REGRESANDO A LAINAYA
01
LA VOZ DE UNA ESTRELLA
Había olvidado lo bella que era
la primavera. Había olvidado el resplandor de todos los matices que tiñen la
naturaleza cuando el invierno va convirtiéndose en templanza. Había olvidado
cuánto relucía la voz de la noche cuando la nieve se había derretido tornándose
ríos impetuosos. Al volver a ese presente que habíamos dejado suspendido en el
pasado, recordé cuánto amaba presenciar el renacimiento de la misma naturaleza.
En Muirgéin, apenas fulguraba la primavera, pues las noches de aquella virgen
naturaleza estaban anegadas en lluvia, en truenos poderosos que silenciaban su
mágica voz y en rayos que incendiaban un cielo eternamente cubierto de nubes
espesísimas que parecían albergar toda el agua de la Historia. En Muirgéin me
había olvidado de cuánto puede brillar la noche, de cuánto pueden destellar las
estrellas desde el lejano firmamento.
La primavera parecía chillar en
los bosques que rodeaban la ciudad donde Eros y yo llevábamos viviendo desde
hacía al menos dos años. Me sobrevino una inmensa sensación de felicidad cuando
permití que el hechizo de aquella frondosa naturaleza me asiese del alma y me
hiciese ensoñar maravillosos lugares que solamente existían en mi imaginación.
Cuando regresamos a nuestro hogar, me pasé casi toda la noche paseando entre esos
árboles milenarios, acercándome a las montañas que rodeaban aquella naturaleza
que parecía embrujada. Todavía no me apetecía llamar a mi padre para que me guiase
a través de la distancia hacia su nuevo hogar. No obstante, también sentía
mucha curiosidad por cómo estaría desempeñándose su nueva vida junto a Scarlya.
Cuando pensé en ellos dos, tristemente me acordé de que la última vez que había
hablado con Scarlya ella me había confesado que deseaba abandonar a Leonard y
la vida en la que habitaba y de que anhelaba dejar atrás nuestro mundo para
convertir a Lainaya en su nueva y eterna morada. Al recordar aquellos
desalentadores detalles, la sutil alegría que se había adueñado de mi corazón
tembló hasta desvanecerse. La pena más nostálgica invadió todo mi ser al
plantearme la posibilidad de que ni siquiera en esos momentos Scarlya se
hallase junto a Leonard. «A lo mejor Scarlya y Leonard se han separado durante mi
ausencia. No creo que puedan ser felices si Scarlya está tan deprimida», pensé
con lástima mientras caminaba serenamente entre los árboles.
Mi alma se llenó de dudas, de
preguntas cuya respuesta solamente podía ofrecérmela el presente. Así pues,
resolví acudir a la nueva morada de mi padre a la noche siguiente, cuando ya
hubiese tenido tiempo para reencontrarme con todos los rincones de mi hogar.
Necesitaba respirar calmadamente junto a Eros y disfrutar de la soledad de
nuestro entrañable pisito.
Durante aquella noche, rememoré
todo lo que había sucedido en mi vida antes de que nos marchásemos a Muirgéin.
A parte de recordar lo que había acaecido con Scarlya, me acordé de que mi
padre se disponía a abandonar el castillo donde habíamos habitado durante tanto
tiempo por miedo a que los humanos descubriesen donde vivía. Aquel recuerdo me
hizo plantearme la posibilidad de que aquella antiquísima morada se hallase
envuelta y anegada en el vacío y en el olvido más absolutos. Me estremecí
cuando me imaginé aquel inmenso castillo invadido por la soledad y el silencio
más inquebrantables. No podía aceptar que aquel hogar se hubiese llenado de
polvo, de sombras y de oscuridad. No podía aceptar que la mano imperturbable e
impiadosa del tiempo hubiese destruido todos sus rincones, sus pasillos y sus
estancias.
Pensar en todo aquello llenó mi
corazón de nostalgia. Intenté serenarme recordando que dentro de poco
tendríamos que partir a Lainaya para presenciar la mágica unión de Zelm y
Aliad. Fue rememorando aquellas haditas tan entrañables como conseguí calmarme.
