CAMINANDO HACIA UN NUEVO FUTURO
02.
LA VOZ DE UN ÁNGEL
La noche ya se adivinaba tras
las cumbres de las lejanas montañas, donde aún podía resplandecer una tímida
capa de nieve. Hacía frío, pero ya se podía percibir la llegada de la
primavera. Algunos árboles de hoja caduca ya habían empezado a llenar sus ramas
de unas hojitas muy delicadas y bonitas. El bosque que rodeaba el castillo de
mi padre, después de su tristísima destrucción, parecía anhelar
desesperadamente la llegada del renacimiento de la naturaleza. Nos habíamos
esforzado por conseguir retirar los árboles que habían caído indefensos y
también habíamos plantado algunos robles y encinas para intentar poblar de
nuevo aquel bosque que tanto habíamos adorado, que tanto queríamos. No
obstante, me desalentaba saber que tendrían que transcurrir muchos años para
verlo recuperado...
Mas aquel atardecer me sentía
feliz y optimista. Sabía que el paso del tiempo nunca me había parecido lento,
al contrario, siempre había tenido la sensación de que el tiempo se escapaba de
mis manos sin que yo pudiese detenerlo. Además, ver aquel bosque más limpio y
poder caminar entre los árboles que aún quedaban en pie sin que tuviese que
esquivar los troncos caídos, las ramas destrozadas y las salidas y amenazantes raíces
me serenaba, me hacía creer que todo volvería a la normalidad mucho antes de lo
que yo me esperaba.
Y aquel ocaso era especial.
Después de mucho tiempo, estaba compartiendo con Arthur un momento lleno de
sencillez, felicidad e inocencia. Habíamos tocado música en medio del bosque,
como si con nuestras trovas quisiésemos hipnotizar a la naturaleza para
convencerla de que debía renacer cuanto antes. Habíamos entonado versos
preciosos dedicados a los bosques, al viento (como si con nuestras palabras
quisiésemos serenarlo), a la lluvia y sobre todo a la fuerza que yace tras los
bosques, los mares, las montañas, los ríos...
Después de soñar despiertos con
nuestras preciosas canciones, le propuse a Arthur dar un paseo por la ciudad en
la que se encontraba el hogar que compartía con Tsolen. Él todavía no había
estado allí y me apetecía enseñarle nuestro pisito. Arthur aceptó de buen grado
y, sonriéndome con cariño, me pidió con los ojos que lo llevase adonde
quisiese.
Arthur tampoco adoraba las
ciudades, pero me reconoció que aquélla en la que se hallaba nuestra morada era
muy especial. Le gustó que la calma más tierna invadiese todas las calles y
halagó la apariencia de los edificios y las casas que la poblaban. Además, me
confesó que en aquel lugar parecía como si suspirasen el paso del tiempo y la
nostalgia más cálida.
—
Por lo menos esta ciudad está en contacto con la naturaleza. Enseguida
puedes adentrarte en el bosque que la rodea —le dije mientras caminábamos
sosegadamente por una solitaria calle. El invierno y la creciente oscuridad que
se repartía por el cielo provocaban que la soledad se acogiese en todos los
rincones de aquella hermosa ciudad—. Sobre todo me gusta pasear por aquí antes
de que amanezca y cuando ha anochecido.
—
Sí, te entiendo —me sonrió—. ¿Y dónde está tu hogar, Sinéad? —me
preguntó curioso.
—
Allí —le contesté señalándole un edificio rodeado por cuidados
jardines.
Cuando nos hallamos en la
entrada de aquel edificio donde tantos momentos había vivido ya, noté que algo
estaba a punto de adentrarse en nuestro momento para quebrarlo despiadadamente.
Entonces, repentinamente, vi que la señora Hermenegilda salía del ascensor y se
dirigía rápidamente hacia nosotros. Me reprimí un suspiro de disgusto y un
chillido de desaprobación cuando me apercibí de que la señora Hermenegilda se había
percatado de que estábamos allí.
—
¡Pálida Millonaria! —gritó descendiendo los tres peldaños que la
separaban de la puerta.
—
¿Quién es, Sinéad? —me preguntó Arthur con un susurro lleno de
preocupación.
—
Es una vecina muy pesada que te hará muchísimas preguntas. Lo siento,
no he podido...
—
¿Y por qué te ha llamado así? —me interrumpió extrañado.
—
¡Eh! ¡Los secretitos en reunión son de mala educación, pillines! Pero
¿de dónde has sacado este precioso y apuestísimo mozo? —me preguntó cuando ya
me tuvo al alcance de sus manos. No tardó en agarrarme con fuerza del brazo.
—
Es un amigo —le contesté un poco incómoda.
—
¿Un amigo? Me da a mí que es algo más. Una no puede ser solamente
amiga de una escultura como ésta —me contradijo señalando a Arthur con la mano
que le quedaba libre.
—
Señora... tenemos prisa —me excusé intentando que me soltase.
—
Siempre me dices lo mismo. Mira, te dejaré ir porque voy a casa de mi
amiga Herminia, que vamos a hacer una reunión para ver los Oscares esos... que
la señora Vicenta tiene una parandómica de esa y podemos ver la ntv o algo así.
