EN LAS MANOS DEL DESTINO - 15. EL PALACIO DEL
ESTÍO
Habíamos dejado atrás cualquier
rastro de la oscuridad que anochecía los días de Lainaya. Todo lo que nos
rodeaba era luz y calor. Parecía imposible creer que en algún instante de
nuestra vida hubiésemos sido rodeados por la noche más espesa y carente de estrellas.
El palacio de la reina de Lainaya se alzaba ante nuestros ojos con una
majestuosidad brillante, asemejándose a una gran montaña sin cima o a una
antigua pirámide construida en el desierto más reluciente y vacío de la tierra,
donde las dunas pugnaban por cercar aquella morada donde la Historia habitaría.
La balsa de fuego que habíamos
surcado quedaba tras de nosotros, exhalando ese humo que, convertido en brumas
inocentes, nos envolvía, templaba nuestra piel y alimentaba nuestras
esperanzas. Los estidelfs que nos acompañaban se dirigieron lenta, pero
animadamente hacia la gran puerta de oro que accedía al palacio de Lumia.
Rauth, Brisita, Eros y Scarlya habían dejado de reírse y permanecían en
silencio, esperando que nuestro destino nos mostrase los acontecimientos que
debíamos afrontar. Habían nadado rápida y alegremente por aquellas tibias
aguas; las cuales, según me aseguraron, ni siquiera hicieron el amago de quemar
su piel. No obstante, aquellas aguas eran demasiado cálidas para mí, para una indefensa
niedelf que vagaba por una tierra que no se había creado para ella.
Galeia dejó caer una inmensa
aldaba de bronce sobre aquella gran puerta de oro, que, brillando intensamente,
interrumpía cualquier ápice de oscuridad que desease apoderarse de ese cálido
rincón de Lainaya. Estábamos en lo más hondo de una cueva de piedras
inquebrantables que el fulgor del castillo de Lumia y de las aguas que habíamos
atravesado volvía áureas. El color del cielo ya quedaba muy lejos de nosotros,
escondido entre aquellas rocas, raíces y plantas milenarias que protegían
aquella morada como si se tratase de la cuna de toda la vida de Lainaya.
Brisita y Eros me tomaron de la
mano para que saliese de mi ensimismamiento y caminase junto a aquellos
estidelfs que esperaban que la puerta del palacio se abriese. El silencio se
palpaba e incluso podía saborearse. Tenía el sabor de los nervios, de la
impaciencia, del temor y de la esperanza. Rauth y Scarlya se aproximaron a
nosotros con intimidación. Rauth apenas se atrevía a mirar a su alrededor, algo
que me sorprendió, y Scarlya tenía los ojos fijos en el pedregoso suelo. Aún le
caía agua ardiente de los cabellos y el sudor perlaba su frente, tornando más
reluciente su piel. Sus ojos todavía no se habían desprendido de la tristeza
que le había causado conocer que había perdido la oportunidad de ser madre. A
partir de aquella experiencia, apenas había conversado con nosotros y restaba
en silencio durante horas, sin prestar atención a lo que la rodeaba. Todos
intentábamos animarla tomándola de la mano y sonriéndole; pero sabíamos que su
corazón era el único que podía sanarle todas las heridas que tenía hendidas en
el alma. Sin embargo, en esos momentos, aunque sus ojos irradiasen pena y
temor, su mirada se había llenado de ilusión y expectación.
Al fin, produciendo un
ensordecedor sonido —parecido al eco del trueno repartiéndose entre las
montañas—, la puerta del palacio se abrió. El oro que teñía su piedra fue
convirtiéndose, lentamente, en una neblinosa y fulgurante oscuridad que nos
deslumbró. Del interior de aquella morada emanó un intenso aroma a lumbre y a
azahar que nos hizo sonreír tiernamente a todos. En el umbral de la puerta,
aguardaba una graciosa estidelf de cabellos rizados y negrísimos, con los ojos
rasgados y grandes, vestida con una azulada túnica que cubría todo su cuerpo
excepto sus brazos y sus hombros. Nos dedicaba una simpática y cariñosa
sonrisa, la cual se volvió más entrañable cuando se apercibió de que delante de
ella aguardaban su atención unos cuantos estidelfs.
-
Buenas tardes —nos saludó con amabilidad. Su voz era tan fina como el
trinar de los pájaros—. Bienvenidos al palacio de Lumia. Sabíamos que tarde o
temprano llegaríais.
-
Buenas tardes, Adina —contestó Galeia con mucha educación—. Adina es
hija de Lumia —nos comunicó con respeto y dulzura a todos.
-
Encantados de conocerte, Adina —respondió Eros por todos nosotros.
-
Pasad. Estaba a punto de servir la cena —nos invitó apartándose de la
puerta.
La simpatía y la serenidad que
se desprendían de todos los gestos, palabras y miradas de Adina me sobrecogían.
Me extrañaba que alguien pudiese comportarse con tanta amabilidad con nosotros
apenas sin conocernos. Había perdido una pequeña parte de la ingenuidad que me
permitía confiar en los demás. En mi alma todavía quedaba vigente la decepción
de descubrir que me habían engañado deliberadamente en demasiadas ocasiones.
No obstante, ni siquiera
comuniqué con mi mirada lo que sentía. Seguí a todos los que me acompañaban y
me adentré en silencio al palacio de Lumia con el alma temblándome de temor por
dentro de mí. Cuando todos nos introdujimos en aquella calurosa, aromática y
húmeda morada, la gran puerta de oro que custodiaba la seguridad y la intimidad
de aquel hogar se cerró provocando un estruendo que hizo temblar los muros.
