viernes, 13 de junio de 2014

LA DESPEDIDA


LA DESPEDIDA

No necesitábamos equipaje para el próximo viaje que debíamos emprender. Todos los objetos conocidos en nuestro mundo eran innecesarios en aquella tierra donde la magia creaba nuestras pertenencias. Me sentía triste al abandonar en aquella alcoba todo lo que había sido nuestro, pues no sabía cuándo volvería a reencontrarme con aquellos vestidos, aquellos libros, aquellos instrumentos musicales; pero era consciente de que en aquellos lares de ensueño no precisaría de nada de aquello. Cualquier vestido, libro o instrumento que requiriese para adornar mi vida serían ofrecidos por la misma magia, por la imaginación unida a la fantasía.
Estábamos a punto de partir llevando como equipaje la ilusión y el miedo más tiernos. No sabía qué sucedería a partir de entonces y aquello me detenía. Eros y yo mirábamos embelesados y en silencio cómo el amanecer cubría la ciudad. Aquella noche, en la que había vivido unos cuantos momentos con Wen, había sido muy especial y parecía querer despedirse de nosotros con destellos deslumbrantes que teñían de colores hermosos todos los rincones de nuestro hogar. Las montañas y los árboles del mágico bosque en el que ya nos habíamos adentrado infinidad de veces buscando la magia se recortaban en el cielo, creando un horizonte entre el alba y la noche. Era un paisaje tan bello que me creía incapaz de separarme de allí; pero sabía que seguiría resplandeciendo en mis ojos dondequiera que fuese.
—Tenemos que irnos ya —le dije a Eros con una voz susurrante. Temía despertar los sentimientos que se habían encerrado en mi alma—. No quiero irme; pero no podemos permitir que se nos haga más tarde.
—Lo sé, Shiny, pero me da miedo irme de aquí. No sé cuándo volveremos y eso me detiene. Ya nos hemos despedido de Scarlya, pero siento que nos marchamos dejando las cosas a medias en este mundo.
—Tal vez tengas razón, cariño; pero...
Era tarde; pero no podíamos separarnos de la ventana. Había algo que tiraba por dentro de mí; asfixiándome, haciéndome entender que todavía no podíamos marcharnos. Entonces, repentinamente comprendí que se trataba del lazo que nos unía a Leonard y a mí. Susurraba vagamente por dentro de mí, como si le diese miedo asustarme; pero su voz era estridente e ineludible. Notar que Leonard me llamaba tímidamente a través de la distancia me hizo sentir ganas de llorar, pero las retuve en un intento de ser valiente. Sin embargo, no podía negar que anhelaba con una fuerza incalculable reencontrarme con Leonard para que hablásemos sobre lo ocurrido e intentar conseguir un perdón desde lo más profundo de su alma.
—Siento que Leonard me llama —le confesé a Eros con otro susurro—. Me creo incapaz de no contestarle...
—Tú verás lo que haces, Shiny; pero yo no tengo ganas de verlo —me respondió con cautela.
Sin embargo, no me dio tiempo a decirle nada, pues de repente el timbre de nuestro hogar sonó estridentemente, interrumpiendo el silencio del amanecer. Me sobresalté cuando me planteé la posibilidad de que tras la puerta aguardase Leonard y que se hubiese arriesgado a venir cuando la noche estaba convirtiéndose en día. En silencio y con rapidez, me dirigí hacia la puerta y la abrí temerosa y extrañada. Tal como había previsto, Leonard estaba enfrente de mí, mirándome casi sin mirada. Adiviné que la vergüenza creaba todos sus gestos y sentimientos. Sus ojos aparecían apagados y llenos de remordimientos.
—Buenos días, padre. No deberías haber venido cuando está amaneciendo —le advertí con temor y delicadeza. Verlo tan indefenso me destrozó el corazón.
—Por favor, déjame pasar, Sinéad —me pidió con una voz susurrante.
