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UN REGRESO INSOPORTABLE
Hacía unos pocos días que Eros y
yo habíamos regresado de Lacnisha y todavía me parecía sentir en mi piel la
caricia de su gélido aliento. No lograba acostumbrarme al tenue invierno que
respiraba en las tierras en las que vivía. El frío no me acogía como lo hacía
el que habitaba entre los árboles de Lacnisha. La nieve que había caído casi
por accidente en la ciudad donde se encontraba nuestro hogar y en el bosque que
la rodeaba parecía tan quebrantable como las alas de una mariposa. Las
estrellas ya no brillaban igual y, cuando caminaba por las calles de aquella
ciudad, sentía que me faltaba el aire. Intentaba acostumbrarme a los olores y a
los matices de aquel entorno tan distinto de Lacnisha, pero el recuerdo de mi
adorada isla mágica no se separaba de mi mente, la invadía como si en verdad
mis pensamientos se compusiesen de su lejana imagen. Sonreía para tratar de
convencerme a mí misma de que estaba feliz donde me hallaba y de que no
extrañaba la nívea tierra de mis orígenes, pero por dentro de mí notaba una
nostalgia que a veces se convertía en un feroz nudo que me presionaba la
garganta con desdén y desconsideración.
Sin embargo, intentaba vivir
tiernamente cada instante que Eros y yo compartíamos. Desde la noche de mi
cumpleaños, no había vuelto a ver a Leonard y a nuestros amigos. Deseaba volver
a verlos, sobre todo porque habíamos permanecido lejos de ellos unas cuantas
semanas, pero me daba miedo que se hundiesen en mis ojos. Sobre todo Leonard y
Arthur sabían interpretar muy bien mi mirada y se apercibirían enseguida de que
me sentía triste. No obstante, era consciente de que no podía alargar el
momento de reencontrarme con ellos. Además, me preguntaba cómo estarían.
Anhelaba saber cómo se encontraría Arthur. La última vez que habíamos estado
juntos, él se había mostrado excesivamente triste, a pesar de que quisiese
esforzarse por aparentar felicidad... Los ojos de Arthur eran tan sinceros como
los míos.
Así pues, un mes posterior de la
noche de mi aniversario, me despedí de Eros, quien estaba entretenido viendo una
película de ciencia ficción, y me dirigí hacia el castillo de mi padre, donde
sabía que podría encontrar a Arthur. La naturaleza que rodeaba aquella antigua
morada parecía intimidada y silenciada por la oscuridad de la noche. Me pareció
que los árboles de hoja perenne estaban alicaídos. Hacía más de un mes que no
visitaba aquel bosque donde tantos momentos había vivido. No obstante, conforme
iba adentrándome en aquella naturaleza tan espesa, mi alma iba llenándose de
extrañeza y desorientación. La mayoría de los árboles que habían poblado aquel
bosque estaban tirados en el suelo, totalmente abatidos. Se trataba de árboles
inmensos, cuyos troncos eran tan gruesos que no podían soportar un abrazo,
cuyas copas parecían esconderse entre las estrellas. Me quedé paralizada cuando
advertí que aquel bosque parecía haber sido agitado por la mano destructiva de
un terremoto. Era incapaz de preguntarme qué había ocurrido allí, qué les había
sucedido a aquellos árboles de apariencia invencible.
Lo que más me estremeció fue ver
que los muros del castillo de mi padre resaltaban excesivamente en medio de la
naturaleza. Ya no había ningún árbol que lo protegiese con su frondosa copa.
Los que habían formado una muralla que lo distanciaba del mundo se habían
caído... todos, todos. No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas.
¿Qué había ocurrido allí? Sin poder preverlo, empecé a correr hacia el castillo
de mi padre, saltando los troncos casi hundidos en la tierra, esquivando las
ramas punzantes que ya no apuntaban hacia el cielo, intentando no tropezarme
con las raíces salidas...
Cuando llegué a la puerta de
aquella imponente morada, me percaté de que estaba llorando. Intenté controlar
mi llanto, pero me había sorprendido muchísimo encontrarme aquel bosque tan
amado en aquel estado tan... desolador, triste... La imagen de todos aquellos
árboles tirados como si fuesen un simple montículo de hojas se había quedado
grabada en mi mente y se había convertido en una bola de hierro que me
presionaba el pecho. Me pregunté si aquella destrucción también habría llegado
al castillo de mi padre. Me pregunté si todos mis seres queridos vivirían allí
aún o si habían optado por marcharse... Yo lo habría hecho. Vivir en aquel
lugar era como habitar junto a un ser querido que ha perdido la vida.
Me desprendí de esos
pensamientos incapaz de soportarlos y me adentré en la morada de mi padre con
sigilo. Todavía intentaba controlar las ganas de llorar que me dominaban, pero
era imposible. De mis ojos no dejaban de brotar lágrimas de decepción, de
pena... Aquel bosque se había mantenido brillante y firme durante una infinita
cantidad de años. Yo jamás pensé que lo vería morir de ese modo. Ya no había
caminos entre los árboles, muchos animalitos se habrían quedado sin hogar...
