El tiempo se había desvanecido.
Su paso se había detenido en aquel mágico instante en el que mi alma se había
unido a la de un ser completamente puro que me abrazaba y me besaba como si
solamente pudiese encontrar en mis besos el aliento de su vida, como si en mi
cuerpo se hallase la continuación de su destino. Me había olvidado del pasado,
del presente (si es que aún quedaba presente en mi hado) y sobre todo del
futuro. No concebía más mundo más allá de los brazos de Rauth, no creía en
ningún firmamento salvo el de sus ojos, no existían para mí otros lares que
pudiesen protegerme más que sus brazos. Él se había convertido en el único
suspiro de mi vida.
Mas sabía que el tiempo sí
transcurría, aunque lo hiciese muy lejos de nuestra realidad. Quedaba en mi
turbada razón un pequeñito ápice de consciencia que me advertía de que mi
pasado no había quedado definitivamente atrás, que me recordaba delicadamente
que en mi vida existía alguien que siempre me aguardaría y que se entristecería
indeciblemente si me descubría tan fundida con Rauth en un abrazo que nos había
convertido en un solo ser. Así pues, a pesar de que no deseaba hacerlo, me
retiré de los labios de Rauth con pereza y lentitud. Rauth me presionó las
mejillas con sus dulces manos pidiéndome así que no me apartase de él, que no
interrumpiese aquellos besos que nos habían envuelto en una pura nube de
algodón. Su silenciosa petición me paralizó, me hizo preguntarme qué sucedería
si Eros regresaba a nuestro lado justo en ese instante. No pude construir la
respuesta a aquella pregunta, pues tenía la mente completamente subyugada al
amor, al deseo, a la pasión.
—No te separes de mí, por favor,
Sinéad. Llevo anhelando tus besos durante tanto tiempo... —musitó muy cerca de
mis labios. Su dulce y cálido aliento me infundió vida y fortaleza.
—Rauth, no podemos hacer esto
—le advertí quejumbrosa intentando que mi voz sonase firme, pero la dulzura de
aquel instante la convirtió en un susurro—. Rauth, no quiero que Eros vuelva y
nos descubra...
—Él lo comprenderá, Sinéad, te
lo aseguro.
—¿El qué debo comprender? —preguntó
una voz a punto de quebrarse—. ¿Cómo pretendéis que entienda esto?
—Eros, hace poco me dijiste que
comprenderías... No, sé que no está bien... Yo no quería hacerlo, pero me han
controlado unos sentimientos indomables que... —balbuceé sin saber qué decir.
Nada me resultaba claro en aquellos momentos. Mi vida estaba convirtiéndose en
una maraña de excusas sin sentido—. Eros, necesito que hablemos...
—¡No entiendo nada! —protestó a
punto de ponerse a llorar—. Me aseguraste que me amarías solamente a mí dondequiera
que te encontrases... ¿Para qué hemos venido aquí, entonces, para que yo
presencie cómo otro hombre te hace feliz, cómo construyes junto a él la familia
perfecta?
—Tú también puedes crear una
familia perfecta, Eros. En este mundo no tienes por qué serle fiel a Sinéad
—bromeó Rauth intentando suavizar la mirada de Eros; quien en esos momentos me
pareció el ser más indefenso de la Historia—. Eros, en este mundo, los
sentimientos cambian y nacen otros pensamientos...
—A mí no me ha sucedido eso
—musitó incapaz de mirarnos a los ojos—. En este mundo y en el que sea, yo amo
a Sinéad más que a mi propia vida...
—No has conocido a otra
heidelf... —propuso Rauth estremecido; aunque percibí que quería disimular su
desasosiego.
—He conocido a Alneth y a Aine...
Me han parecido hermosas, pero no he sentido nada indebido. Sinéad, no estoy
dispuesto a quedarme aquí viendo cómo Rauth y tú sois plenamente felices...
—Eros, espera un momento. No te
precipites, cariño.
—No me llames así. Veo clarísimo
que en este mundo no me amas... Tus ojos me miran con distancia.
—No es verdad —protesté también
estremecida e intimidada.
—¿Qué sientes por mí, entonces?
—Pues... te quiero... pero... el
amor que siento por Rauth parece silenciar todas las demás emociones —le
contesté sin poder controlar mis palabras. Era como si el amor que le profesaba
a Rauth constituyese una nueva voz que no dependía de mis pensamientos—. Lo
siento, lo siento con toda mi alma. Yo no sabía que esto sucedería.