No me opuse. Me retiré de la puerta y le permití adentrarse en nuestro hogar. Leonard se dirigió hacia el salón y, sin decir nada, se sentó en el sofá. Aún no me había mirado profundamente a los ojos y se mantenía con la cabeza agachada y con las manos sobre su regazo. Sintiéndome culpable y conmovida, me acerqué a él y me senté a su lado. Eros todavía permanecía perdiendo los ojos por el paisaje del amanecer, incapaz de mirar a Leonard.
—Sé que os vais  —nos anunció con una voz temblorosa y llena de indecisión—. Llevo desde que discutimos sin poder dormir bien y las noches son un infierno para mí. No dejo de pensar en todo lo que sucedió y soy incapaz de vivir con este tormento. Quisiera pediros perdón por todo lo que os dije, por lo mal que me comporté... No sé lo que me ocurrió, Sinéad, Eros... De pronto dejé de ser yo y me convertí en un imbécil que no pensaba lo que afirmaba ni en el significado de las acusaciones que lanzaba. Fui muy injusto contigo, Eros. Por favor, perdóname —le pidió levantándose lentamente y dirigiéndose hacia él. Me di cuenta de que sus movimientos estaban cargados de languidez y pesadez—. Nada de lo que te dije es cierto. Siempre te he agradecido hondamente que hagas tan feliz a Sinéad.
—No es necesario que te disculpes, Leonard. Sé que lo que me dijiste aquella noche es lo que verdaderamente piensas de mí. Prefiero que lo dejemos todo tal cual está ahora. Si tenemos que hablar, no lo impediré; pero preferiría que no volvieses a dirigirte a mí si no es plenamente necesario. Saber que estás tan en desacuerdo con mi forma de interpretar la vida no me importa. Sólo me duele que me acuses de cosas que jamás sería capaz de hacer. No importa. Te perdono, pero tampoco confiaré en ti plenamente. Teniendo la aprobación y el cariño de Sinéad en realidad ya me basta.
Eros estaba profundamente nervioso. Yo se lo notaba en su forma de hablar (lo hacía como si el tiempo de su vida estuviese a punto de agotarse), en las palabras que pronunciaba y en la mirada que se había posado en sus ojos. Me alcé de donde estaba sentada y me situé a su lado para tomarlo de la mano. Lo vi indefenso ante la poderosa mirada de Leonard; la que estaba impregnada de melancolía, tristeza, arrepentimiento y vergüenza; pero, sin embargo, se trataba de una mirada que intimidaba, que parecía poder apagar el amanecer en cualquier momento. Eros me presionó la mano cuando me sintió a su lado y cerró los ojos con fuerza.
—Al menos podríamos hacer un esfuerzo por Sinéad. Ella quiere que todo esté bien en su vida —le advirtió Leonard con una voz carente de sentimientos. Pareció tan gélido de repente...
—Por Sinéad sería capaz de hacer cualquier cosa, hasta me abrazaría al alba si ella me lo pidiese —afirmó él con amor—; pero... creo que no será necesario que hagamos ahora un esfuerzo. Nos marchamos.
—Sinéad, no te vayas, por favor —me suplicó Leonard con tristeza—. Te necesito, hija mía. Tienes que ayudarme a conseguir que Scarlya me perdone.
—Ella no tiene la obligación de ayudarte —opuso Eros con rencor—. Si Scarlya se ha enfadado contigo, es solamente culpa tuya. Tienes que ser tú quien consiga que te perdone.
—¿Dónde está? —preguntó Leonard como si las palabras de Eros no hubiesen existido.
—No lo sabemos —le contesté con firmeza y cariño a la vez. Notar que Leonard también estaba tan nervioso me hacía sentir desvalida—. Lo mejor será que nos tranquilicemos. Puedes venir a buscarla cuando quieras. Nosotros nos marcharemos para no volver en un tiempo inconcreto; pero no te preocupes, Leonard. Estaremos en un lugar seguro.
—...en un lugar donde no nos ocurrirá nada malo, donde nada nos hará daño —se apresuró a aclarar Eros. Parecía como si temiese que yo pudiese desvelarle a Leonard hacia donde nos dirigíamos.
—Cierto.
