domingo, 20 de octubre de 2019

LEALTAD SIN PRECEDENTES


LEALTAD SIN PRECEDENTES

Qué mirada tan triste tiene hoy. Sus ojos siempre están llenos de tristeza, pero hoy parecen mucho más profundos y oscuros. Tiene los ojos más negros y bonitos que he visto en mi corta vida. Cuando la miré por primera vez, algo se me recompuso por dentro. Hasta que ella me encontró, nunca me había dado cuenta de lo sola que estaba. Enseguida supe que algo ya nos había unido desde mucho antes de conocernos. Cuando la vi caminando desorientada entre aquellos gruesos y antiguos árboles, supe que tenía que ayudarla y que yo me hallaba en ese lugar para guiarla. Al instante, ella se convirtió en algo de mí y yo me volví algo de ella. Un vínculo inquebrantable nos unió para siempre. Noté que, desde lo más hondo de mi ser, emergía un halo de luz que la envolvía y, a su vez, ese halo de luz que manaba de mí era el reflejo de la luz que ella irradiaba. Sí, ella brillaba. Ella ha brillado siempre, aunque esté inmensamente triste. La noche en la que nos encontramos, ella estaba muy triste, pero también refulgía en sus ojos el comienzo de una esperanza que ella no se atrevía a sentir libremente. Tenía mucho miedo y estaba tan perdida que casi no podía pensar con claridad; pero, en cuanto me descubrió a su lado, mirándola con tanto respeto e incluso fascinación, emergió de su desorientación como si ésta fuese un mar embravecido

Hoy está muy triste. Me gustaría poder preguntarle qué le ocurre. Nunca ha podido abandonar esa tristeza que le llena el alma, pero hace días que está mucho más nerviosa y sensible. Me habla con un tono de voz más bajo, más confidencial. Ella me habla siempre, aunque no pronuncie ninguna palabra, porque sus ojos se expresan en un idioma que sólo yo puedo entender. Sé que nadie comprende sus ojos mejor que yo. Si hubiese alguien que la entendiese, no estaría tan sola. Ella y yo somos muy distintas. No somos de la misma especie. Ella es de la especie de esos seres que nos quitan nuestro hogar a nosotros, a los que desde siempre estuvimos aquí. Sé que ellos son humanos y nosotros, animales. La mayoría de los humanos está convencida de que los animales ni pensamos, ni sentimos ni reflexionamos; pero hay una pequeña parte de esos seres que creen lo contrario y ella es una humana que cree de la forma correcta. No sólo sabe que pienso y siento, sino que, además, está totalmente segura de que la entiendo cuando me habla, cuando me mira o me acaricia. Ella es muy inteligente, mucho más de lo que los demás saben.

Yo no pertenezco a su misma especie porque soy un animal. Más concretamente, soy un animal que inspira temor y asco a la mayoría de seres humanos, pero a ella no le inspiro nada de eso, al contrario. Desde el primer momento que compartimos, ella sólo sintió por mí respeto y cariño. No pertenezco a su misma especie, pero la entiendo y quiero mucho más que todas las personas que la conocen o creen conocerla. Hay bastantes personas que la visitan aspirando a ganarse su confianza, pero hace tiempo que ella perdió la confianza en la vida y en las personas que ella creía que la querían. La engañaron vilmente haciéndole creer que la querían, que la respetaban y la entendían cuando lo cierto fue siempre que lo único que deseaban era quedar bien con ella porque, tratándola bien a ella, se sentían realizados como personas. Son unos hipócritas. Hubo un tiempo en el que sí la ayudaron a ser un poco más feliz, pero hace años que lo único que le causan es sufrimiento. No la entienden, no la ayudan nunca ni se preocupan realmente por ella. Si yo pudiese hablar su lengua, les pediría que la escuchasen, les pediría que la quisiesen de verdad y que la ayudasen a ser feliz; pero ellos no comprenden el lenguaje de mis miradas como sí lo hace ella. Ni siquiera se dignan mirarme. Soy parte del decorado de su vida, nada más.

