PREGUNTAS PERDIDAS EN EL VACÍO
Los días en Lainaya eran
rápidos, casi efímeros. Su fin era impredecible. Se atisbaba suavemente tras
las montañas y de repente todo el cielo se cubría de noche. El aire se tornaba
fresco y más aromático, las flores despedían con sus pétalos a los últimos
suspiros del día y las estrellas comenzaban a brillar lentamente como si
alguien las prendiese. La luna fue creciendo hasta convertirse en una perfecta esfera.
Me extrañó no adivinar sus sombras ni sus oscuros cráteres, pero en aquel lugar
no existían las dudas. Se sabía que todo estaba decidido por la magia y que la
magia era la única respuesta a todas las preguntas.
Las noches también se deslizaban
rápidamente por el firmamento, dejando sobre el bosque huellas
resplandecientes, convirtiendo en acogedores los rincones más profundos. Me
gustaban las noches de Lainaya. Me resultaban entrañables. Adoraba vagar por el
bosque sintiendo el aliento de aquellos instantes y prácticamente siempre lo
hacía junto a Rauth, a quien estaba cada vez más unida, como si el tiempo que pasaba
en aquella tierra nos fundiese más irrevocablemente en un solo destino. Sin
embargo, mi mente a veces se despegaba de esos cálidos y tiernos momentos para
volar lejos de allí e introducirse en pensamientos nacidos para otros lares,
para otros seres.
Me costaba acostumbrarme a
dormir por las noches. En muchísimas ocasiones, sin advertirlo ni preverlo, me
había quedado vagando por la naturaleza hasta que el amanecer comenzaba a
cubrir de oro las montañas. Rauth hacía horas que descansaba, dormido por la
certeza de que yo regresaría a su lado cuando menos lo intuyese; pero las horas
nocturnas resbalaban por mis pensamientos sin avisarme de que debían servirme
para sumergirme en la inconsciencia. Entonces, cuando veía que el sol emergía
de entre las nubes de la madrugada, acudía a la vera de Rauth y me protegía
entre sus brazos de esa luz que ya no me hacía daño. A las pocas horas, él me despertaba
con caricias muy dulces y palabras tiernas, apelándome con mucha suavidad y
cariño. Abría los ojos sintiéndome inmensamente desorientada y, durante los
primeros minutos de mi vigilia, mi alma se anegaba en un desaliento muy hondo
que me hacía preguntarle por qué me había extraído tan pronto de un sueño tan
placentero. Rauth reía cuestionándome por qué me había ido a dormir tan tarde y
realmente yo no sabía responderle. Me daba vergüenza reconocerle que todavía no
me había habituado a vivir por el día.
Mas no tardé en hacerlo.
Realmente no sé cuántos días y noches pasaron hasta que, al fin, entendí que el
crepúsculo no era mi despertar y que no debía protegerme de la luz, sino de la
oscuridad. Ya me había percatado de que mis ojos no veían nítidamente cuando la
noche lo invadía todo. En cambio, por el día mis ojos parecían recuperar una agudeza
que jamás habían poseído. No era un ser de sombras... Era un ser de luz, y
tenía que aceptarlo.
Aquellos días tan curiosos y a
veces dolorosamente extraños no transcurrían en vano, no se iban sin dejar
huella. Mi barriguita cada vez era más redondita y adorable. Ya podía sentir
los primeros suspiros de mi hijita, la que crecía velozmente por dentro de mí,
cuya alma se unía más infinitamente a la mía con cada hora que pasaba. Cuando Rauth
posaba su manito en mi barriga, notaba que nuestra hija se movía inquieta. Me
hacía daño, pero era incapaz de protestar. «Será una niña muy alegre», pensaba
mientras acariciaba su refugio. Estaba deseando saber cómo era, qué color de
ojos tendría, cómo resplandecerían sus cabellos, conocer la forma de su rostro
y la belleza de sus sonrisas. Me la imaginaba tan hermosa que era incapaz de prever
cómo sería.
