martes, 29 de julio de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 01. HACIA LA MAGIA... UN CAMINO DE NEBLINAS

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 01. HACIA LA MAGIA... UN CAMINO DE NEBLINAS
 
Llovía. La lluvia acariciaba delicadamente las hojas al nacer de ese firmamento donde las estrellas no se atrevían a brillar. Los relámpagos incendiaban el cielo, los truenos los perseguían furiosos, estremeciendo el bosque, volviendo mucho más oscura aquella noche tan especial. La lluvia parecía querer retenernos allí. Era como si la naturaleza llorase el final de aquel presente y nos previniese contra nuestro futuro; el que nos esperaba más allá de esas montañas, de ese castillo donde nos refugiábamos, de esos frondosos árboles y aquellas flores resplandecientes. La naturaleza parecía estar enfadada con el mundo, con la vida, con la creadora de su existencia. Llovía cada vez más intensamente, los rayos ya habían partido en dos algunos árboles, la poderosa voz del trueno retumbaba incluso en el lugar más lejano del Universo y todo lo que captaban nuestros sentidos nos agitaba el alma y nos envolvía el corazón en temor y a la vez belleza.
Siempre he adorado las noches de tormenta, siempre las había amado, desde que las descubrí batallando contra el verdor de la naturaleza; pero aquella vez me parecía que mi corazón se encogía ante la magnificencia y el poder de aquella lluvia torrencial e impetuosa que parecía querer destruir la cuna donde podría dormir aquella noche. Sin embargo, yo sabía que no era aquella tormenta lo que tanto me sobrecogía, sino saber que aquella misma noche se iniciaría para nosotros un futuro que deberíamos afrontar con valentía y la valentía me parecía algo inalcanzable en aquellos momentos. Pensaba que la lluvia cubriría toda la fortaleza que pudiésemos experimentar, arrebatándonos así la capacidad de no sentir miedo.
-          Shiny, ¿crees que podremos marcharnos esta noche con lo que está cayendo?
La voz de Eros sonó suave y tierna tras de mí. Me di la vuelta y lo abracé en silencio, sólo confesándole con mis gestos y mi mirada que me sentía completamente insegura y aterrada. La belleza de aquella noche, sin embargo, me intimidaba tanto que me creía incapaz de alejarme de mi morada.
-          Tranquilízate, cariño. Todo va a ir bien, ya verás. No tengas miedo —me consoló acariciándome los cabellos con mucho amor.
-          Temo por todos vosotros.
-          ¿Y por ti? —me preguntó extrañado tomando mi cabeza entre sus manos.
-          Por mí... Yo estaré bien si vosotros lo estáis —le contesté con mucha melancolía.
-          Shiny...
-          Sinéad, ¿cuándo nos iremos? —cuestionó una nueva voz. Scarlya se acercaba a nosotros con un paso lleno de ilusión.
-          No sé, Scarlya. Shiny se siente intimidada.
-          Hace una noche perfecta para huir de este mundo. La naturaleza se despide sombría, pero impetuosamente de nosotros. Leonard también está muy nervioso e ilusionado. Ya hemos vestido a Brisita. Están esperándonos en el salón —nos comunicó Scarlya esperanzada y tiernamente.
-          Venga, Shiny, ya verás que todo saldrá mucho mejor de lo que piensas, amor mío —se rió Eros con mucha ternura.
No quería que pensasen que la debilidad y la falta de valentía habían anegado todo mi ser, así que me desprendí suavemente de los brazos de Eros e, intentando sonreírles con felicidad y luz, les pedí con los ojos que acudiésemos cuanto antes al salón; pero, antes de salir de mi alcoba, me detuve un instante sin que ellos lo advirtiesen y, con sigilo, me aproximé a mi arpa con los ojos a punto de llenárseme de lágrimas. Me agaché frente a ella y, con una voz susurrante, le dije adiós con muchísima añoranza:
-          Lo siento. No sé cuándo volveré. Me da penita dejarte aquí sola... desafinada y cubierta con esta sábana, pero te aseguro que no me olvidaré de que me esperas aquí.
