sábado, 18 de octubre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 15. EL PALACIO DEL ESTÍO


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 15. EL PALACIO DEL ESTÍO
Habíamos dejado atrás cualquier rastro de la oscuridad que anochecía los días de Lainaya. Todo lo que nos rodeaba era luz y calor. Parecía imposible creer que en algún instante de nuestra vida hubiésemos sido rodeados por la noche más espesa y carente de estrellas. El palacio de la reina de Lainaya se alzaba ante nuestros ojos con una majestuosidad brillante, asemejándose a una gran montaña sin cima o a una antigua pirámide construida en el desierto más reluciente y vacío de la tierra, donde las dunas pugnaban por cercar aquella morada donde la Historia habitaría.
La balsa de fuego que habíamos surcado quedaba tras de nosotros, exhalando ese humo que, convertido en brumas inocentes, nos envolvía, templaba nuestra piel y alimentaba nuestras esperanzas. Los estidelfs que nos acompañaban se dirigieron lenta, pero animadamente hacia la gran puerta de oro que accedía al palacio de Lumia. Rauth, Brisita, Eros y Scarlya habían dejado de reírse y permanecían en silencio, esperando que nuestro destino nos mostrase los acontecimientos que debíamos afrontar. Habían nadado rápida y alegremente por aquellas tibias aguas; las cuales, según me aseguraron, ni siquiera hicieron el amago de quemar su piel. No obstante, aquellas aguas eran demasiado cálidas para mí, para una indefensa niedelf que vagaba por una tierra que no se había creado para ella.
Galeia dejó caer una inmensa aldaba de bronce sobre aquella gran puerta de oro, que, brillando intensamente, interrumpía cualquier ápice de oscuridad que desease apoderarse de ese cálido rincón de Lainaya. Estábamos en lo más hondo de una cueva de piedras inquebrantables que el fulgor del castillo de Lumia y de las aguas que habíamos atravesado volvía áureas. El color del cielo ya quedaba muy lejos de nosotros, escondido entre aquellas rocas, raíces y plantas milenarias que protegían aquella morada como si se tratase de la cuna de toda la vida de Lainaya.
Brisita y Eros me tomaron de la mano para que saliese de mi ensimismamiento y caminase junto a aquellos estidelfs que esperaban que la puerta del palacio se abriese. El silencio se palpaba e incluso podía saborearse. Tenía el sabor de los nervios, de la impaciencia, del temor y de la esperanza. Rauth y Scarlya se aproximaron a nosotros con intimidación. Rauth apenas se atrevía a mirar a su alrededor, algo que me sorprendió, y Scarlya tenía los ojos fijos en el pedregoso suelo. Aún le caía agua ardiente de los cabellos y el sudor perlaba su frente, tornando más reluciente su piel. Sus ojos todavía no se habían desprendido de la tristeza que le había causado conocer que había perdido la oportunidad de ser madre. A partir de aquella experiencia, apenas había conversado con nosotros y restaba en silencio durante horas, sin prestar atención a lo que la rodeaba. Todos intentábamos animarla tomándola de la mano y sonriéndole; pero sabíamos que su corazón era el único que podía sanarle todas las heridas que tenía hendidas en el alma. Sin embargo, en esos momentos, aunque sus ojos irradiasen pena y temor, su mirada se había llenado de ilusión y expectación.
Al fin, produciendo un ensordecedor sonido —parecido al eco del trueno repartiéndose entre las montañas—, la puerta del palacio se abrió. El oro que teñía su piedra fue convirtiéndose, lentamente, en una neblinosa y fulgurante oscuridad que nos deslumbró. Del interior de aquella morada emanó un intenso aroma a lumbre y a azahar que nos hizo sonreír tiernamente a todos. En el umbral de la puerta, aguardaba una graciosa estidelf de cabellos rizados y negrísimos, con los ojos rasgados y grandes, vestida con una azulada túnica que cubría todo su cuerpo excepto sus brazos y sus hombros. Nos dedicaba una simpática y cariñosa sonrisa, la cual se volvió más entrañable cuando se apercibió de que delante de ella aguardaban su atención unos cuantos estidelfs.
-          Buenas tardes —nos saludó con amabilidad. Su voz era tan fina como el trinar de los pájaros—. Bienvenidos al palacio de Lumia. Sabíamos que tarde o temprano llegaríais.
-          Buenas tardes, Adina —contestó Galeia con mucha educación—. Adina es hija de Lumia —nos comunicó con respeto y dulzura a todos.
-          Encantados de conocerte, Adina —respondió Eros por todos nosotros.
-          Pasad. Estaba a punto de servir la cena —nos invitó apartándose de la puerta.
La simpatía y la serenidad que se desprendían de todos los gestos, palabras y miradas de Adina me sobrecogían. Me extrañaba que alguien pudiese comportarse con tanta amabilidad con nosotros apenas sin conocernos. Había perdido una pequeña parte de la ingenuidad que me permitía confiar en los demás. En mi alma todavía quedaba vigente la decepción de descubrir que me habían engañado deliberadamente en demasiadas ocasiones.
No obstante, ni siquiera comuniqué con mi mirada lo que sentía. Seguí a todos los que me acompañaban y me adentré en silencio al palacio de Lumia con el alma temblándome de temor por dentro de mí. Cuando todos nos introdujimos en aquella calurosa, aromática y húmeda morada, la gran puerta de oro que custodiaba la seguridad y la intimidad de aquel hogar se cerró provocando un estruendo que hizo temblar los muros.