Adina nos guió por pasillos
anchos, cuyo suelo estaba cubierto por alfombras mullidas y de colores
brillantes, lado a lado de los cuales había un sinfín de puertas relucientes
con grabados llenos de detalles y matices vivos. Subimos escaleras cuya madera
estaba protegida también por alfombras de telas magníficas y suaves y al fin
llegamos a un último corredor donde había una gran puerta de cristal y bronce
que Adina abrió prácticamente sin esfuerzo. Nos invitó a pasar a un enorme
salón donde grandes ventanales permitían que la luz del día y del verano se
adentrase libremente en aquella estancia, bañando absolutamente todos sus
rincones y sus muebles.
En el centro de aquel precioso
salón, decorado con muebles de color blanco y de madera reluciente, había una
gran mesa también de madera clara donde aguardaba, reposando en preciosas y
resplandecientes fuentes, una considerable cantidad de frutas. En vasos de
cristal nítido y fulgurante había zumos de color suculento.
No me percaté de que estaba
hambrienta hasta que vi esos sabrosos frutos esperando ser devorados en
aquellas fuentes tan bonitas. Noté que la barriga se me encogía y que la boca
se me hacía agua. Eros también sonrió de felicidad cuando vio toda la comida
que nos esperaba. Sin embargo, lo que más nos sobrecogió y nos intimidó fue
darnos cuenta de que, en un rincón del salón, sentada en un inmenso trono de
oro de color de nieve, estaba sentada una estidelf de aspecto antiguo, con los
cabellos blancos y largos enmarcando un rostro redondo donde se escondía el
paso del tiempo entre pequeñas y delicadas arruguitas. Sus ojos estaban
anegados en brumas pasadas, en recuerdos que nadie podía evocar.
-
Mamá, han venido los estidelfs, los heidelfs, la audelf y la niedelf
que esperábamos —le comunicó Adina acercándose al oído de Lumia; lo cual nos
reveló que la vejez ni siquiera le permitía captar los sonidos que la rodeaban,
como si sus oídos ya estuviesen agotados de escuchar la vida—. Son más de lo
que pensábamos, pero no te preocupes. Hay comida para todos. Venid, aproximaos
a ella para que os vea mejor.
Intimidados y sobrecogidos,
todos nos arrimamos a aquel majestuoso y enorme trono, cuyo níveo y dorado
respaldo se alzaba hacia el techo, lleno de adornos preciosos que resplandecían
como si estuviesen teñidos de la luz de las estrellas. Lumia, al detectar que
la rodeábamos, alzó levemente la cabeza e intentó mirarnos a través de su
ceguera. Sin embargo, aunque no percibiese nuestra apariencia, nos sonrió como
si le pareciésemos los seres más hermosos de la vida y de toda la Tierra.
Aquella entrañable sonrisa me conmovió tanto que estuve a punto de empezar a
llorar, pero me contuve. Era una sonrisa tan maternal y tierna...
-
Bienvenidos a mi hogar —nos saludó con una voz ya demasiado antigua,
trémula y dulce; la voz de alguien que ha pronunciado demasiadas palabras—. Os
hemos preparado alcobas para que podáis descansar y también comida para que
recobréis vuestras fuerzas.
-
Muchas gracias, Lumia. Sois muy amable —contesté con ganas de llorar.
Su voz me parecía tan emotiva que no podía controlar mis sentimientos.
-
Tú eres la niedelf, ¿verdad? —me preguntó alargando temblorosamente su
mano diestra. Yo se la tomé antes de que lo hiciese el vacío.
-
Sí, soy yo. ¿Cómo lo habéis sabido? —le sonreí con amor.
-
Porque detecto la nieve en tu voz. El invierno y el frío también se
expresan con tanta añoranza como tú —me comunicó presionándome delicadamente la
mano. La suya era cálida como la lumbre más apetecible—. ¿Cómo te llamas?
-
Soy Sinéad —le revelé también apretándole muy primorosamente la mano,
expresando, con aquel sencillo lenguaje, la gratitud que experimentaba—. Me
alegro muchísimo de estar en vuestra morada. Nos ha costado tanto llegar...
Pensábamos que jamás podríamos veros...
-
No me hables así, aunque sea la reina de Lainaya. No me gusta que las
palabras suenen distantes —me pidió con nostalgia—. Quisiera conocer a la
próxima reina de Lainaya, a mi sucesora.
-
Es mi hijita Brisita. Soy su madre porque previamente fui heidelf —le
conté antes de que sus ojos se llenasen de extrañeza e inquietud.
-
Sí, algo me ha comunicado el fuego... aunque apenas puedo ver ya sus
mensajes. Mis ojos están cansados de percibir la vida... Brisa, por favor,
acércate —le solicitó con mucha calma y dulzura.
-
Soy yo. Encantada de conocerte, Lumia. Es un placer conocer a la reina
de Lainaya —le sonrió arrodillándose ante ella para quedar al alcance de sus
manos.
-
Eres tan dulce como la lluvia del otoño. Permite que mis manos te
conozcan, por favor —le pidió con timidez soltando mi mano.
-
Por supuesto —se rió Brisita con amabilidad.
