EN LAS MANOS DEL DESTINO - 19. LA ESTELA
TRISTE DEL ADIÓS
La serena voz de la noche se
mezclaba con la suave y constante presencia de la tristeza. Mi alma tiritaba de
lástima y miedo por dentro de mí mientras sentía cómo el amor que Arthur y yo
siempre nos habíamos profesado uno al otro gritaba en nuestro interior; ese
amor que, pese al tiempo, a la distancia y a la muerte, ha continuado
susurrando en los recovecos de nuestra memoria; un amor que, aun siendo
cubierto por otros sentimientos, nunca ha perdido su fuerza. Y aquella noche yo
detectaba que su vigor, su voz y su existencia se fortalecían y todo él se
convertía en una pequeñita hoguera que refulgía en nuestro corazón y templaba
nuestros pensamientos y nuestros recuerdos.
Deshicimos la ternura con la que
nos besábamos de forma lenta y perezosa, como si nos diese miedo separar
nuestros labios. En realidad no puedo asegurar que en aquellos momentos fuese
plenamente consciente de lo que había hecho. Solamente deseaba despedirme de
Arthur de un modo inocente y puro. Besando sus labios era la manera más bonita
de decirle adiós a él, a esa alma que siempre me había amado, aunque la
oscuridad se hubiese apoderado de su existencia. Besándolo con todo mi amor y
mi cariño me permitía quedarme con un pedacito del aroma de su cuerpo, me
facilitaba poder saborear su vida en mis labios...
-
Adiós, Sinéad. Sé que podremos compartir el día de mañana, pero no
podremos volver a tener un momento como éste. Necesito decirte adiós con todo
mi cuerpo, con toda mi alma y mi corazón... pero me conformo con estos besos
tan bonitos que me has entregado. Gracias. Su recuerdo siempre palpitará en mí
y me permitirá creer que la oscuridad de la muerte no es tan devastadora y
fría. Te rememoraré siempre, siempre, siempre, amada mía...
Yo no podía decirle nada, nada,
pues el llanto había inundado toda mi garganta y mi pecho, me oprimía el
corazón y el alma, me presionaba los párpados, me asfixiaba y había vuelto
profunda mi respiración. Comencé a plañir tímidamente, tratando de que toda mi
inmensa tristeza no intensificase el vigor de mis suspiros; pero fue imposible
ignorar la potencia de mis sentimientos. Empecé a llorar entre los brazos de
Rauth sabiendo que aquella vez sí tenía demasiados motivos para hacerlo. Ya no
volveríamos a vernos nunca más. Aquélla sí era la última noche que podíamos
compartir. Nada quedaba después de esos instantes, ningún cielo podría
cubrirnos al mismo tiempo, ya no podríamos ver juntos la luz de las estrellas
sabiendo que esos lejanos astros brillaban para nosotros, para alumbrar la
oscuridad de la senda de nuestra vida. Aquella noche sí era el fin a todos
nuestros momentos, a todos esos días, atardeceres, noches y amaneceres que
habían sido nuestros, solamente nuestros.
-
No soporto saber que no volveré a verte nunca más —protesté sollozando
desconsoladamente.
-
Sí volverás a verme. Me verás en tus sueños y en tus recuerdos. Saber
que hemos vivido tantos momentos juntos debe ser un motivo que te impulse a
seguir existiendo y a ser feliz...
-
Mi vida es eterna, Arthur. ¿Cómo puedo aceptar que no estarás nunca
más a mi lado?
-
Tienes que ser fuerte...
Arthur susurró aquellas palabras
como si fuese la primera vez que las decía. Tanto él como yo sabíamos que no
tenían sentido en aquel momento, ni en el futuro ni en el pasado que
abandonaríamos cuando aquella noche se terminase. Ya no me desalentaba
únicamente saber que no volvería a ver a Arthur nunca más, sino ser consciente
de que al día siguiente tendría que abandonar Lainaya para siempre, absoluta e
irrevocablemente para siempre.
-
Deberías irte a dormir —me aconsejó Rauth con cariño mientras me
retiraba las lágrimas que rodaban lentas por mis mejillas—. Eros estará
preocupado por ti. Sinéad, por favor, sé feliz junto a él. Te ama con una
locura inmensurable y ha estado a punto de perder la cordura en muchísimas
ocasiones por pensar que no volvería a verte nunca más. Cuídalo. Eros es más
frágil de lo que aparenta.
-
Lo sé, pero también es muy valiente... —sonreí con amor.
-
No es nada sin ti, absolutamente nada. Se cree nada si no estás con
él... junto a él... vivita entre sus brazos.
Aquellas palabras me hicieron
sonreír más ampliamente, pero también me apenaban. Me inquietaba que Eros
pudiese sentirse nada si no estaba a mi lado, pues él para mí era lo más
grande, la razón más potente para vivir. Sí, lucharía por nuestra felicidad,
aunque tuviese que arrastrar la gran y pesada roca de la tristeza.
-
Sí, deberíamos irnos ya. Mañana será un día bastante duro —intenté
sonreír con alegría, pero mi sonrisa estuvo cargada de nostalgia—. Buenas
noches, Rauth... Arthur —rectifiqué con un susurro.
-
Llámame así siempre, Sinéad...
-
¿Puedo preguntarte algo? —le cuestioné con miedo.
-
Sí, por supuesto.
-
¿Cómo sabías que íbamos a encontrarnos en este lugar?
-
Fue el espíritu de Lainaya quien me trajo aquí; pero muchas veces soñé
con Lainaya. Una parte de mi alma siempre supo que había algo de mí en esta
tierra... Me lo comunicaba una voz que no se callaba nunca, que se expresaba
tanto cuando estaba despierto como cuando dormía...
-
Es la voz de la magia. La voz de la magia nunca se silencia, nunca. No
se atreve a callar ni siquiera cuando la crueldad más absoluta lo invade todo e
intenta apagar toda la luz de nuestra vida.
-
Es la magia la que siempre nos ha unido, Sinéad, siempre. La magia es
el camino de nuestros recuerdos, de nuestro pasado y de este presente... y,
aunque no volvamos a vernos, seguirá siendo la senda por la que se deslizará tu
futuro, cariño. Nunca dejes de soñar, nunca, pues jamás olvides que tus sueños
sí pueden cumplirse, Sinéad.
-
Sí, es cierto —lloré cubriéndome los labios con mi mano diestra—.
Gracias por tus palabras.
-
Gracias a ti por confiar en tu poder y en la magia...
Rauth y yo nos despedimos con un
largo y eterno abrazo, un abrazo que gritó nuestros nombres para esparcir nuestro
recuerdo por el firmamento. El viento débil que soplaba entre los árboles tomó
un pedacito de nuestra respiración para poder hablarle a las flores sobre
nosotros, sobre dos almas que, gracias a la magia, habían podido reencontrarse
tras haber sido separadas por la muerte.
Caminé hacia la alcoba donde me
esperaba Eros luchando incesantemente contra las potentes ganas de llorar que
experimentaba. Cuando Eros me miró profundamente a los ojos, sonrió de
nostalgia. Enseguida se apercibió de lo triste que me sentía. Le hablé de todo
lo que me había ocurrido con Adina y con Rauth sin omitir ni un solo detalle.
Eros no se inquietó, pues fue mi sinceridad la que le hizo percibirse seguro.
Nos dormimos en calma, sabiendo
que a la noche siguiente perderíamos la noción de nuestra vigilia ya en la
alcoba que había presenciado tantos momentos. Me pregunté si me atrevería a
habitar en aquel pisito tan entrañable, pues estaba segura de que todos sus
rincones contenían demasiados recuerdos... Prefería regresar a la morada de mi
padre, donde la naturaleza pudiese hablarme de Lainaya...
El amanecer llegó demasiado
rápidamente. Los sueños que anegaban mi espíritu se disiparon lenta, pero
intensamente, y abrí los ojos sintiéndome excesivamente nerviosa y triste.
Conocía perfectamente todo lo que acontecería ese día y no me atrevía a vivir
todos sus instantes. Sin embargo, me bañé y me vestí intentando no pensar en
nada para que mis ojos no exhalasen toda la lástima que me invadía el alma.
Eros y yo nos dirigimos hacia el salón donde habíamos conocido a Lumia. Cuando
pensaba en aquella antigua estidelf, mi corazón se encogía por dentro de mí
hasta volverse del tamaño de un granito de arena. Me pregunté si la pena que
teñía aquel día nos permitiría sonreírnos serenamente los unos a los otros.
No había nadie en aquel salón,
pero no tardaron en empezar a aparecer todas las hadas que habían acudido al
palacio de Lumia para presenciar la coronación de su próxima reina. Conocimos a
heidelfs que nunca habíamos visto, a audelfs entrañables y nostálgicos, a
niedelfs intangibles y volátiles cuya materia parecía ser solamente aire... Nos
reencontramos con algunos niadaes que nos acompañaron en nuestra difícil
travesía, Zelm me acogió entre sus brazos
como si en verdad fuese la madre que siempre espera con amor a su hijita... y,
poco a poco, todos fuimos reuniéndonos en aquella estancia grande, cuyo centro
era el trono desde el que Lumia había vigilado la existencia de Lainaya.
