miércoles, 27 de mayo de 2020

MÁS ALLÁ DEL VIENTO: CAPÍTULO 14. ATRAVESANDO EL MUNDO


CAPÍTULO 14
ATRAVESANDO EL MUNDO
¿Quién no tiene una voz dentro de sí que continuamente le habla, critica lo que hacen los demás sin que así lo queramos o tira por tierra cualquier acto que llevamos a cabo? ¿Quién no tiene que luchar para ignorar una serie de palabras que atacan directamente a nuestra autoestima o a nuestra manera de ser? Quien nunca haya tenido una voz aparte de sus propios pensamientos, esos pensamientos conscientes de los que somos absolutos dueños y que podemos convertir en recuerdos sin esfuerzo, entonces no ha vivido realmente la división entre la parte positiva y negativa de nuestro ser, dos partes que se complementan y que, incluso, no serían nada sin la otra.
De esa manera se sentía Yuna desde que Maebe se introdujera en su cuerpo, compartiendo con ella la esencia, la mente y el alma, hablándole en los sueños y en la vigilia, creando una unión única que alimentaba el corazón y que ayudaba a crear más esperanzas dentro de un estado de completa soledad, que había sido una noche sin estrellas a la que no se asomaba la luna por sentirse ésta también algo solitaria en la nada. Seguramente, Yuna siempre se habría negado a que cualquier ser se adentrase en ella para controlar sus pensamientos y sus acciones; pero, en el momento en el que Maebe había reaparecido ante ella, en aquellos sueños astrales, Yuna se sentía desvalida y perdida en su vida, sin rumbo ni acciones concretas por los que luchar. No sabía qué sería de ella el invierno siguiente, no confiaba en la eterna ayuda que la naturaleza le había proporcionado siempre, sobre todo porque llevaba ya varios meses subsistiendo en una vida que no entendía y que se desarrollaba en un mundo que había cambiado demasiado para ella, que había dejado de ser el mundo que ella había conocido para convertirse en una realidad absolutamente inhóspita.
Maebe era una parte de ella ya, innegable y necesaria, que la ayudaba a confiar en la vida, que le enseñaba a sobrevivirle a la desesperanza. Quedaba ante ella una larga senda por recorrer; una senda cuyo fin, en realidad, Yuna desconocía dónde se hallaba; pero nunca se habría sentido capaz de empezar a recorrerla sola. Ante el mundo desconocido, ella se creía nada, tan pequeña como una mota de polvo que se pierde en una tormenta, que el viento arrastra y lleva al olvido.
Nunca se sentía sola. Al fin, alguien contestaba a sus pensamientos, a sus preguntas retóricas y a sus inquietudes, calmaba sus preocupaciones y la animaba cuando el desaliento se le asomaba al alma. Por fin alguien compartía con ella la belleza de cada momento, las opiniones con respecto al mundo y al pasado. Alguien la escuchaba, le aconsejaba, le resolvía las dudas que surgían cuando el camino se estrechaba y se enrevesaba entre los árboles. Yuna temía que aquella voz que la acompañaba siempre que ella lo necesitaba y deseaba desapareciese. No se creía capaz de vivir sin ella. Maebe era única en sí misma, pero también se había convertido en una parte de su ser. Incluso, Yuna dudaba, en algunos momentos, de dónde nacían los pensamientos y los sentimientos que le llenaban el alma, si de su propio ser o de la mente de Maebe.
A veces, intentando no desear que Maebe escuchase esos pensamientos, lamentaba que ella no fuese tangible, que no estuviese a su lado acompañándola de verdad, físicamente, que no pudiese abrazarla, ni tocarla ni besarla. No tenía muy claro qué sentía por ella, pero sí sabía ciertamente que había comenzado a depender de su voz y de sus emociones para sentirse alguien, para creer que todo iría bien.
Aquellos meses invernales de preparación fueron muy productivos. Maebe le enseñó a hablar la mayoría de lenguas con las que se encontrarían a lo largo de su viaje. También le reveló una sabiduría antigua a la que Yuna nunca habría tenido acceso si no hubiese sido por ella. Incluso la ayudó a desenvolver esos dones que su familia le había ocultado que tenía. Yuna aprendió a escuchar la voz de su alma sin ignorar ni una sola de las palabras o señales que ésta le enviaba.
Yuna era muy buena alumna. Aprendía todo lo que Maebe compartía con ella y le enviaba en el silencio en el que ambas convivían. Todo conocimiento era hermoso, era necesario; sin embargo, la enseñanza que a Yuna más la enriqueció y sorprendió fue la que, en una noche de luna llena, Maebe le transmitió con solemnidad y emoción.
