EN LAS MANOS DEL DESTINO - 17. LA ASFIXIANTE
VOZ DE LA OSCURIDAD
Aquel turbio y asfixiante sopor
que se había apoderado de mi consciencia se quebró de repente. Me desperté tan
súbitamente que ni siquiera tuve tiempo para despedirme de la oscuridad del
sueño. Abrí los ojos como si alguien me hubiese abofeteado brutalmente. Miré
desorientada y asustada a mi alrededor y entonces pude darme cuenta de que
estaba tendida en un lecho lleno de residuos de vida podridos y olvidados, de
hojas apagadas y secas, de pedacitos de ramas punzantes y de piedras sucias,
entre las cuales reposaban charcos de agua negra y putrefacta. Sentí ganas de
vomitar, pero me contuve. Traté de levantarme antes de seguir notando la
podredumbre que alfombraba aquel suelo, pero entonces me percaté de que estaba
retenida por unas cadenas de hierro oxidado. No podía mover las manos y tampoco
podía incorporarme, pues aquellas ennegrecidas cadenas me rodeaban la cintura y
las piernas. Quise gritar pidiendo ayuda, pero enseguida comprendí que lo mejor
que podía hacer era quedarme quieta, aguardando el momento de usar mis
facultades niedélficas para huir de allí.
Miré desesperadamente a mi
alrededor buscando con mis aterrados ojos a mis seres queridos, pero lo único
que me rodeaba eran cuerpos muertos que casi habían desaparecido y aquella
naturaleza irrevocablemente fenecida. Inesperadamente, reparé en que había
perdido todo mi aliento. No tenía fuerzas para seguir luchando por mi vida y
empecé a creer que aquel momento era el fin de nuestro viaje, que todo nuestro
esfuerzo había sido en vano, que a partir de ese instante lo único que nos
esperaba era la muerte. Sin embargo, cuando aquellas certezas anegaron mi
mente, una ira furiosa surgió por dentro de mí, invadiendo mi alma de
pensamientos vigorosos:
-
No pienso permitir que la oscuridad me venza —susurré con fuerza y
aliento—. Tenemos que ser fuertes. Sé que puedo desprenderme de estas
asquerosas cadenas, pero no puedo actuar impulsivamente.
Mi voz sonó llena de ímpetu. No
podía permitir que mi alma se anegase en desaliento. La vida de mis seres
queridos y de Lainaya dependía de nuestro ánimo y de nuestra valentía, así que,
antes de empezar a pugnar contra aquellas oxidadas cadenas, intenté idear la
mejor forma de escapar de allí; pero me costaba mucho concentrarme. El mal olor
que emanaba de esa agua putrefacta, de esos cuerpos muertos y podridos y de
esas piedras sucias me impedía pensar con claridad. Además, la oscuridad que me
rodeaba me nublaba la visión.
Aquel ambiente opresivo y
cargado de muerte estaba impregnado de sonidos escalofriantes cuya procedencia
era incapaz de determinar. Se oían gritos estridentes, palabras impulsadas por
la ira más dañina, golpes estruendosos (como si alguien golpease los árboles
con una indestructible roca), amenazas, incluso bofetadas... Me estremecí al
plantearme la posibilidad de que alguna de aquellas palabras o alguno de
aquellos golpes estuviesen dirigidos a alguien que yo quería con toda mi alma.
Entonces, de repente, comencé a tener tanto miedo que todo ese vigor que había
invadido mi alma se convirtió en inseguridad y desesperación.
-
Ugvia, por favor, ayúdame, ayúdame. No permitas que esto ocurra, por
favor... —empecé a suplicar apenas sin alzar mi voz.
Entonces, de súbito, noté que,
por dentro de mí, se prendía una llama que templó mis sentimientos y destruyó
el frío que el temor había instalado en mi alma. Empecé a sentirme protegida,
como si me rodeasen unos brazos poderosos y eternos, y ese miedo que había
apagado mis impetuosos pensamientos se tornó unas palabras de aliento que
parecían proceder de lo más remoto de la Historia, de lo más profundo de la
tierra:
«Sinéad, no desistas, no te
rindas. Eres fuerte. Puedes combatir la oscuridad, puedes alcanzar tu destino.
Solamente necesitas ser valiente. Yo te guiaré, Sinéad, pues no quiero que mi
creación se pierda y de vosotras, doncellas de la luz y de la magia, depende
que Lainaya siga existiendo. Álzate y camina, puedes hacerlo si lo crees. Eres
mágica, tienes en tu interior una gran, poderosa e inagotable cantidad de
magia. Levántate, Sinéad. Esas cadenas no te retienen enteramente. Únicamente
impiden que tu cuerpo se mueva; pero tu espíritu es mucho más vigoroso. Sí,
Sinéad, puedes hacerlo. Hazlo, hazlo».