Así pues, cuando me hallé más sosegada, volví a mi hogar. Justo entonces me
apercibí de que la noche estaba convirtiéndose en día. Los primeros suspiros
del amanecer llovían suavemente sobre las lejanas montañas y apagaban las
estrellas más remotas y frágiles. Cuando llegué a mi hogar, Eros ya me esperaba
asomado a la ventana de nuestra alcoba. La tenue luz del alba lo envolvía,
haciendo de su presencia la aparición de un ángel. Me quedé paralizada cuando
toda su belleza cayó sobre mí y se adentró en lo más profundo de mi alma. Eros
me sonreía complacido e ilusionado. Entonces caí en la cuenta de que aquélla
era la primera vez que íbamos a dormir en nuestro lecho después de muchos días sin
hacerlo. Aquella certeza me reconfortó. Entonces sí sentí que había vuelto a
casa...
—
Shiny, mira —me pidió tiernamente—. He visto una cosa muy curiosa.
—
¿De qué se trata? —le pregunté situándome a su lado, asomándome
también a la ventana.
—
Justo cuando has llegado se ha prendido esa estrella de allí, esa
estrellita de color azul... ¿La ves? —me cuestionó señalándome con el dedo
índice un remoto puntito azul que resplandecía en el grisáceo firmamento del
alba—. No estaba antes, Sinéad. Ha empezado a centellear precisamente cuando
has entrado en nuestra alcoba.
—
Es muy curioso —susurré estremecida.
—
Es azul... y muy redondita. Además, si te fijas, tiene destellos
amarillentos y otros levemente rojizos.
—
Tengo la sensación de que está haciéndose cada vez más grande...
No me dio tiempo a decir nada
más. Justo entonces a Eros y a mí nos envolvió una luz muy cálida que nos rozó
levemente la piel sin hacernos daño. No pude evitar proferir un tímido chillido
de espanto cuando me apercibí de que toda nuestra alcoba se había anegado en un
fulgor que destruía cualquier ápice de oscuridad que desease posarse en los
rincones. No obstante, aquella impetuosa lluvia de luz duró apenas un instante.
Antes de que pudiese preguntarme qué sucedía, aquel resplandor tan hermoso se
tornó, de súbito, en unas neblinas que, lentamente, fueron tomando forma hasta
devenir en la figura de un ser que yo conocía demasiado bien, un ser que yo
amaba con todo mi corazón, un ser por quien podría entregar mi vida sin
pensarlo ni una sola vez.
No pude evitar que los ojos se
me llenasen de lágrimas cuando la vi allí, enfrente de nosotros, sonriéndonos
traviesa y dulcemente. Brisita nos observaba con los ojos anegados en ternura y
disculpas. Se había percatado de que su repentina aparición nos había robado el
aliento. Sin embargo, al detectar la súbita felicidad que se había apoderado de
todo mi ser, su mirada se llenó de vida, de luz, de amor; mas, aunque anhelase
abrazarla con todas mis fuerzas, no podía moverme. No podía reaccionar y
tampoco podía controlar los sentimientos que se escapaban de mis ojos.
—
Hola, mamá —me saludó despreocupadamente acercándose a mí. Entonces me
fijé en que llevaba un hermosísimo vestido azul cuya vaporosa falda se mecía
ligeramente cuando ella caminaba, como si estuviese hecha de aire—. Vaya,
parece que hayas visto a un fantasma —se rió tiernamente mientras me tomaba con
mucha delicadeza de las manos—. Comprendo que no me esperases. Esa estrellita
que habéis visto es Lainaya... Solamente podréis verla cuando alguien de
nosotros intenta llegar a vuestro mundo. Después, desaparece. No la habéis
visto antes porque nunca habéis observado el cielo antes de nuestra llegada...
Sabía que Brisita hablaba para
suplir ese silencio que me había robado la voz. No podía reaccionar no sólo
porque no me esperaba en absoluto que ella apareciese justo ese amanecer, sino
porque su belleza me había arrobado inmensamente. Brisita estaba mucho más
hermosa que nunca. Aquel vestido azul celeste les daba a sus rojizos y rizados
cabellos un brillo deslumbrante que también parecía emanar de sus violáceos
ojos. Además me sonreía como si nada la preocupase, como si nunca hubiese
sufrido, como si la vida no fuese sino harmonía y amor. Yo también le sonreí
cuando deduje que Brisita únicamente había llegado hasta nosotros para
comunicarnos algo inocente y bueno. Su sonrisa no podría existir si en sus
intenciones reposase la necesidad de transmitirnos alguna noticia lamentable.
—
Hola, cariño mío. Perdóname, cielo; pero es que... efectivamente, no
te esperábamos, y has llegado tan luminosamente... Has llegado deslumbrando el
mundo —me reí tiernamente mientras la abrazaba. Al tenerla entre mis brazos,
noté que Brisita había crecido mucho más—. ¿Cómo es que estás aquí? —le
pregunté con mucho amor mientras le acariciaba los cabellos.
