lunes, 3 de noviembre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 18. EL RENACIMIENTO DE LA MAGIA


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 18. EL RENACIMIENTO DE LA MAGIA
En la espesa oscuridad de aquel sueño que había apagado mi vida, me percibí apartada tanto del tiempo como del espacio que habían formado mis días, donde se habían desempeñado todos los hechos que estaban escritos en mi destino. No sentía mi cuerpo, pero captaba que mi espíritu vagaba desorientado por un cielo que no cubría ninguna tierra. Solamente había oscuridad a mi alrededor, pero se trataba de una oscuridad que ni siquiera estaba teñida por la ausencia más hiriente de los colores de la vida. Sin embargo, aquella oscuridad, cuando creí que había empezado a comprenderla, se convirtió en imágenes remotas y relucientes que me avisaron de que mi alma se había alejado excesivamente de la vida terrenal donde debía hallarse.
Me pareció atisbar, entre aquellos brillantes matices y aquellas inexactas formas, la silueta del planeta donde había vivido casi todos mis años, donde había aprendido a llorar, a reír, a amar y a temer la naturaleza, a ser feliz o a gritar de tristeza, a soñar con el amor, a plañir la pérdida de la ilusión y la esperanza. La Tierra resplandecía, azulada y destellante, en medio de aquel vacío firmamento, donde no refulgía ni una sola estrella. Me pareció que aquel perfecto y hermoso planeta solamente albergaba la poderosa presencia de los océanos, como si nunca hubiese existido ni el más sutil granito de arena que crease la orilla de esos mares. Grandes olas se alzaban hacia el cielo, como si quisiesen inundar el Universo. De esas enormes y descontroladas olas, brotaba una espuma fulgurante que oscurecía más la negrura que me rodeaba.
Me costaba mucho distinguir las imágenes que captaban mis sentidos; pero no dudaba de su veracidad. Por dentro de mí había algo que me avisaba de que todo lo que veía era real y que todas aquellas imágenes formaban parte de un pasado que nadie conocía. Aquellas escenas oceánicas, aquellas imponentes olas y el vacío que me rodeaba, no obstante, fueron desvaneciéndose lentamente sin que yo pudiese prever el instante en el que comenzarían a ocultarse tras las brumas de la inconsciencia. Me pregunté, vaga e imprecisamente, cómo era posible que fuese capaz de pensar, pero enseguida entendí que me hallaba en una dimensión donde no se podía vivir, pero sí se podía soñar...
Aquella oscuridad que creaba mi dormir se tornó lenta, pero repentinamente en imágenes que sí consiguieron inquietarme. Vi que, ante mí, surgían unas olas de fuego que se alzaban hacia el cielo y que, al levantarse y al separarse unas de las otras, dejaban al descubierto una tierra donde se desvanecía un sinfín de vidas. Percibí árboles que perdían su equilibrio, cuyas copas frondosas se convertían en cenizas al ser tocadas por aquellas olas ardientes; flores que morían asfixiadas; animales que perdían su aliento entre el matiz brumoso del humo... pero, sin duda, lo que más me sobrecogió fue captar que aquella pequeña porción de tierra albergaba todo tipo de paisajes: bosques nevados, valles anegados por el otoño más avanzado, prados donde florecía la primavera y desiertos donde imperaba el verano más desgarrador. No me costó entender que todo lo que yo apreciaba con mis dormidos sentidos pertenecía a aquella tierra mágica donde habíamos vivido instantes tanto desalentadores como hermosos.
Lainaya estaba desapareciendo, devorada por aquel océano convertido en llamas, por la oscuridad más devastadora y destructiva... Intenté gritar para llamar a Ugvia, pero mi voz no podía sonar en aquel inmenso vacío. Lejanamente recordé que alguien me había advertido de que, si intentaba transformarme en otro ser sin escapar de Lainaya, podría perderme por una inalcanzable dimensión. Me estremecí irrevocablemente de horror cuando me planteé la posibilidad de que para siempre me mantuviese flotando en aquel vacío tan remoto y a la vez gélido, observando todo lo que sucedía en todos los mundos desde la inabarcable lejanía del tiempo y del espacio.
«No, por favor, no. Ugvia, no permitas esto»; mas esta vez sentía que nadie me oía. Estaba sola, tan sola que ni tan siquiera me percibía conmigo misma. Me esforcé por volver a dormirme para alejarme de aquel instante tan invivible, pero mi mente ya estaba dormida, todo lo que estaba experimentando y captando formaba parte de una insufrible pesadilla, por lo que era imposible distanciarme de ese rincón, de ese momento.
Mas algo brilló por dentro de mí. Se trataba de la esperanza, del deseo de no perderme más por aquel invisible abismo, por regresar junto a mis seres queridos y salvarlos de la destrucción. Era el latido de una convaleciente esperanza que se negaba a desaparecer definitivamente. Me aferré a aquel pedacito de ímpetu para no desorientarme en el inmenso desaliento que me embargaba y entonces empecé a sentir que todo cambiaba a mi alrededor. Las sombras que cubrían el cielo que me aferraba del espíritu devinieron, lentamente, en unas brumosas y oscuras nubes que me envolvieron, que se tornaron mi lecho; un lecho cuya comodidad me permitió impregnar mi alma de serenidad. Y así me separé por unos incalculables instantes del extraño momento que estaba viviendo.
-          Sinéad, Sinéad, Sinéad...
Mi nombre sonaba lejano y se perdía por el hueco que la vida había dejado en mi alma al marcharse. Mientras oía tan vagamente la voz que me llamaba con tanta dulzura, volví a ver aquellas grandes olas de fuego agitándose en medio del vacío de la oscuridad; pero esta vez aquellas olas no estaban devorando la vida de Lainaya. Al alzarse hacia el oscuro firmamento, dejaban al descubierto una tierra llena de muerte. Cuando descendían hacia el abismo del que emanaban, un sinfín de gritos y voces desgarradoras brotaba de esa tierra que las olas destruían. Sentí la poderosa presencia de los terremotos, como si mi cuerpo estuviese tendido sobre una tierra que no dejaba de agitarse; noté que el cielo lloraba una lluvia fresca y revitalizante; me pareció captar el aroma de los bosques que la primavera hace renacer; creí oír el inconcreto canto de algunos pájaros... pero todo aquello me parecía tan hermoso que fui incapaz de creerme que pudiese formar parte de mi instante, de mi vida.
