miércoles, 25 de junio de 2014

EL PESO DE LAS LÁGRIMAS


EL PESO DE LAS LÁGRIMAS
Los sonidos de la vida me llamaban desde la distancia de la vigilia. Estaba sumida en un sueño profundo y espeso que ni siquiera se había llenado de imágenes; pero al fin abrí los ojos guiada por la sensación de la desorientación y la confusión. Cuando intenté mirar a mi alrededor, apenas reconocí el lugar donde me hallaba. Era una habitación cuadrada en cuyo centro había un lecho de hojas y pétalos en el que yo estaba tendida. Una suave manta me protegía del ambiente y una tenue luz bañaba la alcoba como si procediese de una lejana luna. No había nadie a mi lado. Estaba sola, me sentía débil y perdida e, incomprensiblemente, tenía muchísimas ganas de llorar, como si me hubiese dormido plañendo desconsoladamente.
Sin embargo, me incorporé e intenté salir del lecho, pero las fuerzas me flaquearon y perdí el equilibrio. Estaba mareada. Volví a acomodarme en la cama y traté de recuperar el aliento. No entendía por qué estaba tan agotada; pero enseguida mi mente se llenó de recuerdos que parecían vividos por otro ser, pues aparecieron remotos y vagos. Me percibí tendida en la fresca hierba que cubría la orilla de aquel lago mágico, acompañada por Rauth y Alneth; pero apenas podía rememorar los instantes que componían esos recuerdos.
Quise llamar a Rauth. Mi voz sonó suave y delicada, pero sabía que él me oiría dondequiera que se hallase. Al cabo de unos pocos minutos, oí que alguien caminaba hacia donde me encontraba. Rauth entró en aquella alcoba con un paso presuroso y lleno de preocupación. Se sentó a mi lado e intentó alzarme tomándome de los hombros, pero la debilidad había vuelto pesado mi cuerpo. Traté de mirarlo a los ojos, pero mis párpados también estaban exhaustos.
  • Sinéad, cariño, al fin despiertas, amor. ¿Te encuentras bien? —me preguntó mientras me arropaba.
  • No me siento bien —le contesté casi llorando. Tampoco entendía por qué estaba tan extremadamente sensible—. ¿Qué ha sucedido?
  • ¿Por qué lloras, vida mía? —quiso saber mientras se acostaba a mi lado para abrazarme—. Todo está bien, Sinéad. Todo ha salido bien. No temas.
  • No, eso no es verdad —lo contradije de pronto.
Había recordado lo que había visto en el lago. Mi mente se llenó de imágenes que mi alma no soportaba, que me parecieron horribles y que profundizaron mis intensísimas ganas de llorar. No pude evitar deshacerme en sollozos entre los brazos de Rauth. Continuamente veía a Eros y a Scarlya unidos en un solo ser, besándose, abrazándose, acariciándose, amándose como si no existiese nada más en el mundo.
  • Sinéad, Sinéad... Cálmate, amor... Todo está bien. Tú te pondrás buena en cuanto menos te lo esperes... Tienes que ser fuerte, vida. Ella te necesita.
  • Eros, Eros... Eros... ha... —intenté decir, pero los sollozos ahogaban mi voz.
  • ¿Qué sucede con Eros? —me preguntó alarmado; pero yo no pude contestarle—. Sinéad, tranquilízate. Tienes que comer algo para recobrar tus fuerzas. Ella te necesita.
Era la segunda vez que me hablaba de alguien a quien yo no recordaba; lo cual mermó levemente mis ganas de llorar. Alcé los ojos y lo miré con una interrogación profunda reflejada en mi rostro. Rauth sonrió mientras me secaba las lágrimas. Con una voz muy dulce, me dijo:
  • ¿No recuerdas que has sido madre, Sinéad? ¿No te sientes diferente?
  • He sido madre... —musité agachando la mirada. Entonces, sí, recordé todos aquellos instantes que mi memoria no se atrevía a recuperar. Rememoré el punzante y desgarrador dolor del alumbramiento, la desesperación nacida de la incertidumbre y el desasosiego y la debilidad tras aquellos momentos en los que creía que mi vida se escaparía de mi cuerpo para siempre—. Sí, es cierto. La oí llorar, pero...
  • Es una niña preciosa, Sinéad. Está deseando sentirse entre tus brazos. Es muy lista y cariñosa.
  • No estoy preparada para verla aún —protesté incapaz de evitar que el llanto se apoderase nuevamente de mí.
  • Claro que no. Tienes que comer algo. Alneth está preparándote una tisana de flores que te devolverán las fuerzas. No te preocupes por nada. Todo está bien, todo está bien, amor mío —me consolaba abrazándome con muchísima ternura; sin embargo, aquella vez sus brazos no me serenaron. Tenía en el alma un dolor demasiado hondo para que pudiese ser mitigado con caricias y palabras dulces.
  • Eros me ha sido infiel, Rauth... —le confesé de pronto sin poder evitarlo, como si aquellas palabras hubiesen tenido vida propia.
  • ¿Cómo? —me preguntó sorprendido y triste—. ¿Qué has dicho, Sinéad?
  • Eros y Scarlya... estuvieron juntos... —lloraba desconsoladamente.