—
Ahora os lo explico. Antes me gustaría saludar a Eros y a Arthur...
—me comunicó separándose de mí y dirigiéndose hacia Eros, quien no podía dejar
de mirarla—. Eros... me alegro mucho de verte —le sonrió con tanto amor que me
sobrecogí. Me costaba imaginarme cuánto quería Brisita a Eros—. Dame un abrazo,
anda —se rió aproximándose más a él. Eros la abrazó con mucha delicadeza y
dulzura—. Vaya, hacía mucho tiempo que nadie me abrazaba con tanto primor —se
rió con vergüenza.
—
Tú eres toda primor, Brisa —le contestó Eros estremecido.
Permanecieron abrazados durante
un tiempo que no pude contar. Brisa tenía las mejillas sonrojadas y los ojitos
entornados, como si temiese que de su mirada pudiese emanar una cantidad
inmensa de lágrimas. Por su parte, Eros la abrazaba como si Brisa fuese de
cristal. Incluso se atrevió a acariciarla por la espalda mientras dejaba caer
entre sus cabellos unos tímidos e inocentes besitos que les hicieron reír con pureza
a los dos.
—
Pues he venido para llevaros a Lainaya —nos comunicó cuando al fin
ella y Eros se separaron. La apariencia de su abrazo me inquietó leve y
estúpidamente—. No podéis retrasaros más. Por cierto, ¿dónde está Arthur? ¿Está
durmiendo ya? Él no puede venir con nosotros a Lainaya, pero tengo muchas ganas
de verlo...
—
Arthur no está, cariño —le anuncié con sublimidad y pena—, y no creo
que vuelvas a verlo nunca más.
—
¿Cómo? —me preguntó sorprendida.
—
Arthur está viviendo en una isla mágica junto a su amada.
—
¿Su amada?
—
Te prometo que te lo explicaremos todo con calma. No te preocupes por
él, pues es muy feliz allí en Muirgéin y... —intenté serenarla. Los ojitos de
Brisita se habían llenado de desconsuelo.
—
Es mi papá... Aceptar que no volveré a verlo nunca más es imposible,
aunque ya tuve que hacerme una vez a esa triste idea. No os preocupéis. Los
habitantes de Lainaya tenemos que convivir con la ausencia de nuestros seres
más queridos...
—
Pero tienes a... a... ay... —titubeó Eros—. No me acuerdo de cómo se
llamaba...
—
Lianid —sonrió ella con cariño—. Sí... Lianid... bueno...
—
¿Ocurre algo, cariño? —le pregunté inquieta.
—
Lianid... Esto os resultará imposible de creer, pero Lianid está
enfermo y no creo que viva mucho tiempo más —nos confesó con una voz muy
frágil.
—
¿Las haditas de Lainaya pueden enfermar? —le cuestionó Eros incrédulo.
—
Sí, si no saben cuidarse... Lianid no supo... Fue muy imprudente.
—
¿Qué sucedió? Ven, siéntate y cuéntanoslo todo —la invité tomándola de
la mano y dirigiéndome hacia mi lecho. Brisita se sentó y durante unos largos
segundos permaneció con los ojos fijos en nuestras manos unidas—. Dinos qué
acaeció, cariño.
—
Hay tres cosas que pueden enfermarnos: salir de nuestro mundo sin el
consentimiento de Ugvia, un consentimiento que sin embargo no está compuesto
por palabras, sino por sensaciones; tomar hierbas que no son adecuadas para
nosotros, hierbas que crecen básicamente en lugares no bendecidos por Ugvia, y,
por último... puede deshacernos lentamente un sentimiento inmenso...
verbigracia, la más desgarradora tristeza o la ira más destructiva.
—
¿Y qué le ocurrió a Lianid? —quiso saber Eros. Yo no podía articular
ni la palabra más ligera.
—
Las tres cosas: quiso salir de Lainaya porque discutió muy fuertemente
conmigo, permitiendo que la ira lo dominase. Cuando vio que no podía huir de
Lainaya, se perdió a propósito por unos bosques que quedan muy lejos de
nuestras regiones y permaneció vagando por esos lares durante más de tres días.
Como no tenía nada para comer, se aventuró a ingerir unas hierbas prohibidas.