Mas la voz que me apelaba con tanta dulzura seguía pronunciando mi nombre mientras aquellas extrañas imágenes se deslizaban ante mis dormidos ojos. Las olas de fuego desaparecieron de repente y en el vacío que dejaron vi que empezaba a agitarse una tierra que deseaba ser fértil. Una gran lluvia de luz cayó del cielo, volviendo dorados todos los rincones de aquella extraña tierra. Eran imágenes que palpitaban en mis ojos como si de relámpagos se tratase, como si solamente fuesen espejismos de una ilusión.
-          Despierta, Sinéad, por favor.
No podía obedecer aquella orden, pues las imágenes que mi mente no dejaba de crear me retenían encerrada en aquel sueño tan extraño. Inesperadamente, vi cómo algo inconcreto y poderoso destruía unos cuerpos amorfos, oí lejanamente el eco de unos gritos perdiéndose por un recién nacido vacío que estaba invadiéndolo todo. Creí que de nuevo estaba presenciando la desaparición de Lainaya, pero enseguida las imágenes que se sucedían incesantemente en mi sueño me revelaron que lo que estaba vislumbrando en las sombras de la inconsciencia no era la destrucción de Lainaya, sino de un mundo que nunca debió haber existido: la oscuridad.
Fue aquella incierta certeza la que me devolvió de repente la consciencia, la que me hizo abrir los ojos de súbito y mirar desorientada a mi alrededor. El eco de las imágenes que había atisbado en las inconcretas neblinas de mi dormir todavía refulgía en mi mente, deslumbrándome; pero me esforcé por mirar a todas partes para descubrir dónde me hallaba. Me estremecí de sorpresa y extrañeza cuando me di cuenta de que estaba tendida en un lecho de hojas mullidas y de flores resplandecientes. Algunas gotas de agua fresca y limpia resbalaban por mis mejillas, como si hubiesen brotado de mis ojos, y pude aspirar enseguida el aroma de la lluvia, del rocío, de la hierba recién nacida, de la savia de los árboles... y recordé que, hacía muchísimos, muchísimos siglos, cuando apenas había aprendido a existir en la vida vampírica, había deseado despertarme envuelta en pétalos de flores relucientes, humedecida tiernamente por la caricia de los ríos, protegida por las raíces de los árboles y por el aroma de la tierra mojada y del relente de la noche. Sonreí de placer y felicidad cuando comprendí que los deseos que anegan nuestra alma siempre acaban cumpliéndose, aunque tengamos que vivir infinidad de vidas para existir en ese instante...
-          ¿Dónde estoy? —me pregunté extrañada y a punto de ponerme a llorar. Las emociones más incontrolables y potentes me anegaban toda el alma—. Me siento extraña...
-          Vuelves a ser una niedelf —me informó una voz suave, aterciopelada, mágica, tierna, hermosa—. Espero que no te importe... Era la única forma de permitir que regresases a Lainaya. Entre todos hemos logrado que vuelvas...Estabas perdida por una dimensión extraña...
-          Tu voz... tu voz... me resulta tan conocida... pero no puedo acordarme de nada —me quejé con preocupación y tristeza.
-          Es comprensible. Estás muy desorientada todavía. Relájate. Te prepararé una tisana de hierbas para que tu memoria recupere tus recuerdos y tu espíritu se fortalezca —me ofreció aquella mágica hada acariciándome la frente, incitándome a cerrar los ojos para que la serenidad anegase mi alma.
-          Eres tan bella... Siento algo muy bonito cuando te miro. Me gustan tus hondos ojos violáceos...
-          Es comprensible que sientas eso —se rió aquella hadita tan buena. Su sonrisa quiso traerme viejos recuerdos, pero mi memoria estaba aturdida.
-          He soñado que Lainaya desaparecía...
-          No lo has soñado. Todo eso ha ocurrido de verdad; pero Lainaya no ha desaparecido gracias al poder de tu espíritu y de tu magia. Sinéad, eres tan poderosa... Entre todas hemos conseguido que... Bueno, será mejor que no te agobie con todo lo que ha acaecido... Descansa.
-          Por favor, háblame de todo lo que ha sucedido.
-          No podrás entenderlo si no recuerdas nada...
Aquella hadita de cabellos rojizos y rizados tenía razón: no podría entender nada de lo que me explicase si mi memoria se negaba a recuperar los recuerdos de todo lo que había ocurrido antes de que me despertase en aquel lugar tan bonito y mágico.
-          ¿Dónde estoy?
-          En la región del verano, donde todos nos reuniremos. La reina de la primavera está a punto de llegar. Es la única que no conoces —me sonrió con mucho cariño.
-          ¿Cuál es tu nombre? —le pregunté con culpabilidad—. Quizá, si lo supiese...
-          No quiero que te intrigues más de lo que tu alma puede soportar. Tienes que tranquilizarte. Si te serenas, entonces tus recuerdos regresarán a tu mente...
Cerré los ojos antes de que mi mirada siguiese desvelándole a aquella hada tan hermosa y cariñosa que me sentía tan desorientada y triste. Me estremecía de impotencia no poder acordarme de nada, de absolutamente nada. Solamente sabía que me hallaba en Lainaya, una tierra que había estado a punto de desaparecer, y que volvía a ser una niedelf. Sí podía ser vagamente consciente de que antes de aquel instante yo había poseído otra forma, una forma a la cual ya estaba demasiado acostumbrada.
Tras besarme levemente en la frente, entre mi flequillo, aquella hadita pelirroja y bella se alzó de la hierba y se alejó lentamente de mí, como si le diese miedo dejarme sola. Sin embargo, apenas tardó en regresar. Lo hizo portando un tarrito de barro en sus manos, en el cual humeaba una templada y aromática tisana de hierbas. Me la bebí saboreando aquella infusión como si aquél fuese el último instante de mi vida. Entonces, pausada, pero intensamente, mi mente comenzó a nublarse. Me quedé dormida sin preverlo y todo desapareció. Empecé a soñar con lugares hermosos, con instantes muy bonitos que había vivido en algún perdido e inconcreto momento de mi pasado...
Cuando el día se despidió de sus rayos, aquella hadita tan cariñosa y bella me despertó con caricias tibias y palabras de aliento y amor. Me pregunté por qué me trataba con tanta dulzura y respeto; pero, cuando abrí los ojos y mi consciencia se desprendió definitivamente de los últimos rescoldos de ese profundo y calmado sueño que me había alejado de la realidad durante un tiempo inconcreto, no necesité preguntarme nada más. De pronto conocí las respuestas a todas esas preguntas que se habían quedado pendiendo de mis labios. Supe que mi memoria ya había recuperado todos los recuerdos que albergaba. De forma rápida e intensa, todos los momentos previos a aquel largo e inconcreto dormir y a esos sueños extrañísimos en los que me percibía tan perdida por el Universo aparecieron ante mis ojos mentales. Una sucesión de imágenes relucientes, de instantes tanto desesperantes como hermosos, de noches y días llenos de descontrol y a la vez serenidad se deslizó ante mi mente como si fuesen retales de una vida que no me pertenecía. No obstante, sabía que todo lo que captaba con el alma y con mi aún turbada memoria era real y formaba parte de mi pasado, de mi destino, de mi vida.