Adina nos guió por pasillos anchos, cuyo suelo estaba cubierto por alfombras mullidas y de colores brillantes, lado a lado de los cuales había un sinfín de puertas relucientes con grabados llenos de detalles y matices vivos. Subimos escaleras cuya madera estaba protegida también por alfombras de telas magníficas y suaves y al fin llegamos a un último corredor donde había una gran puerta de cristal y bronce que Adina abrió prácticamente sin esfuerzo. Nos invitó a pasar a un enorme salón donde grandes ventanales permitían que la luz del día y del verano se adentrase libremente en aquella estancia, bañando absolutamente todos sus rincones y sus muebles.
En el centro de aquel precioso salón, decorado con muebles de color blanco y de madera reluciente, había una gran mesa también de madera clara donde aguardaba, reposando en preciosas y resplandecientes fuentes, una considerable cantidad de frutas. En vasos de cristal nítido y fulgurante había zumos de color suculento.
No me percaté de que estaba hambrienta hasta que vi esos sabrosos frutos esperando ser devorados en aquellas fuentes tan bonitas. Noté que la barriga se me encogía y que la boca se me hacía agua. Eros también sonrió de felicidad cuando vio toda la comida que nos esperaba. Sin embargo, lo que más nos sobrecogió y nos intimidó fue darnos cuenta de que, en un rincón del salón, sentada en un inmenso trono de oro de color de nieve, estaba sentada una estidelf de aspecto antiguo, con los cabellos blancos y largos enmarcando un rostro redondo donde se escondía el paso del tiempo entre pequeñas y delicadas arruguitas. Sus ojos estaban anegados en brumas pasadas, en recuerdos que nadie podía evocar.
-          Mamá, han venido los estidelfs, los heidelfs, la audelf y la niedelf que esperábamos —le comunicó Adina acercándose al oído de Lumia; lo cual nos reveló que la vejez ni siquiera le permitía captar los sonidos que la rodeaban, como si sus oídos ya estuviesen agotados de escuchar la vida—. Son más de lo que pensábamos, pero no te preocupes. Hay comida para todos. Venid, aproximaos a ella para que os vea mejor.
Intimidados y sobrecogidos, todos nos arrimamos a aquel majestuoso y enorme trono, cuyo níveo y dorado respaldo se alzaba hacia el techo, lleno de adornos preciosos que resplandecían como si estuviesen teñidos de la luz de las estrellas. Lumia, al detectar que la rodeábamos, alzó levemente la cabeza e intentó mirarnos a través de su ceguera. Sin embargo, aunque no percibiese nuestra apariencia, nos sonrió como si le pareciésemos los seres más hermosos de la vida y de toda la Tierra. Aquella entrañable sonrisa me conmovió tanto que estuve a punto de empezar a llorar, pero me contuve. Era una sonrisa tan maternal y tierna...
-          Bienvenidos a mi hogar —nos saludó con una voz ya demasiado antigua, trémula y dulce; la voz de alguien que ha pronunciado demasiadas palabras—. Os hemos preparado alcobas para que podáis descansar y también comida para que recobréis vuestras fuerzas.
-          Muchas gracias, Lumia. Sois muy amable —contesté con ganas de llorar. Su voz me parecía tan emotiva que no podía controlar mis sentimientos.
-          Tú eres la niedelf, ¿verdad? —me preguntó alargando temblorosamente su mano diestra. Yo se la tomé antes de que lo hiciese el vacío.
-          Sí, soy yo. ¿Cómo lo habéis sabido? —le sonreí con amor.
-          Porque detecto la nieve en tu voz. El invierno y el frío también se expresan con tanta añoranza como tú —me comunicó presionándome delicadamente la mano. La suya era cálida como la lumbre más apetecible—. ¿Cómo te llamas?
-          Soy Sinéad —le revelé también apretándole muy primorosamente la mano, expresando, con aquel sencillo lenguaje, la gratitud que experimentaba—. Me alegro muchísimo de estar en vuestra morada. Nos ha costado tanto llegar... Pensábamos que jamás podríamos veros...
-          No me hables así, aunque sea la reina de Lainaya. No me gusta que las palabras suenen distantes —me pidió con nostalgia—. Quisiera conocer a la próxima reina de Lainaya, a mi sucesora.
-          Es mi hijita Brisita. Soy su madre porque previamente fui heidelf —le conté antes de que sus ojos se llenasen de extrañeza e inquietud.
-          Sí, algo me ha comunicado el fuego... aunque apenas puedo ver ya sus mensajes. Mis ojos están cansados de percibir la vida... Brisa, por favor, acércate —le solicitó con mucha calma y dulzura.
-          Soy yo. Encantada de conocerte, Lumia. Es un placer conocer a la reina de Lainaya —le sonrió arrodillándose ante ella para quedar al alcance de sus manos.
-          Eres tan dulce como la lluvia del otoño. Permite que mis manos te conozcan, por favor —le pidió con timidez soltando mi mano.
-          Por supuesto —se rió Brisita con amabilidad.