Durante aquellos amorosos y
dulces días, estuve pendiente de la vida que se desempeñaba más allá de aquel
mágico mundo. No dejaba de tener presente a Eros ni a Scarlya, quienes estaban disfrutando
de la libertad, de la noche, de las luces de Wensuland o de cualquier ciudad a
la que les apeteciese acudir. Me asomaba a las tranquilas, limpias y claras
aguas de aquel lago mágico, del espejo de los sueños, y le pedía a la
naturaleza que me mostrase los momentos que habían pasado y los que estaban
transcurriendo. De ese modo fui testigo de cómo Eros y Scarlya se unían cada
vez más, estableciéndose entre ellos un vínculo amistoso que les facilitaba
sonreír con amplitud, sinceridad y felicidad, como si nunca hubiesen sufrido
antes.
No podía negar que presenciar
esos momentos me intranquilizaba, pero también debía reconocer que mi alma se
llenaba de alivio. No quería que Eros estuviese triste, pues en mi vida apenas
suspiraba la lástima; pero un extraño temor se anudaba a mi estómago siempre que
los veía reír tan libremente o conversar hasta que el alba se hacía
un hueco entre las estrellas. No me preguntaba nada, pues no quería conocer
respuestas inquietantes; mas no podía evitar que mi mente comenzase a especular
sobre un futuro que ni tan sólo se había iniciado. No le comentaba mis
desasosiegos a Rauth, pues no quería que descubriese que mi felicidad no era
completa. Tampoco le confesé que extrañaba a Eros con toda la fuerza de mi
corazón y que soñaba con él casi todas las noches. Su ausencia estaba
demostrándome que, al contrario de lo que había creído, el amor que sentía por
él sí podía ser más potente y devastador que ningún otro sentimiento. Parecía
como si la distancia y la presencia de Rauth intensificasen el amor que yo le
profesaba. No obstante, también notaba que mi alma cada vez estaba más aunada a
la de Rauth y, cuando me preguntaba qué ocurriría cuando me alejase de él, el
corazón se me quebraba, se desquebrajaba toda mi paz y experimentaba unas
incontrolables y desgarradoras ganas de llorar contra las que luchaba con
ímpetu. No sabía ser feliz ni estar triste en ese mundo. Además, el embarazo
desequilibraba mis sentimientos y volvía turbias mis emociones. Aquella inestabilidad
emocional me recordaba a aquellos días tan torturadores en los que mi feminidad
gritaba con una rojiza estridencia en mi cuerpo cuando la mortalidad invadía
mis entrañas. Había olvidado la sensación de estar irritada por nada y lo
estúpida que me sentía cuando lloraba sin tener motivos para hacerlo. Rauth
estuvo a mi lado siempre, siendo paciente, abrazándome cuando lo necesitaba,
construyendo para mí un refugio donde nada me hería.
Era incapaz de medir el tiempo
que transcurría; mas una mañana me desperté con una urgencia muy extraña palpitando
por dentro de mí. En mi mente gritaba la extraña certeza de que en el mundo de
Eros había pasado ya más de un mes. Aquella posibilidad me asustó tanto que fui
incapaz de reaccionar y de moverme. Si en la realidad de Eros habían discurrido
más de treinta días, ¿cuántas noches había vivido ya en mi mundo? ¿Cuántos
atardeceres aún me quedaban por vivir?
Sin despertar a Rauth, salí de
nuestro natural, aromático y cómodo lecho, me atavié con un ligero vestido de color
rojo y corrí hacia aquel rincón donde la naturaleza se convertía en un espejo que
me mostraba instantes que respiraban muy lejos de mí. La naturaleza era mi más
fiel aliada en aquellos momentos. Era la que me impulsaba a correr, aunque me
sintiese débil y exhausta, como si no hubiese dormido prácticamente nada.
