martes, 26 de mayo de 2015

REGRESANDO A LAINAYA - 02. LÁGRIMAS PERDIDAS EN LA SOLEDAD


REGRESANDO A LAINAYA
02
LÁGRIMAS PERDIDAS EN LA SOLEDAD
El mundo de los sueños puede convertirse en el lugar más amenazante e hiriente y puede tornarse la cuna de la que brotan las experiencias más dolorosas y lacerantes. Aquel amanecer me dormí tiernamente ilusionada entre los brazos de Eros; pero, al traspasar la frontera que separa la vigilia de la inconsciencia, mi dormida mente se llenó de imágenes que mi anulada lógica no sabía comprender. Vi campos incendiados y ojos reluciendo en medio de las llamas, ojos que me miraban con desafío y ferocidad. Yo deseaba gritar para desvanecer aquellas imágenes tan terribles, pero alguien me había arrebatado la voz y no podía realizar ni el sonido más sutil.
Además, cuando creí que aquel horrible sueño se convertiría en alguna imagen más agradable y harmoniosa, me descubrí encerrada en un momento inesperado e invivible. Me hallaba sentada en un sillón de terciopelo rojo. Enseguida supe que se trataba del mismo sillón que había ocupado la última noche que había conversado con Leonard en el castillo que fue nuestro hogar durante tanto tiempo. Leonard estaba enfrente de mí, dedicándome una mirada llena de reproche y tristeza. Su voz sonaba lejana, como si no formase parte de mi sueño, pero sus palabras se clavaban con fiereza en mi alma: «Brisita me confesó que estaba enamorándose de Eros y creo que Eros también siente algo por ella».
Necesitaba protestar, pero de nuevo me di cuenta de que mi voz no podía sonar. Notaba como si unas manos feroces y gélidas me presionasen la garganta y tuviesen atrapada mi voz entre sus helados dedos. Leonard ni siquiera se apercibía de que me sentía tan desvalida y frágil. Continuaba comunicándome hechos que yo no deseaba escuchar, revelándome certezas que yo no podía soportar. De pronto, se alzó de donde estaba sentado y, con una voz impregnada de furia y desencanto, me gritó: «Lo que nunca podré entender es por qué te marchaste sin informarme de lo que le sucedía a Scarlya. Me has traicionado vilmente, Sinéad. Me has traicionado, tú, mi ser más querido, mi amada hija, la única vampiresa que he querido realmente en el mundo y en la Historia».
Su poderosa voz fue perdiéndose por una espiral inmensa que también fue devorando las imágenes que formaban mi sueño. Me desperté de repente, completamente sobresaltada. Lo que más me desorientó no fue percibir que todos los instantes de mi sueño palpitaban con fuerza en mi mente, negándose a ser invadidos por el olvido, sino advertir que me hallaba totalmente sola en mi lecho. Eros no estaba; pero enseguida pude oír que conversaba animadamente con Brisita en nuestro salón. Reían despreocupadamente, como si en la vida no existiese ningún problema, e incluso la risa les impedía seguir hablando.
Sin embargo, aunque aquella situación me desorientase (pues nunca los había oído dialogar tan animadamente ni reír con tanta vida), no me atreví a dirigirme hacia ellos. No podía dejar de pensar en el sueño que había tenido. Sobre todo recordaba aquél en el que Leonard me había recriminado tantas cosas. Resolví acudir cuanto antes a su hogar para conversar con él. Necesitaba hacerlo. Necesitaba verlo. Había algo en mi interior que tiraba de mí con un ímpetu doloroso y gélido, y de repente supe que aquella sensación nacía del lazo que nos unía. Hacía mucho tiempo que no veía a Leonard y que no me hallaba entre sus brazos, los brazos de mi creador, y eso no lo notaba únicamente mi alma, sino sobre todo mi propia vida. Así pues, me encaminé hacia la ventana, pero, antes de saltar al vacío del anochecer, me digné escribirle una pequeña nota a Eros en la que le comunicaba que regresaría mucho antes de que tuviesen tiempo a echarme de menos y que, cuando lo hiciese, todos volveríamos a Lainaya.