Esos árboles que me habían protegido de la mirada de las estrellas y cuya
presencia me había consolado en los momentos más difíciles de mis últimos años
como si sus troncos fuesen unos brazos que me rodeaban tiernamente ya no
vivían, ya no existían, solamente eran un montón de madera quebrada, de hojas
muertas...
Aquellos pensamientos me
desolaron muchísimo más. Yo me sentía muy conectada a todos esos árboles y era
incapaz de aceptar que éstos jamás volverían a ampararme con su antigua
presencia. No pude evitar que mi llanto se intensificase. Me dirigí corriendo
hacia un rincón donde pudiese llorar en silencio y en secreto. Pensaba
encerrarme en la alcoba que siempre ocupaba cuando me quedaba a dormir en el
castillo de mi padre; pero, cuando estaba a punto de atravesar el pasillo donde
ésta se encontraba, alguien se cruzó conmigo y se quedó paralizado al verme
correr tan despavorida y desconsolada. Me estremecí cuando, a través de mis
lágrimas, vislumbré la bellísima imagen de Arthur. Quise detenerme, pero antes
de que pudiese hacerlo, él se lanzó a mí y me rodeó fortísimamente con sus
brazos, como si quisiese protegerme de mi dolor; pero también supe que él me
abrazaba así porque deseaba percibirse amparado...
—
Sinéad —susurró tiernamente sobre mis cabellos mientras me abrazaba
con una dulzura que me estremeció—. ¿Qué haces por aquí? ¿Y por qué lloras?
—
Arthur, necesito... ir... a...
—
Ven, vayamos a mi alcoba —me pidió con un susurro lleno de amor
mientras se separaba de mis brazos y me tomaba de la mano.
Cuando ya nos hallamos en su
alcoba, nos sentamos en su lecho y por unos largos momentos el silencio habló
por nosotros. Durante aquellos densos y tensos instantes, intenté dejar de
llorar, pero la imagen de mi amado bosque completamente destrozado me impedía
cesar de plañir. Arthur todavía tenía tomada mi mano y me la presionaba con una
dulzura que trataba de sosegarme; pero sentir su cercanía y su apoyo hacía que
me desmoronase mucho más.
—
¿Qué te ocurre, cariño? —me preguntó muy dulcemente mientras me secaba
las lágrimas con un fino pañuelo.
—
¿Qué ha sucedido, Arthur? —hipé—. ¿Por qué está así nuestro bosque?
—
Ah, sí... Lo siento mucho, Sinéad.
—
¿Por qué? —pregunté completamente desolada.
—
Hubo una ventada muy fuerte hace una semana... el nueve de febrero...
Cuando anocheció y salimos de nuestro hogar, nos encontramos el bosque así. Lo
peor es que fue tan... tan de súbito que... nadie lo previó, ni siquiera
Leonard, quien es especialista en pronosticar esas cosas...
—
No puede ser...
—
Pero no te preocupes. Leonard ha dicho que plantará árboles nuevos...
—
No será lo mismo... ¿o acaso un ser querido es reemplazable por otro?
—le cuestioné muy tristemente.
—
No, por supuesto —respondió él con un susurro lleno de pena—. Lo
siento mucho, Sinéad. Leonard también está muy triste.
—
Leonard apreciaba muchos de los árboles que aquí había... Eran muy
antiguos...
—
Lo eran.
—
No entiendo por qué la naturaleza se destroza a sí misma...
—
Ella no se destroza a sí misma. Son los humanos quienes están
provocando la destrucción de la naturaleza. Ese viento tan fuerte que hubo es
producto de la contaminación y... pero... no, no quiero hablarte de esto...
Serénate, cariño —me pidió muy suavemente mientras me abrazaba con un primor
que me hizo pensar que yo era de escarcha.
—
No entiendo por qué tiene que ocurrir esto...
—
Sinéad... nosotros no podemos hacer nada...
—
Lo sé.
—
Pero dime... ¿cuándo regresaste de Lacnisha? —quiso saber mientras
tomaba mi cabeza entre sus manos y, tras limpiarme de nuevo las lágrimas que
ensombrecían mi mirada, se hundía en mis ojos.
—
Hace... unos cuatro días o así... Todavía no me acostumbro a estar
aquí —le confesé tímida y tristemente.
—
Es comprensible. Cuando vuelves de Lacnisha te parece que el mundo se
ha vuelto horrible, ¿verdad? —me sonrió con mucha nostalgia. Solamente Arthur
sabía sonreír así, con tanta melancolía y dulzura a la vez, con tanta luz y tanto
sentimiento.
