lunes, 23 de febrero de 2015

CAMINANDO HACIA UN NUEVO FUTURO - 02. LA VOZ DE UN ÁNGEL


CAMINANDO HACIA UN NUEVO FUTURO
02.
LA VOZ DE UN ÁNGEL
Mas aquel atardecer me sentía feliz y optimista. Sabía que el paso del tiempo nunca me había parecido lento, al contrario, siempre había tenido la sensación de que el tiempo se escapaba de mis manos sin que yo pudiese detenerlo. Además, ver aquel bosque más limpio y poder caminar entre los árboles que aún quedaban en pie sin que tuviese que esquivar los troncos caídos, las ramas destrozadas y las salidas y amenazantes raíces me serenaba, me hacía creer que todo volvería a la normalidad mucho antes de lo que yo me esperaba.
Y aquel ocaso era especial. Después de mucho tiempo, estaba compartiendo con Arthur un momento lleno de sencillez, felicidad e inocencia. Habíamos tocado música en medio del bosque, como si con nuestras trovas quisiésemos hipnotizar a la naturaleza para convencerla de que debía renacer cuanto antes. Habíamos entonado versos preciosos dedicados a los bosques, al viento (como si con nuestras palabras quisiésemos serenarlo), a la lluvia y sobre todo a la fuerza que yace tras los bosques, los mares, las montañas, los ríos...
Después de soñar despiertos con nuestras preciosas canciones, le propuse a Arthur dar un paseo por la ciudad en la que se encontraba el hogar que compartía con Tsolen. Él todavía no había estado allí y me apetecía enseñarle nuestro pisito. Arthur aceptó de buen grado y, sonriéndome con cariño, me pidió con los ojos que lo llevase adonde quisiese.
Arthur tampoco adoraba las ciudades, pero me reconoció que aquélla en la que se hallaba nuestra morada era muy especial. Le gustó que la calma más tierna invadiese todas las calles y halagó la apariencia de los edificios y las casas que la poblaban. Además, me confesó que en aquel lugar parecía como si suspirasen el paso del tiempo y la nostalgia más cálida.
     Por lo menos esta ciudad está en contacto con la naturaleza. Enseguida puedes adentrarte en el bosque que la rodea —le dije mientras caminábamos sosegadamente por una solitaria calle. El invierno y la creciente oscuridad que se repartía por el cielo provocaban que la soledad se acogiese en todos los rincones de aquella hermosa ciudad—. Sobre todo me gusta pasear por aquí antes de que amanezca y cuando ha anochecido.
     Sí, te entiendo —me sonrió—. ¿Y dónde está tu hogar, Sinéad? —me preguntó curioso.
     Allí —le contesté señalándole un edificio rodeado por cuidados jardines.
Cuando nos hallamos en la entrada de aquel edificio donde tantos momentos había vivido ya, noté que algo estaba a punto de adentrarse en nuestro momento para quebrarlo despiadadamente. Entonces, repentinamente, vi que la señora Hermenegilda salía del ascensor y se dirigía rápidamente hacia nosotros. Me reprimí un suspiro de disgusto y un chillido de desaprobación cuando me apercibí de que la señora Hermenegilda se había percatado de que estábamos allí.
     ¡Pálida Millonaria! —gritó descendiendo los tres peldaños que la separaban de la puerta.
     ¿Quién es, Sinéad? —me preguntó Arthur con un susurro lleno de preocupación.
     Es una vecina muy pesada que te hará muchísimas preguntas. Lo siento, no he podido...
     ¿Y por qué te ha llamado así? —me interrumpió extrañado.
     ¡Eh! ¡Los secretitos en reunión son de mala educación, pillines! Pero ¿de dónde has sacado este precioso y apuestísimo mozo? —me preguntó cuando ya me tuvo al alcance de sus manos. No tardó en agarrarme con fuerza del brazo.
     Es un amigo —le contesté un poco incómoda.
     ¿Un amigo? Me da a mí que es algo más. Una no puede ser solamente amiga de una escultura como ésta —me contradijo señalando a Arthur con la mano que le quedaba libre.
     Señora... tenemos prisa —me excusé intentando que me soltase.
     Siempre me dices lo mismo. Mira, te dejaré ir porque voy a casa de mi amiga Herminia, que vamos a hacer una reunión para ver los Oscares esos... que la señora Vicenta tiene una parandómica de esa y podemos ver la ntv o algo así. Ay, es que estas tecnologías no están hechas para que yo las entienda. ¿Tú cómo te llamas, guapo? —le interrogó a Arthur mirándolo profundamente a los ojos.
     Soy Arthur, señora. Encantado de conocerla.
     ¡De eso nada! ¡De usted ni hablar! ¿Cuántos años te piensas que tengo, caballero? Pues aquí la menda tuvo que trabajar desde los diez años, pero una sabe conservarse muy bien.