Cuando salí de mi hogar, me estremecí al sentir la calidez que inundaba el cielo, que volaba sobre las calles, arrinconándose entre los edificios, posándose entre las plantas. La primavera parecía gritar con fuerza, como si desease derretir cualquier ápice de frío que aspirase a protegerse en las montañas. Hacía muchísimo tiempo que no me envolvía un calor tan veraniego. Me sobrecogí cuando recordé que hacía apenas dos meses que la primavera había empezado. Deduje que aquella alta temperatura no era común en aquellos días... mas intenté que aquella certeza no me inquietase.
Necesitaba que Leonard me guiase hacia su hogar. Así pues, cuando terminé de alimentarme, lo llamé con ahínco y desesperación a través del eterno lazo que nos une. Mi padre me contestó enseguida y, en cuanto captó mis deseos, comenzó a guiarme hacia su nueva morada.
Apenas tardé una hora en llegar. Su nueva morada estaba situada en un pueblo muy pequeño donde vivían apenas cien personas. Aquel pueblo tan entrañable y silencioso estaba situado cerca de unos extensos campos que la primavera ya había llenado de flores. Casi no había luces artificiales que interrumpiesen el brillo de las estrellas. Parecía como si, bajo aquellos campos, el firmamento fulgurase muchísimo más. Me quedé anonadada cuando descubrí cuán bello era aquel lugar. Me resultaba difícil creer que la civilización pudiese convivir tan harmoniosamente con la naturaleza.
A lo lejos, más allá de los campos, era posible divisar la profunda espesura de unos bosques anegados en árboles antiquísimos y poderosos. Tras aquellos bosques tan tupidos, resaltaba la imponente sombra de una sierra de montañas que parecía dividir el mundo en dos. Enseguida supe que en aquellos lares era posible vivir serenamente. Sin preguntarme en qué momento había empezado a hacerlo, me descubrí imaginándome que Eros y yo vivíamos en alguna de las casitas que había en aquel pueblo, cerca de esas campiñas tan mágicas y de esos bosques que me parecían tan misteriosos. Sin embargo, enseguida regresé a la realidad y recordé que, por el momento, no era posible que nos mudásemos a aquel lugar, pues teníamos que volver a Lainaya.
     Sinéad, ¿cuándo has llegado?
La repentina aparición de Leonard me sobresaltó tiernamente. Sin embargo, deduje que llevaba tiempo junto a mí. Yo me había quedado tan anonadada con la belleza de aquellos lares que había sido incapaz de detectar su llegada. Leonard se hallaba a mi lado, observándome con ternura y felicidad. No obstante, en sus ojos detecté una sombra de tristeza que él deseaba ocultarme tras sonrisas y miradas teñidas de una luz falsa y frágil.
     Este sitio es precioso, padre. Te felicito por haber escogido un lugar tan bonito para vivir.
     Estaba seguro de que te gustaría mucho —me contestó retirándome la mirada; lo cual me confirmó que no estaba tan animado como deseaba hacerme creer—. Me gustaría que hablásemos, pero no aquí. Vayamos hacia el bosque. Conozco un lugar que te enamorará.
No le dije nada. Me dejé guiar por él hasta que acabamos en el centro de un prado todo cercado por árboles de tronco grueso y ramas repletas de hojas inmensas. Leonard se sentó en el tronco de un árbol caído y esperó a que yo lo hiciese a su lado. Cuando me acomodé a su vera, me quedé observando cómo brillaba la luna en aquel prado tan hermoso. No sabía por qué me ocurría aquello, pero en aquel bosque me sentía atrapada por una magia indescriptible y casi tangible. Notaba como si miles de ojos nos mirasen desde lo más profundo de la noche o como si un centenar de oídos pudiesen captar nuestras palabras. Sin embargo, aquellas sensaciones no me inquietaban, al contrario; me hacían sentir protegida.
     Supongo que ya sabrás que Scarlya se ha marchado, aunque no sé por qué lo intuyo... No tenías modo de saber lo que acaecía en nuestras vidas —titubeó todavía sin atreverse a mirarme a los ojos.