Durante generaciones, la tribu en la que Yuna había nacido siempre había estado muy conectada a la naturaleza. La naturaleza era tanto la madre como la hija de todos. Cuidaban de ella como si fuese una creación de sus manos, la respetaban como siempre hay que respetar a una madre y la mimaban como esos hijos que llevan en su corazón tanto de nosotros mismos. Era una maestra y de ella aprendían. La vida era sencillo si convivían en perfecta harmonía con los árboles, los animales del bosque y del cielo y con el agua de los ríos, aprovechando las bendiciones que esta bondadosa madre les enviaba y compartía con ellos: la luz del sol después de una tormenta, el olor de la hierba recién nacida, el sabor de los frutos maduros, el canto de los pájaros que de tantas cosas avisan, el viento que alerta de la llegada de una tormenta, las estaciones que invitan a sementar, cultivar y a cosechar, el paso de los días llenos de aprendizaje, el campo de estrellas en el que reina la noche, las fases de la luna y el atardecer, reposado y tranquilo. A ninguna de aquellas personas se les habría ocurrido destruir un bosque en su propio beneficio, más que nada porque a nadie se le habría pasado por el alma la idea de que pudiesen obtener beneficio quitándole tanta vida a la naturaleza que con tanto amor se la daba. Ninguno de ellos podía imaginar que la vida pudiese continuar después de quemar una ingente cantidad de árboles y asesinar así a tantos y tantos animales. La naturaleza era la única realidad que tenían. Más allá de ella, ya no había nada más. Ni siquiera existía la idea de otro mundo, de otra tierra. Sólo conocían lo que tenían y era más que suficiente.
Desde siempre, esa conexión con la naturaleza les había permitido hablar con ella, conversar con ella, preguntarle qué ocurriría con sus vidas, pedirle al viento que se marchase hacia las montañas y agitase así el polvo de los caminos, solicitarle a la lluvia, en tiempo de sequía, que viniese a regar los campos. Esa conexión les facilitaba manejar el poder de la lluvia, del viento, de la nieve, de los días soleados. Era una fuerza ancestral que llevaban en el alma, que les volvía únicos en su especie. De aquella conexión nacía el respeto infinito que todos le profesaban a la naturaleza. La amaban como se ama al ser que nos ha dado la vida y con quien mantenemos un vínculo inquebrantable si el amor reina en esa relación, el amor y el respeto.
Yuna también llevaba ese poder en el alma, pero ella no lo sabía, no lo supo hasta que apareció Maebe para revelárselo. Aquella noche en la que Yuna descubrió aquella faceta de su carácter, aquella habilidad tan mágica, sintió que volvía a nacer, que, de una forma veloz y casi imperceptible, era niña de nuevo, crecía rodeada de verdad y maduraba siendo quien vino a ser a este mundo. Conocer ese don la liberó y la creó de nuevo.
Maebe iba dándole indicaciones sutiles y llenas de paciencia y cariño. Mientras el viento se aquietaba, las desnudas ramas de los árboles susurraban suavemente y la luna lanzaba a la tierra su luz plateada, Yuna, en silencio, concentrada en lo que Maebe le musitaba, notó que algo comenzaba a cambiar por dentro de ella.
      Tienes que sentirte volátil. Olvida que tienes una parte material y convéncete de que sólo eres espíritu, alma, algo intangible que puede volar entre los árboles.
Y aquello era posible porque Yuna dominaba a la perfección las técnicas de meditación que durante años habían sido la curación a sus nervios y sus tristezas.
      No cierres los ojos. Fíjate en todo lo que te rodea. Descríbelo.
      Hay oscuridad, pero la luna quiebra las sombras. Veo que las ramas de los árboles se alzan hacia el cielo como si quisiesen alcanzar las estrellas. Ya me he acostumbrado a la luminosidad de la luna. Creo incluso que puedo ver la silueta de las poderosas montañas que nos separan del país donde nací.
      Muy bien. ¿Y qué percibes con el alma? ¿Puedes oír la voz que susurra detrás de todo lo que ves?
Después de un largo silencio, Yuna notó que en su alma entraba una voz nueva, hasta entonces desconocida, que le removió muchas emociones y sentimientos siempre retenidos.
      Es como si alguien me llamase. Es una voz que no suena, pero se siente con mucha fuerza —contestó con ganas de llorar.
      Escúchala. ¿Qué te dice?
      Siento que me invita a unirme a ella. Es una sensación muy poderosa.
Yuna sintió que su alma se aquietaba y que, enseguida, una fuerza tibia y brillante le inundaba el ser, la transportaba lejos de ese instante y la llevaba a un lugar en el que no había materia, sólo una niebla que giraba envuelta en destellos que no deslumbraban. Un remolino de luz y de sombras la envolvió como si fuese un manto cálido y protector. Una calma muy grande se adueñó de ella. Al mismo tiempo, Yuna sabía que podía desear algo, lo que fuese, que ocurriese algo relacionado con los fenómenos meteorológicos. La naturaleza (o ese espíritu que la había invadido por completo) la escucharía e incluso la obedecería.
Era invierno. Hacía mucho frío, pero no había nevado todavía. No solía nevar en aquellos lares. Las montañas estaban acostumbradas a alimentarse sólo de lluvia, pero aquel año los ríos iban menos caudalosos que otras veces porque aquel otoño pasado no había sido muy lluvioso. Yuna sabía que la primavera demandaría más agua cuando llegase, sedienta de vagar por la tierra fría de la nada. Así pues, sin casi pensárselo, Yuna deseó que nevase.