Aquellas palabras me infundieron
un ánimo que no cabía dentro de mí. Obedecí aquellas cariñosas y poderosas
órdenes, sin preguntarme si aquel instante podía ser real, intentando no
estremecerme al saber que Ugvia, la divinidad de Lainaya, se había comunicado
conmigo. Me incorporé ignorando el daño que me hacían esas horribles cadenas al
clavarse en mi cuerpo, deseando incesante e insistentemente que la libertad me
asiese de las manos y me ayudase a caminar.
Me hallé pronta a lanzar una
exclamación de sorpresa y felicidad cuando me percaté de que mi fuerza de
voluntad estaba deshaciendo las cadenas que me apresaban; pero de repente,
cuando estaba a punto de desprenderme definitivamente de esos hierros oxidados
y sucios, alguien me aferró violentamente de los brazos y me lanzó al suelo sin
el menor rastro de consideración. Grité de horror cuando noté que se habían
cerrado en torno a mis brazos unas manos ásperas, llenas de desperdicios y
suciedad que exhalaban un olor nauseabundo.
-
¡Déjame en paz, inmundo monstruo asqueroso! —chillé desesperada de
repugnancia—. ¡No me toques! ¡Ay, basta, basta!
-
¿Te dan asco mis manos? —me preguntó una voz que más bien parecía una
risa burlona—, pues espera un instante, ya verás.
Entonces esas repulsivas manos
empezaron a deslizarse por todo mi cuerpo, colándose incluso por mis rincones
más íntimos. Intenté golpearlas para apartarlas de mi lado, pero las cadenas
que me retenían se fortalecieron y de nuevo me impidieron moverme. Sentí ganas
de vomitar y de llorar de rabia, pero me contuve para no perder mi fortaleza.
-
Dime qué puedo hacer, Ugvia...
-
¿Ugvia? ¡Bah, qué ingenua eres! Ahora mis compañeros y yo nos
aprovecharemos de tu maravilloso y limpio cuerpo...
-
No, no, no —grité desesperada—. ¡No me toques, maldito!
«Sinéad, no estás sola. Puedo
ofrecerte lo que desees, igual que haré con tus seres queridos, para que podáis
vencer la oscuridad. Anhela lo que sea, que yo te lo concederé. Incluso puedo
devolverte el cuerpo que tienes en tu otra vida para que te sientas más
fuerte», me habló de nuevo la misma voz de antes.
-
¡Sí, sí, sí! —exclamé casi extasiada de alivio—. ¡Quiero volver a ser
vampiresa, por favor, Ugvia! ¡Devuélveme mi cuerpo inmortal y poderoso!
-
¿Qué estás diciendo? —se burló aquel ser inmundo—. Vas a morir, junto
con tus compañeras de viaje, en una gran hoguera de la que no podréis escapar
—se rió malévolamente—. Nuestra reina, Serfidia, ha preparado un gran banquete
para vosotras, para despediros bien de la vida. Ha cocinado manjares suculentos
para vosotras.
-
¡No pienso permitir que nos hagas daño! —aseguré confiada y
envalentonada.
-
¿Y cómo piensas evitarlo? En este mundo, eres una insignificante hada
que no puede luchar contra la oscuridad.
-
Estás muy equivocado, asqueroso ser... Dime, ¿en realidad te place ser
tan cruel? ¿Por qué no sientes ni el menor ápice de compasión por nosotros? —le
pregunté tristemente cuando me di cuenta de que de sus oscuros e
incomprensibles ojos emanaba un sinfín de emociones punzantes—. Si todos
cambiaseis, podríamos vivir amenamente en Lainaya.
-
NO dices más que sandeces. La magia de Lainaya es patética. En cambio,
la de la oscuridad es magnífica y sobrecogedora. Mira allí —me ordenó
agarrándome de la barbilla con su sucia mano—. ¿Ves esos cuerpos que están
pudriéndose?
-
No necesito ver nada —protesté a punto de vomitar intentando separarme
de aquellos sucios y heridos dedos.
-
Fíjate bien en lo que sucederá ahora. Ahora, simplemente porque yo lo
deseo, de este oscuro e impenetrable cielo caerá un rayo que incendiará este
lugar. Tengo entendido que los niedelfs no soportáis el fuego... ¿Me equivoco
esta vez?
-
No hagas eso...
-
¡No eres mi reina, por lo que no tienes derecho a ordenarme nada! —me
gritó zarandeándome—. ¡Serfidia, venid con vuestro ejército! ¡Estamos
preparados para el banquete!
-
¿Le has comunicado que los unos se comerán los fragmentos del cuerpo
de los otros? —se burló Alneth de pronto con una voz que me estremeció—.