Entonces, con mucha delicadeza y ternura, Lumia empezó a conocer a Brisita a través de sus manos. Le tañó el rostro, los cabellos, se fijó muy primorosamente en sus facciones... mientras todos permanecíamos sumidos en un silencio acogedor y cálido. Al fin, cuando creíamos que el tiempo había dejado de discurrir, Lumia retiró sus manos de Brisita y, sonriendo con muchísima felicidad, nos comunicó:
-          Eres tan hermosa, mágica y dulce... Estás preparada para ser reina; aunque me temo que, antes de poder serlo, tendrás que superar unas cuantas pruebas que la misma naturaleza te impondrá.
-          ¿De qué pruebas se trata? —le preguntó Brisita con temor.
-          Tendrás que conseguir que se disuelvan todas las enemistades que existen en Lainaya.
-          No sé cómo podré conseguir eso...
-          Algunos estidelfs se han encargado de repartir por Lainaya la certeza de que el invierno y el otoño deben desaparecer. Tú, siendo una audelf, puedes conseguir que esa enemistad se desvanezca. Además, tengo entendido que, desde que la naturaleza decidió que nacerías, la oscuridad se ha adentrado en nuestra tierra y quiere destruirla.
-          Sí, también hemos venido aquí para explicarte lo que está sucediendo —le dijo Galeia.
-          Solamente hay una forma de acabar con la oscuridad, pero es muy peligrosa y es necesario que todas las hadas habitantes de Lainaya colaboren; pero no os preocupéis todavía por eso. Os lo explicaré después de comer.
Entonces Adina se acercó más a su madre y la ayudó a incorporarse. Lumia caminaba muy lenta y costosamente, apoyándose en las manos de su hija, quien la miraba con pena y mucho amor. La ayudó a sentarse en la mesa y le puso entre las manos una suculenta y amarilla manzana que Lumia empezó a partir con un cuchillo reluciente.
-          Podéis coger todo lo que deseéis. No os reprimáis —nos comunicó con alegría y ternura.
Todos comimos en silencio, disfrutando de cada trago o sorbo de comida que ingeríamos. Las frutas estaban deliciosas y jugosas y los zumos parecían extraídos de la naturaleza más fresca y sabrosa. Apenas podía prestarle atención a mi alrededor, pues aquella exquisita cena me embelesaba irrevocablemente; pero, sin embargo, no podía dejar de mirar a Lumia. La forma de su rostro, el color casi transparente de su iris y la ternura que emanaba de todos sus gestos y miradas me empequeñecían y me entristecían hondamente. No había dejado de tener presente que Lumia debería morir cuando Brisita se convirtiese en reina y pensar aquello me hacía sentir una profunda lástima que apenas me dejaba tragar la comida.
-          Veréis, el mundo de la oscuridad se halla en el mismo lugar que Lainaya en el Universo. Ambos mundos pertenecen a la misma dimensión y Lainaya existe porque Ugvia decidió otorgarle matices y vida a la oscuridad; pero fue incapaz de desvanecer toda la oscuridad que reinaba en esta dimensión —empezó a explicarnos Lumia con calma—. La oscuridad resguarda la vida de algunos seres malignos que desean impedir que Lainaya siga existiendo, pues piensan, y en realidad no están equivocados, que el terreno que ocupa Lainaya pertenece a la oscuridad. Ugvia, lamentablemente, cometió el error de situar Lainaya donde está emplazada la oscuridad. No obstante, ya es demasiado tarde para pedirles a los habitantes de la oscuridad que toleren la presencia de Lainaya. Se han levantado en contra de nuestra tierra y quieren abatirla. Están aguardando a que Brisita sea reina para destruirlo todo, pues creen que los audelfs son mucho más vencibles que los estidelfs y, además, Brisa todavía no es tan poderosa como yo. El ser que conduce a todos los demás seres de la oscuridad es Alneth; un ser maligno que no tiene compasión ni piedad por nada. Se transformó en heidelf sabiendo que tú llegarías, Sinéad. Es capaz de adoptar cualquier forma con tal de engañarnos.
-          ¿Y qué debemos hacer para vencerla? —quiso saber Scarlya con vergüenza.
-          Tú eres la más curiosa de todos —se rió Lumia con ternura—. Siento mucho que la oscuridad te haya arrancado de la vera de tu amado; pero no temas por él. Está bien. Los niadaes sabrán cuidarlo.
-          Muchas gracias —respondió Scarlya emocionada.
-          Lo que tenemos que hacer es complicado y requiere que seáis irrevocablemente valientes.
-          Lo seremos si así conseguimos librar a Lainaya de la oscuridad —aseguró Aliad.
-          Es necesario que un heidelf, un estidelf, un audelf y un niedelf partan hacia la oscuridad para sembrar allí la magia de Lainaya. En la oscuridad, los cinco elementos de la naturaleza están mezclados y desordenados. Tenéis que lograr depositar una semillita de vuestra magia en el viento, en el agua, en el fuego, en la tierra y en el espíritu de la vida para que esos elementos se vuelvan poderosos y, unidos, logren vencer la oscuridad.
-          ¿Quién portará la semillita de la vida? —le pregunté con temor.
-          La semillita de la vida la portáis todos en vuestra alma. Es evidente que quien debe sembrar la magia en el viento debe ser un audelf. Un heidelf debe sembrarla en el agua; un estidelf, en el fuego, y un niedelf, en la tierra.
-          ¿Cómo podemos sembrar esas semillitas de magia? —cuestionó Brisita.