Aspirando las frescas fragancias
de la mañana, conseguí llegar sin perder el aliento a aquel lago cuya orilla se
había llenado de flores delicadas y brillantes que refulgían en las penumbras
de aquel rincón tan misterioso e íntimo. Entonces, al atisbar mi reflejo entre
las delicadas olas de aquellas aguas nítidas y claras, le pedí a la naturaleza
que me mostrase sus vidas, que me hiciese partícipe de unos instantes que en
realidad yo no tenía derecho a vislumbrar; pero sentía que necesitaba percibirme
cerca de Eros y sabía que aquélla era una buena forma de hacerlo.
Las aguas no tardaron en perder
su transparencia para convertirse en imágenes que me resultaban plenamente
conocidas. Apareció la alcoba donde Eros y yo habíamos sido tan felices. Todo
estaba igual: los muebles, los adornos... Eros estaba tumbado en nuestro lecho;
solo, con los ojos cerrados... mas yo sabía que no dormía, que su mente vagaba
lejos del mundo de los sueños. De repente, se alzó nervioso y salió de la cama
mientras resoplaba cansado. No podía dormir.
Se acercó al escritorio y se
apoyó en la madera mientras fijaba sus ojos en un retrato que Scarlya me había
hecho hacía unos años, donde aparecía sentada entre árboles frondosos con mi
amada arpa entre mis brazos. Mi mirada estaba llena de sueños, de amor, de ternura
y de melancolía. La luz de aquel rincón era casi azulada; el reflejo de un
temprano ocaso.
- Shiny, ¿por qué no vuelves? —oí que susurraba—. Estoy cansado de vivir sin ti. No sé dormir sin ti, no sé despertarme sin ti. Ya ha pasado más de un mes desde que te fuiste. ¿Acaso no quieres regresar? Shiny, yo te necesito... A lo mejor ya te has olvidado de mí. Tendrías que haberme avisado de que tu ausencia se alargaría tanto en el tiempo. Me dijiste que no tardarías más de dos semanas en volver, y... no es verdad. Tal vez ni siquiera recuerdes que yo también te amo. Rauth te hará tan feliz que ni te permitirá acordarte de mí.
Deseaba decirle que aquello no
era cierto, que pensaba en él todos los días, a todas horas, que soñaba con él todas
las noches, que lo añoraba con una fuerza que me estremecía; pero no tenía ni
idea de cómo podía lograr que mi voz traspasase las fronteras de la magia y
llegase hasta su alma. Intenté comunicarme con él mediante mis pensamientos,
igual que cuando no deseábamos que nadie se enterase de lo que sentíamos en
algún momento determinado; pero fui incapaz de conseguir que mi voz anímica
emanase de mi interior. Se quedó allí, encerrada en mi razón, en mi cuerpo.
- Shiny, ¿la magia ni siquiera te permite comunicarte conmigo para que sepa que estás bien? ¿Por qué tienes que estar tan lejos? No lo soporto más...
Eros lloraba. Ver cómo por sus
varoniles mejillas resbalaban unas veloces y rojizas lágrimas me destrozó el
corazón. «Tal vez pueda llegar a ti a través de mi música», pensé planteándome
la posibilidad de ir a buscar mi amada arpa para tocarle alguna trova que él
conociese plenamente; pero, antes de que pudiese alzarme del suelo, vi cómo
Eros se limpiaba con rapidez las lágrimas y salía de nuestra alcoba con un paso
lánguido. Me pareció atisbar rebeldía y enfado en sus ojos; unos sentimientos
que me paralizaron. Quise llamarlo, pero no pude hablar, como si la naturaleza
y la videncia me hubiesen arrancado la voz.
Eros se dirigió hacia el salón,
donde Scarlya dormía en el sofá cubierta con una fina manta de lana,
descansando su cabeza en una mullida almohada. Aquella estancia estaba anegada
en sombras protectoras y en una sensación de intimidad que me erizó la piel.
Parecía como si aquel lugar nunca hubiese tenido otra utilidad, como si siempre
hubiese sido el rincón donde Scarlya se amparaba de la luz y se sumergía en el
sueño.