-          Shiny, ¿qué pasa ahora, Shiny? —me preguntó Eros con una voz llena de dulzura—. Recuerda que no podemos llevarnos nada, Shiny.
Salí de la alcoba antes de que pudiesen venir a buscarme y me descubriesen tan extremadamente triste. Por mucho que lo intentase, no conseguía que mi alma se llenase de buenas sensaciones. Todo lo que había por dentro de mí era lástima, melancolía, miedo e inseguridad; pero traté de ocultar todos esos sentimientos tras una sonrisa sutil y luminosa. Deseaba que todos ellos encontrasen en mí las fuerzas para emprender ese viaje que nos llevaría a momentos impensados y posiblemente invivibles.
-          Rauth nos espera en Lainaya —apunté tratando de impedir que mi voz reflejase mis sentimientos—. Leonard, por favor, tienes que confiar plenamente en mí. No debes dudar ni un instante de que te llevaré a la magia. No debes negar lo que te ocurrirá a partir de ahora. Tienes que dejar tu mente en blanco y permitir que la magia anegue todo tu interior.
-          De acuerdo, hija —me contestó intimidado.
-          Shiny —me apeló Brisita con un susurro. Me di cuenta de que me miraba hondamente. Enseguida supe que había adivinado todos mis sentimientos—, no estés asustada, mami. Yo no permitiré que nos suceda nada malo.
-          Mi cariñito... —musité agachándome enfrente de ella y rodeándola después con mis brazos—. Gracias, Brisita. Necesitamos tu fortaleza... Perdóname. A veces soy demasiado cobarde.
-          No eres cobarde, Sinéad. Es comprensible que estés asustada. Yo también siento un poquitín de miedo, pero no porque piense que no podré entrar en Lainaya, sino porque no sé qué nos espera más allá de este momento —me confesó Scarlya.
-          No podemos perder más tiempo. En Lainaya está a punto de hacerse de día. Tenemos que empezar a viajar antes de que amanezca —nos avisó Brisita.
Nadie se opuso. En silencio, nos dirigimos hacia el exterior. Yo había tomado a Brisita entre mis brazos y la apretaba delicada y dulcemente contra mí como si quisiese impedir que la lluvia la rozase. En silencio, había comenzado a anhelar con mucha fuerza que la magia construyese nuestro entorno y nos envolviese a todos en una red de luz que nos transportase a través de las dimensiones del espacio hasta permitir que nuestro espíritu respirase en Lainaya.
Y ya comenzaba a sentir la influencia de la magia, la voz de aquella lejana tierra y el llamado de mi otra vida reclamándome a través del tiempo y del espacio. No detuve aquellos sentimientos. Miré desesperada, pero tiernamente a Leonard, a Scarlya, a Brisita y a Eros, pidiéndoles con los ojos que no tuviesen miedo, anunciándoles que nuestro viaje acababa de empezar.
La lluvia sonaba cada vez más lejana. Los árboles que habían sostenido nuestro firmamento estaban convirtiéndose en neblinas que anegaron todo nuestro entorno. La oscuridad del tránsito ya nos rodeaba, nos impulsaba silenciosa e impetuosamente hacia aquel lugar donde se iniciaría nuestro nuevo presente. Sabía que todos me seguían, que todos estábamos introducidos en una misma nube, protegidos entre aquellas inquebrantables brumas. Por eso, dejé de tener miedo.
El eco de los truenos se perdía por aquella dimensión llena de neblinas que no cubrían ninguna tierra. Nuestro mundo, nuestra realidad, nuestra vida: todo iba quedando atrás, encerrándose en otro tiempo, en otro espacio, en otro suspiro de existencia. Creí que para siempre estaríamos vagando y flotando por aquella oscuridad tan nebulosa, pero de pronto noté que algo cambiaba: el aire, el olor del vacío, el frescor y la humedad de la noche. No tenía los ojos abiertos, pero sabía que había aparecido ante nosotros un nuevo firmamento.
-          Shiny, mami, cariño, ya estamos —me avisó Brisita con un susurro lleno de amor y serenidad—. Estamos descendiendo a la tierra.