Estúpida Sinéad, pensabas que con vuestra magia podríais vencernos, pero no
habéis hecho más que revelarnos el lugar
por el que vagabais. Por cierto, todo eso que habéis creado con tanto esfuerzo
ya ha desaparecido. Recuerda que la oscuridad es mucho más poderosa que la luz.
Alneth me hablaba como si yo
fuese el ser más despreciable e inútil de la Historia. Sin embargo, lo que más
me estremeció no fue escuchar el tono de sus hirientes palabras, sino ser
consciente de que todo nuestro esfuerzo había sido banal, de que toda la luz y
la vida que habíamos sembrado con nuestra magia ya se había convertido en
muerte. Mi alma se llenó de tristeza y desconfianza. Me parecía imposible que salvásemos
Lainaya si la oscuridad era tan potente y devastadora. No obstante, mi pena y
mis temores se acrecieron estridentemente cuando reparé en que, tras Alneth,
había un incontable número de seres extraños y de aspecto desagradable, cuyos
ojos apenas brillaban, cuyos labios abiertos mostraban dientes negros y
podridos. Me pareció que sus fétidos alientos llegaban hasta mí, lo cual
intensificó las ganas de devolver que tenía.
-
No quiero vivir esto, Ugvia, no quiero. Por favor, no me abandones. No
nos abandones como la divinidad ha hecho con los humanos allí en la Tierra. Sé
que tú nunca dejarás de defender lo que creaste y a tus hijos. Todos hemos
nacido de tu mágico e invencible seno, de tu bondadosa alma. Por favor, no me
abandones...
-
¡Ugvia no existe, ingenua Sinéad! —me gritó Alneth con rabia y sarcasmo—.
¿Cómo es posible que seas tan estúpida?
-
¡Ugvia sí existe! —la contradije herida.
-
¡No existe! Si lo hiciese, no habría permitido que yo me adentrase en
Lainaya y sin embargo no se opuso cuando yo me introduje en su insignificante
creación —se rió complacida.
-
Lainaya no es insignificante —susurré estremecida de pena.
-
Ya basta. Ya hemos alargado suficiente este momento. Estoy empezando a
aburrirme... Por favor, Ashiestrustren, llévala hacia donde están todos. El
banquete está a punto de empezar. Brisita y Adina ya están colocadas en los
lugares pertinentes.
-
¿Qué estás diciendo? ¡No les hagas nada! —exigí a punto de ser embargada
por un ataque de histerismo.
-
Y la otra... ¿Scarlya se llamaba? Sí, pues esa está a punto de
convertirse en fuego. Qué pena... Lainaya se quedará sin su reina... por lo
tanto, desaparecerá en el olvido y la oscuridad será muchísimo más poderosa...
-
No lo permitiré...
-
¿Sigues creyendo que podrás vencernos?
En esos momentos, aquel monstruo
maloliente que me aferraba con desconsideración de los brazos ya estaba
arrastrándome por aquel sucio suelo. No pude evitar ser atacada por unas
arcadas profundas que estuvieron a punto de descontrolarme definitivamente. Me
estremecía continuamente de repulsión al notar que mis hermosos ropajes estaban
tiznándose de aquella suciedad tan podrida y que aquellos fétidos charcos de
agua estaban manchando todo mi cuerpo y mis cabellos.
-
Ugvia, Ugvia...
«No
desesperes, Sinéad. Necesito que estéis todos juntos para poder actuar. No
temas, no permitiré que os dañen ni a ti ni a tus seres queridos. Por supuesto
que defenderé Lainaya. Nunca abandonaré mi creación... Si lo hiciese, yo
desaparecería, puesto que Lainaya es la materialización de mi alma. No tengas
miedo. NO pierdas la fe, por favor».
Las
palabras de Ugvia parecían provenir del instante más antiguo de la Historia.
Las oía sin poder entender la voz que las pronunciaba, sin apenas plantearme la
posibilidad de que su aliento fuese efímero. Me aferraba a los sentimientos que
se desprendían de sus palabras como si fuesen el borde de un abismo por el que
la oscuridad deseaba lanzarme.
Permití
que aquel repugnante ser me arrastrase hacia un lugar que no me atrevía a
imaginarme apenas sin protestar, sin ni siquiera desvelar con mis ojos los
sentimientos que experimentaba. De repente, noté que el suelo en el que nos
encontrábamos cambiaba y se convertía en una espesa ciénaga que exhalaba un
olor insoportable que, inevitablemente, me hizo empezar a vomitar.
-
Qué insignificante y delicada eres —se burló Alneth con
malicia—. Mira, Sinéad, Brisita está bañándose en este maravilloso lago.
-
No puedo más —protesté tras conseguir dejar de
vomitar.