—
Arthur... —musité de pronto, invadida por un sentimiento que me
asfixiaba, un sentimiento nacido de ser consciente de que él estaba allí,
frente a mí, después de haber vivido en el oscuro mundo de la muerte—, Arthur,
Arthur... —seguí susurrando mientras entornaba los ojos, embargada por aquella
potente certeza.
—
¿Qué ocurre, Sinéad? —me preguntó también con un susurro muy tierno
mientras se acercaba un poco más a mí.
—
Eres... tú... Estás aquí de nuevo. Lo siento, no sé por qué ahora digo
esto... pero es como si hasta ahora no hubiese sido consciente de que has
vuelto.
—
No, no... no te disculpes, por favor —me suplicó sonriéndome de
nuevo—. Posiblemente éste sea el primer momento en el que me siento vivo.
No supe qué contestar a aquellas
palabras tan inmensamente poderosas y hermosas. Era levemente consciente de por
qué las había pronunciado. Hacía muchísimo tiempo que Arthur y yo no nos
mirábamos así en esta vida, en este mundo. Recordaba la forma en que nos
mirábamos a los ojos en Lainaya, cuando éramos hijos de aquella bella magia...
pero aquellos momentos quedaban ya tan lejos de nosotros... Nos separaba de
ellos la frontera que divide la vida y la muerte, que hace de la existencia dos
faces totalmente opuestas.
Y de pronto tuve miedo, porque
mis miradas nacían de un sentimiento que me llenaba el alma y a la vez me la
vaciaba, un sentimiento que era mucho más fuerte que yo y que todos los vientos
que quisiesen destruir absolutamente todos los bosques de la Tierra.
—
Tú nunca debiste dejar de sentirte vivo —le musité vergonzosa
agachando los ojos. Fui consciente de pronto de que no era lícito mirar a
Arthur de ese modo—. Tú sólo te mereces estar vivo.
—
La muerte no me acoge únicamente cuando mi cuerpo se cansa de vivir
—me advirtió con timidez—, sino también cuando... cuando sé que te he perdido
para siempre.
—
Nunca me has perdido para siempre —lo contradije fijando los ojos en los
pliegues de mi falda—. Siempre habrá algo de mí en ti, algo que nadie podrá
tener jamás... Noté que Arthur sonreía, pero yo no me atrevía a mirarlo—.
Arthur, me gustaría... me gustaría que todo fuese distinto —me apresuré a
decir. Tenía miedo a que mis palabras se malinterpretasen, aunque de repente me
pregunté si podían tener una interpretación maligna y errónea—. Tú te mereces
ser feliz.
—
Sinéad... —suspiró apartando los ojos de mí—, nunca, nunca podré ser
feliz si... si no estoy contigo; pero no quiero que malgastemos el tiempo que
tenemos hablando de mis sentimientos. Cuéntame, por favor, cómo te fue por
Lacnisha.
Aunque Arthur intentase sonreír,
yo sabía que su alma estaba llena de desolación y tristeza. Su voz era incapaz
de engañarme y de ocultar los sentimientos que él experimentaba, que lo
asfixiaban injustamente. Traté de explicarle lo que había vivido en Lacnisha junto
a Eros, pero todas las palabras que le dirigía estaban forzadas y llenas de
distracción. Al cabo de unos pocos minutos, tanto Arthur y yo advertimos que
ninguno de los dos se sentía capaz de mantener esa conversación. Aquello nos
hizo reír tiernamente, pero también con un ápice de amargura tiñendo nuestra
sonrisa.
—
Eres feliz con Eros, ¿verdad? Sí, sí lo eres. No, no estoy triste por
eso —me avisó cuando captó la inseguridad que se había posado en mis ojos—. Me
alegro muchísimo de que puedas ser tan feliz, Sinéad. Te lo mereces. Has
sufrido mucho... a lo largo de toda tu vida —susurró temeroso—. Fuimos tontos,
Sinéad... y lo pagamos.
—
No, no digas eso...
—
No importa... En realidad toda la culpa de mi tristeza es mía. Yo soy
el único culpable de mi desdicha. Tendría que buscar una solución a mis sentimientos...
Tendría que esforzarme por ser feliz, pero no puedo, Sinéad. Hay algo por
dentro de mí que me lo impide, como si fuesen unas garras de hierro que me hienden
el alma... Parece como si hubiese regresado de la muerte arrastrando toda la
tristeza que invade ese oscuro mundo.
—
A partir de ahora intentaremos que no tengas que pensar más en esas
cosas —dije estremecida—. No tengo pensado marcharme a ninguna parte...
—
Pero tampoco puedo permitir que vuelques tu vida en mí. Tienes A
Eros... él te necesita...
—
Pero tú eres mi amigo, quizá el amigo más especial que tengo... y
lucharé por tu felicidad, aunque, para ello, tenga que renunciar a una gran
parte de la mía...
—
Eso jamás... jamás —sentenció conmovido.
—
Te propondría ir a dar un paseo por el bosque, pero...
—
Prefiero quedarme aquí, conversando contigo —me sonrió con dulzura—.
