CAPÍTULO 13
COMPARTIR LO TANGIBLE
Desde que Yuna tuviera aquel
sueño tan mágico en el que podía desprenderse de la parte tangible de su ser y
volar hacia donde desease, aquellos sueños astrales se hicieron mucho más
frecuentes. Maebe siempre aparecía en sus sueños dispuesta a guiarla por aquel
mundo deshabitado y real. Maebe la llevó hacia rincones que ella ya no podía
reconocer por lo cambiados que estaban.
Al cabo de dos días, Maebe guio a
Yuna hacia la tierra donde había nacido y crecido. Ésta estaba tan cambiada que
Yuna era incapaz de encontrar los caminos que de niña había recorrido tantas
veces. Sobrevolaban paisajes destruidos. La tierra, cubierta de cenizas, se
hallaba tan muerta como una noche sin estrellas. No había ya ningún árbol que
reflejase la vida que allí había existido. Yuna no comprendía por qué ni cómo había
ocurrido aquello cuando ella se había sentido siempre rodeada por la magia del
rincón del mundo que la vio nacer.
Un profundo desaliento le llenó
el alma y, al despertar de esa pesadilla, permaneció llorando durante largas y
densas horas en las que sintió que todo lo que creaba su vida perdía su
sentido. Maebe le aseguraba que ella tenía la responsabilidad de salvar a la
Madre Tierra de la destrucción a la que los humanos la condenaban, pero le
costaba encontrar esa fuerza que debía guiarla en una misión tan importante.
Incluso pensaba que ella no sería capaz de luchar contra una maldad tan grande
y que necesitaba, para lograrlo, la ayuda de seres mágicos que no perteneciesen
al mismo mundo que aquéllos que querían destrozar el planeta.
Permaneció sumida en unos
pensamientos extraños y confusos durante unos días. Le costaba dormir; pero,
siempre que conseguía conciliar el sueño, Maebe aparecía ante ella dispuesta a ayudarla.
Una de esas noches, Yuna le
confesó sus inquietudes a Maebe. Le comentó que temía desplazarse por un mundo
totalmente desconocido para ella, que no se sentía capaz de relacionarse con
nadie, sólo con esas personas que formaban parte de su vida momentáneamente.
Además, desconocía las lenguas que se hablaban más allá de esos lares.
Maebe quedó pensativa al oír las quejas
de Yuna. Notaba que su espíritu estaba debilitándose. Tenía que ayudarla.
Incluso Yuna le había revelado que creía que necesitaba que algún ser mágico la
asistiese en aquella tarea tan ardua y peligrosa.
En esos momentos, volaban por
encima de las montañas que la separaban de la tierra donde había nacido. Maebe
rebuscó en sus conocimientos ancestrales alguna solución que ofrecerle a Yuna,
quien parecía tan desalentada.
— Lo
que podemos hacer es compartir tu cuerpo, es decir, si tanto te atemoriza
viajar sola, relacionarte con las demás personas y luchar por llevar a cabo tu
misión, yo puedo introducirme en tu cuerpo y estar contigo mientras dure esta
etapa de tu vida.
— Pero
¿eso es posible? ¿Cómo será tenerte en mi cuerpo? ¿Podré hablar contigo en todo
momento? ¿Escucharás mis pensamientos, sabrás lo que siento y lo que necesito siempre?
— No,
por supuesto que no —se rió Maebe avergonzada—. Es mucho más complejo. Digamos
que yo sólo dominaré tus palabras y tus acciones cuando tú así lo desees. No
obstante, tendremos que ponernos de acuerdo en el carácter que mostrarás a los
demás. No puedes ser yo y, de repente, ser tú. Provocarías mucha confusión.
Además, si tú no lo deseas, yo no me entrometeré en tus pensamientos. No podré
oír la voz de tu mente a menos que tú así lo desees. Podrás notar que tus
pensamientos y tus sentimientos quedan expuestos ante mí con una sensación
inconfundible. Conocerás nuevas sensaciones, ya lo verás; pero sólo si así lo
deseas. Cuando quieras que te abandone, sólo tienes que pedírmelo. Recuerda que
yo soy sólo alma. Puedo introducirme en el cuerpo que quiera, pero únicamente
puedo hacerlo si esa persona me lo consiente.