Todos esos recuerdos que habían regresado a mi memoria de una forma tan desordenada y descontrolada me aturdían, me desesperaban y me desasosegaban, pues alguno de ellos destilaba sensaciones que era incapaz de experimentar. Rememoré todos esos momentos vividos en el mundo de la oscuridad, los compartidos con las hadas del verano en la tierra del estío, las noches que había dormido entre los brazos de Eros, los largos días que había vivido con mis seres queridos en Lainaya... Me acordé de todos los detalles de ese difícil viaje que todos estábamos realizando, del miedo que había sentido cuando creí que la oscuridad nos vencería al fin... Todos esos recuerdos me abrumaban tanto que por unos largos momentos pensé que mi alrededor había desaparecido; pero todavía notaba el cariño que emanaba de las caricias del hada que tenía a mi lado, esa hada que estaba conectada a mi vida a través de un lazo que no se quebraría nunca, pues aquella hadita era mi Brisita; mi querida hijita. Saber que estaba bien, que la oscuridad no había conseguido acabar con su vida y que se hallaba junto a mí me llenó los ojos de lágrimas. Rápidamente, desplacé mis dedos hacia mis ojos para esconder el llanto que ya brotaba de mi mirada, pero sabía que nunca se me había dado bien ocultar mis ganas de llorar.
-          Brisa... —suspiré incorporándome lentamente y abriendo los ojos para mirarla a través del velo de mis brillantes lágrimas—, Brisita, Brisita, estás bien, estás bien... —lloraba sin poder evitarlo.
-          Al fin lo recuerdas todo —se rió Brisita con cariño y complacencia mientras se acercaba a mí para abrazarme.
-          ¿Qué ha sucedido? Sí, recuerdo todo lo que ocurrió antes de soñar tan estremecedoramente con el Universo, pero no sé qué ha acaecido con nosotras... No sé dónde estoy...
-          Estás en el palacio de Lumia, Sinéad. No tengas miedo. Todo ha pasado.
-          Por favor, explícame lo que ha ocurrido...
-          ¿Ya estás bien, Sinéad? —me preguntó una voz llena de amabilidad, lejanía y a la vez gelidez. Reconocer aquella voz intensificó estridentemente mi llanto.
-          ¡Zelm! ¿Qué haces aquí? —pregunté intentando que los sollozos no ahogasen mi voz—. Se supone que los niedelfs no pueden...
-          ¿Y qué eres tú, Sinéad? —me cuestionó Zelm con muchísimo amor sentándose a mi lado—. ¿Qué tipo de hada eres tú? —seguía riéndose mientras también me abrazaba.
-          Es cierto... —me reí vergonzosa a la vez que lloraba.
-          Estamos todos aquí, todos: los niedelfs, los heidelfs, los estidelfs, los audelfs, los niadaes, los oxiníes, los areníes y los llauníes.
-          ¿Quiénes son...? —pregunté perdida.
-          Los oxiníes son las hadas del aire, los areníes son las hadas de la tierra y los llauníes son las hadas de la lluvia —me contestó Zelm con calma.
-          Nunca los he visto —exclamé sobrecogida.
-          Estamos todos aquí porque... porque al fin hemos conseguido vencer la oscuridad —me reveló Lumia de pronto. Me di cuenta de que estaba sentada en un gran trono del color de la nieve—. Y eso ha sido gracias a vosotras, solamente gracias a vosotras, a vuestra valentía, a vuestra fe y a vuestra fortaleza —prosiguió con cariño y satisfacción.
-          Queda muy poquito para que coronemos a Brisita —intervino un hada que yo no conocía—. Perdóname por no haberme presentado. Soy Laudinia, el hada reina de la primavera —me dijo agachándose enfrente de mí.
Su aspecto era mágico. Sus cabellos parecían flores nacidas de los cerezos y los almendros. Sus ojos eran grandes y destilaban tanta luz y vida que por unos momentos me sentí pequeña y sobrecogida. Su rostro era tan bello que pensé que no existía en aquella tierra un ser tan hermoso, que irradiase tanto fulgor, tanta calidez, tanta bondad. Su sonrisa era afable, nostálgica y a la vez alentadora. Sus cabellos eran del color de la tarde más avanzada y rosada y sus ojos albergaban el matiz de las flores más brillantes y tiernas, esas flores amarillentas que relucen incluso cuando el ocaso las cubre...
-          Eres muy bella, Laudinia —le dije vergonzosa.
-          Tú también lo eres.
-          Los he reunido aquí a todos gracias a que Lumia me ha enseñado a manejar el poder de la convocatoria. He tenido que juntar pedacitos y semillitas de los cinco elementos que crean Lainaya para que todos les enviasen mis llamados a todas las hadas de Lainaya. Mi sorpresa es incalculable y creo que nunca podré dejar de experimentarla. Todos fueron acudiendo lenta, pero fielmente mientras tú aún dormías. El palacio de Lumia está albergando, en estos momentos, a un incontable número de hadas y seres mágicos.
-          Y estamos aquí porque todos deben ser testigos de la coronación de la próxima reina de Lainaya —me habló otra voz, también muy conocida para mí.
-          Oisín... —musité emocionada.
-          En estos momentos ya apenas existen rivalidades entre nosotros. Brisita nos ha convocado a todos empleando una bondad que ha destruido los rencores que podían respirar entre los habitantes de Lainaya, pero todavía es necesario que les hable a todos para hacerles comprender cuán importante es que todos estemos unidos para que la oscuridad no vuelva a intentar vencernos —prosiguió Oisín.
-          ¿Y cuándo se producirá tu coronación? —quise saber sobrecogida.
-          Todavía tienen que llegar algunos audelfs —me contestó Brisita.
-          ¿Cómo conseguirán atravesar la región del estío? —me inquieté.
-          Muchos estidelfs han ido a buscarlos. Se habrán reencontrado en el final del valle del otoño. No te preocupes por eso, Sinéad. Todo está bien —me serenó Brisita.
-          Pero necesito saber cómo hemos conseguido vencer la oscuridad... Tengo miedo a que este momento no sea más que un sueño y que me despierte en medio de algún lugar horrible y maloliente...