Enseguida supe que Scarlya
tampoco dormía. En cuanto oyó que Eros se acercaba a ella, abrió los ojos y lo
miró extrañada. En un lejano reloj vi que eran las siete y media de la mañana.
Me costaba percibir el movimiento del segundero, como si los segundos allí
fuesen horas...
- No puedo dormir —le dijo Eros a Scarlya de repente con una voz quejumbrosa y llena de desaliento—. No dejo de pensar en ella. Me da rabia que haya pasado tanto tiempo sin que se haya comunicado conmigo.
- Ya, te entiendo —le aseguró ella incorporándose—. A mí también me extraña, Eros. Tal vez no vuelva.
- Quizá no.
- Tienes que vivir tu vida como si ella no fuese a regresar nunca más.
- ¿Qué dices? ¡Soy incapaz de hacer eso! —protestó asustado.
- Bueno, sí... es cierto. La amas con tanta fuerza... Te entiendo. Ven, siéntate conmigo aquí y hablemos un rato. Ya verás cómo al final acabamos durmiéndonos. No es la primera vez que nos pasa esto. A mí también me cuesta dormir —se quejó suspirando mientras se apartaba la manta y se sentaba en el sofá.
- A ti también te preocupa algo, ¿verdad? —le preguntó mientras se sentaba a su lado.
- Sí, pero no se trata de Leonard, ni de Sinéad ni nada de eso —le respondió sin mirarlo a los ojos.
- ¿Entonces?
- Da igual. No quiero decírtelo. Hablemos de otra cosa.
- Necesito hablar de algo que no tenga que ver con Sinéad.
- Todo lo que forma tu vida tiene relación con ella, Eros.
- Bueno...
- ¿Qué ocurre?
- La extraño con toda mi alma, pero debo confesarte que tu compañía me ayuda a no echarla tanto de menos y me hace olvidar que no está. Me lo paso muy bien contigo. Gracias por estar a mi lado, aunque sea a costa de la felicidad de Leonard —se rió incómodo.
- A mí también me hace mucho bien estar contigo. Cada vez me convenzo más de que no puedo volver con Leonard si...
- No te niegues la posibilidad de darle otra oportunidad...
- ...si existen hombres como tú —susurró como si las palabras de Eros no hubiesen interrumpido su afirmación.
- ¿Cómo?
- Nada, no importa. Será mejor que te vayas a dormir ya.
- No quiero... ¿Qué has dicho, Scarlya?
- Algo que no tenía que haber dicho —respondió avergonzada—; pero creía que no me oirías.
- Soy un vampiro, Scarlya. A mis oídos no se les escapa nada —se rió mientras se acercaba más a ella.
- Ya lo sé —se rió también mientras se apoyaba en el respaldo del sofá y miraba a Eros a los ojos al fin—. Eros, hay algo que me da miedo. Soy muy feliz contigo. Hacía mucho tiempo que no tenía un amigo tan divertido, comprensivo, empático, alocado y fiel. Stella es mi mejor amiga, pero tenemos muchas diferencias. En cambio, tú pareces pensar con mi mente, sentir con mi alma... Eres dulcemente sensible y cada vez que me miras a los ojos me siento completa. Hemos pasado un mes juntos, disfrutando de todas las horas de la noche y parte del día... y te aseguro que nunca me he percibido tan libre como en este tiempo...
- ¿Y qué es lo que te da miedo? —le preguntó con delicadeza.
- Me da miedo que esto pueda hacerme daño. A lo mejor te enfadas por lo que voy a decirte... pero no quiero que Sinéad vuelva. Cuando lo haga, tendré que alejarme de ti.
- No, por supuesto que no. Podemos seguir siendo tan amigos y disfrutar los tres...
- Pero yo quiero estar solamente contigo, Eros —le confesó mirándolo más hondamente a los ojos y acercándose más a él—. No quiero que esto se estropee, pero no puedo callarme lo que siento. Creo que...
- No, no digas nada, Scarlya —la silenció tomando delicadamente su cabeza con sus manos—. No estoy preparado para oír esas palabras...