— Preferiría
aprender a hablar todas esas lenguas que tú conoces... Me da miedo que te metas
en mi cuerpo.
— ¿Y
cómo piensas aprenderlas si no hay nadie que entienda tu idioma? Probémoslo,
Yuna. Te prometo que no te causaré ninguna molestia. Tengo ganas de sentirme
viva y te echo de menos. No será lo mismo que antes, pero al menos podré
sentirme más cerca de ti y tal vez juntas podamos luchar contra la destructora
energía que quiere devastar nuestro hogar. Recuerda que debes batallar contra
algo que no se ve. No tienes que quitarles la vida a esas personas que quieren
destrozar nuestro mundo, sino contra la energía horrible que todos esos seres
lanzan al aire. Se concentra en varios puntos en concreto de la tierra. Es una
energía espantosa y, lamentablemente, muy poderosa.
— Nunca
creí que tuviese que luchar contra una energía. Yo creía que debía concienciar
a todos esos seres malignos de que cuiden nuestro hogar.
— No,
en absoluto es eso lo que tienes que hacer. Si fuese ésa tu tarea, entonces no acabarías
nunca —se rió Maebe con cariño—. ¿Aceptas mi propuesta, pues?
— La
acepto, sí; pero tengo miedo a que yo desaparezca.
— No
vas a desaparecer. El momento de tu muerte todavía está lejos, Yuna. Ahora
despertarás notando que en tu cuerpo no estás sola. Yo no te molestaré si
quieres que esté en silencio.
— Es
algo tan extraño que me cuesta creerlo.
— En
este mundo, hay muchas más cosas de las que piensas. Hay mucha más magia de lo
que crees. Ni siquiera conoces el cinco por ciento de lo que puede suceder en
esta realidad. Hay más dimensiones que ésta en la que estamos y en la que vives
en la vigilia. El mundo de los sueños no es más que otra realidad y, como ésa,
existen muchas más.
— Quiero
conocerlas.
— Lamentablemente,
sólo puedes hacerlo si confías en algún ser que pertenezca levemente a alguna
de ellas. Yo puedo pertenecer al mundo de los sueños, pero también pertenezco
al de la muerte y a alguno más que te ayudaré a conocer.
— Entonces,
tengo como guía y maestra a una mujer que no está viva —afirmó Yuna riéndose
levemente incómoda.
— Así
es. Eres afortunada por ello. Nada es corriente en tu existencia. Nunca lo ha
sido. Lo sabes, ¿verdad?
— Pero
¿qué ocurrirá si quiero darte la mano o quiero abrazarte?
— Evidentemente,
no puedes hacerlo. Yo soy sólo espíritu. No tengo materia. La materia que
tendré ahora será tu propio cuerpo.
— Está
bien. Probémoslo, entonces. Llévame a todos esos lugares que todavía no
conozco. No tengo nada que perder.
— Tenemos
que destruir ciertos prejuicios y fronteras que limitan tu mente, pero también
te ayudaré a hacerlo.
— Me
alegra no haberte perdido definitivamente. Nunca supe cuánto te necesitaba
hasta que desapareciste.
— Todos
mis familiares estaban muertos. Ondina y todas las mujeres de su poblado
también lo estaban. Tu familia huyó antes de que los matase ese incendio. No te
esperaron porque no tuvieron otra opción, pero también ansiaban dejarte atrás
porque nunca les pareciste del todo humana y te temían. Tu madre te tuvo en una
noche de tormenta y, cuando naciste, tenías los ojos abiertos y no llorabas.
Varias vecinas que asistieron a tu madre al parto se asustaron mucho al darse
cuenta de cómo eras. Empezaste a hablar cuando ni siquiera tenías seis meses y
aquello fue horrible para todos. Además, afirmabas cosas que no entendían.
Cuando tenías sólo un año, ya te referías a personas que no estaban vivas.
Contabas que te habías comunicado con familiares que hacía años que estaban
muertos. Tu madre te temía tanto que ni tan sólo era capaz de alimentarte.
