viernes, 24 de enero de 2014

LA VOZ DE LA MAGIA



LA VOZ DE LA MAGIA

Había caído ya el anochecer y las estrellas se reflejaban tímidamente en el pequeño lago que nació entre esos gruesos árboles cuyos ancestrales troncos tanto me protegen. A lo lejos quedaba el mundo; un mundo que se expresaba con una voz que yo no deseaba escuchar, que relucía en unas luces que yo no quería ver, que se volatilizaba en unos aromas que yo no anhelaba inspirar; pero la vida, el fluir del tiempo, la sociedad, el deseo de pertenecer a ese mundo que tanto me asfixia y esos sueños que nunca se han separado de mi corazón me incitaron a abandonar esta profunda oscuridad para adentrarme, una vez más, en esa realidad que ciertamente se distancia tanto de mi forma de interpretar la vida.
                Mas intenté caminar por sus calles, sentir el aliento de sus voces —esas voces que susurraban tan alto que ensordecen cualquier otro suspiro que no emane de su realidad—, no asfixiarme con su estridente fragancia a contaminación y bullicio y atisbar la belleza en su fulgurante aspecto; pero todos mis intentos se desvanecían cuando, tras cada paso, recordaba el aroma, el sonido, los matices y los tactos de la naturaleza. La beldad que tiñe el bosque que rodea mi antiguo hogar es demasiado hermosa para poder ser comparada con otro rincón del mundo. Me acordaba del poderoso río que fluye entre las montañas que me protegen del mundo, del canto de los pájaros nocturnos, del musitar de los animales que en la tierra buscan su sustento, de cómo brillaban las estrellas cuando el viento mecía delicadamente las ramas de los árboles, permitiendo que sus hojas me mostrasen el firmamento que me cubría... Lo extrañaba, pero me había prometido tratar de adentrarme en ese mundo que él tanto adora. Mas  no puedo, mi alma no me permite gozar de toda esta civilización que a él tanto lo alimenta.
                Así que regresé a mi antiguo hogar (donde me apetecía estar aquella noche) sintiéndome muchísimo más desalentada que nunca, sabiendo que el mundo que forma parte de la tierra donde se halla mi morada no podrá pertenecer nunca al terreno de mis sueños. La sociedad está construida de un modo ajeno a mí, de una forma bastante denigrante para la opinión de mi alma.
                Al regresar a mi amada naturaleza, me senté entre esos dos gruesos troncos que se asemejan a la unión de una infinidad de árboles y me dispuse a escuchar la voz del agua que entonaba enfrente de mí. Mi reflejo no aparecía, puesto que la luna apenas brillaba en el firmamento, pero podía atisbar las sombras que se arremolinaban sobre aquel lago que tan cálidamente me custodiaba.
                Entonces escuché un murmullo muy tenue que se parecía al roce de dos hojas caídas en otoño. Alcé los ojos, sintiéndome levemente sobresaltada, pues había adivinado que aquel sonido no podía provenir de un animal. Era demasiado sutil, como si alguien no quisiese caminar furtivamente por el bosque. Permanecí quieta y queda, aguardando el instante en el que aquel sonido volviese a susurrar, el cual no tardó en llegar. Mas esta vez aquel sonido se acompañó del resplandor de una mirada, del fulgor de unos ojos. ¿Quién podía vagar tan libremente por la naturaleza a esas horas sino era alguien que pertenecía a mi mismo mundo? Pero entonces me di cuenta de que su piel no resplandecía tanto como la mía, de que a sus ojos les costaba captar nítidamente lo que lo rodeaba. Enseguida me percaté de que se trataba de un hombre; sin embargo, no era un humano. De repente me apercibí de que entre sus cabellos tenía unas pequeñas orejitas puntiagudas que le daban un aspecto mágico y que de la espalda le surgían dos alas vaporosas cuyo matiz luciente se mezclaba con la oscuridad de la noche. No tardé en saber de quién se trataba. Quería llamarlo, pero no podía. En mi garganta se había congelado un nudo de emoción que me la presionaba, que me hacía sentir unas infinitas ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Era demasiado significativo que él estuviese allí justo cuando yo había pretendido habituarme a la fluidez de la vida de la ciudad. Era excesivamente hermoso que él me hubiese buscado precisamente aquella noche que tan triste me parecía.
                Se sentó a mi lado sin decirme nada, únicamente limitándose a mirarme tiernamente a los ojos. En cuanto me hundí en su mágica mirada, noté que algo se unía por dentro de mí, como si hasta entonces mi alma hubiese permanecido desfragmentada. Quise sonreír, pero la pena que gritaba por dentro de mí, ahogando las bellas sensaciones que pudieren nacer en mi alma, me impidió realizar aquel inocente gesto.
-          Rauth —susurré incapaz de creerme definitivamente que él estuviese allí—. Rauth, eres tú... Sí, eres tú, eres tú...
-          Hola, Sinéad —me saludó cariñosamente mientras tomaba mis manos—. Sabía que podía encontrarte aquí.
-          Has vuelto... —musité emocionada. No quería que los ojos se me llenasen de lágrimas, pero ya no podía evitarlo—. Me alegro mucho de verte, Rauth. Creía que tu dulce y mágico mundo nunca más volvería a mezclarse con mi destino.
-          Te dije que volveríamos a vernos, aunque no sabía cuándo sucedería. Te añoraba, Sinéad.
-          Has venido precisamente en un momento en el que me siento extraña... Necesitaba que alguien tan mágico como tú viniese a mi lado y me recordase que mi forma de pensar, de sentir y de interpretar la vida no es errada... Gracias. No sé para qué te habrás adentrado en este peligroso mundo, pero tu sola presencia ya me acaricia el alma.
-          Necesitaba verte —me reveló incapaz de mirarme a los ojos. Su voz me demostró que se sentía excesivamente emocionado—. Cuando una estrella deslumbrante fulgura en tus ojos tan sólo un segundo, anhelas que vuelva a resplandecer. La oscuridad te parece muchísimo más impenetrable sin esa tenue luminiscencia. Es lo que me ha ocurrido contigo. Mi mundo ya no me parecía tan mágico sin ti. Desde que te fuiste, algo se apagó en mi vida, pero no puedo describir el qué...
-          Pero ahora te parecerá que ya no brillo tanto ni soy tan mágica como antes. Ya no tengo esas orejitas tan bonitas que tú tienes y tampoco poseo esas alas que me permiten volar sabiendo que mi vuelo tiene sentido. Ahora te pareceré tan extraña...
-          Te equivocas, Sinéad. La magia no se halla en nuestro exterior ni en cómo seamos físicamente, sino en nuestro interior. Es nuestra alma lo que nos hace mágicos...