Ay, es que estas tecnologías no están hechas para que yo las entienda. ¿Tú cómo
te llamas, guapo? —le interrogó a Arthur mirándolo profundamente a los ojos.
—
Soy Arthur, señora. Encantado de conocerla.
—
¡De eso nada! ¡De usted ni hablar! ¿Cuántos años te piensas que tengo,
caballero? Pues aquí la menda tuvo que trabajar desde los diez años, pero una
sabe conservarse muy bien.
—
Perdone —opuso Arthur avergonzado.
—
¿Cómo has dicho que te llamas?
—
Arthur...
—
¿Y eso qué es? ¿En cristiano eso cómo se diría? —gritó.
—
Arturo... —se rió sin poder evitarlo.
—
Arturo... eso me gusta más. Arturo, cuando quieras, una está para
servirte lo que desees, ya sea café con leche o pastas Martínez.
—
No, gracias, señora.
—
¡Pero que no me llames señora te he dicho! —exclamó amigablemente
dándole un leve puñetazo en el pecho.
—
Señora... ¿cómo quiere que la llame?
—
Señorita Hermenegilda, por supuestísimo. No cabe duda. Está escrito
hasta en el diccionario.
—
Muy bien... —susurró él desorientado.
—
Que no, chico, joven... que una sabe perfectamente dónde la sitúa su
edad. Soy una señora muy respetable y eso creo que ya lo has notado. Venga, que
seguro que tendréis que cuchichear sobre vuestro romance ilícito...
—
Señora, nosotros no... —intenté decir, pero la señora Hermenegilda me
calló con una mueca de complicidad.
—
Sé que hay algo más. Una es demasiado vieja y se da cuenta de esas
cosas.
—
No, no... Yo estoy con Eros... y vamos a casarnos —le informé
nerviosa.
—
¿Vais a casaros? ¿Y a qué esperáis para invitarme a vuestra boda? —me
preguntó desafiante.
—
Claro, señora... Ya le diremos dónde se celebra —le aseguré nerviosa.
—
¿Y tú de dónde sales, pedazo de mozo? Hace mucho tiempo que no se me
alegra la vista de esta manera. La última vez fue cuando vi a Pajares en la
última película que hizo... Vaya labia tenía.
—
¿Pajares? ¿Eso qué es? —pregunté riéndome.
—
Pajares salió en una película con el hijo de la Pantoja... una
película muy buena con la que te pegas un hartón de reír.
—
Si usted lo dice... —musité.
—
¡Y dale con el usted! Ay, estos jóvenes de hoy en día son a veces muy
maleducados y otras sobradamente educados... ¿Dónde tienes al monumento que
tienes como novio? Anda que tú te los buscas feos eh, pillina...
—
Seguro que está en casa. Subiremos ya antes de que se haga más tarde
—dije intentando parecer serena.
—
Muy bien, hala, que os lo paséis bien. No sé cómo os divertiréis, pero
espero que no sea de ninguna forma indecente.
—
¡señora! —se rió Arthur sorprendido.
—
Hasta otra, señora Hermenegilda —me despedí tirando de pronto de la
mano de Arthur. Al fin la señora Hermenegilda me soltó.
Cuando ya nos hallamos solos
subiendo las escaleras que nos separaban de mi hogar, Arthur me comentó
asustado:
—
No entiendo cómo te arriesgas a vivir en el mismo edificio que ella...
Me parece que es una mujer muy peligrosa que puede causarte problemas.
—
No, no... Es muy parlanchina y sincera, pero nunca nos meterá en
problemas. Es tan inocente que jamás se creería que somos...
—
Shhhh... —me calló Arthur de pronto.
—
¿Qué ocurre?
—
En ese rellano hay alguien...
En efecto, cuando subimos los
peldaños que ascendían al octavo piso, vi a Sus hablando con Wen y Vicrogo, de
quienes estaba despidiéndose en la puerta del ascensor.
—
¡Sus! —la saludé amigable y alegremente.
—
Sinéad, pero si son... son tus amigos...
—
Ven, hablemos con ellos. En la fiesta de mi cumpleaños apenas
conversasteis —le dije con felicidad.
—
¡Sinéad, qué sorpresa! —exclamó Sus con mucha alegría. Al ver que no
estaba sola, su sonrisa se llenó de timidez.
—
¡Hace mucho tiempo que no te veía, Sus! —expresé alegre también
dándole un abrazo cariñoso.
—
Sí... bueno...
—
Te echaba muchísimo de menos, Sus —le confesé mirándola a los ojos.
—
Yo también.
—
¡Vicrogo! —me reí cuando noté que él me miraba curioso.
—
¡Sinéad! ¿Es Arthur? —me preguntó con tanta inocencia que parecía un
niño ilusionado.
—
Sí, es Arthur. Me alegra que os acordéis de él. Arthur, no sé si
recuerdas a Sus, a Vicrogo y a... Wen —le dije disimulando y sonriéndole con
ternura. Al mirar a Wen a los ojos, algo se quebró por dentro de mí. Supe que
aquello me ocurriría siempre que estuviese a su lado.