-          Todas las hadas habitantes de Lainaya llevan la magia en su alma. Con tan sólo adentraros en la oscuridad, ésta se estremecerá, los cinco elementos se aquietarán y todo se detendrá, hasta el fluir de la maldad. La magia es más fuerte que la oscuridad. Será sencillo que, solamente apoderándoos del elemento al que estáis enlazados, consigáis sembrar la semilla de la magia. Brisita, tendrás que lograr que el viento se pose en tus manos. Notarás cómo tu cuerpo se separa de la tierra y cómo el viento soplará a tu alrededor. Es entonces cuando debes intentar adueñarte de su fuerza. Será más sencillo de lo que crees. El heidelf que viaje con vosotros tendrá que acoger en sus manos una gran cantidad de agua, la cual mecerá hasta devenir su líquida presencia en una masa llena de colores que, unida a la tierra que tú, Sinéad, habrás reunido en tus manos, hará brotar unas hermosas flores cuyos matices resplandecientes refulgirán en la oscuridad. Por último, el estidelf que viaje con vosotros tendrá que llenar de fuego todos esos rincones donde ruja el frío...
Las palabras de Lumia nos impedían comer con tranquilidad. Los nervios y el temor se agolpaban en nuestro estómago y nos llenaban el alma de frialdad y desconsuelo; pero al menos yo traté de no reflejar el miedo que experimentaba y seguí comiendo como si ingiriendo aquellas frutas fuese el único modo de alejarme de la realidad.
-          ¿Y quién viajará a la oscuridad? —quiso saber Eros con temor.
-          Sinéad es la única niedelf que hay aquí, por lo que, lamentablemente, tendrá que ser ella. No podemos esperar la llegada de otro niedelf porque el tiempo no está a nuestro favor. De todos los estidelfs que hay aquí, la más indicada para acompañaros es mi hija Adina, pues está muy enlazada al fuego y la he entrenado para soportar cualquier adversidad. Brisita es la única audelf que hay en mi palacio y, además, es la próxima reina de Lainaya; lo cual la obliga a hacer ese temible viaje. Ese viaje es una prueba que deberá superar para poder ser reina. Por último, de todos los heidelfs que habéis llegado aquí, me temo que debéis partir más de uno, ya que... es lo más conveniente. Rauth no puede quedarse aquí y Scarlya es la más curiosa y valiente. Eros tiene el alma llena de miedo e inseguridad, sobre todo porque aún está estremecido por las experiencias que habéis vivido. Sinéad, partirás con tu hijita Brisita, con Adina, mi adorada hija, con Scarlya y con Rauth.
-          ¿Tu decisión es irrevocable? —le preguntó Eros.
-          Sí, todas las decisiones que yo tomo son irrevocables. Lo siento muchísimo, Eros; pero tendrás que aguardar en mi palacio la llegada de Sinéad y de todos los demás. Ahora, debéis descansar para recobrar fuerzas. Mañana será un día muy duro. Mi hijita Adina os preparará todo lo que requeriréis para el viaje. No temáis. Sabrá guiaros.
Fue imposible que el sueño anulase mi consciencia aquella extraña y calurosa noche. Eros y yo permanecimos abrazándonos, amándonos y besándonos en silencio hasta que nuestra alma estuvo a punto de estallar de amor, como si aquélla fuese la última noche que podíamos vivir juntos. Las lágrimas brotaban de nuestros ojos incluso en los instantes más delirantes y felices. Saber que teníamos que permanecer separados durante un tiempo indefinido nos hacía sentir desvalidos e inmensamente tristes, pero ahogábamos esa lástima con la fuerza de nuestro amor, con la pasión de nuestros abrazos y con la dulzura de nuestras hondas caricias. Cuando nos percibimos agotados, nos abrazamos para restar así hasta que la fuerza del sol de aquel eterno verano nos avisase de que había llegado el instante de partir.
Fue Brisita quien llamó con cuidado y dulzura a la puerta de nuestra alcoba. Me comunicó que debía bañarme antes de salir y que Lumia nos esperaba a todos en el salón para desayunar. Cuando Eros y yo nos hubimos bañado, acudimos al encuentro de todos los estidelfs y el resto de heidelfs que nos acompañaban. En los ojos de Lumia se detectaba temor, pero también esperanza, lo cual nos serenó.
Lumia nos ofreció todo lo que necesitábamos para el viaje: mudas limpias, comida, zumos, hierbas medicinales... pero yo sentía que nos faltaba lo más importante: la tranquilidad. Adina nos aseguró que no permitiría que nos perdiésemos, pero yo me imaginaba el mundo de la oscuridad como un lugar lleno de laberintos enrevesados y sin salida; un mundo oscuro y repleto de rincones inalcanzables y brumosos. Era incapaz de sentir paz albergando esas premoniciones tan escalofriantes en mi mente. Además, no me creía preparada para enfrentarme a la mirada de ningún ser oscuro. Me percibía frágil y vulnerable.
Despedirnos de todos los que allí se quedarían aguardándonos nos supuso un trance insufrible e inmensamente triste. Cuando me despedí de Eros, noté que algo se quebraba por dentro de mí, como si mi alma se hubiese convertido en cristal y la piedra más punzante la hubiese rasgado. No pude evitar empezar a llorar con vergüenza, intentando que los demás no advirtiesen mi miedo y mi profunda lástima; pero Eros sabía interpretar todas mis miradas y mis gestos.