Nunca había visto la nieve, pero le habían hablado de ella en más de una ocasión. Sobre todo Maebe la había ayudado a conocerla. La había visualizado gracias a Maebe. A Yuna le pareció preciosa la imagen de un bosque todo cubierto de nieve, en el que los oscuros troncos de los árboles contrastaban con aquella blancura tan pura. Sabía que debía nevar durante varias horas para que cuajase, para que aquella nevada tuviese sentido. Se imaginó también lo hermosas que se verían esas montañas tan imponentes adornadas por la nieve.
En cuanto aquel deseo musitó por dentro de ella, Yuna percibió que el remolino de luz y de sombras que la envolvía se aquietaba por unos momentos. Parecían nubes hasta entonces movidas por un viento feroz que se habían quedado paralizadas, a la espera de una nueva ráfaga que las impulsase. Entonces, de ese remolino sereno, comenzaron a brotar unos copos blancos, pequeños y delicados, que cayeron suavemente a la tierra, a través de la oscuridad de la noche. El cielo, antes tan estrellado e iluminado por la poderosa luna que todo lo veía, se cubrió de unas nubes densas y violáceas que volvieron más profunda aquella noche tan mágica.
      Muy bien, Yuna, sigue así —oyó lejanamente que la animaba Maebe—. Lo has logrado.
Yuna no quería abrir los ojos, aunque sabía que, si lo hacía, vería el resultado de su mágico deseo, el fruto de aquella conexión tan inesperada y sublime con la naturaleza. No quería despegarse de esa imagen tan hermosa en la que los copos blancos y tiernos se perdían por la fuerza de la gravedad, jugando con el remolino de niebla antes de desaparecer. Había tanta quietud que Yuna deseó que aquellos momentos durasen para siempre, pero de súbito sintió que la tierra la llamaba, que su cuerpo la reclamaba.
Hacía más frío que antes. Yuna estaba sentada en el suelo, apoyada en el tronco antiguo de un árbol cuyas enormes ramas la protegían de la nieve que caía a su alrededor, de ese cielo antes tan brillante y, ahora, tan misteriosamente cubierto de nubes.
      Me da lástima que aquí no haya nadie que pueda ver la nieve —le confesó Yuna a Maebe—. Yo soy la única habitante de estos lares.
      Esta nevada no influirá a ninguna persona, pero sí beneficiará mucho a la naturaleza. Gracias por no pensar en ti solamente, Yuna.
      Yo nunca había visto la nieve —declaró Yuna levantándose del suelo—. Es preciosa. Que bonito se ve todo. Es como si la nieve brillase.
      Cuando todo esto esté cubierto de nieve, entonces te parecerá que no es preciso que las estrellas iluminen la noche. La nieve es luz, también. Su blancor tan puro será la luminiscencia que quebrará la oscuridad.
Yuna caminó lentamente entre los árboles, volviendo a su hogar, sintiendo el frío, sintiendo cómo los copos caían en sus cabellos y se perdían entre sus rizos, notándolos fluir por su piel, dándole esas caricias tan gélidas que la estremecían, pero no la incomodaban. Le gustaba la nieve. Le parecía mágico que del cielo pudiese brotar algo tan puro, tan inmaculado y frágil.
Como aquélla, Yuna vivió muchas más noches. Maebe la volvía sabia con el conocimiento que le transmitía, con las habilidades que la ayudaba a descubrir. Yuna se sentía dichosa, afortunada, feliz, después de perder la esperanza de que algún día encontraría esa paz que la vida le había arrebatado.
Y así llegó la primavera, lenta, hermosa, verde. Nevó varias veces más. De las montañas, descendían caudalosos los ríos, la tierra se volvió mucho más fértil y brotaron tantas flores y frutos... El cielo fue aún más azul después de cada nevada. La tibieza que traía la primavera aceleró el fluir de los acontecimientos. Yuna preparó aquel viaje hacia no sabía dónde con la ayuda de Maebe sintiendo que no quería alejarse de ese lugar que había sido su hogar durante tantos meses. La aliviaba saber que no estaba sola, pero no quería irse de allí. Habría preferido no tener ninguna misión que cumplir, permanecer allí para siempre, rodeada de soledad y acompañada por el ser más mágico que podía existir; pero la Tierra la necesitaba, el mundo también, la naturaleza confiaba en ella.
Para entonces, ya dominaba a la perfección esas técnicas que le permitían conectar con el espíritu de la naturaleza. También podía tener sueños astrales cuando lo desease. A través de ellos, viajaba hacia lugares que todavía no conocía y que, más tarde, recorrería junto al espíritu de Maebe. El mundo era un lugar ingente para ella, pero, gracias a esos sueños astrales, podía conocerlo un poco mejor antes de viajar por él.
Gracias a los mercados en los que había vendido sus productos, Yuna tenía varios ahorros que le facilitarían desplazarse por los diferentes países que tenía que recorrer. No sabía por qué debía hacer ese viaje cuando era el espíritu de la naturaleza el que estaba amenazado por un alma llena de ambición y odio, si es que a ese ente se le podía llamar alma. Para ella, un alma no era alma si estaba hecha de maldad y egoísmo.