  • No, no, eso es imposible —se rió nervioso—. Eros te ama con locura.
  • Lo ha hecho... Tengo que volver para saber si acaso ha dejado de amarme. Tengo que volver...
  • No puedes irte ahora, Sinéad, al menos hasta que la hayas visto. Necesita que le pongamos un nombre...
  • Lo siento, pero ahora no tengo fuerzas ni ánimos para pensar en nadie más. Eros era mi vida, toda mi vida, y, desde que vine aquí, ha ido alejándose de mí hasta... hasta perderse... Jamás creí que sucedería esto.
  • Cálmate, Sinéad. Seguro que fue tu ausencia y la tristeza las que lo influyeron y...
  • Quiero hablar con él.
  • Aguarda un instante, por favor —me pidió con miedo—. Después de verla, podrás irte si lo deseas; pero al menos deja que te conozca.
  • No, no, no quiero —le negué nerviosa—. No quiero que me conozca, no quiero que me recuerde. Quiero que piense que morí.
  • ¿Por qué? —me cuestionó asustado e infinitamente entristecido.
  • No quiero que me conozca si no voy a vivir aquí —le respondí intentando que el llanto no volviese a quebrar mi voz.
  • Sinéad, no...
  • ¡Quiero irme de aquí, pero tampoco quiero estar en ese mundo! —exclamé descontrolada por el miedo, la pena, el desconsuelo—. Se me ha roto la vida... Eros, mi Eros...
  • Sinéad, tienes que serenarte. Eros te ama, estoy completamente seguro de ello; pero fue la tristeza... A lo mejor él piensa que también tiene derecho a pasar buenos momentos como tú. Por favor, serénate. No digas que te irás. Te necesitamos.
Ver a Rauth tan triste, desesperado y asustado me encogió el alma. Lo miré con una inmensa culpa reluciendo en mis ojos y busqué en su mirada las fuerzas que me permitiesen dejar de llorar. Al fin, con sus caricias y sus abrazos, Rauth logró que el llanto me abandonase por unos momentos. Cuando al fin dejé de llorar, inesperadamente, Alneth entró en la alcoba portando una brillante bandeja del color del cielo más veraniego en la que había unas cuantas frutas y una tacita blanca que contenía un líquido humeante.
  • Hola, Sinéad —me saludó con cariño, sonriéndome con amabilidad—. Tienes que tomarte esto —me dijo mientras posaba la bandeja en una pequeña mesita que había al lado de la cama—. Te irá bien.
  • Gracias —respondí apenas sin poder hablar.
Sin decir nada, sin protestar, ingerí aquellas pequeñas y suculentas frutas y me bebí la infusión casi sin saborear la comida; pero con una lentitud que me hizo pensar que el tiempo se había agotado de fluir. No podía centrarme en nada, como si mi mente se negase a prestarles atención a las percepciones que mis sentidos captaban. Únicamente podía acordarme de Eros y de Scarlya juntos en aquel rincón que tanto nos pertenecía a Eros y a mí; sus miradas enloquecidas de pasión y felicidad, sus risas, sus caricias... Aquellas imágenes me robaban la razón, el aliento y el ánimo; pero intenté que aquellos sentimientos no emanasen de mis ojos.
Durante aquel rato que pasé comiendo, Alneth y Rauth se miraron como si conociesen todos mis secretos. Sus ojos irradiaban temor, compasión y pena; pero ninguno de los dos me dijo nada. Cuando al fin terminé de comer, Alneth se levantó, cogió la bandeja y se fue para regresar a los pocos segundos con una mirada que intentó llenar de felicidad y dulzura. Con una voz calmada, me preguntó.
  • ¿Estás segura de que no quieres verla?
  • Será tu única hija, Sinéad —me advirtió Rauth con pena.
No podía contestar. De nuevo, un feroz nudo me presionaba la garganta. No podía oír sus palabras con claridad, pues parecía que cada sonido se convertía en una de esas imágenes que tanto me destrozaban el alma. Era como si mi mente hubiese devenido en esos recuerdos en los que presenciaba una traición que se hundía en mi corazón como si de una afilada espada se tratase. Aquellas imágenes fueron las que, incomprensiblemente, me dominaron y me hicieron reaccionar. Sin contestarles, sin apenas poder mirarlos, me alcé del lecho y corrí hacia la puerta mientras notaba cómo los ojos volvían a llenárseme de lágrimas que pretendían ocultarme mi exterior.
  • ¡Sinéad! —me apeló Alneth sorprendida.
  • Déjala, Alneth... Creo que tiene derecho a irse. Ya la hemos retenido suficiente.
  • ¡Pero tiene que cuidarla!
  • Déjala en paz, por favor —le exigió con una voz quebrada y susurrante.
Saber que Rauth estaba a punto de ponerse a llorar me detuvo, me hizo preguntarme por qué huía, por qué me negaba a conocer al fruto de mis entrañas, de la unión del alma de Rauth con la mía. Aquellas preguntas me hicieron llorar más profundamente; pero no quise que el llanto volviese a controlarme de nuevo. Me sequé rápidamente las lágrimas con la intención de regresar junto a ellos y explicarles cómo me sentía; pero algo interrumpió mis propósitos.