Tuvieron que hacerlo algunas vecinas que acababan de tener hijos porque a tu
madre la aterraba mirarte a los ojos. Sentía que le leías la mente. Nunca te
enfermabas. Jamás tuviste fiebre ni un catarro sin importancia. Nunca tuviste
problemas con la comida y nunca te intoxicaste con nada. Tu salud era férrea
como la de un roble. Eso inquietaba muchísimo a todas las personas de tu
familia. Tu hermana estaba enferma del alma, siempre lo estuvo, y aprovecharon
su enfermedad para mandarte lejos de ellos. Justo entonces se declaró aquel
incendio que nos mató a todos, excepto a ellos. Ellos pudieron huir, pero las
llamas les quitó la vida a todos los vecinos de tu aldea, llegaron también a
nuestro poblado, destruyeron todo nuestro mundo e incluso también el de Ondina.
Ondina tampoco estaba viva. Hacía días que había muerto ahogada con el humo y
quemada por ese feroz fuego que tantas vidas convirtió en muerte. Tú regresaste
portando una planta mágica en tus manos. Esa planta mágica te permitía estar en
otra dimensión, permanecer en el pasado. Fue esa planta la que te impidió ver
la realidad tal como era. Tus padres querían que te perdieses en otra dimensión
y por eso te mandaron a buscar esa planta. Es una planta que sólo florece
cuando está llegando el verano y apenas vive tres días. Por eso es tan
complicado encontrarla.
— Mi
familia nunca me habló de eso —se lamentó Yuna estremecida—. ¿Por qué?
— Porque
te temían. Todos sabían que eres mucho más mágica de lo que querían creer. Ya
sabes que tu madre recibió el mensaje de un ser mágico que, en sueños, le
comunicó que daría a luz a una niña muy especial que no sería del todo humana.
— ¿Y
qué soy, entonces?
— Evidentemente,
eres humana; pero tienes cualidades de seres que no son humanos. Si fueses
absolutamente humana, no podrías estar conmigo ahora en esta dimensión. No
sería tan sencillo que pudieses hablar con los muertos, hasta el punto de no
saber si estás comunicándote con una persona viva o muerta, si no tuvieses un
alma llena de virtudes mágicas. Pronto, conocerás a seres que son como tú, que
tienen unos dones como los que tú posees.
— Y
tú también debes de ser muy mágica. No podrías hablar conmigo si no lo fueses.
— Cualquier
persona muerta puede hablar con cualquier ser que pueda verlas. Yo estoy muerta
y puedo hablar contigo porque tú eres el ser mágico, no yo.
En esos instantes, se hallaban
caminando vaporosamente por entre las calles del poblado donde vivía Yuna.
Maebe la tenía tomada de la mano, pero Yuna sólo notaba que una energía cálida
y cariñosa le envolvía los dedos. Nada más.
— Gracias
por contarme todo esto. Yo tengo recuerdos muy antiguos, pero desconocía la
mayoría de cosas que viví.
— Efectivamente,
tienes recuerdos que una niña de tu edad no debería tener. Recordabas momentos
demasiado antiguos.
— Entra
en mí, entonces, y ayúdame a encontrar todas las respuestas que desconozco —le
solicitó Yuna deteniendo su paso y mirándola a los ojos. La imagen de Maebe era
brumosa, como si su cuerpo no tuviese forma.
— Está
bien —sonrió Maebe estremecida—. ¿Preparada?
— Preparada.
Yuna no cerró los ojos. No quería
perder ni una sola imagen de lo que ocurriría en esos momentos. Vio que Maebe
se acercaba a ella y notó que una energía, como una brisa, se adentraba en su
ser, empujaba dentro de ella, se acomodaba entre sus músculos, sus huesos y sus
órganos. Al principio, notó que le faltaba el aliento, que le costaba respirar.
Inevitablemente, cerró los ojos mientras luchaba contra sus propios pulmones
para poder inspirar; pero entonces se percató de que había vuelto a la vigilia.
Abrió los ojos y vio que se
hallaba en su cuarto. El amanecer se reflejaba en las paredes de piedra. Se
atisbaban los primeros suspiros del día tras los cristales de la ventana,
cerrada a cal y canto para que no entrase el frío del invierno.
Yuna se sentó en la cama y se
frotó los ojos. Aún le pesaban los párpados y le costaba deshacerse de las
imágenes del sueño que había tenido. De pronto, recordó lo que había ocurrido
en esa dimensión onírica. Maebe estaba con ella, en su cuerpo.