—Tú sí lo sabías, ¿verdad,
Rauth? —le preguntó desafiante.
—Siempre lo he sabido... Siempre
he sabido que el destino de Sinéad y el mío están irrevocablemente unidos.
—Y, sabiéndolo, no te opusiste a
que viniésemos aquí. No te importa nada, nada. ¡Eres un egoísta! —le gritó
llorando de pronto—. ¡Yo no quiero estar aquí viendo cómo la tocas, la
besas...!
—Eros... —susurré con una
infinita culpa—. Amor mío, si yo llego a saber que esto sucedería, te aseguro que
no habría venido.
—¿Por qué, Sinéad? ¿Acaso no
eres feliz a mi lado? —me preguntó Rauth con pena.
—No puedo ser feliz si sé que él
sufre... Yo tampoco puedo quedarme aquí.
—No puedes irte —me avisó Rauth
nervioso—. Nuestra hija te necesita aquí, en este mundo. Si te marchas, la
matarás...
—¡Me dijiste que eras capaz de
renunciar a todo esto si así me hacías feliz, Sinéad! ¿Lo recuerdas? —protestó
Eros al percibir mi vacilación.
—Lo dije, pero... pero en este
mundo no siento lo mismo, Eros...
—¡No, no puede ser! —musitó
destrozado.
—Recuerda que en este mundo los
sentimientos cambian. Estoy seguro de que, si regresáis a vuestra realidad,
ella volverá a amarte sobre todas las cosas, sobre mí, sobre su propia y única
hija...
—En este mundo parece como si me
doliese todo mucho más. No me gusta esta naturaleza tan brillante, pues siento
que me deslumbra; no soporto ver que la abrazas, que la besas, que la acaricias
como si ella no fuese de nadie más... ¡No lo soporto! —exclamó llorando
desconsoladamente. Percibir su profundo desánimo me destrozó el corazón.
—Eros, cariño, tranquilízate —le
pedí acercándome a él y acariciándole los cabellos—. No te preocupes por nada,
vida mía. Nos iremos de aquí enseguida.
—¡No, Sinéad! —protestó Rauth
con una voz llena de intranquilidad y lástima—. No puedes irte. Espera a que
ella nazca. Te aseguro que no le queda mucho tiempo...
—Rauth, lo siento; pero... pero
no puedo quedarme —le contesté con un hilo de voz. Cuando pronuncié aquellas
palabras, noté que el alma me temblaba por dentro de mí y que una asfixiante
emoción me recorría todo el cuerpo, ateriéndome, haciéndome sentir un frío
devastador que me llenó los ojos de lágrimas—. No puedo quedarme... Mi vida
está en Eros.
—No es verdad. Aquí eso no es
verdad —se quejó Rauth sentándose en el suelo, totalmente abatido.
—No te intranquilices por mí,
Sinéad —me pidió Eros alzando los ojos y mirándome hondamente—. Si sé que eres
feliz, nada me preocupará, absolutamente nada. Quédate aquí el tiempo que creas
necesario. Yo siempre te esperaré en nuestro hogar.
—No te vayas, por favor —le
supliqué con tristeza.
—No soporto esto, Shiny. Yo no
puedo estar aquí.
—Lo entiendo... pero no puedo
aceptar que te marches.
—Será lo mejor, Sinéad. Vete
tranquilo, Eros. Prometo no tocarla ni acercarme más de lo conveniente a ella
si eso te permite sentirte más sereno. Será como si yo no la amase con toda la
fuerza de la magia.
—Haced lo que os venga en gana
—nos espetó Eros alejándose de nosotros.
—¡Eros, espera! —le pedí
corriendo tras él—. Tengo que ayudarte a volver.
—Ten cuidado, Sinéad. Si por
error regresas a la otra realidad, nuestra hija morirá —me advirtió Rauth con
miedo.
—De acuerdo, Rauth, no temas —le
susurré mientras me alejaba de él.
Rauth no nos siguió. Se quedó
paralizado en medio de dos grandes árboles, con los ojos fijos en mí, sus
rojizos rizos reluciéndole bajo el sol de la tarde. De su mirada se desprendía
un miedo y una tristeza que aterieron profundamente mi corazón y anegaron toda
mi alma. En esos momentos me mataba de dolor no saber si le había dicho la
verdad, si aquélla era la última vez que lo veía, que me hallaba en aquel
mágico mundo. Me sentía incapaz de permitir que Eros se marchase solo.