- ¿Acaso sabes lo que voy a decirte?
- Me lo imagino. Me da miedo...
- No te alejes de mí, por favor. Ahora no podría vivir sin estar junto a ti.
- Pero sabes que yo amo a Sinéad, ¿verdad? No quiero que te hagas daño.
- Lo sé... pero eso no me impide desearte... y sé que tú también...
- Scarlya, yo... ahora mismo me siento perdido y desconsolado...
- Lo sé... Desearía poder desvanecer esos sentimientos tan tristes y llenar tu alma de luz...
- Me la llenas cuando estamos juntos... pero no puedo permitirme sentir nada más.
- ¿Por qué?
- Es evidente...
- Eros... no quiero que la razón intervenga ahora. Te necesito... Me derrito cada vez que te acercas a mí, cada vez que tomas mi mano para saltar juntos por el balcón y correr unidos bajo la luz de las farolas y de las lejanas estrellas, cada vez que me tomas en brazos para volar más rápido que la luz del día... para alejarnos así del amanecer... cada vez que me sonríes... No sé lo que me sucede.
- Me hace gracia que te hayas atrevido a convertir en palabras algo que me decías siempre con los ojos.
- Vaya.
- Eres demasiado expresiva. Más de una vez me he sentido devorado por tus miradas.
- Lo siento.
- Sé que soy fácilmente deseable —se rió vergonzoso—; pero jamás creí que yo pudiese atraerte.
- Es un deseo muy inocente...
- Ya, seguro —se rió mientras le acariciaba los cabellos.
- Te lo aseguro. Nunca intentaré apartarte de Sinéad si ella regresa... pues soy consciente de que os amáis con una fuerza incalculable; pero, mientras ella no esté... —divagó mientras lo abrazaba y se acercaba más a él—. Nadie nos recriminará nada ahora... Estamos solos aquí mientras el día brilla...
- Scarlya, yo... no...
- Calla, no digas nada. Sé que a ti también te apetece —musitó arrimándose demasiado a sus labios.
- No debo... —intentó susurrar, pero Scarlya lo aferró con desesperación de la cabeza y empezó a besar sus labios con una fogosidad que destruyó todas las palabras.
Me esperaba que Eros la apartase
delicadamente y se disculpase con una sensual sonrisa que la enloquecería mucho
más; pero, en lugar de eso, sorprendentemente, Eros también la aferró de la cabeza
mientras intensificaba los besos que se entregaban tan... tan ilícitamente. No
supe reaccionar ni pensar nada cuando vi cómo de pronto se abrazaban desesperadamente,
como si hubiesen deseado hacerlo desde tiempos inmemorables. No tardaron en
perder el equilibrio y caer uno sobre el otro mientras deslizaban inquietos y
nerviosos sus manos por su cuerpo, mientras se presionaban entre sus brazos y comenzaban
a perder la cordura con caricias y besos que no quería ver; mas era incapaz de
moverme, de pedirle a la naturaleza que interrumpiese aquella sucesión de
imágenes gélidas que estaban robándome el aliento.
Ninguno de los dos parecía
acordarse de nada, los dos parecían haber perdido sus recuerdos y su pasado.
Aunque no quisiese, fui testigo de cómo empezaban a acariciarse locamente hasta
que la cordura se convirtió en lujuria y en pasión. Entonces, cuando comprobé
que para ellos ya había desaparecido todo, todo, deslicé nerviosa mi mano
diestra sobre las aguas para que aquellas imágenes se desvaneciesen.
Quise gritar, quise llamarlos
desesperada para asegurarles con tristeza que regresaría dentro de poco; pero ni
siquiera podía pensar con claridad. Estaba temblando y de mis ojos ya brotaban
unas lágrimas cálidas que convirtieron mi alma en un lago de fondo inalcanzable
que se anegó en desaliento, dolor y pánico. No, tal vez no tuviese derecho a
recriminarles nada, pero no podía dejar de pensar que Eros seguía existiendo en
una realidad donde solamente me amaba a mí, que él no había mudado de cuerpo ni
de sentimientos... No quería excusarme, pero tampoco podía aceptar que aquellos
instantes estuviesen existiendo. No podía silenciar mi mente, la que continuamente
se llenaba de esas imágenes en las que los veía amándose con locura como si no
existiese nada más.