—De acuerdo. Entonces no os retengo más. Partid y volved cuando verdaderamente lo necesitéis; pero, por favor, no os vayáis sin entregarme un perdón, al menos tú, Sinéad. Eres lo más importante de mi vida, cariño. Eres lo que más quiero, lo que más he querido y querré en la Historia. Saber que aún estás ofendida conmigo apaga todas las estrellas que brillan en el firmamento, hace que la noche se vuelva mucho más oscura que nunca y desvanece la luz de mi vida. Por favor, Sinéad, perdóname. Sé que no me comporté bien, que dije cosas injustas y horribles; pero te aseguro que me arrepiento profundamente de haberlo hecho —casi lloraba—. Sinéad, soy incapaz de vivir sin ti, hija mía... pero solamente podré aceptar tu marcha si me perdonas... si me aseguras que todo está bien.
—Leonard, Leonard... —suspiré de tristeza al ver que se desmoronaba. No pude evitar acercarme a él para abrazarlo con todo mi cariño—. Tranquilízate, padre. Todo está bien.
—Gracias, Sinéad, gracias. Solamente deseo que seas feliz y que no te ocurra nada malo. Saber que puedes estar en peligro me descontrola. Ya me conoces. Sabes que he hecho barbaridades horribles para protegerte, cariño. Soy capaz de hacer cualquier cosa por ti.
—Sí, es cierto; pero, por favor, no temas por mí. Junto a Eros es imposible que me sienta desprotegida. Él me cuida con toda su vida...
—Lo sé. Perdóname.
—Olvidémoslo todo y, por favor, intenta vivir con Scarlya en algún lugar donde podáis ser los dos felices. Ella necesita habitar en otro rincón del mundo donde pueda sentirse atada a la vida —le recomendé mientras lo presionaba contra mí entregándole un perdón convertido en el abrazo más cariñoso que le daba en mucho tiempo—. Sed felices, por favor.
—De acuerdo. Hablaré con ella.  Sinéad, prométeme que me asegurarás que estás bien a través del lazo que nos une...
—No sé si podré hacerlo, Leonard —me excusé nerviosa.
—¿Por qué?
—Al lugar donde partimos no existe esa posibilidad; pero, por favor, no me preguntes nada más. No puedo explicártelo. Te aseguro que lo haré cuando regresemos... Debo estar segura de que todo saldrá bien.
—Sinéad, no me hagas pensar cosas raras.
—No es nada malo, te lo aseguro. Confía en mí. Volveremos a vernos muy pronto... Es necesario que nos marchemos hacia ese lugar... Alguien me necesita —dije pensando en el hijo que Rauth y yo tendríamos—. Te quiero mucho, padre, no lo olvides nunca.
—Y yo a ti, Sinéad. Gracias, una vez más, por tu indulgencia.
No fui capaz de decirle nada más. La emoción más tierna me oprimía la garganta. Eros se mantenía en silencio a nuestro lado, mirándonos con felicidad, satisfacción y alivio. Leonard se marchó de nuestro hogar como si le diese miedo abandonarnos, como si en aquel lugar hubiese un sinfín de amenazas, y cuando se fue el silencio que nos rodeaba se hizo mucho más profundo.
—Perdóname —me pidió Eros de pronto.
—¿Por qué? —le pregunté con amor.
—Por no haber podido perdonar a Leonard con todo mi corazón; pero es que lo que me dijo me dolió muchísimo, Shiny —me declaró avergonzado.
—Sé que has intentado hacerlo y eso me basta. Eros...
—Me alegro de que tú sí hayas podido perdonarlo.
—Gracias, amor mío.
—Deberíamos irnos ya, cariño —me avisó amorosamente mientras me abrazaba—. Vamos, llévame hacia el mundo de la magia.
—Antes... me gustaría coger mi amada arpa —me reí vergonzosa.
—No puedes, Shiny. ¿Cómo nos llevarás a los dos al mismo tiempo?
—No te preocupes por eso. Espérame aquí.
—Puede estropearse, Sinéad. No sabemos qué ocurre con los objetos que pasan de una dimensión a otra.