No entiendo qué le ocurrió. Pareció como si se hubiese enloquecido. Lo buscamos
desesperadamente por todas partes y al fin, gracias al lazo que lo une a Cerinia,
su madre, logramos hallarlo casi sin vida en ese bosque oscuro. Sí, Lainaya es
mágica y preciosa, pero también tiene recovecos peligrosos llenos de misterios
que nadie ha conseguido resolver. Lo curamos, hicimos todo lo posible para
devolverle la vida que estaba perdiendo; pero haber intentado marcharse de
Lainaya sin esperar el consentimiento de Ugvia... eso no tiene cura...
—
¿Y qué podemos hacer nosotros por él? Porque supongo que también habrás
venido para pedirnos ayuda, ¿no? —la interrogó Eros con inocencia.
—
No, no podéis hacer nada. Además... hay algo que no os he confesado.
—
¿De qué se trata? —le preguntamos los dos al mismo tiempo.
—
Lianid me ha traicionado con otra hadita —nos desveló con lágrimas en
los ojos.
—
No puede ser, no puede ser —negué intentando digerir aquella realidad.
—
Sí, Sinéad. Fue con una heidelf... Los descubrí juntos. Ella... era
muy inocente...
—
Una heidelf...
—
Una heidelf que conoces muy bien. Me cuesta entender lo que ocurrió
realmente, pero...
—
Espera un momento... ¿a quién estás refiriéndote, Brisa? —le cuestioné
sintiéndome inmensamente nerviosa.
—
Será mejor que lo compruebes por ti misma. Hay alguien que se ha
adentrado en Lainaya dispuesto a quedarse allí para siempre. No podemos luchar
contra su voluntad porque no podemos ir contra una decisión tan potente. Quien
regresa a Lainaya para convertir ese mundo en su hogar solamente es dueño de su
vida y de su destino. Ugvia la ha aceptado entre nosotros... por lo que no
podemos pugnar contra ella... Además, aunque te parezca incomprensible, ella no
tiene la culpa de nada. Es puramente inocente.
—
¿Estás refiriéndote a Scarlya? —susurré incapaz de hablar serenamente.
—
Sí, se trata de Scarlya. Hace unas semanas, oí que alguien me llamaba
desesperadamente a través de la distancia. Enseguida supe que aquel llamado no
provenía de Lainaya, sino de otro mundo. Entonces capté que se trataba de
Scarlya. Vine a buscarla... Al ser reina de Lainaya, tengo cada vez más
libertad para salir de allí y adentrarme en este mundo. Cuando me reencontré
con ella, la descubrí llorando desconsoladamente. No quiso explicarme qué le
había sucedido. Solamente me pedía con ahínco y mucha ansiedad que me la
llevase a Lainaya y que la arrancase de este mundo para siempre. Al principio
intenté convencerla de que era imposible que viviese en Lainaya para siempre,
pero me insistió tanto que al fin me convenció. Entonces viajé con ella a
Lainaya. La ayudé en su conversión a heidelf y durante un tiempo estuvo
viviendo con Lianid, conmigo y con nuestros hijitos. Hace una semana, descubrí
a Scarlya y a Lianid conversando serenamente al lado del río... Oí que Lianid
le confesaba que la había extrañado siempre mucho. A Scarlya le costaba interpretar
el verdadero significado de las palabras de Lianid. En fin, no quiero alargar
mucho esto... Lianid le desveló que a veces pensaba en ella con más amor del
necesario, algo que, según él, siempre lo había desorientado mucho; pero
Scarlya se apresuró a decir que ella nunca se fijaría en él, primeramente
porque estaba casado conmigo, que soy tu hijita... y Scarlya te considera el
único ser que verdaderamente ha querido en su vida y que la ha querido con
plena sinceridad. No puedo culparla de nada. Lianid es quien lo ha enrevesado
todo y... y ha actuado como un niño infantil e inmaduro.
—
Lo lamento... —le aseguré acariciándole las manos. Brisa estaba
inmensamente nerviosa y le costaba hablar claramente.
—
Cuando hablé con Lianid, me confesó que Scarlya no le resultaba indiferente.
Yo le pregunté por qué nunca me lo había dicho y él se enfureció
inmediatamente, como si mis palabras fuesen una ofensa. Me aseguró que me
quería y que nunca sería capaz de abandonarme, pero eso no significaba que no
pudiese mirar con ojos tiernos a otra mujer. Yo no comprendía nada, nada, pues
cuando nos casamos me prometió que solamente me amaría a mí.