- Eros, Eros, Eros, no... —intenté decir, pero mi voz fue el empiece de un sollozo que me agitó toda el alma.
Entonces, inesperadamente, mi
dolor descendió de mi pecho hacia mi estómago, hacia mi barriga... y se
expandió por todo mi cuerpo convertido en un gélido ramalazo de impotencia que
me paralizó, que, lentamente, fue tornándose un sufrimiento físico que deshizo
mi equilibrio. Me aparté de la orilla antes de que las aguas me abrazasen y me
acomodé en la hierba sintiéndome completamente desorientada. Aquel padecimiento
que había comenzado siendo anímico había devenido en el dolor físico más
intenso que experimentaba en mucho tiempo. Notaba que mi cuerpo se estremecía sin
cesar, que necesitaba presionar algo con mis manos para desfogar aquel sufrimiento
y que, repentinamente, por mis piernas empezaba a deslizarse un líquido
templado que llenó de escalofríos todo mi ser.
No pude evitar gritar de
desorientación y miedo cuando noté que mi vientre se contraía continuamente, como si
alguien estuviese rasgándome las entrañas. Era algo inmensamente doloroso que
me nubló la vista, que deshizo las imágenes que me rodeaban. Apenas oía el
sonido del agua, la voz de la mañana y los susurros del bosque. Solamente
percibía mi agitada respiración y sentía el padecimiento que había
desquebrajado toda mi calma.
- ¡Rauth, por favor, ayúdame! —supliqué desesperada—. ¡Rauth, Rauth!
- ¡Sinéad!
Oír su voz en la distancia,
entre aquellos ancestrales árboles, me alivió tenuemente, pero el dolor no
desapareció, sino que se intensificaba incesantemente, convirtiéndose en la
sensación más desgarradora que podía existir. Mi voz no dejaba de apelar a
Rauth y mi respiración cada vez estaba más agitada. Al fin, Rauth se sentó a mi
lado y me tomó con fuerza de las manos mientras me dedicaba una mirada anegada
en amor e ilusión.
- Tranquilízate, Sinéad, ya estoy contigo. Ya viene, amor, ya viene, ya nace —me avisó con mucha ternura.
- Rauth, Rauth... me duele, me duele —me quejé llorando desconsoladamente—. Siento que me resquebrajo.
- No, no temas, no te pasará nada malo, amor mío. Ahora viene Alneth para ayudarte, vida... Yo estoy contigo, siempre lo estaré —me susurraba con mucho amor mientras me besaba en las mejillas, en la frente... mientras me retiraba el flequillo para que el aire rozase mi piel. Entonces me di cuenta de que estaba sudando por primera vez en un montón de siglos—. Tranquilízate, vida mía.
- Sinéad, ya estoy aquí —me comunicó una nueva voz. supe que era Alneth, aunque no podía mirarla a los ojos, pues mis párpados se habían convertido en hierro y no podía abrirlos.
- ¡Me duele, me duele!
- Sí, lo sé, cariño —me aseguró Alneth.
Noté que
colocaba bajo mi cuerpo unas cuantas mantas de una tela que no supe identificar
y que me retiraba cuidadosamente mi vestido y mi ropa interior. No pude sentir
vergüenza en esos momentos, pues el dolor silenciaba todas mis emociones. A su
vez, Rauth me cubrió con otra manta que deshizo levemente el frío que se había
apoderado de mi cuerpo. Estaba sudando y temblando al mismo tiempo.
- ¿No hay nada que pueda aliviarle el dolor? —preguntó Rauth con miedo—. No soporto verla sufrir.
