudado a crear aquel mundo tan hermoso y aparentemente eterno.
Mientras trataba de conectarme con aquella alma tan antigua, a mi alrededor se derrumbaban los árboles, desaparecían las flores, las nubes, se turbaba el silencio. Miles de sonidos indescifrables se habían apoderado de la suave voz de los bosques y la habían convertido en un delirio de gritos, golpes y rugidos que me sobrecogían profundamente.
No podía luchar contra nada. Parecía como si me hallase en un mundo que nunca había sido mi hogar, que yo nunca había amado ni conocido; en un mundo manejado por una fuerza impiadosa que lo despreciaba todo, que deseaba destruir cualquier vida, aunque ésta fuese efímera y delicada. No podía ni siquiera aferrar de las manos a mis seres queridos. Ellos se alejaban de mí arrancados de mi lado por un ímpetu que solamente provenía de la destrucción.
Sentí ganas de gritar, pero estaba tan paralizada que no podía ni siquiera entornar los ojos. Hipnotizada por una fuerza incontrolable, observaba aterrada cómo aquellas oscuras sombras avanzaban y avanzaban a través de la noche absorbiendo todo lo que formaba aquel mundo que tanto esfuerzo me había costado construir; notaba aterrada cómo el suelo temblaba bajo mis pies, intentando arrancarme el equilibrio, destruyendo los árboles, destruyéndolo todo. Además, a lo lejos, podía oír el eco de la nieve derritiéndose.
Solamente podía notar que tenía la respiración agitada y que alguien me presionaba con mucha fuerza de las manos. La oscuridad que nos rodeaba a todos se hacía cada vez más profunda, más espesa e impenetrable. Los árboles desaparecían a nuestro alrededor, se apagaban los sonidos de la noche, dejaban de brillar las pocas estrellas que podía adivinar tras esa insondable capa de nubes densas. Ya no olía a savia ni a vida, solamente a vacío, a ese vacío que invade los hogares que se deshabitan.
     Sinéad, por favor, haz algo —me pidió una voz llena de ecos lejanos. Era incapaz de saber a quién le pertenecía—. Sinéad, todo está desapareciendo. Haz algo, Sinéad.
La estela de mi memoria me sugirió que aquella voz le pertenecía a Eitzen. Guiada por la desesperación que impregnaba aquellas palabras, me esforcé por observar minuciosamente lo que sucedía a mi alrededor, aunque en esos momentos me parecía que yo no era dueña de mis pensamientos ni de mis sentimientos.
La oscuridad que se cernía sobre nosotros y que avanzaba devorando todo lo que formaba aquel bosque se había apoderado de la imagen de todos mis seres queridos. Quien me aferraba de las manos cada vez tenía menos fuerza en los dedos. Inesperadamente, perdí el rastro de esas manos que me hacían sentir medianamente protegida y me quedé sola en medio de un mar de brumas que me apartó del último sonido de aquella noche. No podía hacer nada, no podía pensar, era como si me hubiesen robado la voluntad, el alma, la vida. Solamente podía presenciar cómo todo lo que yo había creado desaparecía absorbido por una fuerza cuya procedencia era incapaz de determinar. Mis seres queridos también se perdían por esa creciente inmensidad, por ese helado vacío. Yo caía por un abismo que me separaba cada vez más de ellos, irrevocablemente, para siempre, de ellos. Quise llamarlos, me esforcé por lograr recuperar el equilibrio y el dominio de mis deseos en medio de esa absoluta vacuidad, pero no podía controlar nada, ni tan sólo la voz de mis pensamientos.
Klaudia, Ernest, Geork, Áurea, Eitzen, Alex: todos desaparecían absorbidos por la nada en la que vivían antes de que yo los apartase de la muerte. La mirada de todos ellos se convirtió en oscuridad delante de mis incrédulos ojos. Sentía que en mi alma se quebraba una fuerza que hasta entonces la había mantenido más o menos estable, que la había protegido de la tristeza más irreversible. Continuamente intentaba gritar para llamarlos, para asegurarles que lucharía por ellos; pero no podía cumplir nada de lo que me proponía porque de repente yo había dejado de ser dueña de mi vida, de mi cuerpo y de mi destino. Solamente notaba que la gravedad de la realidad me atraía hacia sí, hacia un suelo que siempre, siempre, desde el principio de la vida de la Historia, había estado cubierto por una nieve inmaculada y eterna que, en esos momentos, estaba desvaneciéndose.
Noté que me rodeaba el frágil frío que invadía tímidamente los bosques de Lacnisha; un frío que antes había sido el más denso y profundo del Universo; un frío que me había protegido de la gelidez más insoportable de la vida. Percibí que esa misma gravedad que me había arrancado de la vera de mis seres queridos me impulsaba hacia ese suelo para que me tumbase allí, para que descansase sobre una nieve que cada vez se volvía más frágil y menos espesa. No podía abrir los ojos porque me sentía inmensamente débil. Oía, a lo lejos, que un sonido sordo y continuo interrumpía el silencio de la noche. Un destello de razón me desveló que aquel sonido procedía de ese mar que rodeaba la isla de Lacnisha; un mar que hasta entonces había permanecido sumido en la quietud y la serenidad más absolutas; pero otro destello de consciencia me advirtió de que aquellos extraños sonidos que interrumpían la tranquilidad de aquella eterna noche que reinaba en Lacnisha era la voz de la desaparición de ese mundo que hasta esos instantes nos había protegido de la maldad de la humanidad.
Tenía mucho sueño, mi consciencia pretendía apagarse; pero antes de perder la noción de mí misma, me pregunté por qué estaba sucediendo aquello, quise saber qué estaba destruyendo mi amado mundo. «Tal vez sea imposible mantener vivo un lugar tan mágico cuando en este mundo real cada vez hay menos amor hacia la Naturaleza, cuando todo está perdiendo importancia en esta tierra», me dije antes de perder la consciencia. «Es imposible que haya magia en una realidad tan horrible y triste». Tras aquellas palabras, entonces todo desapareció, desapareció sin que yo pudiese saber cuándo volvería a pensar con nitidez, lejos de la inconsciencia, lejos del mundo oscuro de los sueños.