Los oxiníes, los areníes y los
llauníes nos parecieron hadas muy delicadas y a la vez poderosas. Su ser
solamente estaba formado del elemento al que pertenecían. Los oxiníes eran ligeras
motas de viento que poseían el color de la noche más profunda y del amanecer
más nítido. Apenas era posible distinguir sus rasgos y sus extremidades cuando
se movían; pero, al aquietarse, podíamos percatarnos de que tenían unos ojos
preciosos y unas facciones inmensamente primorosas. Sus ojos eran pequeños y
estaban velados por pestañas cortas e intensas. Sus cabellos también eran aire,
por lo que era muy sencillo que sus largos y abundantes rizos del color de la
noche se meciesen al compás de sus ademanes y sus movimientos. Sonreían
siempre, incluso cuando parecía que la tristeza estaba a punto de deshacer el
mundo. Cuando hablaban, era como escuchar el susurro de las hojas que cantan
junto al viento en la noche más profunda. Eran agradables, simpáticos y
risueños. Sus pequeñísimas y redondas orejitas se escondían entre sus cabellos
y solamente era posible verlas cuando alguien se dirigía a ellos. Emergían de
su cabeza, diminutas y casi transparentes.
Los areníes, por el contrario,
eran unas hadas muy pequeñas, como los granitos de arena de una mágica playa, y
se distinguían de los demás en que eran de colores vivos y dorados. Al acercarse
a los niadaes, parecía como si éstos últimos fuesen los océanos que el viento
mece y los areníes, la orilla que los custodia. Su cuerpo era muy ligero y sus
facciones eran marcadas. Tenían los ojos totalmente redondos y unos labios muy
propensos a sonreír, como si imitasen la sonrisa de las olas del mar. Se
mantenían casi siempre callados, mirando inquisitiva y curiosamente a su
alrededor como si todo les resultase sorprendente y único. Eran hadas que
podían ocultarse en cualquier parte, incluso entre las flores, y nadie se
apercibía de su etérea presencia.
Y, por último, los llauníes me
parecían las hadas más hermosas de todas. Se asemejaban a esas nubes que se
deslizan suavemente por el firmamento dorado del verano presagiando la lluvia
más fresca. Eran tan azules como un atardecer primaveral y sus cabellos
parecían el reflejo de las esponjosas nubes que custodian los rayos de sol
cuando el calor impregna la naturaleza. Sin embargo, en sus ojos era posible
detectar la humedad y la lejanía de la lluvia. Miraban como si quisiesen
convertir en agua todo lo que los rodeaba. Sonreían muy poco, solamente cuando
los oxiníes reían energéticamente a su alrededor. Nos trataban con mucho
respeto, como si tuviesen irrevocablemente aceptado que, junto con los areníes
y los oxiníes, eran hadas casi sin importancia, sin saber que eran las
responsables de que en Lainaya existiese el aire, la lluvia y las arenas del
mar y de la orilla de los ríos.
Aquel inmenso y dorado salón se
llenó de vida, de voces distintas, de olores exquisitos, de colores vivísimos y
de risas inocentes. Yo me sentía excesivamente triste, pero por lo menos podía
reconocer que la compañía de todas aquellas hadas me hacía creer que el mundo
solamente se formaba de ingenuidad y magia. Todas las haditas que nos rodeaban
me parecían propias de una tierra invencible que nunca desaparecería. Sin
embargo, saber que yo no pertenecía a aquel mundo destruía todas las sonrisas
que mis labios deseasen esbozar. De repente me di cuenta de que anhelaba, con
una fuerza inmensurable y poderosa, quedarme allí para siempre, poder vivir
eternamente en Lainaya sin acordarme de esa tierra donde mi vida había
empezado, esa tierra llena de maldad, de contrariedades, de enemistades, de
odio, de guerras, de injusticias... Yo ansiaba habitar en Lainaya. De súbito
supe que era el único lugar donde verdaderamente podía sentirme acogida.
-
No quiero irme —le comuniqué a Eros. Mi voz sonó llena de tristeza,
pero también de seguridad.
-
No podemos quedarnos. Nuestro destino no empezó en Lainaya. Solamente
pueden vivir aquí quienes nacieron en esta tierra. Los demás somos meros
visitantes que no pueden considerarla su hogar... —me explicó Eros con lástima
y nostalgia.
-
Lo sé, pero no tolero saber que tenemos que irnos...
-
No pienses ahora en eso, Shiny. Dentro de poco aparecerá Brisita
vestida de novia...
-
¿Cómo es que yo no estoy con ella? —le pregunté escandalizada.
-
No lo sé. Tal vez no puedas hacerlo y solamente tengan permitido estar
a su lado quienes pertenecen plenamente a Lainaya.
Aquellas palabras me entristecieron
tanto que no pude evitar empezar a llorar tiernamente. Aunque yo fuese la madre
de Brisita, aunque yo la hubiese alumbrado entre los árboles de Lainaya y bajo
su mágico cielo, yo no podía estar a su vera en el momento más importante para
ella... porque, a pesar de que estábamos unidas por un lazo que sólo la magia
podía custodiar, en realidad yo no era irrelevante para su destino...
-
Shiny, Shiny... —suspiró Eros abrazándome tiernamente—. No llores,
Shiny, no llores.
-
¿Qué te sucede, Sinéad? —me preguntó Aliad con inocencia.
-
No quiere irse de aquí —contestó Eros con calma y cariño.
-
Nosotros tampoco queremos que te vayas, Sinéad —adujo Zelm con una voz
maternal.
-
Pero ahora debes serenarte. Adina y Lumia están ayudando a Brisita a prepararse
para este gran día. Están a punto de aparecer por esa puerta —me anunció Galeia
con cariño.
Luché contra mis sentimientos y
la tristeza que sentía para poder sonreírles a todos los que me mirasen. Aunque
me costó muchísimo, conseguí dejar de llorar. Cuando creí que ya no volverían a
brotar más lágrimas de mis ojos, inesperadamente, la puerta que Galeia me había
señalado con sus claros ojos se abrió lentamente. Me paralicé cuando vi que en
aquel salón se adentraban Lumia y Adina con Brisita tomada de la mano, quien, a
su lado, parecía la fronda de un árbol totalmente acariciado por el otoño. El
rojizo tono de sus cabellos contrastaba con la estival apariencia de esas dos
estidelfs. Aunque Adina poseyese unos cabellos tan negros como la noche, el
matiz de sus profundos ojos desvelaba que Brisita estaba enlazada al otoño más avanzado
y tierno y ella, al verano más potente y devastador. Además, Brisita era mucho
más menuda que aquellas imponentes y mágicas estidelfs.
-
Brisita, Brisita... —suspiré sorprendida, intentando no ponerme a
llorar de nuevo.
-
Por la Diosa... ¡qué hermosísima está! —exclamó Scarlya con un
susurro. Hasta entonces no me había percatado de que la tenía tan cerca.
-
Mira, por ahí viene Lianid acompañado de Oisín y Cerinia —me avisó
Eros complacido.
-
También está precioso —se rió Scarlya con cariño.
Hacía muchísimo tiempo que no
veía tanta hermosura, que no me anegaba el alma una belleza tan inocente y
mágica. Brisita caminaba como si estuviese envuelta en pétalos de flores
resplandecientes. Me costaba comprender de qué estaba hecho el vestido que
portaba. Era tan blanco como la nieve, pero también aparentaba
inquebrantabilidad. Sus largos y abundantes rizos caían libres por sus hombros
descubiertos y se elevaban levemente cuando ella caminaba. Su espeso flequillo recto
ya había crecido lo suficiente para que pudiese retirárselo de la frente. La
mitad de su ojito izquierdo se ocultaba tras aquel flequillo escarlata que le
daba a su rostro una forma inocente y juvenil.
El vestido que llevaba me
parecía creado por las manos más dulces y mágicas de la Historia. Su falda era
pomposa y larga y su talle se ceñía a su cintura como si fuese parte de su
cuerpo. Las mangas eran también anchas y etéreas y en el pecho tenía bordados
que parecían realizados por la hierba
más verde y fresca. En la cabeza portaba una hermosísima guirnalda de flores
que hacía resplandecer sus perfectos ricitos.
-
¿De qué está hecho su vestido? —le pregunté a Zelm con curiosidad.
-
De pétalos de flor de almendro, de dientes de león, de jazmín, de
rosas blancas... De los pétalos de muchísimas flores aromáticas y veraniegas
—me respondió con cariño.
-
Es precioso...
-
Sí, es un vestido muy bonito.
-
Mira a Lianid... Se nota mucho que está nervioso —se rió Scarlya con
inocencia.
Miré a aquel audelf que estaba a
punto de unirse eterna e irrevocablemente a Brisita con los ojitos llenos de
curiosidad. Lianid estaba vestido con una túnica hecha de flores y hojas ya
acariciadas por la caducidad del otoño. Tenía los ojos entornados, como si le
diese miedo percibir todo lo que lo rodeaba, y caminaba lentamente hacia
Brisita, por un pasillo que todos habíamos hecho sin que nadie tuviese que
ordenárnoslo. Brisita lo esperaba serena y sonriente, aunque su mirada también destilaba unos nervios
infinitos y una emoción estremecedora. Tras de ella había un gran ventanal por
el que se adentraba toda la magnificencia de aquel día soleado que presenciaría
aquellos instantes tan mágicos que todos debíamos compartir.