Una noche, fui en busca de ayuda porque sentí que se iba, que se moría, y yo no pude soportarlo. La vida sin ella me resultaría difícil y muy triste. Desde que estoy con ella, apenas me apetece salir al bosque y vagar sola por ahí. Si salgo, quiero que sea con ella. Quiero que compartamos los caminos que recorremos, el aire que respiramos, los olores del bosque, los sonidos del río, todo. Ella me habla siempre de un lugar que se parece un poco a este bosque que rodea nuestra acogedora cabaña. Me habla de esos lejanos lares con una tristeza preciosa que vuelve mucho más suave su voz. Tiene una voz preciosa, aterciopelada y armoniosa que me acoge siempre. Además, tiene un acento muy gracioso y tierno. No habla igual que las personas que forman parte de su vida, aunque de forma casi inexistente. Habla distinta. Los demás se expresan también con calma, pero con una decisión. Esa decisión con la que hablan me parece que vuelve más frías las palabras que pronuncian y también utilizan otro idioma. Ella me habla en una lengua con la que no se expresa delante de ellos. Sólo a mí me habla empleando ese idioma tan gracioso. Parece que cante al hablar. Sí, también canta. Muchas veces, la oigo cantar canciones preciosas mientras lava su ropa en el río, mientras trabaja la tierra, mientras cocina o limpia la cabaña. Ella sabe que la escucho con atención. Me parece que su voz es el sonido más bonito que pudo crear la naturaleza; pero ella no quiere cantar delante de nadie. Sólo se atreve a hacerlo delante de mí.

Me habla de cosas que no conozco. Me habla de montañas muy altas que se llenan de nieve en invierno. Me habla de un río en el que siempre se bañaba cuando llegaba el verano. Me habla de recoger el trigo, de la vendimia, de muchas maneras de cultivar la tierra. Me habla también de otros amigos suyos, también animales, con los que siempre se llevó estupendamente, mucho mejor que con las personas, y, siempre que me habla de todo ello, se le llenan los ojos de lágrimas. Siempre me habla de su pasado cuando nos hallamos las dos sentadas entre los árboles o delante de la lumbre. Le gusta mucho prender la lumbre cuando cae la noche y ya refresca un poco. Yo la rodeo con mi cuerpo y apoyo la cabeza en su pecho para escucharla mirándola a los ojos. Ella me acaricia suavemente, como si le diese miedo rasgarme la piel con sus suaves dedos, mientras me habla o me canta alguna canción de ésas tan bonitas con las que me duerme inevitablemente. Sus manos son muy cariñosas. Trabajar la tierra las ha fortalecido, pero sigue manando de ellas mucha ternura y cuidado. Me siento tan protegida en esos momentos que me parece que nunca estuve sola. Perdí a mi madre cuando era muy pequeña y, desde entonces, nunca había vuelto a sentir tanto calor, aunque las madres de nuestra especie son frías y nos abandonan pronto para que crezcamos rápido; pero a mí me separaron de ella mucho antes de que pudiese entender que era su hija. No me acuerdo de ella. Sin embargo, yo no la quiero como una hija quiere a su madre ni como si fuese mi hermana. Realmente, no sé diferenciar los tipos de amor que pueden existir. Ella sí me habla de las diferentes maneras de amar. Me habla de su madre y me explica que su madre la abandonó, enviándola lejos de su hogar injustamente porque ella amaba de una manera que, supuestamente, no estaba permitida; pero ¿cómo va a estar prohibida una manera de amar? El amor es un sentimiento muy bonito y no se debería prohibir.

Yo no sé cómo la quiero. La quiero de una manera fuerte y protectora. No quiero que le pase nada, pero siento que no la puedo cuidar de todo. Puedo protegerla de peligros físicos como una piedra en el camino que ella no ha advertido, una repentina tormenta a la que ella no le ha dado importancia, otro animal que quiera hacerle daño (aunque los animales saben que a ella no tiene sentido hacerle daño porque nos quiere a todos), pero no puedo protegerla de sus sentimientos. Sus sentimientos son muy peligrosos. A mí me parece que la tristeza o la frustración la destruirán sin que ella pueda evitarlo y me siento muy impotente porque no la puedo ayudar. Por más que trate de calmarla con mi cercanía y mi cariño, ella apenas reacciona. Dicen que está enferma, pero yo creo que lo que le pasa es que echa mucho de menos el lugar en el que vivía antes de venir aquí. Me contó que la mantuvieron encerrada en un sitio horrible durante años y que allí nadie la quería. Entonces es comprensible que tenga el corazón tan herido y lleno de tristeza. Es muy importante sentirnos queridos. Incluso para los animales, al contrario de lo que muchos humanos piensan, el cariño y el respeto son fundamentales para sentirnos felices. También necesitamos estar en nuestro hábitat. A ella le pasa lo mismo que nos ocurre a nosotros cuando nos separan del ambiente en el que mejor estamos. Estuvo encerrada durante mucho tiempo lejos de todo aquello que le hacía sentir viva. Dudo mucho de que se le cure definitivamente esa herida que tiene en el corazón.