Entonces, con mucha delicadeza y
ternura, Lumia empezó a conocer a Brisita a través de sus manos. Le tañó el
rostro, los cabellos, se fijó muy primorosamente en sus facciones... mientras
todos permanecíamos sumidos en un silencio acogedor y cálido. Al fin, cuando
creíamos que el tiempo había dejado de discurrir, Lumia retiró sus manos de
Brisita y, sonriendo con muchísima felicidad, nos comunicó:
-
Eres tan hermosa, mágica y dulce... Estás preparada para ser reina;
aunque me temo que, antes de poder serlo, tendrás que superar unas cuantas
pruebas que la misma naturaleza te impondrá.
-
¿De qué pruebas se trata? —le preguntó Brisita con temor.
-
Tendrás que conseguir que se disuelvan todas las enemistades que
existen en Lainaya.
-
No sé cómo podré conseguir eso...
-
Algunos estidelfs se han encargado de repartir por Lainaya la certeza
de que el invierno y el otoño deben desaparecer. Tú, siendo una audelf, puedes
conseguir que esa enemistad se desvanezca. Además, tengo entendido que, desde
que la naturaleza decidió que nacerías, la oscuridad se ha adentrado en nuestra
tierra y quiere destruirla.
-
Sí, también hemos venido aquí para explicarte lo que está sucediendo
—le dijo Galeia.
-
Solamente hay una forma de acabar con la oscuridad, pero es muy peligrosa
y es necesario que todas las hadas habitantes de Lainaya colaboren; pero no os
preocupéis todavía por eso. Os lo explicaré después de comer.
Entonces Adina se acercó más a
su madre y la ayudó a incorporarse. Lumia caminaba muy lenta y costosamente,
apoyándose en las manos de su hija, quien la miraba con pena y mucho amor. La
ayudó a sentarse en la mesa y le puso entre las manos una suculenta y amarilla
manzana que Lumia empezó a partir con un cuchillo reluciente.
-
Podéis coger todo lo que deseéis. No os reprimáis —nos comunicó con
alegría y ternura.
Todos comimos en silencio,
disfrutando de cada trago o sorbo de comida que ingeríamos. Las frutas estaban
deliciosas y jugosas y los zumos parecían extraídos de la naturaleza más fresca
y sabrosa. Apenas podía prestarle atención a mi alrededor, pues aquella exquisita
cena me embelesaba irrevocablemente; pero, sin embargo, no podía dejar de mirar
a Lumia. La forma de su rostro, el color casi transparente de su iris y la
ternura que emanaba de todos sus gestos y miradas me empequeñecían y me
entristecían hondamente. No había dejado de tener presente que Lumia debería
morir cuando Brisita se convirtiese en reina y pensar aquello me hacía sentir
una profunda lástima que apenas me dejaba tragar la comida.
-
Veréis, el mundo de la oscuridad se halla en el mismo lugar que
Lainaya en el Universo. Ambos mundos pertenecen a la misma dimensión y Lainaya
existe porque Ugvia decidió otorgarle matices y vida a la oscuridad; pero fue
incapaz de desvanecer toda la oscuridad que reinaba en esta dimensión —empezó a
explicarnos Lumia con calma—. La oscuridad resguarda la vida de algunos seres
malignos que desean impedir que Lainaya siga existiendo, pues piensan, y en
realidad no están equivocados, que el terreno que ocupa Lainaya pertenece a la
oscuridad. Ugvia, lamentablemente, cometió el error de situar Lainaya donde
está emplazada la oscuridad. No obstante, ya es demasiado tarde para pedirles a
los habitantes de la oscuridad que toleren la presencia de Lainaya. Se han
levantado en contra de nuestra tierra y quieren abatirla. Están aguardando a
que Brisita sea reina para destruirlo todo, pues creen que los audelfs son
mucho más vencibles que los estidelfs y, además, Brisa todavía no es tan
poderosa como yo. El ser que conduce a todos los demás seres de la oscuridad es
Alneth; un ser maligno que no tiene compasión ni piedad por nada. Se transformó
en heidelf sabiendo que tú llegarías, Sinéad. Es capaz de adoptar cualquier
forma con tal de engañarnos.
-
¿Y qué debemos hacer para vencerla? —quiso saber Scarlya con
vergüenza.
-
Tú eres la más curiosa de todos —se rió Lumia con ternura—. Siento
mucho que la oscuridad te haya arrancado de la vera de tu amado; pero no temas
por él. Está bien. Los niadaes sabrán cuidarlo.
-
Muchas gracias —respondió Scarlya emocionada.
-
Lo que tenemos que hacer es complicado y requiere que seáis
irrevocablemente valientes.
-
Lo seremos si así conseguimos librar a Lainaya de la oscuridad
—aseguró Aliad.
-
Es necesario que un heidelf, un estidelf, un audelf y un niedelf
partan hacia la oscuridad para sembrar allí la magia de Lainaya. En la
oscuridad, los cinco elementos de la naturaleza están mezclados y desordenados.
Tenéis que lograr depositar una semillita de vuestra magia en el viento, en el
agua, en el fuego, en la tierra y en el espíritu de la vida para que esos
elementos se vuelvan poderosos y, unidos, logren vencer la oscuridad.
-
¿Quién portará la semillita de la vida? —le pregunté con temor.
-
La semillita de la vida la portáis todos en vuestra alma. Es evidente
que quien debe sembrar la magia en el viento debe ser un audelf. Un heidelf
debe sembrarla en el agua; un estidelf, en el fuego, y un niedelf, en la
tierra.
-
¿Cómo podemos sembrar esas semillitas de magia? —cuestionó Brisita.