     Perdone —opuso Arthur avergonzado.
     ¿Cómo has dicho que te llamas?
     Arthur...
     ¿Y eso qué es? ¿En cristiano eso cómo se diría? —gritó.
     Arturo... —se rió sin poder evitarlo.
     Arturo... eso me gusta más. Arturo, cuando quieras, una está para servirte lo que desees, ya sea café con leche o pastas Martínez.
     No, gracias, señora.
     ¡Pero que no me llames señora te he dicho! —exclamó amigablemente dándole un leve puñetazo en el pecho.
     Señora... ¿cómo quiere que la llame?
     Señorita Hermenegilda, por supuestísimo. No cabe duda. Está escrito hasta en el diccionario.
     Muy bien... —susurró él desorientado.
     Que no, chico, joven... que una sabe perfectamente dónde la sitúa su edad. Soy una señora muy respetable y eso creo que ya lo has notado. Venga, que seguro que tendréis que cuchichear sobre vuestro romance ilícito...
     Señora, nosotros no... —intenté decir, pero la señora Hermenegilda me calló con una mueca de complicidad.
     Sé que hay algo más. Una es demasiado vieja y se da cuenta de esas cosas.
     No, no... Yo estoy con Eros... y vamos a casarnos —le informé nerviosa.
     ¿Vais a casaros? ¿Y a qué esperáis para invitarme a vuestra boda? —me preguntó desafiante.
     Claro, señora... Ya le diremos dónde se celebra —le aseguré nerviosa.
     ¿Y tú de dónde sales, pedazo de mozo? Hace mucho tiempo que no se me alegra la vista de esta manera. La última vez fue cuando vi a Pajares en la última película que hizo... Vaya labia tenía.
     ¿Pajares? ¿Eso qué es? —pregunté riéndome.
     Pajares salió en una película con el hijo de la Pantoja... una película muy buena con la que te pegas un hartón de reír.
     Si usted lo dice... —musité.
     ¡Y dale con el usted! Ay, estos jóvenes de hoy en día son a veces muy maleducados y otras sobradamente educados... ¿Dónde tienes al monumento que tienes como novio? Anda que tú te los buscas feos eh, pillina...
     Seguro que está en casa. Subiremos ya antes de que se haga más tarde —dije intentando parecer serena.
     Muy bien, hala, que os lo paséis bien. No sé cómo os divertiréis, pero espero que no sea de ninguna forma indecente.
     ¡señora! —se rió Arthur sorprendido.
     Hasta otra, señora Hermenegilda —me despedí tirando de pronto de la mano de Arthur. Al fin la señora Hermenegilda me soltó.
Cuando ya nos hallamos solos subiendo las escaleras que nos separaban de mi hogar, Arthur me comentó asustado:
     No entiendo cómo te arriesgas a vivir en el mismo edificio que ella... Me parece que es una mujer muy peligrosa que puede causarte problemas.
     No, no... Es muy parlanchina y sincera, pero nunca nos meterá en problemas. Es tan inocente que jamás se creería que somos...
     Shhhh... —me calló Arthur de pronto.
     ¿Qué ocurre?
     En ese rellano hay alguien...
En efecto, cuando subimos los peldaños que ascendían al octavo piso, vi a Sus hablando con Wen y Vicrogo, de quienes estaba despidiéndose en la puerta del ascensor.
     ¡Sus! —la saludé amigable y alegremente.
     Sinéad, pero si son... son tus amigos...
     Ven, hablemos con ellos. En la fiesta de mi cumpleaños apenas conversasteis —le dije con felicidad.
     ¡Sinéad, qué sorpresa! —exclamó Sus con mucha alegría. Al ver que no estaba sola, su sonrisa se llenó de timidez.
     ¡Hace mucho tiempo que no te veía, Sus! —expresé alegre también dándole un abrazo cariñoso.
     Sí... bueno...
     Te echaba muchísimo de menos, Sus —le confesé mirándola a los ojos.
     Yo también.
     ¡Vicrogo! —me reí cuando noté que él me miraba curioso.
     ¡Sinéad! ¿Es Arthur? —me preguntó con tanta inocencia que parecía un niño ilusionado.
     Sí, es Arthur. Me alegra que os acordéis de él. Arthur, no sé si recuerdas a Sus, a Vicrogo y a... Wen —le dije disimulando y sonriéndole con ternura. Al mirar a Wen a los ojos, algo se quebró por dentro de mí. Supe que aquello me ocurriría siempre que estuviese a su lado.
     Encantado de volver a veros a todos —les dijo extendiendo la mano. Vicrogo se la tomó con educación.
     El placer es nuestro, Arthur —habló Wen—. Sinéad me habló muchas veces de ti y me gustaría conocerte más.
     Vaya, espero que hayan sido cosas buenas... —anheló vergonzoso.