—Sinéad, no quiero que vengas
conmigo a nuestro mundo. Tienes que quedarte aquí con Rauth. De momento, éste
es tu destino. No puedes matar a la niña que está creciendo por dentro de ti.
—No quiero dejarte solo, amor
mío.
—Te esperaré con paciencia y
cariño. Perdóname. No me he comportado bien ni contigo ni con Rauth; pero es
que me destroza el alma verte entre sus brazos... Prefiero quedarme en nuestra
realidad para no sufrir. Me consolará saber que estás bien, que en este mundo
nada puede hacerte daño. Si es cierto lo que me dijiste del tiempo, estoy
seguro de que tu ausencia no durará ni una semana —intentó reírse, pero la
melancolía ensombrecía sus ojos.
—Lamento muchísimo todo esto,
Eros —me disculpé a punto de ponerme a llorar.
—No te preocupes por nada. Cría
a esa niña y regresa cuando sientas que lo necesitas. No puedo forzar situaciones
que no están escritas en nuestro destino. Tienes que quedarte aquí —dijo
cerrando con fuerza los ojos—. Y no te arrepientas de haber venido. Si lo hemos
hecho, era porque debíamos hacerlo. No le des más vueltas y sé feliz...
—Cuídate mucho, amor mío. Por
favor, regresa aquí si sientes que no puedes vivir lejos de esta magia.
—¿Qué debo hacer para volver?
—Tienes que desearlo con fuerza,
llenar tu mente y tu cuerpo de ese deseo e imaginarte que te hallas en un lugar
conocido, por ejemplo, en nuestro hogar. Si quieres regresar aquí, tendrás que
empezar a volar muy raudo por el cielo hasta sentir que las nubes y las
estrellas se funden. Entonces anhela volver a esta tierra y la magia te llevará
a mi lado.
—De acuerdo —contestó con una
seguridad trémula.
—Yo no puedo acompañarte, pero
puedo pedirle a algún heidelf que lo haga. Me da miedo que te pierdas en alguna
dimensión lejana.
—Eso no sucederá. Confía en mí.
—Confío en ti...
—Hasta pronto, Sinéad.
—Adiós, Eros.
—No, no digas adiós... Di hasta pronto.
—Hasta pronto, cariño.
Entonces un suave y níveo viento
comenzó a soplar tenuemente entre las ramas de los árboles, meciendo las hojas,
acariciando las flores. De la tierra emergieron unas neblinas que envolvieron a
Eros y lo alejaron suavemente de mí. Se distanció de aquella mágica realidad
como si volase sobre una brillante nube de algodón. Desapareció mucho antes de
lo que yo preveía, sin apenas darme tiempo a despedirme de él una última vez.
Cuando se desvaneció, noté que Rauth se acercaba a mí con un paso primoroso,
como si temiese despertarme de un dulce sueño. Me giré para mirarlo a los ojos
y buscar en su mirada la calma de la que se había desprendido mi corazón. Tal
como esperaba, Rauth me observaba con serenidad y muchísimo amor, tanto que en
breve sentí que mi alma se llenaba de luz, calidez y vida.
—Irse es lo mejor que podía
hacer, Sinéad. Creo que él no está preparado para vivir en esta realidad —me
advirtió con suavidad—. Aunque te parezca imposible de creer, no me gusta que
se haya marchado. Preferiría que pudiésemos vivir aquí todos, siendo amigos,
respetándonos... pero no ha podido ser.
—No es culpa tuya, no es culpa
de nadie —musité con mucha pena.
—Y es cierto... Ni siquiera él
ha podido controlar esos sentimientos. Aquí parece como si los sentimientos que
experimentamos no formasen parte de nuestro cuerpo ni naciesen de nuestra alma.
Es como si alguien decidiese por nosotros, como si no tuviésemos la capacidad
de pensar independientemente.
—Es cierto.
—Pero no te entristezcas ni te
preocupes por él. Desde esta mágica realidad, podemos cuidar de su vida. Yo te
he amparado muchas veces... aunque en muchas ocasiones tu destino se ensañaba
de tal forma contigo que era imposible resguardarte de las injusticias. Tú
puedes hacer lo mismo con Eros. Ven, te llevaré a un lugar mágico que te
encantará —me ordenó suavemente mientras me sonreía.