En ese viaje, Yuna conoció diferentes maneras de vivir, las que no tenían ninguna relación con lo que ella había conocido. Fue aprendiendo a interpretar la forma de ser de los habitantes de distintos países para detectar de dónde manaba ese deseo de exterminar los bosques para extraer un supuesto beneficio que a todos perjudicaba. Tenía que encontrar el origen de tanta maldad y aquello parecía una tarea imposible de llevar a cabo.
Maebe siempre la animaba, la serenaba cuando algo le parecía incomprensible, cuando caían sobre ella momentos imposibles de entender, circunstancias que jamás creyó vivir. Al principio, Yuna estaba muy ilusionada. Viajó con Litzia hasta que llegaron al país que colindaba con aquél en el que había vivido durante aquellos meses. Llegaron a unos poblados casi desiertos, atacados por la pobreza más extrema. Pasaron de largo, sabiendo que aquellas personas no tenían la culpa de que el planeta estuviese enfermo.
Litzia era una yegua muy paciente, pero llegó un día en el que Yuna notó que estaba agotada de cabalgar por lugares tan dispares, tan extraños. Ella era feliz allí en el hogar que Yuna había habitado durante meses. No le había apetecido en ningún momento abandonar aquella morada para lanzarse a un viaje incierto y Yuna había ignorado sus sentimientos. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que Litzia prefiriese ser libre. Una vez se dio cuenta de lo que ocurría en el alma de su yegua, la desmontó, le quitó la silla y las riendas y la miró profundamente a los ojos mientras la acariciaba y le decía:
      Perdóname, Litzia. No pensé que no quisieses venir conmigo. He sido muy egoísta. Todavía estás a tiempo de recorrer tu propia senda e ir a donde quieras llegar. ¿Quieres ser libre, Litzia?
Litzia agachó levemente la cabeza. A Yuna le pareció detectar tristeza en aquellos preciosos ojos claros.
      Quieres ser libre. Lo entiendo, Litzia. Eres libre. Nada te ata a mí ni a nadie. Cuídate mucho. Sé feliz, corre libre, busca tu hogar. Ojalá nos veamos en otra vida. Cuidaré de ti desde la distancia. La naturaleza te protegerá. Te quiero, Litzia. Nunca me olvidaré de ti. Gracias por todo lo que me has dado.
Yuna la abrazó aguantándose las ganas de llorar. Se separó de ella y se dio la vuelta antes de hundirse una última vez en los ojos sinceros y nobles de Litzia.
El corazón le latía con fuerza y las ganas de llorar que sentía se intensificaron cuando oyó que Litzia empezaba a caminar alejándose de ella.
Se hallaba en medio de un campo sin árboles ni flores, exento de vida, bajo un cielo en el que moría la luz del día. Las montañas quedaban lejos y un valle se abría entre ellas, también muy lejano ya. Parecía como si hubiese dejado atrás todo lo que podía reconocer. Era el principio de una senda casi desierta que Yuna tenía que recorrer en soledad, en una soledad física que, por suerte, no se extrapolaba a su alma, pues anímicamente no estaba sola, y eso era lo que más importaba, tal vez sea lo que más importa, que no nos sintamos anímicamente solos, pese a que físicamente no haya nadie a nuestro lado que pueda tomarnos de la mano para calmarnos el dolor y la tristeza a través de gestos cariñosos. Si en el alma tenemos la certeza de que alguien vela por nosotros allí en la distancia, entonces la parte física de nuestro ser se sosiega y podemos sonreír sintiéndonos amparados por un alma que también nos ama y nos habla sin palabras.
Yuna conoció los carruajes más pobres, los vehículos más destartalados y también los trenes, diferentes formas de desplazarse que nunca había imaginado y que conocía gracias a la sabiduría de Maebe, quien no permitió que se sintiese sola en ningún momento. Cuando alguien le hablaba, Maebe se expresaba a través de Yuna, facilitándole las palabras que podía pronunciar y que no revelasen que ella no pertenecía a ese mundo tan extraño.
Abandonaron aquellos países enormes donde había tantas ciudades, tantos pueblos, y se embarcaron hacia otro continente. Yuna nunca había montado en barco. Le pareció temeroso, pero descubrió que la apasionaba el mar, atravesar el mar, los océanos, escuchando el rugir de las olas allí abajo, viendo cómo anochecía y amanecía en el mar, sin ver montañas, ni tierra, ni ríos, nada, sólo una extensión ingente de agua que parecía no tener fin. Se sentía flotar y a la vez anclada a una sensación de protección que no acababa de comprender.