     Nunca podría hablar mal de ti, Arthur —le aseguré con cariño.
     ¿Y adónde ibais? —nos preguntó Sus.
     Pues a mi casa... Quería enseñársela. Hace poco que Arthur regresó de un viaje... y quería mostrarle el lugar donde vivo —les expliqué con nostalgia y felicidad a la vez.
     Muy bien. Por favor, si queréis quedar alguna vez, llámame, Sinéad. Tenemos muchas ganas de compartir con vosotros alguna tarde... Arthur, también contamos contigo.
     Muchas gracias, Sus. Sí, os llamaremos pronto —le prometí con una sonrisa llena de gratitud y amabilidad.
Cuando ya nos hallamos en la puerta de mi hogar, Arthur me miró con los ojos llenos de extrañeza y miedo. Aquella mirada me hizo reír tiernamente. Verlo asustado me produjo una sensación muy tierna, como si de pronto él se hubiese convertido en un niño indefenso que yo debía proteger. Además, me sorprendía que lo inquietase saber que era tan amiga de unos humanos tan encantadores cuando habíamos compartido todos la noche de mi aniversario.
     ¿Qué te asusta tanto, cariño? —le pregunté muy dulcemente acercándome más a él.
     Me asusta que seas amiga de unos humanos...
     Wen lo sabe todo, Arthur. También sabe todo lo que ocurrió en Lainaya... bueno, una pequeña parte de lo que sucedió...
     ¿Lo sabe? ¿Y no te ha rechazado? —me cuestionó alarmado.
     No, no me ha rechazado. Te prometo que te lo explicaré todo más adelante...
     Sí, tienes que explicarme muchas cosas... Yo no sé si podré estar con ellos tan cómodamente como tú... Hace muchísimo tiempo que no me relaciono con humanos y además... me cuesta mucho controlar la sed... Me siento incapaz de... de restar serenamente...
     No te preocupes por nada, Arthur. Lo que no entiendo es por qué Leonard o yo no te hemos devuelto todavía tu poder... ¿Quieres que lo hagamos esta noche?
     No sé... Estoy confuso.
     No te preocupes ahora por eso. Ven, entremos ya... Eros está esperándonos —me reí con cariño.
     Lleva más de dos horas esperándonos creo... —musitó con culpabilidad.
Eros no estaba ni molesto ni preocupado. En cuanto nos oyó entrar, corrió hacia nosotros con el rostro lleno de ilusión y felicidad. Recibió a Arthur con mucha amabilidad e incluso ternura y, junto a mí, le enseñó todos los rincones de nuestro hogar. A Arthur pareció encantarle, pues no dejaba de halagar cada objeto o estancia que le mostrábamos.
     Nos hemos encontrado a la señora Hermenegilda —le expliqué cuando nos acomodamos en el sofá del salón.
     ¡No me digas que  ya la has conocido y que has tenido que soportarla! —exclamó Eros asustado.
Arthur y yo le contamos a Eros todo lo que había ocurrido con la señora Hermenegilda y Eros no dejó de reírse en ningún momento. Su risa nacía de la compasión más profunda y sincera.
     Es imposible soportar a esa señora... aunque una vez nos salvó de una situación invivible... Shiny y yo teníamos que preparar una cena para nuestros amigos y...
Permanecimos conversando animadamente durante toda la noche. Arthur se reía con todo lo que le explicábamos y Eros, al verlo tan interesado, no dejaba de contarle experiencias que aquella mujer tan especial nos había obligado a vivir.
     Arthur, me gustaría hablar contigo a solas —le dijo Eros al cabo de unas cuantas horas, después de conversar animadamente. El amanecer ya empezaba a asomarse tras las nubes.
     ¿Sí? Está bien, pero...
     Shiny, creo que tendrás que entretenerte con algo...
     No os preocupéis. Tocaré el arpa —me reí inocentemente—; aunque siento mucha curiosidad... ¿De qué queréis hablar?
     Cosas de hombres —me contestó Eros con divertimento.
     Vaya... —me lamenté.
Eros y Arthur se dirigieron hacia la alcoba que Eros y yo compartíamos. Me hacía gracia que creyesen que las cuerdas de mi arpa me alejarían definitivamente de sus voces. Eros confiaba muchísimo en mí, por eso aceptó que permaneciese en el salón mientras ellos conversaban sobre algo que yo no podía saber. Sí, es cierto que empecé a tañer el arpa con mucha ternura y que resté tocándola hasta que ellos terminaron de hablar, pero mis oídos no se separaron de sus voces en ningún momento. Inevitablemente, yo captaba todas las palabras que se dirigían, incluso hasta las más susurrantes.