-
Brisita —oí que Lianid susurraba—, mi Brisita... qué hermosa estás,
amor mío...
Al oír aquellas serenas y
amorosas palabras, la sonrisa que Brisita tenía esbozada en sus sonrosados
labios se tiñó de añoranza, de cariño, de felicidad, de sosiego. Cuando ya se
tuvieron al alcance de sus brazos, Brisita y Lianid alargaron sus manos para
que el otro se las tomase con respeto, alegría y muchísima ternura. Ambos
cerraron los ojos cuando se percibieron ya unidos por la fuerza de sus dedos.
Entonces, con una voz calmada y llena de antigüedad, la reina de Lainaya
comenzó a hablar, pronunciando unas palabras que nos sobrecogieron a todos:
-
Ha llegado el día en que Lainaya y yo debemos separarnos para dar paso
a una nueva y mágica época. Cedo, con todo mi cariño, mi respeto, mi
fascinación y mi gratitud este reino donde impera la magia y el poder de la
naturaleza a una audelf que, con toda su inocencia y su bondad, cuidará de
todas sus regiones, de todos sus habitantes y de su destino. Dejo, en las manos
y en el alma de Brisita, la vida de Lainaya para que ella sea su nueva protectora.
La vida resplandecerá ahora en ella cuando yo parta para siempre de este mundo
donde he sido tan inmensa e inmensurablemente feliz. Brisa, tu valentía, tu
inteligencia, tu sabiduría y tu infinita bondad te permitirán reinar Lainaya
con una serenidad indestructible, facilitarán que todos los que aquí viven te
respeten y te adoren. Eres tan buena que ni siquiera la maldad se atreverá a acercarse
a ti. Eres capaz de destruir todas las enemistades y los odios que puedan
surgir entre estas haditas que, a veces, por carecer de motivos para sufrir,
buscamos la rivalidad en los seres que en verdad son nuestros hermanos. Te doy
mi vida para que custodies todo lo que yo he creado con todos mis años de
reinado... Reinarás Lainaya hasta que la Diosa Ugvia haya considerado que ha
llegado el momento de otorgarle a otro ser la potestad del hado de esta
tierra... Recuerda que la próxima reina de Lainaya es una niedelf... una de
esas hadas que guardan en su alma el susurro callado de las vidas, el calor más
frío del invierno y el aliento más acogedor de las lumbres. Cuida a todos los
habitantes de Lainaya como si hubiesen nacido de tus entrañas. Sé feliz aquí y
procura que todos los que te admiran y te respetan lo sean. Con mucho orgullo y
amor, poso en tu cabeza la corona más bonita y delicada que jamás haya portado
una reina para que tanto el aire, como el agua, la tierra y el fuego sepan
quién es su reina, para que la vida encuentre su continuación en tus ojos, en
tu presencia, en tu alma.
Y, mientras Lumia pronunciaba aquellas
palabras tan llenas de amor y fascinación, le colocaba a Brisita en la cabeza
una hermosísima y delicada corona del color de la nieve más pura; la cual se
unió perfectamente a la guirnalda que hacía resplandecer sus cabellos. Brisita
apenas podía mirar a su alrededor. Tenía los ojos llenos de brumas, de
lágrimas... lágrimas de gratitud y nervios.
Aquella corona era tan especial
que me costaba comprender su diseño y su apariencia. Estaba hecha de ramitas
húmedas, de suaves pétalos de flores, de restos de hojitas, de pedacitos de
frutos que habían perdido su vida entre la arena. Brillaba como si las estrellas
le hubiesen regalado su luz y, desde donde me hallaba, podía notar que despedía
un intenso olor a flores recién nacidas y a lluvia.
Entonces ocurrió algo mágico,
incalculablemente hermoso y entrañable. Cuando Lumia le hubo acomodado la
corona a Brisita en la cabeza, la dorada luz que entraba por aquel gran
ventanal se convirtió en un resplandor azulado que me recordó al reflejo del
ocaso en el mar. En el firmamento aparecieron repentinamente unos pequeños y
brillantes pajaritos que comenzaron a entonar una trova bella y melancólica; la
naturaleza que rodeaba aquel preciosísimo palacio pareció revivir; el viento empezó
a soplar levemente, meciendo con cuidado las ramas de los árboles; los animales
que hasta entonces habían restado encerrados salieron de sus hogares y se
pasearon libremente por aquel inmenso jardín; unas nubes esponjosas y
relucientes se deslizaron con pausa por el firmamento y dejaban caer,
inesperadamente, una lluvia muy fina y plateada que volvió refulgentes las hojitas
de los árboles y los pétalos de las flores.
El ambiente se había llenado de
olores exquisitos, como el de la humedad de la lluvia, el de la vida de los
frutos y de los árboles; de sonidos que acariciaban el alma, como el trinar de
los pájaros y el suspiro de los animales, la voz del agua que susurraba entre
las rocas, el tenue murmullo de la lluvia... y la luz que nos envolvía era tan
azulada y acogedora como el fulgor del atardecer más primaveral.
-
¿Por qué está ocurriendo esto? —le pregunté a Zelm con un casi
inaudible susurro.
-
Porque la naturaleza está despidiéndose de Lumia a la vez que le da la
bienvenida a Brisita.
Mientras Zelm me dirigía
aquellas tristes y a la vez alegres palabras, unos pequeños rayos de luz
descendieron del firmamento y se posaron en la tierra, mezclándose con las
flores. Aquellos suaves destellos se tornaron, de pronto, en unas diminutas,
pero vigorosas llamitas que comenzaron a deslizarse por la naturaleza,
envolviendo los troncos de los árboles, subiendo a sus copas, de nuevo
posándose entre las flores... El fuego también se despedía de Lumia tornado
unos suaves e inocentes fulgores del color del sol.
Lumia estaba apoyada en el brazo
de su hijita Adina. Tenía la mirada fija en la hermosura de la despedida que la
naturaleza estaba regalándole. Aunque no pudiese verla plenamente, sabía que su
alma estaba sintiendo aquel adiós con toda la fuerza de la magia. Me di cuenta
de que sonreía, de que en absoluto se sentía triste ni temerosa. Adina la
acompañó a un sillón donde Lumia se acomodó con muchísima calma, sabiendo que
tal vez se sentaba allí para no volver a levantarse nunca más.
-
Brisita, la naturaleza te da la bienvenida a Lainaya y te agradece que
hayas aceptado ser su próxima reina —intervino Cerinia con muchísima admiración—.
En estos momentos, ya has empezado a ser la reina de Lainaya... Tienes que
permitir que toda tu magia te guíe y te haga pronunciar palabras que tú no pensarás
y que brotarán de lo más profundo de tu alma...
-
No sé qué decir —se quejó Brisita intentando sonreír. De sus ojos no
cesaban de emanar todos sus sentimientos convertidos en miradas inquietas.
-
Deja que la magia te guíe...
Entonces, Brisita se quedó en
silencio, incapaz de comenzar a hablar. Tenía los ojos cerrados y apenas se
movía, solamente se percibía un tenue temblor en sus manitos. Al fin, cuando
creímos que la voz de la naturaleza se silenciaría sin que ella hubiese
hablado, abrió los ojos y, dedicándonos a todos una mirada anegada en gratitud,
amor y respeto, comenzó a pronunciar aquel discurso que la magia le susurraba
en su alma:
-
Me siento inmensamente feliz de estar aquí, entre todos los habitantes
de Lainaya. Me empequeñece saber que seré vuestra reina durante un tiempo que
en este lugar no tiene forma de ser contado; pero a la vez estoy inmensamente
feliz de poder cuidaros a todos. Tengo demasiado amor para daros, guardo en mi
alma muchísimos anhelos que sólo existen para esta mágica tierra que me dio la
vida, que siempre será mi hogar. Quisiera que todos los que estáis aquí pudieseis
vivir junto a mí todos los siglos que Lainaya tiene preparados para mí, pero
debo aceptar que en la felicidad también hay pérdida... Sin embargo, mi memoria
alberga recuerdos que siempre me permitirán ser feliz y sentirme dichosa de
haber existido en todos los instantes que la Diosa escribió para mí. A partir
de estos momentos, anhelo que todos los habitantes de Lainaya estemos unidos,
que jamás vuelvan a surgir entre nosotros esas enemistades que pueden atraer a
la oscuridad. Tenemos que ser fuertes y ayudarnos en todo lo que sea posible.
Nunca debemos abandonar la bondad que la Diosa posó en nuestra alma y tenemos
que respetarnos inquebrantablemente a todos. Todas las regiones de Lainaya
pueden ser el hogar de todos sus habitantes. A partir de ahora, la magia que se
resguarda en mi alma destruirá esas fronteras que dividían todas las regiones
que forman esta tierra. Ningún niedelf volverá a morir si atraviesa el desierto
del estío, ningún estidelf perderá su aliento entre las montañas de la tierra
del invierno... Toda Lainaya será nuestra morada...