Rauth comenzó a caminar a través
de aquella dorada y resplandeciente naturaleza. Dejábamos atrás árboles
repletos de hojas y de tronco grueso, casitas de madera emergidas directamente
de la tierra en la que se refugiaban algunos heidelfs, cascadas de agua
cristalina, ríos caudalosos en los que nadaban peces de colores brillantes... y
de pronto nos adentramos en un bosque mucho más espeso y frondoso. Los troncos
casi se tocaban, impidiendo así que entre ellos surgiesen sendas claras y
bondadosas, y las ramas se enlazaban, compartiendo unas con otras sus hojas
como si éstas hubiesen nacido de una misma copa. El cielo apenas se vislumbraba
entre aquellas densas ramas, sino que parecía una ilusión, lejana tanto en el
tiempo como en el espacio. Se oía el delicado y pausado canto de algunos
pájaros que nunca había visto, se respiraba un potente aroma a humedad y a
frescor y podía palparse en el aire la cercana presencia del agua. Sin embargo,
aunque aquella naturaleza me pareciese imponente e inescrutable, no temí, pues
me refugiaba en la seguridad con la que Rauth caminaba a través de aquel tupido
bosque.
Al fin, se detuvo enfrente de un
declive cuyo fin se escondía entre pequeños y frondosos arbustos, entre árboles
que demostraban su antigüedad en la inclinación de sus troncos, en hojas caídas
ya hacía demasiados otoños... Rauth me tomó de la mano y comenzó a descender
aquella cuesta apenas sin esfuerzo. Noté que mi vaporoso vestido se enredaba en
algunas plantas, pero sabía que la naturaleza no me lo desgarraría.
Las hojas de las plantas, los
antiguos troncos de los árboles y aquellas hojas olvidadas ya creaban nuestro
techo. Entonces reparé en que nos habíamos adentrado en un refugio natural que
se asemejaba a una profunda cueva. El follaje que nos protegía del cielo se
tornó de pronto en una techumbre hecha de rocas y piedras resplandecientes. Los
muros de aquella curiosa cueva estaban decorados con dibujos preciosos que
representaban instantes de las diversas estaciones del año: un campo de trigo
reinado por el sol, unas viñas rojizas reluciendo bajo una lluvia otoñal, la
nieve cubriendo montañas, un lago rodeado de flores primaverales... Todas
aquellas imágenes me parecieron tan hermosas que no pude evitar que de mis
labios huyese una tierna exclamación de sorpresa y admiración. Jamás había
visto algo semejante.
—¿Quién ha pintado todo esto?
—le pregunté a Rauth con curiosidad.
—Nadie. Estas imágenes llevan
aquí siempre. Existen desde muchísimo antes de que llegásemos nosotros aquí, a
esta tierra. Creo que las ha creado Ugvia, la Diosa de la naturaleza, la
Hacedora de la vida, de la muerte, de todos nosotros.
—Ugvia... Nunca he oído ese
nombre.
—Es nuestra Diosa. Ella te
permitirá usar una magia muy hermosa, ya verás. Ven conmigo.
No pregunté nada más, pues mi
estupefacción me impedía hablar. Seguí a Rauth con cautela y fascinación hasta
que se detuvo enfrente de una salida al exterior; mas entonces percibí que se trataba
de un rincón muy especial de aquella cueva donde las piedras permitían que la
vegetación de aquel bosque crease el techo de aquel lugar tan misterioso. El
aire se adentraba en forma de suspiros frescos y húmedos que removían las aguas
de un inhóspito lago cuya presencia había inadvertido completamente. Me quedé
boquiabierta cuando me di cuenta de que aquel lago estaba muy cerca de nosotros
y estaba rodeado de piedras brillantes y árboles antiquísimos. Rauth se acercó
a la orilla y se sentó enfrente de aquellas cristalinas aguas donde se
reflejaba hasta el viento. Yo me situé a su lado, arrodillándome en aquella
mullida hierba que alfombraba la orilla, y me quedé paralizada observando
nuestro reflejo. En aquel sitio, la luz era azulada, grisácea, acogedora y
tenue.
—Qué hermoso es este lugar. Me
recuerda a un sitio muy especial para mí.
—Lo sé, Sinéad.