—Sabes que no sucede nada malo, Eros... Lo sabes perfectamente, amor mío —le recordé muy tiernamente. Ya tenía entre mis brazos a mi amada arpa—. Sólo necesito que nos abraces a las dos. MI arpa también es mágica, recuérdalo, vida mía...
—Es cierto —se rió con amor.
Entonces, cerrando los ojos, Eros se abrazó a mí, sosteniendo también con sus brazos aquel  instrumento que nos permitiría viajar hacia la dimensión de la magia. Saltamos juntos por la ventana, aferrándonos los dos a aquella rojiza madera, dejando que el amanecer nos rodease, y bajo aquella plateada alba empezamos a volar a través del cielo hacia el mundo de la imaginación y los sueños.
Sentíamos cómo el aire mecía nuestros cabellos, cómo las últimas estrellas de la noche, las que el alba apagaba, nos recibían creando la puerta hacia aquella mágica realidad. No abrimos los ojos en ningún momento, sino que permanecimos asidos al arpa, teniendo en nuestro corazón toda la ilusión que la vida podía ofrecernos, hasta que notamos que el aire que nos acariciaba se tornaba un silencio profundo y oscuro. Entonces sí abrí los ojos, sobre todo porque sabía que lo que nos rodeaba era el portal hacia ese mundo donde empezaríamos a ser felices sin que nadie interrumpiese nuestra dicha.
—No tengas miedo —le pedí a Eros con un susurro—. Confía en mí.
—Ya lo hago —me aseguró tiernamente.
Entonces, anegué mi alma en el anhelo de convertir aquella fría oscuridad en los parajes más resplandecientes de la Historia, en campos sin fin donde las flores alfombraban la tierra y los árboles sostenían el cielo azul del día, donde los cristalinos ríos discurrían entre rocas y plantas relucientes nacidas hacía ya demasiados siglos. Y así noté cómo mi entorno mudaba de color, de forma, de temperatura. Cuando advertí que nuestro alrededor comenzaba a metamorfosearse, cerré nuevamente los ojos y permití que nuestro cuerpo se uniese a aquella transformación. La magia nos arrastró hacia otra vida, otro cuerpo, otro instante. Percibí que mi cuerpo se encogía, que de mi espalda volvían a nacer aquellas etéreas alitas y que de entre mis cabellos nacían unas orejitas muy tiernas y hermosas que me permitieron apreciar los primeros susurros de ese mundo donde se iniciaba nuestra nueva vida.
—Shiny, Shiny —protestó Eros asustado.
—No temas, amor mío.
—Me siento extraño.
Su voz sonaba lejana, como si hablase en sueños; pero de repente noté que sus palabras construían nuestro nuevo presente. Percibí que me hallaba tendida en la hierba y sobre las flores más tiernas. Abrí lentamente los ojos y entonces descubrí que me cubría el azulado cielo de la tarde; por el que se deslizaban unas nubes esponjosas que se reflejaban en los ríos. Eros estaba a mi lado, aún aferrado al arpa, y me miraba temeroso e inquieto; pero, en cuanto se apercibió de que todo lo que nos rodeaba era brillante y ameno, sonrió cálidamente, haciéndome entender que hacía muchísimo tiempo que no se sentía tan templado y calmado.
—¡Eros! —Me reí con amor—. ¡Qué gracioso estás!
—Shiny, no te rías de mí —se rió amorosamente agachando la cabeza—. Tú también estás preciosa.
—Mira, Eros, podemos vagar bajo el sol sin que su luz nos haga daño —le indiqué tomándolo de la mano y alzándome del suelo.
—Sí, es verdad. Aquí también es posible ver el sol —susurró mirando el cielo.
—Huy, me siento extraña —observé de pronto.
—Tienes la barriga un poco hinchada —indicó acercando su mano diestra a mi barriga y posándola allí con amor—. Shiny...
—Es cierto... Además, siento que mi alma no está sola en mi cuerpo, que hay alguien más que quiere comunicarse conmigo mediante pensamientos que no contienen palabras. Ay, Eros... estoy embarazada —me reí a la vez que empezaba a llorar.