-          No te preocupes, mi Shiny. Todo estará bien. Regresarás mucho antes de lo que todos pensamos. Sé valiente, mi Shiny, y nunca olvides que te amo con toda mi alma. Cuando te sientas sola, desprotegida y triste, piensa en mí, en que siempre te quedarán mis brazos para refugiarte de la oscuridad, de los miedos y de la maldad, mi amada Shiny —me pidió con una voz susurrante y quebrada.
-          Gracias, amor mío. Por favor, no dejes de recordarme para sentir que estamos juntos a través de la distancia y las dimensiones —le solicité yo también con mucha tristeza.
Cuando ya nos hubimos despedido de todos, dejando en aquel palacio una gran parte de nuestra valentía, salimos al exterior, a aquella cueva dorada y cálida que, lentamente, fuimos abandonando para dirigirnos hacia un rincón que yo no podía imaginarme. No fue necesario surcar aquella balsa ardiente. Adina nos guiaba a través de caminos incendiados por la fuerza del estío, mirándonos con amor y aliento para que nuestras manos no temblasen y para que no nos percibiésemos desprotegidos, pero todos notábamos que nuestra alma estaba llena de inquietud y temor.
-          La puerta que accede al mundo de la oscuridad no existe. Tenemos que encontrarla en un rincón donde la oscuridad se vuelva inmensamente espesa y pedirle a Ugvia que nos permita salir de Lainaya para adentrarnos en el mundo de la oscuridad —nos comunicó Adina cuando caminábamos a través de un espeso y brillante bosque—. Es muy difícil abandonar Lainaya...
-          ¿Y cómo es posible que Alneth haya entrado en Lainaya si es tan complicado pasar de un mundo a otro? —le pregunté intimidada.
-          Porque es más sencillo que la oscuridad invada la luz antes que la luz destruya la oscuridad —me contestó con calma—. No temáis. Si confiáis en mí, no nos ocurrirá nada malo.
Su voz era calmada, estaba llena de seguridad y de vida, lo cual nos indicaba que sí teníamos motivos de sobras para confiar en ella; pero había algo en el ambiente que pesaba como si el aire tuviese materia; algo que nos avisaba de que no teníamos permitido confiar tan plenamente en nuestro destino. Scarlya, Brisita, Rauth y yo caminábamos detrás de Adina como si en realidad no tuviésemos miedo, pero yo sabía que todos estábamos demasiado expectantes.
En el horizonte se recortaban aquellas montañas ardientes que guardaban todo el aliento de la Tierra. Los volcanes activos exhalaban un humo que ensombrecía el matiz azulado del cielo. Al acordarme de lo difícil que había sido atravesar esos parajes tan desiertos y peligrosos, me sobrecogí de miedo e inquietud. Brisita notó mi estremecimiento, puesto que me tomó de la mano y me la presionó con mucha calma y amor.
-          ¿Qué te sucede, Shiny? —me preguntó con dulzura.
-          No quiero volver a caminar por el desierto ni por entre los volcanes —le confesé con timidez—. Casi morí cuando lo intentamos.
-          No tendremos que dirigirnos hacia el desierto —me contradijo Adina con serenidad—. Antes de llegar a esa sierra de volcanes, existe una senda oculta entre rocas ardientes que desciende a un lugar oscuro donde el fuego crea sus más recónditos hogares. Ese camino nos llevará a una parte de Lainaya donde nadie habita. Esa parte está situada entre Lainaya y un pedacito de oscuridad, por lo que nos permitirá abandonar este mágico mundo para adentrarnos en la oscuridad.
Me costó comprender las palabras de Adina, pero no se lo comuniqué. Me costó entenderlas porque me parecieron demasiado estremecedoras, como si revelasen el ancestral secreto de la existencia de la vida. Así pues, seguimos caminando en silencio, siguiéndola sin oponernos ni aportar nada, hasta que llegamos a un bosque de pinos altísimos cuyas hojas nos ocultaban el color del cielo. El aire que soplaba era cálido, incómodo y húmedo, pero no me quejé. Continuamos andando hasta atisbar, a lo lejos, la presencia de esas rocas milenarias de las que Adina nos había hablado.
Tardamos casi toda la mañana en llegar hasta la vera de aquellas imponentes y altas rocas. Parecían pequeñas montañas ariscas que deseaban arañar el firmamento. Aquellas rocas estaban colocadas en círculo, cercando una pequeña horadación en la tierra, rodeada de piedras más pequeñas donde se reflejaban los rayos del sol. Adina se adentró en aquel imponente círculo y nos aguardó a que la imitásemos. Cuando todos nos hubimos situado a su lado, sentí que de la tierra emanaba una energía potente y tibia que se adentraba rápida e intensamente en mi cuerpo. Noté que mi interior se llenaba de fuerza, de sublimidad y de valentía. Miré a Brisita, a Scarlya y a Rauth para comprobar si ellos también experimentaban aquella deliciosa e impetuosa sensación. Vi que tanto Scarlya como Brisita sonreían alegre y luminosamente. Sus ojos irradiaban un aliento brillante que me envolvió, haciéndome creer que nada malo podía ocurrirnos. Sin embargo, de los ojos de Rauth no se desprendían esas sensaciones tan agradables y acogedoras. Sus ojos solamente exhalaban nostalgia y estaban llenos de brumas. Quise preguntarle qué le sucedía, por qué su mirada aparecía tan apagada; pero fui incapaz de hablar, como si aquel mágico rincón del mundo me hubiese robado la voz.
