viernes, 7 de noviembre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO, ÚLTIMO CAPÍTULO Y EPÍLOGO


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 19. LA ESTELA TRISTE DEL ADIÓS
La serena voz de la noche se mezclaba con la suave y constante presencia de la tristeza. Mi alma tiritaba de lástima y miedo por dentro de mí mientras sentía cómo el amor que Arthur y yo siempre nos habíamos profesado uno al otro gritaba en nuestro interior; ese amor que, pese al tiempo, a la distancia y a la muerte, ha continuado susurrando en los recovecos de nuestra memoria; un amor que, aun siendo cubierto por otros sentimientos, nunca ha perdido su fuerza. Y aquella noche yo detectaba que su vigor, su voz y su existencia se fortalecían y todo él se convertía en una pequeñita hoguera que refulgía en nuestro corazón y templaba nuestros pensamientos y nuestros recuerdos.
Deshicimos la ternura con la que nos besábamos de forma lenta y perezosa, como si nos diese miedo separar nuestros labios. En realidad no puedo asegurar que en aquellos momentos fuese plenamente consciente de lo que había hecho. Solamente deseaba despedirme de Arthur de un modo inocente y puro. Besando sus labios era la manera más bonita de decirle adiós a él, a esa alma que siempre me había amado, aunque la oscuridad se hubiese apoderado de su existencia. Besándolo con todo mi amor y mi cariño me permitía quedarme con un pedacito del aroma de su cuerpo, me facilitaba poder saborear su vida en mis labios...
-          Adiós, Sinéad. Sé que podremos compartir el día de mañana, pero no podremos volver a tener un momento como éste. Necesito decirte adiós con todo mi cuerpo, con toda mi alma y mi corazón... pero me conformo con estos besos tan bonitos que me has entregado. Gracias. Su recuerdo siempre palpitará en mí y me permitirá creer que la oscuridad de la muerte no es tan devastadora y fría. Te rememoraré siempre, siempre, siempre, amada mía...
Yo no podía decirle nada, nada, pues el llanto había inundado toda mi garganta y mi pecho, me oprimía el corazón y el alma, me presionaba los párpados, me asfixiaba y había vuelto profunda mi respiración. Comencé a plañir tímidamente, tratando de que toda mi inmensa tristeza no intensificase el vigor de mis suspiros; pero fue imposible ignorar la potencia de mis sentimientos. Empecé a llorar entre los brazos de Rauth sabiendo que aquella vez sí tenía demasiados motivos para hacerlo. Ya no volveríamos a vernos nunca más. Aquélla sí era la última noche que podíamos compartir. Nada quedaba después de esos instantes, ningún cielo podría cubrirnos al mismo tiempo, ya no podríamos ver juntos la luz de las estrellas sabiendo que esos lejanos astros brillaban para nosotros, para alumbrar la oscuridad de la senda de nuestra vida. Aquella noche sí era el fin a todos nuestros momentos, a todos esos días, atardeceres, noches y amaneceres que habían sido nuestros, solamente nuestros.
-          No soporto saber que no volveré a verte nunca más —protesté sollozando desconsoladamente.
-          Sí volverás a verme. Me verás en tus sueños y en tus recuerdos. Saber que hemos vivido tantos momentos juntos debe ser un motivo que te impulse a seguir existiendo y a ser feliz...
-          Mi vida es eterna, Arthur. ¿Cómo puedo aceptar que no estarás nunca más a mi lado?
-          Tienes que ser fuerte...
Arthur susurró aquellas palabras como si fuese la primera vez que las decía. Tanto él como yo sabíamos que no tenían sentido en aquel momento, ni en el futuro ni en el pasado que abandonaríamos cuando aquella noche se terminase. Ya no me desalentaba únicamente saber que no volvería a ver a Arthur nunca más, sino ser consciente de que al día siguiente tendría que abandonar Lainaya para siempre, absoluta e irrevocablemente para siempre.
-          Deberías irte a dormir —me aconsejó Rauth con cariño mientras me retiraba las lágrimas que rodaban lentas por mis mejillas—. Eros estará preocupado por ti. Sinéad, por favor, sé feliz junto a él. Te ama con una locura inmensurable y ha estado a punto de perder la cordura en muchísimas ocasiones por pensar que no volvería a verte nunca más. Cuídalo. Eros es más frágil de lo que aparenta.
-          Lo sé, pero también es muy valiente... —sonreí con amor.
-          No es nada sin ti, absolutamente nada. Se cree nada si no estás con él... junto a él... vivita entre sus brazos.
Aquellas palabras me hicieron sonreír más ampliamente, pero también me apenaban. Me inquietaba que Eros pudiese sentirse nada si no estaba a mi lado, pues él para mí era lo más grande, la razón más potente para vivir. Sí, lucharía por nuestra felicidad, aunque tuviese que arrastrar la gran y pesada roca de la tristeza.
-          Sí, deberíamos irnos ya. Mañana será un día bastante duro —intenté sonreír con alegría, pero mi sonrisa estuvo cargada de nostalgia—. Buenas noches, Rauth... Arthur —rectifiqué con un susurro.
-          Llámame así siempre, Sinéad...
-          ¿Puedo preguntarte algo? —le cuestioné con miedo.
-          Sí, por supuesto.
-          ¿Cómo sabías que íbamos a encontrarnos en este lugar?
-          Fue el espíritu de Lainaya quien me trajo aquí; pero muchas veces soñé con Lainaya. Una parte de mi alma siempre supo que había algo de mí en esta tierra... Me lo comunicaba una voz que no se callaba nunca, que se expresaba tanto cuando estaba despierto como cuando dormía...
-          Es la voz de la magia. La voz de la magia nunca se silencia, nunca. No se atreve a callar ni siquiera cuando la crueldad más absoluta lo invade todo e intenta apagar toda la luz de nuestra vida.
-          Es la magia la que siempre nos ha unido, Sinéad, siempre. La magia es el camino de nuestros recuerdos, de nuestro pasado y de este presente... y, aunque no volvamos a vernos, seguirá siendo la senda por la que se deslizará tu futuro, cariño. Nunca dejes de soñar, nunca, pues jamás olvides que tus sueños sí pueden cumplirse, Sinéad.
-          Sí, es cierto —lloré cubriéndome los labios con mi mano diestra—. Gracias por tus palabras.
-          Gracias a ti por confiar en tu poder y en la magia...
Rauth y yo nos despedimos con un largo y eterno abrazo, un abrazo que gritó nuestros nombres para esparcir nuestro recuerdo por el firmamento. El viento débil que soplaba entre los árboles tomó un pedacito de nuestra respiración para poder hablarle a las flores sobre nosotros, sobre dos almas que, gracias a la magia, habían podido reencontrarse tras haber sido separadas por la muerte.
Caminé hacia la alcoba donde me esperaba Eros luchando incesantemente contra las potentes ganas de llorar que experimentaba. Cuando Eros me miró profundamente a los ojos, sonrió de nostalgia. Enseguida se apercibió de lo triste que me sentía. Le hablé de todo lo que me había ocurrido con Adina y con Rauth sin omitir ni un solo detalle. Eros no se inquietó, pues fue mi sinceridad la que le hizo percibirse seguro.
Nos dormimos en calma, sabiendo que a la noche siguiente perderíamos la noción de nuestra vigilia ya en la alcoba que había presenciado tantos momentos. Me pregunté si me atrevería a habitar en aquel pisito tan entrañable, pues estaba segura de que todos sus rincones contenían demasiados recuerdos... Prefería regresar a la morada de mi padre, donde la naturaleza pudiese hablarme de Lainaya...
El amanecer llegó demasiado rápidamente. Los sueños que anegaban mi espíritu se disiparon lenta, pero intensamente, y abrí los ojos sintiéndome excesivamente nerviosa y triste. Conocía perfectamente todo lo que acontecería ese día y no me atrevía a vivir todos sus instantes. Sin embargo, me bañé y me vestí intentando no pensar en nada para que mis ojos no exhalasen toda la lástima que me invadía el alma. Eros y yo nos dirigimos hacia el salón donde habíamos conocido a Lumia. Cuando pensaba en aquella antigua estidelf, mi corazón se encogía por dentro de mí hasta volverse del tamaño de un granito de arena. Me pregunté si la pena que teñía aquel día nos permitiría sonreírnos serenamente los unos a los otros.
No había nadie en aquel salón, pero no tardaron en empezar a aparecer todas las hadas que habían acudido al palacio de Lumia para presenciar la coronación de su próxima reina. Conocimos a heidelfs que nunca habíamos visto, a audelfs entrañables y nostálgicos, a niedelfs intangibles y volátiles cuya materia parecía ser solamente aire... Nos reencontramos con algunos niadaes que nos acompañaron en nuestra difícil travesía, Zelm me acogió  entre sus brazos como si en verdad fuese la madre que siempre espera con amor a su hijita... y, poco a poco, todos fuimos reuniéndonos en aquella estancia grande, cuyo centro era el trono desde el que Lumia había vigilado la existencia de Lainaya.