Al recordar aquel detalle, se
estremeció, pero enseguida notó que el alma se le llenaba de calma y calor. Una
voz suave, susurrante, sin sonido, pero con mucha fuerza, le pidió que no
tuviese miedo, que estuviese tranquila. Era la voz de Maebe, pero sonaba
silente, como si fuese la voz de sus pensamientos. Los pensamientos nunca
habían tenido voz para Yuna. Pensaba sin hablar. Ella había sentido siempre que
los pensamientos eran órdenes o frases sin materia, que aparecían en su mente
sin que ella lo previese. En el mundo de los pensamientos, todo se desarrollaba
en silencio.
La voz de Maebe era como uno de
esos pensamientos. Aparecía sin preverlo y se acomodaba en su mente como si de
ésta naciese. Además, podía experimentar sensaciones que su alma no creaba.
Sabía que no era su alma la que le hacía sentir esa serenidad tan tibia.
— Maebe,
me resulta tan curioso...
ella le contestó:
— Me
siento muy cómoda aquí en tu cuerpo, pero también experimento impotencia porque
no puedo controlarte si no me lo permites.
— ¿Qué
quieres hacer?
— Permíteme
que domine tus decisiones, que sea dueña de tu mente por unos momentos. Ya
verás qué divertido.
Aunque la voz de Maebe no sonase,
Yuna podía saber con qué emoción ella le hablaba. En esos momentos, notó que
Maebe se reía. Sonrió inevitablemente al imaginarse la sonrisa de Maebe.
— Está
bien, pero no me obligues a hacer ninguna locura –le pidió también sin voz—. No
es necesario que te hable con la voz, ¿verdad?
— No,
no lo es. Sólo me basta con que pienses. Yo te escucho, siempre que así lo
desees, ¿recuerdas?
— Sí,
me acuerdo.
Entonces Yuna anheló que Maebe
fuese dueña de todos sus movimientos, decisiones, gestos, palabras... y
enseguida notó que algo se apoderaba de su cuerpo; una fuerza silente y
poderosa que se le esparció por los brazos, por las piernas, que le llenó el
vientre, el pecho, los ojos, los labios, todos, todos los rincones de su
cuerpo.
Era como si alguien la moviese
desde fuera. Se levantó de la cama, se desvistió, se puso un vestido de lana y
un abrigo, introdujo las piernas en unas medias de lana, también se calzó con
unas botas de agua, de montaña, de nieve. Lo hacía todo sin que tuviese que
pensar en hacerlo. También se peinó y se lavó la cara sin tener que esforzarse
por nada.
— Tengo
que hacer otra cosa —le comunicó Yuna a Maebe con vergüenza–. Necesito orinar.
— Es
cierto. Hace tanto que yo no lo hago que olvidé que también era necesario hacer
eso —se rió Maebe—. ¿Nunca te diste cuenta de que yo no lo hacía?
— No
iba a preguntarte para qué te escondías entre los árboles, evidentemente.
— Fingía
que tenía que hacerlo.
— Me
da vergüenza que...
— entonces,
desea que no te vea, que me salga de tu mente.
— ¿Es
tan sencillo como eso?
— Sí,
lo es.
Maebe congeniaba con sus gestos,
con sus pensamientos, con su cuerpo. Lo manejaba como si siempre hubiese sido
suyo.
Yuna no podía negar que le
parecía una sensación muy divertida y curiosa. Se alegró de haber accedido a
que Maebe y ella compartiesen la parte tangible de su ser.
Cuando Yuna le permitió volver a
tomar el control de su mente, entonces Maebe la obligó a correr por el poblado,
haciendo un ejercicio que Yuna no solía hacer con tanta intensidad. También la
llevó al bosque para enseñarle a nombrar algunas plantas que Yuna desconocía.
Durante todo aquel día, Yuna aprendió muchísimo gracias a Maebe, quien también
aprovechaba los momentos de silencio para explicarle cómo funcionaban aquellos
idiomas con los que se iría encontrando en el próximo viaje que tenía que
emprender.
— No
puedo negar que es maravilloso. No me siento en absoluto sola –le confesó a
Maebe cuando ya caía la tarde—. Creo que ha sido el día más bonito que he
vivido en mucho tiempo.
— Para
mí también. No te imaginas lo hermoso que es poder estar protegida en un cuerpo
en vez de tener que vagar por el aire en busca de algún lugar que me pueda
acoger. Siendo sólo alma, nada nos resguarda. Podemos correr con el viento,
sentir el sol, el agua y la nieve, pero no tenemos donde refugiarnos porque en
todas partes cabemos y ningún rincón puede ser nuestro hogar. Es muy desolador.