—
Tranquilízate, Brisita —le pedí tiernamente. Brisita había empezado a
llorar desesperadamente y le costaba respirar.
—
Cuando me enteré de lo que sentía, le dije que se fuese de mi casa y
que no quería estar con él si me había traicionado de esa manera. Él se enfadó
mucho más y me dijo gritándome que no tenía ningún derecho a reprocharle nada
porque siempre se había comportado conmigo de una forma impecable. Claro que en
esos momentos yo no tenía argumentos para rebatir todo lo que salía de sus
labios... pero a él, al parecer, le ofendió mucho que dudase de su amor. Él me
aseguró que nunca había dejado de amarme y que en verdad no estaba enamorado de
Scarlya. Solamente se sentía levemente atraído por ella y esa atracción se
había intensificado en los últimos días al vivir juntos... ¡Incluso pareció que
me culpaba de lo que estaba acaeciéndole por haber permitido que ella habitase
en nuestro hogar!
—
No puedo creer que todo lo que dices sea verdad, Brisita —aduje con
mucha tristeza—. ¡Pero si Lianid estaba inmensamente enamorado de ti!
—
Ya no sé qué creer, Sinéad. Tal vez se acercó a mí porque iba a ser
reina de Lainaya —me propuso hipando desconsoladamente—. Me cuesta creer en su
amor después de todo lo que ha pasado. ¡Y es el padre de mis hijitos...! ¡Yo
pensaba que nuestro amor era eterno y verdadero! ¡No puedo creer que en Lainaya
existan sentimientos tan dolorosos!
—
Pero él te aseguró que estaba enamorado de ti, Brisa, y que lo que
sentía por Scarlya solamente era una atracción casi irrelevante —intentó
serenarla Eros.
—
No es verdad. Cuando discutimos de ese modo, Lianid me aseguró que, si
no confiaba en él, no tenía sentido que siguiésemos juntos y entonces se
marchó. Yo intenté seguirlo, pero empezó a llover mucho y... sé que esa
tormenta la provocó él con sus poderes audélficos. No pude saber adónde se
dirigió porque la oscuridad de aquella impetuosa tormenta me lo ocultó todo...
Los audelfs no podemos ver bien en la oscuridad como pueden hacerlo los
niedelfs, pero él sí podía orientarse porque era el causante de esa lluvia
tan...
—
Brisa, estoy segura de que conseguiréis arreglar las cosas. En cuanto
a Scarlya, no entiendo... Maldita sea, me marcho unos días y pasa de todo —me
quejé desorientada y disgustada—. Se supone que teníamos que partir todos
juntos a Lainaya... y se ha ido sola... ¿Y qué ocurre con Leonard?
—
Yo no sé nada, Sinéad. Sólo sé que Lianid está muriéndose y que no
podré perdonarle lo que pasó. No me duele que se haya fijado en Scarlya o,
mejor dicho, que se sienta atraído por ella. Me duele que se pusiese así, que
se enfadase tanto y que se marchase sin decirme nada, sin importarle siquiera
su propia vida. Quiso irse de Lainaya. No entiendo adónde deseaba llegar... A
veces me parece como si ni tan sólo Lainaya fuese mi hogar. Estoy enlazada a
ese mundo a la vez que algo me ata a éste donde tú vives...
—
Brisa, lo mejor será que te serenes, vida mía. No creo que sea bueno
que llores así, cariño —la consolé abrazándola muy tiernamente. Brisa lloraba
como nunca lo había hecho delante de mí.
—
Tengo el corazón destrozado, mamá. Yo no quiero regresar a Lainaya y
ver cómo el amor de mi vida se desvanece. No podemos hacer nada para curarlo.
Ha ingerido las hierbas prohibidas, las hierbas de la muerte. Esas hierbas
solamente sirven para matarnos. Están hechas para las haditas que nos cansamos
de vivir... que se cansan de vivir —rectificó alterada.
—
¿Tú estás cansada de vivir, mi cielito? —le pregunté con mucho amor y
miedo.
—
No lo sé. Estoy cansada de echarte de menos. Cerinia es como mi madre,
pero no es mi madre, no me llevó en sus entrañas, ¡no puede sustituirte! ¡Y yo
muchas veces necesito sentirme protegida por tus brazos! Yo no puedo vivir así.
Encima Lianid se ha enloquecido... A veces las haditas de Lainaya sufren la
locura también. Hay mucha magia en nuestro interior... y que haya tanta magia
es peligroso porque ésta puede descontrolarse y volvernos irracionales.