Sus palabras ahondaron la melancolía que envolvía mi corazón, la que en verdad nunca dejaba de hacerlo; pero, aquella noche, la nostalgia era un sentimiento muchísimo más potente que mis pensamientos o cualquier intención que brotase de mi mente. Sí, la magia que nos define, que puede hacernos únicos y merecedores de una luz que no provenga del cielo de nuestra Tierra, sino de un lugar que solamente nuestro espíritu puede alcanzar, se halla únicamente en nuestra alma, de nuestra alma nace y por nuestra alma se expande, escapándose de nuestros ojos, de nuestras manos, palabras o hechos. En lo que hacemos, en lo que plasmamos con nuestros sentimientos y nuestras aspiraciones, se encuentran los vestigios de la magia que emana de nuestra alma. La magia hay que saber cultivarla como un árbol que da sus frutos cuando el tibio aroma de la vida lo envuelve. La magia es como un campo lleno de flores que nosotros tenemos que cuidar para que resplandezcan.
-          ¿Quieres volver a nuestro mágico mundo? —me preguntó Rauth de pronto, sobresaltándome tiernamente—. Todos están deseando verte.
-          Hoy no me siento capaz de sufrir la metamorfosis, aunque no sea dolorosa —le contesté con añoranza—. Prefiero que permanezcamos tú y yo aquí en este lugar que tanto aprecio. Me gustaría mostrarte los rincones más hermosos de este bosque.
-          Conozco este bosque como si hubiese nacido de mi alma, pero estoy seguro de que verlo junto a ti le otorgará una belleza que hasta entonces yo no he percibido —me sonrió melancólicamente. Aquella sonrisa me trajo tantos recuerdos que sin embargo no había vivido a su lado...
Entonces nos alzamos de donde estábamos sentados y comenzamos a caminar entre los árboles. Me sentía tentada de tomar su mano para evitar que las piedras y las raíces salidas de los árboles le hiciesen tropezar, pero también me daba vergüenza hacerlo. Rauth andaba taciturno a mi lado, como si hubiese experimentado en su alma el peso de la melancolía que se encerraba en mi corazón.
-          A veces intento sobrevivir en un mundo que no se ha hecho para mí —le confesé sin saber que mis palabras sonarían tan anhelantes—. No me gusta el modo cómo está construida la sociedad y me hiere saber que tengo que luchar contra mis deseos y sentimientos para acostumbrarme a todo lo que existe.
-          Te entiendo, Sinéad; pero no puedo evitar preguntarme por qué no regresas junto a nosotros si tanto te cuesta sobrevivir aquí. En nuestro mundo, no tendrás que preocuparte de si alguien no te acepta tal como eres...
-          Eso no es cierto. Para formar parte de vuestro mundo, tengo que tomar otra forma, no puedo ser quien soy; este ser que tan extraño te parecerá.
-          Tienes que tomar otra forma porque, si no lo haces, no podrás vagar bajo la luz del día y tampoco podrás disfrutar de todo lo que te ofrece la naturaleza: sus frutos, el matiz de su luz, el sonido de sus diurnos cantos... Es posible que te adentres en nuestro mundo siendo lo que eres ahora, pero carecerás de la oportunidad de gozar de todo lo que tu alma anhele sentir.
-          Sí, es cierto...
-          Nosotros te aceptamos tal como eres porque tu alma es tan mágica como todo nuestro mundo. Siempre hemos creído que debes formar parte de nuestra realidad, pero también respetamos tu decisión; sin embargo, esta noche he venido con la intención de decirte algunas cosas que desconoces de nuestra vida... pero temo confundirte.
-          ¿De qué se trata? —le pregunté deteniendo nuestro paso. Las ramas de los árboles ya no nos ocultaban el fulgor de las estrellas. Aquellos lejanos astros se posaban en los rojizos cabellos de Rauth—. Quiero que seas totalmente sincero conmigo, por favor.
-          Verás, Sinéad, antes te hablé de un fulgor que resplandeció en mis ojos, volviendo más profunda la oscuridad cuando se desvaneció. Ese fulgor eres tú. Tú eres la luz de mi vida. Sé que mi hogar es mágico porque te conocí, porque sentí que mi alma se fundía con la tuya, porque la destellante tibieza de tu vida me envolvió. Desde que te marchaste, percibí que algo se había quebrado por dentro de mí. Ese algo son los infinitos pedacitos de mi alma que te pertenecen. No puedo vivir sin ti. Más de uno me ha dicho que jamás volverás, que debo acostumbrarme a existir sabiendo que tus ojos jamás podrán fundirse con mi mirada; pero es algo tan inmensamente imposible... Intentar vivir sin ti es como arrebatarle la humedad al agua. Te preguntarás por qué mi amor es tan fuerte e invencible si solamente nos hemos visto una vez; pero yo te conozco desde hace muchísimos años, tantos que sería imposible contarlos. Hasta ahora no me atreví a decírtelo sinceramente. Quisiera confesarte que te amo, pero no es suficiente. Lo que siento por ti no es amor, ni siquiera se le asemeja. Es un sentimiento muchísimo más fuerte, mágico y puro. Es saber que mi vida es tuya, que mi alma y mi cuerpo existen porque tú respiras... aunque sea de forma innecesaria... La luz de tu alma es el resplandor de todos mis días, la oscuridad de tus cabellos son la noche de mis nocturnos instantes y tu dulce voz es la melodía de mi pasado, de mi presente y de ese futuro que anhelo construir junto a ti; no obstante, respeto que no aceptes mis palabras... Tienes tu vida, y yo lo entiendo... Solamente quería venir para revelarte todo lo que siento por ti.
-          En realidad no sé qué decirte, Rauth... Todo lo que me has confesado es tan hermoso... —divagué desorientada y profundamente emocionada—. Me gustaría que la magia nos rodease para siempre. Cuando estoy contigo, experimento una sensación muy bonita y tibia, como si todos mis recuerdos cobrasen sentido, como si mis sentimientos fuesen los más puros de la Historia... pero, créeme, no puedo irme de aquí, no puedo aceptar esa vida tan hermosa que me ofreces... Aquí yo tengo a mis seres queridos y sería incapaz de abandonarlos... pero cuando estoy contigo pienso que no podré vivir sin ti...
-          Solamente he venido para confundirte... —musitó desencantado agachando los ojos—. Perdóname.
-          No, por supuesto que no —me reí dulcemente tomando sus manos y presionándoselas con calma y cariño—. Adoro tu compañía, tu voz, tu mirada... Cuando estamos juntos, me haces descubrir que también te necesito para ser feliz... Eres la materialización de la magia de mi alma.