Fue un llanto suave, delicado, casi fugaz. Era como si emanase de la brisa más tierna y cálida. Inesperada e incomprensiblemente, aquel llanto se convirtió en mis fuerzas. Sin preverlo, empecé a caminar hacia el lugar del que provenía y enseguida me hallé en una alcoba muy graciosa decorada con flores y con dibujos inocentes pintados en las paredes. En uno de los rincones, había un pequeño lecho donde reposaba alguien mucho más pequeño que me miraba con extrañeza. No tardé en saber de quién se trataba.
Me quedé paralizada, sin saber cómo debía actuar, qué debía hacer, cómo debía hablar o mirar; pero aquella parálisis se convirtió en una cálida sensación al hundirme en los ojitos de aquella niña que me miraba como si en mí se encontrase su destino. Sin pensar en nada, me acerqué sigilosamente a ella y me senté al lado de su pequeño lecho. Aún nos mirábamos como si no existiese nada más. Inesperadamente, ella alargó una de sus delicadas manitos y me acarició la mejilla derecha con un primor que me hizo sonreír de ternura. Los ojos volvieron a llenárseme de lágrimas, pero esta vez brotaban de la felicidad más dulce.
  • Hola, cariño. Perdóname por...
Mas de repente supe que no debía disculparme, pues lo que sentía en esos momentos destruía cualquier sentimiento de culpa, me perdonaba por todo lo que había pensado antes de ese instante. Aquella sensación no podía ser descrita con palabras. Era mucho más grande que mi alma, parecía no caber en mi ser. Aquella sensación mezclaba la felicidad más inabarcable, la ternura más templada y el orgullo más potente y resplandeciente. Me incliné sobre su suave frente y se la besé con una delicadeza sublime.
  • Eres preciosa, hija mía —le dije muy quedamente mirándola aún a los ojos.
Sí, era hermosísima, era tan hermosa que no parecía real. Sus redonditos ojitos parecían suspiros del ocaso reflejados en el lago más profundo. Eran tan violáceos como los míos, tan expresivos como una tormenta de verano. Miraban como si todo lo que la rodeaba le resultase tierno y curioso. Su rostro tenía la forma del mío; era redondo y su barbilla se distinguía suavemente al final de la perfecta curva de su mandíbula. Su nariz era pequeña y fina, sus mofletes tenían el contorno de una manzana madura y sus cabellos eran tan rojizos como el reflejo del fuego en las olas del mar. Tenía unos ricitos muy rebeldes que le cubrían sus diminutas orejitas y su preciosa frente. Sí, se percibía claramente que aquella niña era hija de Rauth y mía.
De pronto me di cuenta de que me sonreía. Aquello me estremeció de ternura, de vida, de alivio. Sus finos labios también se asemejaban mucho a los míos. Parecía como si hubiese besado el alma de una fresa a punto de madurar. Su color rosado me resultó inmensamente curioso y agradable. Sí, era una niña mágica.
  • Brisa —susurré suavemente sin pensar en nada, sintiendo la inabarcable ternura de aquel instante—. ¿Te gusta el nombre de Brisa, cariño? —le pregunté acariciándole los cabellos; los cuales eran tan suaves como los pétalos de las amapolas.
Su sonrisa se volvió más cariñosa, más nítida, más amplia. Entonces me di cuenta de que ya tenía creciditos en su boquita unos delicados y resplandecientes dientes. No me pregunté nada. Rauth me había explicado que los niños que nacían en aquel mundo no habían sido alimentados únicamente por el alma de sus padres, sino también por el espíritu de los bosques, lo cual provocaba que su crecimiento fuese mucho más precoz y rápido. Sí me pregunté si sabría hablar...
  • ¿Te gusta, entonces? —me reí mientras, con muchísimo amor y cuidado, la tomaba en brazos. En cuanto me sintió tan cerca, Brisa se abrazó a mí casi con desesperación—. Pues te llamarás así, vida mía... Perdóname, cariño —le susurré quedamente—. Estaba muy asustada.
No, Brisa no sabía hablar todavía, pero con sus ojos y sus sonrisas expresaba mucho más que con las palabras. Parecía como si continuamente me dijese: «No te preocupes, Sinéad, todo está bien. Me siento muy cómoda y feliz entre tus brazos. Te quiero, mamá». Durante unos largos y espesos instantes, me olvidé del mundo, de mi tristeza, del miedo, y solamente tuve alma para Brisa, solamente existí para ella.
Lloré de felicidad, de ternura, de amor. Con sus delicados y finos dedos, Brisa jugaba con mis lágrimas. Ya las esparcía por mis mejillas, ya me las apartaba como si pudiesen quemar mi piel. Yo jugaba con sus ricitos, desrizándolos y rizándolos como hacía cuando estaba íntimamente abrazada a Rauth. Hundía mis cariñosos dedos en sus graciosas mejillas, le daba besitos en la frente, en los mofletes, entre sus cabellos. Su olor parecía creado por las flores más tiernas de la primavera y su respiración era calmada, aunque a veces se convertía en suspiros que expresaban su felicidad.