—¿Por qué me has traído aquí?
—Este lago es el espejo de la
distancia y del tiempo. Puede reflejar hechos que acontecen en otro lugar muy
remoto a estas tierras, que acaecieron hace tiempo o que sucederán en un futuro
inconcreto. Si lo deseas, puedes cuidar de la vida de Eros desde este rincón,
puedes ver qué hace...
—¿De veras?
—Sí. Solamente tienes que
permitir que el espíritu de la naturaleza se comunique con tu alma y creer que
este lago es lo único que forma el mundo. Para ello, debes estar completamente
sola, así que lo mejor será que me marche —me sonrió amorosamente alzándose del
suelo.
—Vuelve pronto, por favor.
—Lo haré cuando sienta que lo necesitas.
Entonces Rauth se marchó,
dejándome sola en aquel íntimo rincón. Pese a que me sentía todavía un poco
triste, estaba serena y emocionada. Me enternecía saber que la naturaleza
cumpliría aquellos deseos tan bonitos y conocía qué debía hacer para que mis
sentidos se cerrasen al mundo y quedasen solamente conectados al espíritu de
los bosques, de la creación...
Nada quedaba en mí, solamente la
sensación de hallarme íntimamente sola en aquel lugar. El viento movía
suavemente el agua, creando pequeñas y juguetonas olas que difuminaban mi
reflejo. Olía a humedad, a lluvia, a tierra húmeda, a vida. La luz que emanaba
del remoto cielo hacía brillar mi cálida piel y mis cabellos parecían mucho más
nocturnos. Aquel ambiente era propicio para la magia, así que, concentrándome
inmensamente en aquel instante, cerrando los ojos, a través de la dulzura que
me anegaba el alma, le pedí a la naturaleza que se comunicase conmigo, que me
permitiese usar su líquida materia para conocer aquellos hechos que acaecían
lejos de mí, en otro lugar, en mi mismo tiempo, pero, sin embargo, en un tiempo
distinto. Entonces sentí que el viento se intensificaba, que las aguas se
aquietaban y que todo se quedaba en silencio. Temerosa, abrí los ojos y los
hundí en aquel lago de aguas cristalinas
y nítidas. Lo primero que advertí fue que se habían quedado irrevocablemente
paralizadas, como si nunca hubiesen albergado vida. El fondo de aquel lago se
había desvanecido o, más bien, se había convertido en un suelo intangible que
fulguraba como si en realidad fuese el firmamento donde duermen las estrellas.
Supe, de inmediato, que aquellos colores tan destellantes serían los que me
permitirían vislumbrar aquellos momentos que anhelaba presenciar.
Lo primero que deseé fue
comprobar si Eros había alcanzado el mundo de la realidad, si ya se hallaba en
nuestro hogar. Lo ansié con cuidado, como si temiese que aquel anhelo quebrase
el vínculo que se había establecido entre la naturaleza y yo. Entonces,
suavemente, el fondo del lago comenzó a mudar de colores, de brillo, incluso de
forma. Parecía que el agua se había desvanecido y que mi entorno se había diluido
en la silenciosa magia de aquel lugar. Enseguida, como si en verdad me
encontrase en el mismo rincón del mundo donde aquello sucedía, vi cómo Eros
estaba sentado en el sofá de nuestro salón junto a Scarlya. Estaban hablando y,
sin poder evitarlo, quise escuchar plenamente las palabras que se dirigían. En
breve, la naturaleza volvió a suspirar y su viento me portó el sonido de sus
voces; el que, sin embargo, parecía emanar del agua:
—Yo no estoy dispuesta a
perdonar a Leonard mientras siga empecinado en que vivamos apartados de la
realidad.
—Yo tampoco quiero separarme de
la ciudad.
—¿Y qué pasa con Sinéad?
¿Todavía no me has dicho dónde está? Es muy extraño que os marchaseis juntos y
que hayas vuelto solo.
—Te lo diré, pero prométeme que
no se lo contarás a nadie y que no dudarás de mis palabras.
—Te lo prometo, Eros —le aseguró
tomando con fuerza sus manos.
—Sinéad está en una dimensión
mágica donde se ha reencontrado con Arthur, donde no tienen este cuerpo
vampírico, sino otro muy distinto y curioso, pero con su misma apariencia.
Tienen orejitas puntiagudas que les emergen de entre los cabellos y alitas
vaporosas.