Cuando
las náuseas me abandonaron por unos momentos, alcé la cabeza y entonces vi que
otro ser indescriptible y de apariencia sobrecogedora aferraba a Brisita de la
cabeza y la sumergía sin el menor rastro de cautela en aquel lago lleno de
cuerpos muertos, de residuos de vida, de aguas estancadas que olían a
podredumbre, a muerte, a finitud.
-
¡Brisa! —grité desesperadamente cuando la vi—.
¡brisa, Brisa!
-
Calla, Sinéad. No chilles —me ordenó Adina de
pronto. Me estremecí de alivio y temor al mismo tiempo cuando me di cuenta de
que estaba enfrente de mí—. Es inútil que protestes. Todo se ha acabado,
Sinéad. Dentro de poco, esta asquerosa ciénaga se convertirá en fuego y todos
moriremos quemados. Lainaya desaparecerá para siempre.
-
¡No pienso permitirlo! ¡Tenemos que hacer algo,
Adina! ¡No puedes rendirte así! ¡Ugvia no dejará que Lainaya desaparezca! No
cesa de asegurármelo.
-
Sinéad, tenemos que rendirnos. Es inútil que
luchemos contra la oscuridad. Es muchísimo más poderosa que nuestra magia
—lloraba Adina. Era la primera vez que la veía tan desalentada. El ímpetu y la
valentía que siempre se habían desprendido de sus miradas y de sus gestos se
habían convertido en abatimiento.
-
Sé que no estamos solas, Adina. Ugvia está con
nosotras. Tiene un plan, estoy segura de ello. Lo que no podemos hacer es
rendirnos. Tenemos que desear que la oscuridad desaparezca y debemos
esforzarnos por convertir en luz toda esta negrura y en vida, toda esta
muerte...
-
Es inútil, Sinéad...
-
No lo es, no lo es...
-
¿No notas que estas aguas ya están empezando a
templarse? —me preguntó Adina desafiante.
-
Sí, lo noto, pero sé que no moriremos...
Sabía
que aquel instante no era nuestro fin. Nuestro destino no se acabaría en aquel
momento tan delirante, en medio de unas aguas llenas de muerte, bajo una
oscuridad tan impenetrable y escalofriante. Por dentro de mí sentía que Ugvia
no me había abandonado. Su luz brillaba en mi alma, haciéndome confiar
plenamente en nuestro hado, en nuestra magia. Aunque Adina creyese que aquello
era inútil, yo empecé a desear que todo nuestro entorno cambiase y que toda la
muerte que nos rodeaba se tornase vida. Lo anhelé como lo había hecho antes en
medio de aquel jardín fenecido o en aquel valle repleto de finitud y
podredumbre.
También
recordaba que Ugvia me había asegurado que podría concederme cualquier deseo,
incluso me había ofrecido devolverme mi cuerpo vampírico. Aquel recuerdo me impulsó
a empezar a ansiar, con una vehemencia sobrecogedora, que dejase de ser esa
hada tan mágica para convertirme en la vampiresa que era antes de adentrarme en
Lainaya; aquella vampiresa poderosa, inmortal e invencible que podía combatir
cualquier adversidad física que se interpusiese en su camino. Anhelaba tantas
cosas, tantas que por unos largos momentos me olvidé de donde estaba, de que me
hallaba detenida en un lugar y un instante demasiado delirantes.
Inesperadamente,
mi interior se llenó de fuego, de luz, de deseos que no tenían principio ni
fin, de fuerza, de valentía. Creí que todo mi entorno se había vuelto luz y que
la oscuridad había desaparecido. Me sentí tan poderosa de pronto que no pude
acordarme del miedo ni de la inseguridad. Tenía los ojos cerrados, pero sabía
que la oscuridad todavía me acechaba. Sin embargo, ya no la temía, ya que mi
cuerpo estaba anegado en ímpetu y valentía.
Me
costaba creerme que aquel momento y las sensaciones que experimentaba fuesen
reales. Percibí que mi piel se enfriaba, que mi mente se llenaba de recuerdos y
de necesidades que no sentía desde hacía muchísimo tiempo, que mis ojos se
engrandecían en sus cuencas, que mi dentadura cambiaba, que tanto mi interior
como mi exterior crecía, que dejaba de ser frágil... Y todo esto sucedía
rápida, pero dolorosa e intensamente, como si fuese un sueño mágico donde las
realidades, el espacio y el tiempo se mezclan hasta formar parte de la misma
dimensión, donde es imposible preguntarse si lo que vivimos es real...
-
Ya soy vampiresa, lo sé, lo sé —me dije susurrando
apenas sin poder hablar. De repente noté que la sed incendiaba mi cuerpo.
Además, mis dientes me dolían, me dolían porque mis colmillos estaban volviendo
a crecer—. Soy poderosa, vuelvo a ser yo, soy yo de nuevo, soy yo —me decía
emocionada.