     Lo sé, padre —le aseguré con timidez y delicadeza.
     ¿Sabes dónde está, Sinéad? Se marchó casi al mismo tiempo que vosotros y no me dijo adónde se fue. He intentado buscarla por todas partes, pero no la hallo...
     ¿Por todas partes? —le pregunté extrañada.
     No he salido de este país, pero... tengo la intuición de que cualquier esfuerzo que haga para encontrarla será banal. Tengo la sensación de que ella no está en este mundo.
     Es que no está en este mundo —le confirmé con temor.
     ¿Y dónde está?
     En Lainaya.
     ¿En Lainaya? ¿Lleva viviendo en Lainaya desde hace casi un mes aproximadamente? —me interrogó exaltado.
     Así es.
     Se supone que no podemos quedarnos en Lainaya durante más de un día. Si lo hacemos, entonces moriremos para siempre y nunca más podremos regresar a nuestro mundo —me comunicó intentando serenarse.
     Es cierto. Solamente quien viaja a Lainaya puede decidir su destino. Scarlya no era feliz en este mundo. Necesitaba marcharse. Era incapaz de encontrar la paz en esta vida. Estaba agotada de ser vampiresa y...
     ¿Desde cuándo sabes eso, Sinéad? —me preguntó con impaciencia. Noté que ansiaba levantarse de donde estaba sentado, pero se contuvo.
     En realidad, lo sé desde que... desde aquella noche que... que conversé contigo antes de marcharme a Muirgéin con Arthur y Eros.
     ¿Y por qué no me dijiste nada?
     Pues porque pensaba que ella hablaría contigo, padre.
     ¡Pues no, no fue así!
     Lo lamento mucho.
     No entiendo por qué no me dijiste nada, Sinéad. Me siento decepcionado.
     Perdóname, padre; pero consideré oportuno no meterme en vuestras cosas...
     Yo me meto más de la cuenta en tu vida para protegerte e impedir que sufras, y tú no eres capaz de hacer lo mismo por mí —protestó intentando no parecer enfadado; pero yo sabía que estaba realmente ofendido.
     No quería meterme en vuestras cosas.
     ¿Tan poco te importa mi vida?
     No es eso.
     También sabías que ella estaba engañándome con Erick, ¿verdad?
     No estaba engañándote con él. Aspiraba a sentir algo por él, pero su extraña depresión se lo impedía. Con él tampoco podría ser feliz.
     ¿De parte de quién estás, Sinéad? Parece como si no fueses consciente de que todo lo que ella hacía me hería en el alma.
     Yo lo único que quiero es que seas feliz con alguien que sí te quiera de verdad.
     ¿Desde cuándo sabías que Scarlya no me quería de verdad?
     Casi desde que empezasteis vuestra relación de amor.
     ¿Y te lo has callado hasta entonces?
     No tenía derecho a entrometerme en eso.
     ¿Y cómo lo sabías?
     Porque cuando Scarlya estuvo enamorada de mí tenía una mirada llena de luz y, en cambio, cuando estaba contigo, los ojos no le relucían igual. Además, vino corrompida de la muerte. Nunca fue la misma desde que revivió.
     ¿Cómo es posible que hables de esto con tanta frialdad? —me preguntó incrédulo.
     No estoy hablando con frialdad, sino con objetividad.
     Lo cierto es que no te reconozco.
     Y yo a ti tampoco. Hace mucho tiempo que tú también cambiaste.
     ¿Eres feliz, Sinéad? Dime la verdad, por favor. ¿Eres feliz? ¿Estás conforme con tu vida? Te lo pregunto porque hace muchísimo tiempo que tus ojos tampoco brillan igual.
     ¿Qué más da eso ahora?
     Quiero que me digas la verdad.
     Creo que lo más conveniente es que hablemos de ti, no de mí.
     No me ocultes lo que sientes. Yo te hablaré con franqueza sólo cuando tú también lo hagas. Dime, ¿eres feliz, Sinéad?