domingo, 6 de diciembre de 2015

ABANDONANDO LA REALIDAD - 02. FIDELIDAD


FIDELIDAD
 
El tiempo se había diluido en la cálida ternura que invadía todos los rincones de aquel mágico mundo que la Naturaleza y yo habíamos alumbrado en las tinieblas ancestrales que anegaban el Universo. Me costaba acostumbrarme a la oportunidad de vivir por el día y descansar por las noches. Todo el poder imperecedero que la Naturaleza y yo habíamos compartido en aquellos imborrables instantes nos había proporcionado a todos la posibilidad de disfrutar plenamente de la luz del sol sin que ésta nos hiriese; pero a mí me costaba mucho mudar mis hábitos. En cambio, mis padres y mi hermano no tenían ningún problema en sacarle todo el provecho al fulgor brillante que el cielo les otorgaba. No había prisa para nada, todo era posible en aquel lugar y las noches también eran un refugio que nos ayudaba a recordar a qué especie pertenecíamos. De vez en cuando, tenía que abandonar aquella inocua tierra para reencontrarme con la sangre; pero aquello sucedió muy pocas veces durante mi estancia en aquella noble y pura morada, pues el tiempo no transcurría de la misma forma que en el mundo que me había visto nacer. Además, nunca salía sola de aquella dimensión, sino que siempre me acompañaba alguno de mis seres queridos. Nadie se atrevía a vagar en solitud por aquella tierra tan llena de amenazas, ni siquiera los vampiros que ya habían conocido aquel mundo en otro tiempo, pues, aunque ya hubiesen vivido allí durante un sinfín de años, para ellos aquél ya no era el hogar que los había protegido. Había cambiado tanto que se les había vuelto completamente irreconocible y hostil.
Desde que me había adentrado en aquel mundo que hacía tanto tiempo que no visitaba y me había reencontrado con mi hermano y mi madre, me había olvidado de todas las aflicciones que me atacaban en la Tierra y que me hacían creer que para mí ya no quedaban instantes hermosos por vivir. Parecía como si nunca hubiese habitado en otra parte, como si desde siempre aquella tierra hubiese sido mi única morada. Sí me acordaba de Tsolen cuando me quedaba a solas conmigo misma, pero su recuerdo no me disuadía de la idea de permanecer allí, en aquella pura tierra, durante un tiempo que nadie fuese capaz de contar. Incluso había momentos en los que me planteaba la deliciosa posibilidad de vivir allí eternamente, lejos de los peligros de la humanidad, rodeada por los seres a los que siempre quise y siempre me quisieron con plenitud, olvidándome de que había rincones en los que la maldad corrompía la belleza. No obstante, yo sabía, perfectamente, que a aquel mundo en el que había vivido prácticamente toda mi vida le debía una imperecedera fidelidad que ninguna tierra mágica sería capaz de quebrar jamás. No podía abandonar para siempre aquella naturaleza que me había enseñado a amar tanto los bosques, los ríos, las montañas, los desiertos, los mares, los lagos, las estrellas, la luna e incluso ese sol que tanto podía lastimarme. Si me marchaba para siempre de aquel mundo que tantos hogares me había ofrecido para protegerme, me invadiría el alma una sempiterna culpabilidad que jamás permitiría que los ojos me resplandeciesen todo lo que mis seres queridos se merecían.
Así pues, vivía a merced de unos sentimientos y unos deseos que a veces me desorientaban y, en otras, me hacían sentir que era la vampiresa más dichosa de la Historia al poder compartir con mis padres, mi hermano y todos los demás vampiros nobles que habían formado parte de mi vida un sinfín de momentos cuya beldad trascendía el tiempo y el espacio. Aquella misma tarde en la que me reencontré con Geork y Klaudia después de tantos meses sin vernos, también pude abrazarme a Ernest, mi padre, quien me recibió con una sonrisa mucho más luciente que el sol que se escondía tras las verdes y poderosas montañas que marcaban unas fronteras totalmente franqueables en ese mundo donde no existían los límites.
     Me alegro tanto de volver a verte, hija —me dijo Ernest cuando me tuvo al alcance de sus brazos. Me había visto acercarme a él por un camino lleno de flores blancas que resistían el titilante frío del aliento del otoño—. Sé que no has cambiado, pero para mí nunca pareces la misma.
     Sigo siendo la misma —me reí al sentirme protegida por esos brazos que siempre quisieron ampararme del hambre y del frío—. Estáis todos tan hermosos...
     Tú sí estás bella —me sonrió Geork con un cariño inmensurable—. Sinéad, me gustaría decirte algo.
     ¿De qué se trata? —le pregunté separándome de los brazos de Ernest para poder mirar a mi hermano profundamente a los ojos.
     Verás, nunca te he dado las gracias por permitirme conocer a mi padre. Es una de las cosas más maravillosas que me han sucedido en la vida. Este mundo que creaste para todos nosotros es el hogar más mágico y acogedor que jamás pude imaginarme.
     Aprecias tanto las cosas, hijo, porque pasaste mucha hambre, miseria y frío —aportó Klaudia con mucha ternura y emoción. Los ojos se le habían llenado de lágrimas—. Sinéad es exactamente igual que tú. Aprecia cualquier detalle ínfimo porque sabe valorar mucho las cosas, mucho más que cualquiera de los humanos que viven en esa tierra que están destrozando.
     No sabía que le guardabas rencor a la especie humana, Klaudia —se rió Ernest con amor.
     No le guardo rencor a la especie humana, básicamente, porque nosotros también fuimos humanos y habernos convertido en unos seres distintos no nos da derecho a despreciar lo que fuimos antes; pero sí es cierto que no entiendo por qué no valoran más lo que tienen en vez de intentar continuamente llegar más allá de su presente y de todo lo que lo forma. Me da mucha pena que estén destruyendo la Naturaleza que puede darles la vida y un sinfín de momentos hermosos que les llenarían el alma de gratitud y amor. Muy pocos humanos saben amar la naturaleza como es debido.