-          ¿Ya? —me reí curiosa, aliviada y alegre—. Qué rápido.
-          Sinéad... —musitó Leonard desorientado.
Brisita tenía razón: el suelo cada vez estaba más cerca de nosotros; un suelo alfombrado por flores de colores delicados y vivos. Los árboles nos aguardaban con pausa y quietud. No soplaba el viento. No se movía ni una sola hoja. El tiempo parecía haberse detenido allí. Además, las estrellas brillaban con fuerza. Un sinfín de ojitos luminosos observaban nuestra llegada desde lo más remoto del Universo.
-          Sinéad, me siento muy extraño —volvió a protestar Leonard.
Cuando lo miré para tranquilizarlo, me estremecí de inquietud y sobresalto y estuve a punto de lanzar una exclamación de sorpresa y consternación. La magia le había permitido a Leonard adentrarse en Lainaya, pero no había mudado su apariencia. A Leonard no le habían crecido esas curiosas orejitas puntiagudas ni tampoco podría emplear para volar aquellas etéreas alas que a todos nos emergían de la espalda. Seguía siendo un vampiro; uno de los vampiros más bellos y atractivos de la Historia, no un mágico heidelf de piel templada y corazón latiente que podría vagar libremente bajo el día.
-          No te has metamorfoseado —susurré incapaz de digerir aquella realidad.
-          ¡Yo sí! —exclamó Scarlya alegre e impresionada mientras saltaba entre los árboles. Sabía que se notaba ligera, volátil, mágica—. ¡Mira, Brisita! ¡Tengo alitas!
-          Estás preciosa, Scarlya —musitó Leonard intimidado—. Más que nunca, pareces nacida directamente de la naturaleza. Pareces tan mágica...
Cuando miré a Scarlya, me acordé repentinamente de todo lo que había pensado de ella cuando la había visto por vez primera. Su aspecto me había parecido decidido por los espíritus del bosque y había creído que ella no formaba parte de mi especie, sino de una mucho más mágica que vivía dentro de los árboles y se alimentaba de las flores y de las brisas del amanecer. Sus largos, brillantes y castaños cabellos, sus rasgados y pequeños ojos, su curiosa nariz, la forma de su rostro, el rojizo tono de sus labios, su inmaculada belleza, el exquisito aroma a flores que despedía su cuerpo: todo aquello la volvía tan mágica como la luz de la luna perdiéndose por una otoñal noche solitaria. Entonces, inesperadamente, me pregunté por qué la diosa que creaba la vida no había decidido que Scarlya debía vivir en Lainaya y no en ese mundo que pudo haberla corrompido para siempre. Ella sí se merecía plenamente ser habitante de la magia...
-          Estás preciosa —me reí con cariño y amor. Me hacía una cariñosa gracia verla tan feliz con esas etéreas y brillantes alitas, con esas orejitas puntiagudas nacidas entre sus lustrosos cabellos—. Qué inocente pareces...
-          Sí, pareces tan mágica... —susurró Brisita sonriéndole con mucha ternura.
-          ¡Gracias! —contestó ella riéndose con cariño—; pero no entiendo por qué Leonard no...
-          Leonard... ¿acaso no has confiado plenamente en mí y en la magia?
-          Sí, he confiado en vosotras, por supuesto que lo he hecho, y no he dudado ni un instante de que todo lo que me sucedía era real —me respondió atolondrado.
-          No puedes hacer este viaje si no eres como nosotros. Necesitas ser un heidelf para poder vagar bajo la luz del sol, para poder alimentarte... En esta tierra no podemos... —le informé nerviosa—. No podemos beber sangre —murmuré estremecida.
-          Entonces lo mejor será que me marche —apuntó desencantado.
-          No, no, no puede irse —protestó Brisita con desesperación—. Él tiene que hacer este viaje con nosotros.
-          ¡Pero si no es un heidelf!
-          No te preocupes por eso, Shiny —me consoló ella—. Rauth sabrá lo que debemos hacer.
-          ¿Dónde está? Me aseguró en sueños que estaría esperándonos aquí.
-          Estoy aquí, Sinéad —intervino de pronto Rauth con una voz llena de amor.