—
Encantado de volver a veros a todos —les dijo extendiendo la mano.
Vicrogo se la tomó con educación.
—
El placer es nuestro, Arthur —habló Wen—. Sinéad me habló muchas veces
de ti y me gustaría conocerte más.
—
Vaya, espero que hayan sido cosas buenas... —anheló vergonzoso.
—
Nunca podría hablar mal de ti, Arthur —le aseguré con cariño.
—
¿Y adónde ibais? —nos preguntó Sus.
—
Pues a mi casa... Quería enseñársela. Hace poco que Arthur regresó de
un viaje... y quería mostrarle el lugar donde vivo —les expliqué con nostalgia
y felicidad a la vez.
—
Muy bien. Por favor, si queréis quedar alguna vez, llámame, Sinéad.
Tenemos muchas ganas de compartir con vosotros alguna tarde... Arthur, también
contamos contigo.
—
Muchas gracias, Sus. Sí, os llamaremos pronto —le prometí con una
sonrisa llena de gratitud y amabilidad.
Cuando ya nos hallamos en la
puerta de mi hogar, Arthur me miró con los ojos llenos de extrañeza y miedo.
Aquella mirada me hizo reír tiernamente. Verlo asustado me produjo una
sensación muy tierna, como si de pronto él se hubiese convertido en un niño
indefenso que yo debía proteger. Además, me sorprendía que lo inquietase saber
que era tan amiga de unos humanos tan encantadores cuando habíamos compartido
todos la noche de mi aniversario.
—
¿Qué te asusta tanto, cariño? —le pregunté muy dulcemente acercándome
más a él.
—
Me asusta que seas amiga de unos humanos...
—
Wen lo sabe todo, Arthur. También sabe todo lo que ocurrió en
Lainaya... bueno, una pequeña parte de lo que sucedió...
—
¿Lo sabe? ¿Y no te ha rechazado? —me cuestionó alarmado.
—
No, no me ha rechazado. Te prometo que te lo explicaré todo más
adelante...
—
Sí, tienes que explicarme muchas cosas... Yo no sé si podré estar con
ellos tan cómodamente como tú... Hace muchísimo tiempo que no me relaciono con
humanos y además... me cuesta mucho controlar la sed... Me siento incapaz de...
de restar serenamente...
—
No te preocupes por nada, Arthur. Lo que no entiendo es por qué
Leonard o yo no te hemos devuelto todavía tu poder... ¿Quieres que lo hagamos
esta noche?
—
No sé... Estoy confuso.
—
No te preocupes ahora por eso. Ven, entremos ya... Eros está
esperándonos —me reí con cariño.
—
Lleva más de dos horas esperándonos creo... —musitó con culpabilidad.
Eros no estaba ni molesto ni
preocupado. En cuanto nos oyó entrar, corrió hacia nosotros con el rostro lleno
de ilusión y felicidad. Recibió a Arthur con mucha amabilidad e incluso ternura
y, junto a mí, le enseñó todos los rincones de nuestro hogar. A Arthur pareció
encantarle, pues no dejaba de halagar cada objeto o estancia que le
mostrábamos.
—
Nos hemos encontrado a la señora Hermenegilda —le expliqué cuando nos
acomodamos en el sofá del salón.
—
¡No me digas que ya la has
conocido y que has tenido que soportarla! —exclamó Eros asustado.
Arthur y yo le contamos a Eros
todo lo que había ocurrido con la señora Hermenegilda y Eros no dejó de reírse
en ningún momento. Su risa nacía de la compasión más profunda y sincera.
—
Es imposible soportar a esa señora... aunque una vez nos salvó de una
situación invivible... Shiny y yo teníamos que preparar una cena para nuestros
amigos y...
Permanecimos conversando
animadamente durante toda la noche. Arthur se reía con todo lo que le
explicábamos y Eros, al verlo tan interesado, no dejaba de contarle experiencias
que aquella mujer tan especial nos había obligado a vivir.
—
Arthur, me gustaría hablar contigo a solas —le dijo Eros al cabo de
unas cuantas horas, después de conversar animadamente. El amanecer ya empezaba
a asomarse tras las nubes.
—
¿Sí? Está bien, pero...
—
Shiny, creo que tendrás que entretenerte con algo...
—
No os preocupéis. Tocaré el arpa —me reí inocentemente—; aunque siento
mucha curiosidad... ¿De qué queréis hablar?
—
Cosas de hombres —me contestó Eros con divertimento.
—
Vaya... —me lamenté.
Eros y Arthur se dirigieron
hacia la alcoba que Eros y yo compartíamos. Me hacía gracia que creyesen que
las cuerdas de mi arpa me alejarían definitivamente de sus voces. Eros confiaba
muchísimo en mí, por eso aceptó que permaneciese en el salón mientras ellos
conversaban sobre algo que yo no podía saber. Sí, es cierto que empecé a tañer
el arpa con mucha ternura y que resté tocándola hasta que ellos terminaron de
hablar, pero mis oídos no se separaron de sus voces en ningún momento.