— ¿Cómo
es el mundo de los muertos?
— No
existe tal mundo. No hay una tierra única que nos acoja cuando morimos. El
mundo de los muertos es el mismo mundo donde viven los vivos. Estamos todos en
el mismo lugar, pero en una dimensión distinta que no todas las personas son
capaces de detectar. Tú sí porque eres mágica.
— A
mí no me molesta que estés conmigo, al contrario; me gusta mucho.
— Cuando
duermas, entonces volveremos a viajar por la dimensión astral de los sueños.
— Está
bien.
Era sencillo complementar sus
decisiones con las de Maebe.
Mientras duró el invierno, Yuna
lo preparó todo para emprender un viaje hacia no sabía dónde, en busca de esa
energía contra la que tenía que luchar, en busca también de esas dimensiones
que le enseñarían a comprender mejor su propia alma. Con la ayuda de Maebe,
aprendió a hablar otras lenguas del mundo, también conoció otras costumbres y
otras culturas. Maebe había viajado por el mundo entero empapándose de todo lo
que ocurría en cada lugar. Maebe era sabia como el alma más ancestral de la
Historia y Yuna se sentía muy afortunada por tenerla consigo, en ella misma. No
habría sido capaz de enfrentarse a todo lo que la esperaba si Maebe no la
hubiese ayudado. Descubrió aquello cuando transcurrieron ya varios días de
aquella noche en la que Maebe entrara en su cuerpo.
Con la llegada de la primavera,
llegaría también el momento de viajar hacia esos lugares donde aquella energía
destructiva gritaba con más fuerza e ímpetu. Yuna no se atrevía a afrontar
aquel viaje, pero Maebe la animaba a través de su voz silente a sentir
esperanza, a confiar en sí misma. No estar sola era lo que realmente la
alentaba.
1 comentario:
En este capítulo he sentido sensaciones encontradas, pero vamos por partes. En primer lugar, se aclaran muchísimas cosas. Lo primero, todo lo referente a su familia. Mucho no la querían. La temían, a pesar de saber cómo es Yuna, que jamás hizo daño a nadie y que era capaz de emprender un viaje peligroso para salvar a su hermana. Gracias a Maebe, puede pensar en otras cosas, apartar esa preocupación, al menos por el momento. Su familia ya no es su prioridad, ahora lo es encontrar y aniquilar esa energía que está destruyendo al mundo. Pensar en esa energía me pone los pelos de punta. No hablamos de la maldad de una persona, capaz de destruir un bosque o matar, si no de la energía que influye para que todo el mundo haga esas cosas. Debe ser muy poderosa y no creo que sea fácil de eliminar. Este capítulo es muy revelador. Por otra parte, me ha dejado en shock cuando Maebe se introduce en el cuerpo de Yuna. Te decía lo de las sensaciones encontradas por eso. Me resulta fascinante, divertido y una experiencia impresionante, pero por otra...¡me da un miedo atroz! No ser dueño de tus actos, que alguien pueda saber lo que piensas...pufff, esa es yo creo la mayor generosidad que existe, dejar que alguien se introduzca en ti, en tu propio cuerpo, es darlo todo. Menos mal que ella puede ordenar que salga o no escuche sus pensamientos en cualquier momento. Aunque estamos hablando de Maebe, una persona extraordinaria, muy mágica (aunque no lo sea en el mismo sentido que lo es Yuna), y es muy buena. Ambas se sienten acompañadas, unidas, a pesar de pertenecer a realidades tan diferentes. Ay, resaltar también que todo esté destruido...eso aunque desanima, tiene que servirle a Yuna para coger fuerzas para acabar de una vez con todo eso. Una última cosa, me encanta esa reflexión que haces, sobre los pensamientos, que no tienen voz, que son pensamientos silenciosos. Nunca me había parado a pensar en eso, y tienes toda la razón. Es una reflexión muy bonita. Bueno, ya veremos a dónde lleva todo esto a Yuna, pero espero que sea capaz de destruir a esa asquerosa y maligna energía, pues lo está destruyendo todo. Un capítulo fascinante, muy fascinante. Gracias por seguir escribiendo y permitiendo que nosotros lo podamos leer.
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