Hablaban quedo, pero mis vampíricos oídos percibían con una asombrosa precisión y nitidez todas las palabras que componían sus frases. No pude evitar que aquella conversación me hiciese sentir inmensamente nerviosa y que me provocase ganas de huir lejos de allí. No sabía cómo interpretar la actitud de Eros, pues ésta me parecía totalmente incomprensible y a la vez excesivamente sorprendente:
     Arthur, quiero que seas sincero conmigo. ¿Eres feliz? —Supuse que Arthur había negado con la cabeza, pues Eros prosiguió—: Te entiendo perfectamente. Yo tampoco podría ser feliz sin Sinéad. Mira... sé que entre vosotros dos hay un lazo que ni la muerte ha conseguido quebrar. No, no me siento incómodo... Escúchame, por favor. Soy plenamente consciente de que entre vosotros dos hay algo muy potente... No, eso no me estremece, Arthur. No me mires así. Te prometo que no estoy incómodo ni asustado. Estoy hablándote con toda la sinceridad que cabe en mi cuerpo. Me he puesto en tu lugar en infinidad de ocasiones, incluso he leído los pasajes de las memorias de Sinéad en los que hablaba de ti y de vuestro amor. Os habéis querido muchísimo a lo largo de la Historia, muchísimo. Yo no he conocido nunca un amor así y, aunque sé que Sinéad me ama con locura, soy consciente de que el amor que sentía por ti es insuperablemente intenso... Es un sentimiento álgido que no podrá ser superado por nada, pero eso no me inquieta porque Sinéad me ha demostrado muchísimas veces que me quiere, que quiere estar conmigo y que por mí haría cualquier cosa. Sin embargo, eso no quita que pueda experimentar otros sentimientos, es decir... que en su corazón haya lugar para otro amor.
     No, Eros... Lo nuestro quedó atrás para siempre, quedó en el pasado... —susurró Arthur. Noté que estaba emocionado.
     No es cierto, y lo sabes. Vuestra historia no ha podido quedar atrás cuando en otro mundo habéis tenido una hijita, cuando la naturaleza no deja de uniros, cuando la vida te ofrece una oportunidad tras otra para estar con ella. No soy tonto, Arthur —se rió  con cariño—. Sé perfectamente lo que sientes. No es necesario que te hagas el caballeroso conmigo. Sé que la amas con todo tu corazón y también sé que tú para ella nunca dejarás de ser especial. Sé que Sinéad quiere estar conmigo, se lo noto siempre que estamos juntos o que habla de mí, pero no puedo ignorar lo que siente... Sé que quiere casarse conmigo, pues la noto inmensamente ilusionada cuando preparamos cómo va a ser nuestra unión, pero...
     Sinéad te quiere con locura y jamás te... engañaría —le confesó nervioso—. Entre nosotros no ha ocurrido nada...
     Arthur, no estoy intentando que me confieses si entre tú y ella ha ocurrido algo... Y, en verdad, si hubiese sucedido algo, lo entendería. Sé que entre vosotros existe un sentimiento muy potente... un sentimiento que va más allá de la vida y la muerte.
     ¿Adónde quieres llegar con esto, Eros? Me siento culpable... No quería que supieses que...
     Arthur, lo único que estoy haciendo es ponerme en tu lugar. Yo sería incapaz de vivir sin mi Shiny y sobre todo si hubiese vivido todo lo que tú has vivido con ella.
     Pero tú eres muy importante para Sinéad. Apareciste cuando ella pensaba que ya no quedaba paz para su corazón... cuando aceptó que jamás volvería a sonreír sinceramente.
     Lo sé, pero eso no anula mis palabras —se rió cariñosamente. Me sorprendía que Eros estuviese tan tranquilo.
     Me asombra que... que seas así, Eros.
     Simplemente me pongo en tu lugar y puedo imaginarme lo mal que estás pasándolo. Sólo dime una cosa, Arthur... ¿Te gustaría compartir momentos íntimos con Sinéad? ¿La necesitas entre tus brazos?
     Eros, yo... yo no puedo decirte eso —titubeó nervioso.
     Dime la verdad, Arthur. Solamente es una palabra... ¿Te gustaría estar con ella?
     Pues...
     Sólo es una palabra, Arthur...
     Sí... —contestó con mucha timidez.
     ¿Crees que Sinéad también te necesita?
     Debes hablar con ella...
     Sinéad no quiere hablar de ti cuando estamos juntos. Cree que me hará daño.
     No lo sé... Ella te quiere muchísimo... Ya debe quererte para no poder regresar conmigo después de todo lo que hemos vivido...
     Arthur —se rió Eros con cariño—, no soporto verte tan afligido. ¿Quieres que hablemos con ella?
     Eros, no, no... Jamás sería capaz de estar con ella sabiendo que ella te ama... Además, ¿no te daría miedo que esas situaciones provocasen que ella quisiese regresar conmigo?
     Algo me dice que eso no va a pasar.