Los oxiníes, los areníes y los llauníes nos parecieron hadas muy delicadas y a la vez poderosas. Su ser solamente estaba formado del elemento al que pertenecían. Los oxiníes eran ligeras motas de viento que poseían el color de la noche más profunda y del amanecer más nítido. Apenas era posible distinguir sus rasgos y sus extremidades cuando se movían; pero, al aquietarse, podíamos percatarnos de que tenían unos ojos preciosos y unas facciones inmensamente primorosas. Sus ojos eran pequeños y estaban velados por pestañas cortas e intensas. Sus cabellos también eran aire, por lo que era muy sencillo que sus largos y abundantes rizos del color de la noche se meciesen al compás de sus ademanes y sus movimientos. Sonreían siempre, incluso cuando parecía que la tristeza estaba a punto de deshacer el mundo. Cuando hablaban, era como escuchar el susurro de las hojas que cantan junto al viento en la noche más profunda. Eran agradables, simpáticos y risueños. Sus pequeñísimas y redondas orejitas se escondían entre sus cabellos y solamente era posible verlas cuando alguien se dirigía a ellos. Emergían de su cabeza, diminutas y casi transparentes.
Los areníes, por el contrario, eran unas hadas muy pequeñas, como los granitos de arena de una mágica playa, y se distinguían de los demás en que eran de colores vivos y dorados. Al acercarse a los niadaes, parecía como si éstos últimos fuesen los océanos que el viento mece y los areníes, la orilla que los custodia. Su cuerpo era muy ligero y sus facciones eran marcadas. Tenían los ojos totalmente redondos y unos labios muy propensos a sonreír, como si imitasen la sonrisa de las olas del mar. Se mantenían casi siempre callados, mirando inquisitiva y curiosamente a su alrededor como si todo les resultase sorprendente y único. Eran hadas que podían ocultarse en cualquier parte, incluso entre las flores, y nadie se apercibía de su etérea presencia.
Y, por último, los llauníes me parecían las hadas más hermosas de todas. Se asemejaban a esas nubes que se deslizan suavemente por el firmamento dorado del verano presagiando la lluvia más fresca. Eran tan azules como un atardecer primaveral y sus cabellos parecían el reflejo de las esponjosas nubes que custodian los rayos de sol cuando el calor impregna la naturaleza. Sin embargo, en sus ojos era posible detectar la humedad y la lejanía de la lluvia. Miraban como si quisiesen convertir en agua todo lo que los rodeaba. Sonreían muy poco, solamente cuando los oxiníes reían energéticamente a su alrededor. Nos trataban con mucho respeto, como si tuviesen irrevocablemente aceptado que, junto con los areníes y los oxiníes, eran hadas casi sin importancia, sin saber que eran las responsables de que en Lainaya existiese el aire, la lluvia y las arenas del mar y de la orilla de los ríos.
Aquel inmenso y dorado salón se llenó de vida, de voces distintas, de olores exquisitos, de colores vivísimos y de risas inocentes. Yo me sentía excesivamente triste, pero por lo menos podía reconocer que la compañía de todas aquellas hadas me hacía creer que el mundo solamente se formaba de ingenuidad y magia. Todas las haditas que nos rodeaban me parecían propias de una tierra invencible que nunca desaparecería. Sin embargo, saber que yo no pertenecía a aquel mundo destruía todas las sonrisas que mis labios deseasen esbozar. De repente me di cuenta de que anhelaba, con una fuerza inmensurable y poderosa, quedarme allí para siempre, poder vivir eternamente en Lainaya sin acordarme de esa tierra donde mi vida había empezado, esa tierra llena de maldad, de contrariedades, de enemistades, de odio, de guerras, de injusticias... Yo ansiaba habitar en Lainaya. De súbito supe que era el único lugar donde verdaderamente podía sentirme acogida.
-          No quiero irme —le comuniqué a Eros. Mi voz sonó llena de tristeza, pero también de seguridad.
-          No podemos quedarnos. Nuestro destino no empezó en Lainaya. Solamente pueden vivir aquí quienes nacieron en esta tierra. Los demás somos meros visitantes que no pueden considerarla su hogar... —me explicó Eros con lástima y nostalgia.
-          Lo sé, pero no tolero saber que tenemos que irnos...
-          No pienses ahora en eso, Shiny. Dentro de poco aparecerá Brisita vestida de novia...
-          ¿Cómo es que yo no estoy con ella? —le pregunté escandalizada.
-          No lo sé. Tal vez no puedas hacerlo y solamente tengan permitido estar a su lado quienes pertenecen plenamente a Lainaya.
Aquellas palabras me entristecieron tanto que no pude evitar empezar a llorar tiernamente. Aunque yo fuese la madre de Brisita, aunque yo la hubiese alumbrado entre los árboles de Lainaya y bajo su mágico cielo, yo no podía estar a su vera en el momento más importante para ella... porque, a pesar de que estábamos unidas por un lazo que sólo la magia podía custodiar, en realidad yo no era irrelevante para su destino...
-          Shiny, Shiny... —suspiró Eros abrazándome tiernamente—. No llores, Shiny, no llores.
-          ¿Qué te sucede, Sinéad? —me preguntó Aliad con inocencia.
-          No quiere irse de aquí —contestó Eros con calma y cariño.
-          Nosotros tampoco queremos que te vayas, Sinéad —adujo Zelm con una voz maternal.
-          Pero ahora debes serenarte. Adina y Lumia están ayudando a Brisita a prepararse para este gran día. Están a punto de aparecer por esa puerta —me anunció Galeia con cariño.
Luché contra mis sentimientos y la tristeza que sentía para poder sonreírles a todos los que me mirasen. Aunque me costó muchísimo, conseguí dejar de llorar. Cuando creí que ya no volverían a brotar más lágrimas de mis ojos, inesperadamente, la puerta que Galeia me había señalado con sus claros ojos se abrió lentamente. Me paralicé cuando vi que en aquel salón se adentraban Lumia y Adina con Brisita tomada de la mano, quien, a su lado, parecía la fronda de un árbol totalmente acariciado por el otoño. El rojizo tono de sus cabellos contrastaba con la estival apariencia de esas dos estidelfs. Aunque Adina poseyese unos cabellos tan negros como la noche, el matiz de sus profundos ojos desvelaba que Brisita estaba enlazada al otoño más avanzado y tierno y ella, al verano más potente y devastador. Además, Brisita era mucho más menuda que aquellas imponentes y mágicas estidelfs.
-          Brisita, Brisita... —suspiré sorprendida, intentando no ponerme a llorar de nuevo.
-          Por la Diosa... ¡qué hermosísima está! —exclamó Scarlya con un susurro. Hasta entonces no me había percatado de que la tenía tan cerca.
-          Mira, por ahí viene Lianid acompañado de Oisín y Cerinia —me avisó Eros complacido.
-          También está precioso —se rió Scarlya con cariño.
Hacía muchísimo tiempo que no veía tanta hermosura, que no me anegaba el alma una belleza tan inocente y mágica. Brisita caminaba como si estuviese envuelta en pétalos de flores resplandecientes. Me costaba comprender de qué estaba hecho el vestido que portaba. Era tan blanco como la nieve, pero también aparentaba inquebrantabilidad. Sus largos y abundantes rizos caían libres por sus hombros descubiertos y se elevaban levemente cuando ella caminaba. Su espeso flequillo recto ya había crecido lo suficiente para que pudiese retirárselo de la frente. La mitad de su ojito izquierdo se ocultaba tras aquel flequillo escarlata que le daba a su rostro una forma inocente y juvenil.
El vestido que llevaba me parecía creado por las manos más dulces y mágicas de la Historia. Su falda era pomposa y larga y su talle se ceñía a su cintura como si fuese parte de su cuerpo. Las mangas eran también anchas y etéreas y en el pecho tenía bordados que  parecían realizados por la hierba más verde y fresca. En la cabeza portaba una hermosísima guirnalda de flores que hacía resplandecer sus perfectos ricitos.
-          ¿De qué está hecho su vestido? —le pregunté a Zelm con curiosidad.
-          De pétalos de flor de almendro, de dientes de león, de jazmín, de rosas blancas... De los pétalos de muchísimas flores aromáticas y veraniegas —me respondió con cariño.
-          Es precioso...
-          Sí, es un vestido muy bonito.
-          Mira a Lianid... Se nota mucho que está nervioso —se rió Scarlya con inocencia.
Miré a aquel audelf que estaba a punto de unirse eterna e irrevocablemente a Brisita con los ojitos llenos de curiosidad. Lianid estaba vestido con una túnica hecha de flores y hojas ya acariciadas por la caducidad del otoño. Tenía los ojos entornados, como si le diese miedo percibir todo lo que lo rodeaba, y caminaba lentamente hacia Brisita, por un pasillo que todos habíamos hecho sin que nadie tuviese que ordenárnoslo. Brisita lo esperaba serena y sonriente, aunque  su mirada también destilaba unos nervios infinitos y una emoción estremecedora. Tras de ella había un gran ventanal por el que se adentraba toda la magnificencia de aquel día soleado que presenciaría aquellos instantes tan mágicos que todos debíamos compartir.