-
Todas las hadas habitantes de Lainaya llevan la magia en su alma. Con
tan sólo adentraros en la oscuridad, ésta se estremecerá, los cinco elementos
se aquietarán y todo se detendrá, hasta el fluir de la maldad. La magia es más
fuerte que la oscuridad. Será sencillo que, solamente apoderándoos del elemento
al que estáis enlazados, consigáis sembrar la semilla de la magia. Brisita,
tendrás que lograr que el viento se pose en tus manos. Notarás cómo tu cuerpo
se separa de la tierra y cómo el viento soplará a tu alrededor. Es entonces
cuando debes intentar adueñarte de su fuerza. Será más sencillo de lo que
crees. El heidelf que viaje con vosotros tendrá que acoger en sus manos una
gran cantidad de agua, la cual mecerá hasta devenir su líquida presencia en una
masa llena de colores que, unida a la tierra que tú, Sinéad, habrás reunido en
tus manos, hará brotar unas hermosas flores cuyos matices resplandecientes
refulgirán en la oscuridad. Por último, el estidelf que viaje con vosotros
tendrá que llenar de fuego todos esos rincones donde ruja el frío...
Las palabras de Lumia nos
impedían comer con tranquilidad. Los nervios y el temor se agolpaban en nuestro
estómago y nos llenaban el alma de frialdad y desconsuelo; pero al menos yo
traté de no reflejar el miedo que experimentaba y seguí comiendo como si
ingiriendo aquellas frutas fuese el único modo de alejarme de la realidad.
-
¿Y quién viajará a la oscuridad? —quiso saber Eros con temor.
-
Sinéad es la única niedelf que hay aquí, por lo que, lamentablemente,
tendrá que ser ella. No podemos esperar la llegada de otro niedelf porque el
tiempo no está a nuestro favor. De todos los estidelfs que hay aquí, la más
indicada para acompañaros es mi hija Adina, pues está muy enlazada al fuego y
la he entrenado para soportar cualquier adversidad. Brisita es la única audelf
que hay en mi palacio y, además, es la próxima reina de Lainaya; lo cual la
obliga a hacer ese temible viaje. Ese viaje es una prueba que deberá superar
para poder ser reina. Por último, de todos los heidelfs que habéis llegado
aquí, me temo que debéis partir más de uno, ya que... es lo más conveniente.
Rauth no puede quedarse aquí y Scarlya es la más curiosa y valiente. Eros tiene
el alma llena de miedo e inseguridad, sobre todo porque aún está estremecido
por las experiencias que habéis vivido. Sinéad, partirás con tu hijita Brisita,
con Adina, mi adorada hija, con Scarlya y con Rauth.
-
¿Tu decisión es irrevocable? —le preguntó Eros.
-
Sí, todas las decisiones que yo tomo son irrevocables. Lo siento
muchísimo, Eros; pero tendrás que aguardar en mi palacio la llegada de Sinéad y
de todos los demás. Ahora, debéis descansar para recobrar fuerzas. Mañana será
un día muy duro. Mi hijita Adina os preparará todo lo que requeriréis para el
viaje. No temáis. Sabrá guiaros.
Fue imposible que el sueño
anulase mi consciencia aquella extraña y calurosa noche. Eros y yo permanecimos
abrazándonos, amándonos y besándonos en silencio hasta que nuestra alma estuvo
a punto de estallar de amor, como si aquélla fuese la última noche que podíamos
vivir juntos. Las lágrimas brotaban de nuestros ojos incluso en los instantes
más delirantes y felices. Saber que teníamos que permanecer separados durante
un tiempo indefinido nos hacía sentir desvalidos e inmensamente tristes, pero
ahogábamos esa lástima con la fuerza de nuestro amor, con la pasión de nuestros
abrazos y con la dulzura de nuestras hondas caricias. Cuando nos percibimos
agotados, nos abrazamos para restar así hasta que la fuerza del sol de aquel
eterno verano nos avisase de que había llegado el instante de partir.
Fue Brisita quien llamó con
cuidado y dulzura a la puerta de nuestra alcoba. Me comunicó que debía bañarme
antes de salir y que Lumia nos esperaba a todos en el salón para desayunar.
Cuando Eros y yo nos hubimos bañado, acudimos al encuentro de todos los
estidelfs y el resto de heidelfs que nos acompañaban. En los ojos de Lumia se
detectaba temor, pero también esperanza, lo cual nos serenó.
Lumia nos ofreció todo lo que
necesitábamos para el viaje: mudas limpias, comida, zumos, hierbas
medicinales... pero yo sentía que nos faltaba lo más importante: la
tranquilidad. Adina nos aseguró que no permitiría que nos perdiésemos, pero yo
me imaginaba el mundo de la oscuridad como un lugar lleno de laberintos
enrevesados y sin salida; un mundo oscuro y repleto de rincones inalcanzables y
brumosos. Era incapaz de sentir paz albergando esas premoniciones tan
escalofriantes en mi mente. Además, no me creía preparada para enfrentarme a la
mirada de ningún ser oscuro. Me percibía frágil y vulnerable.
Despedirnos de todos los que
allí se quedarían aguardándonos nos supuso un trance insufrible e inmensamente
triste. Cuando me despedí de Eros, noté que algo se quebraba por dentro de mí,
como si mi alma se hubiese convertido en cristal y la piedra más punzante la
hubiese rasgado. No pude evitar empezar a llorar con vergüenza, intentando que
los demás no advirtiesen mi miedo y mi profunda lástima; pero Eros sabía
interpretar todas mis miradas y mis gestos.