Yo soy extraña. Quiero decir que, por lo general, los miembros de mi especie no tienen estos pensamientos tan profundos ni pueden reconocer con tanta claridad sus propios sentimientos y mucho menos los de los humanos; pero yo siento que no soy igual que mis hermanas. También me muevo por instintos, es evidente. Cuando tengo hambre, no puedo pensar en nada más que en comer, que en cazar, que comerme un suculento ratón o cualquier otra alimaña que me encuentre; pero también pienso demasiado y sé que ella entiende lo que pienso. Puede leerme la mente, lo sé.

Y está muy triste y nerviosa. Nunca la he visto así. No sé qué hacer para calmarla. Llora mucho, pasa horas sin comer, luego sale de la cabaña sin decirme a dónde va ni pedirme que la acompañe. Sé que es por esa otra humana que conoció hace poco. Desde que ésa apareció, está mucho más descontrolada por el miedo y la tristeza. Tiene mucho miedo. Me habla de ella con una voz que nunca le oí antes. Está aterrada porque dice que ella es alguien que ya conoció en otra vida. Creo en las otras vidas, pero no entiendo por qué le provoca tanto pánico que ella haya aparecido otra vez. Tendría que sentirse feliz por reencontrarse con alguien tan importante; pero teme a esa mujer como si ella fuese la portadora de todas sus desgracias. Dice que ha venido para vengarse de ella porque, según me cuenta, sabe que en otra vida hizo algo horrible sin poder evitarlo, pero ¿cómo va a hacer algo horrible ella, que es tan buena, tan cariñosa, tan dulce? Me dijo que no se acuerda de lo que ocurrió, pero sabe que acabaron muy mal por culpa suya, porque, por ser cobarde, la desveló ante las personas más crueles del mundo; pero estoy segura de que esa mujer ni siquiera se acordará de eso. Ella sí se acuerda porque es muy especial y poderosa. Es muy poderosa. Tiene tanto poder que ni ella misma lo puede soportar.

Ahora me llama con su peculiar acento. Siempre se dirige a mí con el nombre de Némesis. Me pregunta dónde estoy y me pide que la acompañe a algo muy importante para ella. Su voz suena llena de energía. Eso me gusta.

 

Qué impotencia siento, qué rabia, qué ganas de morder a todas esas personas que supuestamente la querían. ¡Los mataría a todos si tuviese el valor para hacerlo! Pero ella, con su cariño, ha atenuado mis instintos animales, qué curioso.

¡Mas ahora sólo siento que la quiero defender de todos ésos que se creen con el derecho de tratarla como si fuese escoria! Siento algo que me recorre el cuerpo y que me hace tener ganas de atrapar lo que sea y apretarlo hasta deshacerlo. La han tratado tan mal que pensaba que se desharía allí mismo, pero se ha mantenido fuerte, con ganas de llorar, pero fuerte, con poder en la mirada. Yo notaba que intentaba controlar lo que sentía porque no se quería rendir. Quería ser fuerte, pero no ha podido resistir el envite de la honda decepción que sentía y se ha derrumbado en medio del bosque, entre la noche. Yo no sabía qué hacer para calmarla. La miraba intentando transmitirle con los ojos esa fuerza que necesitaba para mantenerse poderosa porque a mí me gusta verla poderosa. Me siento fuerte junto a ella cuando se muestra tan capaz de enfrentarse a cualquier peligro. Habla diferente, con más seguridad, tiene otro brillo en la mirada y parece invencible. Cuando tiene ese ánimo, creo que las dos podemos afrontar cualquier adversidad; pero también me conmueve verla triste, deshecha en llanto, porque siento que puedo protegerla, que en mí está la responsabilidad de ampararla de su dolor.