Inevitablemente, yo captaba todas las palabras que se dirigían, incluso hasta
las más susurrantes.
Hablaban quedo, pero mis
vampíricos oídos percibían con una asombrosa precisión y nitidez todas las
palabras que componían sus frases. No pude evitar que aquella conversación me
hiciese sentir inmensamente nerviosa y que me provocase ganas de huir lejos de
allí. No sabía cómo interpretar la actitud de Eros, pues ésta me parecía
totalmente incomprensible y a la vez excesivamente sorprendente:
—
Arthur, quiero que seas sincero conmigo. ¿Eres feliz? —Supuse que
Arthur había negado con la cabeza, pues Eros prosiguió—: Te entiendo
perfectamente. Yo tampoco podría ser feliz sin Sinéad. Mira... sé que entre
vosotros dos hay un lazo que ni la muerte ha conseguido quebrar. No, no me
siento incómodo... Escúchame, por favor. Soy plenamente consciente de que entre
vosotros dos hay algo muy potente... No, eso no me estremece, Arthur. No me
mires así. Te prometo que no estoy incómodo ni asustado. Estoy hablándote con
toda la sinceridad que cabe en mi cuerpo. Me he puesto en tu lugar en infinidad
de ocasiones, incluso he leído los pasajes de las memorias de Sinéad en los que
hablaba de ti y de vuestro amor. Os habéis querido muchísimo a lo largo de la
Historia, muchísimo. Yo no he conocido nunca un amor así y, aunque sé que
Sinéad me ama con locura, soy consciente de que el amor que sentía por ti es
insuperablemente intenso... Es un sentimiento álgido que no podrá ser superado
por nada, pero eso no me inquieta porque Sinéad me ha demostrado muchísimas
veces que me quiere, que quiere estar conmigo y que por mí haría cualquier
cosa. Sin embargo, eso no quita que pueda experimentar otros sentimientos, es
decir... que en su corazón haya lugar para otro amor.
—
No, Eros... Lo nuestro quedó atrás para siempre, quedó en el pasado...
—susurró Arthur. Noté que estaba emocionado.
—
No es cierto, y lo sabes. Vuestra historia no ha podido quedar atrás
cuando en otro mundo habéis tenido una hijita, cuando la naturaleza no deja de
uniros, cuando la vida te ofrece una oportunidad tras otra para estar con ella.
No soy tonto, Arthur —se rió con
cariño—. Sé perfectamente lo que sientes. No es necesario que te hagas el
caballeroso conmigo. Sé que la amas con todo tu corazón y también sé que tú
para ella nunca dejarás de ser especial. Sé que Sinéad quiere estar conmigo, se
lo noto siempre que estamos juntos o que habla de mí, pero no puedo ignorar lo
que siente... Sé que quiere casarse conmigo, pues la noto inmensamente
ilusionada cuando preparamos cómo va a ser nuestra unión, pero...
—
Sinéad te quiere con locura y jamás te... engañaría —le confesó
nervioso—. Entre nosotros no ha ocurrido nada...
—
Arthur, no estoy intentando que me confieses si entre tú y ella ha
ocurrido algo... Y, en verdad, si hubiese sucedido algo, lo entendería. Sé que
entre vosotros existe un sentimiento muy potente... un sentimiento que va más
allá de la vida y la muerte.
—
¿Adónde quieres llegar con esto, Eros? Me siento culpable... No quería
que supieses que...
—
Arthur, lo único que estoy haciendo es ponerme en tu lugar. Yo sería
incapaz de vivir sin mi Shiny y sobre todo si hubiese vivido todo lo que tú has
vivido con ella.
—
Pero tú eres muy importante para Sinéad. Apareciste cuando ella
pensaba que ya no quedaba paz para su corazón... cuando aceptó que jamás
volvería a sonreír sinceramente.
—
Lo sé, pero eso no anula mis palabras —se rió cariñosamente. Me
sorprendía que Eros estuviese tan tranquilo.
—
Me asombra que... que seas así, Eros.
—
Simplemente me pongo en tu lugar y puedo imaginarme lo mal que estás
pasándolo. Sólo dime una cosa, Arthur... ¿Te gustaría compartir momentos
íntimos con Sinéad? ¿La necesitas entre tus brazos?
—
Eros, yo... yo no puedo decirte eso —titubeó nervioso.
—
Dime la verdad, Arthur. Solamente es una palabra... ¿Te gustaría estar
con ella?
—
Pues...
—
Sólo es una palabra, Arthur...
—
Sí... —contestó con mucha timidez.
—
¿Crees que Sinéad también te necesita?
—
Debes hablar con ella...
—
Sinéad no quiere hablar de ti cuando estamos juntos. Cree que me hará
daño.
—
No lo sé... Ella te quiere muchísimo... Ya debe quererte para no poder
regresar conmigo después de todo lo que hemos vivido...
—
Arthur —se rió Eros con cariño—, no soporto verte tan afligido.
¿Quieres que hablemos con ella?