-          Rauth... ¿Desde cuándo estás aquí? —le preguntó Eros.
-          No lo veo —protestó Leonard nervioso.
-          No quería interrumpiros y estaba perplejo, por eso no podía intervenir. Leonard no me ve, pero no es por culpa suya. Es la misma magia quien no se atreve a acogerlo.
-          ¿Por qué? —preguntó Scarlya desorientada—. Si Leonard es muy bueno... No lo entiendo.
-          No temáis. Hay solución para todo. Sinéad, por favor, condúcelos al lago.
Obedecí a Rauth con ternura y muchísimos nervios. Tomé la mano de Leonard como si tuviese miedo a que la luz del temprano amanecer pudiese arrebatarle todas las fuerzas de su espíritu. Scarlya, Brisita (acogida entre los brazos de Rauth) y Eros nos siguieron en silencio. Scarlya miraba anonadada todo lo que nos rodeaba. Se fijaba en todos los detalles de aquella naturaleza como si aquélla fuese la primera vez que percibía un lugar tan inmensamente hermoso.
-          Es imposible que esto sea real —declaró impresionada cuando llegamos a aquel mágico rincón que me había permitido adentrarme en sus vidas—. Es demasiado hermoso para que lo sea. Dime, Sinéad, esto es un sueño, ¿verdad?
-          No, Scarlya. Es real —le sonreí satisfecha al verla tan emocionada.
-          Sinéad, esto es precioso —exclamó Leonard con fascinación.
-          Este rincón de Lainaya es donde se concentra más la magia —aclaró Rauth—. Estoy seguro de que Leonard conseguirá verme y se convertirá en un heidelf cuando menos nos lo esperemos. Tenemos que sentarnos todos en la orilla del lago. Tú, Brisita, cariño mío, tienes que intentar comunicarte con el espíritu de la magia como cuando lograste que Leonard te viese.
-          De acuerdo —contestó ella sentándose en el suelo. De nuevo, la percibí tan crecida, tan madura, tan inteligente y sabia...
Cuando todos nos sentamos a la orilla del lago, perdimos nuestros ojos por esas transparentes y cálidas aguas. La tibieza que exhalaban me hizo sentir ganas de desprenderme de mis ropajes y bañarme bajo aquella luz amaneciente tan rosada y templada; pero me mantuve quieta, a la espera de aquellos acontecimientos mágicos que tornarían mucho más ensoñador nuestro presente.
El silencio podía palparse con los dedos, podía saborearse, podía oírse incluso; pero, de pronto, de forma lenta e intensa, aquella inquebrantable quietud fue tornándose la voz de un sutil y cálido viento que comenzó a mecer las ramas de los árboles. Aquel viento parecía emanado del centro de los bosques o, incluso, del corazón de la tierra; mas yo sabía que provenía del alma de mi mágica hijita, quien se mantenía con los ojos entornados, con la mirada fija en las aguas, con la concentración totalmente dedicada a ese instante.
Tal como había sucedido aquella noche, unas neblinas espesas comenzaron a cubrirlo y a anegarlo todo. Desapareció el bosque que había más allá de ese instante y sólo quedó el lago, los árboles que lo cercaban y nosotros, rodeados todos por esas brumas que ya no nos intimidaban ni nos asustaban. Dejé la mente en blanco para que la influencia de la magia también anegase mi ser y entonces noté que todo lo que pensaba y sentía se tornaba silencio, quietud, calma.
La noción del tiempo desapareció, el espacio se disolvió y se hundió bajo el agua del lago, el amanecer se detuvo y su luz se quedó pendiendo del cielo, resguardada entre las estrellas. Creí, vagamente, que restaríamos así hasta que el tiempo se agotase de permanecer parado; pero de súbito capté un leve sonido que me recordó al caer de las hojas en otoño. Abrí lentamente los ojos y entonces vi a Brisita dirigiéndose hacia Leonard con los ojos todavía entornados. Su violácea mirada se había teñido de brumas. Creí que estaba sumida en un trance que le impedía recordar y prestar atención a su presente; pero sabía que estaba plenamente consciente. Alargó sus manos hacia el rostro de Leonard y las descendió después hacia el suelo, como si quisiese encerrarlo en una burbuja donde solamente se hallasen él y la soledad. Después, Brisita se sentó enfrente de él aún mirándolo con paciencia, magia y profundidad. Leonard la miraba con sosiego, pero también con un ápice de inquietud y desconcierto.