Y también rió por primera vez. Su risa era como el musitar del agua. Era tierna, delicada, suave. Tras su efímera carcajada, adiviné una voz transparente, fina, amorosa. Deseé oírla hablar por vez primera... Aquel anhelo me paralizó inesperadamente, pues me había revelado que... que deseaba quedarme junto a mi hijita.
  • ¿Dónde tienes tus orejitas? —le pregunté riéndome feliz mientras descubría sus pequeñas y puntiagudas orejitas—. Qué pequeñitas —seguí riéndome mientras la peinaba con amor—. Todavía no tienes alitas.
  • Sinéad...
La voz de Rauth se adentró en nuestro íntimo instante. Se acercó a nosotras y se sentó a mi lado, en el suelo. Brisa le sonrió y alargó sus bracitos indicándole que deseaba que se aproximase más. Cuando Rauth la obedeció, Brisa le revolvió los cabellos mientras se reía alegre.
  • Se parece muchísimo a ti —le dije a Rauth mientras lo miraba con mucho amor.
  • Y a ti. Su rostro es tan redondo y hermoso como el tuyo y tiene tu mismo color de ojos.
  • Ya no seré la única en el mundo que tenga los ojos violáceos —me reí con amor—. Es preciosa, Rauth...
  • Sí... Es la niña más hermosa de la Historia y de todos los mundos —confirmó él mientras la abrazaba.
Entonces me sobrevino una sensación de asfixia al recordar que, antes de encontrarme con Brisa por primera vez, había deseado marcharme de ese mundo para no regresar nunca más. Sí, tenía intenciones de volver a mi mundo para comprobar qué sucedía, pero... pero abandonar a Rauth y a Brisa para siempre no formaba parte de mi futuro.
  • ¿Ya le has dado de comer? —me preguntó Rauth de pronto, extrayéndome de mis pensamientos.
  • Todavía no... No me lo ha pedido; pero tampoco sé qué debo hacer...
  • Lo más sencillo... amamantarla —me contestó mientras me permitía tomarla nuevamente en brazos.
  • ¿Como si fuese humana?
  • Sí, por supuesto; aunque no le entregarás únicamente leche, sino amor, pedacitos de tu alma para que la suya se una a ti para siempre.
  • ¿De veras?
  • Sí, sí —se rió al verme tan sorprendida.
  • ¿Quieres comer, Brisa?
  • ¿Brisa? ¿Ya le has puesto nombre? —me preguntó con mucho amor—. Es un nombre precioso.
  • Es que su llanto me ha recordado a una cálida brisa veraniega y...
  • Sí, es perfecto para ella. Me gusta.
  • Me alegro —me reí con él—. ¿Quieres comer, Brisita?
Ella me miró curiosa mientras me sonreía con muchísima ternura. Sí, aquella sonrisa era una respuesta afirmativa. Así pues, la abracé con muchísimo más cariño, incitándola a apoyarse en mi pecho, y, con vergüenza y delicadeza, permití que sus labios se conectasen con mi piel. Me cubrí suavemente con mis cabellos mientras cerraba los ojos y me concentraba en entregarle todo mi amor en cada sorbo de leche que se adentrase en su cuerpo.
  • ¿Quieres que me vaya? —me preguntó Rauth con respeto.
  • No, no. Quédate aquí conmigo.
Rauth no me dijo nada más. Se acomodó a mi lado y me rodeó tiernamente con su brazo derecho mientras yo disfrutaba de la intimidad de aquel instante; un instante solamente nuestro. Brisa también tenía los ojos cerrados y sorbía con pausa y mucho cuidado, como si no quisiese hacerme daño. No, no me hizo daño; al contrario, reí de amor cuando noté que estaba entregándole algo que solamente existía para ella.
Pensé que aquel momento duraría eternamente, pero de repente Brisa se retiró de mi pecho y me miró satisfecha a los ojos. Volví a cubrirme mientras la besaba en la frente con una gratitud que no cabía en mi ser.
  • Jamás me imaginé que alimentar a mi hija fuese un acto tan bonito, tierno e íntimo. Parece como si solamente existiésemos ella y yo en ese instante...
  • Es cierto. Es precioso. Qué pena que yo no pueda hacerlo —se lamentó él riéndose con mucho amor.
  • Perdóname, Rauth. No supe reaccionar.
  • Es comprensible que te sintieses así, no te preocupes.
  • Sin embargo, me gustaría asomarme a las aguas para ver qué sucede. Creo que debería regresar para... para explicarle lo que ha ocurrido... aunque no sé si tiene sentido que lo haga —rectifiqué con mucha pena.
  • Por supuesto que sí, vida mía. No te preocupes por nada. Aquí estaremos bien. Haz lo que creas conveniente; pero, por favor, no vuelvas a decir que te marcharás para siempre. Brisa... Brisa y yo te necesitamos. Eres nuestra vida —me confesó cerrando delicadamente los ojos. Vi que de su mirada brotaban dos lágrimas relucientes que humedecieron sus varoniles mejillas.
  • No temas, Rauth, amor mío —le pedí acariciándole los cabellos.
  • Brisa necesita vernos juntos.
  • Y lo hará —le aseguré con mucho amor.