-          Brisita —oí que Lianid susurraba—, mi Brisita... qué hermosa estás, amor mío...
Al oír aquellas serenas y amorosas palabras, la sonrisa que Brisita tenía esbozada en sus sonrosados labios se tiñó de añoranza, de cariño, de felicidad, de sosiego. Cuando ya se tuvieron al alcance de sus brazos, Brisita y Lianid alargaron sus manos para que el otro se las tomase con respeto, alegría y muchísima ternura. Ambos cerraron los ojos cuando se percibieron ya unidos por la fuerza de sus dedos. Entonces, con una voz calmada y llena de antigüedad, la reina de Lainaya comenzó a hablar, pronunciando unas palabras que nos sobrecogieron a todos:
-          Ha llegado el día en que Lainaya y yo debemos separarnos para dar paso a una nueva y mágica época. Cedo, con todo mi cariño, mi respeto, mi fascinación y mi gratitud este reino donde impera la magia y el poder de la naturaleza a una audelf que, con toda su inocencia y su bondad, cuidará de todas sus regiones, de todos sus habitantes y de su destino. Dejo, en las manos y en el alma de Brisita, la vida de Lainaya para que ella sea su nueva protectora. La vida resplandecerá ahora en ella cuando yo parta para siempre de este mundo donde he sido tan inmensa e inmensurablemente feliz. Brisa, tu valentía, tu inteligencia, tu sabiduría y tu infinita bondad te permitirán reinar Lainaya con una serenidad indestructible, facilitarán que todos los que aquí viven te respeten y te adoren. Eres tan buena que ni siquiera la maldad se atreverá a acercarse a ti. Eres capaz de destruir todas las enemistades y los odios que puedan surgir entre estas haditas que, a veces, por carecer de motivos para sufrir, buscamos la rivalidad en los seres que en verdad son nuestros hermanos. Te doy mi vida para que custodies todo lo que yo he creado con todos mis años de reinado... Reinarás Lainaya hasta que la Diosa Ugvia haya considerado que ha llegado el momento de otorgarle a otro ser la potestad del hado de esta tierra... Recuerda que la próxima reina de Lainaya es una niedelf... una de esas hadas que guardan en su alma el susurro callado de las vidas, el calor más frío del invierno y el aliento más acogedor de las lumbres. Cuida a todos los habitantes de Lainaya como si hubiesen nacido de tus entrañas. Sé feliz aquí y procura que todos los que te admiran y te respetan lo sean. Con mucho orgullo y amor, poso en tu cabeza la corona más bonita y delicada que jamás haya portado una reina para que tanto el aire, como el agua, la tierra y el fuego sepan quién es su reina, para que la vida encuentre su continuación en tus ojos, en tu presencia, en tu alma.
Y, mientras Lumia pronunciaba aquellas palabras tan llenas de amor y fascinación, le colocaba a Brisita en la cabeza una hermosísima y delicada corona del color de la nieve más pura; la cual se unió perfectamente a la guirnalda que hacía resplandecer sus cabellos. Brisita apenas podía mirar a su alrededor. Tenía los ojos llenos de brumas, de lágrimas... lágrimas de gratitud y nervios.
Aquella corona era tan especial que me costaba comprender su diseño y su apariencia. Estaba hecha de ramitas húmedas, de suaves pétalos de flores, de restos de hojitas, de pedacitos de frutos que habían perdido su vida entre la arena. Brillaba como si las estrellas le hubiesen regalado su luz y, desde donde me hallaba, podía notar que despedía un intenso olor a flores recién nacidas y a lluvia.
Entonces ocurrió algo mágico, incalculablemente hermoso y entrañable. Cuando Lumia le hubo acomodado la corona a Brisita en la cabeza, la dorada luz que entraba por aquel gran ventanal se convirtió en un resplandor azulado que me recordó al reflejo del ocaso en el mar. En el firmamento aparecieron repentinamente unos pequeños y brillantes pajaritos que comenzaron a entonar una trova bella y melancólica; la naturaleza que rodeaba aquel preciosísimo palacio pareció revivir; el viento empezó a soplar levemente, meciendo con cuidado las ramas de los árboles; los animales que hasta entonces habían restado encerrados salieron de sus hogares y se pasearon libremente por aquel inmenso jardín; unas nubes esponjosas y relucientes se deslizaron con pausa por el firmamento y dejaban caer, inesperadamente, una lluvia muy fina y plateada que volvió refulgentes las hojitas de los árboles y los pétalos de las flores.
El ambiente se había llenado de olores exquisitos, como el de la humedad de la lluvia, el de la vida de los frutos y de los árboles; de sonidos que acariciaban el alma, como el trinar de los pájaros y el suspiro de los animales, la voz del agua que susurraba entre las rocas, el tenue murmullo de la lluvia... y la luz que nos envolvía era tan azulada y acogedora como el fulgor del atardecer más primaveral.
-          ¿Por qué está ocurriendo esto? —le pregunté a Zelm con un casi inaudible susurro.
-          Porque la naturaleza está despidiéndose de Lumia a la vez que le da la bienvenida a Brisita.
Mientras Zelm me dirigía aquellas tristes y a la vez alegres palabras, unos pequeños rayos de luz descendieron del firmamento y se posaron en la tierra, mezclándose con las flores. Aquellos suaves destellos se tornaron, de pronto, en unas diminutas, pero vigorosas llamitas que comenzaron a deslizarse por la naturaleza, envolviendo los troncos de los árboles, subiendo a sus copas, de nuevo posándose entre las flores... El fuego también se despedía de Lumia tornado unos suaves e inocentes fulgores del color del sol.
Lumia estaba apoyada en el brazo de su hijita Adina. Tenía la mirada fija en la hermosura de la despedida que la naturaleza estaba regalándole. Aunque no pudiese verla plenamente, sabía que su alma estaba sintiendo aquel adiós con toda la fuerza de la magia. Me di cuenta de que sonreía, de que en absoluto se sentía triste ni temerosa. Adina la acompañó a un sillón donde Lumia se acomodó con muchísima calma, sabiendo que tal vez se sentaba allí para no volver a levantarse nunca más.
-          Brisita, la naturaleza te da la bienvenida a Lainaya y te agradece que hayas aceptado ser su próxima reina —intervino Cerinia con muchísima admiración—. En estos momentos, ya has empezado a ser la reina de Lainaya... Tienes que permitir que toda tu magia te guíe y te haga pronunciar palabras que tú no pensarás y que brotarán de lo más profundo de tu alma...
-          No sé qué decir —se quejó Brisita intentando sonreír. De sus ojos no cesaban de emanar todos sus sentimientos convertidos en miradas inquietas.
-          Deja que la magia te guíe...
Entonces, Brisita se quedó en silencio, incapaz de comenzar a hablar. Tenía los ojos cerrados y apenas se movía, solamente se percibía un tenue temblor en sus manitos. Al fin, cuando creímos que la voz de la naturaleza se silenciaría sin que ella hubiese hablado, abrió los ojos y, dedicándonos a todos una mirada anegada en gratitud, amor y respeto, comenzó a pronunciar aquel discurso que la magia le susurraba en su alma:
-          Me siento inmensamente feliz de estar aquí, entre todos los habitantes de Lainaya. Me empequeñece saber que seré vuestra reina durante un tiempo que en este lugar no tiene forma de ser contado; pero a la vez estoy inmensamente feliz de poder cuidaros a todos. Tengo demasiado amor para daros, guardo en mi alma muchísimos anhelos que sólo existen para esta mágica tierra que me dio la vida, que siempre será mi hogar. Quisiera que todos los que estáis aquí pudieseis vivir junto a mí todos los siglos que Lainaya tiene preparados para mí, pero debo aceptar que en la felicidad también hay pérdida... Sin embargo, mi memoria alberga recuerdos que siempre me permitirán ser feliz y sentirme dichosa de haber existido en todos los instantes que la Diosa escribió para mí. A partir de estos momentos, anhelo que todos los habitantes de Lainaya estemos unidos, que jamás vuelvan a surgir entre nosotros esas enemistades que pueden atraer a la oscuridad. Tenemos que ser fuertes y ayudarnos en todo lo que sea posible. Nunca debemos abandonar la bondad que la Diosa posó en nuestra alma y tenemos que respetarnos inquebrantablemente a todos. Todas las regiones de Lainaya pueden ser el hogar de todos sus habitantes. A partir de ahora, la magia que se resguarda en mi alma destruirá esas fronteras que dividían todas las regiones que forman esta tierra. Ningún niedelf volverá a morir si atraviesa el desierto del estío, ningún estidelf perderá su aliento entre las montañas de la tierra del invierno... Toda Lainaya será nuestra morada...