     Eros, hay una fuerza mágica que parece incitarnos a que estemos juntos. Ya nos ha ocurrido en más de una ocasión... Hay algo, como una sombra, como si fuesen unas manos invisibles, que controla nuestro entendimiento y nuestros pensamientos y...
     Seguro que esa fuerza proviene de Lainaya... Estoy seguro de que es la misma diosa Ugvia quien desea que volváis a estar juntos.
     ¿Eso no te hace daño? —le preguntó desorientado.
     Verás, hace tiempo entendí que hay dos tipos de vidas: las vidas celestiales y las vidas terrenales. Es una locura, pero trataré de explicártelo bien para que me entiendas. Las vidas celestiales se relacionan con la magia, con la seguridad, con la protección, con la inmutabilidad del tiempo, con la inocencia... Digamos que Sinéad y tú, cuando estáis juntos, estáis existiendo en una vida celestial. Junto a ti, Shiny nunca correría peligro, estaría completamente amparada. Por eso habéis podido uniros en Lainaya, porque es un mundo mágico y celestial. Tú eres como un ángel que siempre podrá resguardarla de todos los peligros de la vida... Vosotros solamente podéis vivir vuestro amor en lares mágicos, alejados de la vida real, del paso del tiempo y de la corrupción del mundo... mientras que las vidas terrenales se viven en la realidad. Sinéad y yo existimos en una vida terrenal. En nuestra vida puede haber peligro, lo cual la hace emocionante, vivimos a merced del paso del tiempo y del cambio de la apariencia de los lugares... No sé si me entiendes... —Supuse que Arthur asintió. Eros prosiguió—: Y es totalmente comprensible que, aunque seamos felices en la vida terrenal, el alma de Sinéad recuerde involuntariamente esa vida celestial. Siempre quedarán restos de la vida celestial en la vida terrenal...
     Qué bonito —susurró Arthur emocionado.
     Sé que Sinéad no querrá abandonarme... por eso confío en que podáis estar juntos algunas veces sin que suceda nada lamentable...
     Pero no creo que ella acepte...
     Podemos intentarlo...
     Pero... ¿cómo podrás soportar saber que Sinéad  y yo estamos juntos...?
     Me entretendré haciendo otras cosas —se rió despreocupadamente.
Por supuesto que yo no podía aceptar algo así. Era incapaz de compartir esos momentos con Arthur sabiendo que Eros conocía perfectamente lo que estaba ocurriendo entre nosotros. Sería incapaz de olvidarme de sus ojos entre los brazos de Arthur. Sí, era cierto que por Arthur yo sentía un amor muy bonito que a veces trataba de confundirme, pero estaba completamente segura de que deseaba permanecer junto a Eros todo el tiempo que la vida desease entregarnos. Sin poder evitarlo, me alcé de donde estaba sentada y me dirigí corriendo hacia nuestra alcoba. Entré allí sin pedir permiso, intentando parecer serena, y, dedicándoles una sonrisa muy inocente, les dije:
     Lleváis hablando mucho rato y yo ya me he cansado de tocar el arpa para nadie.
     Eso es imposible, Shiny. Tú puedes estar tocando durante horas...
     Pero no soporto esta curiosidad.
Lo que en verdad me ocurría era que no soportaba que estuviesen hablando de algo sobre lo que yo debía opinar. Eros enseguida conoció las causas de mi intranquilidad y, suspirando profundamente, me comunicó:
     Shiny, sé perfectamente que lo has oído todo.
     ¿Por qué has creído que no captaría ni una sola palabra? —le pregunté curiosa y desorientada.
     Porque era incapaz de mantener esta conversación con Arthur y contigo a la vez...
     Vaya...
     Entonces... ¿qué opinas? —me cuestionó Eros con paciencia y serenidad.
     No tiene sentido que nos permitas estar juntos... Sería forzar una situación que yo no sería capaz de vivir, Eros. Yo no podría engañarte.
     No se trata de forzar nada, Sinéad. Simplemente se trata de no deteneros si en un momento dado surge la necesidad de estar unidos...
     Eros... yo... yo te quiero muchísimo... No podría hacer eso.
     Sé que es más emocionante estar con alguien a escondidas... pero... prefiero saber que ocurre antes de que cargues tú sola con ese secreto.
     Pero es que no ha ocurrido nada entre nosotros...
     Sinéad, no ha ocurrido ahora, pero estoy seguro de que tarde o temprano...
     Eros, tu gesto es muy loable, de veras —intervino Arthur con timidez. Noté que estaba muy incómodo—; pero no quiero que Sinéad se sienta forzada...
     No, Arthur, no se siente forzada. Lo que le ocurre es que nunca le han propuesto algo así.
     Tu propuesta, sinceramente, es una gran prueba de amor, Eros... y creo que la mayor prueba de amor que yo puedo ofrecerte es rechazarla.