—¿Cómo? —se rió estridentemente,
aunque con inocencia—. ¿Qué te has tomado, Eros?
—Scarlya, te he pedido que me
creas. Es cierto. En ese mundo, puedes ver el sol, puedes comer y beber lo que
te dé la real gana y puedes quedarte embarazada. Sinéad lo está.
—Que está, ¿qué?
—Está embarazada de Rauth. Van a
tener una hija —le comunicó apartando sus ojos de la inquisidora mirada de
Scarlya.
—¿Arthur y Sinéad van a tener un
hijo en otro mundo? —le preguntó repentinamente seria.
—Así es.
—¿Cómo has permitido que...?
—Yo no pude evitarlo, pues
Sinéad ha acudido a ese mundo sin mí en varias ocasiones.
—Te ha puesto unos cuernos como
catedrales de grandes —apuntó con sorna.
—No es verdad. En ese mundo se
sienten cosas distintas, no se tienen las mismas preferencias.
—Bah, pamplinas, Eros. Eso es la
excusa perfecta para estar con Arthur, a quien, estoy segura, nunca ha dejado
de amar. Se disfrazan de hadas para hacerte creer que son otro ser.
—No, Scarlya, yo lo he visto con
mis propios ojos, yo también me he convertido en una criatura de esas. He
estado allí, he visto el sol y me he comido un melocotón.
—¿Ah, sí? —le cuestionó riéndose
casi sin poder hablar.
—De veras, Scarlya.
—¿Y te has ido de ese mundo?
¿Cómo es posible que los hayas dejado ahí solos, Eros? —lo interrogó
desafiante—. Te engañarán como locos ahora.
—Rauth, que así se llama Arthur
en ese mundo, me ha prometido que no la tocará... y, además, no soportaba ver
que estaban tan juntos...
—Eso es una contradicción. ¿Por
qué no te has quedado? Si se supone que no la tocará...
—No lo sé, Scarlya. Me he puesto
muy nervioso en ese mundo. No me gustaba. Estaba incómodo... Tanta naturaleza,
tanto sol, tanta fruta... todo eso me abrumaba. Creo que no puedo vivir bajo el
sol —se rió incómodo.
—Ya, te entiendo. Bueno, déjala
que críe a su hijita. Ya volverá. Te prometo que no te sentirás solo en ningún
instante. Creo que no existe mejor momento para estar juntos... disfrutando de
la vida —le indicó mientras, inesperadamente, lo abrazaba y se apoyaba en su
pecho.
—Yo no puedo sentirme libre sin
mi Shiny. No me preocupo por ella, pues sé que en ese mundo está protegida,
mucho más protegida que en cualquier otra parte; pero me pregunto qué sucederá
conmigo cuando llegue el momento de dormir sin ella, cómo voy a despertarme
sabiendo que sus ojos no serán lo primero que vea al despertarme.
—Te entiendo. A mí también me
cuesta vivir y dormir sin Leonard; pero...
—Deberías hablar con él,
Scarlya.
—Estos días que hemos pasado
separados me han servido para pensar mucho en lo que deseo para mí. Quiero
mucho a Leonard, pero quizá... quizá no sea el hombre de mi vida. Está
demasiado atascado en el pasado. Antes, no me importaba que nos mantuviésemos
distanciados de la realidad y de la sociedad. Pensaba que me bastaba con estar
a su lado... pero ahora no es así. Creo que el amor que sentía por él está
empezando a mermar... Aspiro a ser algo más que la mujer de un vampiro
solitario y huraño que solamente piensa en protegerse de amenazas que ni
existen.
—Lo que estás diciendo es muy
duro, Scarlya.
—Lo sé; pero necesitaba
confesarle a alguien todo lo que pienso. Me siento muy joven a su lado, Eros.
—Pero el amor rompe todas esas
fronteras... Si en realidad sientes eso, es porque has dejado de amarlo. Qué
lástima. Después de todo lo que él hizo por ti, después de todo lo que luchó
por encontrarte y curarte... pero la vida es inescrutable. No sabemos lo que
puede ocurrir con el paso del tiempo.
—Y de veras que lamento
muchísimo que esté sucediéndome esto, Eros —le confesó con una voz trémula y
susurrante—. Yo pensaba que Leonard y yo estaríamos siempre juntos, para el
resto de la eternidad, pero no ha sido así.