Brisita hablaba como si jamás hubiese sentido tristeza ni miedo; pero todas sus palabras sonaban melancólicas. Nos miraba a todos cuando pronunciaba aquellas frases tan bonitas, pero sobre todo me observaba a mí, me dedicaba miradas impregnadas de tristeza y anhelos que nunca podrán cumplirse. Llegó un momento en el que no soporté la potencia de la pena que irradiaban sus ojos y agaché los míos para protegerme de la insufrible nostalgia que estaba anegando mi alma. Brisita, sin embargo, continuó hablando, destilando con su voz un sinfín de deseos nobles que nos envolvían a todos en un halo de respeto que nada podría romper.
-          La lluvia, el otoño, el aire, el agua, la nieve, el fuego, la tierra: todo, todo será respetado por todos. Yo viviré en la región del otoño, pero no quiero que sean los audelfs los únicos que me acompañen. En mi palacio deseo que habiten hadas de todas las regiones de Lainaya porque yo no seré la única que reinará esta tierra. Lo haremos entre todos. Todos cuidaremos nuestro hogar...
Cuando Brisita terminó de pronunciar aquellas palabras que brotaban de la inquebrantable presencia de la magia, todos le lanzamos sonrisas y besos llenos de amor, gratitud y felicidad. Todas las hadas que nos hallábamos en aquel gran salón la observábamos como si ella fuese la representación de nuestra alma.
Cuando supimos que Brisita había acabado de pronunciar aquel mágico discurso, Cerinia se acercó a ella y la tomó de las manos. Lianid había permanecido todo el tiempo al lado de mi hijita, protegiéndola con la mirada, dedicándole sonrisas llenas de amor cuando ella parecía estar más nerviosa. Cuando Cerinia la cogió de las manos y miró a su hijo con felicidad y amor, fuimos conscientes de que había llegado el momento de unir a aquellos dos audelfs que tanto se amaban.
-          Tenemos que ir al bosque. La naturaleza tiene que unirlos allí —nos comunicó Cerinia a todos con majestuosidad y sublimidad.
Entonces, todos nos dirigimos hacia aquel mágico bosque que todavía seguía despidiéndose de Lumia a la vez que le daba la bienvenida a Brisita a su nueva vida. Adina, con la ayuda de otro estidelf, llevó en brazos el sillón donde su madre se había acomodado. Lumia tenía los ojos casi cerrados, pero se esforzaba por atisbar en lo que la rodeaba la luz de los últimos momentos de su vida. Adina la miraba con tanta pena que era incapaz de ocultar sus sentimientos. Deseé abrazarla, pero sabía que, si lo hacía, entonces ambas arrancaríamos a llorar sin consuelo.
Cuando nos hubimos situado entre aquellos majestuosos árboles, Cerinia acompañó a Brisita y a Lianid hacia la vera de una enorme y hermosa fuente de cristal en forma de arcoíris. El agua brotaba del centro de aquel arcoíris encaminándose hacia el cielo, alimentando a las nubes con su dorado fulgor. Parecía como si el agua poseyese los colores del arcoíris, como si el cielo se tiñese de matices mágicos al ser acariciado por aquella nítida y fresca agua. El sonido que hacía al emanar de aquella preciosa fuente era muy delicado y casi imperceptible, pero se mezclaba con la voz del viento y de los pájaros que todavía entonaban muy primorosamente.
-          Me siento pequeña —le confesó Brisita a Cerinia.
-          Es comprensible. Te rodea demasiada hermosura —le contestó ella con mucho amor. Me sobrecogí cuando pensé que, cuando yo me marchase, Cerinia podría ocupar el puesto de esa madre que yo no podía ser para mi hijita. Cuando creí que aquella certeza me haría empezar a llorar desconsoladamente, Cerinia volvió a intervenir con pausa y sublimidad, dirigiéndose a todos nosotros con una voz impregnada de amor y gratitud—: Habitantes de Lainaya y visitantes de otros mundos, estamos en este precioso y majestuoso lugar para presenciar uno de los momentos más bellos e importantes de la vida de esta mágica audelf y de mi primer hijito Lianid. Brisita acaba de ser coronada reina de Lainaya, pero no lo será definitivamente hasta que Lumia parta para siempre de la vida, algo para lo que en verdad no queda mucho; pero, antes de que Lumia se vaya, junto con la naturaleza, debo unir a Lianid y a Brisita en un solo destino, debo lograr que sean para siempre uno del otro. Brisita y Lianid serán la nueva vida de Lainaya, su nueva luz, su imperecedero amparo. Lianid y Brisita, ¿estáis preparados para abandonar la soledad del amor y entregaros a ese nuevo hado que la naturaleza y la Diosa han escrito para vosotros?
-          Sí, estamos preparados —contestaron ambos al mismo tiempo.
-          La duración de vuestro amor dependerá de la fidelidad, del respeto y de la confianza que el uno deberá profesarle al otro, pero sobre todo de que el amor que ambos sentís luche contra la finitud de la vida para que pueda sobrevivir a lo largo del tiempo y a través de las edades que Lainaya debe vivir. Lianid, tienes que respetar, amar y aceptar todo lo que Brisita sea en todo ese tiempo inmedible que permaneceréis unidos. Deberás acompañarla en todos los instantes de su vida, tanto en los más hermosos como en los más desalentadores. Tendrás que aconsejarla en todo lo que ella te solicite, ayudarla en todo lo que puedas y sobre todo apoyarla. Nunca dejes de demostrarle que ella es la única flor que vive en tu alma, la única luz que brilla en tus días. Habéis nacido para estar juntos para siempre. ¿Aceptáis este destino que la Diosa os ha otorgado?
-          Sí —respondieron con amor y nostalgia.
-          Y, tú, Brisita, ya reina de Lainaya, deberás guardar en tus manos el alma de Lianid para protegerla de la fuerza de las tempestades y del vigor del viento, para acunarla cuando se sienta aterida, para acariciarla cuando percibas que el calor de la vida desea derretirla. Serás suya para siempre, pero él también te pertenecerá hasta que tu aliento se apague. Tendrás que luchar por ser siempre feliz con él, pero también deberás compartir con tu amado todos tus pensamientos y sentimientos para que podáis gozar juntos de todas las facetas de la vida, incluidas las más tristes. ¿Es ese el destino que deseas vivir?
-          Sí, ese es —afirmó Brisita con una seguridad inquebrantable mirando fijamente a Lianid.
-          Pues, si la Diosa y la naturaleza lo aprueban, a partir de este momento no se concebirá al uno sin pensar en el otro, no serás Brisita sin ser también Lianid y tú, Lianid, no podrás respirar solamente como Lianid, sino también como Brisita, pues compartiréis el aire, el agua, el fuego, la tierra y la vida. Seréis uno en el tiempo y en el espacio, seréis un único aliento ante la naturaleza. Bajo las estrellas brillaréis como una sola estrella y, cuando la lluvia caiga del cielo, sus gotas humedecerán vuestra alma como si vuestro espíritu estuviese encerrado en el cuerpo de un único ser. A partir de este instante, ya sois dos en uno, ya sois otoño y amor en una sola alma.
Entonces la tenue y dorada lluvia que caía del cielo se intensificó para desvanecerse, para prestarle el dominio del aire al viento. Sopló una brisa muy cariñosa y cuidadosa que meció las ramas de los árboles e hizo que el agua que brotaba cristalina de aquella colorida fuente dibujase formas de ensueño en el firmamento, el cual estaba teñido del matiz de la tarde más azulada o del amanecer más nítido. Todos observábamos anonadados aquel instante como si después de aquél no existiese nada más. La belleza que lo impregnaba era tan infinita que incluso me pregunté si alguna vez pudo estremecerme alguna imagen escalofriante.
El suave canto de los pájaros fue mermando, volviéndose cada vez más quedo hasta que se desvaneció, perdiéndose por el silencio que la naturaleza comenzó a mantener consigo misma y con nosotros. Entonces entendí que aquel silencio había nacido porque acababa de apagarse una vida. No me atreví a mirarla, pero podía imaginarme perfectamente que aquellos ojos cristalinos y brumosos se habían desprendido del último recuerdo que los anegaba, que aquellos labios que habían esbozado sonrisas inmensamente tiernas y entrañables habían dejado escapar el postrer suspiro de ese aliento que había exhalado tanta vida y sabiduría. Las envejecidas manos que habían colocado sobre la cabeza de Brisita aquella corona tan hermosa ya no sostenían el aire, ya no esperaban ser tomadas... porque quien las poseía ya se había marchado de la vida.
La vida de Lumia se había apagado como una estrella que se cansa de brillar en un cielo lleno de resplandores eternos. Noté que la sombra de la tristeza se posaba sobre las flores y nos rodeaba, pero aquella honda pena no nos estremeció de disgusto, sino de aceptación, de sublimidad, de amor. Todos sabíamos que aquel momento estaba escrito en el firmamento y en el destino de la vida de Lainaya.