     Yo sé que me amas, Shiny. Jamás sería capaz de dudar de eso. Además, lo que a mí me importa de veras son los sentimientos.
     Creo que sería peligroso compartir esos momentos con Arthur, Eros... No lo digo porque puedan confundirme, sino porque hay algo que desea que nos unamos y... temo que con nuestra entrega se haga más fuerte.
     No creo que eso ocurra, Shiny. Si el destino o lo que sea no quiere que estemos juntos, ya te lo habría indicado en más de una ocasión.
     No, Eros... y esta conversación se terminó —dije anhelosa.
     Ahora dices que no. Sólo te pido que, si ocurre, me lo confieses —se rió con cariño.
     Confías demasiado en mí. Te recuerdo que soy muy extraña y mis sentimientos parecen ser independientes de mi alma...
     No, eso no es cierto. Me amas desde que me conociste, no me lo niegues, y nada ha cambiado desde entonces... —me sonrió con complicidad—. Nada va a cambiar porque compartas unos momentos íntimos con Arthur... Entiendo perfectamente cómo se siente y, si estuviese en su lugar, a mí también me gustaría que me propusiesen algo así.
     ¿No lo harás por piedad, verdad? —le preguntó Arthur nervioso e incómodo.
     ¿Por piedad? No... por supuesto que no, Arthur.
     No quiero que sientas compasión por mí.
     No es por nada de eso, te lo aseguro.
     Está bien...
     Lo mejor será que habléis un ratito a solas... Supongo que ya no te dará tiempo a ir hacia el castillo. Puedes quedarte aquí a dormir, Arthur —le ofreció dirigiéndose hacia la puerta de la alcoba—. Voy a prepararte el sofá.
     Gracias...
Cuando me quedé a solas con Arthur, él me miró con los ojos llenos de desconcierto y tristeza. No pude evitar que aquella mirada se me clavase en el alma como si de un afilado puñal se tratase.
     ¿Por qué has dicho que no? Sé que estar juntos te apetece tanto como a mí... —protestó con un susurro muy quedo.
     He dicho que no porque me da miedo, Arthur —le contesté acercándome más a él, musitando tan bajito... Supe que Arthur necesitaría leerme los labios para poder entenderme. No quería que Eros oyese nuestras palabras.
     ¿A qué tienes miedo, amor mío? —me cuestionó con una voz casi inaudible mientras me tomaba de la cabeza con sus cariñosas manos.
     Tengo miedo a confundirme...
     Tú amas a Eros con toda tu alma. No creo que te confundas...
     Sí, lo amo, pero tú... tú eres para mí... algo inexplicable.
     Es lo que ha dicho él... Juntos vivimos una vida celestial y...
     Es mucho más que eso, Arthur. A Eros lo amo, jamás podría vivir sin él, pero creo que... que por ti siento algo que ya no es amor. Es necesidad de ti, de estar fundida con tu alma, de verte todos los ocasos cuando abro los ojos y todos los amaneceres antes de sumirme en el sueño... Es una necesidad de tus brazos, de tu sonrisa, de tu voz... Es como si me faltase algo cuando estoy lejos de ti. Y creo que esto que siento por ti se intensificó al regresar de Lainaya. Durante meses, desde que volvimos, estuve muy triste... sin saber por qué siempre tenía ganas de llorar y por qué me sentía tan vacía. Experimentaba en mí un vacío que no tenía fin y que no se llenaba nunca, ni siquiera cuando recordaba todo lo que habíamos vivido en Lainaya. Extrañaba muchísimo a Brisita, pero porque indirectamente te añoraba a ti... a ti, a través de ella... porque Brisita es la representación de nuestro eterno amor, es la confluencia de tu alma y la mía... Estar a su lado es estar junto a la felicidad... y yo no podía ser feliz si no estabas con nosotras. Ahora sé qué me horadó ese vacío tan hondo... Fue tu ausencia, Arthur... tu ausencia y el saber que posiblemente no volvería a verte nunca más. —Estaba a punto de ponerme a llorar, pero, antes de que el llanto silenciase o quebrase mi susurrante voz, me detuve un instante para intentar serenarme. Después, proseguí—: A Eros lo amo, es cierto, lo amo con locura; pero se trata de un amor terrenal... de un amor que experimento con todos mis sentidos. Lo que siento por ti es algo más que un sentimiento... No sé qué podría pasar si tú y yo... si tú y yo nos unimos tanto... tan íntimamente... Y sí es cierto que lo necesito, pero algo me dice que no debo prestarle atención a esa necesidad... Algo me dice que esa necesidad no es más que el desencadenante de una tormenta que arrasará con toda la serenidad de nuestra vida...
     Pero, Sinéad, yo no puedo vivir así... Yo no puedo vivir sin ti y mucho menos si sé que sientes por mí todo eso —protestó a punto de ponerse a llorar.