-          Me basta con esas palabras para saber cuán hermosa es la vida.
-          No quiero que la melancolía que late en mi corazón se transmita a tus inocentes ojos. Disfrutemos de la caricia, de los sonidos y los aromas de la naturaleza. La noche que nos envuelve es tan bella... Tiene tantos matices...
-          Yo no puedo percibirlos tan nítidamente como tú, pues mis ojos se hicieron para ver en el día, pero sé que todo lo que nos envuelve es puramente hermoso...
Entonces, sin decirnos nada más, tomados de la mano, reemprendimos nuestro camino. Yo  cuidaba de que las raíces de los árboles no se enredasen en sus curiosos ropajes y que las piedras no intentasen desvanecer su equilibrio.
-          Sinéad, quisiera que supieses algo más —me indicó al cabo de unos silenciosos y tiernos momentos.
-          ¿De qué se trata?
-          No quiero convencerte de que abandones esta vida... pero no quiero irme de aquí sin confesarte que en nuestro mundo existe una libertad que no palpita para ti en otro rincón de la Tierra. Pertenecer a la especie vampírica te arrebata muchos derechos que por naturaleza te mereces, que por ser mágica deberías poseer...
-          ¿A qué derechos te refieres?
-          No hablo únicamente de vagar bajo la luz del sol ni de disfrutar de todo lo que la naturaleza nos ofrece, sino de cultivar en tu interior la vida de otra alma...
-          ¿Cómo? —le pregunté inquieta y tiernamente sobrecogida.
-          En nuestro mundo, poseyendo este cuerpo tan curioso, puedes ser madre. Sí, Sinéad. Sé que algunas veces has soñado ilícitamente con poder acunar en tus brazos a alguna criatura que haya salido de tus entrañas... pero has cortado las alas de esos sueños por miedo a que su imposibilidad te hiera en el alma.
-          Ser madre... —musité encogida de dulzura y añoranza—. No, yo jamás podré ser madre...
-          Sí puedes serlo en nuestro mundo...
-          Pero... si me marcho... abandonaré a mis seres queridos.
-          No necesariamente. Puedes volver a visitarlos siempre que lo desees.
-          No, no... Soy incapaz de obrar de ese modo, de dejarlos atrás aquí, en este mundo tan cruel... Aunque lo que me ofreces es tan mágico...
-          Es mágico y tú puedes lograr que lo sea muchísimo más. Yo seré tu eterno compañero, la eterna luz de tu alma. En nuestro mundo no existe la sensación del abandono, ni del hambre, ni del frío anímico, ni de la tristeza más profunda y devastadora. Palpita la melancolía, la nostalgia, el sentimiento de la pena más tierna; pero son emociones dulces que procuran la existencia de obras artísticas, así como canciones, pinturas o esculturas, que acarician el alma. Incluso puedes fundir tu imaginación con la naturaleza para que de su suelo o de su cielo broten flores preciosas o nubes de formas y matices de ensueño.
-          Vaya... Es tan hermoso... pero, Rauth, lo siento, no puedo irme...
-          ¿Renuncias a esta infinita magia que te ofrezco por tus seres queridos? ¿Quiénes son tus seres queridos? ¿Estás segura de que ellos harían lo mismo por ti si estuviesen en tu misma situación?
-          No me importa si ellos no hiciesen  lo mismo que yo, pues, si escogiesen ese mágico y luminoso camino, me sentiría feliz por ellos, pues sé que allí en ese resplandeciente e inocente mundo serían felices y su felicidad en realidad es la cuna de mi dicha. Solamente quiero vivir junto a ellos todo lo que la Historia me permita. Nunca sería capaz de abandonarlos, pues los quiero con toda mi alma. Viajar a un mundo mejor no destruirá la añoranza y la lástima que a veces experimento por el estado en el que el mundo se halla. Irse de aquí no provocará que todo cambie, al contrario... Le arrebato a la existencia de la Tierra la posibilidad de que alguien luche por ella... Cada vez la humanidad se olvida de que la naturaleza es nuestro hogar más infinito y eterno... Yo no puedo hacer lo mismo. La naturaleza que forma tu mundo y la que crea el mío no son iguales, no pertenecen a la misma realidad. Si la abandono... entonces el olvido se apoderará de sus árboles, de sus flores, de sus animales, de sus aguas... de su aliento. La naturaleza también pertenece a mis seres queridos.
Rauth enmudeció. Los ojos le resplandecieron de ternura, emoción y conformidad. Creía que mis palabras lo habían herido en el alma, mas de pronto me sonrió, demostrándome que había errado en mis suposiciones. Yo también le sonreí, indicándole que aquel gesto me había acariciado todo el espíritu...
-          Quienes te tienen en su vida tienen un tesoro... Espero y suplico con toda mi alma que sepan apreciarte como tú los aprecias a ellos. Tu corazón posee un precio inalcanzable. De nuevo te deseo que seas feliz, Sinéad. Cuando menos te lo esperes, volveré a visitarte. Cuídate...
Y entonces Rauth desapareció, como si las estrellas se lo hubiesen llevado, como si la luz de la tímida luna que todavía se escondía tras alguna lejana montaña lo hubiese absorbido. Me quedé sola allí, en medio de esos gruesos y frondosos árboles, pensando en todo lo que él me había dicho. Los profundos y melancólicos instantes que habíamos vivido parecían pertenecerle al sueño más remoto de mi vida. De pronto me descubrí desconfiando de lo que acababa de ocurrir, incapaz de creerme que todo lo que había acaecido hubiese sido real; mas en mi alma palpitaba una sensación hermosa que me impedía negar todo lo que había percibido aquella noche. Aquella sensación se mezclaba con una certeza que latía con fuerza en toda mi mente y mi cuerpo:
Pese a la sensación de pérdida que alguna vez podamos experimentar por culpa de los matices, olores y formas que crean el aspecto del mundo, pese a la añoranza que en ocasiones palpita en nuestro corazón por un mundo muchísimo mejor, pese a los anhelos de retornar a un inocente pasado que se desprendiese de los errores del presente, hay algo que siempre queda en nosotros, que nos hace dichosos, que nos vuelve mágicos: el amor de nuestros seres queridos, el sabernos en el mundo, vivos, merecedores de un destino. Pudo existir una controversia que impidiese nuestro nacimiento, en cualquier momento puede aparecer una sombra que oscurezca eternamente el latiente fulgor de nuestra vida... pero sin embargo seguimos aquí, vivos, respirando el aroma de la vida, rodeados por nuestro entorno, el que a veces puede parecernos irrevocablemente agresivo y, en otras, mágico y deslumbrante. Estamos aquí, en el mundo, cuando pudo haber existido la posibilidad de que nuestra vida no comenzase a deslizarse por el hado de la Historia... y estamos aquí siendo queridos, ofreciéndoles a quienes nos aman un respeto y un cariño que nos funden con su alma... y estamos aquí para sentir el amor, la felicidad, la tristeza, la emoción e incluso la melancolía más punzante y desgarradora, pero también la nostalgia más tierna, más inspiradora, más suave y cálida... y porque no sabemos cuánto durará nuestra estancia en el mundo tenemos que aspirar la fragancia de cada instante para guardarla en nuestra memoria, tenemos que acariciar el tacto de nuestros momentos para sentir la vida de todo lo que forma nuestro presente... y, sobre todo, debemos escuchar todos los sonidos que nos pida el alma, hundirnos así en las melodías que más nos acaricien los sentimientos para saber que nuestra alma también puede irradiar una magia que la imaginación y la creatividad pueden volver infinitamente eterna, transcendente en el tiempo y el espacio...