Brisita hablaba como si jamás
hubiese sentido tristeza ni miedo; pero todas sus palabras sonaban
melancólicas. Nos miraba a todos cuando pronunciaba aquellas frases tan
bonitas, pero sobre todo me observaba a mí, me dedicaba miradas impregnadas de
tristeza y anhelos que nunca podrán cumplirse. Llegó un momento en el que no
soporté la potencia de la pena que irradiaban sus ojos y agaché los míos para
protegerme de la insufrible nostalgia que estaba anegando mi alma. Brisita, sin
embargo, continuó hablando, destilando con su voz un sinfín de deseos nobles
que nos envolvían a todos en un halo de respeto que nada podría romper.
-
La lluvia, el otoño, el aire, el agua, la nieve, el fuego, la tierra:
todo, todo será respetado por todos. Yo viviré en la región del otoño, pero no
quiero que sean los audelfs los únicos que me acompañen. En mi palacio deseo
que habiten hadas de todas las regiones de Lainaya porque yo no seré la única
que reinará esta tierra. Lo haremos entre todos. Todos cuidaremos nuestro
hogar...
Cuando Brisita terminó de
pronunciar aquellas palabras que brotaban de la inquebrantable presencia de la
magia, todos le lanzamos sonrisas y besos llenos de amor, gratitud y felicidad.
Todas las hadas que nos hallábamos en aquel gran salón la observábamos como si
ella fuese la representación de nuestra alma.
Cuando supimos que Brisita había
acabado de pronunciar aquel mágico discurso, Cerinia se acercó a ella y la tomó
de las manos. Lianid había permanecido todo el tiempo al lado de mi hijita,
protegiéndola con la mirada, dedicándole sonrisas llenas de amor cuando ella
parecía estar más nerviosa. Cuando Cerinia la cogió de las manos y miró a su
hijo con felicidad y amor, fuimos conscientes de que había llegado el momento
de unir a aquellos dos audelfs que tanto se amaban.
-
Tenemos que ir al bosque. La naturaleza tiene que unirlos allí —nos comunicó
Cerinia a todos con majestuosidad y sublimidad.
Entonces, todos nos dirigimos
hacia aquel mágico bosque que todavía seguía despidiéndose de Lumia a la vez
que le daba la bienvenida a Brisita a su nueva vida. Adina, con la ayuda de
otro estidelf, llevó en brazos el sillón donde su madre se había acomodado.
Lumia tenía los ojos casi cerrados, pero se esforzaba por atisbar en lo que la
rodeaba la luz de los últimos momentos de su vida. Adina la miraba con tanta
pena que era incapaz de ocultar sus sentimientos. Deseé abrazarla, pero sabía
que, si lo hacía, entonces ambas arrancaríamos a llorar sin consuelo.
Cuando nos hubimos situado entre
aquellos majestuosos árboles, Cerinia acompañó a Brisita y a Lianid hacia la
vera de una enorme y hermosa fuente de cristal en forma de arcoíris. El agua
brotaba del centro de aquel arcoíris encaminándose hacia el cielo, alimentando
a las nubes con su dorado fulgor. Parecía como si el agua poseyese los colores
del arcoíris, como si el cielo se tiñese de matices mágicos al ser acariciado
por aquella nítida y fresca agua. El sonido que hacía al emanar de aquella
preciosa fuente era muy delicado y casi imperceptible, pero se mezclaba con la
voz del viento y de los pájaros que todavía entonaban muy primorosamente.
-
Me siento pequeña —le confesó Brisita a Cerinia.
-
Es comprensible. Te rodea demasiada hermosura —le contestó ella con
mucho amor. Me sobrecogí cuando pensé que, cuando yo me marchase, Cerinia
podría ocupar el puesto de esa madre que yo no podía ser para mi hijita. Cuando
creí que aquella certeza me haría empezar a llorar desconsoladamente, Cerinia
volvió a intervenir con pausa y sublimidad, dirigiéndose a todos nosotros con
una voz impregnada de amor y gratitud—: Habitantes de Lainaya y visitantes de
otros mundos, estamos en este precioso y majestuoso lugar para presenciar uno
de los momentos más bellos e importantes de la vida de esta mágica audelf y de
mi primer hijito Lianid. Brisita acaba de ser coronada reina de Lainaya, pero
no lo será definitivamente hasta que Lumia parta para siempre de la vida, algo
para lo que en verdad no queda mucho; pero, antes de que Lumia se vaya, junto
con la naturaleza, debo unir a Lianid y a Brisita en un solo destino, debo
lograr que sean para siempre uno del otro. Brisita y Lianid serán la nueva vida
de Lainaya, su nueva luz, su imperecedero amparo. Lianid y Brisita, ¿estáis
preparados para abandonar la soledad del amor y entregaros a ese nuevo hado que
la naturaleza y la Diosa han escrito para vosotros?
-
Sí, estamos preparados —contestaron ambos al mismo tiempo.
-
La duración de vuestro amor dependerá de la fidelidad, del respeto y de
la confianza que el uno deberá profesarle al otro, pero sobre todo de que el
amor que ambos sentís luche contra la finitud de la vida para que pueda
sobrevivir a lo largo del tiempo y a través de las edades que Lainaya debe
vivir. Lianid, tienes que respetar, amar y aceptar todo lo que Brisita sea en
todo ese tiempo inmedible que permaneceréis unidos. Deberás acompañarla en
todos los instantes de su vida, tanto en los más hermosos como en los más
desalentadores. Tendrás que aconsejarla en todo lo que ella te solicite,
ayudarla en todo lo que puedas y sobre todo apoyarla. Nunca dejes de
demostrarle que ella es la única flor que vive en tu alma, la única luz que
brilla en tus días. Habéis nacido para estar juntos para siempre. ¿Aceptáis
este destino que la Diosa os ha otorgado?
-
Sí —respondieron con amor y nostalgia.
-
Y, tú, Brisita, ya reina de Lainaya, deberás guardar en tus manos el
alma de Lianid para protegerla de la fuerza de las tempestades y del vigor del
viento, para acunarla cuando se sienta aterida, para acariciarla cuando
percibas que el calor de la vida desea derretirla. Serás suya para siempre,
pero él también te pertenecerá hasta que tu aliento se apague. Tendrás que
luchar por ser siempre feliz con él, pero también deberás compartir con tu
amado todos tus pensamientos y sentimientos para que podáis gozar juntos de todas
las facetas de la vida, incluidas las más tristes. ¿Es ese el destino que
deseas vivir?
-
Sí, ese es —afirmó Brisita con una seguridad inquebrantable mirando
fijamente a Lianid.
-
Pues, si la Diosa y la naturaleza lo aprueban, a partir de este
momento no se concebirá al uno sin pensar en el otro, no serás Brisita sin ser
también Lianid y tú, Lianid, no podrás respirar solamente como Lianid, sino
también como Brisita, pues compartiréis el aire, el agua, el fuego, la tierra y
la vida. Seréis uno en el tiempo y en el espacio, seréis un único aliento ante
la naturaleza. Bajo las estrellas brillaréis como una sola estrella y, cuando
la lluvia caiga del cielo, sus gotas humedecerán vuestra alma como si vuestro
espíritu estuviese encerrado en el cuerpo de un único ser. A partir de este
instante, ya sois dos en uno, ya sois otoño y amor en una sola alma.
Entonces la tenue y dorada
lluvia que caía del cielo se intensificó para desvanecerse, para prestarle el
dominio del aire al viento. Sopló una brisa muy cariñosa y cuidadosa que meció
las ramas de los árboles e hizo que el agua que brotaba cristalina de aquella
colorida fuente dibujase formas de ensueño en el firmamento, el cual estaba
teñido del matiz de la tarde más azulada o del amanecer más nítido. Todos observábamos
anonadados aquel instante como si después de aquél no existiese nada más. La
belleza que lo impregnaba era tan infinita que incluso me pregunté si alguna
vez pudo estremecerme alguna imagen escalofriante.
El suave canto de los pájaros
fue mermando, volviéndose cada vez más quedo hasta que se desvaneció,
perdiéndose por el silencio que la naturaleza comenzó a mantener consigo misma
y con nosotros. Entonces entendí que aquel silencio había nacido porque acababa
de apagarse una vida. No me atreví a mirarla, pero podía imaginarme
perfectamente que aquellos ojos cristalinos y brumosos se habían desprendido
del último recuerdo que los anegaba, que aquellos labios que habían esbozado
sonrisas inmensamente tiernas y entrañables habían dejado escapar el postrer
suspiro de ese aliento que había exhalado tanta vida y sabiduría. Las
envejecidas manos que habían colocado sobre la cabeza de Brisita aquella corona
tan hermosa ya no sostenían el aire, ya no esperaban ser tomadas... porque
quien las poseía ya se había marchado de la vida.
La vida de Lumia se había
apagado como una estrella que se cansa de brillar en un cielo lleno de
resplandores eternos. Noté que la sombra de la tristeza se posaba sobre las
flores y nos rodeaba, pero aquella honda pena no nos estremeció de disgusto,
sino de aceptación, de sublimidad, de amor. Todos sabíamos que aquel momento
estaba escrito en el firmamento y en el destino de la vida de Lainaya.