-          ¿Veis esa horadación? —nos preguntó Adina. Todos asentimos—. Tenemos que colarnos por ese hoyo y dejarnos caer. No os preocupéis. El suelo está cubierto de hojas secas y de ramitas blandas que impedirán que nos hiramos.
Entonces, uno por uno, fuimos acercándonos a esa horadación cuya profundidad éramos incapaces de imaginarnos. El primero en dejarse caer fue Rauth, quien ni siquiera nos miró antes de desaparecer. Lo siguió Scarlya y después Brisita. Cuando me tocó saltar a mí, miré abajo y la oscuridad que invadía aquel abismo me hizo sentir acobardada; pero Adina me tomó de la mano y, con sus grandes ojos claros, me aseguró que no me ocurriría nada malo. La confianza que desprendía su mirada me hizo abandonar mi miedo y entonces me dejé caer al vacío intentando no gritar.
El aire que anegaba aquel rincón era espeso y cálido. Mi piel protestó ante aquel aliento tan tibio, pero lo que más me sobrecogió fue darme cuenta de que el tiempo transcurría sin que aquella caída se terminase. Miré arriba en un instante perdido en el tiempo y entonces reparé en que la luz quedaba ya muy lejos de mí. Traté de no sentir miedo, pero mi alma protestaba por dentro de mí, convertida en una sensación que me encogía todo el cuerpo.
Al fin, cuando creí que mi vida expiraría en aquella interminable caída, noté que el suelo se hallaba cerca. Un lecho formado por ramitas olvidadas, hojas ya demasiado secas y pétalos de flores eternas me acogió, me hizo sentir aliviada. La luz del día ya quedaba muy lejos de mí y me envolvía una espesa oscuridad que me impedía percibir lo que me rodeaba. Entonces, repentinamente, oí la voz de Adina, que me avisaba de que estaba a punto de reunirse con nosotros y que debía alzarme del suelo para apartarme de la trayectoria de su caída.
-          ¿Brisita? —pregunté intimidada y asustada.
-          Estoy aquí, Sinéad —me respondió mi hijita desde un lugar inconcreto.
-          No veo nada. No sé dónde estás —me quejé levantándome del suelo y empezando a caminar con temor e inseguridad.
-          Estamos aquí, Sinéad.
La voz de Rauth me sobresaltó. Sonó mucho más cerca de lo que yo creía. Enseguida, una mano tomó la mía. Mis dedos y el tacto de aquella mano que me amparaba de la soledad me desvelaron que aquella mano le pertenecía a Scarlya. Se la presioné con temor y alivio al mismo tiempo mientras intentaba pugnar contra mi inseguridad para que no me hiciese llorar.
-          Tengo mucho miedo —le confesé a Scarlya acercándome a ella para que me abrazase. Scarlya lo hizo con cuidado y mucha ternura, como si mi cuerpo fuese inmensamente frágil—. Tengo la sensación de que no podremos... no podremos lograr nada...
-          No pienses eso, Sinéad —me pidió Scarlya acariciándome la espalda—. Tenemos que confiar en nuestra valentía y en nuestra magia.
-          Ya estoy aquí —nos comunicó Adina con simpatía—. En este lugar no se ve ni la oscuridad, pero no os preocupéis. Todas las ramitas y las piedrecitas que hay en este suelo nos permitirán construir una antorcha que nos alumbrará —nos aseguró recogiendo algo inconcreto del suelo. En breve, algo brilló entre nosotros, interrumpiendo aquella ausencia de luz y de colores—. ¿Veis? Este resplandor nos ayudará a caminar con más seguridad. Sinéad, no tengas tanto miedo —se rió cuando percibió mi atemorizada mirada.
-          No puedo evitarlo... —dije avergonzada.
-          Es comprensible que tengas miedo. El viaje que estamos haciendo no es un juego y no nos conducirá a un lugar mágico donde podremos reír libremente; pero estamos juntos. No tendremos que separarnos en ningún momento y la magia de cada uno de nosotros es inquebrantable. Podrá vencer la oscuridad si confiamos en nosotros mismos.
Las palabras de Adina me animaron, me permitieron empezar a caminar con más seguridad y alivio. Permanecimos andando por aquel lugar tan oscuro y vacío hasta que notamos que nuestro alrededor se llenaba de frío y de brumas. La llama de la antorcha que Adina portaba se volvió trémula y azulada, pero no se apagó en ningún momento, sino que pareció querer relucir con mucha más fuerza. Aquel sutil y titilante resplandor nos desveló que nos rodeaba un sinfín de columnas y que nos hallábamos en un corredor estrecho, al final del cual había una puerta enorme y extraña, cuyos grabados fui incapaz de distinguir en la oscuridad.
-          ¿Es la puerta que accede a la oscuridad? —pregunté con miedo.
-          No, Sinéad. Es la puerta que nos permitirá salir de Lainaya, pero no nos hallaremos en la oscuridad cuando lo hagamos,  sino en medio de un vacío que puede absorbernos. Si no confiamos en nosotros, si permitimos que el miedo nos domine y si no le suplicamos a Ugvia que permita que al otro lado de esta puerta disponga el mundo de la oscuridad, desapareceremos para siempre en una dimensión sin tiempo ni espacio. Permaneceremos vagando eternamente en esa dimensión vacía siendo plenamente conscientes de que nuestra vida está apagándose lentamente. Desapareceremos solos, abandonados...