     Sí, sí hay humanos que la aman, madre —la contradije con mucha delicadeza.
     Muy pocos, Sinéad. Que haya gente paseando por los bosques no significa que haya personas que amen la Naturaleza. Pueden permanecer allí durante largos momentos, pero no saben respetarla.
     No quiero que perdamos el tiempo hablando de esos seres desagradecidos —pidió Geork sonriendo con picardía—. Creo que Sinéad está aquí porque desea huir de la humanidad, ¿verdad, hermana? —Aquellas palabras me hicieron sentir una punzada de dolor traspasándome el alma. No pude hacer más que asentir débilmente con la cabeza—. Lo sabía. Por eso pienso que lo mejor que podemos hacer es distraerla y hablarle de otras cosas para que no piense en lo que tanto le duele.
     Tienes razón, hijo. Lo sentimos, Sinéad —se disculpó Klaudia tomándome de las manos—. Estamos muy felices de tenerte aquí con nosotros.
     Sí, es una bendición —confirmó Ernest sonriéndome con mucha luz.
     Pero no llores —se rió Geork retirándome las lágrimas que me resbalaban inevitablemente por las mejillas.
     Es que me parece un sueño que estemos los cuatro aquí, en este lugar tan hermoso, bañados por la luz del atardecer sin sentir que la piel nos protesta, sabiendo que nada puede hacernos daño —les confesé con una voz quebrada por la emoción más intensa.
     Es una bendición, sí —repitió Ernest entornando los ojos.
     Hace mucho tiempo que no estamos juntos —indicó Klaudia con nostalgia—. Queremos contarte todo lo que ha ocurrido desde que te fuiste de aquí, hija.
     Para mí será un placer escucharos —les sonreí a todos.
     Pero también deseamos escucharte a ti. Quiero que nos cuentes acerca de tu vida —me solicitó Geork divertido.
Así pues, mientras disfrutábamos de los aromas más tiernos de la Naturaleza, de sus matices más brillantes y de la lenta llegada de la noche, Ernest, Geork, Klaudia y yo conversamos con dulzura y emoción hasta que el cielo se llenó de estrellitas que nos observaban con conformidad desde el Universo. A mí me parecía que todas esas estrellas podían sentir la gran felicidad que se encerraba en nuestro corazón.
Los días pasaban sin prisa, con una lentitud que a todos nos serenaba. Aunque aquello me resultase extraño, las horas transcurrían sin que todavía me hubiese reencontrado con todos esos seres queridos que habían formado parte de mi vida. Compartía los atardeceres con mis padres y mi hermano. Los cuatro conversábamos durante horas bajo aquel cielo tan brillante hasta que la noche convertía en sombras todos los destellos de luz que brotaban de la naturaleza.
Mas un atardecer todo cambió. Mientras el cielo brillaba sobre nosotros, mis padres, mi hermano y yo conversamos acerca de todos los matices de nuestra vida. Yo les hablé del presente que compartía con Tsolen, de nuestras disputas (las que cada vez se habían vuelto más frecuentes) y de nuestros instantes más felices, omitiendo aquellos detalles que podían incomodarlos. Ellos, por su parte, me explicaron todos esos sucesos divertidos que habían ocurrido en aquel mundo. Parecía como si solamente quisiesen hacerme partícipe de esos hechos que podían hacerme sonreír solamente con la intención de alejarme de cualquier cosa que pudiese herirme o entristecerme.
     Y, una noche, Alex volvió de la Tierra trayendo aquí un ordenador portátil —me contaba Geork invadido por una risa que apenas le permitía hablar—. No tenía ni idea de lo que era ese objeto ni para qué servía. Había leído en la mente de un sinfín de humanos que era un aparato muy útil sin el cual la vida no podía proseguir, así que optó por conseguir uno sin tener ni la más sutil noción de cómo se usaba.
     Ay, pobrecito —me reí inocentemente sin poder evitarlo.
     Por supuesto, no sabía ni encenderlo. Cuando vio el teclado con todas esas letras pensó que podía escribir directamente, pero, claro, teníamos que encenderlo. Para colmo, era un ordenador nuevo, por lo que había que configurar el sistema operativo e instalar todos los programas necesarios. No podíamos hacer nada, puesto que no tenemos internet aquí para descargar las actualizaciones. Le pedí que hiciese el favor de devolverlo al lugar de donde lo había conseguido.
     ¿Y tú cómo es que sabes tanto de informática? Hablas como uno de esos humanos que entienden de ordenadores. Usas palabras raras: configurarlo, sistema operativo... Yo no comprendo nada de eso —se rió Klaudia con pureza.
     Yo tampoco entiendo mucho de ordenadores ni de tecnología en sí —les revelé con un ápice de vergüenza sonrojándome las mejillas.
     A mí es que me gusta mucho el mundo de los ordenadores y, siempre que voy a la Tierra para alimentarme, me traigo libros o artículos que versen sobre informática —me confesó Geork emocionado.
     No creo que te haga mucha falta adquirir esos conocimientos, hijo; pero, si eres feliz así, yo no me opondré —le aseguró Ernest sonriéndole con cariño.
     Lo único que te pido, Geork, y te lo pido poniendo el alma en cada una de mis palabras, es que no traigas aquí ni la menor estela de tecnología ni de informática, por favor —le rogué temerosa.
     ¿Qué mal va a hacer aquí un ordenador, Sinéad? —me preguntó riéndose con fuerza.
     No, pero traerás un ordenador, luego necesitarás un enchufe para cargarlo, por lo que...
     No, no, yo no voy a instalar nada. En el caso de que traiga uno de esos ordenadores portátiles, iría a cargarlo al otro mundo.
     No quiero —protesté de forma infantil.
     Sinéad, pero si no pasa nada.
     Sí, sí ocurre. Contaminan.
     Está bien, no te preocupes. Te prometo que en este mundo no entrará nada informático ni el menor rastro de tecnología.
     Pero tampoco es conveniente que salgas de este mundo siempre que quieras usar un ordenador. Ese mundo es peligroso —terció Klaudia con una preocupación inmensa sonrojándole las mejillas.