-          Está convirtiéndose en humo —me susurró Scarlya en el oído. Noté que estaba sobrecogida.
Entonces sí me atreví a mirar hacia donde Lumia se hallaba. Descubrí que el sillón donde se había sentado resguardaba un cuerpo que cada vez aparecía más vaporoso. Las nubes que guarnecían el firmamento no eran tan nítidas y esponjosas como aquélla en la que Lumia estaba convirtiéndose. Su mágico y antiguo cuerpo estaba deviniendo, cada vez más intensamente, en un pedacito de humo blanco que empezó a ascender hacia el cielo. El sillón donde había fenecido también fue desapareciendo hasta formar parte de un recuerdo. En el cielo se posó la estela de la vida de Lumia; la que se mezcló con el aire y las nubes hasta tornarse una lluvia de nieve que hizo resplandecer las flores. El aire meció aquellas nubes que amparaban los últimos rescoldos de la vida de Lumia y entonces su existencia se perdió para siempre en el azul de aquel cielo estival.
-          Ya se fue —musitó Adina con una voz trémula y casi inaudible—. Ya se fue, se fue...
-          Sí, Adina, se fue —le confirmó Galeia con mucho amor.
No podía ver nada, sólo podía captar lo que sucedía en mi entorno con mi alma, puesto que los ojos se me habían llenado de lágrimas. Eros me aferró de la mano cuando me percibió tan deshecha. Empecé a llorar silenciosamente; pero sabía que no estaba plañendo solamente porque Lumia hubiese partido de la vida, sino porque era consciente de que cada vez se hallaba más cercano el momento de marcharnos de Lainaya...
-          Ya no queda nada que te impida empezar a ser la reina de Lainaya, Brisa —le anunció una voz misteriosa que provenía del cielo, de las hojas, de las flores, de los troncos de los árboles, del viento y de la tierra—. No temas. Te habla tu primera súbdita, la primera alma que está a tus pies y que desea guiarte a través de la senda de tu vida. Soy Ugvia, el espíritu de todas las cosas, el alma de la vida y de la muerte. Moraré en ti hasta que tu aliento decida expirar y hayas encontrado la próxima reina de Lainaya. Lumia se ha ido, pero seguirá estando en el fuego porque a él siempre le perteneció. No te sentirás sola nunca, puesto que yo siempre permaneceré en el interior de tu cuerpo, en lo más hondo de tu corazón y en lo más profundo de la Tierra.
Brisita no pudo contestarle, pues se había quedado totalmente sorprendida, pero con sus ojos desveló que le agradecía a Ugvia que se comunicase con ella de esa forma tan sublime y sobrecogedora. Todos los que vivíamos junto a ella ese momento también nos habíamos estremecido y empequeñecido al escuchar la suave e inverosímil voz de la Diosa sonando por todos los rincones de esa mágica naturaleza.
-          Ya has oído a Ugvia, Brisita —habló Galeia—. Ahora todas las reinas de Lainaya tenemos que rendirte obediencia poniendo nuestra alma en cada palabra y mirada que te dediquemos. Somos reinas de nuestras regiones, pero tú eres nuestra reina suprema.
Entonces, Galeia se dirigió hacia Zelm, Cerinia y Laudinia y, con una mirada anegada en amor y respeto, les pidió que se acercasen a Brisita. Todas se reunieron alrededor de la reina de Lainaya. Se agacharon dirigiendo sus manos hacia el cielo, como si todas sostuviesen una gran bola de cristal, e, inesperadamente, Brisita, tras cerrar los ojos, comenzó a elevarse hacia el firmamento. Zelm, Cerinia, Galeia y Laudinia la aferraban muy etéreamente de los pétalos de su vestido; los cuales ni siquiera protestaron al sentir la caricia de aquellas mágicas manos.
Al empezar a ascender hacia el cielo, las cuatro reinas de Lainaya también comenzaron a despegarse del suelo. En breve, el agua que brotaba de aquella colorida y mágica fuente en forma de arcoíris se mezcló con la brillante presencia de aquellas cinco hadas que, con su unión, representaban el lazo que todas mantenían con la naturaleza y la vida. En los ojos de aquellas mujeres tan mágicas se detectaba una infinita gratitud y un inmensurable amor. Brisita sonreía, aún teniendo los ojos cerrados, como si aquel momento no hubiese sido precedido por ningún otro y fuese el último de su vida.
El cielo, inesperadamente, se llenó de colores vivos, relucientes y cálidos que nos acariciaron el alma, la piel, la mirada. Pareció como si el agua que brotaba de la fuente se hubiese apoderado del alma de aquellas cinco haditas tan entrañables. Creí que el silencio sería la única trova que acompañaría el ascenso y los mágicos movimientos que todas realizaban en el firmamento, pero de repente comenzó a sonar una música muy tierna y pausada. Me costaba detectar de dónde provenía, pero aquello ya no me inquietaba, pues todos los sonidos que existían en Lainaya procedían de todos los rincones de su naturaleza.
-          Ha llegado el momento de la música y de la fiesta —me anunció Adina intentando sonreír—. La vida prosigue, tiene que continuar su curso... y Lainaya ahora brillará más que nunca, pues no la acechará ni una sola amenaza.
Adina portaba en sus manos un reluciente tambor que estaba a punto de empezar a tañer. Oisín se acercó a mí con una pequeña arpa en sus manos, lo cual me emocionó profundamente. La tomé con respeto y cuidado y rogué que el instante de empezar a tocarla llegase pronto. Entonces me di cuenta de que todas las hadas que allí había sostenían un instrumento en sus manos, ya fuese de cuerda, de percusión o de viento. Rauth tenía una mágica y preciosa cítara en sus manos que ya tañía con mucho primor y cariño.
Entonces todos comenzamos a crear una música pausada y a la vez alegre, cuyo mágico sonar se mezclaba con los matices que impregnaban el firmamento. El agua que manaba de la fuente, el viento que soplaba entre las ramas de los árboles, las pequeñas llamitas que jugaban revoltosamente con los pétalos de las flores y los granitos de arena que el viento levantaba estaban mezclándose con la presencia de las cinco hadas más importantes de Lainaya, quienes de pronto descendieron a la tierra para danzar junto a nosotros al son y compás de esa música que brotaba de los más profundos anhelos de la naturaleza.
El tiempo se desvaneció, dejó de discurrir y de existir mientras la música se mezclaba con la voz de la naturaleza, mientras todos danzábamos, cantábamos y reíamos libre y felizmente. La nostalgia apenas se asomó a nuestros ojos durante todos esos momentos que pasamos disfrutando de la parte más brillante de la vida. El azulado cielo del día fue oscureciéndose lentamente hasta que al fin las estrellas comenzaron a relucir suave, pero intensamente. La música que brotaba de nuestra alma y se posaba en nuestras manos fue apagándose hasta acabar deshaciéndose. Todo se quedó en silencio de pronto. Los instrumentos que sosteníamos en nuestras manos temblaban de alegría y cansancio y el viento que no había dejado de soplar durante todo aquel tiempo fue aquietándose hasta esconderse entre las nubes. El ambiente se impregnó de intimidad, de vida y de sublimidad. La oscuridad de la noche ya se esparcía por el bosque, cubriendo las flores como si de un aterciopelado manto se tratase. Entonces, noté que mi alma se encogía y se encogía por dentro de mí. Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido y unos punzantes y gélidos nervios gritaron en mi estómago.
Todas las hadas que habíamos tocado aquella música tan alegre y hermosa dejaron su instrumento en el suelo y se acercaron a la reina de Lainaya para arrodillarse ante ella y besarle con respeto y amor sus cariñosas manos. Yo apenas podía mirar a mi alrededor y prestarle atención a todo lo que captaban mis sentidos, pues estaba temblando de nervios y los ojos se me habían llenado de lágrimas. Eros no se atrevía a tomarme de la mano por si su cariño me hacía estallar de tristeza.
-          Gracias por este día tan maravilloso —nos agradeció Brisita a todos con una voz llena de cariño—. Jamás lo olvidaré.
-          Gracias a ti por ser tan buena y por luchar por Lainaya —habló Galeia.
-          Y sobre todo por instalar el respeto entre todos nosotros —intervino Zelm.
-          Nunca permitiremos que Lainaya vuelva a ser amenazada por la oscuridad. Todos juntos la protegeremos —aseguró Cerinia.
-          Gracias —dijo Brisita intentando no llorar.
-          Nunca estarás sola, amor mío —le prometió Lianid tomándola con cariño de la mano.
-          Ahora ha llegado el momento de regresar a nuestros hogares —anunció Oisín— y de despedirnos de todos los que no pueden habitar en Lainaya.
-          No, no —musité casi inaudiblemente.
-          Brisita, todo momento feliz tiene su faz triste... —le advirtió Zelm con muchísima delicadeza.
-          No quiero vivir este momento —protestó ella casi sin poder hablar.