Mientras
mi transformación se operaba dolorosamente, haciéndose real, mi entorno no
dejaba de temblar. Las aguas en las que todas estábamos introducidas estaban
tornándose lava, pero yo no tenía miedo, puesto que mi cuerpo no dejaba de
revelarme que cada vez era más fuerte, más vigorosa e invencible. Saber que
había recuperado mi forma vampírica me hizo tener ganas de gritar de euforia,
de felicidad, de alivio; pero me contuve, me aferré incluso a la sensación de
la sed —la que no experimentaba desde hacía muchísimo tiempo— para cerciorarme
de que aquel momento era verídico, era real, formaba parte de mi vida.
-
¿Qué está sucediendo? —preguntó Alneth de pronto—.
¿Qué estás haciendo, estúpida Sinéad?
«Ya
puedes abrir los ojos y enfrentarte a la oscuridad, Sinéad. Ya eres fuerte, ya
vuelves a ser invencible», me alentaba de nuevo la inconcreta voz de Ugvia. «No
tengas miedo, no temas. Todo empieza a ir bien... Sé valiente, confía en ti,
Sinéad».
Sí,
confiaba en mí, pues notaba que mi piel ya se había endurecido, que mi cuerpo
albergaba toda esa fuerza que siempre me había acompañado desde que me había
convertido en vampiresa, dejando definitivamente la humanidad atrás, porque
sentía que mi corazón ya no latía, porque podía detectar la potencia de la sed
recorriendo todo mi ser... porque volvía a ser yo. Estaba segura de que nada
podría abatirme. Era mucho más poderosa que cualquiera de esos seres que
trataban de vencernos para siempre.
Así
pues, abrí los ojos, sintiendo que la sed ardía en mi mirada, y sonreí
mostrando mis colmillos, demostrándoles a esos malditos seres de la oscuridad
que yo también podía ser terrorífica. Entonces, empleando todas las fuerzas que
se resguardaban en mi cuerpo, rompí con mucho esfuerzo las cadenas que me
retenían, me alcé y me desasí con desesperación y desprecio de las sucias manos
del ser que me apresaba. Me erguí entre las sombras y la podredumbre que
inundaban aquel repulsivo lago como si fuese la reina de las sombras, como si
fuese el ser más inexpugnable de la Historia. Me levanté sintiéndome totalmente
orgullosa de ser quien era, de poder mirar a mi alrededor sin que el miedo se
adueñase de mi cuerpo. Ya estaba cansada de percibirme frágil y temerosa.
-
¡Sinéad! —exclamó Adina sorprendida—. ¿En qué te has
convertido? ¡No puede ser! ¡Tú no puedes habernos engañado también! ¡Es
imposible que tú también pertenezcas a la oscuridad!
-
No, Adina, yo no os he engañado. Yo era vampiresa
antes de entrar en Lainaya y le he rogado a Ugvia que me devuelva mi vampirismo
para poder ayudaros. Yo no pertenezco a la oscuridad, te lo aseguro —le
contesté con dulzura y calma.
-
¿Cómo puedes ayudarnos?
No
le dije nada. Apenas podía pensar. La sed me hacía sentir furiosa y nerviosa.
Rápidamente recordé todas las facultades que mi vampirismo me ofrecía y
entonces mi alma se llenó de placer, euforia y magia. Sin preguntarme si
aquello sucedería, empecé a desear que nuestro entorno se convirtiese en
lluvia, en viento y en luz. Sabía que la luz podía dañarme, pero también
recordaba que no me mataría. Anhelé conectarme con el espíritu de la naturaleza
tal como lo había hecho en incontables ocasiones para manejar el tiempo y el
espacio a mi deseo...
-
Diosa, ayúdame —le pedí inaudiblemente mientras me
despegaba de la tierra, de esa agua putrefacta y sucia, y empezaba a levitar
por encima de toda aquella podredumbre, aún deseando que la naturaleza se
conectase irrevocablemente con mi alma para que juntas pudiésemos destruir
aquella dolorosa y maloliente oscuridad.
-
¡Sinéad! —exclamó Scarlya de pronto al ver que me
acercaba a ella siendo lo que fui cuando nos habíamos conocido—. ¡Yo también
quiero recuperar mi vampirismo, Sinéad!
-
Pídeselo a Ugvia, Scarlya. Ella te escuchará.
-
¿De verdad? Me siento muy débil...
-
De veras...