     No me sucederá nada malo, madre. Si estuviese en peligro, Sinéad podría ayudarme porque todos podemos llamarla a través del lazo que nos une.
     Eso es cierto —afirmé sonriendo más aliviada.
     No haré nada que a Sinéad pueda disgustarla. Este mundo es su creación y debemos respetarlo.
     Gracias, hermanito.
Las conversaciones que mantuvimos continuaron siendo calmadas y divertidas. Cuando la luna presidía el firmamento con orgullo y una hermosura brillante e imponente, alguien se acercó a donde mi familia y yo nos encontrábamos. Entre las sombras de la noche, distinguí a lo lejos a Alex. Caminaba hacia nosotros como si no se creyese que dentro de nada podría tomarme de las manos. Le brillaban mucho los ojos, tanto que por un momento pensé que su mirada resplandecía mucho más que todas las estrellas que adornaban aquel cielo nocturno. Al verlo siendo un vampiro tan hermoso y perfecto, recordé involuntariamente aquella noche en la que había intentado alejarlo para siempre de la mortalidad; aquella noche en la que, en lugar de ofrecerle un eterno destino, le había arrebatado los pocos días de vida que aún le quedaban. Traté de que aquellos recuerdos no me ensombreciesen los ojos y no atenuasen la felicidad que sentía por saber que dentro de unos instantes podríamos abrazarnos después de muchos años sin vernos.
     Sinéad —me apeló cuando tuve su mirada tiernamente pendiendo de la mía—, he sabido que estabas aquí porque lo he sentido en el alma.
     Alex —me reí tiernamente al advertir que estaba a punto de emocionarse. Me alcé de donde estaba sentada y me dirigí hacia él para abrazarlo muy dulcemente. Alex me acogió en sus brazos como si yo fuese frágil o como si su vida fuese un soplo de aire que solamente podía perdurar en el tiempo si nos abrazábamos—. En realidad, no hace tanto tiempo que no nos vemos, pero es como si hubiese transcurrido una eternidad desde la última vez que nos miramos a los ojos.
     Apenas disfrutaste de la magia que te ofrecía este mundo. Te marchaste enseguida como si tuvieses miedo a ser demasiado feliz aquí —me comunicó retirándose de mi hombro para poder mirarme a los ojos—. Estás tan hermosa como siempre, Sinéad. Me gustaría que...
     Creo que nosotros sobramos por completo —dijo Geork alzándose del suelo.
     No, no, soy yo quien me marcharé con Alex a otro lugar —les informé antes de que hiciesen el amago de irse.
     Por supuesto —me sonrió Klaudia con felicidad—. Cuídate, Sinéad.
Alex y yo caminamos en silencio bajo el estrellado y brillante cielo de la noche. El viento soplaba a nuestro alrededor, meciendo con fuerza las ramas de los árboles y serenándose cuando algunas hojas caían al suelo, haciendo un sonido sordo al chocarse contra las piedras. Se oía la susurrante voz del agua, el murmullo de los animales nocturnos que vagaban libres por aquellos puros bosques y, a lo lejos, me pareció detectar el eco de algún trueno queriendo ensordecer el silencio de la noche.
     Este mundo es tan hermoso, Sinéad... pero lo sería mucho más si...
     ...si estuviese aquí con vosotros —lo interrumpí tiernamente. Sabía que en esos momentos ambos sentíamos mucha vergüenza, como si aquélla fuese la primera vez que hablábamos en toda nuestra vida—. Alex, a mí también me gustaría quedarme aquí, pero...
     ...le debes fidelidad a tu otro mundo, y es comprensible —me atajó sin mirarme a los ojos—. Te llevaré a un lugar que yo adoro con todo mi corazón.
     Sí, llévame adonde quieras.
Caminamos ligeramente, atravesando senderos que se escondían entre los gruesos troncos de los altos árboles que poblaban aquellos bosques donde parecía que nadie hubiese habitado jamás, dejando atrás rincones donde brillaban las puras aguas de lagos profundos y solitarios, adentrándonos cada vez más en una naturaleza que nos distanciaba irrevocablemente de la última estela de cualquier realidad que antes hubiese formado nuestro alrededor. Al fin, Alex se detuvo enfrente de un río que discurría libre entre rocas que parecían encontrarse allí desde la creación del Universo. Nos sentamos bajo las frondosas copas de los árboles de hoja perenne, junto a una orilla toda alfombrada por la hierba más mullida y las flores más resplandecientes. Apoyamos la espalda en aquellas rocas que protegían el transcurso de esas tibias y transparentes aguas.
No pude evitar emocionarme cuando perdí los ojos por esas aguas tan nítidas que parecían el reflejo más fiel de la Naturaleza. Hacía mucho tiempo que no me asomaba a unas aguas tan limpias; unas aguas que parecían brotar del rincón más inocente e inmaculado de la tierra.
     ¿Sabes por qué me gusta tanto este lugar? —me preguntó clavando los ojos en el lejano horizonte que dividía aquel mundo en cielo y tierra. La emoción que me anegaba el alma me impedía contestarle, así que solamente me limité a negarle con la cabeza—: Pues vengo aquí porque este río, estas rocas, esta hierba y estos árboles me recuerdan a la primera noche que compartimos tú y yo; la noche más bella de mi vida.
     Sí, es cierto —le respondí sonriéndole a través de mi nostalgia—. Tal vez este lugar se asemeje tanto a aquél que nos vio amarnos por primera vez porque mi alma así lo quiso, porque el recuerdo de aquel bosque y aquel río tan hermosos la invadió.
     Es posible.
     Alex, ¿eres feliz aquí?
     Sí, lo soy porque puedo vivir aquí eternamente, porque me has regalado un destino inacabable; pero me gustaría poder compartir mi vida con alguien.
     ¿Has tratado de enamorarte de nuevo? —le pregunté con miedo.
     No he podido, Sinéad. No he podido olvidarte. Jamás lo haré, jamás.
     Pero puedes intentarlo.