sábado, 18 de enero de 2014

LA CALIDEZ DE LOS SECRETOS



LA CALIDEZ DE LOS SECRETOS

Habían pasado bastantes días de la última vez que había estado con mis amigos, compartiendo la belleza del ocaso y la inocencia de todos nuestros momentos. Echaba de menos la serena y dulce cadencia de la voz de Vicrogo, la tímida simpatía de Sus, el entusiasmo y felicidad de las aventuras que Diamante refería, el tierno interés que a Duclack le suscitaban todas las experiencias que Eros y yo nos atrevíamos a desvelar y, sobre todo, la complicidad que se encerraba en cada mirada que Wen me dirigía. Evidentemente, no extrañaba los largos e interminables monólogos de la señora Hermenegilda. Desde la cabalgata de reyes, la calma más absoluta y apreciable había impregnado toda mi vida gracias a que aquella inigualable mujer se había ido de viaje con algunos familiares suyos. Temía al momento de su regreso más que a reencontrarme con aquellos impiadosos y malévolos humanos que quieren atraparnos, a quienes Eros no ha dejado de buscar por toda la ciudad. Me extraña, por encima de todas las cosas, que un vampiro tan poderoso y avispado como Eros no haya hallado a ese par de simples humanos. Continuamente nos preguntamos dónde estarán, en qué rincón del país se han escondido. Sin embargo, últimamente Eros se preocupa mucho más que yo de ese asunto. Tengo la mente y la memoria sumergidas en instantes que me alejan suavemente de este presente tan extraño. A veces paso largas horas asomada a la ventana mientras la música tranquila del arpa emana de mis dedos. Casi no necesito nada más para estar cómoda y feliz; mas, desde hace unos pocos días, he notado que mi corazón anhela volver a disfrutar de la compañía de esas personitas que han devenido tan importantes para mí.
El invierno es gélido y húmedo en este país tan mágico y especial. Allí a lo lejos, la sombra del fantástico bosque que una vez se tornó nuestra tierra más apreciada recorta el atardecer, el que cae dorado por encima de las calles e intenta fundir su luz con el fulgor de esas blanquecinas farolas cuyo artificial resplandor se refleja en las remotas nubes. Parece como si la naturaleza quisiese expresarse de algún modo y no encontrase los susurros más adecuados para ella, como si la voz del bosque se escapase de entre esos lejanos árboles para intentar que la civilización la escuche. Mas parece que yo soy la única que se digna callar tiernamente para que el murmullo de la naturaleza se mezcle con mis pensamientos y, a través de la música que crean mis dedos, ella declare sus más profundos deseos.
Los ocasos son violáceos y dorados en este rincón del mundo, mas también los impregna el matiz de la ausencia. Las calles parecen calladas, como si el silencio que irradia el lejano bosque se transmitiese a todos los recovecos de la ciudad. Qué tardes tan calladas, tan quedas, tan tranquilas. Anhelaba abandonar las paredes de mi morada para sumergirme en la belleza de aquel crepúsculo invernal, pero no deseaba hacerlo sola...
Así pues, anhelante, ilusionada y sabiendo que aquel atardecer era especial, llamé a Wen por teléfono y le pregunté si deseaba que diésemos un paseo. Únicamente me apetecía estar con él para que la complicidad que aunaba su corazón con el mío se intensificase. Quería explicarle algunos secretos de mi vida y compartir con él certezas que nadie podía conocer. Aprovechando que Eros había salido en la búsqueda de esos desaparecidos humanos, Wen y yo nos lanzamos a la gélida belleza de aquel ocaso tan violáceo y quedo.
Durante los primeros momentos, no supimos qué decirnos, como si los dos intuyésemos que todas las conversaciones que mantendríamos serían demasiado importantes. Al fin, tras cruzar el umbral que separaba la ciudad de la naturaleza, Wen se detuvo y, mirándome extrañado, me preguntó:
-          ¿Quieres que nos adentremos en el bosque? No he traído ninguna linterna —se rió cariñosamente cuando yo le asentí con la cabeza.
-          En realidad, quisiera llevarte a otro lugar —le revelé con vergüenza y ternura.
-          ¿Adónde? —me preguntó interesado.
-          Si no quieres que vayamos, no te preocupes, puedes decírmelo.
-          Sí, sí quiero ir contigo —se rió extrañado.
-          Quisiera llevarte a mi antiguo hogar.
-          ¿De veras? Pero ¿está muy lejos de aquí?
-          No, no está muy lejos. No obstante, tendré que llevarte de un modo muy especial —me reí nerviosa.
-          ¿Cuál?
-          Volando —le revelé riéndome sin poder evitarlo.
-          ¡Volando! —exclamó entusiasmado y desorientado.
-          Todavía hay muchísimas cosas de mí que no conoces; pero no te preocupes, te las explicaré cuando sea necesario.
-          ¿Por qué haces esto? Es cierto que conozco tu verdadera identidad, pero... creo que revelarme todo lo que te atañe es algo muy importante que yo no me merezco.
-          Por supuesto que te lo mereces. Eres mi amigo, Wen, y quiero que esta complicidad tan hermosa que existe entre nosotros no haga sino intensificarse. Hace muchísimo tiempo que un humano no me aceptaba y me quería como tú.
-          Está bien —rió algo avergonzado.
-          Entonces, ¿confías en mí? ¿Estás dispuesto a permitir que te abrace para volar juntos? —le pregunté intimidada.
-          Volar... Parece mentira —se rió alegre, pero también un poco nervioso—. Sí, confío plenamente en ti.