—Pues está bastante crecidito, entonces —se rió cariñosamente—. Yo pensaba que todavía no se te notaría.
—Es que el tiempo aquí fluye más rápido —recordé con amor—. Lo que allí es un minuto aquí es un día...
—Qué extraño. Normalmente suele ocurrir al revés; que el tiempo pasa mucho más rápido en el mundo de la magia. ¿Recuerdas lo que sucede en el mundo de las hadas? Un día allí son años en la tierra de la realidad.
—Aquí es distinto —corroboré con ternura.
—¿Y dónde están los demás?
—No lo sé... pero busquémoslos. Seguro que...
Mas no fue necesario que comenzásemos a caminar en busca de los demás heidelfs. Enseguida oí que alguien se movía cerca de nosotros. Cuando busqué con mis ojos el propietario de esos pasos, me encontré con la dulce y serena mirada de Rauth. Me sonreía con felicidad y muchísimo amor. Entonces, inesperadamente, noté que mi alma se encogía por dentro de mí y que mi alrededor se difuminaba para que todo mi mundo se concentrase en sus ojos. Experimenté un sentimiento tan potente y devastador que me creí incapaz de actuar con serenidad. El amor que sentía por él era mucho más fuerte en ese mundo, en el mundo de la magia, y parecía como si en mi corazón no pudiese caber otro sentimiento. Anhelé lanzarme a sus brazos para besarlo y abrazarlo con todo mi amor; pero me contuve. Sabía que no estábamos solos... algo que, de repente, lamenté con toda mi alma sin poder evitarlo.
—Sinéad —me saludó Rauth con una voz muy dulce. Parecía que hubiese interpretado mi mirada—. Me alegro muchísimo de verte, Sinéad...
—Y yo también me alegro de verte, Rauth —le correspondí con una voz a punto de ser quebrada por un importuno llanto—. Mira, él es Eros —se lo presenté fingiendo una sonrisa cargada de una serenidad que no experimentaba.
—Ya lo conocía, Sinéad... Encantado de volver a verte, Eros.
—¿Me conocías? —le preguntó Eros con extrañeza mientras le tomaba la mano.

—Conozco todo el mundo de Sinéad.
—Ah, de acuerdo.
—Bienvenidos a Lainaya; tierra de sueños... Espero que podáis ser felices aquí.
—Lo seremos...
«Lo seremos si tú estás cerca de nosotros, Rauth», pensé sin poder evitarlo. No poder controlar mi mente me desanimó mucho. Mis sentimientos y mis pensamientos parecían haber adquirido una voz aparte de mi razón y habitar en un cuerpo que no era el mío.
—¿Ya has notado a nuestra hijita, Sinéad? —me preguntó Rauth con amor.
—¿Es una niña? —cuestioné con emoción.
—Sí, es una niña; una niña hermosa que ya te quiere con locura... pues tu alma la alimenta siempre, aunque te halles lejos de nosotros.
—Sí... la siento por dentro de mí —sonreí encantada acariciándome la barriguita—. Me la imagino hermosa...
—Creo que será una mezcla de los dos... Me lo ha dicho la naturaleza.
—Sí, entonces será hermosa —intervino Eros. Saber que estaba observando aquel momento tan íntimo me hizo sentir avergonzada y culpable—. Si no os importa, me apetece darme un paseo por este mundo bajo la luz del sol...
—No te vayas muy lejos. Tengo que mostraros dónde viviréis —lo avisó Rauth.
—De acuerdo. Vuelvo enseguida. Nos vemos aquí.
Cuando se fue, perdiéndose tras los gruesos y antiguos troncos de los árboles, noté cómo mi alma se desprendía de una coraza que había encerrado mis sentimientos. Miré a Rauth casi sin poder controlar la fuerza de mi mirada y entonces él me sonrió con tanto amor que creí derretirme. Ninguno de los dos pudo prever el vigor del amor que irradiaban nuestros ojos.