     Pero ¿me entiendes, Arthur? Tengo miedo a que mi vida se resquebraje...
     Sí, te entiendo perfectamente... No te preocupes por nada, Sinéad. Nunca te forzaré a hacer nada que no quieras.
     Arthur... jamás, jamás vuelvas a pensar que puedo vivir sin ti. Nunca vuelvas a intentar marcharte, por favor... Me arrancas el alma cada vez que te vas... cada vez que desapareces... Yo no puedo vivir sin ti... Aunque sea plenamente feliz, siempre habrá en mí un vacío absorbente que solamente se llenará cuando me mires a los ojos... Eres... eres una gran parte de mí, de mi vida... y eso nunca cambiará.
     Pues, si ya te sientes así... ¿qué más da que conviertas esos sentimientos en hechos? —me preguntó acercándose más a mí—. Permite que tu cuerpo me confiese todo lo que sientes...
     Arthur... —suspiré asustada... asustada al notar que no tenía fuerza de voluntad para apartarme de él—. Mi voluntad se anula cuando me miras así.
     Aún me amas, Sinéad. Nunca dejarás de hacerlo.
     Es imposible... Por ti me enloquecí una vez y estuve a punto de perderme para siempre... Lo que siento por ti debe ser algo mucho más fuerte que amor si me desvanezco cada vez que te alejas de mí.
     Yo acepto que  lo ames a él, Sinéad; pero tal vez eres tú quien tiene que aceptar que nos amas a los dos, de distinto modo, pero nos amas a los dos —me indicó acariciándome la cabeza muy sutil y tiernamente con sus delicados dedos.
     Es posible, pero ¿cómo se acepta algo así?
     Somos eternos. Es imposible sentir siempre lo mismo... y es imposible que lo que sentimos se desvanezca porque surja otra emoción u otro sentimiento... —balbuceó nervioso.
     Yo no estoy acostumbrada a esto —me quejé con pena.
     Necesitas tiempo para aceptarlo, eso es todo...
Arthur y yo estábamos tan cerca que apenas necesitábamos voz para expresarnos. Solamente nos bastaba con mirarnos hondamente a los ojos. Tenerlo tan pegado a mí me llenaba el alma de nervios, de felicidad y a la vez de una nostalgia que me quebraba el corazón. Creí que aquella situación nunca se terminaría, pero de pronto oí que Eros se aproximaba a nuestra alcoba. Arthur me dejó ir con una impotencia casi tangible tiñendo todos sus gestos y su mirada. En breve, Eros entró en la habitación y nos dedicó una mirada llena de complicidad.
     ¿Ya habéis llegado a un acuerdo? —nos preguntó curioso sentándose en nuestro lecho.
     Creo que Sinéad tiene que aceptar lo que siente —contestó Arthur con amabilidad—. Gracias por todo, Eros... Voy a dormir... Tengo bastante sueño.
     Hasta mañana, Arthur —me despedí con timidez.
Cuando se marchó, me senté junto a Eros, a quien, sin saber muy bien por qué, no me creía capaz de mirar a los ojos. La conversación que había mantenido con Arthur me había dejado el alma aterida. No podía aceptar la realidad que se escondía tras todas las palabras que habíamos intercambiado. Tampoco sabía si Eros aceptaría aquella realidad tan... extraña. Saber que él nos había propuesto compartir los momentos más íntimos de la vida no me bastaba para cerciorarme de que él podía vivir conociendo lo que yo sentía por Arthur.
     Shiny, sé perfectamente que por Arthur sientes algo indomable. No me engañes más, mi Shiny. Sé que siempre que lloras lo haces por él, que estás triste porque no podéis estar juntos...
     Eso no es cierto, Eros. Es verdad que por él siento algo indomable y a veces imposible de soportar, pero yo no estoy triste porque no estemos juntos porque contigo soy muy feliz...
     Ya no has vuelto a ser tan feliz conmigo desde que volvimos de Lainaya. Siempre me dijiste que estabas triste porque extrañabas a Brisita, pero yo sabía que no era la ausencia de tu hijita lo único que te hacía llorar tan desconsoladamente.
     No quiero que te sientas mal... No quiero que pienses que no soy feliz contigo...
     No lo pienso... Solamente quiero aceptar que en tu corazón no cabe solamente el amor que sientes por mí, y lo entiendo, Shiny, de veras.
     ¿Cómo puedes entender algo así?
     Porque Arthur y tú estáis unidos por algo que no pertenece ni a este mundo ni a esta realidad.
     Pero...
     Pero no te preocupes más. Mientras note que me amas y que me deseas, nada me entristecerá ni me inquietará, amor mío —me aseguró mientras me abrazaba.
     Eres... eres el mayor regalo que la vida podía hacerme. Tu valor es incalculable, Eros. Eres... eres más que el ángel más bondadoso del cielo.