Scarlya
cerró los ojos y se concentró profundamente. Pareció como si aquel mundo
horrible y oscuro hubiese desaparecido para ella. Entonces vi que unas densas
brumas empezaban a rodearla y que su imagen tierna y hermosa desaparecía,
volviéndose solamente un recuerdo. Mientras esto ocurría, los seres
desagradables y de aspecto escalofriante que querían matarnos nos observaban
estupefactos. El monstruo que me había apresado me miraba apenas sin poder
creerse lo que acaecía. Sus pequeños, negros y tenebrosos ojos estaban llenos
de violencia y maldad, pero su arrugado rostro expresaba sorpresa e
incomprensión. Sus grandes y sucias manos se habían quedado hundidas en aquella
estancada y podrida agua donde él había intentado ahogarme. Yo me hallaba en el
horroroso cielo que cubría aquella tierra de muerte y pánico, lejos de toda
aquella crueldad.
De
repente, Scarlya reapareció entre aquellas nieblas aparentemente indisipables,
oscuras y espesas. Apareció brillando como si se hubiese convertido en la luna,
como si las estrellas de la tierra más bondadosa y mágica le hubiesen otorgado su
luz. Me estremecí de sorpresa y alivio cuando me di cuenta de que se había
transformado en la vampiresa hermosa, singular y mágica que era antes de
adentrarse en Lainaya. Volvía a tener esos cabellos largos, castaños y
relucientes, esos ojos pequeños y almendrados que tanto expresaban, ese rostro
bello y perfecto que siempre desvelaba los sentimientos que anegaban su alma,
ese cuerpo refulgente y ágil, esa sonrisa a la vez estremecedora e hipnótica...
Scarlya sonreía de felicidad, pero de sus ojos se desprendía también muchísima
incomprensión. Le costaba aceptar todo lo que estaba acaeciéndole.
-
No puede ser —rió gozosa tañéndose su cuerpo—. Me
siento tan fuerte ahora...
-
Eres fuerte...
Cuando
pronuncié aquellas palabras, inesperadamente, el ambiente que nos rodeaba se
tiñó de oscuridad y descontrol. Scarlya se disponía a salir de aquel lago lleno
de podredumbre cuando todos esos espíritus amorfos que obedecían a Alneth se lanzaron
a nosotras. En sus ojos destellaba la furia más indestructible y devastadora y
de sus labios entreabiertos emanaban gritos de desafío e ira. Intenté apartarme
de ellos; pero, cuando estaba a punto de huir de sus intangibles garras, uno de
esos monstruos de forma inexplicable saltó hacia mí, portando en su oscura piel
el horrible hedor de aquellas putrefactas aguas. Sus largas y afiladas uñas me
arañaron el rostro y sus gruesos dedos me aferraron con desesperación y
violencia de la cintura. Chillé de pánico y repulsión cuando noté que aquel
maldito ser me arrastraba hacia las profundidades de un abismo que yo no había
advertido en ningún momento.
Mas
entonces recordé que yo era invencible, fuerte y poderosa y de que de mis ojos
podía brotar todo mi poder convertido en llamas que podrían destruir todo lo
que me rodeaba. No vacilé ni me acobardé. Deseé que mi mirada irradiase todo mi
vigor, que aquel ser que intentaba destrozarme con sus sucias uñas
desapareciese... Lo miré anhelando que mis ojos lo convirtiesen en polvo; pero,
cuando creí que mis ojos tornarían fuego su podrido cuerpo, otro ser extraño se
lanzó sobre mí. A la vez que me percibía retenida por otras violentas manos, oí
que Brisita gritaba con desesperación e impotencia. Traté de mirarla para
infundirle ánimo y fuerzas con mis ojos, pero no podía moverme.
-
Ahora todo está ardiendo, por lo que es inútil que
intentes defenderte. Tu ridícula hija se halla entre las manos de Alneth, al
fin, y está disponiéndose a destruirla... —me avisó una voz ronca y profunda
que me estremeció—. ¿Quieres ver cómo la mata? —me preguntó burlón.
-
¡No permitiré que le hagáis daño! —exclamé mientras
intentaba desasirme de aquellas malévolas manos. Inesperadamente, noté que
aquellos dedos sucios y agresivos me soltaban y que caía por ese abismo vacío
cuyo fin me imaginé entre las hogueras más devastadoras de la tierra—. ¡Brisita,
no te rindas!
«Soy
fuerte, nada puede vencerme. Tengo que ser valiente. Puedo volar, no debo
olvidarlo... Puedo quemar con los ojos todo lo que me rodea, puedo volver
cenizas el cuerpo de esos monstruos sin esforzarme apenas», me decía mientras
intentaba recuperar el equilibrio. Notaba que un sinfín de vientos trataba de
aferrarme de las manos, de mis vestiduras y de mis cabellos, como si en aquel
lugar el viento se hubiese materializado en unas manos mucho más desgarradoras
que las que me habían apresado.