-
Está convirtiéndose en humo —me susurró Scarlya en el oído. Noté que
estaba sobrecogida.
Entonces sí me atreví a mirar
hacia donde Lumia se hallaba. Descubrí que el sillón donde se había sentado
resguardaba un cuerpo que cada vez aparecía más vaporoso. Las nubes que
guarnecían el firmamento no eran tan nítidas y esponjosas como aquélla en la
que Lumia estaba convirtiéndose. Su mágico y antiguo cuerpo estaba deviniendo,
cada vez más intensamente, en un pedacito de humo blanco que empezó a ascender
hacia el cielo. El sillón donde había fenecido también fue desapareciendo hasta
formar parte de un recuerdo. En el cielo se posó la estela de la vida de Lumia;
la que se mezcló con el aire y las nubes hasta tornarse una lluvia de nieve que
hizo resplandecer las flores. El aire meció aquellas nubes que amparaban los
últimos rescoldos de la vida de Lumia y entonces su existencia se perdió para
siempre en el azul de aquel cielo estival.
-
Ya se fue —musitó Adina con una voz trémula y casi inaudible—. Ya se
fue, se fue...
-
Sí, Adina, se fue —le confirmó Galeia con mucho amor.
No podía ver nada, sólo podía
captar lo que sucedía en mi entorno con mi alma, puesto que los ojos se me
habían llenado de lágrimas. Eros me aferró de la mano cuando me percibió tan
deshecha. Empecé a llorar silenciosamente; pero sabía que no estaba plañendo
solamente porque Lumia hubiese partido de la vida, sino porque era consciente
de que cada vez se hallaba más cercano el momento de marcharnos de Lainaya...
-
Ya no queda nada que te impida empezar a ser la reina de Lainaya,
Brisa —le anunció una voz misteriosa que provenía del cielo, de las hojas, de
las flores, de los troncos de los árboles, del viento y de la tierra—. No
temas. Te habla tu primera súbdita, la primera alma que está a tus pies y que
desea guiarte a través de la senda de tu vida. Soy Ugvia, el espíritu de todas
las cosas, el alma de la vida y de la muerte. Moraré en ti hasta que tu aliento
decida expirar y hayas encontrado la próxima reina de Lainaya. Lumia se ha ido,
pero seguirá estando en el fuego porque a él siempre le perteneció. No te
sentirás sola nunca, puesto que yo siempre permaneceré en el interior de tu
cuerpo, en lo más hondo de tu corazón y en lo más profundo de la Tierra.
Brisita no pudo contestarle,
pues se había quedado totalmente sorprendida, pero con sus ojos desveló que le
agradecía a Ugvia que se comunicase con ella de esa forma tan sublime y
sobrecogedora. Todos los que vivíamos junto a ella ese momento también nos
habíamos estremecido y empequeñecido al escuchar la suave e inverosímil voz de
la Diosa sonando por todos los rincones de esa mágica naturaleza.
-
Ya has oído a Ugvia, Brisita —habló Galeia—. Ahora todas las reinas de
Lainaya tenemos que rendirte obediencia poniendo nuestra alma en cada palabra y
mirada que te dediquemos. Somos reinas de nuestras regiones, pero tú eres
nuestra reina suprema.
Entonces, Galeia se dirigió
hacia Zelm, Cerinia y Laudinia y, con una mirada anegada en amor y respeto, les
pidió que se acercasen a Brisita. Todas se reunieron alrededor de la reina de
Lainaya. Se agacharon dirigiendo sus manos hacia el cielo, como si todas
sostuviesen una gran bola de cristal, e, inesperadamente, Brisita, tras cerrar
los ojos, comenzó a elevarse hacia el firmamento. Zelm, Cerinia, Galeia y
Laudinia la aferraban muy etéreamente de los pétalos de su vestido; los cuales
ni siquiera protestaron al sentir la caricia de aquellas mágicas manos.
Al empezar a ascender hacia el
cielo, las cuatro reinas de Lainaya también comenzaron a despegarse del suelo.
En breve, el agua que brotaba de aquella colorida y mágica fuente en forma de
arcoíris se mezcló con la brillante presencia de aquellas cinco hadas que, con
su unión, representaban el lazo que todas mantenían con la naturaleza y la
vida. En los ojos de aquellas mujeres tan mágicas se detectaba una infinita
gratitud y un inmensurable amor. Brisita sonreía, aún teniendo los ojos
cerrados, como si aquel momento no hubiese sido precedido por ningún otro y
fuese el último de su vida.
El cielo, inesperadamente, se
llenó de colores vivos, relucientes y cálidos que nos acariciaron el alma, la
piel, la mirada. Pareció como si el agua que brotaba de la fuente se hubiese
apoderado del alma de aquellas cinco haditas tan entrañables. Creí que el
silencio sería la única trova que acompañaría el ascenso y los mágicos
movimientos que todas realizaban en el firmamento, pero de repente comenzó a
sonar una música muy tierna y pausada. Me costaba detectar de dónde provenía,
pero aquello ya no me inquietaba, pues todos los sonidos que existían en
Lainaya procedían de todos los rincones de su naturaleza.
-
Ha llegado el momento de la música y de la fiesta —me anunció Adina
intentando sonreír—. La vida prosigue, tiene que continuar su curso... y
Lainaya ahora brillará más que nunca, pues no la acechará ni una sola amenaza.
Adina portaba en sus manos un
reluciente tambor que estaba a punto de empezar a tañer. Oisín se acercó a mí
con una pequeña arpa en sus manos, lo cual me emocionó profundamente. La tomé
con respeto y cuidado y rogué que el instante de empezar a tocarla llegase
pronto. Entonces me di cuenta de que todas las hadas que allí había sostenían
un instrumento en sus manos, ya fuese de cuerda, de percusión o de viento.
Rauth tenía una mágica y preciosa cítara en sus manos que ya tañía con mucho
primor y cariño.
Entonces todos comenzamos a
crear una música pausada y a la vez alegre, cuyo mágico sonar se mezclaba con
los matices que impregnaban el firmamento. El agua que manaba de la fuente, el
viento que soplaba entre las ramas de los árboles, las pequeñas llamitas que
jugaban revoltosamente con los pétalos de las flores y los granitos de arena
que el viento levantaba estaban mezclándose con la presencia de las cinco hadas
más importantes de Lainaya, quienes de pronto descendieron a la tierra para
danzar junto a nosotros al son y compás de esa música que brotaba de los más
profundos anhelos de la naturaleza.
El tiempo se desvaneció, dejó de
discurrir y de existir mientras la música se mezclaba con la voz de la
naturaleza, mientras todos danzábamos, cantábamos y reíamos libre y felizmente.
La nostalgia apenas se asomó a nuestros ojos durante todos esos momentos que
pasamos disfrutando de la parte más brillante de la vida. El azulado cielo del
día fue oscureciéndose lentamente hasta que al fin las estrellas comenzaron a
relucir suave, pero intensamente. La música que brotaba de nuestra alma y se
posaba en nuestras manos fue apagándose hasta acabar deshaciéndose. Todo se
quedó en silencio de pronto. Los instrumentos que sosteníamos en nuestras manos
temblaban de alegría y cansancio y el viento que no había dejado de soplar
durante todo aquel tiempo fue aquietándose hasta esconderse entre las nubes. El
ambiente se impregnó de intimidad, de vida y de sublimidad. La oscuridad de la
noche ya se esparcía por el bosque, cubriendo las flores como si de un
aterciopelado manto se tratase. Entonces, noté que mi alma se encogía y se
encogía por dentro de mí. Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido y unos
punzantes y gélidos nervios gritaron en mi estómago.
Todas las hadas que habíamos
tocado aquella música tan alegre y hermosa dejaron su instrumento en el suelo y
se acercaron a la reina de Lainaya para arrodillarse ante ella y besarle con
respeto y amor sus cariñosas manos. Yo apenas podía mirar a mi alrededor y
prestarle atención a todo lo que captaban mis sentidos, pues estaba temblando
de nervios y los ojos se me habían llenado de lágrimas. Eros no se atrevía a
tomarme de la mano por si su cariño me hacía estallar de tristeza.
-
Gracias por este día tan maravilloso —nos agradeció Brisita a todos
con una voz llena de cariño—. Jamás lo olvidaré.
-
Gracias a ti por ser tan buena y por luchar por Lainaya —habló Galeia.
-
Y sobre todo por instalar el respeto entre todos nosotros —intervino
Zelm.
-
Nunca permitiremos que Lainaya vuelva a ser amenazada por la
oscuridad. Todos juntos la protegeremos —aseguró Cerinia.
-
Gracias —dijo Brisita intentando no llorar.
-
Nunca estarás sola, amor mío —le prometió Lianid tomándola con cariño
de la mano.
-
Ahora ha llegado el momento de regresar a nuestros hogares —anunció
Oisín— y de despedirnos de todos los que no pueden habitar en Lainaya.
-
No, no —musité casi inaudiblemente.
-
Brisita, todo momento feliz tiene su faz triste... —le advirtió Zelm
con muchísima delicadeza.
-
No quiero vivir este momento —protestó ella casi sin poder hablar.