-          No, no, no, no —protesté aterrorizada.
-          Por eso no puedes permitir que el miedo se adueñe de tus sentimientos y de tus pensamientos, Sinéad —me advirtió Adina.
-          Lo intentaré...
Sin embargo, por mucho que lo intentase, el miedo no se marchaba de mi interior. Tenía el alma aterida, llena de temor e inseguridad. Observaba aquella puerta con tanto pavor que me parecía que mis trémulos sentimientos la desharían. Me parecía la puerta más extraña, terrorífica y oscura de la vida, la puerta que separaba la vida de la muerte, la luz de la oscuridad. Era incapaz de pensar que todo podría ir bien después de cruzar el umbral de Lainaya.
Mas Adina creyó que sus palabras me habían permitido desprenderme de mis miedos. Se dirigió hacia la puerta y, tras arrodillarse ante aquellos inciertos grabados, comenzó a suplicar a Ugvia que nos permitiese realizar aquel difícil viaje. Su voz se repartía por aquel inmenso vacío y se colaba entre las columnas, provocando vientos inescrutables e impredecibles:
-          Ugvia, vuestro poder es más grande y magnánimo que todas las dimensiones que forman el Universo. Sois la Diosa de todos los rincones, de todas las vidas y de todas las muertes. Podéis manejar el paso del tiempo, tenéis la potestad de todos los destinos de la Historia de la naturaleza. Haced que sea posible que abandonemos la tierra que nos vio nacer para que partamos al mundo de la oscuridad y así poder salvar vuestra creación de la gélida oscuridad que desea destruirlo todo. Haced que, tras esta puerta, se halle ese mundo del cual anheláis protegernos. Confiamos en vuestro poder, en vuestra fuerza, en vuestra magnificencia.
Entonces todo se quedó en silencio. Ni siquiera se oía el eco de nuestra respiración. El viento que había nacido de las palabras de Adina también desapareció y entonces la puerta ante la cual nos hallábamos empezó a abrirse lentamente. La piedra que la creaba rozaba el suelo de aquel rincón, el cual se encontraba en los confines de Lainaya. Aquel sonido llenó de ecos ese silencio que, según yo creía, se prolongaba hasta el último acre de tierra que pertenecía al Universo.
Adina se volteó y nos observó con curiosidad, preguntándonos con la mirada si estábamos preparados para abandonar Lainaya. Todos asintieron con la cabeza, menos yo, que me había quedado paralizada, con los ojos fijos en la oscuridad que se adivinaba tras aquella puerta que estaba abriéndose tan lentamente. Era una oscuridad compuesta de toda la oscuridad que había existido a lo largo de toda la Historia. Me parecía que aquella oscuridad había absorbido ya demasiadas vidas y que era mucho más fría que cualquier invierno eterno, tan fría que ni siquiera mi piel sería capaz de soportarla.
Adina se alzó del suelo y se colocó enfrente de la puerta, esperando que todos la siguiésemos dondequiera que ella fuese. Brisita, Scarlya y Rauth se situaron detrás de ella y empezaron a caminar hacia aquella oscuridad que se abría ante nosotros, como si estuviesen descorriéndose las cortinas del tiempo.
-          Vayamos ya, Sinéad. No tengas miedo —me pidió Brisita con divertimento; pero yo sabía que estaba tan aterrada como yo.
-          Sinéad, no puedes tener tanto miedo o entonces todo saldrá mal por culpa tuya —me amonestó Rauth sin el menor rastro de comprensión.
-          Lo siento, pero no puedo evitarlo —dije casi llorando.
-          A ver, Sinéad, no debes temer. Estamos juntos, cariño —me animó Scarlya.
-          Y yo no permitiré que nos suceda nada malo. Soy hija de la actual reina de Lainaya, por lo que tengo una gran parte de su magia en mi alma. No tengas miedo, Sinéad —me solicitó Adina tomándome de la mano y presionándomela con cariño.
-          Está bien...
Me conformé con la comprensión y el consuelo que todos, salvo Rauth, me dedicaban. Me dirigí hacia aquella puerta que dejaba ver, tras su piedra, una infinita y espesa oscuridad que lentamente iría absorbiéndonos. Cuando estaba a punto de dejar Lainaya definitivamente atrás, hundí mis ojos en la espesísima y terrorífica oscuridad que nos aguardaba al otro lado de aquella enorme puerta y entonces el miedo se apoderó de mi voz. Comencé a gritar y a sollozar sin control, a temblar, a estremecerme, a presionar desesperadamente la mano de Adina. Ella se detuvo y, en la misma frontera que separaba Lainaya de la oscuridad, se volteó y me abrazó como una madre, intentando que su cariño me serenase, dirigiéndome palabras de aliento llenas de dulzura.
-          Sinéad, Sinéad, cálmate... Te prometo que no ocurrirá nada si confías en nosotros, cariño —me decía acariciándome los cabellos.
-          ¡No quiero ir, no quiero! —me quejaba estremecida, llorando y temblando sin poder evitarlo.
-          La oscuridad no nos herirá si tenemos cuidado —me aseguró Adina sin perder la calma.
-          Sinéad, por favor, mami, sé fuerte. Necesitamos que lo seas —me solicitó Brisita acercándose a mí y también acariciándome los cabellos.
-          No puedo...
-          Sí puedes, sí puedes —me contradijo Scarlya. Rauth se mantenía al margen.