Cometí
el error de mirar hacia abajo. Descubrí que el abismo por el que estaba cayendo
no tenía fin, se alargaba y se hundía en las entrañas de ese infierno. Caía
rápidamente y el borde de aquel hondo agujero cada vez estaba más lejos de mí.
Oía los gritos de Brisita, los de aquellos malditos seres y la voz del fuego
que, inesperadamente, había comenzado a surgir de aquellas indisipables y tenebrosas
sombras. Traté, nuevamente, de recuperar el equilibrio, pero los vientos que
pretendían asirme de todas las partes de mi cuerpo me absorbían hacia aquella
vacuidad tan inmensa y sobrecogedora.
-
¡Ugvia, ayúdame, por favor!
Mis
suplicantes palabras se perdieron por aquel inmenso vacío. Ni siquiera se
volvieron ecos que resonasen por aquella oscuridad. Parecía como si en aquel
lugar no pudiesen respirar los sonidos. Aquello me sobrecogió profundamente,
pero no permití que el miedo se apoderase de mis sentidos ni de mis
sentimientos. Como si aquel instante fuese el último momento de mi vida, reuní
todas mis fuerzas y pugné por recuperar el dominio de mi cuerpo.
De
pronto, mi cuerpo se anegó en fortaleza e ímpetu y me pareció que aquellos
desgarradores vientos desaparecían por unos instantes. Empecé a volar a través
de esas hondas sombras hasta notar que el lugar donde Brisita y las demás se
hallaban estaba cada vez más cerca de mí. Podía aspirar el olor del humo, podía
oír chillidos de pánico y desesperación y los alaridos que lanzan las vidas que
el fuego desvanece. Oía crujir la madera de los árboles, detectaba cómo las
raíces y las hojas muertas expiraban y cómo esas aguas putrefactas donde aquel
maldito monstruo había intentado ahogarme se descontrolaban, tornándose un
océano de olas oscuras y fétidas que trataba de arrasar con todo lo que se
encontraba a su paso.
-
¡Scarlya, Brisita, Adina, por favor, decidme que
estáis bien! —les rogué a través de aquellas oscuras brumas. El humo, de
pronto, me había rodeado por completo; pero mis ojos vampíricos luchaban contra
aquellas tinieblas para captar la presencia de mis amigas—. ¡No temáis, por
favor!
Entonces,
inesperadamente, cuando creí que estaba a punto de asir las manos de mi hijita,
una gran ola de fuego se lanzó a mí, envolviéndome, arrebatándome
definitivamente el equilibrio. Noté que todo se cubría de humo, que el aire se
convertía en llamas asfixiantes que empezaron a devorar mi piel; pero yo no
deseaba detenerme. Aunque no pudiese moverme, yo pugnaba contra aquel incendio
para buscar las manos de alguna de mis amigas y poder sacarla de allí.
-
¡Adina, Scarlya, brisita! ¿Dónde estáis?
-
¡Están muertas, maldita Sinéad! —exclamó Alneth
desde la profundidad de las sombras—. ¡Lainaya está desapareciendo!
-
¡No es cierto! —grité desafiante. Percibí que de mis
ojos brotaban llamas de rabia e impotencia, llamas que alimentaron el
devastador incendio que estaba devorando mi piel—. ¡Brisa, contéstame, por
favor!
Subrepticiamente,
como si las sombras, el humo y las nieblas que me rodeaban se hubiesen
convertido en el brillo del día, todo se aclaró ante mí y vi que Alneth
sostenía con violencia y maldad a Brisita entre sus etéreos brazos. Brisita se
agitaba, intentando escapar de aquellas crueles garras; pero Alneth la asía con
demasiada fuerza del cuello y de la cintura. Me pregunté cómo era posible que
un espíritu fuese más fuerte que la próxima reina de Lainaya.
-
¡Lainaya está desapareciendo, pues su reina está
muriendo! Apenas le queda aire ya —gritó uno de los espíritus malignos que
obedecían las órdenes de Alneth—. Si le presionas el cuello con más fuerza,
lograrás acabar con su vida al fin.
-
¡No, no, no!
Toda
la ira que podía caber en el mundo, toda la rabia y la impotencia que habían
susurrado a lo largo de toda la Historia se agolparon en mi alma, asfixiándome,
haciéndome actuar sin pensar en nada. Deseé que todo desapareciese al fin, que
la maldad más cruel derribase los pilares que sostenían aquel maldito mundo y
que todo lo que mis ojos observaban ardiese, desvaneciéndose para siempre. Si
íbamos a morir, prefería que fuese porque yo así lo había querido y no porque
esos repugnantes seres nos habían vencido. También me decepcionaba
profundamente que Ugvia nos hubiese abandonado de esa forma tan desalentadora y
vacía...