     Creo que nunca podré ser plenamente feliz, padre. Es posible que disfrute de los momentos bellos que el destino me entrega, pero por dentro de mí siempre habrá algo que tire de mi alma, que me haga sentir que todo puede ser mejor. Sin embargo, soy consciente de que no es mi vida la que tiene que mejorar, sino mis propios sentimientos. Soy yo la que tiene que cambiar para que todo brille más. Puedo tenerlo todo: amor, un hogar hermoso. Puedo gozar de los dones que la naturaleza me ha entregado, esto es: puedo escribir historias preciosas que conmuevan a todo aquél que las lea. Puedo emocionarme con un sinfín de canciones y sentir que tengo el alma henchida de sentimientos tanto bellos como dolorosos. Puedo reír con los que me quieren, puedo llorar de alegría cuando veo cumplido ante mí un antiguo deseo... Puedo amar, puedo soñar, puedo imaginarme instantes brillantes. Puedo ver a mi alrededor una beldad que solamente a mí me llena el alma de vida. Puedo ser yo misma, pero, sin embargo, nunca me sentiré completa. No sé por qué he perdido la plenitud de mi ser. Te aseguro que aprecio mi vida con todo mi corazón y no la cambiaría por nada en el mundo... pero... francamente, creo que jamás podré estar bien conmigo misma. Siempre estaré pendiente de lo que me haga daño, siempre me percibiré frágil ante el mundo, por mucho que os empeñéis en decirme que soy valiente y que tengo mucha fuerza interior. No es verdad. Es lo que demuestro y es lo que quiero hacerme creer a mí misma; pero en verdad mi estabilidad es tan delicada como un diente de león...
     ¿Y qué podríamos hacer para devolverte la plenitud de tu alma? —me preguntó conmovido.
     No lo sé, de veras, no lo sé; pero no te preocupes por mí. Puedo apreciar mi vida y estar conforme con ella, pero no importa si no me siento totalmente feliz siempre. No importa porque ni siquiera a mí me importa no estar del todo bien.
     Pero, Sinéad, supongo que hay algo que podría ser mejor...
     NO seré yo quien intente que todo sea mejor.
     Eso es injusto, Sinéad. Tienes que buscar las causas de esa sensación de vacío. ¿Por qué la sientes?
     Creo que ha sido la misma vida la que ha ido arrebatándome esa plenitud. He sufrido mucho, padre, tú lo sabes mejor que nadie, y, aunque supere esas horribles experiencias, creo que las cicatrices que me han dejado jamás se desvanecerán. Es imposible que todo el dolor se borre... Y creo que nunca dejaré de entristecerme. Cada noche me despierto pensando en que todo será hermoso, pero siempre hay algún motivo que lo tuerce todo y que me haga ansiar que todo desaparezca.
     Yo siento algo así también, Sinéad. Yo también me he cansado de vivir.
     ¿Crees que lo que yo siento tiene sus causas en que me he cansado de vivir?
     Sí, es posible; pero... si no lo has pensado, es que todavía no has descubierto la verdadera causa de tu pesar. Lo que yo puedo asegurarte, Sinéad, es que cuando un vampiro se cansa de vivir no hay fuerza celestial ni mundana que lo aferre de la vida, que lo convenza de que todavía le quedan muchas experiencias preciosas y apasionantes por vivir. No hay nada que nos ate a la vida si nos cansamos de existir, Sinéad. Y yo creo que... que estoy agotado de esta vida, de todos los años que tengo que cargar sobre mis hombros, de tener que despertarme siempre con las mismas sensaciones, de tener que lidiar conmigo mismo para aceptar que el mundo donde siempre he habitado está cada vez más destruido. No hay vuelta atrás cuando a nuestra mente llega el deseo de morir.
     Pero, padre, tú no puedes estar cansado de vivir...