-          La reina de Lainaya tiene que aprender a vivir también con la tristeza y la ausencia, pues de esas sensaciones se componen nuestra tierra, la que existe en sustitución de las vidas que se apagan —expresó Galeia con pena.
Entonces todas las hadas que le habían jurado lealtad a Brisita fueron retirándose de su lado y comenzaron a desaparecer tras los árboles. Salvo ellas, nadie se atrevía a moverse. Al fin, inesperadamente, me di cuenta de que solamente nos hallábamos en aquel mágico bosque Eros, Scarlya, Leonard, Rauth, Cerinia, Laudinia, Zelm, Galeia, Oisín, Brisita, Lianid, Adina y unos pocos estidelfs más. Los demás heidelfs, estidelfs, audelfs, niedelfs, niadaes, oxiníes, areníes y llauníes se habían marchado. Supe que no volvería a verlos nunca más.
-          Necesito hablar con mi mamá antes de que se vaya para siempre —pidió Brisita con una voz trémula.
-          Por supuesto que puedes hablar con ella, Brisa —le aseguró Oisín con dulzura—. Nadie os arrebatará el momento de despediros con amor y serenidad.
Entonces Brisita comenzó a caminar hacia mí. Sus pasos mecían su vaporoso vestido y sus rojizos cabellos, sobre los que todavía tenía aquella corona tan bonita y delicada. Cuando la tuve a mi lado, la tomé de la mano y comencé a vagar por aquel bosque en busca de un lugar donde pudiésemos conversar serenamente. Estaba tan nerviosa que ni siquiera sabía qué palabras le dirigiría. Me sentía incapaz de vivir ese momento.
Nos detuvimos en medio de dos grandes árboles. La fuente en forma de arcoíris todavía se distinguía a lo lejos, sobresaliendo por encima de las frondosas y verdes copas de los árboles. Brisita soltó mi mano de pronto y me rodeó tiernamente con sus brazos llorando con desesperación y agonía. Correspondí a su abrazo deshaciéndome en llanto, sintiendo que la tristeza y la angustia me desvanecían.
-          No quiero que te vayas —protestó Brisita con una voz totalmente quebrada. Nunca la había oído llorar así—. No soporto saber que nunca más volveré a verte, mamá, mamá... Te necesito, Sinéad, te necesito —exclamaba apretándose contra mí, no importándole que los pétalos de flores que creaban su vestido se aplastasen.
-          No sé cómo voy a vivir sin ti, hijita mía —le contesté estremecida de tristeza.
-          Confío en que sí podamos volver a vernos. Lainaya está en ti... Es imposible que, habiendo influido tanto en su destino, no puedas regresar —seguía llorando.
-          Brisita, prométeme que siempre serás feliz, siempre; pero prométeme también que sentirás todas las emociones de la vida sin huir de ninguna de ellas. Somos seres sentientes. No podemos escaparnos de nuestros sentimientos.
-          Te lo prometo.
-          Yo viviré en... en tus... recuerdos... —le aseguré llorando desesperadamente.
-          Te quiero, te quiero con toda mi alma, de veras... Gracias, gracias por darme la vida, por todo lo que has hecho por mí, por luchar por mí...
-          Cualquiera lo habría hecho, pues eres mágica, Brisita. Te mereces todo, todo lo bueno que haya en el mundo y en la Historia.
-          Mamá, tengo miedo, estoy asustada. Temo no cumplir bien mi función en Lainaya.
-          Lo harás muy bien. No temas...
-          Tengo miedo, Shiny —me confesó sobrecogida.
-          No, no lo tengas. Eres valiente, mágica y fuerte. Estoy completamente convencida de que superarás todos los obstáculos y adversidades que puedan oscurecer tu destino, y seguro que apenas tendrás que luchar contra amenazas... —intenté sonreírle.
-          También tengo miedo por otra cosa, Sinéad —me declaró con vergüenza.
-          ¿De qué se trata?
-          Lianid... Amo a Lianid con toda mi alma y esta noche... bueno... Me da mucha vergüenza decirte esto... pero esta noche...
-          Ya sé a lo que te refieres —me reí con cariño retirándole su oblicuo flequillo de su ojito izquierdo y acariciando sus lágrimas—. ¿Por qué tienes miedo? Será un momento muy especial y mágico, ya verás...
-          No sé qué debo hacer... No sé si sabré hacerlo bien...
-          No hay que aprender a hacer eso —me reí con mucha inocencia—. Es un conocimiento que surge de ti, que está en ti... y te guiará en cuanto te sientas cerca de Lianid, cuando te percibas entre sus brazos.
-          ¿Seguro que sabré hacerlo bien?
-          Por supuesto... Vuestro amor os guiará... ya lo verás. Sobre todo no estés nerviosa. Nada irá bien si permites que los nervios se apoderen de ti.
-          Gracias, Shiny... ¿Crees que yo puedo ser una buena madre?
-          Por supuesto. Nunca lo dudes.
-          Me gustaría que estuvieses junto a mí cuando vaya a ser madre, Sinéad...
-          A mí también me gustaría verlo —musité agachando los ojos.
-          Estoy segura de que será posible. Sí, lo verás...
-          Pero tampoco podemos aferrarnos a esa brumosa posibilidad.
-          Pues yo me aferraré a ella porque entonces, si me convenzo de que nunca más volveré a verte, me moriré de tristeza, mamá —lloró de nuevo con una pena hondísima que me traspasó el pecho.
-          Brisita, Sinéad... —nos apeló Rauth con cautela.
-          Rauth también tiene que despedirse de nosotras... Me pregunto por qué debemos vivir estos momentos tan tristes —me quejé apenas sin poder hablar.
-          Brisita, Sinéad... no lloréis, por favor —nos solicitó Rauth con mucha ternura mientras nos acariciaba los cabellos a las dos—. Quiero marcharme de la vida evocando intensamente el recuerdo de vuestra sonrisa. Es la imagen más hermosa que puede acompañarme en esta transición...
-          Papá... —lloró Brisita lanzándose a sus brazos.
-          Hijita... me gustaría haber disfrutado más de ti, pero nuestra vida ha sido turbia. He sido débil. No debí haber permitido que la oscuridad me arrebatase el alma... pero ya no es posible regresar al pasado para volver a vivir los momentos que nos pertenecen, aunque sea lo que más deseo en el mundo...
-          No importa... Eres un ser infinitamente mágico, Rauth, siempre lo serás —le declaré con una voz quebrada.
-          Tú sí eres un ser mágico... Eres el alma de la vida, de la luz y del amor. Nunca lo olvides, Sinéad.
Los tres nos abrazamos como si en aquel momento fuésemos a partir unidos de la vida, como si quisiésemos que la muerte nos sorprendiese tan unidos. Ninguno de los tres se atrevía a finalizar aquel abrazo que tan tiernamente nos enlazaba; pero todos sabíamos que había llegado el momento de decirnos adiós para siempre...
-          Siempre te recordaré, Arthur —le susurré cerrando con fuerza los ojos.
-          Y yo a ti, Sinéad, mi dama de la noche...
-          Sinéad, yo también quiero despedirme de ti —me comunicó una voz profunda y serena.
-          Oisín...
Me esforcé por decir su nombre con nitidez, pero el llanto me impidió hablar con claridad y firmeza. Al verme llorar tan desconsoladamente, Oisín me rodeó con sus brazos y me presionó contra su mágico pecho, haciéndome recordar esos turbios y difíciles instantes que habíamos compartido todos, haciéndome evocar el recuerdo de su acuático palacio y de todos esos días y noches que habíamos luchado por nuestro destino...
-          Hemos compartido momentos muy difíciles, pero siempre te recordaré con un cariño indestructible e infinito. Un alma tan buena y mágica como la tuya no se merece ser olvidada —me aseguró con mucha ternura mientras me acariciaba los cabellos.
-          Es cierto. Lainaya siempre tendrá algo de ti, algo que permanecerá en el aire, en el fuego, en el agua, en la tierra, en el aliento de la vida... Para siempre serás importante para todos nosotros... —me declaró Zelm acercándose a nosotros.
-          Y siempre podrás regresar en el mundo de los sueños, Sinéad —me indicó Galeia—. No llores, vamos... Sé fuerte... Necesitas regresar estable a tu mundo...
-          Si te marchas llorando de Lainaya, tus lágrimas devendrán una lluvia que humedecerá todos los rincones de esta mágica naturaleza —me sonrió Cerinia con mucho amor.
-          Pues no dejaré de llorar para que mi recuerdo quede materializado aquí...
-          Las lágrimas son la voz más nítida de los sentimientos —habló Aimund. Su repentina aparición me sobresaltó. No lo había visto en todo el día y creía que se había ausentado de aquel acontecimiento tan importante—. Perdóname por haber sido tan grosero y bruto contigo cuando nos conocimos, pero estaba aterrado por ti. No quería que una niedelf tan mágica muriese en estas tierras.