Me gustaría contarte algo. Durante tu ausencia, los vampiros que conocimos en
la fiesta que Scarlya preparó no han dejado de venir a visitarnos. Scarlya y
Erick son muy buenos amigos y yo me llevo estupendamente con Amadeus y Urien...
Son encantadores... pero Etain... se nota mucho que...
—
¿Qué ocurre? —le pregunté divertida al percibir su inseguridad.
—
Está muy pendiente de mí. Continuamente me busca para conversar a
solas, me pregunta acerca de mi vida, quiere saber tantas cosas que me siento
abrumado y también me revela momentos de su vida y... me siento un poco
agobiado. Es una mujer muy buena y amable, pero... no puedo darle lo que ella espera
de mí, Sinéad.
—
Etain se ha enamorado de ti —me reí tiernamente, aunque lo cierto era
que me sentía bastante incómoda. Sin saber por qué, una punzada de nostalgia y
de dolor me había traspasado el alma—. Qué pena que no la correspondas...
—
¿De veras te da pena que no me haya enamorado de ella, Sinéad? —me
preguntó de pronto muy serio mirándome a los ojos.
—
Bueno... me gustaría que fueses feliz, nada más... —le respondí
agachando los ojos.
—
¿No te importaría que ella y yo...?
—
La verdad... pues...
—
No, no te importaría —concluyó incapaz de mirarme a los ojos.
—
Lo cierto es que sí, sí me importaría —le confesé apresuradamente
incapaz de permitir que él creyese algo que no era cierto, algo que ya estaba
empezando a herirlo en el alma—. Sí me importaría porque sé que tú no estás
enamorado de ella.
—
Yo no puedo estar enamorado de nadie —me avisó separándose de pronto
de mí—; pero ya estoy cansado de decírtelo. Será mejor que te marches, Sinéad
—me pidió avergonzado.
—
Arthur, estás malinterpretándolo todo, cariño —le advertí acercándome
de nuevo a él—. Soy incapaz de ordenar mis sentimientos... pero...
—
Lo sé. Por eso quiero que te marches. Es peligroso que estemos juntos.
—
¿Peligroso? —me reí inquieta y divertida mientras acariciaba sus
rojizos rizos—. Yo no tengo miedo.
—
¿No tienes miedo? —me desafió también sonriéndome divertido mirándome
de nuevo a los ojos.
—
Tú jamás podrás darme miedo, Arthur —le sonreí.
—
¿Ni siquiera si hago esto?
Entonces, inesperada y
tiernamente, Arthur se acercó a mis labios y empezó a besarme desesperadamente
mientras tomaba mi cabeza entre sus manos y me la presionaba con mucha dulzura.
Me quedé paralizada cuando sentí sus labios contra los míos, cuando noté la
caricia de sus besos, cuando saboreé su amor en mis labios... No pude evitar abrazarme
a él mientras permitía que sus besos me apartasen de la tierra. Sabía que tenía
que separarme de él, pero de momento... era incapaz de hacerlo, ya fuese porque
temía lacerarlo en el alma si lo hacía o porque en verdad... no quería que
dejase de besarme.
De pronto, una poderosa certeza
resbaló por mi mente hasta acabar invadiendo toda mi alma: Arthur era el padre
de mi hijita, de la única hijita que yo tendría en la vida y en cualquier
mundo. Arthur y yo estábamos unidos por un lazo que nadie, ni siquiera la
muerte, podría quebrantar jamás, un lazo que se había materializado en Brisita,
en la confluencia de su alma y la mía, la mezcla de toda su magia y la mía...
Aquella certeza me estremeció... y me impidió separarme de Arthur, de sus
labios, de sus prohibidos besos. Incluso, aquella certeza dominó mi cuerpo y me
hizo abrazarlo con mucha más fuerza y pasión mientras acentuaba la intensidad
de nuestros besos. Al notarme tan suya, Arthur me presionó contra sí mientras
hacía de nuestros besos los más intensos y enloquecidos que nadie me había dado
en mucho tiempo.
Algo me impedía apartarme de él.
Me sentía como si una voluntad inquebrantable se hubiese apoderado de mi cuerpo
y de mi alma, como si un espíritu se hubiese adentrado en mí controlando
entonces todos mis pensamientos, mis sentimientos, mis movimientos y mis
deseos. Lo único que anhelaba era que aquel momento no se terminase nunca, que
éste se alargase y se alargase hasta construir toda nuestra vida. Ni siquiera
me acordaba de dónde estábamos, ni de Eros, ni de mi hogar... ni de mí misma.
En un perdido instante, me pregunté si en verdad alguien se había apropiado de
todo mi ser...