     No me compares con los ángeles, mi Shiny... —me pidió riéndose cariñosamente mientras se acomodaba conmigo entre sus brazos en el lecho—. Creo que necesitas dormir...
     Sí...
     No me atrevo a hacer nada contigo sabiendo que Arthur puede oírnos —se rió incómodo—; pero me muero de ganas de hacerte volar...
     Quizá ya se haya dormido... —le sonreí.
     ¿Y si no? Más vale que durmamos, mi Shiny...
Y el sueño se adueñó demasiado rápidamente de mi consciencia. Me lanzó a un mundo donde existían sensaciones y vivencias que yo no me creía capaz de experimentar ni de vivir. En el mundo de los sueños, en el inalcanzable mundo de los sueños, me encontré con alguien con quien deseaba conversar desde hacía muchísimo tiempo, alguien que yo apreciaba con respeto e inocencia. Me sorprendió encontrarme con él en un lugar tan sombrío. Nos hallábamos en un desierto impregnado de nocturnidad y de un aroma a humedad que despertó mis sentidos. Oisín estaba sentado en una roca, mirando las estrellas como si en ellas quisiese encontrar escrito el significado de nuestra existencia. Cuando notó que estaba enfrente de él, me dedicó una mirada teñida de amabilidad, ilusión y felicidad. Se levantó de donde estaba sentado y se lanzó a mí para abrazarme.
Me estremecí al sentir tan nítidamente la humedad de su piel y la agilidad de su cuerpo. Oisín se separó de mis brazos cuando empecé a creer que aquel momento no era un sueño... Entonces me tomó de la mano y comenzó a caminar junto a mí bajo la titilante luz de las estrellas.
     ¿Qué hago aquí, contigo, Oisín? —le pregunté desorientada.
     Este desierto es tu alma, la que está llena de desorientación y miedo. No tengas miedo, Sinéad. La magia nunca te hará daño.
     ¿Cómo sabes que tengo miedo?
     Lo he sentido a través de la distancia que separa nuestros mundos. No podemos vernos en la realidad, pero sí podemos estar juntos en el mundo de los sueños. Mañana ambos recordaremos este sueño. Mira allí, Sinéad... ¿Ves esa esfera azulada tan brillante? —Yo asentí con la cabeza—. Es Lainaya. Nuestro cuerpo permanece intacto e inmóvil en el mundo en el que vivimos, pero nuestra alma ha volado lejos de él y se ha colado en esta realidad onírica que solamente existe cuando dormimos. Aquí nadie podrá hacernos daño.
     Es maravilloso... —susurré emocionada.
     Te extrañamos muchísimo, Sinéad, pero también añoramos a Rauth. Estamos felices de que haya vuelto a la vida, pero nos entristece saber que nunca más podrá regresar a Lainaya... Solamente podrá hacerlo si ambos abandonáis la vida... y os dejáis arrullar por los brazos de la muerte; pero  en tu destino no hay lugar para la muerte, Sinéad...
     Pero eso es muy triste. Él adora Lainaya...
     La adoró porque la conoció en la muerte... porque fue su hogar, su refugio... cuando él feneció; pero no puede adorarla ahora... Es el mero reflejo de tu ausencia.
     No sé qué hacer, Oisín...
     En Lainaya podríais ser inmensamente felices y os olvidaríais de todo lo que os atormenta en vuestra vida...pero tú no puedes vivir en Lainaya eternamente.
     No, no puedo... aunque me gustaría mucho vivir allí durante un tiempo...
     Lo que debes hacer es dejarte llevar por tu destino. Confía un poco más en tus sentimientos. Es posible que éstos sean muy intensos, pero porque compartas más momentos con Arthur no vas a dejar de querer a Eros... Lo que sientes por él también va más allá de la vida y la muerte. Recuerda que sobrevivió en Lainaya cuando tu destino era estar con Rauth...
     ¿Cómo puedo vivir sabiendo que los amo a los dos?
     ¿Cuántos lugares de tu mundo adoras, Sinéad?
     Bastantes, pero... sobre todo amo...
     Lacnisha, ¿verdad?
     Sí... —contesté con añoranza.
     ¿Y sientes por Lacnisha lo mismo que por Lainaya?
     Sí, es algo muy parecido...
     Es lo mismo que sientes por Eros y por Rauth, o Arthur... Son amores distintos... Lo que puedo asegurarte es que la magia de Lainaya nunca permitirá que seas infeliz, Sinéad.
Entonces, tras estas palabras, Oisín desapareció y todo lo que nos rodeaba fue convirtiéndose en unas brumas que me distanciaron lentamente de aquel mágico sueño. Todo fue desapareciendo hasta que el recuerdo de aquel sueño se convirtió en un dormir profundo que me mantuvo flotando por un mundo vacío hasta que el día devino en los empieces del anochecer...