«No
os he abandonado, Sinéad. Confío en vosotras. Sé que vuestra magia logrará
destruir la oscuridad. Solamente tenéis que desear que todo esto se convierta
en el reflejo de Lainaya». Me costaba creer en la veracidad de aquellas
palabras; pero no dudé de ellas. Como si fuesen la única oportunidad que me
quedaba para luchar contra toda aquella maldad, mientras todo se derribaba a mi
lado, mientras el fuego me quemaba dolorosamente y el descontrol más
apocalíptico agitaba aquel mundo tan oscuro y fétido, anhelé, nuevamente, que
mi alma se conectase con la consciencia de la naturaleza.
Me
imaginé que sobre aquella oscuridad tan brumosa, espesa y maloliente caía una
lluvia furiosa y nítida que destruía todos los residuos de muerte que flotaban
a la deriva por aquel lago de aguas putrefactas; que, el horrible y oscuro
cielo que nos cubría se llenaba de nubes nítidas y frescas que comenzaban a
llorar la nieve más perlada y brillante; que los vientos más feroces de la
Historia se unían con la fuerza de la lluvia y la nieve para hacer de todas las
aguas que allí había ríos caudalosos y limpios; que la tierra se removía, como
si quisiese deshacerse de toda la podredumbre que la invadía, y que en su
sólida y pedregosa superficie surgían grietas que devoraban las hojas muertas,
las raíces olvidadas y las ramas punzantes; que esa misma tierra se unía con el
agua que fluía libre entre rocas ya demasiado antiguas para que de su seno
naciesen flores relucientes e invencibles... No me preguntaba si mis deseos y
mis pensamientos estaban deviniendo en magia la horrible realidad que estábamos
viviendo; solamente imaginaba e imaginaba como si aquel instante fuese un
sueño, como si el peligro no nos acechase, como si en verdad permaneciese
tendida sobre la nieve más gélida y protectora en vez de sentir que las llamas
más furiosas y destructivas estaban quemando mi fría piel.
«¡Muy
bien, Sinéad! ¡Sigue así! ¡Yo te ayudaré a que todos tus sentimientos se
vuelvan realidad!». Me imaginaba que Ugvia me hablaba desde lo más remoto del
Universo, desde un lugar sin forma ni colores, pero a la vez un rincón de la
vida cercano a nosotros, a nuestro instante. A la vez creía que Ugvia se había
introducido en mi alma para dedicarme aquellas órdenes tan cariñosas y
alentadoras. Y así pude comprender que la confianza que sentimos, que nos
impulsa a ser valientes y a caminar por los senderos más difíciles de la vida
proviene de nuestra fe, de nuestra magia interior; la que brota de ese espíritu
que se halla en todas las vidas, en todas las cosas; ese espíritu que nos
creó...
Noté
que mi cuerpo perdía el ímpetu que me impulsaba a no rendirme, pero yo no cesé
de imaginarme que todo cambiaba, que al fin la oscuridad se convertía en vida.
Me sentía cada vez más débil, mas mi alma no anhelaba desprenderse de los
deseos que la instaban a gritar a través de mi dolor. Seguí ansiando que la
oscuridad desapareciese, que Alneth perdiese la valentía y la fuerza con la que
sostenía a mi hijita y que Scarlya pudiese vencer a todos esos monstruos que
querían matarnos. Yo ya casi no tenía vigor para continuar soportando el sufrimiento
que aquellas llamas me causaban al devorar la frialdad de mi cuerpo. Estaba
perdiendo la consciencia, pero mi mente aún chillaba, se expresaba a través de
esa voz que nunca se silencia, que incluso susurra en nuestros sueños.
-
¡Sinéad, ayúdame! —me pidió Scarlya. Su voz sonó tan
lejana e inconcreta que creí que provenía de la pesadilla más remota e
imprecisa—. ¡Tenemos que vencer a todos estos seres!
No
podía contestarle, ni siquiera mirarla. Los ojos me pesaban como si mis
párpados se hubiesen convertido en hierro, el asfixiante olor del humo había
anegado todo mi cuerpo, me dolían absolutamente todas las partes de mi ser
(sobre todo mi piel) y mi espíritu estaba cada vez más agotado. Noté que todo
desaparecía a mi alrededor, oí que el fuego que lo devoraba todo rugía como si
el mundo estuviese a punto de estallar, que la tierra se agitaba y se retorcía,
que las aguas que protegían los residuos de tantas muertes alzaban de pronto su
voz, ensordeciéndome definitivamente, y entonces perdí la noción de todo lo que
me rodeaba, de todo lo que yo era. De mi alma, sin embargo, no cesaban de
emanar esos deseos, mi mente no quería deshacerse de los pensamientos que la
invadían y mis manos todavía trataban de retirar de mi lado esas llamas que
estaban absorbiendo toda mi vida...