Antes de perder el último rastro
de mis pensamientos, supe, sin saber de dónde procedía aquella certeza, que una
magia muy potente y devastadora se había adueñado de nosotros porque deseaba
que de nuevo estuviésemos juntos. Me pregunté si aquella magia emanaba de la
existencia de Lainaya. Yo notaba, muy vagamente, que algo palpitaba en mi alma
y que a nuestro alrededor se había formado una bruma muy cálida que nos rodeaba
tiernamente. No podía mirar fijamente a ninguna parte, pero de repente capté
que aquella niebla tan inocente se convertía en una nube que nos absorbía y nos
arrancaba de nuestro presente. No me pregunté nada. Tampoco quise asustarme. Lo
único que hice fue separarme de los labios de Arthur para mirarlo a los ojos a
través de aquella extraña confusión y abrazarme con más fuerza a él para que
nada nos separase.
Entonces, inesperadamente, al
separarme de los labios de Arthur, aquella bruma tan brillante y tibia que nos
había rodeado se disipó y reapareció ante mis ojos la alcoba de Arthur. Volví a
sentirme entre sus brazos, sentada en su lecho... y noté que mi respiración
estaba levemente agitada.
—
¿Qué ha ocurrido? —le pregunté un poco asustada. No había podido
evitar que el miedo se hiciese un huequito junto a la extrañeza y la felicidad
que me habían anegado el alma.
—
No lo sé, Sinéad —me contestó Arthur sonriéndome de forma ensoñadora—;
pero ha sido algo maravilloso... Ha sido como si algo nos transportase. Me
siento... feliz... —se rió entornando los ojos.
—
No entiendo nada... Todo ha desaparecido y lo único que sentía eran
unas ganas inmensas de que ese momento no se terminase nunca —susurré
sorprendida cubriéndome los labios con mi diestra—. Arthur... hay algo que...
que nos incita a estar juntos —le confesé estremecida—. Aún noto esa extraña
fuerza por dentro de mí, como si fuese una voz que me pide que... que vuelva a
besarte de nuevo...
—
Yo también la siento. Sé que no proviene de nuestro interior,
Sinéad... Hay algo que... que está cerca de nosotros, intentando
controlarnos...
—
¿Y qué debemos hacer? —le pregunté perdida.
—
Bésame de nuevo, Sinéad... Quiero que esa magia vuelva a dominarnos otra
vez y nos lleve lejos de aquí... —me suplicó acercándose a mis labios.
Mas entonces algo quebró la
magia que nos rodeaba. Alguien abrió repentinamente la puerta de la alcoba de
Arthur. Nos separamos mucho antes de sentir la caricia del aire que estaba
adentrándose fríamente en aquel cálido rincón. Arthur no se atrevía a mirar
hacia la puerta. Sus ojos me desvelaban que su alma se había llenado de
inseguridad y de lástima.
—
Sinéad, ¿cuándo has vuelto? —me preguntó una voz impregnada de
desorientación y desconcierto—. ¿Por qué no has venido a verme?
Leonard estaba detenido en la
puerta de la alcoba mirándonos con una extrañeza estremecedora y casi tangible.
No pude evitar sobrecogerme cuando me adentré en sus nocturnos ojos y percibí
la desaprobación que los teñía. Sin controlar mis movimientos, me alcé del
lecho y me dirigí hacia él tratando de sonreírle con mucho amor, pero mi alma
estaba llena de inseguridad y miedo.
—
Hace muy poco que he llegado. Me encontré a Arthur por el pasillo y...
como estaba muy triste... me propuso...
—
Entonces... ¿ya has visto cómo está nuestro bosque, verdad? —me
preguntó con una voz apática.
—
Sí...
—
Necesito que hablemos, Sinéad.
—
Ahora estaba...
—
Ahora, Sinéad —me interrumpió fríamente. Su voz sonaba tan distante...
—
Arthur... tendremos que vernos...
—
No te preocupes, Sinéad. Ve con él. Si cuando terminéis de hablar
todavía no es demasiado tarde, ven a buscarme. Estaré aquí...
Tras sonreírle con mucha
ternura, salí de aquella alcoba junto a Leonard y empezamos a caminar por aquel
frío pasillo hasta acabar en la biblioteca, donde Leonard se encerró conmigo y
se sentó en un gran sillón de terciopelo. Yo me situé enfrente de él, también
acomodada en otro sillón rojo, y, con los ojos fijos en mis manos, esperé a que
empezase a hablar. Sabía que sus palabras podían herirme...
—
Sinéad, ya sabes que te quiero muchísimo, ¿verdad?
—
Sí... —contesté confusa.
—
Y creo que también sabes que quiero a Arthur como mi hijo...
—
Sí...
—
Y creo que también sabes que Arthur no está bien...
—
Sí...
—
...y que no está bien porque todavía se muere de amor por ti. Eso lo
sabes, ¿verdad?
—
Sí...
—
¿Y recuerdas que en primavera te casarás con Eros?
—
Por supuesto...
—
Entonces, por favor, Sinéad, no juegues con los sentimientos de Arthur
—me pidió con paciencia, pero yo sabía que estaba exaltado.