—No le des más vueltas, Scarlya.
Las cosas siempre pasan por algo, por muy dolorosas que sean. Aunque nos
parezcan horribles, siempre acaban enseñándonos algo. Es posible que te
merezcas algo mejor... un poco más de vida. Ven, vayamos afuera y demos un
paseo. Me apetece sentir la noche.
—De acuerdo.
Entonces vi cómo se levantaban
del sofá y se dirigían hacia el balcón. Vi perfectamente las luces de la ciudad
como si yo misma estuviese asomada a esa barandilla, atisbé a lo lejos la
imponente silueta de las montañas y la frondosidad del bosque de Wensuland. La
noche desplegaba su oscuro manto sobre aquel paisaje primaveral acariciado ya
por los estridentes empieces del verano. Incluso me pareció posible aspirar la
fragancia a madrugada, a humedad, a calor.
Scarlya y Eros permanecieron
asomados a la barandilla durante un tiempo inconcreto. Al fin, inesperadamente,
Scarlya miró sonriente a Eros mientras se impulsaba hacia el vacío, lanzándose
a los brazos de la noche. La caída meció sus largos y castaños cabellos, las
luces de las farolas y de las remotas estrellas se reflejaron en su piel y en
sus ojos brilló la libertad. Eros la siguió esbozando en sus apetecibles labios
una perfecta sonrisa que desvelaba que él también se sentía liberado. Entonces,
ya no quise ver más. Deslicé suavemente mi mano diestra sobre las aguas, como
si éstas fuesen páginas de un libro, y así aquellas hermosas imágenes
desaparecieron.
Todo se quedó en
silencio, hasta por dentro de mí. No pensaba nada, no sentía nada... o, más
bien, no quería sentir. Algo, parecido a una advertencia punzante, intentaba
gritar por dentro de mí; pero mi silencio acallaba cualquier pensamiento que
quisiese emanar de mi mente. Prefería no experimentar ni una sola sensación
derivada de todo lo que había visto; pero mi alma no era ajena a mis
sentimientos, esos sentimientos que nacían en lo más profundo de su extensión.
No podía negarlo... En mi interior latían el desconcierto, un extraño miedo,
una inmensa melancolía y la incertidumbre del futuro, de mi presente, de mi
pasado.
Cuando creí que aquellos
sentimientos desharían inevitablemente el silencio que yo deseaba imponer a mis
sentimientos, oí un rumor muy quedo y delicado que acabó convirtiéndose en unos pasos suaves. Al
instante, Rauth se sentó a mi lado y me miró cautelosa y tiernamente. Ya había
caído la noche... o, más bien, ya había empezado un nuevo día. Me pregunté
adónde se habían marchado las horas; pero enseguida recordé que el tiempo
transcurría de forma distinta en aquella tierra.
—¿Cómo ha ido? —me preguntó
Rauth con amor.
—He visto muchas cosas...
—No es necesario que me las
digas. Las veo en tu mente.
—Se me olvida que estamos tan conectados.
—No debes estar tan triste,
Sinéad —me advirtió con cuidado mientras me abrazaba suavemente—. Nuestra hija
sentirá tu lástima y puede contagiarse de ella.
—Lo siento.
—Perdóname. Debería dejarte
marchar, pero te aseguro que eso ya no depende de mí... No me gusta tenerte
aquí a la fuerza.
—No me tienes a la fuerza.
—Sí... Quieres irte. Lo leo en
tus ojos, en tus gestos...
—No quiero pensar en eso. Cuando
estoy a tu lado, creo que no existe la tristeza y que esta tierra es mi único
hogar. La noche es tan bella aquí que es imposible pensar que la vida puede ser
injusta y oscura.
—Ahora ya está amaneciendo,
Sinéad. Has permanecido bastantes horas observando las imágenes del otro mundo.
Deberíamos descansar.
—¿Adónde iremos, Rauth? —le
pregunté revolviendo sus rojizos rizos.
—Si quieres, podemos quedarnos a
dormir aquí, entre estos árboles, teniendo la mullida hierba como lecho... o
también podemos irnos a mi hogar.
—Prefiero quedarme aquí contigo,
Rauth —le contesté con una voz muy tierna mientras me abrazaba más cariñosa y
fuertemente a él—. Perdóname, Rauth. En ningún momento quería que te sintieses
triste ni incómodo. No quiero que pienses que no estoy bien aquí contigo... Lo
que siento cuando estoy a tu lado no puede ser descrito con palabras. Es mucho
más que amor, que pasión... Es simplemente la vida.