—
Yo no sabía nada de eso —musité sobrecogida.
—
No es muy común que eso ocurra... pero a Lianid estoy segura de que lo
ha dominado la insania. No podemos salvarlo; pero sé que, si se curase, no
podría seguir con él. Lo que sucedió me duele mucho, mucho... y mis hijitos...
—
Tus hijitos... —le sonreí intentando que ella también sonriese—. Tengo
muchas ganas de conocerlos. ¿Cómo se llaman? No me acuerdo de si me lo dijiste,
qué extraño...
—
Es sencillo olvidar los nombres de los habitantes de Lainaya. Se
llaman Sauce y Lluvia.
—
Sauce y Lluvia: qué nombres tan bonitos —me reí tratando de deshacer
las terribles emociones que gritaban por dentro de mí—. Seguro que son
hermosos.
—
Sí, lo son; pero se parecen demasiado a Arthur y a Lianid. No puedo
evitar verlos a ellos cada vez que los miro.
—
También se parecerán a ti, ¿no?
—
Sí... Lluvia es casi idéntica a mí... Tiene nuestros ojitos y ha
heredado la redondez de nuestro rostro —me sonrió con mucho amor.
—
Anímate, cariño. Estoy segura de que podremos solucionar todo esto y
no dudo de que Lianid te quiere con todo su corazón, aunque ahora te cueste
creerlo.
—
No me ama ya... Los errores que ha cometido han destruido todos sus
sentimientos y sus pensamientos. Ya no habla. Se pasa el día durmiendo y apenas
mira a su alrededor... pero gracias por tener más esperanzas que yo.
No pude decirle nada más.
Permanecí abrazándola y dándole caricias tiernísimas con las que intentaba
serenarla durante un tiempo que ni siquiera el amanecer se atrevió a convertir
en día. Eros, por su parte, se había sentado a nuestro lado y de vez en cuando
deslizaba los dedos por los ensortijados y rojizos cabellos de Brisita. Noté
que acariciarla le hacía sentir una vergüenza inmensa que le entornaba los
ojos.
Al fin, cuando creí que toda la
luz del día se adentraría en nuestra alcoba destruyendo definitivamente la
calma de aquel instante, Brisita se separó de mis brazos y, con una voz llena
de una fingida calma, nos comunicó:
—
Soy consciente de que tenéis que dormir. Cuando caiga la noche, vendré
a buscaros y partiremos juntos a Lainaya. Si lo deseas, puedes ir a buscar a tu
padre para...
—
No creo que Leonard quiera ir a Lainaya. No obstante, tengo que hablar
con él para que me cuente todo lo que ha ocurrido.
—
¿Dónde estarás tú, Brisita? Tengo entendido que los habitantes de
Lainaya no podéis permanecer más de una hora fuera de vuestro mundo —adujo Eros
inquieto.
—
Eso sólo ocurre con los habitantes de Lainaya que no han nacido allí.
Yo soy lainayesa, por lo que puedo restar en este mundo todo el tiempo que
desee. Recuerda, Eros, que viví con vosotros durante unos cuantos días cuando
apenas había crecido —le sonrió tiernamente.
—
¡Es cierto! Es que a veces me cuesta acordarme de todos los detalles de
ese mundo mágico —se disculpó con vergüenza.
—
Es comprensible. Si no os importa, prefiero quedarme aquí. No creo que
sea muy conveniente que vague por la calle con... con estas orejitas y con esta
estatura tan... atípica... Me tomarían por una niña disfrazada si me viesen —se
rió con mucha timidez.
—
Es cierto. Sí, quédate aquí. Puedes leer, tocar el arpa, ver la
televisión... —le ofrecí con divertimento.
—
La televisión... Nunca he visto nada de eso.
—
Si quieres, puedo enseñarte a utilizarla —se ofreció Eros sonriéndole
amablemente.
—
No, Eros, la verdad es que no me llama mucho la atención —se disculpó tímidamente—.
Dormid serenamente. Nos vemos mañana. Buenos días.