-          Scarlya y tú os convertisteis en vampiresas. Recuperasteis vuestra fuerza, vuestra invencibilidad y vuestro poder —me explicó Brisita—. No puedo narrarte con exactitud todo lo que ocurrió porque los hechos se sucedían muy rápidamente, como si no existiese el tiempo. Sé que de repente vi que te alzabas hacia el cielo y empezabas a volar huyendo de los malditos seres que querían atraparte. Yo estaba entre los brazos de Alneth y desde ahí vi cómo siempre conseguías erguirte cuando alguno de esos monstruos te arrebataba el equilibrio. De súbito desapareciste porque el fuego te rodeó, pero entonces, antes de que perdieses la consciencia, el cielo oscuro de aquella fétida y putrefacta tierra se llenó de nubes brillantes que comenzaron a dejar caer una lluvia muy intensa, limpia y fresca. Un poderoso y frío viento empezó a soplar con fuerza, los súbditos intangibles de Alneth fueron mecidos por ese vigoroso viento, las putrefactas aguas donde querían ahogarnos se descontrolaron y se convirtieron en olas de fuego que lo arrasaban todo, que se mezclaban con la lluvia y formaban una tierra de la que, inesperadamente, comenzó a brotar todo tipo de árboles, plantas y flores. Todo esto acaecía tan velozmente que apenas tenía tiempo para aceptar todo lo que percibía. Alneth me soltó al fin porque el viento empezó a arrastrarla y yo me caí en medio de esas destructivas olas de fuego; pero entonces Scarlya me rescató y comenzó a volar conmigo en brazos por aquel tormentoso cielo. Estaba muy asustada, pero apenas podía expresar mis sentimientos porque la estupefacción más potente se había adueñado de todos mis sentidos y pensamientos. Solamente podía prestarle atención a todo lo que acontecía. La lluvia cada vez caía con más energía del cielo, de las porciones de tierra que habían nacido de la unión del fuego con el viento no cesaba de nacer vegetación, el viento que soplaba con tanto ímpetu removía todos los residuos de muerte que alfombraban aquel escalofriante mundo... Pensé que aquello duraría para siempre, pero subrepticiamente del cielo emanó una poderosa luz que destruyó definitivamente todos los rescoldos de muerte que manchaban la naturaleza. Todo se llenó de resplandores preciosos, Sinéad. En el cielo apareció un inmenso arcoíris que refulgió intensamente en medio de aquel apocalíptico instante...
-          Me pregunto por qué no pude ver todo eso. Nunca he visto un arcoíris —me lamenté estremecida y sorprendida.
-          Habías perdido la consciencia porque la misma consciencia de la naturaleza se había adueñado de todo el poder de tu alma para que, unido al suyo, pudiese destruir toda esa oscuridad y hacer de sus residuos una tierra mágica que pudiese aunarse con Lainaya. Era necesario que no estuvieses consciente, que no vivieses ese instante, pues era demasiado intenso para que alguien lo soportase —adujo Lumia.
-          Y, cuando me di cuenta de que la oscuridad había desaparecido casi por completo, le supliqué a Scarlya que os buscase a ti y a Adina, quien también estaba pugnando contra la maldad de la oscuridad para convertir en vida toda la muerte que allí había —prosiguió Brisita con calma—. Estabas quemada, Sinéad. Tratamos de despertarte, pero estabas profundamente dormida. Adina nos reveló que teníamos que rogarle a Ugvia que te devolviese tu forma niedélfica para que pudieses salir de la oscuridad. Te transformaste enfrente de nuestros ojos mientras la oscuridad acababa de desvanecerse definitivamente. Los sonidos que oíamos eran indescriptibles, Sinéad. Imagina que una montaña se quiebra y se agrieta ante tus ojos o que todos los truenos de la Historia suenan al mismo tiempo... La destrucción de una tierra es algo sobrecogedor...
-          Sí, puedo figurármelo.
-          Volamos muy rápido, todo lo rápido que podíamos, hasta que al fin notamos que traspasábamos la frontera que separaba Lainaya de la oscuridad. Nos adentramos en Lainaya justo cuando aquella frontera estaba desapareciendo... Ya no existe nada que divida ambos mundos, puesto que el mundo de la oscuridad, al fin, ha pasado a formar parte de Lainaya, de nuestros dominios... y todos los seres que habitaban aquella mortífera tierra también se han desvanecido. El polvo del tiempo y del olvido los ha devorado, Sinéad —sonreía Brisita complacida.
-          Parece tan imposible y mágico todo lo que me cuentas...
-          Es real, Sinéad, es real. Gracias, gracias por ser todas tan valientes y combatir la oscuridad —nos agradeció Oisín con lágrimas en sus ojos, en esos ojos húmedos y casi transparentes.
-          Estoy muy aturdida todavía —me quejé cubriéndome los ojos con las manos—. Me siento débil y un poco extraña...
-          Sí, sí estás aturdida —se rió Brisita—, puesto que ni siquiera me preguntas dónde están...
-          ¿Quiénes? —le pregunté inquieta.
-          Estás tan aturdida que no te acuerdas ni de Eros, ni de Leonard ni de Rauth.
-          Eros... —susurré sobrecogida.
-          Eros está esperándote en la alcoba que ocupasteis cuando os alojamos aquí —me desveló Lumia con cariño—. Está aguardando a que te sientas mejor.
-          ¡Necesito verlo! —supliqué de nuevo con lágrimas en los ojos.
-          No te preocupes. Mi hijita Adina ha ido a buscarlo —me consoló Lumia con una cariñosísima mirada.
-          Shiny...
Oír su voz me descontroló por completo. Sin acordarme de que me sentía todavía muy débil, me alcé del lecho en el que estaba tendida y me lancé a sus brazos temblando de alivio, de alegría y de desesperación mientras lo abrazaba con una fuerza que yo creía insuficiente. Eros me abrazó también con muchísima desesperación mientras me besaba en los labios, en la frente, en las mejillas... mientras me acariciaba con un amor que no cesaba de estremecerme.
-          Shiny, Shiny, Shiny... Shiny, pensaba que no volvería a verte nunca más —sollozaba Eros mientras no dejaba de presionarme contra su cuerpo—. Shiny, eres muy valiente, mi Shiny, mi Shiny...
-          Eros... parece mentira que estemos ahora juntos. Yo también creía que nunca más podría abrazarte... amor mío...