-          ¿Te dan miedo las alturas?
-          Bueno... prefiero no mirar abajo —se rió tímidamente.
Así pues, tras tomarlo en brazos y presionándolo contra mi pecho para que la gravedad no me lo arrebatase, me alcé hacia el cielo, dirección a las estrellas, y comencé a sobrevolar aquella mágica ciudad que el ocaso teñía de oro y violeta. Wen se aferraba con fuerza y un ápice de desesperación a mi cuerpo como si temiese que mis brazos lo soltasen. De vez en cuando, su leve temor se convertía en una risa tierna que se mezclaba con la voz del viento. Como veía que no temía, me atreví a acelerar mi vuelo y, en poco tiempo, ya atisbé, entre las montañas, la antigua morada donde mi vida se había encerrado, donde todavía me aguardaba mi familia. No tenía muy claro si estaba haciendo lo correcto al llevar a un humano al castillo de mi padre (un castillo que hasta hacía poco también había sido mi hogar); pero ni siquiera me planteaba la posibilidad de que la inocencia de aquel momento se convirtiese en gravedad.
-          Si te atreves, mira hacia allí —le pedí a Wen con delicadeza mientras comenzaba a descender hacia la tierra—. Entre esas grandes montañas, verás un castillo. Fue mi morada hasta hace poco. Viví allí antes de trasladarme a Wensuland.
-          ¿Vivías en un castillo? —me preguntó entusiasmado y fascinado.
-          Sí. Prácticamente siempre he vivido en castillos inmensos. Realmente no necesitaba que mi morada fuese tan grande, pues casi siempre pasaba las horas en la misma área —le confesé mientras lo soltaba para que se habituase a la tierra.
-          Entonces, ahora que pienso... Sinéad, ¿por casualidad no serás esa mujer que Mercedes Clická entrevistó por haber escrito una larga novela sobre vampiros? —me preguntó emocionado.
-          Sí, soy yo —le confesé con vergüenza y ternura.
-          ¡Jamás lo habría dicho! La mujer de aquella entrevista me pareció fascinante e interesante. ¡Nunca creí que la conocería! ¿Es cierto todo lo que dijiste en aquella entrevista?
-          Sí, todo eso es cierto; aunque hay cosas que han cambiado —le revelé con vergüenza—. Por ejemplo, en aquella entrevista dije que mataba para sobrevivir. Ahora ya no es verdad. He cambiado mi modo de vivir. Ahora ya no mato cuando me alimento... Ya no puedo hacerlo, ya no.
-          Es muy digno de ti. Es cierto que me estremecería saber que matas a los miembros de mi misma especie para sobrevivir; pero, si lo hicieses, tampoco podría recriminártelo, pues... hay quienes cometen delitos peores y a veces la especie humana no es digna de ser apreciada... Si matases al presidente de Wensuland, te lo agradecería profundamente —me confesó haciéndome reír tiernamente.
-          No, Wen, ya no mataré a nadie más.
-          Me alegro mucho por ti, ya no por la especie humana. Sé que, al fin y al cabo, quien sale beneficiada de ese modo de sobrevivir eres tú, pues te desprendes de la culpa nacida de saber que matas para vivir...
-          Exactamente —me reí sorprendida.
-          Entonces, Sinéad, si me permites la pregunta... ¿cuántos años tienes?
-          ¡Huy! Pues, casualmente hoy es mi cumpleaños...
-          ¿Naciste el dieciocho de enero?
-          Sí, sí...
-          Si es tu cumpleaños, ¿por qué no lo has dicho? ¡Habríamos preparado una fiesta para ti!
-          No, no. No me gusta celebrarlo, aunque Eros siempre me hace regalos —reí tiernamente—. Además, quería evitarme el mal momento de decir que no me gustan los pasteles de cumpleaños —seguía riéndome.
-          Es cierto...
-          Además, ¿hay algún modo mejor de celebrarlo que estando con alguien que me aprecia tal como soy? Yo creo que no.
-          Gracias, Sinéad.
-          No se merecen. Ven, te llevaré a mi antiguo hogar. Quisiera que mi padre te conociese, pero no sé si estará de acuerdo con esta relación...
-          ¿Tu padre? —me preguntó extrañado y sobresaltado.
-          No temas —me reí cariñosamente—. Mi padre es un hombre muy bueno.
-          Supongo que sí, pero...
-          No temas —le solicité mirándolo  profundamente a los ojos. Entonces me di cuenta de que Wen se esforzaba por ver algo en aquella oscuridad tan espesa. Me avergoncé al instante por haberme olvidado de que sus sentidos no estaban tan agudizados como los míos—. Perdóname. Se me ha olvidado que no ves tan nítidamente en la oscuridad como yo. No temas. No permitiré que te suceda nada malo.
-          Has volado conmigo en brazos por el cielo a kilómetros de la tierra, y no me ha pasado nada —se rió encantado—. Por cierto, Sinéad, no me has dicho cuántos años cumples... Has eludido muy bien ese tema —seguía riéndose.
-          Es cierto, pero es que me da mucha vergüenza desvelar mi edad.
-          No me asustaré.
-          ¿Sabes que esas preguntas no se le hacen a una señorita? —me reí tiernamente.
-          ¡Ah, es cierto! Perdonadme, entonces.
-          Estáis perdonado —bromeé también.
-          Por favor, Sinéad...
-          Confórmate con saber que he vivido la Edad Media...
-          ¿De veras? ¡Oh, es apasionante! ¡Tienes que hablarme de todo lo que viste en esos siglos!
-          Sí, te prometo que mantendremos largas conversaciones donde la Historia reluzca...
-          Gracias.
-          ¿Estás cansado? —le pregunté al cabo de unos largos momentos pasados en silencio. Llevábamos ascendiendo sin tregua la montaña donde se hallaba el castillo de mi padre durante bastantes minutos y temía que él se agotase.
-          No, no estoy cansado —me respondió jadeando, lo cual contradijo sus palabras.
-          Tenía que haber volado hasta la puerta del castillo, pero me apetecía que sintieses la fortaleza de la naturaleza.
-          Y la siento... Parece como si esta montaña no tuviese fin —protestó bromeando.
-          Ya estamos cerca.
La puerta que accedía al castillo de mi padre se vislumbraba entre las frondosas copas de los árboles, aquéllos cuyas hojas resistían el envite del frío aliento del invierno. En aquel bosque apenas había árboles caducifolios. Casi todos se mantenían densamente vivos incluso cuando la nieve caía espesamente, bañando todos los rincones de aquel bosque tan especial que tan bien me conocía.