Allí, en la cubierta del barco, parecía posible tocar las estrellas si alargaba la mano. Pese a navegar con más gente, ella se sentía única en su mundo compartido. No necesitaba relacionarse con nadie porque dentro de ella tenía un alma que la entendía mejor que cualquier persona. No obstante, para el resto de las personas que hacían ese mismo viaje ella no era invisible. Intentaron entablar conversación con ella bastantes pasajeros. Yuna contestaba educadamente, pero no se atrevía a abrirle su corazón a nadie. Sentía que a ella nadie la comprendería ni la creería. ¿Cómo iba a explicar que provenía de un poblado que ya no existía, que su familia había desaparecido? Nadie confiaría en ella. Todos verían en ella a un ser extraño y demasiado misterioso, incluso peligroso. Siempre lo desconocido inspira miedo, un miedo algo racional, pues surge de querer protegernos; pero ese miedo es injustificable la mayoría de ocasiones, pues invita al rechazo, a la desconfianza más dañina y al desprecio, incluso.
Mas a Yuna no le importaba. Se dirigía hacia algún lugar inconcreto, un puerto donde atracaría el primer barco que la había llevado a través del mar durante días, durante semanas. La comida, lo que bebía, cómo dormía, con quién hablaba, todo eso se lo quedaría el mar cuando desembarcase de aquel transporte tan curioso que la arrobaba con su mecer lento y tranquilo. Todo se lo quedaría el mar. El mar también se quedaría sus pensamientos y sus recuerdos increíbles, sus experiencias incomprensibles. Le daría al mar su inseguridad y su miedo para que también se los quedase y los convirtiese en olas que removiesen las aguas, dándoles vida a los que allí existían, impulsándolos a través de la vida. Todo eso se lo quedaría el mar y de ello se olvidaría cuando tocasen tierra.

jueves, 14 de mayo de 2020

MÁS ALLÁ DEL VIENTO: CAPÍTULO 13. COMPARTIR LO TANGIBLE


CAPÍTULO 13

COMPARTIR LO TANGIBLE 

Desde que Yuna tuviera aquel sueño tan mágico en el que podía desprenderse de la parte tangible de su ser y volar hacia donde desease, aquellos sueños astrales se hicieron mucho más frecuentes. Maebe siempre aparecía en sus sueños dispuesta a guiarla por aquel mundo deshabitado y real. Maebe la llevó hacia rincones que ella ya no podía reconocer por lo cambiados que estaban.
Al cabo de dos días, Maebe guio a Yuna hacia la tierra donde había nacido y crecido. Ésta estaba tan cambiada que Yuna era incapaz de encontrar los caminos que de niña había recorrido tantas veces. Sobrevolaban paisajes destruidos. La tierra, cubierta de cenizas, se hallaba tan muerta como una noche sin estrellas. No había ya ningún árbol que reflejase la vida que allí había existido. Yuna no comprendía por qué ni cómo había ocurrido aquello cuando ella se había sentido siempre rodeada por la magia del rincón del mundo que la vio nacer.
Un profundo desaliento le llenó el alma y, al despertar de esa pesadilla, permaneció llorando durante largas y densas horas en las que sintió que todo lo que creaba su vida perdía su sentido. Maebe le aseguraba que ella tenía la responsabilidad de salvar a la Madre Tierra de la destrucción a la que los humanos la condenaban, pero le costaba encontrar esa fuerza que debía guiarla en una misión tan importante. Incluso pensaba que ella no sería capaz de luchar contra una maldad tan grande y que necesitaba, para lograrlo, la ayuda de seres mágicos que no perteneciesen al mismo mundo que aquéllos que querían destrozar el planeta.
Permaneció sumida en unos pensamientos extraños y confusos durante unos días. Le costaba dormir; pero, siempre que conseguía conciliar el sueño, Maebe aparecía ante ella dispuesta a ayudarla.
Una de esas noches, Yuna le confesó sus inquietudes a Maebe. Le comentó que temía desplazarse por un mundo totalmente desconocido para ella, que no se sentía capaz de relacionarse con nadie, sólo con esas personas que formaban parte de su vida momentáneamente. Además, desconocía las lenguas que se hablaban más allá de esos lares.
Maebe quedó pensativa al oír las quejas de Yuna. Notaba que su espíritu estaba debilitándose. Tenía que ayudarla. Incluso Yuna le había revelado que creía que necesitaba que algún ser mágico la asistiese en aquella tarea tan ardua y peligrosa.
En esos momentos, volaban por encima de las montañas que la separaban de la tierra donde había nacido. Maebe rebuscó en sus conocimientos ancestrales alguna solución que ofrecerle a Yuna, quien parecía tan desalentada.
      Lo que podemos hacer es compartir tu cuerpo, es decir, si tanto te atemoriza viajar sola, relacionarte con las demás personas y luchar por llevar a cabo tu misión, yo puedo introducirme en tu cuerpo y estar contigo mientras dure esta etapa de tu vida.
      Pero ¿eso es posible? ¿Cómo será tenerte en mi cuerpo? ¿Podré hablar contigo en todo momento? ¿Escucharás mis pensamientos, sabrás lo que siento y lo que necesito siempre?