—No me siento bien —le confesé a Rauth cerrando los ojos—. Noto como si no pudiese controlar mis sentimientos, como si mis pensamientos y mi alma se hubiesen independizado de mi razón. Me da miedo estar aquí, junto a los dos. No sé a quién debo corresponder y me aterra poder herir a Eros.
—Él acabará comprendiendo que en este mundo tú eres más mía que suya, más de la naturaleza de este lugar que de la que habéis abandonado. Se ha ido porque ha sentido por dentro de él que este momento era solamente nuestro... Él sabe que yo soy tan tuyo como tu alma lo es de ti.
—No quiero hacerle daño, Rauth. Lo amo con toda mi alma...
—Pero en este mundo me amas más a mí, Sinéad, así como en el otro amas más a Eros... —me indicó acercándose más a mí, tomándome de la cabeza con sus temblorosas y cálidas manos y mirándome hondamente a los ojos—. Amada mía, no temas por nada. La magia deshará el dolor...
No me retiré de sus labios cuando preví que se unirían a los míos. Permití que Rauth me besase con toda su pasión, su amor, su vida... y yo respondí a sus besos como si hasta entonces me hubiese faltado el aire; olvidándome de que existía otro mundo, otra realidad, otros sentimientos. Me aferré a su cuerpo cuando percibí que su pasión estaba deshaciendo mi equilibrio y no impedí que con sus brazos me impulsase hacia su cuerpo, en el que me refugié como si nunca me hubiese sentido protegida. Y entonces todo desapareció, todo, todo... hasta el rastro de mis recuerdos.

2 comentarios:

Wensus dijo...

¡Ya están en Lainaya! Me gusta el nombre, mágico como ese mundo. Se hace extraño, ver a Eros y Rauth juntos. Debe ser desconcertante, sentir algo totalmente distinto en otro mundo, que cambien tus sentimientos. Parece que Eros no lo lleva mal, aunque ya veremos como trascurren los acontecimientos. Si Rauth está en lo cierto, la magia hace que el dolor se marche y es posible que Eros comprenda la situación. Como no, se lleva su amada arpa jajaja, ¿se duchará con ella? jajajaja. Por otra parte está Leonard. Comprendo como se siente Eros, es muy difícil perdonar esas apuñaladas tan directas al corazón, dónde más duele. Fueron palabras muy duras...a pesar de todo, ha sido educado y le "perdona" con sus reservas. Se le notaba muy angustiado y me ha dado pena. Es un ser muy antiguo, a veces es normal que estalle cuando las cosas toman un rumbo que no le gustan. Me imagino a Scarlya encantada de la vida, en ese pisito para ella sola sin dar cuentas a nadie y totalmente libre. Me viene a la cabeza Scarlya subida en la barandilla del balcón, con las luces de los edificios y las calles de fondo, el viento moviendo su largo pelo y saltando al vacío para disfrutar de la noche en la ciudad. ¡Esto será emocionante!

Uber Regé dijo...

Es un capítulo abierto a la esperanza, cosa que me gusta, ¡no todo tienen que ser desastres! Para empezar, se van habiendo resuelto la situación con Leonard, que al pobre se le va la fuerza por la boca... pero si es un cacho de pan... (o mejor una bolsa de plasma), ojalá termine por arreglar también la situación con Scarlya; por cierto, hay que ver qué duro se lo ha puesto Eros, pero también se comprende, que saltaron chispas... Ahora ya, en el mundo de Rauth (Laninaya, me recuerda a Lacnisha... qué bonito), las tornas se invierten, como muy bien señala a Sinéad su pareja de este mundo... de momento Eros está disfrutando del sol, y supongo que también tendrá alitas y orejas en punta, ¡qué rico! Ay, la barriguita de Sinéad también progresa... ¿qué pasará con su hija? ¿podrá venir a nuestro mundo? Y si es así, ¿será una vampiresa? Muchas incógnitas quedan abiertas, la principal qué tal va a funcionar ese triángulo amoroso... ¡no tiene por qué salir mal! Me hace mucha ilusión el derrotero que ha tomado la historia, ¡que sigaaaa!