     No, sabes perfectamente que eso no es posible, cariño —me contradijo mirándome de repente a los ojos. De su mirada se desprendió tanta melancolía que por un momento me sentí incapaz de seguir respirando serenamente.
     No puedes estar así eternamente.
     Guardo la esperanza de que alguna noche vuelvas junto a mí.
     Alex, yo...
     Sé que no puedes abandonar a Tsolen. Además, yo jamás te pediría algo así, Sinéad.
     No iba a decir nada de eso —le indiqué con mucha vergüenza—. Lo que quería confesarte es que yo no he olvidado a ninguno de mis amores. Todos seguís en mi corazón, ocupando el espacio que siempre ocupasteis, siendo parte de mi alma, y eso no cambiará nunca. El amor que sentí por todos vosotros puede resurgir en cualquier momento; pero eso no significa que tenga la libertad de dejarme llevar por esos sentimientos tan inmortales como mi vida.
     Esos sentimientos dejarán de ser inmortales si tú algún día te desvaneces para siempre. En este lugar, tengo mucho tiempo para pensar en la muerte y en la vida y he llegado a la conclusión de que nuestra existencia tiene sentido hasta que fenece el último ser que nos recordaba. Cuando nadie nos recuerde, entonces habremos muerto para siempre.
     Yo también he discurrido muchísimo sobre la vida durante toda mi existencia y también he tenido esos pensamientos tan tristes. Tienes toda la razón.
     Yo no morí nunca porque tú seguías viva y guardabas en tu alma mi recuerdo con un amor infinito; pero, si tú te hubieses marchado, entonces yo habría desaparecido para siempre, Sinéad.
     Alex, por favor, no digas esas cosas tan tristes —le supliqué sintiéndome incapaz de reprimirme las ganas de llorar que me atacaban tan vilmente.
     Sinéad, quisiera que supieses que soy feliz porque lo último que vi antes de morir fue tu mirada llena de amor y esa misma mirada, imperecedera a través de los siglos, fue lo primero que me encontré al volver a la vida. No soy capaz de evocar los recuerdos de los momentos previos a mi muerte, pero sé que me abrazaste con una ternura y un cariño inmensurables y eso para mí es suficiente.
     Alex, yo deseaba con toda mi alma conseguir convertirte. Perdóname.
     No quiero que me pidas perdón por algo que ya no tiene sentido, cariño.
     Pero yo estuve muy mal —me quejé ya llorando delicadamente. Luché contra ese llanto para impedir que me arrebatase la voz—. Tuve que dormir durante cien años porque no soportaba la vida sin ti, porque era incapaz de caminar por el mundo sabiendo que tu vida se había apagado por culpa mía. Yo tenía que entregarte una vida eterna y, sin embargo, te separé de los pocos días que tu condición humana podía ofrecerte.
     No, no, Sinéad, eso ya no tiene importancia —me comunicó abrazándome tiernamente. Me perdí entre sus brazos como si todo lo que me rodeaba me pareciese amenazante—. Lo que importa ahora es que podemos estar juntos en un mundo que no nos hará daño y que tenemos una vida eterna por delante que podemos llenar de momentos inolvidables.
     Eso ya no es posible. Yo no puedo vivir aquí. Estoy atada irrevocablemente a la Tierra.
     Pero eso no te impide volver aquí y disfrutar de la compañía de todos nosotros y de la belleza de esta naturaleza tan pura.
     Sí, eso es cierto.
     Háblame de tu vida, por favor, cariño —me pidió tomándome de las manos.
     Mi vida... No sé qué decirte sobre mi vida. Ha cambiado tanto desde que te conocí...
     Supongo que habrás vivido momentos maravillosos.
     Si, algunos sí...
     Pero ¿por qué tienes tantas ganas de llorar? —se rió cariñosamente al darse cuenta de que, por mucho que lo intentase, no lograba desprenderme de ese llanto que se me había aferrado tanto a los ojos y que no dejaba de humedecérmelos.
     No lo sé. Últimamente estoy muy sensible. No necesito mucho para ponerme a llorar.
     ¿No eres feliz?
     Creo que ya no importa tanto si somos felices o no. Lo que importa es que estemos bien y que lo estén también nuestros seres queridos. Importa que tengamos un hogar donde protegernos, un hombro en el que llorar, una mano a la que aferrarnos si sentimos que caemos. Importa que tengamos algo que nos impulse a liberar nuestra alma, no importa si es la música, la escritura... Importa que sepamos hablar otros lenguajes que nos permitan expresar nuestros más profundos sentimientos. La felicidad no es más que una emoción que es tan evanescente como cualquier otra, que es efímera como una brisa.
     Sinéad, oírte hablar así me entristece.
     No merece la pena que continuamente estemos buscando en este mundo eso que alguien se empeñó llamar felicidad y que no es más que un estado de conformidad con todo lo que tenemos. Nuestros sentimientos jamás cambiarán, por muy conformes que estemos con la vida que tenemos. Eso es lo que importa.
     Pues yo sí sé dónde está mi felicidad y también sé que existe. No me conformo con lo que tengo porque sé que la vida puede ser mucho más hermosa todavía.
     Yo no puedo estar contigo —lo avisé con miedo.
     Yo jamás te pediré que abandones a Tsolen, ya te lo he dicho antes. Sólo quiero que sepas que yo siempre te amaré y que, si alguna vez deseas recuperar lo que la muerte nos arrebató, únicamente tienes que lanzarte a mis brazos.
     Alex...
     Ahora solamente disfruta de este momento, de esta naturaleza tan tranquila, de este silencio, de este río.
Alex me hablaba con tanto amor que no podía evitar estremecerme. Su voz sonaba llena de dulzura, tanta que parecía como si le hubiese robado a la adversa humanidad toda la bondad que existía en el mundo. No pude evitar que aquel momento se tiñese de una paz que parecía inquebrantable e imperecedera. El murmullo del agua que discurría enfrente de nosotros acreció la calma que se había repartido por nuestro alrededor. Tras dedicarme esas palabras, ninguno de los dos se atrevió a decir nada durante unos minutos que podían convertirse en una eternidad sin que nadie lo impidiese. Sólo nos bastaba con tenernos tomados de las manos, con mirarnos de vez en cuando a los ojos y con sonreírnos levemente para saber que aquellos instantes únicamente nos pertenecían a nosotros, para notar que esa tranquilidad tan hermosa que la Naturaleza nos ofrecía era tan real como cualquier otro sentimiento.