Noté que Wen estaba levemente nervioso cuando llegamos al camino que conducía hacia la gran puerta de mi morada. Le apreté la mano con cariño para serenar su incipiente desconfianza y él me devolvió aquella leve presión indicándome que se sentía emocionado.
Cuando nos hallamos enfrente de aquella antigua puerta, dejé caer la aldaba con emoción y algo de nervios. Hacía mucho tiempo que no veía a mi padre, prácticamente dos meses y, aunque parezca un período insignificante, para nosotros era bastante importante, pues estábamos muy acostumbrados a vernos todos los días.
En breve la puerta se abrió y ante nosotros apareció Scarlya, la mujer que compartía la vida con mi padre; una vampiresa muy especial que yo quería con toda mi alma. Cuando me vio, esbozó una luminosa e inocente sonrisa que se tiñó de extrañeza cuando se percató de que tenía tomado de la mano a un humano que ella nunca había visto. Su sonrisa se convirtió en un gesto de inquietud que me hizo sonreír dulcemente.
-          Hola, Scarlya —la saludé acercándome a ella y besándola después en las mejillas—. Mira, te presento a Wen. Wen, ella es Scarlya, la mujer de mi padre.
-          Scarlya... tienes un nombre muy bonito —la halagó vergonzosamente mientras intentaba captar nítidamente su apariencia en aquella espesa oscuridad—. Soy Wen. Soy amigo de Sinéad...
-          Encantada de conocerte, Wen —le correspondió Scarlya simpática y amablemente tomándolo de la mano—. Pasad, por favor —nos invitó abriendo más la puerta.
Guié a Wen hacia la estancia más acogedora y adorable del castillo, donde sabía que la lumbre ardería con cariño y paciencia. Wen observaba embelesado todo lo que atisbaban sus ojos. La luz de las temblorosas velas que quebraban la espesa oscuridad que se agolpaba en los rincones teñía los pasadizos y las salas de una misteriosa y dorada aura que volvía más lúgubre aquella antigua morada.
Cuando nos hallamos en aquella mágica y cálida estancia, le pedí con los ojos a Wen que se sentase en un confortable sofá que quedaba enfrente de la lumbre. Yo me situé a su lado y Scarlya permaneció delante de nosotros, cabe la chimenea, mirándonos con extrañeza y simpatía. La luz del hogar se reflejaba en su pálida piel, tornando más profundos sus amanecientes ojos y más misteriosa su apariencia lunar.
-          Scarlya, ¿está mi padre por aquí? —le pregunté para quebrar aquel silencio tan extraño, el cual únicamente se atrevía a interrumpir el crepitar de la lumbre.
-          No, todavía no ha llegado —me contestó ella alejándose un poco de nosotros para alcanzar una silla y sentarse así delante de nosotros—. No creo que tarde en venir... Ha ido a por leña...
-          A por leña —susurró Wen extrañado y complacido creyendo que nosotras no oiríamos su voz.
-          Sí. Te parecerá que vivimos un poco atrasados —se rió Scarlya—; pero realmente no necesitamos la modernidad absolutamente para nada. No nos gusta la luz eléctrica, pues nos hace daño en la piel y en los ojos, además es como un somnífero para nosotros. Tenemos electricidad, pero apenas la usamos. Cuando Sinéad vivía aquí, ella sí la utilizaba para escuchar música; pero, desde que se fue, apenas la hemos empleado. También tenemos agua corriente; mas creo que no hay nada más placentero que bañarse en las puras y limpias aguas del río que nace cerca de este castillo... No comprendo cómo Sinéad ha sido capaz de abandonar todo esto para vivir en la ciudad. Jamás creí que lo haría...
-          Lo he hecho única y exclusivamente por amor. Eros no soportaba vivir más tiempo tan apartado de la civilización; pero gustosa volvería aquí —declaré anhelante—. Para mí no existe un paisaje más hermoso que el que me ofrecía la ventana de mi alcoba cada vez que me asomaba a ella... Nada puede ser más bello que el silencio que la naturaleza mantiene consigo misma y el firmamento todas las noches... y es cierto que no hay nada más placentero que bañarse en las frescas y limpias aguas de ese río que tanto aprecio; pero la ciudad también es bonita, sobre todo porque, gracias a habernos trasladado allí, hemos conocido personas maravillosas.
-          ¿Así que te relacionas con los humanos? —me preguntó extrañada y notablemente molesta—. Sabes que lo tenemos prohibido, ¿verdad?
-          Sí, lo sé; pero... Ya no quiero seguir ocultándome, Scarlya. Estoy cansada de vivir en este anonimato que tanto nos aleja de la humanidad. Creo que ya es hora de que desvelemos que nosotros también existimos. Es muy duro vivir sabiendo que nadie puede conocerte, que únicamente puedes relacionarte con aquellos seres que pertenezcan a tu misma especie. Wen conoce lo que soy por una serie de circunstancias que algún día sabrás, pero no me arrepiento de haberle confesado que yo no soy humana, al contrario. Me siento dichosa de saberlo en mi vida aceptándome tal como soy.
-          Sabes que tu padre no aprobará tu comportamiento y mucho menos tus ideas, ¿verdad? Cuando se entere de lo que piensas y de cómo vives, capaz es de arrancarte de ese lugar donde habitas...
-          No, no, Leonard no hará eso.
-          ¡Y mucho menos aprobará que traigas aquí a un humano! Sinéad, te aconsejo que te lo lleves antes de que él llegue. No le gustará nada saber que un humano conoce que él existe... Idos, por favor. Idos antes de que sea demasiado tarde. ¡Idos, idos! —nos ordenó nerviosa alzándose de donde estaba sentada.
-          No, Scarlya, no nos iremos. Leonard tiene que escucharme. Debe saber que deseo que todo cambie...
-          , Sinéad, Leonard está muy resentido con la humanidad, ya lo sabes —me advirtió con tensión.
-          Sinéad, no quiero causarte problemas —indicó Wen con paciencia y cariño—. Si es arriesgado que yo esté aquí, puedo ocultarme en el bosque mientras hablas con él y...
-          No, Wen, no —le negué testarudamente mientras lo tomaba de las manos y se las presionaba con cariño—. Quiero que mi padre sea testigo de que es posible que los humanos nos acepten.
-          Sinéad, tu padre tiene más de... más de seis mil años por lo menos y nunca ha dejado de creer que los humanos y nosotros no podemos formar parte del mismo mundo —me recordó Scarlya riéndose nerviosa.
-          ¿Qué ha dicho? ¿Cuántos años tiene tu padre? —me preguntó Wen totalmente estremecido y sobrecogido—. Sinéad, será mejor que nos vayamos...