-
La reina de Lainaya tiene que aprender a vivir también con la tristeza
y la ausencia, pues de esas sensaciones se componen nuestra tierra, la que
existe en sustitución de las vidas que se apagan —expresó Galeia con pena.
Entonces todas las hadas que le
habían jurado lealtad a Brisita fueron retirándose de su lado y comenzaron a
desaparecer tras los árboles. Salvo ellas, nadie se atrevía a moverse. Al fin,
inesperadamente, me di cuenta de que solamente nos hallábamos en aquel mágico
bosque Eros, Scarlya, Leonard, Rauth, Cerinia, Laudinia, Zelm, Galeia, Oisín,
Brisita, Lianid, Adina y unos pocos estidelfs más. Los demás heidelfs,
estidelfs, audelfs, niedelfs, niadaes, oxiníes, areníes y llauníes se habían
marchado. Supe que no volvería a verlos nunca más.
-
Necesito hablar con mi mamá antes de que se vaya para siempre —pidió
Brisita con una voz trémula.
-
Por supuesto que puedes hablar con ella, Brisa —le aseguró Oisín con
dulzura—. Nadie os arrebatará el momento de despediros con amor y serenidad.
Entonces Brisita comenzó a
caminar hacia mí. Sus pasos mecían su vaporoso vestido y sus rojizos cabellos,
sobre los que todavía tenía aquella corona tan bonita y delicada. Cuando la
tuve a mi lado, la tomé de la mano y comencé a vagar por aquel bosque en busca
de un lugar donde pudiésemos conversar serenamente. Estaba tan nerviosa que ni
siquiera sabía qué palabras le dirigiría. Me sentía incapaz de vivir ese
momento.
Nos detuvimos en medio de dos
grandes árboles. La fuente en forma de arcoíris todavía se distinguía a lo
lejos, sobresaliendo por encima de las frondosas y verdes copas de los árboles.
Brisita soltó mi mano de pronto y me rodeó tiernamente con sus brazos llorando con
desesperación y agonía. Correspondí a su abrazo deshaciéndome en llanto,
sintiendo que la tristeza y la angustia me desvanecían.
-
No quiero que te vayas —protestó Brisita con una voz totalmente
quebrada. Nunca la había oído llorar así—. No soporto saber que nunca más
volveré a verte, mamá, mamá... Te necesito, Sinéad, te necesito —exclamaba
apretándose contra mí, no importándole que los pétalos de flores que creaban su
vestido se aplastasen.
-
No sé cómo voy a vivir sin ti, hijita mía —le contesté estremecida de
tristeza.
-
Confío en que sí podamos volver a vernos. Lainaya está en ti... Es
imposible que, habiendo influido tanto en su destino, no puedas regresar
—seguía llorando.
-
Brisita, prométeme que siempre serás feliz, siempre; pero prométeme
también que sentirás todas las emociones de la vida sin huir de ninguna de
ellas. Somos seres sentientes. No podemos escaparnos de nuestros sentimientos.
-
Te lo prometo.
-
Yo viviré en... en tus... recuerdos... —le aseguré llorando
desesperadamente.
-
Te quiero, te quiero con toda mi alma, de veras... Gracias, gracias
por darme la vida, por todo lo que has hecho por mí, por luchar por mí...
-
Cualquiera lo habría hecho, pues eres mágica, Brisita. Te mereces
todo, todo lo bueno que haya en el mundo y en la Historia.
-
Mamá, tengo miedo, estoy asustada. Temo no cumplir bien mi función en
Lainaya.
-
Lo harás muy bien. No temas...
-
Tengo miedo, Shiny —me confesó sobrecogida.
-
No, no lo tengas. Eres valiente, mágica y fuerte. Estoy completamente convencida
de que superarás todos los obstáculos y adversidades que puedan oscurecer tu destino,
y seguro que apenas tendrás que luchar contra amenazas... —intenté sonreírle.
-
También tengo miedo por otra cosa, Sinéad —me declaró con vergüenza.
-
¿De qué se trata?
-
Lianid... Amo a Lianid con toda mi alma y esta noche... bueno... Me da
mucha vergüenza decirte esto... pero esta noche...
-
Ya sé a lo que te refieres —me reí con cariño retirándole su oblicuo
flequillo de su ojito izquierdo y acariciando sus lágrimas—. ¿Por qué tienes
miedo? Será un momento muy especial y mágico, ya verás...
-
No sé qué debo hacer... No sé si sabré hacerlo bien...
-
No hay que aprender a hacer eso —me reí con mucha inocencia—. Es un
conocimiento que surge de ti, que está en ti... y te guiará en cuanto te
sientas cerca de Lianid, cuando te percibas entre sus brazos.
-
¿Seguro que sabré hacerlo bien?
-
Por supuesto... Vuestro amor os guiará... ya lo verás. Sobre todo no estés
nerviosa. Nada irá bien si permites que los nervios se apoderen de ti.
-
Gracias, Shiny... ¿Crees que yo puedo ser una buena madre?
-
Por supuesto. Nunca lo dudes.
-
Me gustaría que estuvieses junto a mí cuando vaya a ser madre,
Sinéad...
-
A mí también me gustaría verlo —musité agachando los ojos.
-
Estoy segura de que será posible. Sí, lo verás...
-
Pero tampoco podemos aferrarnos a esa brumosa posibilidad.
-
Pues yo me aferraré a ella porque entonces, si me convenzo de que
nunca más volveré a verte, me moriré de tristeza, mamá —lloró de nuevo con una
pena hondísima que me traspasó el pecho.
-
Brisita, Sinéad... —nos apeló Rauth con cautela.
-
Rauth también tiene que despedirse de nosotras... Me pregunto por qué
debemos vivir estos momentos tan tristes —me quejé apenas sin poder hablar.
-
Brisita, Sinéad... no lloréis, por favor —nos solicitó Rauth con mucha
ternura mientras nos acariciaba los cabellos a las dos—. Quiero marcharme de la
vida evocando intensamente el recuerdo de vuestra sonrisa. Es la imagen más
hermosa que puede acompañarme en esta transición...
-
Papá... —lloró Brisita lanzándose a sus brazos.
-
Hijita... me gustaría haber disfrutado más de ti, pero nuestra vida ha
sido turbia. He sido débil. No debí haber permitido que la oscuridad me
arrebatase el alma... pero ya no es posible regresar al pasado para volver a
vivir los momentos que nos pertenecen, aunque sea lo que más deseo en el
mundo...
-
No importa... Eres un ser infinitamente mágico, Rauth, siempre lo
serás —le declaré con una voz quebrada.
-
Tú sí eres un ser mágico... Eres el alma de la vida, de la luz y del
amor. Nunca lo olvides, Sinéad.
Los tres nos abrazamos como si
en aquel momento fuésemos a partir unidos de la vida, como si quisiésemos que
la muerte nos sorprendiese tan unidos. Ninguno de los tres se atrevía a
finalizar aquel abrazo que tan tiernamente nos enlazaba; pero todos sabíamos
que había llegado el momento de decirnos adiós para siempre...
-
Siempre te recordaré, Arthur —le susurré cerrando con fuerza los ojos.
-
Y yo a ti, Sinéad, mi dama de la noche...
-
Sinéad, yo también quiero despedirme de ti —me comunicó una voz
profunda y serena.
-
Oisín...
Me esforcé por decir su nombre
con nitidez, pero el llanto me impidió hablar con claridad y firmeza. Al verme
llorar tan desconsoladamente, Oisín me rodeó con sus brazos y me presionó
contra su mágico pecho, haciéndome recordar esos turbios y difíciles instantes
que habíamos compartido todos, haciéndome evocar el recuerdo de su acuático
palacio y de todos esos días y noches que habíamos luchado por nuestro
destino...
-
Hemos compartido momentos muy difíciles, pero siempre te recordaré con
un cariño indestructible e infinito. Un alma tan buena y mágica como la tuya no
se merece ser olvidada —me aseguró con mucha ternura mientras me acariciaba los
cabellos.
-
Es cierto. Lainaya siempre tendrá algo de ti, algo que permanecerá en
el aire, en el fuego, en el agua, en la tierra, en el aliento de la vida...
Para siempre serás importante para todos nosotros... —me declaró Zelm
acercándose a nosotros.
-
Y siempre podrás regresar en el mundo de los sueños, Sinéad —me indicó
Galeia—. No llores, vamos... Sé fuerte... Necesitas regresar estable a tu
mundo...
-
Si te marchas llorando de Lainaya, tus lágrimas devendrán una lluvia
que humedecerá todos los rincones de esta mágica naturaleza —me sonrió Cerinia
con mucho amor.
-
Pues no dejaré de llorar para que mi recuerdo quede materializado
aquí...
-
Las lágrimas son la voz más nítida de los sentimientos —habló Aimund.
Su repentina aparición me sobresaltó. No lo había visto en todo el día y creía
que se había ausentado de aquel acontecimiento tan importante—. Perdóname por
haber sido tan grosero y bruto contigo cuando nos conocimos, pero estaba
aterrado por ti. No quería que una niedelf tan mágica muriese en estas tierras.
-
Jamás te guardaré rencor por nada —expresé deshecha en llanto.