Aquel día, que había comenzado siendo tan extraño, cuyo empiece yo no era capaz de vislumbrar en la confusión de mis recuerdos, se convirtió en uno de los días más felices de mi último tiempo vivido. Me sentía feliz junto a Rauth y Brisa y creía que ya no necesitaba nada más para creer que la vida era hermosa; sin embargo, no podía dejar de acordarme de Eros ni de preguntarme qué sentiría. Quería asomarme a las aguas de aquel mágico lago para encontrar el momento idóneo para regresar junto a él y conversar sobre nuestros sentimientos. Tenía la dolorosa intuición de que nada volvería a ser igual después de aquella mañana en la que Scarlya y él habían intimado tan irreversiblemente; pero aquel día no quería pensar en algo tan triste ni tampoco le permití a mi alma que se llenase de desorientación. Disfruté de la compañía y de la dulzura de Rauth y de Brisa, les entregué mi cariño, mi amor, mi respeto, como si después de aquel día ya no existiese ningún otro.
Y así transcurrieron los días y las noches, viviendo junto a dos seres maravillosos instantes mágicos que nos acariciaban el alma; pero la vida no discurría llevándose mis recuerdos, sino que parecía que el paso del tiempo fortaleciese mis intenciones. Todavía no había dejado de palpitar por dentro de mí la tristeza nacida de saber que para Eros tal vez yo ya no fuese la única mujer... nacida de ver cómo le entregaba su pasión a Scarlya, a alguien que supuestamente me respetaba y me quería hondamente. En esos momentos ya no sabía qué creer.
Un atardecer perdido en ese tiempo que pasaba tan dulcemente, dejé a Rauth y a Brisa jugando en la hierba y me escapé a la intimidad de aquel lago mágico. Rauth no me objetó nada, aunque con sus ojos me confesó que estaba preocupado por mí. Rehusé ser acompañada por él. Quería vivir aquel momento a solas.
La soledad de la naturaleza era húmeda, fresca, aromática. Me senté en la hierba intentando que mi alma se anegase en paz. Estaba infinitamente nerviosa. Notaba que mi corazón latía rápidamente, como jamás lo había sentido palpitar. Temía encontrarme con una imagen que volviese a destrozarme el alma; pero, sin embargo, deseaba que la magia de la naturaleza me mostrase esos instantes que fluían tan lejos de mí.
El aire se volvió pesado, el viento se aquietó y las aguas se paralizaron para convertirse en el espejo más liso y brillante de la vida. Abrí los ojos cuando noté que todo se había quedado en silencio y los hundí en aquel lago que ya empezaba a mostrarme cómo transcurrían los momentos en aquella dimensión que había abandonado hacía ya tanto tiempo.
Scarlya estaba asomada al balcón, perdiendo sus ojos por la luminosa belleza de la noche. Parecía estar esperando a alguien... Sí, tal vez a Eros; pero era incapaz de pensar y de hacerme preguntas, sólo me centré en presenciar esos instantes que únicamente le pertenecían a Scarlya; quien parecía estar ausente del mundo, de sus pensamientos, de su alma. Sus ojos aparecían llenos de sombras que ocultaban sus sentimientos. Me resultó posible que en verdad ella no fijase su mirada en nada.
Al fin, oyó unos pasos tras de ella y se volteó con una hermosísima sonrisa esbozada en sus labios carmesíes. Eros la miraba con fijeza y detenimiento, pero sobre todo con admiración. Entonces me di cuenta de que Scarlya portaba un hermoso vestido blanco que le llegaba a las rodillas. La tela era vaporosa y frágil, como si hasta la brisa más sutil pudiese rasgarla. Sus castaños, lisos y brillantes cabellos contrastaban con la nívea apariencia de aquel traje tan reluciente. El suave viento de la noche se los mecía de vez en cuando, descubriendo su recto cuello, sus bellos hombros, sus delgados brazos. Su piel resplandecía como si la luna se hubiese encerrado en su cuerpo y sus ojos irradiaban felicidad, conformidad y ternura. Aquella mirada me paralizó, pero, sin embargo, no se me clavó en el alma como lo hizo la que Eros le dedicaba a Scarlya. La observaba con una fascinación inabarcable, incluso con deseo. Aquello me dejó sin aliento.
No se dijeron nada, solamente se dedicaron a mirarse (hablando a través de los ojos) durante un tiempo que casi convirtió en noche el ocaso que brillaba en mi entorno. Al fin, Scarlya se acercó muy lentamente a él y lo tomó de la mano mientras entornaba los ojos, como si la belleza de Eros la deslumbrase. La sonrisa que tenía esbozada en sus labios se tornó un gesto de paz y conformidad cuando Eros soltó sus manos y posó las suyas en su cintura mientras se hundía más hondamente en su verdosa mirada.
  • Estás preciosa esta noche —le susurró con cariño y sensualidad—. ¿Por qué?
  • Vayamos adentro. Tengo miedo a que el anochecer oiga mis palabras.
  • De acuerdo —accedió él mientras se separaba de ella—. ¿Qué te sucede? Te noto tensa y nerviosa —le preguntó cuando se hubieron sentado en el sofá.
  • ¿Así me notas?
  • Sí —se rió al verla tan tímida y nerviosa.
  • Sinceramente, me siento extraña; pero creo que éste no es el mejor momento para hablar de esto —se excusó retirando sus ojos de los de Eros.