-
No te preocupes, mi Shiny. Todo estará bien. Regresarás mucho antes de
lo que todos pensamos. Sé valiente, mi Shiny, y nunca olvides que te amo con
toda mi alma. Cuando te sientas sola, desprotegida y triste, piensa en mí, en
que siempre te quedarán mis brazos para refugiarte de la oscuridad, de los
miedos y de la maldad, mi amada Shiny —me pidió con una voz susurrante y
quebrada.
-
Gracias, amor mío. Por favor, no dejes de recordarme para sentir que
estamos juntos a través de la distancia y las dimensiones —le solicité yo
también con mucha tristeza.
Cuando ya nos hubimos despedido
de todos, dejando en aquel palacio una gran parte de nuestra valentía, salimos
al exterior, a aquella cueva dorada y cálida que, lentamente, fuimos
abandonando para dirigirnos hacia un rincón que yo no podía imaginarme. No fue
necesario surcar aquella balsa ardiente. Adina nos guiaba a través de caminos
incendiados por la fuerza del estío, mirándonos con amor y aliento para que
nuestras manos no temblasen y para que no nos percibiésemos desprotegidos, pero
todos notábamos que nuestra alma estaba llena de inquietud y temor.
-
La puerta que accede al mundo de la oscuridad no existe. Tenemos que
encontrarla en un rincón donde la oscuridad se vuelva inmensamente espesa y
pedirle a Ugvia que nos permita salir de Lainaya para adentrarnos en el mundo
de la oscuridad —nos comunicó Adina cuando caminábamos a través de un espeso y
brillante bosque—. Es muy difícil abandonar Lainaya...
-
¿Y cómo es posible que Alneth haya entrado en Lainaya si es tan
complicado pasar de un mundo a otro? —le pregunté intimidada.
-
Porque es más sencillo que la oscuridad invada la luz antes que la luz
destruya la oscuridad —me contestó con calma—. No temáis. Si confiáis en mí, no
nos ocurrirá nada malo.
Su voz era calmada, estaba llena
de seguridad y de vida, lo cual nos indicaba que sí teníamos motivos de sobras
para confiar en ella; pero había algo en el ambiente que pesaba como si el aire
tuviese materia; algo que nos avisaba de que no teníamos permitido confiar tan
plenamente en nuestro destino. Scarlya, Brisita, Rauth y yo caminábamos detrás
de Adina como si en realidad no tuviésemos miedo, pero yo sabía que todos
estábamos demasiado expectantes.
En el horizonte se recortaban
aquellas montañas ardientes que guardaban todo el aliento de la Tierra. Los
volcanes activos exhalaban un humo que ensombrecía el matiz azulado del cielo.
Al acordarme de lo difícil que había sido atravesar esos parajes tan desiertos
y peligrosos, me sobrecogí de miedo e inquietud. Brisita notó mi
estremecimiento, puesto que me tomó de la mano y me la presionó con mucha calma
y amor.
-
¿Qué te sucede, Shiny? —me preguntó con dulzura.
-
No quiero volver a caminar por el desierto ni por entre los volcanes
—le confesé con timidez—. Casi morí cuando lo intentamos.
-
No tendremos que dirigirnos hacia el desierto —me contradijo Adina con
serenidad—. Antes de llegar a esa sierra de volcanes, existe una senda oculta
entre rocas ardientes que desciende a un lugar oscuro donde el fuego crea sus
más recónditos hogares. Ese camino nos llevará a una parte de Lainaya donde
nadie habita. Esa parte está situada entre Lainaya y un pedacito de oscuridad,
por lo que nos permitirá abandonar este mágico mundo para adentrarnos en la
oscuridad.
Me costó comprender las palabras
de Adina, pero no se lo comuniqué. Me costó entenderlas porque me parecieron
demasiado estremecedoras, como si revelasen el ancestral secreto de la
existencia de la vida. Así pues, seguimos caminando en silencio, siguiéndola
sin oponernos ni aportar nada, hasta que llegamos a un bosque de pinos
altísimos cuyas hojas nos ocultaban el color del cielo. El aire que soplaba era
cálido, incómodo y húmedo, pero no me quejé. Continuamos andando hasta atisbar,
a lo lejos, la presencia de esas rocas milenarias de las que Adina nos había
hablado.
Tardamos casi toda la mañana en
llegar hasta la vera de aquellas imponentes y altas rocas. Parecían pequeñas
montañas ariscas que deseaban arañar el firmamento. Aquellas rocas estaban
colocadas en círculo, cercando una pequeña horadación en la tierra, rodeada de
piedras más pequeñas donde se reflejaban los rayos del sol. Adina se adentró en
aquel imponente círculo y nos aguardó a que la imitásemos. Cuando todos nos
hubimos situado a su lado, sentí que de la tierra emanaba una energía potente y
tibia que se adentraba rápida e intensamente en mi cuerpo. Noté que mi interior
se llenaba de fuerza, de sublimidad y de valentía. Miré a Brisita, a Scarlya y
a Rauth para comprobar si ellos también experimentaban aquella deliciosa e
impetuosa sensación. Vi que tanto Scarlya como Brisita sonreían alegre y
luminosamente. Sus ojos irradiaban un aliento brillante que me envolvió,
haciéndome creer que nada malo podía ocurrirnos. Sin embargo, de los ojos de
Rauth no se desprendían esas sensaciones tan agradables y acogedoras. Sus ojos
solamente exhalaban nostalgia y estaban llenos de brumas. Quise preguntarle qué
le sucedía, por qué su mirada aparecía tan apagada; pero fui incapaz de hablar,
como si aquel mágico rincón del mundo me hubiese robado la voz.