- No, no hay nada... pero se le pasará en cuanto nazca... Sinéad, tienes que apretar, cariño. Sí, haz fuerza. Debes ayudarla a nacer, cariño. Sí, sé que te duele. Puedes desfogar tu dolor intentando expulsarla de tu cuerpo. Sí, así... presiónale la mano a Rauth...
Jamás había
experimentado un dolor tan intenso; un dolor que me exigía emplear unas fuerzas
de las que no disponía. Notaba que aquel sufrimiento intentaba destruir mi
consciencia. Mis sentidos se habían apagado y apenas percibía lo que me
rodeaba. La mano de Rauth se había enlazado a la mía, pero yo ni tan sólo lo
captaba a él cerca de mí. Me sentía sola en un vacío inmenso. Sin embargo,
obedecí a Alneth, cuya voz parecía emanar de la distancia más remota, y ayudé a
mi hijita a salir al mundo, a llegar a la vida. No me importó que, tras aquel
inmensísimo esfuerzo, mi aliento se desvaneciese para siempre. Lo único que
deseaba era alumbrarla.
- Ya queda poco, Sinéad, ya queda poco —me alentaba Alneth.
Mi voz se
escapaba de mis labios convertida en suspiros y gemidos de dolor que me
estremecían; sin embargo, no podía silenciar mi sufrimiento. Aquel dolor había
invadido todo mi cuerpo y parecía querer expulsar de mi interior todo lo que lo
molestaba... Parecía querer vaciar todo mi ser.
Incomprensiblemente,
por mi mente se deslizaban recuerdos que me hacían sentir más triste y
desorientada. Me acordé de mi amada madre humana cuando alumbró a mi querido
hermanito, cuánto sufrió, cómo temí por su vida... Aquellos recuerdos me estremecían,
pero extrañamente también me alentaban a seguir luchando por mi hija.
- ¡Madre, madre, madre! —gritaba descontrolada de dolor.
- Sinéad, Sinéad... ya está, cariño —me avisó al fin Alneth—. Solamente queda un último empujoncito y ella estará aquí entre mis brazos. Hazlo.
- ¡Ay, madre, madre! ¡Ayúdame, madre!
Hubo un
momento en el que no supe si apelaba a Klaudia, mi madre humana, a Undine, mi
madre vampírica, o a la Diosa, la madre naturaleza, la alumbradora de todas las
vidas. Las ideas y los sentimientos se mezclaban en mi mente tornándose una
maraña ininteligible de sensaciones y recuerdos difusos; pero, al fin, noté que
el dolor remitía y lentamente comenzaba a desaparecer.
Entonces, muy
vaga e imprecisamente, oí un delicado llanto que se mezclaba con el silencio.
Quise abrir los ojos, quise preguntar si era su voz; pero no podía hacer nada.
La debilidad y el agotamiento más inquebrantables y devastadores se habían
apoderado de mi ser, de mi alma, de todo mi presente. Me costaba pensar, me
costaba sentir... y de repente todo se quedó a oscuras.
1 comentario:
¡Lo veía venir! Menudo palo, Scarlya y Eros juntos, jooolín. ¿Te has percatado que Scarlya se ha liado con Sinéad, Leonard y Eros? ¡Huye Stella! Jajajaja. Es muy triste, que Eros se deje llevar y engañe a Sinéad de esa forma, pero por otra parte encuentro algo de justificación. Ella está con Rauth y tiene un hijo suyo...Por mucho que cambie de mundo, eso son cuernos. Su relación está sufriendo cambios y golpes muy fuertes, no sé si serán capaces de superarlos. Por otro lado Scarlya, es un poquito fresca...y eso que todavía no ha roto definitivamente con Leonard...Las cosas se han liado tanto que no sé que es lo que ocurrirá. No me quiero imaginar la reacción de Leonard...Por otro lado la hija de Sinéad ya ha nacido. Un momento mágico, impensable hace unas semanas. Ahora ya es madre, ¿hará eso quedarse en ese mundo definitivamente ahora que Eros le ha sido infiel? Un capítulo muy intensooo. Que sigaaaa!!
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