-          Sinéad, tienes que serenarte —me pidió Brisa con mucha calma—, pues tienes que ver a alguien más y es necesario que estés tranquila. Sinéad, debo comunicarte algo... Verás, no solamente han venido al palacio de Lumia las hadas que he llamado con tanto amor, sino también...
-          ¿Quién? —me interesé sobrecogida separándome de los brazos de Eros y mirando a mi hijita. Era imposible que me serenase. Estaba demasiado nerviosa.
-          Oisín y los demás niadaes lo han traído consigo —me reveló Brisa mientras se dirigía hacia mí.
-          Leonard...
-          Exactamente —me sonrió mi hijita con mucho amor.
-          Leonard está aquí, Sinéad, salvo y sano —me comunicó Adina apareciendo de pronto con Leonard tomado de su mano—. Scarlya todavía no lo ha visto, pues ella también necesita recuperarse...
-          Padre... —musité incapaz de sentir toda la felicidad que me anegaba el alma—, padre, padre...
Leonard se acercó a mí y se dejó caer entre mis brazos como si sostuviese en sus hombros todo el peso del mundo. Lo abracé como si hasta entonces él hubiese estado desprotegido, como si ambos hubiésemos carecido de una parte de nuestro ser por estar separados.
-          ¿Estás bien, Leonard? —le pregunté intimidada y con mucho cariño.
-          Estoy muy bien, Sinéad. Vagué desorientado por una isla enorme durante muchos días y noches, pero los niadaes me encontraron y me llevaron al palacio de Oisín, donde me han tratado como si formase parte de su especie —me contó nervioso. Supe que estaba deseando explicarme todo lo que le había acaecido.
-          Muchísimas gracias por cuidarlo —le dije a Oisín mirándolo profundamente a los ojos.
-          Te prometimos que lo cuidaríamos, como también intentamos custodiar el cuerpo de Rauth, pero creo que ya sabes que la oscuridad se lo llevó...
-          Pero tampoco debes preocuparte por eso —se apresuró a decirme Brisita mientras me sonreía.
-          ¿Qué quieres decir?
-          Rauth, bien... Creo que será mejor que te sientes —se rió Eros mientras me tomaba de las manos, separándome tierna y delicadamente de Leonard—. Es cierto que los niadaes tienen el poder de la resurrección, pero lograr que alguien regrese de la muerte es algo verdaderamente complicado. No obstante, es posible lograrlo si quien ha apagado esa vida no es la muerte, sino la oscuridad. La oscuridad, especialmente Alneth, se apoderó del cuerpo de Rauth cuando él se hundió en el agua. Eso provocó que su cuerpo no se deshiciese al morir vencido por la oscuridad.
-          Es cierto —corroboró Zelm con calma—. Cuando un heidelf muere, su cuerpo se convierte en semillitas de las que brotan flores preciosas o algún árbol que sobrevivirá muchísimos años. Sin embargo, la oscuridad no permitió que el cuerpo de Rauth se convirtiese en flor. Se apoderó de él antes de que la muerte apagase definitivamente la materialidad de su existencia. Así pues, al llevárselo y al desaparecer la oscuridad, los niadaes volvieron a encontrar su cuerpo justo donde lo vigilaban.
-          ¿Cómo es posible? —exclamé apenas sin poder aceptar lo que Eros y Zelm estaban revelándome.
-          El cuerpo de Rauth reapareció justo donde los niadaes lo tenían cuando la oscuridad se desvaneció, ya que había recorrido un camino que jamás debió haber recorrido. La oscuridad se lo llevó ilícitamente de la vera de los niadaes —me aclaró Zelm.
-          Eso quiere decir que...
-          ¡Eso quiere decir que Rauth está vivo, Sinéad! —exclamó Brisita apenas sin poder contener su felicidad.
-          ¿Y dónde está? —quise saber con urgencia.
-          Está recuperándose. Él también se siente débil. Es comprensible... Nos ha costado mucho curarlo, pero vuelve a ser el mismo hombre que conociste hace tantos y tantos siglos, Sinéad —me reveló mi hijita.
-          No, no puede ser. Todo esto es demasiado hermoso para que sea cierto —lloré tiernamente.
-          ¿Acaso no nos merecemos que las cosas empiecen a salirnos bien? —se rió Adina con cariño. Sin embargo, pude ver que sus ojos estaban anegados en sombras de tristeza.
-          Sí... por supuesto —me reí también, aunque notando que la pena que irradiaban los ojos de Adina volvía efímera mi risa.
-          Mañana nos reuniremos todos en el salón. Tenéis esta noche para bañaros, descansar y recuperar todas vuestras fuerzas. Mañana, al amanecer, yo vendré a despertaros para que acudamos a ese rincón donde nos reencontraremos todas las hadas de Lainaya. Mañana es la coronación de Brisita y también su boda... —expresó Adina intentando sonreír. Me pregunté por qué estaba tan triste.
-          ¿Tu boda? —le cuestioné sobrecogida y extrañada.
-          Sí... Mañana llegará Lianid y me casaré con él, Sinéad —me confesó mi hijita con las mejillas sonrojadas.
-          ¡Me parece maravilloso,  Brisita! —exclamé abrazándola tiernamente.
-          No creo que pueda dormir esta noche. Estoy muy nerviosa —me reveló con los ojitos entornados.
-          Es comprensible que lo estés. Sé lo que sientes —le dije acariciándole la cabeza.
Cuando creímos que el silencio serían las únicas palabras que nos atreveríamos a pronunciar, unos desesperados llamados cargados de alivio, felicidad y temor empezaron a resonar por el pasillo que accedía a la bella alcoba en la que nos hallábamos. Scarlya apelaba a Leonard con una desesperación punzante mientras corría rápida y costosamente hacia él. Cuando lo tuvo al alcance de sus manos, se lanzó a sus brazos todavía diciendo su nombre con una voz llena de sollozos y de suspiros mientras lo abrazaba con una fuerza que creímos la más poderosa del mundo: la fuerza del amor.
-          ¡Leonard, amor mío! ¿Estás bien, cariño? Dime, ¿estás bien? ¿Estás bien? —le preguntaba mientras se apretaba contra él.
-          Estoy bien, mi amada Scarlya —le respondió él acariciándole los cabellos—. Ahora estoy mejor que nunca.
-          Leonard, mi Leonard, al fin, al fin estamos juntos, vida mía, al fin, al fin —sollozaba Scarlya desesperadamente.
Todos observábamos aquel instante con una tierna sonrisa esbozada en nuestros labios. Nos parecía un momento tan bonito que lo creíamos parte de un sueño. Leonard y Scarlya se abrazaban como si hasta entonces hubiesen carecido de vida, como si no existiese nada más a su alrededor. Ver que Scarlya estaba tan desesperada por él me encogió el corazón, pero también me lo llenó de alegría y alivio. Scarlya amaba a Leonard con una fuerza que ni siquiera ella misma podía medir.