  • Puedes contarme lo que desees, Scarlya —le ofreció él posando su mano diestra en la barbilla de Scarlya—. Sabes que soy tu amigo.
  • Sí... lo sé... y te lo agradezco mucho, Eros; pero no puedo decirte esto. Temo que todo se estropee...
  • ¿Por qué va a estropearse?
  • Pues...
  • Nada puede ir peor —musitó agachando los ojos—. Cada vez estoy más convencido de que Sinéad no regresará.
  • Es posible que lo haga cuando menos nos lo esperemos.
  • Mientras tanto... estamos solamente tú y yo aquí, sin nadie más —le susurró sensualmente acercándose a ella.
  • Precisamente por eso... Me estremece sentirte tan cerca, Eros —se rió cariñosamente aferrándose con delicadeza a sus hombros—. Creo que...
  • ¿Qué sucede?
  • Me parece que cada vez me gustas más —le confesó entornando los ojos—. Desde lo que ocurrió hace casi una semana, me siento diferente, como si la vida me hubiese hecho un hermoso regalo; pero al mismo tiempo estoy inmensamente triste y asustada.
  • ¿Por qué?
  • Porque temo enamorarme de ti.
  • No creo que eso suceda —se rió incómodo retirándole la mirada.
  • No es tan imposible... pero sé que nunca podrás fijarte en mí —dijo cerrando los ojos. Intuí que tenía ganas de llorar.
  • La palabra nunca no debe formar parte de nuestra eterna vida, Scarlya.
  • No, no... Realmente no confío en que pueda llegar a ser feliz con nadie, ni siquiera conmigo misma —protestó con lástima apartándose de Eros y acomodándose en el sofá.
  • Ni siquiera me has permitido expresarme —la avisó riéndose nervioso.
  • Eros, me siento muy triste esta noche. Llevo sintiéndome triste durante un montón de noches, incluso meses. Hay pensamientos oscuros que nunca me abandonan, que quieren convencerme de que nunca podré ser realmente feliz. Si alguna vez lo soy, mi felicidad será efímera. El dolor, las injusticias y la inconformidad la destruirán... No he nacido para conocer la felicidad duradera e inquebrantable. Fui desdichada desde el principio de mi vida y lo seré eternamente —declaró llorando cada vez más profundamente—. Lo siento, no debería haberme puesto a llorar así, pero es que no sé a quién decirle esto. Intento continuamente ser alguien, tener mi puesto en el mundo, en la vida; pero es imposible. A veces me pierdo y no sé quién soy. Creo que soy alguien, pero de repente me doy cuenta de que estoy escondiéndome tras una máscara que oculta unos sentimientos que ni yo misma deseo escuchar. Estoy cansada de mí, de la vida, de la noche, de todo. No veo la belleza de la vida, esa belleza que detecté durante los primeros años de mi vida vampírica. No sé lo que me ocurre...
  • Te ocurre que estás desmotivada, que no has encontrado realmente lo que te hace feliz; pero te aseguro que no estarás así eternamente, Scarlya.
  • No sé ni cómo debo sentirme, ni qué pensar, ni nada.
  • No tienes que forzarte a pensar ni sentir nada. Siente y piensa sin pensar.
  • No, eso es imposible —le negó riéndose nerviosa a la vez que lloraba.
  • ¿Hay algo que podría hacerte feliz? ¿Cómo te imaginas una vida llena de dicha?
  • No lo sé. Tampoco aspiro a vivir una existencia llena de luz y flores, aunque adore las flores. También me gusta la tristeza y la melancolía; pero esta pena que siento está destrozándome. Ni siquiera me permite componer música hermosa o escribir palabras bellas... Todo lo que sale de mí es oscuro, asfixiante... y siempre ha sido así.
  • Yo no te veo oscura... y tampoco creo que no seas nadie. Eres una mujer con una personalidad mágica y atractiva. Eres buena, pero también rebelde y tienes un lado oscuro que me fascina... Eres sensible... Más de una quisiera ser tan sensible como tú. Eres empática... bueno, excepto con los humanos crueles... y también eres muy romántica, apasionada y dulce. Te gusta aprovechar cada instante y teñirlo de belleza. Estoy seguro de que esto que sientes es cansancio. No podemos vivir eternamente de la misma forma. Nosotros también necesitamos cambios.
  • Me entiendes como Leonard no lo hizo nunca —le reveló llorando hondamente.
  • No llores más. No permitas que las lágrimas oscurezcan tu mirada, Scarlya... Tienes unos ojos preciosos y una sonrisa luminosa que vuelve luz la oscuridad —le declaró apartándole las lágrimas con sus dedos.
  • Gracias, Eros.
  • Se me olvidó decir que eres una mujer hermosísima y muy atractiva —le sonrió.
  • ¿De veras te parezco todo eso?
  • Por supuesto que sí. No te lo diría por decir.
  • Creo que la vida me ha regalado tu amistad para hacerme entender que es mucho más hermosa de lo que he llegado a creer.
  • La vida es muy bonita, Scarlya, de veras. Sólo tenemos que saber encontrar su rostro más amable y luminoso.
  • Yo lo veo en ti cada vez que te miro.