Ella apenas notaba la fortaleza que yo quería transmitirle con la mirada. Estaba oscuro a nuestro alrededor y ella cada vez estaba más deshecha en llanto, pero de repente apareció esa mujer, otra vez, desfigurándolo todo, haciendo temblar el suelo de nuestro mundo. Apareció cuando creía que ya no volveríamos a ver a nadie más esa noche.

Se había perdido. Ella podría haberla ayudado, pero, en lugar de mostrarse tranquila, se comportó de una forma muy extraña. Quiso esconderle lo mal que se sentía tras una máscara de frialdad y distancia que en absoluto se correspondía con lo que ella deseaba mostrar realmente. La conozco tan bien que sé cuándo intenta fingir y cuándo es totalmente ella.

La mujer ésa, que tanto miedo le inspira a ella, también estaba muy asustada. Qué absurdo todo. La mujer ésa me tiene un miedo atroz. Me tiene miedo. Qué estúpida. Yo nunca le habría herido, en un principio, pero ahora sí siento ganas de atacarla o de darle algún susto porque le está haciendo daño. No se da cuenta, pero ella sufre mucho por culpa suya. No me gusta esa mujer. Va por el mundo haciéndose la inocente. Intenta engañar a la gente haciéndoles creer a todos que es buena, pero es tonta. No sabe actuar. No tiene ni idea de lo que debe hacer. No la sabe tratar, a ella que es tan especial. Me gustaría pedirle que desapareciese, que la dejase en paz, que no la espiase continuamente. La espía sin que ella se dé cuenta, evidentemente. La observa entre los árboles cuando lava su ropa en el río, cuando trabaja, incluso cuando se baña. ¿Quién se cree que es? ¿Por qué no se acerca a ella y le habla en lugar de ir espiándola? No me gusta eso. Sé que ella nota que alguien la acecha, pero tampoco le da mucha importancia a eso porque cree que forma parte de su supuesta enfermedad.

 

Hoy es un día extraño. Algo hay en el ambiente que pesa. No hay aire. Hay tristeza a nuestro alrededor. Le cuesta respirar. Está enferma. Ahora sí está enferma. No piensa con claridad. Ni siquiera sabe en qué momento del día se encuentra. No come casi. Se pasa las horas delante de ese altar que no deja de ordenar. Pone incienso continuamente y da larguísimos paseos por el bosque cuando es totalmente de noche. Está perdiendo la vida. Tengo mucho miedo. No quiero que le pase nada. Es parte de mí y, si ella muere, me apagaría. Seguiría viviendo porque la vida tiene que durar el tiempo que está establecido que dure, pero me movería sin aliento porque la quiero mucho. Sí, la quiero. Mi amor no sé si está prohibido o no. Es posible que nadie lo entendiese ni pudiese imaginarlo, pero la quiero con todo mi ser y ella me quiere también. Anoche me abrazó durante mucho tiempo. Perdí la noción de las horas. Creí que estaba a punto de amanecer cuando ni tan sólo se había escondido la luna. Me sentía tan bien, tan cómoda, tan protegida... Me habría gustado decírselo empleando el precioso idioma con el que ella se dirige a mí, pero no puedo hablar. La naturaleza no nos dio esa capacidad a los animales; mas sí la miré a los ojos, buscando su consciencia, y encontré algo que me puso muy triste. Encontré una honda desolación abarcando toda su alma. Vi tanto desconsuelo en su mirada que sentí que algo se me quebraba por dentro. Supe que estaba perdiéndose, que la estaba perdiendo, que estaba desapareciendo, que estaba muriendo la mujer que tan valiente y poderosa podía ser. Entonces, la miré con más fuerza a los ojos. Quise ordenarle a gritos que recuperase su poder, que fuese fuerte, que no se dejase vencer por nada.