-          Jamás te guardaré rencor por nada —expresé deshecha en llanto.
-          Ya es el momento de marcharnos, Sinéad —murmuró Scarlya con muchísima tristeza—. Brisita, gracias por ser mi amiga. Nunca me olvidaré de todo lo que hemos vivido. El viaje que todos hemos hecho es la aventura más emocionante de mi vida.
-          Sí, es cierto —corroboró Eros—. Shiny, deberías escribirla para que no se perdiese en el olvido.
-          Y para que todas las almas soñadoras de la Historia puedan saber que siempre quedará un rincón donde sus sueños pueden albergarse —proseguí sonriendo con mucho amor—. La tierra de los sueños existe y nada podrá vencerla, pues está en nosotros...
-          Y a veces los sueños somos nosotros mismos... que forjamos en nuestra vida un sinfín de sueños que se han tenido a lo largo de toda la Historia —propuso Brisita con cariño e inocencia.
Fue la despedida más larga, triste y a la vez esperanzadora de mi vida: la despedida de todas las despedidas, una despedida para siempre, cuyo fin se hallaba incierto entre las sombras de los sueños. Cuando todos nos hubimos abrazado, besado tiernamente y dicho adiós con un sinfín de lágrimas en nuestros ojos, Eros, Scarlya, Leonard, Rauth y yo nos volteamos, dejando aquel mágico bosque atrás, intentando caminar con serenidad. Rauth andaba a nuestro lado como si se dirigiese hacia la misma dimensión a la que todos teníamos que regresar, pero todos sabíamos que su destino estaba mucho más allá de aquella tierra, de aquel mundo, del Universo, de la vida...
-          Tenemos que desear regresar —me indicó Scarlya con mucha pena.
-          ¡No puedo! —sollocé desesperadamente, incapaz de evitar que mi cuerpo se diese la vuelta para mirar una última vez a Brisita—. ¡Adiós, vida mía! —dije casi sin alzar mi voz.
Brisita se despidió de mí con una sonrisa tan triste que me pareció que la naturaleza se estremecía al verla. Sus violáceos ojitos estaban entornados, brotando de ellos unas lágrimas brillantes que oscurecían el fulgor de las estrellas. Creí que no podría separarme de su tierna imagen, la que refulgía en medio de la noche como si fuese la misma Luna descendida a la tierra; pero Eros me asió con ternura del brazo y me instó a que siguiese caminando.
Entonces, inesperadamente, unas brumas muy gélidas y a la vez tibias comenzaron a envolvernos serena, pero intensamente. Los colores de aquel mágico bosque cada vez se hallaban más difuminados y enfrente de nosotros comenzaron a desaparecer todas las sendas que podíamos recorrer. Un vacío denso y oscuro se abrió ante nosotros, deshaciendo los últimos rescoldos de esa tierra anegada en flores y vida.
Eros me presionó la mano con fuerza cuando notamos que el suelo que pisábamos empezaba a desaparecer, a volverse aire. Cerré los ojos intentando separarme de aquel momento, pero enseguida volví a abrirlos, pues quería mantener en mi mirada el aspecto del último instante que compartía con Rauth.
Entonces vi que Rauth comenzaba a perderse por las tinieblas de aquel vacío que separaba nuestros mundos. Se despidió de nosotros sonriéndonos con mucho amor y gratitud. Sus ojos fueron lo primero que se desvaneció de él. Después, su figura brillante, nostálgica, otoñal y entrañable fue convirtiéndose en neblinas hasta que la oscuridad de la distancia y la muerte nos lo arrancó definitivamente de nuestro lado.
Tenía muchísimas ganas de llorar, pero en aquella dimensión no podían existir las lágrimas, ni siquiera podía respirar. Entonces sí cerré los ojos, pues notaba que toda esa oscuridad que había devorado para siempre el alma de Rauth deseaba adentrarse en mi vida para apagar todas las ilusiones que pudiesen invadirme el corazón.
Quise preguntar cuándo me sentiría protegida en mi hogar o entre esa naturaleza que tanto me amaba y yo tanto adoraba; pero sabía que mi voz no sonaría en aquel vacío. Sin embargo, antes de intentar abrir los ojos para otear a mi alrededor en busca del último suspiro de luz de Lainaya, noté que algo me absorbía, como si fuese un fuerte huracán que me atraía hacia su centro. Entonces supe que ya nos habíamos adentrado en nuestra realidad... nuestra punzante y difícil realidad...
Ya podía abrir los ojos. Si lo hacía, vería aquella naturaleza que había formado parte de mis días, que había sido mi morada durante un tiempo inmedible; pero era consciente de que las lágrimas no me permitirían atisbar la belleza de esos bosques. Cuando noté que la tierra ya me acogía, sin poder evitarlo, arranqué a llorar desesperadamente. Mis sollozos eran tan potentes que me estremecían. Eros, Leonard y Scarlya me calmaban acariciándome los cabellos o la espalda, pero yo no podía encontrar consuelo en ninguna parte. Los recuerdos creados en Lainaya parecían estar cada vez más lejos de mí, como si en realidad hubiesen formado parte de un sueño que la vigilia desea destruir para evitar que su magia anegue en dolor la vida.
Entonces entendí que Lacnisha no sería la única tierra que yo extrañaría con toda la fuerza de la vida. Lainaya se había convertido en un lugar al que yo pertenecía con una intensidad incluso destructiva. Era una tierra en la que yo había muerto y renacido, la morada de mis sueños más bonitos, el cielo de mi hogar... el techo de mi vida.
-          Lainaya, Lainaya ya ha quedado atrás... —sollozaba casi sin poder hablar.
-          Sí, Shiny...
-          Ya estamos en casa, Sinéad. Parecerá mentira y algo injusto, pero deseé regresar tantas veces cuando me separaron de vosotros... —confesó Leonard con timidez—; pero ahora me arrepiento de haberlo hecho.
-          Lainaya... Brisita... —seguía llorando con un desconsuelo invencible.
-          Tranquilízate, Sinéad... —me pidió Scarlya con mucha ternura, pero noté que su voz también temblaba...
-          Brisita... Brisita se ha quedado allí...
-          Sí, pero Brisita será feliz. Tú también tienes que serlo, Sinéad —me aconsejó Eros con mucho amor.
-          Y Rauth... Arthur...
Nadie fue capaz de decirme nada. Permanecimos llorando tiernamente, con una pena indestructible, hasta que noté que algo se quebraba por dentro de mí. Entonces me di cuenta de que todavía seguía siendo una niedelf y que, lentamente, comenzaba a recuperar el cuerpo que me pertenecía desde hacía ya demasiados siglos. Noté que mi piel se enfriaba más, que mis manos se volvían más fuertes, que mi interior se anegaba en vigor... Recobré mi forma vampírica de un modo veloz, sin dolor, sin estremecimientos... pero con una melancolía que me destrozaba el alma...
-          Ya eres quien fuiste siempre —me comunicó Leonard.
-          Todos hemos recuperado nuestro cuerpo —prosiguió Scarlya.
-          Extrañaba mi vampirismo, aunque ser heidelf era algo hermoso —nos confesó Eros con timidez.
-          Ahora sí ha quedado todo atrás, como si hubiese sido un sueño —me lamenté con muchísima tristeza.
-          Pero aquí también te esperan demasiadas cosas —me sonrió Leonard.
Entonces Leonard desapareció. Creí que se había ido porque no soportaba la tristeza que impregnaba aquel instante, pero de pronto reapareció portando mi amada arpa en sus manos. Recordé que estaba desafinada, lo cual me estremeció de pena; pero la alegría que experimenté al verla deshizo levemente la lástima que me hacía llorar tan desconsoladamente.
Habíamos regresado a nuestra vida. Habíamos comenzado a existir en ese presente que la existencia de Lainaya y de mis sueños había tornado el más emocionante que podía respirar en la Historia. Tras reencontrarnos con todo lo que nos pertenecía, empezaron a discurrir las noches con sus amaneceres. Me costó muchísimo acostumbrarme a mi cuerpo vampírico, como si jamás hubiese sido vampiresa. Tuve que luchar contra la sed para estabilizarla y contra mi cuerpo para habituarme a dormir por el día y vivir por las noches. Extrañaba la luz y el calor de Lainaya; sus colores, sus olores, sus matices, su vida... Pasaba las horas asomada a la ventana de mi alcoba mientras tocaba el arpa imaginándome que en el cielo que se extendía sobre los bosques que rodeaban mi morada se abría y aparecía ante mí un resplandeciente camino que me llevaría hasta Lainaya.
Intentaba ser feliz junto a quienes me amaban y me respetaban y de veras lograba encontrar la paz a su lado, entre sus brazos, en el sonido de su risa; pero en mi alma palpitaba la añoranza más indestructible. Soñaba continuamente con Lainaya, me imaginaba que volvía a hallarme entre sus árboles, aspirando el aroma de sus flores... Componía versos y canciones dedicados a esa mágica tierra que nos había enseñado a ser fuertes y valientes.