—
Eros, no, no... Jamás sería capaz de estar con ella sabiendo que ella
te ama... Además, ¿no te daría miedo que esas situaciones provocasen que ella
quisiese regresar conmigo?
—
Algo me dice que eso no va a pasar.
—
Eros, hay una fuerza mágica que parece incitarnos a que estemos
juntos. Ya nos ha ocurrido en más de una ocasión... Hay algo, como una sombra,
como si fuesen unas manos invisibles, que controla nuestro entendimiento y
nuestros pensamientos y...
—
Seguro que esa fuerza proviene de Lainaya... Estoy seguro de que es la
misma diosa Ugvia quien desea que volváis a estar juntos.
—
¿Eso no te hace daño? —le preguntó desorientado.
—
Verás, hace tiempo entendí que hay dos tipos de vidas: las vidas
celestiales y las vidas terrenales. Es una locura, pero trataré de explicártelo
bien para que me entiendas. Las vidas celestiales se relacionan con la magia,
con la seguridad, con la protección, con la inmutabilidad del tiempo, con la
inocencia... Digamos que Sinéad y tú, cuando estáis juntos, estáis existiendo
en una vida celestial. Junto a ti, Shiny nunca correría peligro, estaría
completamente amparada. Por eso habéis podido uniros en Lainaya, porque es un
mundo mágico y celestial. Tú eres como un ángel que siempre podrá resguardarla
de todos los peligros de la vida... Vosotros solamente podéis vivir vuestro amor
en lares mágicos, alejados de la vida real, del paso del tiempo y de la
corrupción del mundo... mientras que las vidas terrenales se viven en la
realidad. Sinéad y yo existimos en una vida terrenal. En nuestra vida puede
haber peligro, lo cual la hace emocionante, vivimos a merced del paso del
tiempo y del cambio de la apariencia de los lugares... No sé si me entiendes...
—Supuse que Arthur asintió. Eros prosiguió—: Y es totalmente comprensible que,
aunque seamos felices en la vida terrenal, el alma de Sinéad recuerde
involuntariamente esa vida celestial. Siempre quedarán restos de la vida
celestial en la vida terrenal...
—
Qué bonito —susurró Arthur emocionado.
—
Sé que Sinéad no querrá abandonarme... por eso confío en que podáis
estar juntos algunas veces sin que suceda nada lamentable...
—
Pero no creo que ella acepte...
—
Podemos intentarlo...
—
Pero... ¿cómo podrás soportar saber que Sinéad y yo estamos juntos...?
—
Me entretendré haciendo otras cosas —se rió despreocupadamente.
Por supuesto que yo no podía
aceptar algo así. Era incapaz de compartir esos momentos con Arthur sabiendo
que Eros conocía perfectamente lo que estaba ocurriendo entre nosotros. Sería
incapaz de olvidarme de sus ojos entre los brazos de Arthur. Sí, era cierto que
por Arthur yo sentía un amor muy bonito que a veces trataba de confundirme,
pero estaba completamente segura de que deseaba permanecer junto a Eros todo el
tiempo que la vida desease entregarnos. Sin poder evitarlo, me alcé de donde
estaba sentada y me dirigí corriendo hacia nuestra alcoba. Entré allí sin pedir
permiso, intentando parecer serena, y, dedicándoles una sonrisa muy inocente,
les dije:
—
Lleváis hablando mucho rato y yo ya me he cansado de tocar el arpa
para nadie.
—
Eso es imposible, Shiny. Tú puedes estar tocando durante horas...
—
Pero no soporto esta curiosidad.
Lo que en verdad me ocurría era
que no soportaba que estuviesen hablando de algo sobre lo que yo debía opinar.
Eros enseguida conoció las causas de mi intranquilidad y, suspirando profundamente,
me comunicó:
—
Shiny, sé perfectamente que lo has oído todo.
—
¿Por qué has creído que no captaría ni una sola palabra? —le pregunté
curiosa y desorientada.
—
Porque era incapaz de mantener esta conversación con Arthur y contigo
a la vez...
—
Vaya...
—
Entonces... ¿qué opinas? —me cuestionó Eros con paciencia y serenidad.
—
No tiene sentido que nos permitas estar juntos... Sería forzar una
situación que yo no sería capaz de vivir, Eros. Yo no podría engañarte.
—
No se trata de forzar nada, Sinéad. Simplemente se trata de no
deteneros si en un momento dado surge la necesidad de estar unidos...
—
Eros... yo... yo te quiero muchísimo... No podría hacer eso.
—
Sé que es más emocionante estar con alguien a escondidas... pero...
prefiero saber que ocurre antes de que cargues tú sola con ese secreto.
—
Pero es que no ha ocurrido nada entre nosotros...
—
Sinéad, no ha ocurrido ahora, pero estoy seguro de que tarde o
temprano...
—
Eros, tu gesto es muy loable, de veras —intervino Arthur con timidez.
Noté que estaba muy incómodo—; pero no quiero que Sinéad se sienta forzada...
—
No, Arthur, no se siente forzada. Lo que le ocurre es que nunca le han
propuesto algo así.