Me pareció que oía mi voz silenciosa, mis gritos que no sonaban, porque me sonrió de súbito mientras deslizaba los dedos por mi cuerpo, suave y lentamente, a la vez que entornaba los ojos y me decía que me quería, que yo era lo único que tenía. Noté que se le aceleraba el corazón y entonces me prometió que me llevaría allí a su tierra y que allí podríamos ser libres. Me dijo que allí nadie nos haría daño y que me gustarían mucho esos bosques que ella tanto ama, que me enseñaría las montañas que protegían la aldea en la que ella había nacido... pero sé que eso no podrá ser. Nunca estaremos juntas allí porque ella está enferma y quieren encerrarla de nuevo, lo sé muy bien. Hace unas tardes, oí cómo la mujer esa mayor se lo decía al hombre, que debía pensar en llevarla allí, pero a él lo horroriza imaginarse llevándola otra vez a ese sitio en el que seguramente acabará muriendo.

Yo los mataré antes a todos. No la llevarán a ninguna parte porque yo lo impediré. No me importa que después me maten a mí. No quiero que le quiten la libertad. Ella se merece todo lo bueno y ellos sólo le dan cosas malas. No la quieren.

 

Hoy siento que la vida se está apagando ya. Nos queda poco tiempo. Hay algo que me avisa de que debo ir con mucho cuidado. No estamos en nuestra cabaña, sino en la casa del hombre ése que parecía tan bueno y que nos quiere separar. Ella me ha pedido que me esconda porque también sabe que estoy en peligro. Hace días, hice algo horrible. La defendí de la dañina energía que esa mujer tenía. La defendí porque ella estaba perdiéndose por culpa suya. Esa mujer la estaba matando sin saberlo y yo no podía permitir que le hiciese más daño.

Sé que me equivoqué, pero ya no hay vuelta atrás. Lo que más me duele no es que esa mujer estuviese a punto de morir ni que ella la quiera, porque sé que la quiere de esa forma prohibida de la que me habló una vez. Lo que más me duele es que nuestro tiempo se acaba. La dejaré sola. Me separarán de ella y la dejaré sola sin quererlo. No quiero dejarla sola. No puedo imaginármela sin mí. Quiero protegerla de todo y, si me separan de ella, no podré hacerlo. ¿Qué va a ser de ella?

Me duele pensar que me separarán de ella sin que ella pueda saber cuánto la quiero. No sé cómo la quiero, pero la quiero mucho. No me importa no saber qué tipo de amor es éste. Lo que me importa es que es de verdad, es sincero, es real y sé que, salvo esas personas de las que tanto me habla, nadie la ha querido ni la querrá como yo.

Ojalá no me vea morir. Sé que voy a morir. Me van a matar. No me permitirán estar con ella; pero no saben que no me rendiré tan rápido. Antes de que intenten separarme de ella, me lanzaré a ellos y los morderé con todas mis fuerzas. No sé si quiero matarlos. Lo único que quiero es que por unos momentos pierdan la conciencia para que ella y yo podamos huir juntas a ese lugar del que con tanto amor y nostalgia se acuerda; pero sé que mi veneno es mortal. De eso yo no tengo la culpa.

 

miércoles, 2 de octubre de 2019

NO ELEGÍ MIS VACACIONES


Querida Elisa:

Te escribo esta carta en la casa de mi abuela. Estamos a principios de agosto, pero no sé cuándo te llegará esta carta. Para enviar cartas, tenemos que ir a la ciudad porque aquí no hay buzones. El cartero pasa una vez a la semana para recoger el correo que los vecinos de la aldea quieran enviar, pero en agosto pasa cada quince días y yo no estoy dispuesta a esperar tanto. Lo mismo pasará cuando quiera recibir una carta tuya. Tendré que esperar tanto que no sé si merece la pena que me contestes. Creo que es mejor que me des las cartas que me escribas cuando nos veamos en la escuela en septiembre. Tengo ganas de volver a la escuela porque te echo de menos a ti y a todos nuestros amigos. También echo de menos jugar al tenis con las chicas porque aquí nadie sabe jugar al tenis y hay niños que nunca oyeron hablar del tenis. ¿Puedes creértelo? Pero es que te voy a contar muchas cosas que te costará creer.