      No, por supuesto que no —se rió Maebe avergonzada—. Es mucho más complejo. Digamos que yo sólo dominaré tus palabras y tus acciones cuando tú así lo desees. No obstante, tendremos que ponernos de acuerdo en el carácter que mostrarás a los demás. No puedes ser yo y, de repente, ser tú. Provocarías mucha confusión. Además, si tú no lo deseas, yo no me entrometeré en tus pensamientos. No podré oír la voz de tu mente a menos que tú así lo desees. Podrás notar que tus pensamientos y tus sentimientos quedan expuestos ante mí con una sensación inconfundible. Conocerás nuevas sensaciones, ya lo verás; pero sólo si así lo deseas. Cuando quieras que te abandone, sólo tienes que pedírmelo. Recuerda que yo soy sólo alma. Puedo introducirme en el cuerpo que quiera, pero únicamente puedo hacerlo si esa persona me lo consiente.
      Preferiría aprender a hablar todas esas lenguas que tú conoces... Me da miedo que te metas en mi cuerpo.
      ¿Y cómo piensas aprenderlas si no hay nadie que entienda tu idioma? Probémoslo, Yuna. Te prometo que no te causaré ninguna molestia. Tengo ganas de sentirme viva y te echo de menos. No será lo mismo que antes, pero al menos podré sentirme más cerca de ti y tal vez juntas podamos luchar contra la destructora energía que quiere devastar nuestro hogar. Recuerda que debes batallar contra algo que no se ve. No tienes que quitarles la vida a esas personas que quieren destrozar nuestro mundo, sino contra la energía horrible que todos esos seres lanzan al aire. Se concentra en varios puntos en concreto de la tierra. Es una energía espantosa y, lamentablemente, muy poderosa.
      Nunca creí que tuviese que luchar contra una energía. Yo creía que debía concienciar a todos esos seres malignos de que cuiden nuestro hogar.
      No, en absoluto es eso lo que tienes que hacer. Si fuese ésa tu tarea, entonces no acabarías nunca —se rió Maebe con cariño—. ¿Aceptas mi propuesta, pues?
      La acepto, sí; pero tengo miedo a que yo desaparezca.
      No vas a desaparecer. El momento de tu muerte todavía está lejos, Yuna. Ahora despertarás notando que en tu cuerpo no estás sola. Yo no te molestaré si quieres que esté en silencio.
      Es algo tan extraño que me cuesta creerlo.
      En este mundo, hay muchas más cosas de las que piensas. Hay mucha más magia de lo que crees. Ni siquiera conoces el cinco por ciento de lo que puede suceder en esta realidad. Hay más dimensiones que ésta en la que estamos y en la que vives en la vigilia. El mundo de los sueños no es más que otra realidad y, como ésa, existen muchas más.
      Quiero conocerlas.
      Lamentablemente, sólo puedes hacerlo si confías en algún ser que pertenezca levemente a alguna de ellas. Yo puedo pertenecer al mundo de los sueños, pero también pertenezco al de la muerte y a alguno más que te ayudaré a conocer.
      Entonces, tengo como guía y maestra a una mujer que no está viva —afirmó Yuna riéndose levemente incómoda.
      Así es. Eres afortunada por ello. Nada es corriente en tu existencia. Nunca lo ha sido. Lo sabes, ¿verdad?
      Pero ¿qué ocurrirá si quiero darte la mano o quiero abrazarte?
      Evidentemente, no puedes hacerlo. Yo soy sólo espíritu. No tengo materia. La materia que tendré ahora será tu propio cuerpo.
      Está bien. Probémoslo, entonces. Llévame a todos esos lugares que todavía no conozco. No tengo nada que perder.
      Tenemos que destruir ciertos prejuicios y fronteras que limitan tu mente, pero también te ayudaré a hacerlo.
      Me alegra no haberte perdido definitivamente. Nunca supe cuánto te necesitaba hasta que desapareciste.
      Todos mis familiares estaban muertos. Ondina y todas las mujeres de su poblado también lo estaban. Tu familia huyó antes de que los matase ese incendio. No te esperaron porque no tuvieron otra opción, pero también ansiaban dejarte atrás porque nunca les pareciste del todo humana y te temían. Tu madre te tuvo en una noche de tormenta y, cuando naciste, tenías los ojos abiertos y no llorabas. Varias vecinas que asistieron a tu madre al parto se asustaron mucho al darse cuenta de cómo eras. Empezaste a hablar cuando ni siquiera tenías seis meses y aquello fue horrible para todos. Además, afirmabas cosas que no entendían. Cuando tenías sólo un año, ya te referías a personas que no estaban vivas. Contabas que te habías comunicado con familiares que hacía años que estaban muertos. Tu madre te temía tanto que ni tan sólo era capaz de alimentarte. Tuvieron que hacerlo algunas vecinas que acababan de tener hijos porque a tu madre la aterraba mirarte a los ojos. Sentía que le leías la mente. Nunca te enfermabas. Jamás tuviste fiebre ni un catarro sin importancia. Nunca tuviste problemas con la comida y nunca te intoxicaste con nada. Tu salud era férrea como la de un roble. Eso inquietaba muchísimo a todas las personas de tu familia. Tu hermana estaba enferma del alma, siempre lo estuvo, y aprovecharon su enfermedad para mandarte lejos de ellos. Justo entonces se declaró aquel incendio que nos mató a todos, excepto a ellos. Ellos pudieron huir, pero las llamas les quitó la vida a todos los vecinos de tu aldea, llegaron también a nuestro poblado, destruyeron todo nuestro mundo e incluso también el de Ondina. Ondina tampoco estaba viva. Hacía días que había muerto ahogada con el humo y quemada por ese feroz fuego que tantas vidas convirtió en muerte. Tú regresaste portando una planta mágica en tus manos. Esa planta mágica te permitía estar en otra dimensión, permanecer en el pasado. Fue esa planta la que te impidió ver la realidad tal como era. Tus padres querían que te perdieses en otra dimensión y por eso te mandaron a buscar esa planta. Es una planta que sólo florece cuando está llegando el verano y apenas vive tres días. Por eso es tan complicado encontrarla.