Eros me observaba satisfecho. Cuando percibí tanto amor en su mirada, me acerqué más a él y me apoyé en su pecho, permitiendo que sus brazos me protegiesen hasta del inocente aire que nos rodeaba. Y así el tiempo comenzó a fluir mientras quienes lo deseábamos respirábamos la fragancia del amor y de la felicidad entre los brazos de alguien que queríamos con todo nuestro corazón. Creí entonces que para siempre restaríamos así, detenidos en ese instante tan mágico; pero de repente se introdujo en aquel bello momento una estidelf que portaba en sus manos una fuente llena de frutas.
-          Podéis comer algo si lo deseáis antes de dormir. Creo que os sentará bien —nos ofreció tendiéndonos aquella gran fuente llena de frutas preciosas y suculentas—. Mañana nos espera a todos un día bastante intenso.
-          Sí, es cierto —se rió Brisita incómoda.
-          Gracias, Nayel —habló Adina. Noté que en su voz se albergaba demasiada tristeza.
Todos comimos en silencio, mirándonos los unos a los otros con emoción, nervios y tensión. Adina era la única que no observaba a nadie. Permanecía con los ojos fijos en la fruta que intentaba ingerir. Comía taciturna y muy lentamente y sus ojos no dejaban de irradiar esa inmensa congoja que me encogía el corazón.
Al fin, cuando todos nos hubimos saciado y nos disponíamos a dirigirnos hacia nuestra alcoba, antes de desaparecer junto a Eros, me acerqué a Adina y la tomé de la mano mientras con la mirada le preguntaba si deseaba hablar conmigo. Adina me contestó agachando los ojos y permitiendo que la guiase hacia el exterior de aquel gran palacio.
La noche estaba preciosa. Las noches en la región del verano eran cálidas, pero se adivinaba en su aliento un frescor húmedo y aromático que acariciaba los sentidos. El cielo albergaba los últimos instantes del atardecer, unos instantes reflejados en rayos azulados que se mezclaban con el lejano brillo de las estrellas. Soplaba una brisa tierna y cuidadosa que mecía las ramas de los árboles, haciendo que sus hojas entonasen la canción de la paz y la belleza. Las hojas de los árboles, tan verdes como la hierba más joven, se remarcaban en el azulado firmamento, pareciendo bosques densos donde habitaban las hadas más bonitas y mágicas.
Adina y yo caminábamos por un denso y cuidado jardín repleto de sendas que las flores custodiaban. Había fuentes en medio de los árboles de las que brotaba un agua cristalina. El sonido que producía el agua al chocarse contra las piedras me hipnotizaba y me hacía agradecerle a la Diosa que me permitiese vivir ese instante. Sin embargo, aunque la beldad más aromática y crepuscular nos rodease, yo podía sentir la inmensa tristeza que emanaba de los ojos y de los movimientos de Adina, quien ni tan sólo se atrevía a mirarme. Andaba sin levantar los ojos, casi como si su cuerpo fuese de hierro y le costase moverlo.
-          ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás tan triste? —acabé preguntándole con muchísima ternura. Nos habíamos detenido bajo la frondosa copa de un ancestral árbol—. Me duele verte tan afligida... somos amigas. Hemos vivido momentos demasiado horribles... Eso ya garantiza que para siempre nos unirá un lazo inquebrantable —le aseguré tomando sus manos, las que, entre las mías, parecían las más tibias del mundo.
-          ¿No puedes imaginarte lo que me ocurre? —me cuestionó con una voz frágil.
-          No, no puedo figurármelo. Tal vez estés demasiado agotada por todo lo que hemos vivido...
-          No, Sinéad, no se trata de nada de eso —me contradijo mirando hacia el cielo, entornando sus bellos y brillantes ojos, de los que ya emanaban lágrimas revoltosas y menudas que relucían en la oscuridad.
-          ¿Entonces qué te sucede?
-          Mañana Brisita será coronada, se convertirá en la siguiente reina de Lainaya. Eso quiere decir que mi madre dejará de ser reina... Conocer y coronar a su sucesora era la última misión que la naturaleza le otorgó cuando nació... ¿Lo entiendes? —me interrogó casi sin poder hablar—. Cuando Brisita se haya vuelto la reina de Lainaya, mi madre... mi madre fenecerá... Nada ni nadie podrá evitar que se marche. Ha cumplido todos los propósitos que la Diosa le encomendó... —ya lloraba.
-          Es cierto —susurré estremecida de pena mientras acariciaba sus negros y suaves cabellos—. Lo siento muchísimo, Adina. No recordaba ese triste detalle.
-          No es necesario que me consueles, Sinéad, de veras. Me hace sentir culpable que estés aquí conmigo, intentando sosegarme, en vez de estar con tu amado... Yo debería ir con mi madre para pasar la última noche de su vida junto a ella, pero no puedo ni mirarla a los ojos. Todos mis hermanos y hermanas han aceptado su destino, pero yo no puedo. Yo he sido quien más la ha cuidado en su vejez, quien la ha bañado, quien le ha dado de comer, quien la ha escuchado, quien le ha descrito todo lo que ella no podía ver ya, quien le ha hablado más clara y nítidamente... No sé cómo voy a vivir sin ella, Sinéad, no lo sé —sollozaba invadida de lástima e impotencia.
-          Perder a tu madre es lo más doloroso de la vida. Piensas que siempre estarás desprotegida, que nunca más volverás a sentirte amparada... Es el primer ser que nos resguarda de la crueldad y frialdad de la vida. Es comprensible que más allá de sus brazos ya no podamos encontrar consuelo ni protección... Yo también perdí a mi madre... y te aseguro que siempre he tenido por dentro de mí un vacío que nadie ha conseguido llenar; pero nunca estarás sola. Aunque ella no esté a tu lado, siempre podrás hablarle, pues su recuerdo jamás morirá, jamás... —le aseguraba mientras la abrazaba—. Además, tienes a muchísimos seres que te quieren...
-          Pero nadie me querrá como ella. Nadie puede querernos como lo hace o lo hizo nuestra madre.
Las palabras de Adina, y sobre todo el llanto que las teñía, me hicieron llorar inevitable e inesperadamente. Empecé a plañir en silencio, intentando que mis lágrimas no se convirtiesen en hondos sollozos que desvelarían mis más tristes sentimientos.