Es el primer año que venimos de vacaciones a la aldea de mi abuela. La aldea de mi abuela está perdida entre montañas, valles y bosques. Sabes muy bien que siempre hemos ido a veranear fuera de España. Hemos visitado países preciosos. Me lo pasé muy bien el año pasado en Italia y creía que este año iríamos a Grecia, pero mi padre decidió que pasaríamos todo el mes de agosto en la aldea de mi abuela, de su madre en este caso. ¡Todo el mes de agosto! Lo peor es que aquí no hay playa. Para ir a la playa, tienes que ir muy lejos y mi padre prefiere quedarse en la aldea disfrutando, según él, de estos bosques, de los animales y del río. Yo probé a bañarme en el río, pero me da miedo porque me parece que el agua va muy rápido. Me invitan a que me acerque a los animales, pero todos los animales de la Tierra me dan miedo. Aquí hay muchas vacas y ovejas. Las vacas me dan miedo. Creo que me van a atacar y las ovejas huelen raro. No me gustan los animales.

Voy a hablarte de los niños de la aldea y también de mi abuela. Hacía mucho tiempo que no veía a mi abuela. Alguna vez, hemos venido aquí a pasar algunos días en Navidades; pero, como a mí no me gustaba venir porque estaba todo nevado y teníamos que estar encerrados en casa todo el tiempo, dejamos de venir. Casi no me acordaba de mi abuela, pero ella, al parecer, me recordaba muy bien. Me ha recibido con mucho cariño, eso sí, pero a mí me cuesta darle cariño a una mujer de la que apenas me acuerdo. Además, todavía me cuesta mucho entenderla. Habla muy diferente a nosotras. Tiene un acento muy marcado y le cuesta hablar en castellano, como les pasa a todas las personas que viven aquí. Yo no entiendo cómo pueden vivir todo el año en este lugar en el que no hay nada. No se puede ir a ninguna parte porque no hay taxis. Tampoco hay cine, ni tiendas, ni piscina ni nada. Mi abuela me quiere mucho. Mi padre no se cansa de decírmelo, pero yo no puedo decir lo mismo. Claro que la aprecio porque es mi abuela y porque se está portando muy bien conmigo, pero yo nunca necesité tener una abuela que viviese en una aldea que está entre montañas. Creo que este sitio ni sale en los mapas. No hace falta que lo busques en ninguna parte porque no lo vas a encontrar.

Hay muchos árboles y caminos por los que me da miedo andar porque me parece que este bosque tan profundo y denso me va a tragar y que no voy a saber encontrar el camino de regreso a casa. La mayoría de los niños que hay en la aldea juegan mucho en el bosque, pero yo prefiero quedarme en casa dibujando o haciendo mis deberes. Echo de menos ver la televisión. Aquí no hay televisión. Hay radio, pero la radio me aburre. Tampoco me he traído mis cintas de Mecano ni de Alaska y echo de menos escuchar esas canciones.

Hay muchos niños en la aldea porque casualmente los abuelos de todos esos niños viven aquí, pero también hay niños que son de la aldea. Con esos niños no he conseguido hablar prácticamente nada porque parece que hablemos en lenguas distintas. Intenté hablarles en francés, pero no entienden francés. Hablan un idioma que se parece mucho al castellano, pero que no tiene nada que ver. Mi padre ha intentado enseñarme algunas palabras en esta lengua, pero realmente nunca le puse interés.

Hay algunos niños que sí hablan mejor el castellano y con los que me llevo bien. Hay una chica que se llama Lúa y que es mayor que yo, que me cae muy bien y que parece intentar que todos nos llevemos bien. Lo intenta y a veces lo consigue. Jugamos a cosas muy divertidas. Tiene mucha imaginación y trata muy bien a los niños, incluso a los más pequeños, cuando los demás no quieren jugar con los niños pequeños. Cuando me vio por primera vez, me preguntó en castellano cuántos años tenía y, cuando le dije que tenía diez años, enseguida me invitó a jugar con ella. Me dijo que me quería enseñar rincones de estos bosques, pero yo le dije que me daba miedo el bosque y entonces me invitó a su casa a merendar; pero Lúa está muy pendiente de otra niña, que creo que tiene mi edad, aunque no lo parece, que a mí no me cae nada bien. He intentado hablar con ella en varias ocasiones y parece tonta o a lo mejor es que no me entiende. No me extrañaría, pues me recuerda mucho a un animal. Es como una de esas vacas que cuida porque es calmada y callada como ellas. Lleva a las vacas a comer al monte y pasa todo el día allí sola, entre los árboles, en el monte. Lúa alguna vez ha ido con ella, pero regresa siempre sola. No comprendo cómo permiten que una niña tan pequeña pase tantas horas sola en el monte. A mí nunca me dejarían hacer eso y, si me dejasen hacerlo, jamás me iría sola por ahí al monte; pero aquí es como si no existiesen los peligros. Esta niña de la que te hablo parece una persona mayor porque hace cosas de mayores. No juega nunca con nosotros, no habla con los niños, sólo con Lúa a veces, y se dedica a trabajar en las tierras que su madre y ella tienen. Me han contado que su abuela murió hace tres años y que desde entonces están más solas, pero todos los vecinos de la aldea las quieren mucho.