      Mi familia nunca me habló de eso —se lamentó Yuna estremecida—. ¿Por qué?
      Porque te temían. Todos sabían que eres mucho más mágica de lo que querían creer. Ya sabes que tu madre recibió el mensaje de un ser mágico que, en sueños, le comunicó que daría a luz a una niña muy especial que no sería del todo humana.
      ¿Y qué soy, entonces?
      Evidentemente, eres humana; pero tienes cualidades de seres que no son humanos. Si fueses absolutamente humana, no podrías estar conmigo ahora en esta dimensión. No sería tan sencillo que pudieses hablar con los muertos, hasta el punto de no saber si estás comunicándote con una persona viva o muerta, si no tuvieses un alma llena de virtudes mágicas. Pronto, conocerás a seres que son como tú, que tienen unos dones como los que tú posees.
      Y tú también debes de ser muy mágica. No podrías hablar conmigo si no lo fueses.
      Cualquier persona muerta puede hablar con cualquier ser que pueda verlas. Yo estoy muerta y puedo hablar contigo porque tú eres el ser mágico, no yo.
En esos instantes, se hallaban caminando vaporosamente por entre las calles del poblado donde vivía Yuna. Maebe la tenía tomada de la mano, pero Yuna sólo notaba que una energía cálida y cariñosa le envolvía los dedos. Nada más.
      Gracias por contarme todo esto. Yo tengo recuerdos muy antiguos, pero desconocía la mayoría de cosas que viví.
      Efectivamente, tienes recuerdos que una niña de tu edad no debería tener. Recordabas momentos demasiado antiguos.
      Entra en mí, entonces, y ayúdame a encontrar todas las respuestas que desconozco —le solicitó Yuna deteniendo su paso y mirándola a los ojos. La imagen de Maebe era brumosa, como si su cuerpo no tuviese forma.
      Está bien —sonrió Maebe estremecida—. ¿Preparada?
      Preparada.
Yuna no cerró los ojos. No quería perder ni una sola imagen de lo que ocurriría en esos momentos. Vio que Maebe se acercaba a ella y notó que una energía, como una brisa, se adentraba en su ser, empujaba dentro de ella, se acomodaba entre sus músculos, sus huesos y sus órganos. Al principio, notó que le faltaba el aliento, que le costaba respirar. Inevitablemente, cerró los ojos mientras luchaba contra sus propios pulmones para poder inspirar; pero entonces se percató de que había vuelto a la vigilia.
Abrió los ojos y vio que se hallaba en su cuarto. El amanecer se reflejaba en las paredes de piedra. Se atisbaban los primeros suspiros del día tras los cristales de la ventana, cerrada a cal y canto para que no entrase el frío del invierno.
Yuna se sentó en la cama y se frotó los ojos. Aún le pesaban los párpados y le costaba deshacerse de las imágenes del sueño que había tenido. De pronto, recordó lo que había ocurrido en esa dimensión onírica. Maebe estaba con ella, en su cuerpo.
Al recordar aquel detalle, se estremeció, pero enseguida notó que el alma se le llenaba de calma y calor. Una voz suave, susurrante, sin sonido, pero con mucha fuerza, le pidió que no tuviese miedo, que estuviese tranquila. Era la voz de Maebe, pero sonaba silente, como si fuese la voz de sus pensamientos. Los pensamientos nunca habían tenido voz para Yuna. Pensaba sin hablar. Ella había sentido siempre que los pensamientos eran órdenes o frases sin materia, que aparecían en su mente sin que ella lo previese. En el mundo de los pensamientos, todo se desarrollaba en silencio.
La voz de Maebe era como uno de esos pensamientos. Aparecía sin preverlo y se acomodaba en su mente como si de ésta naciese. Además, podía experimentar sensaciones que su alma no creaba. Sabía que no era su alma la que le hacía sentir esa serenidad tan tibia.
      Maebe, me resulta tan curioso...
ella le contestó:
      Me siento muy cómoda aquí en tu cuerpo, pero también experimento impotencia porque no puedo controlarte si no me lo permites.
      ¿Qué quieres hacer?