Cuando Adina se dio cuenta de que estaba llorando, me abrazó con mucha más fuerza y entonces ambas nos unimos irrevocablemente en ese instante. Nuestras lágrimas fluían por nuestras mejillas mientras las estrellas continuaban brillando en el firmamento, mientras el relente de la noche caía sobre la fronda de los árboles y se posaba en las hojitas más pequeñas. El ambiente que nos rodeaba era íntimo, propenso para llorar en secreto.
-          Gracias por estar conmigo en un momento tan triste.
-          NO debería llorar. Quien tiene que hacerlo eres tú, no yo; pero es que... no he podido evitarlo —me disculpé vergonzosa mientras me limpiaba las lágrimas.
-          No te disculpes. La mejor forma de consolar y acompañar a alguien en unos instantes tan oscuros y tristes es llorando, es sintiendo exactamente las mismas emociones. Me has hecho creer que no estoy sola... Ojalá pudieses quedarte aquí para siempre, Sinéad; pero sé que tienes que irte, pues tu vida no está aquí en Lainaya —se lamentó con mucha pena mientras también se limpiaba las lágrimas—. No entiendo por qué tienes que irte. Ojalá pudiésemos vivir todos juntos aquí o donde sea, en el palacio de Brisita... porque sé que Cerinia y todos los audelfs le habrán construido un palacio hermosísimo... Todos los que vivimos en Lainaya y quienes llegan aquí tras haber muerto piensan que Lainaya es una tierra mágica que solamente está habitada por la felicidad y la luz, pero Lainaya es la tierra más triste de la vida. Es el lugar donde se albergan las vidas nobles... y es el mundo donde todo es posible, todo, incluso hablar con las hojas de los árboles o los ríos; pero también es posible experimentar aquí toda la congoja de la Historia...
-          Sí, es cierto. Yo también creía que en Lainaya no existía el sufrimiento; pero entendí que en esta tierra cabe tanto dolor como en cualquier otra parte.
-          No quiero que te vayas —protestó abrazándome de nuevo—. Te quiero como una hermana. Empezar a quererte ha sido algo inesperado, Sinéad, te lo aseguro. Me di cuenta de que te apreciaba cuando pensé que íbamos a morir... Te quiero como una hermana más, aunque seas una niedelf. Que todos te queramos y te respetemos indica que esas horribles enemistades entre nosotros se han desvanecido y eso es gracias a tu magia y a la presencia de Brisita, pero sobre todo es gracias a que la oscuridad ha desaparecido.
-          Gracias, Adina. Yo también te aprecio mucho. Yo tampoco quiero irme —le dije llorando de nuevo.
-          Pero tendrás que hacerlo... y debemos aceptarlo.
-          ¿Nunca más podré volver? —le pregunté con mucho miedo.
-          No, ya no podrás volver... a menos que mueras... pero tú no puedes morir. Tú eres inmortal, lo sé...
-          Pero, entonces, ¿por qué llegué hasta aquí?
-          Porque tenías que alumbrar a la próxima reina de Lainaya. La Diosa pensó en ti porque tienes un alma demasiado pura y porque ella conoce todos tus sentimientos. Eres tan mágica... No entiendo por qué las cosas tienen que ser así...
Estaba a punto de contestarle cuando, de repente, oímos que alguien caminaba entre los árboles. La hierba y algunas hojas que accidentalmente habían caído al suelo crujían bajo sus pies. Me volteé para saber de quién se trataba y me sobrecogí cuando vi a Rauth dirigiéndose directamente hacia donde nosotras estábamos. De sus ojos emanaba mucha felicidad, pero también una inabarcable melancolía que me encogió el corazón; esa melancolía que siempre se había escapado de sus ojos otoñales.
-          Creo que lo mejor será que me vaya para que podáis hablar —adujo Adina retirándose de mi lado—. Gracias por haber querido conversar conmigo, Sinéad. Nos vemos mañana en la coronación —se despidió con una sonrisa—. Buenas noches, Rauth.
-          Buenas noches, Adina —le contestó él con educación. Cuando Adina desapareció tras los árboles, Rauth me miró y me preguntó con timidez—: ¿Quieres que nos sentemos entre los árboles para hablar un poco?
-          Sí, por supuesto —le sonreí con cariño y nervios.
-          Creo que ya sabes que ésta es la última noche que vives aquí —me susurró cuando ya nos hubimos acomodado en la hierba—. Mañana ya regresarás a tu hogar...
-          Sí, lo sé; pero no lo acepto.
-          Es tu destino. Tú solamente te adentraste en Lainaya para que juntos creásemos a la próxima reina de Lainaya. Suena tan triste... pero sin embargo es algo tan bonito... Estoy muy orgulloso de Brisita y de ti, Sinéad...
Rauth estaba a punto de ponerse a llorar. Sus rojizas pestañas temblaban y sus labios apenas podían sonreír, aunque él lo intentaba con toda su alma. Cuando lo percibí tan triste, me acerqué más a él y lo rodeé con mis brazos. Cuando nos hallamos uno entre los brazos del otro, noté que algo se quebraba en mi interior. El amor que nos profesábamos, que siempre nos habíamos profesado desde que nos conocimos, gritó por dentro de mí, revelándome que aquélla era la última noche en la que podríamos estar tan unidos... Supe que Arthur y yo nunca más volveríamos a vernos... nunca más...
-          No quiero que esta noche se acabe. No quiero que te marches —lloró Rauth entre mis brazos—. No podremos volver a vernos nunca más, Sinéad. Yo ya he habitado en demasiadas dimensiones: en ésta, en la de la vida de la Tierra, en la de la muerte, en la que tú creaste... Gracias por no olvidarme nunca, por pensar en mí siempre, siempre. Si hubieses dejado de quererme, entonces yo no habría estado aquí. La fuerza del amor que siempre has sentido por mí es la razón por la que la Diosa decidió que yo sería el padre de Brisita, de la próxima reina de Lainaya. Ahora, ahora que ya hemos cumplido con casi todos los propósitos de nuestra vida, no puedo creerme que todo se haya acabado.
-          Se supone que tú moriste porque habías cumplido todos los propósitos de tu vida. Quizá sí podamos vivir aquí más tiempo...
-          No, no los había cumplido. La oscuridad se apoderó de mi cuerpo, pero a mí me queda hacer una última cosa...
-          ¿De qué se trata?
-          Tengo que despedirme definitivamente de ti. Yo siempre he deseado poder decirte adiós antes de morir.
-          No, no, no... No digas eso nunca más, por favor. No puedes morir... Jamás morirás, Rauth, jamás... Tú siempre estarás vivo en mí y sé que puedo recuperarte si lo anhelo con toda la fuerza de mi alma —lloré casi desesperada.