  • Tú también reflejas muy bien la cara más suave y dulce de la vida, sobre todo cuando no lloras —se rió con cariño.
  • Eres mágico...
  • Que va, Scarlya. Tú me ves mágico.
  • No entiendo cómo es posible que Sinéad se haya ido dejándote tan solo...
  • No estoy solo. Estoy contigo.
Al decir esto, Eros tomó entre sus brazos la cabeza de Scarlya, se la acercó a su pecho y la abrazó como si temiese que el aire rasgase su piel. Scarlya se abrazó a él suspirando de felicidad mientras sonreía ampliamente de dulzura, conformidad y calma. Y así permanecieron, abrazándose como si en su mundo no existiese nada más. Creí que estarían así hasta que el alba quebrase la oscuridad de la noche, pero de pronto Scarlya alzó la cabeza y hundió sus ojos en los de Eros. Estaban tan cerca que respiraban el mismo aliento.
  • Me gustas muchísimo, Eros. Lo siento... no he podido evitar confesártelo, no puedo evitar declarártelo cada vez que te miro a los ojos... Sé que nunca podrás corresponderme...
  • Pero no me resultas indiferente, Scarlya —le aseguró acariciándole los cabellos.
  • ¿De veras?
Eros no contestó. Entonces Scarlya aprovechó aquel silencio para acercarse más a sus labios. Empezó a besarlo con una delicadeza sublime que Eros tornó descontrol y desesperación. Aunque presenciar aquel momento me doliese hondamente en el alma, no aparté mis ojos de ellos, sino que permanecí mirándolos fijamente, como si quisiese interrumpir con mis ojos aquel prohibido momento que tanto me destrozaba el alma.
  • Quiero estar contigo otra vez —le pidió Scarlya descontrolada por la pasión.
Apenas detecté el momento en que empezaron a desprenderse de sus ropas. Parecía como si el mundo se hubiese desvanecido, como si aquellas imágenes hubiesen destruido mis sentidos; mas de pronto algo me hizo reaccionar. Fue un sonido que no podía pertenecer al instante que Eros y Scarlya estaban viviendo tan descontroladamente. Oí que alguien se adentraba subrepticiamente en nuestro hogar, quebrando bruscamente la intimidad que los protegía.
Me estremecí de horror y sorpresa cuando vi a Leonard detenido en medio del salón. Sus ojos irradiaban un desconcierto muchísimo más inmenso que el universo. Scarlya y Eros estaban irrevocablemente abrazados, casi desnudos, besándose con descontrol y pasión, sin apercibirse de que no estaban solos en aquel lugar que creían tan suyo.
La mirada de Leonard me encogió el corazón, me llenó el alma de pánico, heló mi sangre y me paralizó tanto física como espiritualmente. No era capaz de pensar, ni de razonar ni de preguntarme qué sucedería a partir de aquel instante. Era testigo de unos momentos que ni siquiera sabía digerir.
  • ¿Se puede saber qué significa esto? —gritó Leonard de pronto, sobresaltándome.
Eros se separó rápidamente de Scarlya en cuanto oyó aquellas palabras pronunciadas con tanto desconcierto. Sabía que la desorientación de Leonard se convertiría, progresivamente, en una ira que podía hacer explotar el mundo; pero tampoco quería aceptar aquella realidad.
  • ¡Leonard! —exclamó Scarlya cubriéndose de pronto con sus cabellos, incapaz de mirar directamente a mi padre—. ¿Desde cuándo estás aquí?
  • Leonard, no es lo que parece —se excusó Eros estúpidamente.
  • ¡No pretendas engañarme! ¡No puede parecer otra cosa! ¿Qué estáis haciendo? ¿Cómo es posible? —les preguntó cubriéndose el rostro con las manos.
Rápidamente, Eros comenzó a vestirse y Scarlya lo imitó sin mirar a ninguna parte. Cuando se ocultaron tras sus ropajes, ambos se acomodaron en el sofá y se sumieron en un silencio que ni siquiera Leonard se atrevía a interrumpir. Me di cuenta de que Scarlya estaba temblando sutilmente y que Eros deseaba agarrarla de la mano, pero no era capaz de hacerlo.
  • Jamás creí que vosotros... ¿Qué sucede con Sinéad? ¿Cómo es posible que la engañes de esa manera, desgraciado? —le preguntó a gritos mientras se acercaba al sofá—. ¡Eres un desgraciado! —volvió a insultarlo mientras lo agarraba del cuello de la camisa y lo miraba con una ira que me estremeció.
  • ¡Suéltalo, Leonard! —le pidió Scarlya nerviosa.
  • ¡Cállate, furcia! —le chilló con impotencia y tristeza—. ¡Sois, sois...!
  • Leonard, tranquilízate. Podemos explicártelo todo —susurró Eros con vergüenza—. Suéltame, por favor.
  • ¡No eres nadie para pedirme nada! ¿Cómo te atreves a engañar a Sinéad de esa manera, maldito asqueroso? ¿Cómo es posible? ¡Jamás creí que te comportases así! ¡Te aprovechas de su ausencia para fornicar con mi mujer! ¡Scarlya todavía está casada conmigo! ¿Acaso no lo recordáis? —gritaba descontrolado por la impotencia, la frustración y el desengaño.