-          Ugvia, madre de todas las cosas, creadora de todas las vidas, hacedora de los bosques, de las tormentas, de los huracanes y los volcanes, por favor, permite que él se adentre en nuestro mundo, acógelo en tu seno para protegerlo, permite que sea un guardián más de tu vida. Él desea ampararte de la destrucción y de las sombras de la muerte. Él también puede ser tu servidor, como lo somos todos.
La voz de Brisita sonaba lejos en el tiempo y en el espacio, pero tan clara como el silencio, como cualquier silencio mantenido en la Historia. Sus palabras me llenaron el alma de sublimidad, de miedo también, pero sobre todo de magnificencia, de fe.
Entonces la oscuridad se resquebrajó por unos instantes para que una fulgurante luz se adentrase en aquellas brumas tan espesas. Brilló con fuerza, se posó en las aguas del lago y las tornó plateadas, envolvió los árboles en nubes que parecían redes de luz, nos cubrió con un resplandor dorado y cálido que deshizo todos nuestros miedos. Sin embargo, yo me sentía tan intimidada y sobrecogida que no pude desprenderme de esa sensación de sublimidad que tanto me paralizaba; la que se acreció por dentro de mí hasta llenarme los ojos de lágrimas. Aquello era comprobar que sí existía el alma, que sí podíamos creer en algo superior a nuestra existencia. Aquel momento era la muestra de que ninguno de nosotros teníamos la potestad de nuestro destino.
-          Brisita, ayúdame, por favor —suplicó Leonard de pronto. Tras el velo de lágrimas brillantes que cubría mi mirada, vi que Brisita le había tomado de las manos y se las presionaba con respeto y cariño—. No sé dónde estoy, no sé qué está sucediéndome.
-          Debes permitir que la magia entre en ti, Leonard. No te mantengas tan hermético. Abre las puertas de tu alma, Leonard —le ordenó Brisita con tranquilidad.
Inesperadamente, Leonard cayó lánguidamente entre los brazos de Brisita, quien, aun siendo tan pequeña y aparentemente frágil, lo acogió en sus brazos como si llevase aguardando ese instante desde hacía mucho tiempo; pero entonces me di cuenta de que su pequeñez se había vuelto grandeza. De nuevo Brisita aparecía imponente ante nosotros, mágica, reluciente.
Leonard había cerrado los ojos. Quise preguntar qué le sucedía, me sentí de pronto inmensamente preocupada por él; pero, sin embargo, me mantuve quieta y queda, intimidada, intentando encontrar en la presencia de Rauth, de Scarlya y de Eros las fuerzas que me permitiesen aceptar la solemnidad de ese instante.
No transcurría el tiempo, pero, sin embargo, conforme avanzaban los segundos, yo notaba que la sublimidad y la intimidación que se habían apoderado de mi alma se acrecían imparablemente por dentro de mí. La luz que había brotado de las sombras todavía lo cubría todo, nos envolvía, nos templaba. Deseaba preguntarle a aquel espíritu creador qué estaba sucediendo, por qué no podía ver nada en claro, por qué habían crecido a nuestro alrededor unas brumas tan imponentes; pero era incapaz de pensar silenciosamente, pues aquella presencia anímica me sobrecogía indeciblemente.
Mas entonces advertí que algo se acercaba a mí: una luz rosada, una luz plateada, un fulgor destellante... Lo cierto es que era incapaz de distinguir el matiz y la forma de aquella presencia tan cálida. Percibí que aquélla me rozaba las manos y las volvía templadas, me acariciaba los cabellos, me arropaba como si fuese un manto de terciopelo. Instintivamente, abrí los brazos como si quisiese abrazar a aquel resplandor y entonces mi cuerpo quedó rodeado por unas neblinas muy suaves y etéreas que me hicieron sentir inmensamente protegida. Experimenté ganas de reír y de llorar de alegría a la vez, una felicidad interminable se adueñó de mi cuerpo y de mi alma y detecté que todo mi ser se convertía en luz, en amor, en calma, en sencillez. Inconscientemente, me tendí en la hierba, permitiendo que aquel refulgente espíritu se adueñase de todo mi ser, de mi destino, de mi existencia...