Entonces, al fin, noté que Leonard me miraba hondamente a los ojos. Al corresponder a su intensa mirada, me percaté de que sus ojos estaban totalmente enrojecidos. Me estremecí cuando la fuerza de su mirada escarlata cayó sobre mí. Sin embargo, no fue el vigor de sus ojos sedientos lo único que me sobrecogió. Fue, sobre todo, advertir que en el rostro tenía unas pequeñas quemaduras que él intentaba ocultar bajo sus cabellos. Descubrir aquellas heridas me hizo deslizar los ojos por todo su cuerpo. Al fijarlos en sus manos, estuve a punto de gritar cuando vi que allí también tenía quemaduras que parecían mucho más graves que las que tenía en el rostro. Sin decirle nada, me acerqué a él y, con mucho cuidado, empecé a retirarle la manga de su camisa para observarle el brazo. Al advertir que su piel estaba llena de quemaduras que parecían recién hechas, los ojos se me llenaron de lágrimas.
Leonard, al apercibirse de que había descubierto sus heridas, se apartó de mí, impidiéndome que siguiese escrutando su piel en busca de más quemaduras. No fue capaz de seguir mirándome a los ojos. Yo deseaba decirle algo, preguntarle qué querían decir aquellas quemaduras; pero no me atrevía a pronunciar ni la palabra más sutil.
     Sinéad, este amanecer me quedé dormido en el bosque —se excusó intentando parecer sereno.
     ¿Cuántas noches hace que no te alimentas? —le pregunté con una voz frágil.
     Anoche me alimenté.
     No es cierto. ¡Tus ojos desvelan que hace por lo menos una semana que no pruebas la sangre! ¡Además, estás excesivamente pálido!
     Tranquilízate, Sinéad —me pidió acariciándome las manos.
     Déjame ver... Seguro que tienes más heridas... Tienes que curártelas, padre —me quejé asustada.
     Sinéad, ya te he dicho que fue esta mañana cuando...
     No te creo. ¿Por qué no te alimentas, padre? —lo interrogué todavía más espantada.
     Sinéad, no, no me toques —me suplicó apartándose de mí cuando notó que posaba mis dedos en los broches de su camisa.
     Déjame ver, Leonard. Tengo que curarte. Sabes que puedo hacerlo.
     No quiero que me toques —protestó con una voz susurrante.
     ¿Por qué? ¿Qué ocurre? Estás tan extraño...
     Será mejor que te marches —me ordenó avergonzado aferrándome con fuerza de las manos para impedir que siguiese acercándolas a su cuerpo—. No me encuentro bien, Sinéad.
     Vayamos a tu hogar... Tengo que curarte. Cuando lo haga, entonces...
     ¿Cómo piensas curarme?
     Recuerda que mi sangre es muy poderosa. A veces he curado heridas con tan sólo dejar caer sobre ellas unas gotitas de mi vida...
     No, no quiero que lo hagas... Será mejor que te marches.
     Leonard, no me seas terco —le imploré con ganas de llorar. Estaba tan nerviosa que no controlaba las palabras que decía y, además, apenas podía interpretar el sentido de las súplicas de mi padre.
Leonard no se opuso. Rendido y abatido, permitió que lo condujese a su hogar. Cuando llegamos, ni siquiera me detuve a observar su decoración. Me dirigí directamente hacia un gran sofá que vi al entrar en el salón. Ayudé a mi padre a que se acomodase allí y me senté a su lado.
     Quiero que me digas cómo te has hecho estas heridas.
     NO me hagas repetírtelo —me pidió cansado, apenas sin voz.
     No te creo, Leonard. Precisamente acabas de decirme que estás cansado de vivir. Dime, ¿has intentado...?
     No, Sinéad.
     Dime la verdad —volví a pedirle, esta vez sin poder evitar que las ganas de llorar que sentía quebrasen levemente mi voz.
     Sí.
Fue tan sólo un susurro, pero fue un susurro cargado de tanto sentido que me sentí incapaz de interpretarlo. Su contestación se hundió en mi alma como si de una espada se tratase y me hizo arrancar a llorar silenciosamente. Empecé a preguntarme qué habría ocurrido si me hubiese retrasado más en volver, si hubiese permitido que el tiempo transcurriese veloz hasta acabar alejándome para siempre de mi creador.