Los segundos transcurrían sin que ninguno de los dos hablase. El silencio más tierno se llevaba nuestras palabras hacia un lugar del que jamás podríamos recuperarlas. Sin embargo, ni Alex ni yo nos inquietábamos. Sabíamos que en aquel profundo silencio nos encontrábamos; mas, al cabo de unos largos momentos, Alex suspiró y, agachando los ojos, me confesó:
     Soñé muchas veces con estar contigo en este lugar, conversando acerca de nuestra vida; pero, ahora que por fin te hallas junto a mí, parece como si se hubiesen desvanecido todas las palabras. No le encuentro sentido a contarte acerca de mi vida, pues tú eres lo que más importa en este mundo y en el Universo entero. Además, tampoco creo que necesites hablarme de tu presente. Si estás en este lugar, es porque has querido huir de todo lo que allí te hace daño; pero tampoco puedo permitir que estés tan triste y desanimada. Dime, por favor, ¿qué puedo hacer por ti, Sinéad?
     Efectivamente, estoy aquí porque, desde hace mucho tiempo, deseaba escaparme de ese mundo tan lleno de injusticias y maldad.
     Pero ¿ni siquiera al lado de Tsolen te sientes segura?
No pude contestarle, pues alguien se introdujo súbitamente en esos tiernos y a la vez tensos momentos. No me atrevía a alzar los ojos, pues sabía que me inquietaría mucho más descubrir quién se hallaba a mi lado, esperando una mirada llegada de mis lacrimosos ojos.
     Sinéad, contéstale —me pidió de pronto aquella voz ya tan conocida para mí—. ¿Ni siquiera a mi lado te sientes segura?
     Tsolen —susurré incapaz de creerme que él se hallase allí, a nuestro lado. Aquel momento parecía un sueño que tendía a convertirse en una pesadilla. Tuve miedo a sus sentimientos—, Tsolen, yo...
     Por favor, álzate y mírame, Sinéad. Necesito que hablemos —me solicitó con una voz contenida. Sabía que estaba muy nervioso y tenso.
     Tsolen, siéntate a nuestro lado y conversemos los tres. Estoy seguro de que entre todos podremos ayudarla. Sinéad no está triste por culpa tuya, sino por ver que ese mundo que fue su hogar está desapareciendo.
     No vengas aquí a darme lecciones de cómo tengo que entenderla —musitó Tsolen incapaz de mirar a Alex a los ojos.
     No te enfades con él, por favor —le supliqué con lágrimas en los ojos. Luché contra mis sentimientos para poder enfrentarme serenamente a esa situación—. Alex solamente trata de ayudarme.
     No es verdad, Sinéad. Él lo único que quiere es conquistarte —me contradijo Tsolen con una voz trémula.
     No es cierto, Tsolen. Yo jamás trataré de conquistar de nuevo el corazón de Sinéad.
     El problema es que parece como si no aceptases que ella ya no está contigo. ¿Por qué sigues apelándola con esas palabras tan cariñosas?
     Porque la quiero, la quiero con todo mi corazón; pero nunca intentaré enamorarla de nuevo. Sé que está contigo y para mí eso es suficiente.
     Te has comportado con tanta mesura porque sabías que yo estaba cerca de ti.
     Tsolen, yo no sabía nada —se defendió Alex con vergüenza, aunque su voz sonaba muy firme y segura.
     ¿De veras? Lo siento, Alex. Posiblemente esté pensando algo injusto de ti; pero es que... he luchado tanto por la felicidad de Sinéad... No te imaginas lo que es para mí verla triste todos los días, desanimada por algo que no depende de mí. Intentar hacerle feliz se asemeja a tratar de extraer agua de un pozo sin fondo.
     Lo lamento mucho, Tsolen —me disculpé levantándome del suelo y situándome enfrente de él. Lo tomé delicadamente de las manos mientras lo miraba profundamente a los ojos—. Tsolen, yo te amo, créeme; pero ha llegado un momento en el que me cuesta vivir. No sé cómo hacerlo. No sé cómo vivir en un mundo que cada vez se vuelve más amenazante para nosotros. Por eso quise venir aquí.
     ¿Y por qué no me dijiste nada, Sinéad? Es eso lo que más me duele, que no me avisases de que querías regresar a este mundo.
     Yo pensaba que no deseabas alejarte de la Tierra.
     Este mundo forma parte de la Tierra, Sinéad, por mucho que se halle en otra dimensión, y, si permitimos que destruyan nuestro hogar, esta dimensión también desaparecerá, ¿no lo entiendes?
     Sí, eso ya lo sé; pero yo no puedo más, Tsolen. Yo no puedo luchar más contra la maldad y la inconsciencia de los humanos. No puedo provocar siempre esas lluvias que harán brotar más vida si enseguida la destruyen. La Naturaleza también está cansada, Tsolen. Están arrebatándole todas las fuerzas que tiene.
     No quiero agobiarte ahora con esto, pero quiero que caviles acerca de lo que deseas.
     Yo quiero estar aquí, amor mío. Quiero que vivamos todos juntos —le confesé con una voz frágil, aunque también sonaba llena de unas esperanzas efímeras que él podía destruir con tan sólo una palabra—. Deseo que todos podamos ser felices aquí.
     ¿Quieres que nos traslademos a vivir aquí, Sinéad? Ya sabes que a mí sí me gusta vivir en ese mundo lleno de modernidad. Aquí no hay ni electricidad ni nada de eso.
     ¿Te importa más la tecnología que vivir serenamente? —le pregunté incrédula.
     No es que me importe más, pero sí creo que lo echaría de menos. Aquí acabaría aburriéndome. Está bien, quédate aquí. Yo vendré a verte siempre que pueda y permaneceré contigo unos cuantos días; pero no quiero vivir aquí para siempre.