—
Jamás se me ocurriría hacer algo así, padre —le aseguré avergonzada.
—
¿Qué sientes por él, Sinéad? ¿Te lo has preguntado alguna vez estando
con Eros?
—
Sí...
—
¿Te lo has preguntado en este mundo? Ya sé que en Lainaya... todo era
distinto, pero el mundo que cuenta es éste.
—
No lo creo. En Lainaya... Arthur y yo hemos tenido una hijita...
—
Sí, esa certeza es muy poderosa —me reconoció entornando los ojos—.
Sinéad, me gustaría que fueses totalmente sincera conmigo, pues debo decirte
algo.
—
Padre, yo quiero muchísimo a Arthur...
—
¿Más que a Eros?
—
Es distinto —le contesté con vergüenza.
—
Explícate.
—
Con Arthur he vivido los mejores momentos de mi vida.
—
¿Sólo eso?
—
Por Arthur sentí y he sentido el amor más intenso de la Historia —le
confesé con una voz a punto de quebrarse. Era incapaz de hablar de mis
sentimientos sin ponerme a llorar, y más concretamente si éstos estaban
relacionados con Arthur.
—
¿Eres consciente de que tu llanto te delata? ¿Por qué lloras?
—
Por todo, Leonard... por cosas que ni siquiera puedes imaginarte.
—
¿Qué tipo de cosas?
—
Hace mucho tiempo que me hace llorar cualquier cosa.
—
Sinéad... confiésame lo que sientes —me pidió un poco más relajado, al
fin enternecido. El tono de su voz me hizo llorar más hondamente.
—
Hace muchísimos meses que no me siento bien, que no me siento
plenamente feliz. Siempre hay algo que me entristece... Desde que volvimos de
Lainaya, ya no he vuelto a ser la misma, ya no he vuelto a reír sinceramente,
ya no he vuelto a apreciar mi vida de la misma forma —le confesé sollozando.
—
¿Por qué? —me preguntó acercándose a mí e intentando tomar mis manos,
pero yo prefería que no lo hiciese, pues entonces me desmoronaría
definitivamente.
—
No lo sé. Pienso mucho en Brisita y en todas las hadas que conocimos
en Lainaya, pero sobre todo en mi hijita. Sueño con ella casi todos los...
días... Pienso en ella cuando me despierto... cuando miro el cielo... No puedo
más. La extraño tanto que... que no... no puedo... soportarlo... —hipaba totalmente
desconsolada.
—
Sinéad... —susurró mi padre estremecido.
—
Me gustaría vivir con ella, cerca de ella; me gustaría verla todos los
días, a todas horas... Quiero saber de ella y no me conformo con las cosas que
me transmite el sutil lazo que nos une... En este mundo asqueroso y maligno,
nuestro lazo no tiene tanta fuerza, y yo no puedo soportar eso. Tengo miedo a
que algún día ese lazo se desvanezca y ya no vuelva a verla nunca más... Y no
quiero que se marche de la vida habiendo compartido tan pocos momentos con
ella. Es injusto, Leonard, es injusto...
—
Cálmate, Sinéad. No creo que sea bueno que llores así. Tranquilízate,
cariño —me aconsejó mientras me abrazaba. Al sentirme rodeada por sus brazos,
protegida en su pecho, mi llanto se volvió tan profundo que apenas sentía el
aire que entraba por mis labios—. Sinéad, Sinéad...
—
Siento que me ahogo, siento un vacío que me ahoga, padre... No puedo
más, no puedo.
—
Es injusto que tengas que vivir separada de ella... —me reconoció
acariciándome los cabellos.
—
¡Yo no quiero estar en este mundo! Ya no me parece hermoso... ya no...
—
Pero en este mundo hay muchos seres que te queremos con toda nuestra
alma, cariño... —intentó consolarme, pero su voz sonó trémula. Hacía muchísimo
tiempo que no lloraba así delante de mi padre... ni de nadie...
—
Continuamente me esfuerzo por... por estar bien... y... sé que... no
es suficiente... Eros se da cuenta de que estoy triste... siempre...
—
Sinéad, cálmate...
Mas no me calmé hasta que
pasaron unos larguísimos y tristísimos minutos. Incluso creí que había
permanecido llorando durante más de una hora; pero Leonard no se mostró
impaciente conmigo. No dejó de consolarme en ningún momento. Me abrazaba con
cariño, me acariciaba los cabellos, me besaba en la frente, me limpiaba las
lágrimas y me dedicaba palabras de aliento que, poco a poco, fueron convirtiéndose
en unas manos que me rozaron el alma, cubriendo esas heridas que no dejaban de
sangrar por dentro de mí. Hacía muchísimo tiempo que deseaba confesarle a
alguien todo lo que sentía... y, cuando lo hube hecho y cuando hube llorado
todo lo que mi alma me pedía, entonces me separé de los brazos de Leonard y me
acomodé en aquel sillón de terciopelo rojo esperando que los rescoldos del
llanto me permitiesen respirar sosegadamente; algo que tardó mucho en ocurrir.