      Permíteme que domine tus decisiones, que sea dueña de tu mente por unos momentos. Ya verás qué divertido.
Aunque la voz de Maebe no sonase, Yuna podía saber con qué emoción ella le hablaba. En esos momentos, notó que Maebe se reía. Sonrió inevitablemente al imaginarse la sonrisa de Maebe.
      Está bien, pero no me obligues a hacer ninguna locura –le pidió también sin voz—. No es necesario que te hable con la voz, ¿verdad?
      No, no lo es. Sólo me basta con que pienses. Yo te escucho, siempre que así lo desees, ¿recuerdas?
      Sí, me acuerdo.
Entonces Yuna anheló que Maebe fuese dueña de todos sus movimientos, decisiones, gestos, palabras... y enseguida notó que algo se apoderaba de su cuerpo; una fuerza silente y poderosa que se le esparció por los brazos, por las piernas, que le llenó el vientre, el pecho, los ojos, los labios, todos, todos los rincones de su cuerpo.
Era como si alguien la moviese desde fuera. Se levantó de la cama, se desvistió, se puso un vestido de lana y un abrigo, introdujo las piernas en unas medias de lana, también se calzó con unas botas de agua, de montaña, de nieve. Lo hacía todo sin que tuviese que pensar en hacerlo. También se peinó y se lavó la cara sin tener que esforzarse por nada.
      Tengo que hacer otra cosa —le comunicó Yuna a Maebe con vergüenza–. Necesito orinar.
      Es cierto. Hace tanto que yo no lo hago que olvidé que también era necesario hacer eso —se rió Maebe—. ¿Nunca te diste cuenta de que yo no lo hacía?
      No iba a preguntarte para qué te escondías entre los árboles, evidentemente.
      Fingía que tenía que hacerlo.
      Me da vergüenza que...
      entonces, desea que no te vea, que me salga de tu mente.
      ¿Es tan sencillo como eso?
      Sí, lo es.
Maebe congeniaba con sus gestos, con sus pensamientos, con su cuerpo. Lo manejaba como si siempre hubiese sido suyo.
Yuna no podía negar que le parecía una sensación muy divertida y curiosa. Se alegró de haber accedido a que Maebe y ella compartiesen la parte tangible de su ser.
Cuando Yuna le permitió volver a tomar el control de su mente, entonces Maebe la obligó a correr por el poblado, haciendo un ejercicio que Yuna no solía hacer con tanta intensidad. También la llevó al bosque para enseñarle a nombrar algunas plantas que Yuna desconocía. Durante todo aquel día, Yuna aprendió muchísimo gracias a Maebe, quien también aprovechaba los momentos de silencio para explicarle cómo funcionaban aquellos idiomas con los que se iría encontrando en el próximo viaje que tenía que emprender.
      No puedo negar que es maravilloso. No me siento en absoluto sola –le confesó a Maebe cuando ya caía la tarde—. Creo que ha sido el día más bonito que he vivido en mucho tiempo.
      Para mí también. No te imaginas lo hermoso que es poder estar protegida en un cuerpo en vez de tener que vagar por el aire en busca de algún lugar que me pueda acoger. Siendo sólo alma, nada nos resguarda. Podemos correr con el viento, sentir el sol, el agua y la nieve, pero no tenemos donde refugiarnos porque en todas partes cabemos y ningún rincón puede ser nuestro hogar. Es muy desolador.
      ¿Cómo es el mundo de los muertos?
      No existe tal mundo. No hay una tierra única que nos acoja cuando morimos. El mundo de los muertos es el mismo mundo donde viven los vivos. Estamos todos en el mismo lugar, pero en una dimensión distinta que no todas las personas son capaces de detectar. Tú sí porque eres mágica.
      A mí no me molesta que estés conmigo, al contrario; me gusta mucho.
      Cuando duermas, entonces volveremos a viajar por la dimensión astral de los sueños.
      Está bien.
Era sencillo complementar sus decisiones con las de Maebe.
Mientras duró el invierno, Yuna lo preparó todo para emprender un viaje hacia no sabía dónde, en busca de esa energía contra la que tenía que luchar, en busca también de esas dimensiones que le enseñarían a comprender mejor su propia alma. Con la ayuda de Maebe, aprendió a hablar otras lenguas del mundo, también conoció otras costumbres y otras culturas. Maebe había viajado por el mundo entero empapándose de todo lo que ocurría en cada lugar. Maebe era sabia como el alma más ancestral de la Historia y Yuna se sentía muy afortunada por tenerla consigo, en ella misma. No habría sido capaz de enfrentarse a todo lo que la esperaba si Maebe no la hubiese ayudado. Descubrió aquello cuando transcurrieron ya varios días de aquella noche en la que Maebe entrara en su cuerpo.
Con la llegada de la primavera, llegaría también el momento de viajar hacia esos lugares donde aquella energía destructiva gritaba con más fuerza e ímpetu. Yuna no se atrevía a afrontar aquel viaje, pero Maebe la animaba a través de su voz silente a sentir esperanza, a confiar en sí misma. No estar sola era lo que realmente la alentaba.