—
Tu propuesta, sinceramente, es una gran prueba de amor, Eros... y creo
que la mayor prueba de amor que yo puedo ofrecerte es rechazarla.
—
Yo sé que me amas, Shiny. Jamás sería capaz de dudar de eso. Además,
lo que a mí me importa de veras son los sentimientos.
—
Creo que sería peligroso compartir esos momentos con Arthur, Eros...
No lo digo porque puedan confundirme, sino porque hay algo que desea que nos
unamos y... temo que con nuestra entrega se haga más fuerte.
—
No creo que eso ocurra, Shiny. Si el destino o lo que sea no quiere
que estemos juntos, ya te lo habría indicado en más de una ocasión.
—
No, Eros... y esta conversación se terminó —dije anhelosa.
—
Ahora dices que no. Sólo te pido que, si ocurre, me lo confieses —se
rió con cariño.
—
Confías demasiado en mí. Te recuerdo que soy muy extraña y mis
sentimientos parecen ser independientes de mi alma...
—
No, eso no es cierto. Me amas desde que me conociste, no me lo
niegues, y nada ha cambiado desde entonces... —me sonrió con complicidad—. Nada
va a cambiar porque compartas unos momentos íntimos con Arthur... Entiendo
perfectamente cómo se siente y, si estuviese en su lugar, a mí también me
gustaría que me propusiesen algo así.
—
¿No lo harás por piedad, verdad? —le preguntó Arthur nervioso e
incómodo.
—
¿Por piedad? No... por supuesto que no, Arthur.
—
No quiero que sientas compasión por mí.
—
No es por nada de eso, te lo aseguro.
—
Está bien...
—
Lo mejor será que habléis un ratito a solas... Supongo que ya no te
dará tiempo a ir hacia el castillo. Puedes quedarte aquí a dormir, Arthur —le
ofreció dirigiéndose hacia la puerta de la alcoba—. Voy a prepararte el sofá.
—
Gracias...
Cuando me quedé a solas con
Arthur, él me miró con los ojos llenos de desconcierto y tristeza. No pude
evitar que aquella mirada se me clavase en el alma como si de un afilado puñal
se tratase.
—
¿Por qué has dicho que no? Sé que estar juntos te apetece tanto como a
mí... —protestó con un susurro muy quedo.
—
He dicho que no porque me da miedo, Arthur —le contesté acercándome
más a él, musitando tan bajito... Supe que Arthur necesitaría leerme los labios
para poder entenderme. No quería que Eros oyese nuestras palabras.
—
¿A qué tienes miedo, amor mío? —me cuestionó con una voz casi
inaudible mientras me tomaba de la cabeza con sus cariñosas manos.
—
Tengo miedo a confundirme...
—
Tú amas a Eros con toda tu alma. No creo que te confundas...
—
Sí, lo amo, pero tú... tú eres para mí... algo inexplicable.
—
Es lo que ha dicho él... Juntos vivimos una vida celestial y...
—
Es mucho más que eso, Arthur. A Eros lo amo, jamás podría vivir sin
él, pero creo que... que por ti siento algo que ya no es amor. Es necesidad de
ti, de estar fundida con tu alma, de verte todos los ocasos cuando abro los
ojos y todos los amaneceres antes de sumirme en el sueño... Es una necesidad de
tus brazos, de tu sonrisa, de tu voz... Es como si me faltase algo cuando estoy
lejos de ti. Y creo que esto que siento por ti se intensificó al regresar de
Lainaya. Durante meses, desde que volvimos, estuve muy triste... sin saber por
qué siempre tenía ganas de llorar y por qué me sentía tan vacía. Experimentaba
en mí un vacío que no tenía fin y que no se llenaba nunca, ni siquiera cuando
recordaba todo lo que habíamos vivido en Lainaya. Extrañaba muchísimo a
Brisita, pero porque indirectamente te añoraba a ti... a ti, a través de
ella... porque Brisita es la representación de nuestro eterno amor, es la
confluencia de tu alma y la mía... Estar a su lado es estar junto a la
felicidad... y yo no podía ser feliz si no estabas con nosotras. Ahora sé qué
me horadó ese vacío tan hondo... Fue tu ausencia, Arthur... tu ausencia y el
saber que posiblemente no volvería a verte nunca más. —Estaba a punto de
ponerme a llorar, pero, antes de que el llanto silenciase o quebrase mi
susurrante voz, me detuve un instante para intentar serenarme. Después,
proseguí—: A Eros lo amo, es cierto, lo amo con locura; pero se trata de un
amor terrenal... de un amor que experimento con todos mis sentidos. Lo que
siento por ti es algo más que un sentimiento... No sé qué podría pasar si tú y
yo... si tú y yo nos unimos tanto... tan íntimamente... Y sí es cierto que lo
necesito, pero algo me dice que no debo prestarle atención a esa necesidad...
Algo me dice que esa necesidad no es más que el desencadenante de una tormenta
que arrasará con toda la serenidad de nuestra vida...