Deseaba empezar a narrar todo lo que había acaecido en nuestras vidas desde que la existencia de Lainaya se había mezclado con nuestro destino; pero sabía que, en cuanto comenzase a volver palabras todos mis recuerdos, la melancolía más potente y devastadora me asfixiaría. Sin embargo, no deseaba que el tiempo siguiese separándome del primer momento en que me adentré en aquel mundo imperado por la magia más tierna y ancestral.
Y así, un atardecer, mientras los últimos suspiros del día resbalaban por el azulado firmamento, noté que algo tiraba de mí, como si se tratase de una voz antigua, de un sentimiento perdido en las brumas del olvido. Miraba cómo el viento del otoño mecía las caducas ramas de los árboles y lanzaba al suelo sus rojizas hojas cuando oí, muy lejanamente, un suspiro que tomó forma ante mis ojos, engrandeciéndose, brillando, susurrando palabras ancestrales. Me pareció escuchar la risa de Brisita mezclándose con la de todas aquellas hadas que habían vivido junto a mí aquel día tan importante para ella. Creí ver, entre los postreros rayos de vida del día, el matiz del cielo estrellado de Lainaya y creí percibir, en la yema de mis dedos, el tacto de sus mágicas y resplandecientes flores. Mi alma se llenó de su mágico y majestuoso recuerdo y entonces me pregunté si en verdad aquella tierra estaba tan distanciada de mi vida y de mi mundo, si en realidad allí seguía anocheciendo y alboreando sin que yo pudiese captarlo.
Inesperadamente supe que Lainaya no estaba ni lejos ni cerca de mí. Estaba en mí, como también lo estaba la certeza de que yo existía. Lainaya estaba exactamente en el mismo lugar donde se hallaba mi hogar. Ambas dimensiones se encontraban en el mismo rincón del Universo. Para poder verla y sentirla, únicamente tenía que abrir mis sentidos para que su magia se adentrase en mi alma. Su cielo podía ser mi cielo si yo lo anhelaba, podía escuchar la voz de su naturaleza si me desprendía de todos los sonidos que detectasen mis oídos y podía atisbar, entre los árboles y las flores, la sombra de esas mágicas hadas que se habían convertido en una gran parte de mi alma.
Y aquella certeza se volvió indestructible y eterna cuando, de repente, antes de que me diese tiempo a sonreír de amor y gratitud, ante mis ojos, una nube liliácea llovió sobre la tierra convertida en rayos rojizos y verdosos que, al rozar la suave hierba que alfombraba el bosque, devino en una figura imponente y hermosa que refulgió en aquel ocaso como si fuese la última estela del día.
No podía decir su nombre. Era como si el aire hubiese devorado mi voz. Me quedé observándola con los ojos completamente abiertos, incapaz de reaccionar. Brisita caminaba entre los árboles, dirigiéndose hacia mí... Supe que debía lanzarme hacia su encuentro, pero ella me sonrió indicándome que me quedase quieta y queda. Entonces apareció a mi lado. La naturaleza brillaba tras de ella, oscura y luminosa al mismo tiempo. Mi hijita sonreía con complacencia y amor, tanto amor que me sentí inmensamente pequeña...
-          Brisa —susurré incapaz de hablar—. Has... vuelto...
-          Tú no puedes volver a Lainaya, pero yo sí puedo adentrarme en tu mundo durante unos pequeños instantes —me anunció con mucha inocencia—; pero solamente podía hacerlo si tú comprendías que Lainaya no estaba irrevocablemente lejos de ti, sino que permanece en tu alma como también lo hacen tus recuerdos y tu vida.
-          No entiendo...
-          Has descubierto que Lainaya no está ni cerca ni lejos de ti, sino en el mismo lugar donde tú te halles, porque Lainaya eres tú, Sinéad, es la manifestación de tu alma y de tus sueños. Todos somos parte de tu vida y tú siempre serás parte de la nuestra porque estamos unidos a través del mundo de los sueños... de los sueños... Nunca permitas que la palabra lejanía se adentre en tu vida. No es verdad. Nada está lejos de nosotros... porque todo lo que existe queda en nuestra alma, ya sea en forma de recuerdo, de amor, de gratitud...
Y entonces entendí que las dimensiones sólo están separadas unas de las otras por la inquebrantable presencia de la incomprensión. Si entendemos que nuestro mundo no se forma únicamente de una sola tierra, sino de un sinfín de mundos más, entonces podremos adentrarnos en otra realidad, en la realidad mágica de los sueños y de la fantasía. Lainaya existió y existe porque existe la capacidad de soñar.
EPÍLOGO
La historia de Lainaya es uno de los eternos pedacitos de mi vida. Es la muestra de que no existimos únicamente en un solo tiempo y en un único espacio. Hay algo en nosotros que antes perteneció a otra realidad, de la cual arrastramos fragmentos al nacer en otra vida. Hay algo en nosotros, resguardado en los entresijos de nuestros recuerdos, que nos revela que estamos compuestos de instantes que existieron ya hace demasiado tiempo, que nosotros respiramos en otros mundos. Quizá vivamos en esos mundos al mismo tiempo o tal vez se hallen distanciados de nosotros por la relatividad de nuestra presencia; pero son mundos que siempre inspirarán en nuestra memoria, aunque nosotros no sepamos evocar su recuerdo. La historia de Lainaya es un camino que me conduce a unos momentos mágicos y difíciles que me demuestran que en la vida no hay nada que sea absoluto ni definitivo, no hay nada que sea siempre de la misma forma. Hay emociones que nunca podrán ser comprendidas por la fuerza del alma, hay sentimientos que jamás podrán ser experimentados con toda su magnificencia porque hay algo que siempre queda oculto a nuestros sentidos y a nuestro corazón. Se trata de porciones de vida que no nos pertenecen solamente a nosotros, sino a la existencia de un espíritu que escribe en el Universo las invisibles líneas de nuestro destino.
Lainaya forma parte de mi vida como si fuese una pieza más de un puzle que, al unirse todas, crean la imagen más bonita y resplandeciente que jamás haya podido existir. Los sueños, los recuerdos y los anhelos son fragmentos de esas vivencias que se quedan palpitando en nuestro corazón hasta que nuestra vida se apaga. Lainaya es un latido que nunca vuelve, es algo constante que vive en mí, que de vez en cuando se mezcla con mi presente. A veces, cuando veo cómo el atardecer cae sobre las lejanas montañas, un rayo refulgente y colorido cruza el firmamento, recordándome que no estamos solos, que hay algo más allá de nuestro ser que nos espera, que aguarda a que cerremos los ojos para soñar.
No, no pude regresar nunca más a Lainaya, pero aquella tierra tan mágica no quiso despedirse definitivamente de mí. Brisita y alguna hada que se atrevía a cruzar la frontera que divide la realidad y la magia nos visitaron en muchísimas ocasiones, contándonos acerca de su vida, de la vida de esa tierra que tanto anhelo volver a ver.
Brisita fue madre en Lainaya de unas hadas preciosas que me presentó mediante sus pensamientos. No podía conocerlas, pues costaba prepararlas para que se adentrasen en mi mundo; pero aquello no me impidió empezar a quererlas con todo mi corazón. Brisita era tan feliz en Lainaya que apenas podía lamentar que se marchase, pues sabía que, aunque me extrañase con toda su alma, su vida resplandecía allí muchísimo más de lo que lo haría si habitase a mi lado. La felicidad que le ofrecían Lainaya y todas las hadas que allí vivían se reflejaba en sus ojos y se transmitía a mi alma a través de todas las miradas y las palabras que mi eterna hijita me dedicaba. Brisita compartió conmigo muchísimos momentos hermosos, pero esos instantes forman parte de otra historia que algún día revelaré mediante la belleza del lenguaje y de los sentimientos.
Y así puedo soportar permanecer apartada de esa mágica realidad, esperando que otra dimensión me abra sus puertas para vislumbrar la vida que queda más allá de este instante. Soy feliz en mi vida porque sé que pude serlo aun cuando la maldad más inagotable deseaba apagar mi vida. Soy feliz en esta vida porque me siento orgullosa de albergar en mi memoria unos recuerdos tan bonitos, porque pude superar junto a mis seres queridos todas las adversidades con las que la oscuridad quiso obstruir nuestro camino. Y creo que la superación, la valentía, la entrega, la lealtad y el amor son las manos que nos ayudan a caminar por la senda de nuestra existencia. El amor, de nuevo, vuelve a ser el que me impulsa a poner fin a esta historia que te he entregado con todo mi cariño y la fuerza de mi mágica alma para demostrarte que nunca debes permitir que la capacidad de soñar se desprenda de tu alma. Sueña, a través del tiempo, a través del espacio y de las realidades. Sueña para saber que existes, para sentir que tu vida puede brillar con una intensidad indestructible. Sueña para hallarte en la vida, en el mundo, en tus mundos.
FIN