     Solamente tú puedes saber lo que es mejor para ti y lo que te hará ser más feliz.
     Sinéad, yo te amo, de veras; pero tampoco quiero perder todo lo que tenemos allí porque tú te sientas incapaz de habitar en ese mundo que tanto está cambiando para ti.
     Tsolen, para ti no es tan difícil aceptar que ese mundo esté cambiando tanto porque naciste en un momento de la Historia en el que la apariencia de las ciudades empezaba a mudar; pero yo nací en un tiempo en el que ni siquiera era posible imaginarse la mitad de lo que sucedería en los siglos venideros. El mundo que yo conocí no es ni el reflejo del espejismo de ése en el que pretendes forjar tu eterno hogar. Ya ningún sitio es seguro para nosotros.
     Haz lo que quieras, Sinéad. Sí, tal vez te venga bien quedarte aquí un tiempo. Yo vendré a verte, no te preocupes. De momento me quedaré unos días aquí con vosotros —me sonrió forzosamente.
     Gracias.
     Ahora deberíamos ir a dormir —aportó Alex intentando deshacer la tensión que teñía aquel momento.
     ¿Dormir por la noche? —preguntó Tsolen extrañado.
     Sí, es que, como en este mundo podemos disfrutar de la luz del sol, casi siempre dormimos por la noche.
     Pero eso es una contradicción, es negar lo que somos. Yo prefiero dormir por el día.
     Siempre hemos dormido por el día porque el sol nos hace daño, pero en este mundo esa luz no puede herirnos —le indiqué sintiéndome un poco nerviosa y desorientada. Tsolen estaba tan extraño...
     Haced lo que queráis, pero yo me iré a dormir cuando aparezcan los primeros rayos de sol. Daré un paseo por estos bosques a ver si me encuentro a alguien que piense como yo —se rió incapaz de sonreír con sinceridad.
     Está bien. Nos vemos mañana, pues.
     ¿Dónde vas a estar?
     En la casa de mis padres y de mi hermano.
     Muy bien. Te buscaré, aunque, si vas a vivir por el día...
     No, no, iré contigo. Yo tampoco estoy acostumbrada a dormir por la noche.
En realidad, no prefería acompañar a Tsolen porque me apeteciese vagar por la noche en busca de un recodo de paz, sino porque sentía que ambos necesitábamos estar juntos, compartiendo unas horas que, dependiendo de nuestros sentimientos, podían alejarnos o acercarnos el uno al otro. Opté por seguirlo en aquella oscuridad porque tenía la sensación de que, si no lo hacía, se erigiría entre nosotros un muro infranqueable que podía distanciarnos irrevocablemente de todos nuestros recuerdos y porque notaba que necesitaba quebrar con mi presencia la incómoda actitud que Tsolen mantenía conmigo.
Alex pareció conformarse. Se marchó hacia el hogar en el que habitaba en aquel mundo, desapareciendo tras los gruesos troncos de los árboles, dejándome a solas con Tsolen, introducidos ambos en una situación que no sabíamos vivir. Tsolen estaba nervioso. Se le notaba en el temblor de sus manos, en la inexactitud de sus miradas y en el silencio que sustituía cualquier palabra que él desease dedicarme.
El silencio que tiraba de nuestros nervios nos separaba, me hacía creer que formábamos parte de mundos distintos y que nunca habíamos compartido la vida. Necesitaba quebrar aquella ausencia de palabras cuanto antes, pero no encontraba la mejor forma de hacerlo. Por su parte, Tsolen ni siquiera se atrevía a mirarme, sino que, continuamente, deslizaba los ojos con lentitud por nuestro alrededor en busca de alguna señal que lo impulsase a hablar. Al fin, incapaz de sostener por más tiempo aquella incómoda conversación, le dije con timidez:
     Tsolen, me gustaría mostrarte un lugar muy hermoso.
     No me apetece ver más naturaleza. Me he dejado la piel buscándote por todo este mundo y no te imaginas lo que me ha dolido descubrirte junto a Alex —me confesó todavía sin mirarme a los ojos—. No me habría importado que estuvieses con cualquiera de esos seres queridos de los que no eres capaz de separarte, pero que estuvieses precisamente con Alex...
     Pero ¿qué problema hay? No entiendo nada, Tsolen.
     No lo sé, Sinéad —suspiró sentándose en el suelo, abatido por certezas que ni siquiera era capaz de convertir en palabras—. Tengo la sensación de que, poco a poco, vas apartándote de mí y de nuestro mundo. Nunca estás conforme con nada, no eres feliz por mucho que me esfuerce por darte todo lo que pueda alejarte de esa tristeza que nunca te abandona. Estoy agotado de todo esto, Sinéad. Yo no quiero vivir en este mundo, apartado de la realidad, porque yo no he nacido aquí; pero no me entiendes, y en verdad eso es lo que más me desanima y me desespera. Yo puedo aceptar, con dolor, que prefieras habitar aquí; pero tú ni siquiera te planteas la posibilidad de que esta tierra no esté hecha para mí.
     No me planteo esa posibilidad porque me resulta totalmente incomprensible, Tsolen —le aseguré sentándome enfrente de él—. Me resulta totalmente incomprensible que prefieras habitar en un mundo donde tu vida está continuamente en peligro, donde cada vez es más imposible encontrar la paz que necesitamos para vivir, donde la naturaleza está enferma.
     Tú siempre dijiste que nunca te atreverías a abandonar definitivamente ese mundo porque no querías desamparar a esa naturaleza que tanto amas.
     Pero, dime, ¿cómo puedo evitar que los humanos la destruyan si ni siquiera el mundo puede conocer que existimos? Yo no puedo luchar desde las sombras. Me agota tener que presenciar continuamente cómo mueren los bosques. Me agota notar que el aire que respiramos cada vez es más espeso. No puedo vivir en un lugar donde solamente hay desconsuelo y enfermedad. ¿No lo entiendes? Pude pugnar contra la destrucción durante unos años, pero ya no tengo fuerzas para continuar en una tierra donde nada se respeta. Debemos esforzarnos por llenar de magia y serenidad nuestra vida porque tenemos que cuidar nuestra alma. Mi alma está irrevocablemente lacerada. Es como si todo lo que hubiese vivido hasta ahora se hubiese convertido en una profunda herida.