-
Ya es el momento de marcharnos, Sinéad —murmuró Scarlya con muchísima
tristeza—. Brisita, gracias por ser mi amiga. Nunca me olvidaré de todo lo que
hemos vivido. El viaje que todos hemos hecho es la aventura más emocionante de
mi vida.
-
Sí, es cierto —corroboró Eros—. Shiny, deberías escribirla para que no
se perdiese en el olvido.
-
Y para que todas las almas soñadoras de la Historia puedan saber que
siempre quedará un rincón donde sus sueños pueden albergarse —proseguí
sonriendo con mucho amor—. La tierra de los sueños existe y nada podrá
vencerla, pues está en nosotros...
-
Y a veces los sueños somos nosotros mismos... que forjamos en nuestra
vida un sinfín de sueños que se han tenido a lo largo de toda la Historia
—propuso Brisita con cariño e inocencia.
Fue la despedida más larga,
triste y a la vez esperanzadora de mi vida: la despedida de todas las
despedidas, una despedida para siempre, cuyo fin se hallaba incierto entre las
sombras de los sueños. Cuando todos nos hubimos abrazado, besado tiernamente y
dicho adiós con un sinfín de lágrimas en nuestros ojos, Eros, Scarlya, Leonard,
Rauth y yo nos volteamos, dejando aquel mágico bosque atrás, intentando caminar
con serenidad. Rauth andaba a nuestro lado como si se dirigiese hacia la misma
dimensión a la que todos teníamos que regresar, pero todos sabíamos que su
destino estaba mucho más allá de aquella tierra, de aquel mundo, del Universo, de
la vida...
-
Tenemos que desear regresar —me indicó Scarlya con mucha pena.
-
¡No puedo! —sollocé desesperadamente, incapaz de evitar que mi cuerpo
se diese la vuelta para mirar una última vez a Brisita—. ¡Adiós, vida mía!
—dije casi sin alzar mi voz.
Brisita se despidió de mí con
una sonrisa tan triste que me pareció que la naturaleza se estremecía al verla.
Sus violáceos ojitos estaban entornados, brotando de ellos unas lágrimas
brillantes que oscurecían el fulgor de las estrellas. Creí que no podría separarme
de su tierna imagen, la que refulgía en medio de la noche como si fuese la
misma Luna descendida a la tierra; pero Eros me asió con ternura del brazo y me
instó a que siguiese caminando.
Entonces, inesperadamente, unas
brumas muy gélidas y a la vez tibias comenzaron a envolvernos serena, pero
intensamente. Los colores de aquel mágico bosque cada vez se hallaban más
difuminados y enfrente de nosotros comenzaron a desaparecer todas las sendas que
podíamos recorrer. Un vacío denso y oscuro se abrió ante nosotros, deshaciendo
los últimos rescoldos de esa tierra anegada en flores y vida.
Eros me presionó la mano con
fuerza cuando notamos que el suelo que pisábamos empezaba a desaparecer, a
volverse aire. Cerré los ojos intentando separarme de aquel momento, pero
enseguida volví a abrirlos, pues quería mantener en mi mirada el aspecto del
último instante que compartía con Rauth.
Entonces vi que Rauth comenzaba
a perderse por las tinieblas de aquel vacío que separaba nuestros mundos. Se
despidió de nosotros sonriéndonos con mucho amor y gratitud. Sus ojos fueron lo
primero que se desvaneció de él. Después, su figura brillante, nostálgica, otoñal
y entrañable fue convirtiéndose en neblinas hasta que la oscuridad de la
distancia y la muerte nos lo arrancó definitivamente de nuestro lado.
Tenía muchísimas ganas de
llorar, pero en aquella dimensión no podían existir las lágrimas, ni siquiera
podía respirar. Entonces sí cerré los ojos, pues notaba que toda esa oscuridad
que había devorado para siempre el alma de Rauth deseaba adentrarse en mi vida
para apagar todas las ilusiones que pudiesen invadirme el corazón.
Quise preguntar cuándo me
sentiría protegida en mi hogar o entre esa naturaleza que tanto me amaba y yo
tanto adoraba; pero sabía que mi voz no sonaría en aquel vacío. Sin embargo,
antes de intentar abrir los ojos para otear a mi alrededor en busca del último
suspiro de luz de Lainaya, noté que algo me absorbía, como si fuese un fuerte
huracán que me atraía hacia su centro. Entonces supe que ya nos habíamos
adentrado en nuestra realidad... nuestra punzante y difícil realidad...
Ya podía abrir los ojos. Si lo
hacía, vería aquella naturaleza que había formado parte de mis días, que había
sido mi morada durante un tiempo inmedible; pero era consciente de que las
lágrimas no me permitirían atisbar la belleza de esos bosques. Cuando noté que
la tierra ya me acogía, sin poder evitarlo, arranqué a llorar desesperadamente.
Mis sollozos eran tan potentes que me estremecían. Eros, Leonard y Scarlya me
calmaban acariciándome los cabellos o la espalda, pero yo no podía encontrar
consuelo en ninguna parte. Los recuerdos creados en Lainaya parecían estar cada
vez más lejos de mí, como si en realidad hubiesen formado parte de un sueño que
la vigilia desea destruir para evitar que su magia anegue en dolor la vida.
Entonces entendí que Lacnisha no
sería la única tierra que yo extrañaría con toda la fuerza de la vida. Lainaya
se había convertido en un lugar al que yo pertenecía con una intensidad incluso
destructiva. Era una tierra en la que yo había muerto y renacido, la morada de
mis sueños más bonitos, el cielo de mi hogar... el techo de mi vida.
-
Lainaya, Lainaya ya ha quedado atrás... —sollozaba casi sin poder hablar.
-
Sí, Shiny...
-
Ya estamos en casa, Sinéad. Parecerá mentira y algo injusto, pero
deseé regresar tantas veces cuando me separaron de vosotros... —confesó Leonard
con timidez—; pero ahora me arrepiento de haberlo hecho.
-
Lainaya... Brisita... —seguía llorando con un desconsuelo invencible.
-
Tranquilízate, Sinéad... —me pidió Scarlya con mucha ternura, pero noté
que su voz también temblaba...
-
Brisita... Brisita se ha quedado allí...
-
Sí, pero Brisita será feliz. Tú también tienes que serlo, Sinéad —me
aconsejó Eros con mucho amor.
-
Y Rauth... Arthur...
Nadie fue capaz de decirme nada.
Permanecimos llorando tiernamente, con una pena indestructible, hasta que noté
que algo se quebraba por dentro de mí. Entonces me di cuenta de que todavía
seguía siendo una niedelf y que, lentamente, comenzaba a recuperar el cuerpo
que me pertenecía desde hacía ya demasiados siglos. Noté que mi piel se
enfriaba más, que mis manos se volvían más fuertes, que mi interior se anegaba
en vigor... Recobré mi forma vampírica de un modo veloz, sin dolor, sin
estremecimientos... pero con una melancolía que me destrozaba el alma...
-
Ya eres quien fuiste siempre —me comunicó Leonard.
-
Todos hemos recuperado nuestro cuerpo —prosiguió Scarlya.
-
Extrañaba mi vampirismo, aunque ser heidelf era algo hermoso —nos
confesó Eros con timidez.
-
Ahora sí ha quedado todo atrás, como si hubiese sido un sueño —me
lamenté con muchísima tristeza.
-
Pero aquí también te esperan demasiadas cosas —me sonrió Leonard.
Entonces Leonard desapareció.
Creí que se había ido porque no soportaba la tristeza que impregnaba aquel
instante, pero de pronto reapareció portando mi amada arpa en sus manos.
Recordé que estaba desafinada, lo cual me estremeció de pena; pero la alegría
que experimenté al verla deshizo levemente la lástima que me hacía llorar tan
desconsoladamente.
Habíamos regresado a nuestra
vida. Habíamos comenzado a existir en ese presente que la existencia de Lainaya
y de mis sueños había tornado el más emocionante que podía respirar en la
Historia. Tras reencontrarnos con todo lo que nos pertenecía, empezaron a
discurrir las noches con sus amaneceres. Me costó muchísimo acostumbrarme a mi
cuerpo vampírico, como si jamás hubiese sido vampiresa. Tuve que luchar contra
la sed para estabilizarla y contra mi cuerpo para habituarme a dormir por el
día y vivir por las noches. Extrañaba la luz y el calor de Lainaya; sus
colores, sus olores, sus matices, su vida... Pasaba las horas asomada a la
ventana de mi alcoba mientras tocaba el arpa imaginándome que en el cielo que
se extendía sobre los bosques que rodeaban mi morada se abría y aparecía ante
mí un resplandeciente camino que me llevaría hasta Lainaya.
Intentaba ser feliz junto a
quienes me amaban y me respetaban y de veras lograba encontrar la paz a su
lado, entre sus brazos, en el sonido de su risa; pero en mi alma palpitaba la
añoranza más indestructible. Soñaba continuamente con Lainaya, me imaginaba que
volvía a hallarme entre sus árboles, aspirando el aroma de sus flores...
Componía versos y canciones dedicados a esa mágica tierra que nos había
enseñado a ser fuertes y valientes.