—
Pero, Sinéad, yo no puedo vivir así... Yo no puedo vivir sin ti y
mucho menos si sé que sientes por mí todo eso —protestó a punto de ponerse a
llorar.
—
Pero ¿me entiendes, Arthur? Tengo miedo a que mi vida se
resquebraje...
—
Sí, te entiendo perfectamente... No te preocupes por nada, Sinéad.
Nunca te forzaré a hacer nada que no quieras.
—
Arthur... jamás, jamás vuelvas a pensar que puedo vivir sin ti. Nunca
vuelvas a intentar marcharte, por favor... Me arrancas el alma cada vez que te
vas... cada vez que desapareces... Yo no puedo vivir sin ti... Aunque sea
plenamente feliz, siempre habrá en mí un vacío absorbente que solamente se
llenará cuando me mires a los ojos... Eres... eres una gran parte de mí, de mi
vida... y eso nunca cambiará.
—
Pues, si ya te sientes así... ¿qué más da que conviertas esos
sentimientos en hechos? —me preguntó acercándose más a mí—. Permite que tu
cuerpo me confiese todo lo que sientes...
—
Arthur... —suspiré asustada... asustada al notar que no tenía fuerza
de voluntad para apartarme de él—. Mi voluntad se anula cuando me miras así.
—
Aún me amas, Sinéad. Nunca dejarás de hacerlo.
—
Es imposible... Por ti me enloquecí una vez y estuve a punto de
perderme para siempre... Lo que siento por ti debe ser algo mucho más fuerte
que amor si me desvanezco cada vez que te alejas de mí.
—
Yo acepto que lo ames a él,
Sinéad; pero tal vez eres tú quien tiene que aceptar que nos amas a los dos, de
distinto modo, pero nos amas a los dos —me indicó acariciándome la cabeza muy
sutil y tiernamente con sus delicados dedos.
—
Es posible, pero ¿cómo se acepta algo así?
—
Somos eternos. Es imposible sentir siempre lo mismo... y es imposible
que lo que sentimos se desvanezca porque surja otra emoción u otro
sentimiento... —balbuceó nervioso.
—
Yo no estoy acostumbrada a esto —me quejé con pena.
—
Necesitas tiempo para aceptarlo, eso es todo...
Arthur y yo estábamos tan cerca
que apenas necesitábamos voz para expresarnos. Solamente nos bastaba con
mirarnos hondamente a los ojos. Tenerlo tan pegado a mí me llenaba el alma de
nervios, de felicidad y a la vez de una nostalgia que me quebraba el corazón.
Creí que aquella situación nunca se terminaría, pero de pronto oí que Eros se
aproximaba a nuestra alcoba. Arthur me dejó ir con una impotencia casi tangible
tiñendo todos sus gestos y su mirada. En breve, Eros entró en la habitación y
nos dedicó una mirada llena de complicidad.
—
¿Ya habéis llegado a un acuerdo? —nos preguntó curioso sentándose en
nuestro lecho.
—
Creo que Sinéad tiene que aceptar lo que siente —contestó Arthur con
amabilidad—. Gracias por todo, Eros... Voy a dormir... Tengo bastante sueño.
—
Hasta mañana, Arthur —me despedí con timidez.
Cuando se marchó, me senté junto
a Eros, a quien, sin saber muy bien por qué, no me creía capaz de mirar a los
ojos. La conversación que había mantenido con Arthur me había dejado el alma
aterida. No podía aceptar la realidad que se escondía tras todas las palabras
que habíamos intercambiado. Tampoco sabía si Eros aceptaría aquella realidad
tan... extraña. Saber que él nos había propuesto compartir los momentos más
íntimos de la vida no me bastaba para cerciorarme de que él podía vivir
conociendo lo que yo sentía por Arthur.
—
Shiny, sé perfectamente que por Arthur sientes algo indomable. No me
engañes más, mi Shiny. Sé que siempre que lloras lo haces por él, que estás
triste porque no podéis estar juntos...
—
Eso no es cierto, Eros. Es verdad que por él siento algo indomable y a
veces imposible de soportar, pero yo no estoy triste porque no estemos juntos
porque contigo soy muy feliz...
—
Ya no has vuelto a ser tan feliz conmigo desde que volvimos de
Lainaya. Siempre me dijiste que estabas triste porque extrañabas a Brisita,
pero yo sabía que no era la ausencia de tu hijita lo único que te hacía llorar
tan desconsoladamente.
—
No quiero que te sientas mal... No quiero que pienses que no soy feliz
contigo...
—
No lo pienso... Solamente quiero aceptar que en tu corazón no cabe
solamente el amor que sientes por mí, y lo entiendo, Shiny, de veras.
—
¿Cómo puedes entender algo así?
—
Porque Arthur y tú estáis unidos por algo que no pertenece ni a este
mundo ni a esta realidad.
—
Pero...
—
Pero no te preocupes más. Mientras note que me amas y que me deseas,
nada me entristecerá ni me inquietará, amor mío —me aseguró mientras me
abrazaba.