Tras realizar un gran esfuerzo, conseguí serenarme mínimamente; pero lo logré gracias a las caricias de Adina, de Scarlya y de Brisita. Cuando dejé de llorar, Adina me limpió las lágrimas con sus templados dedos y volvió a tomarme de la mano. Me pidió que cerrase los ojos para que nada pudiese descontrolarme nuevamente y entonces me entregué a la voluntad de nuestro destino. Debía esforzarme por confiar plenamente en aquella estidelf tan valiente y segura de sí misma.
Cerré los ojos con fuerza cuando sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Retuve en mi garganta un alarido de terror, pero no pude evitar que mi cuerpo empezase a temblar de nuevo cuando noté que el aire que nos rodeaba se convertía en un viento gélido y desgarrador. Estábamos cayendo a un vacío cuyo fin yo creía perdido entre las brumas del espacio y del tiempo, inalcanzable e inhóspito.
-          Por favor, Ugvia, no nos desamparéis —le suplicaba casi en silencio, tratándola de pronto con aquella deferencia que Adina había usado para dirigirse a ella—. Por favor, permitidnos que salvemos Lainaya...
-          Ugvia está con nosotros y en nosotros, Sinéad —me comunicó Adina con calma.
-          Ya estamos llegando —anunció Rauth con alivio. Fue lo primero que dijo tras un largo silencio.
El suelo apareció de pronto bajo nuestros pies: pedregoso, frío, árido. Me imaginé que en aquel lugar no podía crecer ni siquiera la flor más amenazante. Notaba que nos rodeaban unas tinieblas inescrutables e indisipables, pero luché contra el miedo para que no me arrebatase la frágil serenidad que había conseguido gracias a Brisita, Scarlya y Adina.
-          Ya puedes abrir los ojos, Sinéad —me ordenó Adina con calma.
Cuando los abrí, estuve a punto de desaparecer por culpa de la sorpresa y la impresión. Nos hallábamos detenidos en medio de un jardín en el que se levantaban, imponentes, grandes árboles cuyas ramas parecían infinitas. Había plantas de colores apagados que exhalaban un aroma a putrefacción que me encogió las entrañas. Algunos pájaros negros volaban sin rumbo por un cielo lleno de nubes espesas que impedían el brillo de las estrellas. Olía a lejanía, a humedad corrompida, a vidas pasadas... Aquel olor me recordó al  que había aspirado cuando me había despertado en aquella estancia maloliente en la que Alneth me había encerrado.
-          Al fin... al fin he regresado a casa...
Aquellas palabras nos robaron a todos el aliento, la serenidad y la seguridad que palpitaban temblorosamente por dentro de nosotros, en nuestra alma. Tras decirlas, Rauth se volteó para mirarnos y entonces, en ese preciso instante, el brillo rojizo de sus rizados cabellos comenzó a difuminarse; sus ojos, en los que se había albergado el reflejo de la romántica alma de aquel heidelf tan amoroso, se llenaron de oscuridad; su rostro, donde había relucido una dulzura trémula, se tornó vaporoso, y todo su cuerpo, el que había destilado amparo, devino en un espíritu casi incoloro que irradiaba una luz apenas perceptible, pero lo suficientemente potente para revelarnos que, una vez más, la ingenuidad nos había traicionado.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

¡Lo sabía! ¡Lo sabíaaaa! Eso no era Rauth, con esas malas contestaciones a Sinéad y esa forma de comportarse tan rara. De nuevo han sido engañados, pero de una forma muy cruel. Ahora saben que en realidad Rauth nunca resucitó, por lo que deben aceptar su muerte y además enfrentarse contra el mal. A ver que ocurre en la continuación, que nervioss. Me da mucha pena que Lumia muera...a lo mejor Brisa la sustituye y se Lumia se puede retirar a descansar (algo así como lo que sucedió con los Papas jajaja). Se ve tan buena, sabía y generosa que da mucha pena que tenga que morir. Su hija Adina es un encanto. Menos mal que cuentan con ella para ese terrible viaje, les inspira confianza y fortaleza y su guía es imprescindible. ¿Podrán sembrar esas semillas de magia? La oscuridad es terrible, aunque te tengo que confesar que ese último lugar que has descrito, el hogar del ser que había tomado el aspecto de Rauth, me encanta. Siempre he sentido atracción por esos paisajes así, como apagados, siniestros. El futuro de Lainaya está en juego, ¿conseguirán vencer a la oscuridad? ¿Conseguirá Brisita unir a todos los seres de Lainaya? ¡Está muy interesante!

Uber Regé dijo...

He devorado este capítulo, con la impresión de que finalmente el círculo se va cerrando. Que Rauth era Alneth es algo que se veía venir, (bueno, no se ha escrito todavía que sea ella, pero más o menos es lo que deduzco), y ya cuando Lumia designó dos heidelf, uno de los cuales era el falso Rauth, se reforzaron mis sospechas; ahora queda Scarlya como representante de la primavera. Han salido de Lainaya y están en territorio enemigo, parece que la cosa se pone muy cuesta arriba para nuestros amigos, pero yo confío en que finalmente podrán superar todos los peligros y asegurar un futuro estable para Lainaya. Nuevamente siento el latido de la naturaleza en el texto, que resulta sensual en su sentido más cabal, puesto que la historia se percibe también con el el gusto, con el olfato, con el tacto. ¡Que siga la aventura!