Y de repente lo que yo creía luz se tornó en unas imágenes que me costaba definir: un río desbordándose bajo una impetuosa tormenta; un bosque nevado donde las ramas de los árboles aparecían abatidas; un amanecer primaveral en el que renacían las flores; un huracán destruyendo árboles, hogares y plantas; un desierto de arenas rojizas; un volcán en erupción del que debíamos huir; una lluvia de estrellas en un prado silencioso; una vigorosa cascada cayendo con una fuerza ensordecedora; un terremoto que derrumbaba montañas... y de súbito mi nombre comenzó a mezclarse con todas esas imágenes: «Sinéad, Sinéad, Sinéad».
Alguien me llamaba desde la realidad. Las extrañas y a la vez hermosas imágenes que me anegaban la mente fueron disipándose hasta que tras mis ojos sólo hubo oscuridad. Entonces los abrí, sintiéndome desorientada y agotada, como si hubiese acabado de despertarme de un sueño que había durado años. Estaba todavía en la orilla de aquel mágico lago, tendida en la hierba, rodeada por mis seres queridos. Todos me miraban desconcertados y preocupados, todos menos Brisita.
-          Sinéad, ¿qué te ha sucedido? —me preguntó Rauth con preocupación.
-          Tenías muy buena cara, pero no nos oías. Te has quedado dormida —me comunicó Eros.
-          Sí, vaya sonrisa tenías —se rió Leonard.
-          Leonard... padre... Rauth, Brisita, Eros, Scarlya... me ha sucedido algo rarísimo. He sentido que algo se apoderaba de mí y que de repente comenzaba a ver imágenes extrañas, pero preciosas... —balbuceé desorientada e impresionada.
-          El espíritu de la naturaleza se ha apoderado de tu alma. Aparte de Rauth y yo, eres la más mágica de todos. La naturaleza puede comunicarse contigo sin problemas. Puedes ser su mensajera —me explicó Brisita con admiración.
-          Leonard ya es como nosotros, Sinéad —me desveló Scarlya ilusionada. Me hizo gracia que ignorase las poderosas e importantes palabras que Brisita acababa de pronunciar.
-          Sí, es cierto —me reí mientras me incorporaba. Entonces me di cuenta de que estaba mareada.
-          Me siento tan raro... —protestó él agachando los ojos.
-          Qué entrañable pareces con esas orejitas y esas alas... Son un poco más oscuras que las nuestras —observé sorprendida mientras me apoyaba en él, buscando el equilibrio entre sus brazos—. Ay, no me encuentro bien...
-          Ningunas alas son iguales a otras, Sinéad. ¿No te has dado cuenta de eso? Por ejemplo, las tuyas son violáceas, las de Brisita son rosáceas, las mías son rojizas, las de Scarlya son blanquecinas, las de Eros son azules... —aclaró Rauth con ternura.
-          ¿Y eso por qué ocurre? —quiso saber Scarlya.
-          Depende de cómo seamos y del elemento o estación de la naturaleza con el que estemos enlazados. Cada matiz tiene un significado aquí —prosiguió él mientras se acercaba a Leonard y a mí—. Las alitas de Leonard son oscuras porque él se siente atado a la noche; las de Sinéad son violáceas porque el violeta es la tonalidad del ocaso y es el ocaso el momento del día que ella más ama; las de Brisita son rosáceas porque rosas son las brisas de primavera... las de Scarlya son blanquecinas porque en esta tierra el blanco es el matiz de la pureza y la inocencia y son las virtudes que prevalecen en su alma; las mías son rojizas porque la naturaleza siempre me enlazó con el otoño y las de Eros son azules porque su alma adora los anocheceres junto al mar.