—
Aunque te parezca imposible, entiendo perfectamente cómo te sientes,
cariño —me aseguró quebrando un largo y espeso silencio—. Yo me sentiría igual
si tuviese que vivir lejos de ti...
—
No sé por qué ya no puedo encontrar la felicidad ni la calma en
vosotros... Eso me hace sentir culpable... —dije con un susurro—. Es como si en
Lainaya se hubiese quedado una gran parte de mí...
—
Lo entiendo perfectamente, cariño.
—
Y Arthur... Arthur es el único rescoldo que me queda de ese mundo. Que
Arthur haya vuelto de nuevo... me hace pensar que es el ser más mágico que hay
en mi vida... Quizá esté siendo injusta con todos, pero...
—
No estás siéndolo, Sinéad. Arthur, aparte de ti, es el ser más mágico
que conozco. Nadie es capaz de retornar de la muerte tantas veces...
—
Me siento culpable por Eros. Lo quiero mucho, Leonard.
—
Pero creo que lentamente ese amor que sientes por él irá mermando...
—
No, no, no —negué escandalizada y herida.
—
No quiero asustarte, Sinéad; pero he captado algo muy potente cuando
he entrado en la alcoba de Arthur. Estabais a punto de besaros, no me lo
niegues... y en vuestros ojos... había sentimientos que yo no sé interpretar.
—
Nos ha ocurrido algo muy extraño, Leonard. Ha sido como sentir que la
magia nos dominaba... Había algo a nuestro alrededor que nos incitaba a querer
estar juntos y que nos apartaba de este mundo... Ha sido algo precioso, pero
también desconcertante.
—
Ya no me sorprende nada —se rió tiernamente—. Lo único que deseo es
que nadie sufra, ni tú, ni Eros y mucho menos Arthur. Arthur es muy frágil,
Sinéad. Está costándome mucho que permanezca en este mundo. Él también desea
partir hacia Lainaya y quedarse allí para siempre.
—
¿De veras? Pero él no puede regresar.
—
Solamente puede volver a Lainaya si muere... y bajo la condición de que nunca más querrá regresar
a este mundo.
—
¿Quiere irse, entonces? —le pregunté asustada.
—
No quiere irse solo.
—
¿Qué quieres decir?
—
En Lainaya vive vuestra hijita... Lo más lógico es que quiera regresar
a Lainaya contigo.
—
Pero... yo tampoco puedo vivir allí eternamente...
—
Sí, sí puedes; pero solamente es posible si aceptas abandonar para
siempre este mundo.
—
¿Y tú cómo sabes eso? —le pregunté asustada y sorprendida.
—
Verás, hace unas semanas, Arthur trató de llamar a Brisita con toda la
fuerza de su alma. Al fin, logró llamar la atención de vuestra hija y de
repente ella apareció en el bosque... Lo primero que hizo fue advertirnos de
que no podíamos llamarla tan seguidamente, pues la magia de Lainaya puede
convertirse en algo destructivo si no se acepta ni se respeta la distancia que
separa los mundos... Lo cierto es que me cuesta mucho entender lo que Brisita
nos explica, pero no dudo de sus palabras. Arthur le suplicó que se lo llevase
junto a ella a Lainaya... Fue entonces cuando ella nos confesó todo lo que yo
te he contado ahora.
—
Brisita estuvo aquí, y yo no pude verla... —me lamenté tristemente.
—
Estabas en Lacnisha. Yo creía que solamente permaneceríais allí
durante una semana...
—
Sí, pero al final...
—
No importa, cariño.
—
Entonces, solamente podemos volver a Lainaya si morimos... pero Zelm
me pidió que asistiese a su boda.
—
Solamente podemos permanecer en Lainaya si su diosa lo desea y
únicamente podemos estar allí un día... un día que en este mundo es
prácticamente una hora, aunque no siempre es así... Si no abandonamos Lainaya
al cabo de un día, entonces la muerte nos arrancará de esta vida y... moraremos
para siempre en Lainaya.
—
Es... muy triste...
—
Lo sé... Piensa en todo esto, Sinéad... y sobre todo cuida a Arthur.
Es tan vulnerable... Desde que regresó, no es el mismo. Antes era más fuerte
y... ahora lo noto tan frágil... No sé si sabes que no puede ni volar, ni leer
la mente de los humanos... Es como si hubiese sido convertido hace nada... pero
yo lo haré fuerte en cuanto él lo desee.
—
No sabía nada de eso —exclamé con pena.
—
No te preocupes por él... Podéis ser muy buenos amigos si tú no lo
confundes... Ve con él... Estará esperándote.
Entonces Leonard se alzó de
donde estaba sentado y yo lo imité sintiéndome inmensamente confundida y aturdida.