Además, te confieso que me da miedo. No habla nunca conmigo ni con nadie, sólo con la gente mayor, y, cuando la he oído hablar, me parece que tiene una voz muy curiosa, pero lo que más miedo me da de ella son sus ojos porque tiene unos ojos negrísimos y muy profundos y a mí me parece que me escruta por dentro cada vez que me mira, aunque también sé que pasa de mí, que le soy indiferente. No me gusta esa niña y no quiero volver a verla más, pero parece que es muy importante para todos porque todos la tienen muy presente siempre y, encima, ahora que la aldea está en fiestas, toca en todas partes su pandereta y canta muy bien. Yo no sé qué sentido tiene tocar un instrumento como la pandereta. Yo pensaba que solamente se tocaba en Navidades, pero ellos la tocan todo el año.

Tienen unas costumbres muy raras y me cuesta entenderlas, pero también es verdad que es bonito lo que hacen y la comida está muy buena aquí; pero yo quiero ir contigo a la playa o a la piscina allí en el chalé que tienes en Platja d’Aro. Yo que soy de Madrid, me gusta mucho ir a la playa y tus padres son muy afortunados por tener una casa como ésa en la playa.

A mí me habría gustado irme con mi madre a Málaga, con sus hermanas, pero, como mis padres están así de mal, no me ha quedado más remedio que venir con mi padre a la aldea de mi abuela. Ojalá mi padre me haga caso y nos vayamos ya, en unos días; pero dice que quiere recuperar todo el tiempo perdido aquí, que necesitaba mucho estar en este lugar. Yo no entiendo por qué alguien necesita estar en un lugar en el que no hay nada.

Ayer intenté hablar con la niña ésta y fue un fracaso. A mí no se me resiste nadie. Yo le caigo bien a todo el mundo, pero esta niña pasa de mí, ya te lo digo yo, y eso me da mucha rabia. Iba con una vaca marrón que es de su madre y de ella. Yo le pregunté algo sobre la vaca, y no me contestó. Se me quedó mirando como si yo fuese E.T el extraterrestre. Le pregunté si es que no me entendía y tampoco me contestó. Me miraba como si fuese un bicho raro. Luego me dijo que sí con la cabeza. Le pregunté si es que era muda y me dijo: “non”, y luego se fue. Dijo: “non” y luego se fue, pero casi no la oí contestarme. Vaya niña más tonta. ¿Cómo alguien te puede demostrar tan abiertamente que le importas un pimiento? Yo le he preguntado a Lúa si es que le pasa algo a esa niña y me contó que era muy tímida y que le costaba mucho relacionarse con los demás, sobre todo si tenía que hablar en castellano. ¿No entiendo que alguien no sepa hablar castellano en España. Estamos en España, ante todo, ¿no? Muchas veces me lo dijo mi madre, que estamos en España, que todo era España. Pues esta aldea también es España, digo yo, pero, no, esta niña no sabe hablar nuestra lengua. Es tonta, ya te lo digo yo.

Y dejo de escribir porque mi padre dice que me va a llevar a la ciudad (que sólo se puede ir en coche) para que demos una vuelta. A lo mejor me compra un helado o algo. Me ha pedido que le proponga a alguna de mis amigas que venga conmigo, pero no tengo amigas todavía.

Me despido con un abrazo muy fuerte de tu mejor amiga.

Lidia