-
¿Veis esa horadación? —nos preguntó Adina. Todos asentimos—. Tenemos
que colarnos por ese hoyo y dejarnos caer. No os preocupéis. El suelo está
cubierto de hojas secas y de ramitas blandas que impedirán que nos hiramos.
Entonces, uno por uno, fuimos
acercándonos a esa horadación cuya profundidad éramos incapaces de imaginarnos.
El primero en dejarse caer fue Rauth, quien ni siquiera nos miró antes de
desaparecer. Lo siguió Scarlya y después Brisita. Cuando me tocó saltar a mí,
miré abajo y la oscuridad que invadía aquel abismo me hizo sentir acobardada;
pero Adina me tomó de la mano y, con sus grandes ojos claros, me aseguró que no
me ocurriría nada malo. La confianza que desprendía su mirada me hizo abandonar
mi miedo y entonces me dejé caer al vacío intentando no gritar.
El aire que anegaba aquel rincón
era espeso y cálido. Mi piel protestó ante aquel aliento tan tibio, pero lo que
más me sobrecogió fue darme cuenta de que el tiempo transcurría sin que aquella
caída se terminase. Miré arriba en un instante perdido en el tiempo y entonces
reparé en que la luz quedaba ya muy lejos de mí. Traté de no sentir miedo, pero
mi alma protestaba por dentro de mí, convertida en una sensación que me encogía
todo el cuerpo.
Al fin, cuando creí que mi vida
expiraría en aquella interminable caída, noté que el suelo se hallaba cerca. Un
lecho formado por ramitas olvidadas, hojas ya demasiado secas y pétalos de
flores eternas me acogió, me hizo sentir aliviada. La luz del día ya quedaba
muy lejos de mí y me envolvía una espesa oscuridad que me impedía percibir lo
que me rodeaba. Entonces, repentinamente, oí la voz de Adina, que me avisaba de
que estaba a punto de reunirse con nosotros y que debía alzarme del suelo para apartarme
de la trayectoria de su caída.
-
¿Brisita? —pregunté intimidada y asustada.
-
Estoy aquí, Sinéad —me respondió mi hijita desde un lugar inconcreto.
-
No veo nada. No sé dónde estás —me quejé levantándome del suelo y
empezando a caminar con temor e inseguridad.
-
Estamos aquí, Sinéad.
La voz de Rauth me sobresaltó.
Sonó mucho más cerca de lo que yo creía. Enseguida, una mano tomó la mía. Mis
dedos y el tacto de aquella mano que me amparaba de la soledad me desvelaron
que aquella mano le pertenecía a Scarlya. Se la presioné con temor y alivio al
mismo tiempo mientras intentaba pugnar contra mi inseguridad para que no me
hiciese llorar.
-
Tengo mucho miedo —le confesé a Scarlya acercándome a ella para que me
abrazase. Scarlya lo hizo con cuidado y mucha ternura, como si mi cuerpo fuese
inmensamente frágil—. Tengo la sensación de que no podremos... no podremos
lograr nada...
-
No pienses eso, Sinéad —me pidió Scarlya acariciándome la espalda—.
Tenemos que confiar en nuestra valentía y en nuestra magia.
-
Ya estoy aquí —nos comunicó Adina con simpatía—. En este lugar no se
ve ni la oscuridad, pero no os preocupéis. Todas las ramitas y las piedrecitas
que hay en este suelo nos permitirán construir una antorcha que nos alumbrará
—nos aseguró recogiendo algo inconcreto del suelo. En breve, algo brilló entre
nosotros, interrumpiendo aquella ausencia de luz y de colores—. ¿Veis? Este
resplandor nos ayudará a caminar con más seguridad. Sinéad, no tengas tanto
miedo —se rió cuando percibió mi atemorizada mirada.
-
No puedo evitarlo... —dije avergonzada.
-
Es comprensible que tengas miedo. El viaje que estamos haciendo no es
un juego y no nos conducirá a un lugar mágico donde podremos reír libremente;
pero estamos juntos. No tendremos que separarnos en ningún momento y la magia
de cada uno de nosotros es inquebrantable. Podrá vencer la oscuridad si
confiamos en nosotros mismos.
Las palabras de Adina me
animaron, me permitieron empezar a caminar con más seguridad y alivio.
Permanecimos andando por aquel lugar tan oscuro y vacío hasta que notamos que
nuestro alrededor se llenaba de frío y de brumas. La llama de la antorcha que
Adina portaba se volvió trémula y azulada, pero no se apagó en ningún momento,
sino que pareció querer relucir con mucha más fuerza. Aquel sutil y titilante
resplandor nos desveló que nos rodeaba un sinfín de columnas y que nos
hallábamos en un corredor estrecho, al final del cual había una puerta enorme y
extraña, cuyos grabados fui incapaz de distinguir en la oscuridad.
-
¿Es la puerta que accede a la oscuridad? —pregunté con miedo.
-
No, Sinéad. Es la puerta que nos permitirá salir de Lainaya, pero no
nos hallaremos en la oscuridad cuando lo hagamos, sino en medio de un vacío que puede
absorbernos. Si no confiamos en nosotros, si permitimos que el miedo nos domine
y si no le suplicamos a Ugvia que permita que al otro lado de esta puerta
disponga el mundo de la oscuridad, desapareceremos para siempre en una
dimensión sin tiempo ni espacio. Permaneceremos vagando eternamente en esa
dimensión vacía siendo plenamente conscientes de que nuestra vida está
apagándose lentamente. Desapareceremos solos, abandonados...