—Gracias, Sinéad —me contestó
agachando los ojos, avergonzado.
—Has hecho una promesa injusta,
amor.
—No haré nada que no quieras...
—El problema es que sí quiero...
En este mundo tú y yo tenemos que estar juntos. Necesito sentir que me amas...
Le vendrá bien a nuestra hijita —me reí revoltosa mientras lo impulsaba hacia
mí—. Bésame, abrázame, ámame, Rauth... Fundámonos en un solo ser, aquí, junto a
las aguas, bajo el ameno cielo del alba...
Difícilmente podía creer que
había otro mundo, que existían otros caminos, otros fulgores, otras
respiraciones u otros pensamientos y sentimientos que no fuesen los que nacían
de nuestras almas; dos almas en una sola, dos corazones latiendo a un mismo
ritmo, al son de una dulce melodía que se mezclaba con el sonar del agua. Noté
que la naturaleza entera se cubría de amor, que el amor emanaba de los troncos
de los árboles, del agua, de la tierra... y todo fue paz, harmonía, vida, luz.
Entre sus brazos me olvidé de las lágrimas y el temor y, entre sus brazos, en
su cuerpo, en sus ojos, hallé otro hogar, un hogar fuerte y acogedor que nunca
se derrumbaría.
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¡¿Qué?! ¡Pobre Eros!Es muy injusto...pero tampoco es culpa de nadie...bueno, Rauth ya sabía lo que ocurriría y no quiso decir nada, comprensible ya que mira por la vida de su hija. Veo que las cosas están muy liadas, muchísimo. Esto puede suponer un antes y un después en su relación. Me da mucha pena Eros, destrozado al verse solo, sin a la vampiresa a la que ama. Aunque dice que le consuela saber que es feliz en ese mundo, cuesta aceptar una realidad así. Por otro lado Scarlya, que sincera que es jajaja, no se corta un pelo. Su compañía le hará bien a Eros, aunque tengo miedo que su amistad con ella se convierta en algo más...menudo culebrón jajaja, Scarlya y Eros, Sinéad y Rauth y Leonard más solo que la una...bueno, con Stella, a la pobre le tocará aguantar sus lamentos. Que destino tan distinto al del final de la Dama de la noche, nada que ver. Ese mundo en el que vive Sinéad junto a Rauth es fabuloso, ¡ojalá existiese! Cada descripción y detalle que cuentas es mágico y único, como tu forma de escribir, que atrapa y cautiva. Por cierto, cuando Scarlya y Eros saltan del balcón, me recuerda a algo jajaja, que guayyy. Felicidades por la entrada! A la espera de saber que ocurre a continuación.
Al leer la última entrada me he acordado del título de una película antigua de ciencia ficción: "Cuando los mundos chocan", y es que algo así es lo que está pasando; las distintas realidades, que en principio estaban desconectadas entre sí, empiezan a influir unas en otras... sí, pobre Eros, tan enamorado y tan incapaz de aceptar la situación en el mágico mundo de las orejitas puntiagudas. Allí Sinéad va a ser madre, nada menos, es comprensible que una vampiresa tenga el máximo interés por eso; es una pena que no haya podido quedarse, por otra parte lo comprendo: tener a la vista a Sinéad retozando con Rauth no debe de ser plato de gusto... y eso que más o menos ya se lo imaginaba, pero claro, una cosa es pensarlo y otra tenerlo ahí delante. Por otra parte Scarlya creo que puede ser una buena opción ante la ausencia de Sinéad, porque estoy convencido, convencidísimo, de que una vez esté de regreso lo ideal es que las aguas vuelvan a su cauce, pero mientras tanto... a nadie le amarga un dulce, y Sinéad, menos que nadie, podrá reprocharle a Eros nada en absoluto. Aún así, me da pena Leonard, ¿qué hará? ¿aguantará la soledad? ¿tratará de congraciarse con Scarlya? o, más complicado aún ¿buscará alguien distinto? Son preguntas que quedan en el aire. En el fondo todos estos cambios son parte de la vida, nuestros vampiros no son seres de pergamino ni están anquilosados: viven, y la vida es cambio. Ojalá todos sean para bien, se lo merecen. Un capítulo genial.
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