  • Leonard, haciéndole daño a Eros no vas a cambiar las cosas —le advirtió Scarlya con miedo—. Por favor, sentémonos y hablemos con calma. Creo que tienes que escucharnos...
  • ¡No escucharé vuestras estúpidas razones! ¡Tú, Eros! ¡Quiero que te marches lejos y no vuelvas bajo ninguna circunstancia! ¡No te mereces a mi Sinéad! ¡Desagradecido! ¡Desgraciado! —lo insultaba mientras tiraba de su camisa, provocando que Eros perdiese el equilibrio y cayese al suelo. Entonces, mientras lo miraba con ira, Leonard se agachó enfrente de él y lo obligó a mirarlo a los ojos—. Dime, ¿por qué lo has hecho? No es la primera vez que ocurre, ¿verdad? ¡Dímelo! ¡Dímelo, maldito! —le ordenó descontrolado por la ira mientras, lamentablemente, lo golpeaba en la cabeza con una fuerza que le hizo temblar—. ¡Siempre supe que no eras bueno para Sinéad!
  • ¡Basta, Leonard, basta! —chilló Scarlya lanzándose a Leonard para intentar separarlo de Eros.
  • ¡APÁRTATE DE AQUÍ, INGRATA! —le mandó con una ira interminable mientras la empujaba.
  • Éste es mi hogar. ¡No pienso permitir que me faltes al respeto en mi propia casa! —declaró Eros impeliendo a Leonard y alzándose del suelo—. ¡Largo de aquí, Leonard!
  • ¡Esta casa también es mía! ¡Yo os ayudé a pagarla!
  • Como no te vayas ahora mismo, ¡juro que no controlaré mi rabia! —le advirtió entornando los ojos.
  • ¡Basta ya, por favor! —volvió a gritar Scarlya mientras aferraba a Eros de las manos—. Quiero que hablemos calmadamente los tres.
  • ¿Dónde está Sinéad? ¡Responde! ¿Qué has hecho con ella?
  • Sinéad está en otro mundo —le contestó Scarlya nerviosa—. Está viviendo con Arthur en otro mundo y han tenido una hija juntos.
  • ¿Qué? ¿Cómo es posible que os inventéis algo tan absurdo?
  • Es cierto, Leonard —insistió Scarlya.
  • ¡Sea cierto o no, no tenéis derecho a traicionarnos de esta manera!
  • Leonard, yo no consideraba que todavía estuviésemos juntos —le confesó Scarlya con miedo—. Llevamos sin vernos casi un mes.
  • ¡Sigues siendo mi esposa! —protestó él con una impotencia desgarradora.
  • ¡No puedo seguir siendo tu esposa si ya no quiero estar contigo!
  • ¿Cómo?
  • Hemos terminado, Leonard —le anunció Scarlya intentando que los nervios no hiciesen temblar su voz—. Lo siento, pero ya no quiero estar contigo...
  • No puede ser.
  • Lo que sentía por ti ha mermado hasta casi desaparecer. Creo que... que necesito rehacer mi vida.
  • ¿Con Eros? ¡Él jamás podrá corresponderte!
  • Eso no lo sabemos —musitó ella nerviosa.
  • Eres una ingrata, Scarlya. Después de todo...
  • No me vengas ahora con que tengo que corresponderte porque te esforzaste infinitamente por devolverme a la vida... Es cierto que te lo agradeceré eternamente, Leonard... pero ya no podemos estar juntos. No estoy hecha para estar contigo, Leonard. Por favor, entiéndelo.
  • Estás hecha para permanecer junto a un ser tan despreciable y aprovechado como Eros, es cierto —espetó con rabia—. Está bien... Haz lo  que te dé la gana. Ve cuanto antes al castillo para recoger tus cosas. No quiero ver ni una sola pertenencia tuya. Si en una semana no te has llevado todas tus basuras, lo quemaré todo.
  • De acuerdo. No te preocupes por eso —contestó ella avergonzada, agachando los ojos—. Sólo me gustaría que supieses que yo no he decidido que esto ocurriese, Leonard. Yo era feliz contigo, pero no sé lo que ha sucedido.
  • La ausencia de Sinéad está yéndoos muy bien a los dos, ¿verdad? —les preguntó con desafío mirando a Eros.
  • No es cierto —lo contradijo Eros con pena—. Yo sigo amándola.
  • ¡No es cierto! ¡Si fuese así, no, no...! ¡Piensa por un momento en lo que sientes por Scarlya, gran necio! ¿Acaso estabas entregándote a ella sin sentir nada?
Eros se quedó paralizado, sin saber qué decir, sin saber cómo debía actuar. Al fin, miró a Scarlya, intentando encontrar en sus ojos el sosiego que aquella situación le había arrebatado. Entonces, Scarlya le sonrió con complicidad... y la mirada de Eros recuperó la valentía que necesitaba para hablar. Ver aquel gesto me hizo actuar impredeciblemente. Sin poder esperarlo, ansié que la naturaleza me ayudase a regresar junto a ellos. Necesitaba escuchar directamente las palabras que Eros pronunciaría en aquellos momentos... sin que el agua ni el viento me impidiesen captar el fluir de su respiración cerca de mí.