-          ¿Tienes miedo, Wen? —le cuestioné tristemente.
-          No, no tengo miedo, pero tampoco me siento cómodo...
-          Debéis iros antes de que Leonard llegue...
-          Creo que ya no podemos hacerlo. Ha llegado —aduje tensa cuando oí que alguien se adentraba en aquella enorme morada.
-          Yo no quiero saber nada de vuestras cosas —resolvió Scarlya alzándose nuevamente de donde estaba sentada—. Ya te advertí de lo que ocurriría...
-          No te preocupes, Scarlya. Leonard es mucho más comprensivo de lo que piensas.
-          Sí, claro, lo que tú digas —se rió ella incómoda mientras desaparecía por un oscuro corredor.
-          Sinéad...
-          No tengas miedo. No permitiré que mi padre te haga nada... No, él no te hará nada... No temas.
Entonces, de repente, fui plenamente consciente de que Wen estaba totalmente asustado, inquieto y nervioso. No pude evitar sentirme infinitamente culpable cuando reparé en que sus ojos se mantenían entornados, como si el resplandor de la lumbre lo encandilase, desprendiéndose de su mirada una tensión interminable que aterió mi corazón.
-          ¿Quieres irte? —le pregunté en su oído—. Aún estamos a tiempo de huir.
-          No, no... Temo por ti, no por mí. Sé que a tu lado no me ocurrirá nada, pero... —divagó nervioso.
-          Jamás permitiré que te hagan daño —le aseguré mientras lo abrazaba subrepticiamente. Ni siquiera yo preví aquel gesto.
Cuando Wen se percibió entre mis brazos de nuevo, me presionó contra sí mientras me acariciaba los cabellos para indicarme que confiaba plenamente en mí. Era la primera vez que lo abrazaba tan cariñosamente. Ni siquiera lo había hecho cuando habíamos volado por el cielo. Aquel abrazo, más bien, había estado impregnado de complicidad y protección. En cambio, el que le entregaba en esos momentos estaba cargado de un sentimiento que mezclaba el cariño más sincero y el amparo más entregado y dulce.
Cuando oí que Leonard caminaba hacia donde nos encontrábamos, deshice el abrazo que nos unía y me acomodé en aquel sofá esperando la aparición de mi padre, quien no tardó en entrar en aquella estancia. Cuando se apercibió de que yo me hallaba sentada frente a la lumbre, dejó en el suelo los leños que portaba y, sonriéndome cariñosamente, caminó hacia mí. Lo abracé antes de que reparase en Wen (aunque intuía que sus vampíricos y antiguos sentidos ya habrían detectado la presencia de aquel noble humano), entregándole todo el cariño que le profesaba en cada gesto, en cada beso que dejé caer en sus mejillas.
-          Me alegro muchísimo de verte, Sinéad, cariño —me reveló apretándome entre sus brazos—. Por cierto, feliz cumpleaños —rió encantado mientras se separaba de mí para mirarme a los ojos—. No sabía si ibas a venir; pero, por si acaso, te he preparado un regalo.
-          ¡No era necesario! —exclamé ilusionada y feliz—. Yo también me alegro mucho de verte, padre. Verás, no he venido porque sea mi cumpleaños, sino porque quisiera hablar contigo sobre algo muy importante... Leonard, no he venido sola.
-          Es cierto —indicó de pronto reparando subrepticiamente en Wen, quien se mantenía totalmente quieto en aquel sofá con los ojos agachados.
-          Él es Wen, padre. Es uno de mis mejores amigos...
-          Pero es un humano...
-          Sí, es un humano muy noble y comprensivo, padre. Hacía muchísimo tiempo que no conocía a un hombre tan valeroso y mágico... Sí, él es mágico. Sus ojos me lo revelan cada vez que me miran. Sé que tiene un alma muy soñadora y luminosa. Padre, él sabe lo que yo soy. Sí, lo sabe porque me salvó la vida... Tengo que explicártelo todo con calma y paciencia; pero, antes de todo, me gustaría pedirte que no temieses, que estuvieses tranquilo y que confiases en mí. Wen es totalmente inofensivo. Conoce mi secreto desde hace bastante tiempo, y nunca será capaz de confesárselo a nadie, a nadie.
-          Es cierto —musitó Wen intimidado y levemente avergonzado—. Leonard, es un placer conocerlo —aseveró alzándose de donde estaba sentado y tendiéndole su mano—. Sinéad me ha hablado muy bien de usted. Le quiere mucho...
-          No me hables de usted, por favor —le pidió mi padre solícito—. No me gusta nada ese trato —rió mientras aferraba con delicadeza la mano de Wen—. Sí, Sinéad tiene razón. Tus ojos desvelan que eres un hombre muy bueno y fiel...
-          Puedes confiar totalmente en él, padre.
-          Aunque no me gusta mucho saber que hay un humano que conoce tu verdadera identidad; por consiguiente, supongo que también conocerá la mía...
-          No temas, por favor.
El silencio en el que Leonard se sumió de pronto me indicó que Scarlya había errado en sus temerosas suposiciones. Parecía como si Leonard estuviese empezando a aceptar todo lo que yo le había contado tan ligera y nerviosamente.
Ninguno de los tres se atrevía a decir nada, ni tan sólo cuando el crepitar de la lumbre nos incitaba a hablar; mas, al cabo de unos cuantos segundos, Leonard suspiró y se sentó en aquel sofá.
-          Sinéad, sabes que nunca he estado de acuerdo contigo cuando afirmabas que los humanos y nosotros podemos formar parte del mismo mundo. Percibo que ahora tienes la necesidad de insistirme en que es probable que, si revelamos quiénes somos, la humanidad nos aceptará. No es verdad, Sinéad. La humanidad nunca nos aceptará.
-          Pero Wen sí lo ha hecho. Estoy segura de que hay muchos humanos que pueden comportarse como él.
-          No, Sinéad.
-          Padre, llevamos toda la vida viviendo en el anonimato más profundo e hiriente. Quiero que todo cambie —le revelé sentándome a su lado. Wen lo hizo junto a mí—. Padre, también tenemos derecho a vivir en esta sociedad que forma parte del mundo en el que habitamos.
-          No, Sinéad. ¿No entiendes que, si nos revelamos, todos los humanos del mundo querrán saberlo todo sobre nosotros?
-          ¿Y qué problema hay en que nos conozcan?
-          No, Sinéad. No quiero que hablemos de esto nunca más. Acepto que Wen conozca quiénes somos, pero no quiero que nadie más lo sepa, ¿me has entendido? —me preguntó severamente.