Intenté que aquellos pensamientos no me detuviesen. Me acerqué a Leonard y, tomándolo con cariño de las manos, lo impulsé hacia mí. Le había asegurado que podría curar sus heridas tan sólo dejando caer sobre su piel unas gotitas de mi sangre; pero pensé que lo mejor sería que él bebiese directamente mi sangre para que ésta sanase todas sus quemaduras.
     No quiero que me des tu sangre, Sinéad —me confesó alarmado cuando percibió mis intenciones—. Lo mejor será que te marches y me dejes solo. Vive tu vida como has estado haciéndolo hasta ahora y olvídate un poco de mí, anda —me instó apartándose de mí.
     ¿Se puede saber qué te pasa, Leonard?
     Hace tiempo que nos hemos distanciado, Sinéad, no lo niegues. No se trata únicamente de una distancia física, sino sobre todo anímica.
     Si eso ha ocurrido, es porque hace mucho que estás extraño, Leonard —me defendí nerviosa—. No quiero discutir contigo. Lo único que quiero es que te cures. Cuando estas quemaduras hayan desaparecido, entonces conversaremos serenamente sobre todo lo que nos ocurre.
     No quiero que pierdas el tiempo conmigo.
     Deja de decir estupideces —le pedí acercándome de nuevo a él—. Permíteme ver tus quemaduras para saber cuánta sangre tengo que ofrecerte. ¡No te me opongas! —lo retuve cuando percibí que de nuevo trataba de alejarse de mí.
Leonard estaba demasiado nervioso; lo cual me inquietaba muchísimo más. Sin embargo, no quise prestarles atención a nuestras emociones. Me aproximé a él y, con mucha delicadeza, empecé a desabrocharle los primeros botones de su camisa. Leonard no era capaz de mirarme a los ojos, pero tampoco de apartarse de mí. Se había quedado paralizado al notarme tan cerca de él. Yo intentaba que sus gestos y su quietud no me desasosegasen, pero era incapaz de restar serena en aquel momento. Había algo en el ambiente que me oprimía el estómago, como si se tratase de una energía muy cálida que deseaba derretir el frío de nuestra piel.
Al desabrocharle los primeros botones de su camisa, entonces vi que también tenía quemaduras en el pecho y en el cuello. No fui capaz de decirle nada, pues la gravedad de aquellas heridas me había robado la voz. Solamente me atreví a deslizar muy suavemente los dedos por una quemadura muy profunda que tenía en el pecho. Lo único que podía sentir en esos momentos eran unas incontrolables ganas de llorar.
Cuando Leonard notó mis sutiles caricias, se estremeció levemente y me aferró con cariño de los hombros. Entonces, sin pensar en nada, me lancé a él para abrazarlo con una fuerza muy cariñosa mientras permitía que las lágrimas que llevaba reteniendo en mis ojos durante tanto tiempo empezasen a rodar por mis mejillas. Al advertir que lloraba, Leonard me acarició muy dulcemente los cabellos y me susurró con culpabilidad y tristeza:
     Perdóname, Sinéad. Perdóname, cariño mío.
     ¿Eres consciente de que me habrías dejado muy sola si el día hubiese acabado contigo, Leonard? —le pregunté intentando controlar mis ganas de llorar.
     En aquel momento no pensé en nada. Enseguida me arrepentí de haberme dejado acariciar por la luz...
     ¿Por qué lo hiciste? Dímelo, por favor —le pedí retirándome de su pecho y secándome las lágrimas con mi fiel pañuelo—. ¿Fue por Scarlya?
     No, no fue solamente por eso, sino por todo lo que he tenido que soportar a lo largo de toda mi vida, Sinéad.
     Pero en el mundo todavía hay seres que te queremos con todo nuestro corazón —protesté con vergüenza.
     No me quieres como desearía.
     ¿Qué quieres decir?
     Quiero decir que últimamente apenas estábamos juntos. Te importaba más Eros.
     No es que me importase más... —titubeé sin saber qué decir—. No te entiendo. Ha habido otras épocas en las que apenas hemos estado juntos, ya sea porque preferíamos viajar cada uno por su cuenta o porque yo optaba por quedarme con Arthur o quien fuese apartada del mundo...