-
No, no, no, no —protesté aterrorizada.
-
Por eso no puedes permitir que el miedo se adueñe de tus sentimientos
y de tus pensamientos, Sinéad —me advirtió Adina.
-
Lo intentaré...
Sin embargo, por mucho que lo
intentase, el miedo no se marchaba de mi interior. Tenía el alma aterida, llena
de temor e inseguridad. Observaba aquella puerta con tanto pavor que me parecía
que mis trémulos sentimientos la desharían. Me parecía la puerta más extraña,
terrorífica y oscura de la vida, la puerta que separaba la vida de la muerte,
la luz de la oscuridad. Era incapaz de pensar que todo podría ir bien después
de cruzar el umbral de Lainaya.
Mas Adina creyó que sus palabras
me habían permitido desprenderme de mis miedos. Se dirigió hacia la puerta y,
tras arrodillarse ante aquellos inciertos grabados, comenzó a suplicar a Ugvia
que nos permitiese realizar aquel difícil viaje. Su voz se repartía por aquel
inmenso vacío y se colaba entre las columnas, provocando vientos inescrutables
e impredecibles:
-
Ugvia, vuestro poder es más grande y magnánimo que todas las
dimensiones que forman el Universo. Sois la Diosa de todos los rincones, de
todas las vidas y de todas las muertes. Podéis manejar el paso del tiempo,
tenéis la potestad de todos los destinos de la Historia de la naturaleza. Haced
que sea posible que abandonemos la tierra que nos vio nacer para que partamos
al mundo de la oscuridad y así poder salvar vuestra creación de la gélida oscuridad
que desea destruirlo todo. Haced que, tras esta puerta, se halle ese mundo del
cual anheláis protegernos. Confiamos en vuestro poder, en vuestra fuerza, en vuestra
magnificencia.
Entonces todo se quedó en
silencio. Ni siquiera se oía el eco de nuestra respiración. El viento que había
nacido de las palabras de Adina también desapareció y entonces la puerta ante
la cual nos hallábamos empezó a abrirse lentamente. La piedra que la creaba
rozaba el suelo de aquel rincón, el cual se encontraba en los confines de Lainaya.
Aquel sonido llenó de ecos ese silencio que, según yo creía, se prolongaba
hasta el último acre de tierra que pertenecía al Universo.
Adina se volteó y nos observó
con curiosidad, preguntándonos con la mirada si estábamos preparados para
abandonar Lainaya. Todos asintieron con la cabeza, menos yo, que me había
quedado paralizada, con los ojos fijos en la oscuridad que se adivinaba tras
aquella puerta que estaba abriéndose tan lentamente. Era una oscuridad
compuesta de toda la oscuridad que había existido a lo largo de toda la
Historia. Me parecía que aquella oscuridad había absorbido ya demasiadas vidas
y que era mucho más fría que cualquier invierno eterno, tan fría que ni
siquiera mi piel sería capaz de soportarla.
Adina se alzó del suelo y se
colocó enfrente de la puerta, esperando que todos la siguiésemos dondequiera
que ella fuese. Brisita, Scarlya y Rauth se situaron detrás de ella y empezaron
a caminar hacia aquella oscuridad que se abría ante nosotros, como si
estuviesen descorriéndose las cortinas del tiempo.
-
Vayamos ya, Sinéad. No tengas miedo —me pidió Brisita con
divertimento; pero yo sabía que estaba tan aterrada como yo.
-
Sinéad, no puedes tener tanto miedo o entonces todo saldrá mal por
culpa tuya —me amonestó Rauth sin el menor rastro de comprensión.
-
Lo siento, pero no puedo evitarlo —dije casi llorando.
-
A ver, Sinéad, no debes temer. Estamos juntos, cariño —me animó
Scarlya.
-
Y yo no permitiré que nos suceda nada malo. Soy hija de la actual
reina de Lainaya, por lo que tengo una gran parte de su magia en mi alma. No
tengas miedo, Sinéad —me solicitó Adina tomándome de la mano y presionándomela
con cariño.
-
Está bien...
Me conformé con la comprensión y
el consuelo que todos, salvo Rauth, me dedicaban. Me dirigí hacia aquella
puerta que dejaba ver, tras su piedra, una infinita y espesa oscuridad que
lentamente iría absorbiéndonos. Cuando estaba a punto de dejar Lainaya
definitivamente atrás, hundí mis ojos en la espesísima y terrorífica oscuridad
que nos aguardaba al otro lado de aquella enorme puerta y entonces el miedo se
apoderó de mi voz. Comencé a gritar y a sollozar sin control, a temblar, a
estremecerme, a presionar desesperadamente la mano de Adina. Ella se detuvo y,
en la misma frontera que separaba Lainaya de la oscuridad, se volteó y me
abrazó como una madre, intentando que su cariño me serenase, dirigiéndome
palabras de aliento llenas de dulzura.
-
Sinéad, Sinéad, cálmate... Te prometo que no ocurrirá nada si confías
en nosotros, cariño —me decía acariciándome los cabellos.
-
¡No quiero ir, no quiero! —me quejaba estremecida, llorando y
temblando sin poder evitarlo.
-
La oscuridad no nos herirá si tenemos cuidado —me aseguró Adina sin
perder la calma.
-
Sinéad, por favor, mami, sé fuerte. Necesitamos que lo seas —me
solicitó Brisita acercándose a mí y también acariciándome los cabellos.
-
No puedo...
-
Sí puedes, sí puedes —me contradijo Scarlya. Rauth se mantenía al
margen.