Cuando Brisita se fue, cerrando
la puerta tras de sí, Eros y yo permanecimos en silencio durante unos espesos y
tensos momentos. Fue él quien lo quebró alzándose de nuestro lecho y dirigiéndose
hacia la ventana para impedir que la luz siguiese adentrándose vivamente en
nuestra alcoba. Cuando bajó la persiana, me sentí inmensamente aliviada. El
fulgor del día me había rozado dolorosamente la piel, pero no me había atrevido
a quejarme para no parecer débil ante Brisita, quien en aquellos instantes
necesitaba ser consolada más que cuidarnos a nosotros. Cuando Eros volvió a mi
lado, me miró honda y serenamente. En sus ojos detecté impaciencia y
preocupación. Fue su mirada la que me instó a hablar.
—
Me cuesta creer que lo que nos ha explicado sea cierto. Yo pensaba que
Lianid estaba profundamente enamorado de Brisita y que estarían juntos para
siempre. Hay cosas que no entiendo. No comprendo la actitud de Lianid. Si
Brisita se sentía insegura, debería haberla calmado en lugar de haberse
enfadado irasciblemente con ella. Tampoco entiendo por qué huyó y quiso
marcharse de Lainaya. No sé si Lianid era consciente de lo que hacía o si, en
cambio, era la locura quien lo guiaba. Además, no quiero que muera. Me gustaría
hablar serenamente con él tras curarlo, pero no sé si podremos lograr que se
recupere...
—
Si Brisita está tan dolida con él, es innecesario que hablemos con
Lianid e intentemos solucionar las cosas. No deberíamos meternos en ese asunto,
Sinéad; aunque yo también tengo que confesarte que no entiendo cómo Lianid fue
capaz de revelarle a Scarlya algo así. No me imaginaba, en ningún momento, que
Lianid se hubiese fijado en Scarlya.
Con paciencia y nostalgia, le revelé
a Eros lo que había ocurrido en Lainaya tras haber encontrado a Scarlya tan
enferma en aquella húmeda cueva. Le conté que Lianid había curado a Scarlya y
que después ellos habían entablado una amistad muy bella que estuvo a punto de
romperle el corazón a Brisita. Eros me escuchó con atención e interés. Cuando
acabé de desvelarle todo lo que había acontecido entre Scarlya y Lianid,
detalles que, al parecer, en su momento carecían de importancia, adujo con
sinceridad:
—
Si parecía que Scarlya se había enamorado de Lianid, nunca tuviste que
creerla cuando te dijo que solamente era una prueba para valorar el amor que
Lianid decía sentir por Brisita. Las mujeres sois muy listas y os inventáis
cualquier cosa para esconder vuestros sentimientos.
—
Pero si Scarlya todavía estaba enamorada de Leonard en aquel
entonces...
—
O eso deseaba haceros creer. No sé, Sinéad. Hay muchas cosas que no
entiendo... Lo mejor será que durmamos y mañana partamos hacia Lainaya. Creo
que allí podremos encontrar las respuestas a todas las preguntas que nos
hacemos. Ven, mi Shiny...
—
Hay una pregunta que quisiera hacerte, Eros —le expresé cuando ya me
hube acomodado entre sus brazos.
—
Sí...
—
¿Brisita te parece hermosa?
—
Brisita es mágica tanto por fuera como por dentro. Por supuesto que me
parece hermosa. Además, me infunde mucho respeto saber que es hijita tuya. La
quiero muchísimo y a veces me lamento de no ser yo su padre. TE aseguro que la
cuidaría mucho mejor que Arthur —me confesó con timidez.
—
La situación de Arthur siempre ha sido complicada. Nunca ha podido
disfrutar plenamente de su hijita.
—
Estoy seguro de que la quiere con locura, pero...
—
Tú la quieres mucho también, ¿verdad?
—
Sí, muchísimo. Además, me siento fascinado por ella. Es reina de
Lainaya, de la tierra más mágica que existe en el mundo y existirá jamás, y te
aseguro que eso impone muchísimo. Brisita es mágica también... —reflexionó con
amor—. ¿Por qué me preguntas eso ahora?
—
Por nada en especial, cariño. Solamente me ha llamado la atención la
forma en que os habéis abrazado. Me conmueve que os queráis tanto. Ambos sois
muy importantes para mí...
—
A Brisita la querré siempre, Sinéad. Nunca lo dudes, por favor.
—
Hubo un tiempo en el que su existencia te torturaba...
—
Un tiempo en el que estaba dominado por los celos, Sinéad. Comprende
que no era muy agradable para mí saber que ibas a tener una hijita con Arthur.
A mí también me gustaría vivir algo así contigo.
—
Quizá alguna vez Ugvia nos permita vivir esa hermosísima experiencia,
Eros.
—
¿A ti te gustaría tener un hijo conmigo? —me preguntó conmovido.