-          Ya he renacido demasiadas veces, ¿no crees? —se rió melancólicamente—. Debo permitir que la muerte se apodere de mi alma...
-          No quiero que ese momento llegue...
-          Pues llegará mañana: el día más feliz para Lainaya, pero sin embargo el más triste para muchísimos de nosotros...
-          ¿Por qué también tiene que existir la tristeza en la magia?
-          Porque la tristeza es el sentido de la vida, Sinéad. Si la tristeza no existiese, no sabríamos apreciar la alegría ni los momentos bellos. La tristeza es la cuna de todos los demás sentimientos, es la que nos permite distinguir entre todas las emociones de la vida.
-          Pues yo no puedo soportarla —me quejé llorando desconsoladamente.
-          Sinéad... siempre estaremos juntos, siempre... Nuestro amor se alberga entre las estrellas. Cuando mires al cielo, imagina que las estrellas brillan porque nos quisimos y piensa que la oscuridad que las separa es la morada que resguarda nuestro eterno amor... Sé que siempre nos amaremos, siempre, aunque estés enamorada de Eros o de cualquier ser que quiera adentrarse en tu alma...
-          Sí, es cierto...
-          Te amo con toda la intensidad de la vida y de la Historia, Sinéad...
-          Rauth... Arthur...
-          Siempre seré Arthur para ti...
Arthur y yo nos hallábamos tan cerca que respirábamos el mismo aire. No me importaba nada en ese momento, solamente sentirlo tan arrimado a mí y saber que al día siguiente tendríamos que separarnos para siempre. Cerré los ojos con fuerza y me aproximé más a él para besarlo, sin preguntarme si aquella acción tan tierna tendría consecuencias tristes. Yo solamente quería despedirme de él entregándole el beso más bonito y amoroso de la Historia... Arthur correspondió a mis besos con una desesperación punzante y a la vez sobrecogedora. Y permanecimos besándonos durante un tiempo del que nadie se acordaba, nadie...
 

2 comentarios:

Uber Regé dijo...

No sé cuánto queda para el final, pero este capítulo es definitivo en cuanto a que la historia da el giro, y se despejan muchas incógnitas. La parte inicial, con Sinéad confusa y recibiendo explicaciones es muy bonita, porque justifica por completo el título del capítulo: el renacimiento de la magia, y magia es lo que se respira. Me encanta la superpoblación de seres, todos ellos, representantes de las estaciones y los elementos (preciosos nombres, oxiníes, llauníes, areníes... son tan eufónicos...), forman una especie de coro que me llena de alegría y sensaciones positivas. Además, la aparición sabiamente dosificada de tantos personajes protagonistas de episodios anteriores va creando un clímax que culmina con la aparición de Leonard, Tsolen, Rauth... por cierto, me encanta la solución de que la oscuridad quede integrada en Lainaya, y por tanto deje de ser una amenaza incontrolada. Pero, volviendo a Arthur/Rauth, y al final del capítulo, dos son las penas que nos has reservado, en contraposición a tantas buenas noticias: que Arthur morirá y que Sinéad no podrá volver. Pues bien, no te creo. Me da igual lo que pienses, yo siempre guardaré una esperanza, porque Arthur no puede morir, no puede, es la materialización de un ideal, y por mucho que parezca desaparecer, mientras Sinéad viva su inmortalidad forzosamente lo hará renacer, sea ahora y luego, lo llegue yo o no a conocer. Y en cuanto al regreso de Sinéad... bueno, el universo y la magia son algo tan fabuloso que no se puede decir que no a nada. ¿Qué hay del vínculo entre Brisa y Sinéad? Este será un hilo del que siempre se podrá tirar. En fin, me ha gustado muchísimo el capítulo, y ten por seguro que lo bueno y positivo que hay en él me compensa con creces la tristeza, aparente, del final. Pero no me quiero perder lo que sigue, claro...

Wensus dijo...

Es un capítulo agridulce. Hay cosas muy positivas pero otras...son difíciles de aceptar. Por un lado, me alegra mucho que hayan conseguido vencer a la oscuridad y a la horrenda Alneth. Era un ser completamente despreciable. Al principio no comprendía nada, pensaba que Sinéad se estaba muriendo, menos mal que no fue así.Por fin han conseguido su objetivo. Fantástico el reencuentro entre Sinéad/Leonard, Sinéad/Eros y Scarlya/Leonard. Todos han sido reencuentros muy emotivos, cargados de felicidad. Por otro lado, que por fin Brisa vaya a ser coronada Reina de Lainaya y que se vaya a casar con Lianid son dos grandes noticias, maravillosas. No imaginaba que la boda de Brisa se haría realidad tan pronto, pero me encanta. Otro motivo de felicidad es que Rauth esté vivo, que le hayan podido resucitar...aunque sea por poco tiempo. Ahora bien, toda esa felicidad se empaña por muchos motivos. En primer lugar que Arthur tenga que morir por haber cumplido todos sus cometidos...es demasiado triste. Esas cosas que le ha dicho a Sinéad me han llegado al alma. Aunque ha muerto ya en dos ocasiones, no nos podemos acostumbrar a perderle...forma parte de nosotros y me robó desde el primer momento un trocito de mi corazón...será duro despedirse de él para siempre...Por otro lado, que la coronación de Brisa suponga la muerte de Lumia...es otro mazazo. Me da mucha pena Aldina. Como el amor de una madre no hay nada en el mundo, es un cariño tan profundo y verdadero que perderla resulta muy doloroso, insoportable. Al menos tiene el consuelo de haber hecho todo lo que ha podido por ella, la cuidó hasta el final. Pero aquí no terminan las malas noticias, Sinéad ya no podrá regresar jamás a Lainaya ni ver a Brisa. Esto supone un gran dolor para ambas, aunque ninguna de las dos muera, ¿cómo aceptar que jamás verás a tu hija o a tu madre? Eso es muy duro...Pienso como Vicente, ,me niego a pensar que ese vínculo tan fuerte se rompa para siempre, que jamás pueda regresar a la tierra por la que luchó dando su vida y la de sus seres más queridos...es injusto. Me imagino que el final está cerca...ains, me da miedo que las cosas terminen así, aunque sé que es un final lógico, no quiero que Lainaya desaparezca para siempre de nuestras vidas. Un capítulo repleto de emociones, felicidades Ntoch, me ha llegado al alma. Ay, por cierto, que me encanta Laudinia, como siempre creas personajes fabulosos. ;)