Tras realizar un gran esfuerzo,
conseguí serenarme mínimamente; pero lo logré gracias a las caricias de Adina,
de Scarlya y de Brisita. Cuando dejé de llorar, Adina me limpió las lágrimas
con sus templados dedos y volvió a tomarme de la mano. Me pidió que cerrase los
ojos para que nada pudiese descontrolarme nuevamente y entonces me entregué a
la voluntad de nuestro destino. Debía esforzarme por confiar plenamente en
aquella estidelf tan valiente y segura de sí misma.
Cerré los ojos con fuerza cuando
sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Retuve en mi garganta un alarido
de terror, pero no pude evitar que mi cuerpo empezase a temblar de nuevo cuando
noté que el aire que nos rodeaba se convertía en un viento gélido y
desgarrador. Estábamos cayendo a un vacío cuyo fin yo creía perdido entre las
brumas del espacio y del tiempo, inalcanzable e inhóspito.
-
Por favor, Ugvia, no nos desamparéis —le suplicaba casi en silencio,
tratándola de pronto con aquella deferencia que Adina había usado para
dirigirse a ella—. Por favor, permitidnos que salvemos Lainaya...
-
Ugvia está con nosotros y en nosotros, Sinéad —me comunicó Adina con
calma.
-
Ya estamos llegando —anunció Rauth con alivio. Fue lo primero que dijo
tras un largo silencio.
El suelo apareció de pronto bajo
nuestros pies: pedregoso, frío, árido. Me imaginé que en aquel lugar no podía
crecer ni siquiera la flor más amenazante. Notaba que nos rodeaban unas
tinieblas inescrutables e indisipables, pero luché contra el miedo para que no
me arrebatase la frágil serenidad que había conseguido gracias a Brisita,
Scarlya y Adina.
-
Ya puedes abrir los ojos, Sinéad —me ordenó Adina con calma.
Cuando los abrí, estuve a punto
de desaparecer por culpa de la sorpresa y la impresión. Nos hallábamos
detenidos en medio de un jardín en el que se levantaban, imponentes, grandes
árboles cuyas ramas parecían infinitas. Había plantas de colores apagados que
exhalaban un aroma a putrefacción que me encogió las entrañas. Algunos pájaros
negros volaban sin rumbo por un cielo lleno de nubes espesas que impedían el
brillo de las estrellas. Olía a lejanía, a humedad corrompida, a vidas
pasadas... Aquel olor me recordó al que
había aspirado cuando me había despertado en aquella estancia maloliente en la
que Alneth me había encerrado.
-
Al fin... al fin he regresado a casa...
Aquellas palabras nos robaron a
todos el aliento, la serenidad y la seguridad que palpitaban temblorosamente
por dentro de nosotros, en nuestra alma. Tras decirlas, Rauth se volteó para
mirarnos y entonces, en ese preciso instante, el brillo rojizo de sus rizados
cabellos comenzó a difuminarse; sus ojos, en los que se había albergado el
reflejo de la romántica alma de aquel heidelf tan amoroso, se llenaron de
oscuridad; su rostro, donde había relucido una dulzura trémula, se tornó
vaporoso, y todo su cuerpo, el que había destilado amparo, devino en un
espíritu casi incoloro que irradiaba una luz apenas perceptible, pero lo
suficientemente potente para revelarnos que, una vez más, la ingenuidad nos
había traicionado.
2 comentarios:
¡Lo sabía! ¡Lo sabíaaaa! Eso no era Rauth, con esas malas contestaciones a Sinéad y esa forma de comportarse tan rara. De nuevo han sido engañados, pero de una forma muy cruel. Ahora saben que en realidad Rauth nunca resucitó, por lo que deben aceptar su muerte y además enfrentarse contra el mal. A ver que ocurre en la continuación, que nervioss. Me da mucha pena que Lumia muera...a lo mejor Brisa la sustituye y se Lumia se puede retirar a descansar (algo así como lo que sucedió con los Papas jajaja). Se ve tan buena, sabía y generosa que da mucha pena que tenga que morir. Su hija Adina es un encanto. Menos mal que cuentan con ella para ese terrible viaje, les inspira confianza y fortaleza y su guía es imprescindible. ¿Podrán sembrar esas semillas de magia? La oscuridad es terrible, aunque te tengo que confesar que ese último lugar que has descrito, el hogar del ser que había tomado el aspecto de Rauth, me encanta. Siempre he sentido atracción por esos paisajes así, como apagados, siniestros. El futuro de Lainaya está en juego, ¿conseguirán vencer a la oscuridad? ¿Conseguirá Brisita unir a todos los seres de Lainaya? ¡Está muy interesante!
He devorado este capítulo, con la impresión de que finalmente el círculo se va cerrando. Que Rauth era Alneth es algo que se veía venir, (bueno, no se ha escrito todavía que sea ella, pero más o menos es lo que deduzco), y ya cuando Lumia designó dos heidelf, uno de los cuales era el falso Rauth, se reforzaron mis sospechas; ahora queda Scarlya como representante de la primavera. Han salido de Lainaya y están en territorio enemigo, parece que la cosa se pone muy cuesta arriba para nuestros amigos, pero yo confío en que finalmente podrán superar todos los peligros y asegurar un futuro estable para Lainaya. Nuevamente siento el latido de la naturaleza en el texto, que resulta sensual en su sentido más cabal, puesto que la historia se percibe también con el el gusto, con el olfato, con el tacto. ¡Que siga la aventura!
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