-          Sí, lo he entendido. Acepto que te conformes con vivir toda tu eterna vida encerrado en esta nada que nos diluye en el tiempo. Está bien. Si tú no quieres luchar por nuestros derechos, lo haremos Eros y yo.
-          ¿Eros? —me preguntó extrañado—. ¿Por qué lo llamas así?
-          Él no quiere revelar su nombre.
-          Y, si ni siquiera quiere revelar su nombre, ¿cómo pretendes que luche por vuestros derechos? —se burló cariñosamente.
-          Sé que lo hará.
-          No, Sinéad. En esto estás completamente sola, totalmente sola, totalmente sola —me reiteró cada vez más entristecido al percibir mi desaliento.
-          No me importa estar sola.
-          No, no estás sola —musitó Wen en mi oído mientras tomaba mi mano y me la presionaba.
-          No, Wen. Te aconsejo que no la ayudes si no quieres acabar muy mal —se rió Leonard sin la menor estela de consideración hacia mí—. Sinéad siempre ha creído en una utopía que nunca se volverá realidad. Acéptala con sus caprichos, pero no pugnes junto a ella.
Tras aquellas palabras, las cuales me parecieron absolutamente injustas, el silencio volvió a adueñarse de nuestra voz. La tristeza que experimentaba se acrecía a medida que las palabras de mi padre resonaban continuamente en mi mente. De pronto, me apeteció tanto irme que no pude evitar alzarme de donde estaba sentada y, tirando de la mano de Wen para que él también lo hiciese, dije:
-          Gracias por tu apoyo, Leonard. Lamento que, por enésima vez en nuestra larga vida, no estés de acuerdo con mis deseos. Espero que tus atrasadas ideas algún día desaparezcan.
-          ¿Te marchas? —me preguntó incrédulo.
-          Sí. No quiero que se haga más tarde.
-          ¿No quieres que te dé el regalo de cumpleaños que te he preparado?
-          No podré llevarlo por el cielo, lo siento. Vendré a buscarlo la semana que viene —le contesté a punto de llorar. Mantenía los ojos entornados para que nadie detectase las lágrimas que los humedecían.
-          Está bien. Vuelve cuando se te haya pasado el enfado —se rió tiernamente.
-          No estoy enfadada. Adiós, padre.
-          Adiós, Leonard —se despidió Wen con cortesía.
Cuando salimos de aquel castillo, el que de nuevo me pareció sombrío y espesamente oscuro debido a cómo Leonard se había burlado de mí, tomé en brazos a Wen y, sin decir nada, comencé a volar raudamente entre las nubes. Las ganas de llorar que sentía (las que me parecían inoportunas y estúpidas) se intensificaban a medida que dejaba aquel castillo atrás. No me había ofendido que mi padre no me apoyase (en realidad estaba acostumbrada a que no lo hiciese), sino la realidad que se escondía tras cada una de sus palabras.
-          Sé que todo cambiará si luchas por tu vida —me animó Wen al cabo de unos largos minutos.
-          No lo creo. Mi padre tiene razón. No obstante, en vez de lamentarme continuamente por esa realidad, debería alegrarme de que no te haya rechazado. Parece que le has caído bien —le sonreí.
-          Menos mal. Me sentía incapaz de vivir un momento tenso como el que Scarlya pronosticaba —se rió nervioso, haciéndome reír a mí también—. Por cierto, es una mujer muy curiosa y bella.
-          Sí, es verdad.
-          Pero tú lo eres más —dijo de pronto, como si temiese que las anteriores palabras que había pronunciado pudiesen incomodarme.
-          No, no lo creo. Nadie es más o menos hermoso que nadie. Todos tenemos nuestra belleza.
-          Qué bello piensas.
-          Mira, Wen. La luz de la luna menguante se esconde entre las montañas, pero su resplandor traspasa la fronda de los árboles y hace relucir la hierba y las limpias aguas del río —le indiqué de forma ensoñadora.
Entonces descendí a la tierra para que toda la hermosura que irradiaba aquel instante nos envolviese. La plateada luz de la luna hacía resplandecer cada recoveco del bosque y perlaba los troncos de los árboles. Wen y yo nos sentamos en el suelo bajo unas ramas que, extrañamente, se habían desprendido de las hojas que las adornaban y permanecimos en silencio durante unos momentos que deseé convertir en una eternidad.
-          Me resulta extraño estar aquí contigo —le confesé con timidez—. Solía permanecer aquí tocando el arpa o escribiendo algunos poemas... Hace mucho tiempo que no visito esta naturaleza que tanto adoro.
-          Es un lugar precioso... y tienes un alma tan soñadora... Nunca he conocido a una mujer tan romántica como tú. Estrella también adora la naturaleza, pero a veces la percibo intimidada, como si la grandeza de los bosques la empequeñeciese. Estrella es una mujer muy especial. Estoy seguro de que seríais muy buenas amigas.
-          Yo también lo pienso. Suelen caerme bien las personas que adoran la naturaleza. Y es comprensible que a veces su grandeza la empequeñezca. A mí también me ocurre...
-          Hablando de empequeñecerse... ¿Has hablado con mi abuelo sobre la cadena de hoteles que quiere venderte?
-          Huy, no. Creo que de eso tendrá que ocuparse Eros...
-          ¿Por qué? —me preguntó divertido.
-          No me siento capaz de llevar una cadena de hoteles.
-          Estoy seguro de que, si te esfuerzas en aprender...
-          Prefiero no hablar de esto. me pongo muy nerviosa —reí avergonzada.
-          Yo te ayudaré en todo lo que necesites —me aseguró tomando mi mano con ternura. Entonces me fijé en cómo se diferenciaban su piel y la mía.
-          ¿Te has dado cuenta de lo distinta que es tu piel de la mía? A tu lado parezco mucho más pálida —observé dulcemente alzando levemente nuestras manos enlazadas.
-          Bajo la luz de la luna, tu piel reluce mucho más. Eres realmente bella y mágica, Sinéad.
-          Gracias... Siempre he pensado que reluzco porque mi vida está llena de seres mágicos y nobles —le contesté emocionada.
-          Creo que deberíamos irnos ya —me dijo levemente nervioso de pronto—. Estrella estará preocupada por mí.
-          Sí, es cierto... Perdóname si algún momento vivido este ocaso te ha incomodado.
-          No, no temas...
Me parecía que Wen se había vuelto temor y confusión de pronto. Sus ojos se habían ensombrecido levemente, lo cual me desorientaba; pero sin embargo no me atreví a preguntarle nada. Volví a tomarlo en brazos y, soñando tiernamente con un mundo mucho más tolerante y mágico, volé raudamente hacia nuestro hogar...