Deseaba empezar a narrar todo lo
que había acaecido en nuestras vidas desde que la existencia de Lainaya se
había mezclado con nuestro destino; pero sabía que, en cuanto comenzase a
volver palabras todos mis recuerdos, la melancolía más potente y devastadora me
asfixiaría. Sin embargo, no deseaba que el tiempo siguiese separándome del
primer momento en que me adentré en aquel mundo imperado por la magia más
tierna y ancestral.
Y así, un atardecer, mientras
los últimos suspiros del día resbalaban por el azulado firmamento, noté que
algo tiraba de mí, como si se tratase de una voz antigua, de un sentimiento
perdido en las brumas del olvido. Miraba cómo el viento del otoño mecía las
caducas ramas de los árboles y lanzaba al suelo sus rojizas hojas cuando oí,
muy lejanamente, un suspiro que tomó forma ante mis ojos, engrandeciéndose,
brillando, susurrando palabras ancestrales. Me pareció escuchar la risa de
Brisita mezclándose con la de todas aquellas hadas que habían vivido junto a mí
aquel día tan importante para ella. Creí ver, entre los postreros rayos de vida
del día, el matiz del cielo estrellado de Lainaya y creí percibir, en la yema
de mis dedos, el tacto de sus mágicas y resplandecientes flores. Mi alma se
llenó de su mágico y majestuoso recuerdo y entonces me pregunté si en verdad
aquella tierra estaba tan distanciada de mi vida y de mi mundo, si en realidad
allí seguía anocheciendo y alboreando sin que yo pudiese captarlo.
Inesperadamente supe que Lainaya
no estaba ni lejos ni cerca de mí. Estaba en mí, como también lo estaba la
certeza de que yo existía. Lainaya estaba exactamente en el mismo lugar donde
se hallaba mi hogar. Ambas dimensiones se encontraban en el mismo rincón del
Universo. Para poder verla y sentirla, únicamente tenía que abrir mis sentidos
para que su magia se adentrase en mi alma. Su cielo podía ser mi cielo si yo lo
anhelaba, podía escuchar la voz de su naturaleza si me desprendía de todos los
sonidos que detectasen mis oídos y podía atisbar, entre los árboles y las
flores, la sombra de esas mágicas hadas que se habían convertido en una gran
parte de mi alma.
Y aquella certeza se volvió
indestructible y eterna cuando, de repente, antes de que me diese tiempo a
sonreír de amor y gratitud, ante mis ojos, una nube liliácea llovió sobre la
tierra convertida en rayos rojizos y verdosos que, al rozar la suave hierba que
alfombraba el bosque, devino en una figura imponente y hermosa que refulgió en
aquel ocaso como si fuese la última estela del día.
No podía decir su nombre. Era
como si el aire hubiese devorado mi voz. Me quedé observándola con los ojos
completamente abiertos, incapaz de reaccionar. Brisita caminaba entre los
árboles, dirigiéndose hacia mí... Supe que debía lanzarme hacia su encuentro,
pero ella me sonrió indicándome que me quedase quieta y queda. Entonces
apareció a mi lado. La naturaleza brillaba tras de ella, oscura y luminosa al
mismo tiempo. Mi hijita sonreía con complacencia y amor, tanto amor que me
sentí inmensamente pequeña...
-
Brisa —susurré incapaz de hablar—. Has... vuelto...
-
Tú no puedes volver a Lainaya, pero yo sí puedo adentrarme en tu mundo
durante unos pequeños instantes —me anunció con mucha inocencia—; pero
solamente podía hacerlo si tú comprendías que Lainaya no estaba
irrevocablemente lejos de ti, sino que permanece en tu alma como también lo
hacen tus recuerdos y tu vida.
-
No entiendo...
-
Has descubierto que Lainaya no está ni cerca ni lejos de ti, sino en
el mismo lugar donde tú te halles, porque Lainaya eres tú, Sinéad, es la
manifestación de tu alma y de tus sueños. Todos somos parte de tu vida y tú
siempre serás parte de la nuestra porque estamos unidos a través del mundo de
los sueños... de los sueños... Nunca permitas que la palabra lejanía se adentre
en tu vida. No es verdad. Nada está lejos de nosotros... porque todo lo que
existe queda en nuestra alma, ya sea en forma de recuerdo, de amor, de
gratitud...
Y entonces entendí que las
dimensiones sólo están separadas unas de las otras por la inquebrantable
presencia de la incomprensión. Si entendemos que nuestro mundo no se forma
únicamente de una sola tierra, sino de un sinfín de mundos más, entonces
podremos adentrarnos en otra realidad, en la realidad mágica de los sueños y de
la fantasía. Lainaya existió y existe porque existe la capacidad de soñar.
EPÍLOGO
La historia de Lainaya es uno de
los eternos pedacitos de mi vida. Es la muestra de que no existimos únicamente
en un solo tiempo y en un único espacio. Hay algo en nosotros que antes
perteneció a otra realidad, de la cual arrastramos fragmentos al nacer en otra
vida. Hay algo en nosotros, resguardado en los entresijos de nuestros
recuerdos, que nos revela que estamos compuestos de instantes que existieron ya
hace demasiado tiempo, que nosotros respiramos en otros mundos. Quizá vivamos
en esos mundos al mismo tiempo o tal vez se hallen distanciados de nosotros por
la relatividad de nuestra presencia; pero son mundos que siempre inspirarán en
nuestra memoria, aunque nosotros no sepamos evocar su recuerdo. La historia de
Lainaya es un camino que me conduce a unos momentos mágicos y difíciles que me
demuestran que en la vida no hay nada que sea absoluto ni definitivo, no hay
nada que sea siempre de la misma forma. Hay emociones que nunca podrán ser
comprendidas por la fuerza del alma, hay sentimientos que jamás podrán ser
experimentados con toda su magnificencia porque hay algo que siempre queda
oculto a nuestros sentidos y a nuestro corazón. Se trata de porciones de vida
que no nos pertenecen solamente a nosotros, sino a la existencia de un espíritu
que escribe en el Universo las invisibles líneas de nuestro destino.
Lainaya forma parte de mi vida
como si fuese una pieza más de un puzle que, al unirse todas, crean la imagen
más bonita y resplandeciente que jamás haya podido existir. Los sueños, los
recuerdos y los anhelos son fragmentos de esas vivencias que se quedan
palpitando en nuestro corazón hasta que nuestra vida se apaga. Lainaya es un
latido que nunca vuelve, es algo constante que vive en mí, que de vez en cuando
se mezcla con mi presente. A veces, cuando veo cómo el atardecer cae sobre las
lejanas montañas, un rayo refulgente y colorido cruza el firmamento,
recordándome que no estamos solos, que hay algo más allá de nuestro ser que nos
espera, que aguarda a que cerremos los ojos para soñar.
No, no pude regresar nunca más a
Lainaya, pero aquella tierra tan mágica no quiso despedirse definitivamente de
mí. Brisita y alguna hada que se atrevía a cruzar la frontera que divide la
realidad y la magia nos visitaron en muchísimas ocasiones, contándonos acerca
de su vida, de la vida de esa tierra que tanto anhelo volver a ver.
Brisita fue madre en Lainaya de
unas hadas preciosas que me presentó mediante sus pensamientos. No podía
conocerlas, pues costaba prepararlas para que se adentrasen en mi mundo; pero
aquello no me impidió empezar a quererlas con todo mi corazón. Brisita era tan
feliz en Lainaya que apenas podía lamentar que se marchase, pues sabía que,
aunque me extrañase con toda su alma, su vida resplandecía allí muchísimo más
de lo que lo haría si habitase a mi lado. La felicidad que le ofrecían Lainaya
y todas las hadas que allí vivían se reflejaba en sus ojos y se transmitía a mi
alma a través de todas las miradas y las palabras que mi eterna hijita me
dedicaba. Brisita compartió conmigo muchísimos momentos hermosos, pero esos
instantes forman parte de otra historia que algún día revelaré mediante la
belleza del lenguaje y de los sentimientos.
Y así puedo soportar permanecer
apartada de esa mágica realidad, esperando que otra dimensión me abra sus
puertas para vislumbrar la vida que queda más allá de este instante. Soy feliz
en mi vida porque sé que pude serlo aun cuando la maldad más inagotable deseaba
apagar mi vida. Soy feliz en esta vida porque me siento orgullosa de albergar
en mi memoria unos recuerdos tan bonitos, porque pude superar junto a mis seres
queridos todas las adversidades con las que la oscuridad quiso obstruir nuestro
camino. Y creo que la superación, la valentía, la entrega, la lealtad y el amor
son las manos que nos ayudan a caminar por la senda de nuestra existencia. El
amor, de nuevo, vuelve a ser el que me impulsa a poner fin a esta historia que
te he entregado con todo mi cariño y la fuerza de mi mágica alma para
demostrarte que nunca debes permitir que la capacidad de soñar se desprenda de
tu alma. Sueña, a través del tiempo, a través del espacio y de las realidades.
Sueña para saber que existes, para sentir que tu vida puede brillar con una
intensidad indestructible. Sueña para hallarte en la vida, en el mundo, en tus
mundos.
FIN