     No es necesario que comprendas nada. Y no te preocupes por mis quemaduras. Yo mismo iré a curarme. No quiero que me des tu sangre, Sinéad.
     ¿Por qué? Tú me has curado muchas veces —me quejé al ver que se alejaba de mí y se levantaba del sofá—. Estás tan extraño...
     Será mejor que nos veamos en otro momento.
     Como prefieras; pero, por favor, prométeme que no volverás a cometer una locura tan triste... —le pedí alzándome también y arrimándome a él para tomarlo de las manos con ternura.
     Sinéad, no puedo prometerte nada...
     Estás muy triste, Leonard... Creo que te conviene viajar a Lainaya con nosotros y hablar con Scarlya, aunque sea por última vez.
     No quiero ver a Scarlya ni en pintura, Sinéad.
     Pues tendrás que destruir todos los retratos que has hecho de ella a lo largo de tu vida —le sonreí pícaramente para intentar que él también sonriese, pero no lo logré.
     Ya lo he hecho.
     ¿Cómo?
     Los he quemado todos.
     Vaya, no hablaba en serio... Esos retratos eran muy hermosos... —me lamenté con mucha pena.
     No quiero saber nada más de Scarlya. Por mí, que se muera y se pudra allí en Lainaya o en donde sea. Ahora tengo otras cosas mejores en las que pensar.
     ¿De veras? ¿Está hablándome tu razón o tu rencor?
     Mi razón. Yo no siento rencor ya, Sinéad. No merece la pena malgastar las fuerzas del alma sintiendo rencor.
     Me alegra oírte hablar así, pero...
     Hace tiempo que yo también dejé de estar bien con Scarlya.
     ¿Por qué?
     No me apetece contártelo. Digamos que me di cuenta de algunas cosas... de que he estado engañándome durante mucho tiempo.
     ¿Engañándote?
     Sí, Sinéad. No me preguntes nada más, por favor, y ve con Eros ya.
     Me dejas muy intrigada y desorientada.
     Será mejor que no sepas nada de esto. Nunca te enterarás de la verdad...
     ¿Por qué, Leonard? —le pregunté con timidez.
     Porque entonces nuestra vida se desmoronaría para siempre.
     No puedes dejarme así, padre.
     Antes que tu padre, soy tu creador, ¿verdad, Sinéad? —me cuestionó sin mirarme a los ojos.
Aquella pregunta tan repentina me hizo sentir un escalofrío, pero era incapaz de procesar las sensaciones que me habían suscitado aquellas palabras. No supe qué contestarle. Nunca me había preguntado qué prevalecía en la relación que mantenía con Leonard, si el hecho de que me hubiese convertido en vampiresa o que me hubiese creado como su hija. Así pues, solté sus manos y me quedé pensativa, sin saber cómo debía mirarlo. Al fin, le contesté insegura:
     Supongo que es más importante que seas mi creador; pero, si alguna vez reniegas de mí como hija, debes saber que me dejarás inmensamente desprotegida. Siempre he necesitado la figura de una madre, pero tú siempre has logrado suplir ese vacío. Si alguna vez te pierdo, entonces...
     Hay quienes son huérfanos para siempre, Sinéad.
     Pero siempre les faltará algo; un guía, un ser en el que apoyarse, alguien de quien puedan recibir consejos... No te entiendo, Leonard.
     Es difícil entenderme, lo sé. Ni siquiera yo era capaz de hacerlo.
     ¿Quieres negarme? —le pregunté con miedo y tristeza.
     No es eso exactamente.
     ¿Entonces? No comprendo nada, Leonard.
     Te prometo que nunca te negaré. Siempre estaré a tu lado siendo lo que deseas que sea para ti.
     ¿Y qué voy a desear que seas para mí sino mi padre, Leonard?
Leonard no me contestó. Fue aquello en verdad lo que me desmoronó. Me sentí como si una mano de hierro me hubiese apuñalado el alma. No obstante, intenté que Leonard no advirtiese mis sentimientos. Ni siquiera era capaz de mirarlo. La desorientación más absoluta y desgarradora se había apoderado de todo mi ser y era incapaz incluso de respirar serenamente.