—
Eres... eres el mayor regalo que la vida podía hacerme. Tu valor es
incalculable, Eros. Eres... eres más que el ángel más bondadoso del cielo.
—
No me compares con los ángeles, mi Shiny... —me pidió riéndose
cariñosamente mientras se acomodaba conmigo entre sus brazos en el lecho—. Creo
que necesitas dormir...
—
Sí...
—
No me atrevo a hacer nada contigo sabiendo que Arthur puede oírnos —se
rió incómodo—; pero me muero de ganas de hacerte volar...
—
Quizá ya se haya dormido... —le sonreí.
—
¿Y si no? Más vale que durmamos, mi Shiny...
Y el sueño se adueñó demasiado rápidamente
de mi consciencia. Me lanzó a un mundo donde existían sensaciones y vivencias
que yo no me creía capaz de experimentar ni de vivir. En el mundo de los
sueños, en el inalcanzable mundo de los sueños, me encontré con alguien con
quien deseaba conversar desde hacía muchísimo tiempo, alguien que yo apreciaba
con respeto e inocencia. Me sorprendió encontrarme con él en un lugar tan
sombrío. Nos hallábamos en un desierto impregnado de nocturnidad y de un aroma
a humedad que despertó mis sentidos. Oisín estaba sentado en una roca, mirando
las estrellas como si en ellas quisiese encontrar escrito el significado de
nuestra existencia. Cuando notó que estaba enfrente de él, me dedicó una mirada
teñida de amabilidad, ilusión y felicidad. Se levantó de donde estaba sentado y
se lanzó a mí para abrazarme.
Me estremecí al sentir tan
nítidamente la humedad de su piel y la agilidad de su cuerpo. Oisín se separó
de mis brazos cuando empecé a creer que aquel momento no era un sueño...
Entonces me tomó de la mano y comenzó a caminar junto a mí bajo la titilante
luz de las estrellas.
—
¿Qué hago aquí, contigo, Oisín? —le pregunté desorientada.
—
Este desierto es tu alma, la que está llena de desorientación y miedo.
No tengas miedo, Sinéad. La magia nunca te hará daño.
—
¿Cómo sabes que tengo miedo?
—
Lo he sentido a través de la distancia que separa nuestros mundos. No
podemos vernos en la realidad, pero sí podemos estar juntos en el mundo de los
sueños. Mañana ambos recordaremos este sueño. Mira allí, Sinéad... ¿Ves esa
esfera azulada tan brillante? —Yo asentí con la cabeza—. Es Lainaya. Nuestro
cuerpo permanece intacto e inmóvil en el mundo en el que vivimos, pero nuestra
alma ha volado lejos de él y se ha colado en esta realidad onírica que
solamente existe cuando dormimos. Aquí nadie podrá hacernos daño.
—
Es maravilloso... —susurré emocionada.
—
Te extrañamos muchísimo, Sinéad, pero también añoramos a Rauth.
Estamos felices de que haya vuelto a la vida, pero nos entristece saber que
nunca más podrá regresar a Lainaya... Solamente podrá hacerlo si ambos
abandonáis la vida... y os dejáis arrullar por los brazos de la muerte;
pero en tu destino no hay lugar para la
muerte, Sinéad...
—
Pero eso es muy triste. Él adora Lainaya...
—
La adoró porque la conoció en la muerte... porque fue su hogar, su
refugio... cuando él feneció; pero no puede adorarla ahora... Es el mero
reflejo de tu ausencia.
—
No sé qué hacer, Oisín...
—
En Lainaya podríais ser inmensamente felices y os olvidaríais de todo
lo que os atormenta en vuestra vida...pero tú no puedes vivir en Lainaya
eternamente.
—
No, no puedo... aunque me gustaría mucho vivir allí durante un
tiempo...
—
Lo que debes hacer es dejarte llevar por tu destino. Confía un poco
más en tus sentimientos. Es posible que éstos sean muy intensos, pero porque compartas
más momentos con Arthur no vas a dejar de querer a Eros... Lo que sientes por
él también va más allá de la vida y la muerte. Recuerda que sobrevivió en
Lainaya cuando tu destino era estar con Rauth...
—
¿Cómo puedo vivir sabiendo que los amo a los dos?
—
¿Cuántos lugares de tu mundo adoras, Sinéad?
—
Bastantes, pero... sobre todo amo...
—
Lacnisha, ¿verdad?
—
Sí... —contesté con añoranza.
—
¿Y sientes por Lacnisha lo mismo que por Lainaya?
—
Sí, es algo muy parecido...
—
Es lo mismo que sientes por Eros y por Rauth, o Arthur... Son amores
distintos... Lo que puedo asegurarte es que la magia de Lainaya nunca permitirá
que seas infeliz, Sinéad.
Entonces, tras estas palabras,
Oisín desapareció y todo lo que nos rodeaba fue convirtiéndose en unas brumas
que me distanciaron lentamente de aquel mágico sueño. Todo fue desapareciendo
hasta que el recuerdo de aquel sueño se convirtió en un dormir profundo que me
mantuvo flotando por un mundo vacío hasta que el día devino en los empieces del
anochecer...