—
Por supuesto que sí, amor mío —me reí al verlo tan sobrecogido—.
Contigo quiero vivir toda mi vida.
—
Mi Shiny... A veces he tenido tanto miedo de perderte... A veces he
temido no ser lo que te mereces... He estado a punto de perderte en miles de
ocasiones y te aseguro que es lo más doloroso que he vivido nunca. Por favor,
nunca te alejes de mí, por favor —me rogó con los ojos llenos de lágrimas; lo
cual me conmovió inmensamente.
—
Eros... no vas a perderme. Es cierto que hemos estado a punto de
separarnos en muchas ocasiones, pero esas ocasiones me han servido para darme
cuenta de que te amo con demasiada locura. No temas por nada. Todo va a ir
bien. Iremos a Lainaya y disfrutaremos juntos de su magia... Tal vez podamos
hacer alguna locura para poder quedarnos allí algún tiempo —me reí
traviesamente.
—
¡Mi Shiny! ¿Qué se te ha ocurrido ahora? —se rió al ver mi revoltosa
mirada.
—
Tú, cuando estemos en Lainaya, déjate llevar por mí —le pedí
acomodándome más íntimamente entre sus brazos—. Ahora durmamos... Estoy
agotadísima... Viajar cansa mucho —me quejé tiernamente.
—
Sí, es cierto. Buenos días, mi Shiny.
—
Buenos días, amor...
Nuestro sueño fue calmado,
profundo, casi espeso e inacabable. Nos dormimos al fin serenamente uno en los
brazos del otro, lejos del frío, de las controversias y de la tristeza. No
obstante, ambos teníamos demasiado presente todo lo que había acaecido con
Brisita y Lianid y, aunque el mundo de los sueños nos esperase anegado en
bondad y magia, no nos olvidamos de que aquel presente podía llenarse de
inseguridad en cualquier momento. Sin embargo, a mí me pareció que aquel
amanecer era el más hermoso, brillante y ameno que había vivido en muchísimo
tiempo. Su templada luz resplandecía allí afuera, trayéndonos los ecos de un
nuevo día, de un nuevo futuro, de un nuevo camino.
2 comentarios:
¡Que sorpresa! No esperaba que apareciese Brisita de esa forma tan especial, pero me sorprende todavía más lo que ha ocurrido en Lainaya. No me puedo creer que Lianid se sienta atraído por Scarlya, ¡que fuerte! Aunque esta vez Scarlya ha dejado clara su postura, Lianid se confiesa ante ella...muy mal. Es lógico que Brisita se sintiese traicionada por él. Tampoco veo justificada su forma de actuar. Encima de todo, se vuelve loco y se marcha. Ahora se está muriendo...eso me ha impactado mucho. No quiero que muera, es un personaje bueno aunque cometa estos errores. Deseo que se resuelvan las cosas entre ellos, se lo merecen. Que bonitos nombres, Sauce y Lluvia. Tengo curiosidad por conocerlos y saber más de ellos. Oye, que idea tan interesante, ¡un hijo entre Sinéad y Eros! ¿Te imaginas? En Lainaya es posible y sería algo maravilloso. Me pregunto que habrá pasado con Leonard...seguro que lo estará pasando muy mal sin Scarlya. A estas alturas, creo que debería olvidarse de ella, su amor verdadero tiene que estar en otra parte. Una entrada muy intensa y un inicio de historia trepidante y emocionante. ¡Me encanta!
Qué bonita la relación de las estrellas luciendo y los habitantes de Lainaya, no dejan de sorprenderme esas ideas que plasmas en los relatos. Lo que ocurre con Lianid es también una gran sorpresa, no hubiera esperado jamás que flaquease su compromiso con Brisa, ahora que lo pienso entre Lianid y Eros veo una conexión, y por medio se ha interpuesto siempre Scarlya, ¡qué destino tan perturbador el suyo! Y no hay que olvidar sus relaciones con Leonard y la misma Sinéad... ¿qué tendrá esa vampiresa?
Pero ahora es necesario que se pongan en marcha a ese mundo que tanto echan de menos, aunque no se trate de una visita turística, ni mucho menos... ¡tienen que salvar Lianid! Y una vez en Lainaya, ¿qué acontecimientos se producirán? ¿qué paisajes verán? La verdad es que tengo muchas ganas de que vayan, aunque sea por un motivo tan triste... Ojalá las cosas les salgan bien, ¡no seas mala!
Publicar un comentario