     A veces tengo miedo, Sinéad. Tengo miedo a fallarte, a no ser lo que esperas... Deseo que sepas que eres quien más quiero en el mundo, quien más he querido en mi vida y quien más querré en la Historia. Nadie podrá destruir el amor que siento por ti. Hemos vivido juntos durante muchísimos siglos, hemos reído, hemos llorado al mismo tiempo, nos hemos apoyado mutuamente... Creo que soy capaz de conformarme tan sólo con tu presencia para ser feliz. No necesito nada más; pero, si veo que no estás bien, yo no puedo estar conforme con la vida ni conmigo mismo. Tu luz es mi luz. Tus ojos, cuando brillan, son el sol que jamás volveré a ver. No temas por mí. No volveré a hacer otra locura como esa... Perdóname. En esos momentos únicamente podía experimentar mi derrota.
     Vaya, Leonard...
     Abrázame, Sinéad... —me pidió entornando los ojos—. Abrázame como hace mucho tiempo que no me abrazas. Lo necesito.
Con un ápice de timidez tiñendo nuestros gestos y nuestra mirada, nos abrazamos con un cariño que se acrecía conforme los segundos transcurrían. Leonard me presionaba contra su cuerpo como si quisiese protegerme de la oscuridad que nos rodeaba y yo me apretaba levemente contra él para sentirme amparada entre sus brazos. Fue el abrazo más amoroso, tierno y a la vez desesperado que nos dábamos en muchísimo tiempo. Me costaba recordar la última vez que nos habíamos abrazado así, tan entregada y dulcemente.
No obstante, algo me dijo que aquel abrazo no se asemejaba a todos los que nos habíamos entregado a lo largo de nuestra compartida historia. De los gestos de Leonard, de sus brazos y de sus ojos, se desprendían unos sentimientos que no podían caber en mi alma, pues eran mucho más grandes que el mismo mundo. Aquellas sensaciones me estremecían dulcemente y me hacían sentir el empiece de un calor muy agradable que se repartía por todo mi cuerpo. Aquella emoción tan tierna me hizo sonreír luminosamente.
Antes de separarnos, Leonard dejó caer unos besos inocentes entre mis cabellos y me presionó por última vez contra su cuerpo como si con aquel gesto quisiese pedirme perdón por errores que él había cometido sin que yo lo advirtiese. Cuando nos soltamos, me reí tiernamente al verlo sonreír con tanta luz y conformidad.
     Gracias, Sinéad. Hacía mucho tiempo que nadie me entregaba un abrazo tan sincero.
     Ya sabes que puedo hacerlo siempre que lo desees —le contesté sobrecogida.
     Cuando regreses de Lainaya, por favor, vuelve a verme.
     ¿Estás seguro de que no quieres venir con nosotros?
     No, Sinéad. No me apetece.
     ¿Y no quieres ver a Brisita? Está en nuestro hogar...
     No me apetece forzarme a sonreír.
     Está bien... Pues entonces nos vemos pronto.
Cuando regresé a mi hogar, hallé a Brisita y a Eros todavía conversando animadamente. No obstante, la ilusión y la felicidad que se desprendían de sus ojos no fue capaz de adentrarse en mi alma, pues todo lo que había ocurrido con Leonard me había dejado el corazón aterido y sobrecogido. Los saludé con respeto y una sonrisa fingida y me dirigí hacia mi alcoba para prepararlo todo para marcharnos. Antes deseaba darme un baño para intentar alejar de mi cuerpo todas esas sensaciones que trataban de oscurecer mi presente. Había una sutil voz en mi mente que me susurraba ideas que yo no deseaba escuchar.
Lo único que anhelaba era que nada más se torciese en nuestra vida, que nuestro próximo viaje a Lainaya estuviese anegado en inocencia y luz y que regresásemos de aquella tierra entrañable portando en nuestro espíritu el hechizo de su pura y eterna magia.