Todos los sentimientos que me habían anegado el alma aquella noche me habían
dejado trastocada, débil y también sedienta. Sabía que no sería capaz de restar
serenamente junto a Arthur experimentando aquella sed tan asfixiante, así que,
antes de regresar a su alcoba, me dediqué a alimentarme.
Aunque la sed hubiese
desaparecido cuando me alimenté, me sentía desconcertada y temerosa. Me sentía
como si hubiese perdido la potestad de mi destino, como si nunca más pudiese saber
qué ocurriría en mi futuro. Lo que había acaecido con Arthur en su alcoba, todo
lo que había llorado esa noche y todo lo que Leonard me había comunicado sobre
Lainaya me había desorientado excesivamente. Me creía incapaz de conversar
serenamente con Arthur, pero no podía abandonarlo. Le había prometido que
regresaría junto a él y que estaríamos juntos hasta que la noche se convirtiese
en día. Sin embargo, me daba miedo estar a su lado. Temía que aquella magia tan
bonita que se había apoderado de nuestro ser volviese a adueñarse de nuestros sentimientos,
de nuestros pensamientos y de nuestros movimientos y que de nuevo nos impulsase
a fundirnos en un solo ser y nos arrancase de nuestro mundo para llevarnos a algún
lugar donde no tuviésemos prohibido estar tan unidos...
Mas aquella noche transcurrió
sin sobresaltos. Cuando me hallé de nuevo en la alcoba de Arthur, me esforcé
por alejarme de la tristeza que me anegaba el alma, esa tristeza nacida de ver
que nuestro bosque había quedado totalmente devastado, y luché contra mis
sentimientos para regalarle unas horas cargadas de ternura, de sonrisas dulces
y de conversaciones amenas que nos hiciesen pensar que la vida no era tan
difícil ni tan desalentadora como creíamos. Tratamos de ser felices en esos fugaces
instantes que aquella noche nos ofrecía y, gracias a la bondad y la ternura de
la música, soñamos con otro mundo donde ni la lástima ni la melancolía fuesen emociones
que podían quebrar nuestro corazón.
2 comentarios:
Bueno, Sinéad vuelve a las andadas jajaja. Por un lado resaltar que ha estado triste por muchas cosas en esta entrada. Regresar de Lacnischa, los árboles caídos de la ventada (muy bien incluído en la trama, te ha quedado genial, me suena que eso ha ocurrido cerca de nuestra casa jiji), por no poder regresar a Lainaya, por Arthur, por no haber visto a Brisita...En verdad que la tristeza se ha apoderado de ella y eso no es bueno. Es verdad, siempre encuentra algo triste aunque las cosas estén bien. ¿Será por el amor por Arthur? Ese es otro tema importante. ¿Podríamos decir que ese beso es otra apuñalada a Eros? ¿Es Sinéad infiel por naturaleza? ¿Ama a Eros o ya no siente lo mismo? Es que después de todo lo que han pasado, de solucionar las cosas, que se van a casar y ahora se besa con Arthur...significa que algo no está bien, aunque por otra parte, puede ser comprensible al ser eterna. Quizás el amor tenga fecha de caducidad y no dura eternamente, aunque Eros la sigue queriendo...Otra cosa importante a resaltar. Si tu pareja muere y pasado el tiempo te enamoras de otra persona pero al tiempo resucita tu primera pareja...¿cómo se supone que debes reaccionar? Quizás ese primer amor anule al segundo...no sé. El caso es que se debe aclarar y decidirse, no puede estar entre dos aguas haciendo daño a uno y a otro, aunque sé que esa no es su intención. Ahí Leonard ha estado muy acertado con sus consejos. No sé que ocurrirá en el próximo capítulo...Aunque aprecio a Arthur, no puedo evitar decantarme por Eros y me daría pena que rompiesen. Bueno, a ver con que nos sorprendes en el próximo capítulo. No tardees en publicarlo!
Posiblemente lo más lógico habría sido que Arthur y Sinéad estuviesen juntos como pareja por los siglos de los siglos; pero no siempre lo lógico es lo que ocurre, y eso es justamente lo que pasa en este caso, existe Eros, se va a casar con Sinéad... es un vampiro bueno y valiente, que no se merece perderla. Por supuesto siempre habrá algo entre Sinéad y Arthur, y me parece incluso muy razonable que tengan incluso relaciones discretas... siempre y cuando la pareja Sinéad/Eros se mantenga. Me intriga eso de la magia que impulsa a ambos a estar juntos, ¿de dónde vendrá eso? Leonard también me ha gustado, parece más serio y seguro que hace no mucho, cosa que me encanta. Y lamento, claro, todo lo ocurrido en ese precioso bosque... sí, los hombres lo fastidian todo, y la naturaleza nos va a dar un susto bien gordo... bueno, de momento hay que esperar acontecimientos, qué penita que Sinéad no haya podido estar con Brisita, pero todo se andará, supongo. Muy bonita entrada.
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