     Está bien, Sinéad. Yo no te obligaré a vivir conmigo si no lo deseas.
     Pero es que yo sí quiero vivir contigo.
     No es cierto. En este lugar puedes olvidarte perfectamente de mí. No necesitas a nadie. Puedes hacer lo que te dé la gana sin acordarte de mí como lo has hecho durante estos días que hemos estado separados. Si yo no hubiese venido a buscarte, tú ni siquiera me habrías avisado de que estabas aquí. Dime, Sinéad, ¿tu comportamiento te parece comprensible? Es como si no te importase nada.
     No me parece comprensible, es cierto; pero sabía que tú no querías estar aquí, por eso no hice nada para tratar de comunicarme contigo. Prefería que vinieses tú si en verdad anhelabas estar aquí conmigo.
     No he venido para quedarme, sino para preguntarte qué quieres hacer con nosotros.
     Respeto que no te apetezca vivir aquí, pero me gustaría que te lo pensases bien antes de marcharte definitivamente.
     ¿No hay forma de convencerte de que vuelvas?
     No, por el momento prefiero no pisar ese mundo salvo para alimentarme cuando realmente sea necesario.
     Está bien, pues entonces no hay nada más que hablar.
     ¿De veras quieres irte?
     Sí. Estaré allí para cuando quieras regresar. Espero que en este lugar encuentres la calma que necesitas. Le diré a Leonard que no te ha importado abandonarnos a todos en ese mundo adverso.
     Yo no os he abandonado. Creé este mundo para que todos pudiésemos vivir en paz sin temer que nada nos hiciese daño. Si no queréis estar aquí, es solamente vuestro problema. Yo no he abandonado a nadie. Coméntale a Leonard lo que quieras, pero recuérdale que él también tiene la oportunidad de habitar aquí, protegido por la magia de esta tierra.
     Lo haré, descuida.
Tsolen apenas me dio tiempo para despedirme de él. Se marchó antes de que percibiese el primer amago que me indicaría su partida. Desapareció llevado por una niebla que lo arrancó de mi lado, dejándome en el alma un vacío que no lograba comprender, que se engrandecía con el paso de los segundos. No podía evitar sentirme desilusionada y herida. Yo había creado aquella tierra con todo mi amor para que pudiésemos ser felices lejos de los peligros, de la maldad y de las amenazas de la humanidad, y el hecho de que Tsolen prefiriese habitar en un lugar donde su vida podía ser tan frágil como el pétalo de una flor me entristecía tanto que no podía evitar que el cielo cayese sobre mí.
Cuando transcurrieron unos minutos de su marcha, me alcé de donde estaba sentada y empecé a caminar por aquel bosque tan invadido de serenidad. Hacía mucho tiempo que no buscaba en la naturaleza ese consuelo que solamente ella sabía ofrecerme cuando más triste me sentía porque desde hacía muchos años había perdido la esperanza de hallar la paz en unos bosques que estaban tan amenazados como mi vida. Sin embargo, en esos momentos me sentía como si hubiese regresado a esos años en los que la naturaleza era un alma más que podía conectarse con la mía a través de la voz del viento, del agua y del susurro de los animales. La noche era un paraíso que me acogía haciéndome creer que nada podía hacerme daño, que toda esa lástima que me embargaba el alma era pasajera y que se desvanecería en cuanto menos me lo esperase.
Me pareció que no habían transcurrido todos esos siglos que me separaban de aquellos momentos en los que para mí lo más grande que existían eran esos bosques que me enseñaron a distinguir las estaciones del año. Me parecía como si el presente que vivía fuese la continuación de esas noches en las que abandonaba la seguridad de mi castillo para correr hacia aquella naturaleza que tanto me acogía, para internarme en otro mundo, en otros instantes donde mi alma alzaba su voz para mezclarla con la de las estrellas.
     Está bien, lo acepto —me dije en un susurro lleno de nostalgia—. Si Tsolen no quiere quedarse conmigo, yo no lo obligaré a que lo haga. Seré paciente con él. Algún día entenderá que su vida corre peligro en ese lugar y...
Mas no pude terminar de pronunciar mi reflexión porque la tristeza que me asía del alma se intensificaba a medida que transcurrían los segundos. Podía ser feliz en ese mundo rodeada de mis seres más queridos; pero la ausencia de Tsolen oscurecería el brillo de la luz de esos días que no podían herirme, que no eran una amenaza para mí. Si Tsolen no podía disfrutar a mi lado de la magia de ese mundo, entonces la vida corría el peligro de perder su importancia y su resplandor. No obstante, la misma naturaleza que me rodeaba me avisó de que aquella situación no tenía por qué ser eterna. Algún atardecer, cuando ya hubiese creído que nunca más me reencontraría con Tsolen en un momento hecho de paz, él aparecería ante mí y me prometería que nunca más me abandonaría. Mientras aquel momento no llegaba, debía sumergirme en la belleza de esa vida que todos podían volver mucho más refulgente y dulce.
No había nadie paseando por esos bosques tan solitarios. Me sentía la única superviviente de una devastadora tormenta. La luna brillaba con timidez y fuerza a la vez detrás de las copas de los árboles; los que, con sus ramas y sus hojas, creaban redes que volvían plateado ese fulgor tan lejano. Encerraban la luna en una protectora malla de vida y oscuridad.
A lo lejos, escondida entre dos montañas, podía ver la casita de mis padres y de mi hermano. Era el único lugar al que me atrevía acudir para dormir, así que empecé a correr hacia allí dejándome llevar por una sutil esperanza que, palpitando en mi interior, intentaba avisarme de que aquellos momentos tan tristes eran solamente el preludio de una época que estaría anegada en una luz potente cálida que jamás me deslumbraría.