-          Qué curioso. ¿Cómo sabe todo eso la naturaleza? —se rió Eros complacido.
-          Es sabia... —contestó Brisita.
-          Leonard, estás hermoso y muy gracioso —lo halagó Scarlya riéndose con delicadeza y cuidado.
-          Calla, Scarlya. Me da vergüenza estar así —se lamentó él agachando tímidamente los ojos.
-          ¡Pero si estás exquisitamente bello! —me reí con amor mientras le revolvía los cabellos —me reí ya sintiéndome algo mejor. Aquel incómodo mareo ya estaba desapareciendo.
La felicidad se respiraba y podía acariciarse con ternura. Parecía como si aquel instante fuese el único que construía nuestro destino, como si, más allá de esos momentos, no nos esperase un largo y difícil viaje. Intuí que ninguno de nosotros sabía cómo debíamos empezarlo. Sin embargo, en los ojos de Rauth yo podía detectar emociones inescrutables que se negaban a desvanecerse. Rauth parecía taciturno, melancólico, triste, asustado. No obstante, intentaba ocultar sus verdaderos sentimientos tras gestos de cariño y sonrisas espléndidas para que nadie se apercibiese de que no se sentía tan feliz y sereno como todos nosotros. Supe que yo era la única que había advertido su brumoso estado.
-          Deberíamos partir antes de que el amanecer se volviese día. Es extraño, pero esta alba está durando mucho más de lo habitual. Es como si la naturaleza nos otorgase más tiempo del que en verdad disponemos —intervino Rauth con cuidado y paciencia.
-          Me da miedo partir —le confesó Brisita—. Posiblemente no volvamos a vivir otro momento tan bonito como éste en mucho tiempo. Todo lo que nos espera es difícil y peligroso —susurró agachando los ojos.
-          Pero estaremos siempre juntos, protegiéndonos los unos a los otros, y así no nos ocurrirá nada malo —la calmó Scarlya con mucho amor.
-          Lo sé, Scarlya —le sonrió ella.
-          Vayamos antes de que sea más tarde. Tenemos que ir primero a mi casa para recoger todo lo que necesitamos para este viaje. Os lo he preparado todo —indicó Rauth alzándose de donde estaba sentado—. Por favor, no perdamos más tiempo.
-          De acuerdo —le contestamos con ternura. Nos conmovía que Rauth estuviese tan nervioso.
Yo también lo estaba. Notaba que mi corazón se aceleraba de pronto, avisándome de que la calma con la que yo deseaba impregnar mis sentimientos no podía batallar contra mis verdaderas emociones. No obstante, aunque realmente me costase mucho hacerlo, quería ignorar mi miedo y mi inseguridad para poder ofrecerles a todos un apoyo incondicional que les hiciese sentir más amparados.
Empezamos a seguir a Rauth en silencio. El amanecer ya cubría las hojas de los árboles, pareciendo perlas doradas que deseaban alimentarlas. Las flores más tempranas se abrían a la vida, descubriendo sus bellos y delicados matices. Los pájaros más madrugadores trinaban con suavidad y melancolía y las estrellas más lejanas ya habían cedido su puesto a la luz del alba. Allí a lo lejos, tras las montañas, se percibía el reflejo de la luna, convertido en unos rayos primorosos que teñían de plata sus cumbres. Era una imagen tan hermosa que anhelé que nunca se borrase de mi memoria, que quedase palpitando en mi interior como el inicio de ese presente que todos íbamos a compartir.
Brisita sonrió de melancolía cuando entramos en la casita de Rauth. Noté que lo observaba todo con minuciosidad y cariño. Sabía que cada objeto, cada rincón y cada estancia estaban llenos de recuerdos para ella; recuerdos de los que su memoria jamás se desprendería. La tomé de la mano y se la presioné con cariño para acompañarla en ese instante en el que regresaba serena, pero nerviosamente a su primer hogar. Ella me devolvió el gesto de amor con una sonrisa teñida de añoranza. Habíamos sido felices allí, las dos junto a Rauth, como si en realidad no existiese para mí otro mundo, como si ellos fuesen mi única familia. Había compartido con Rauth mucho más que miradas anegadas en amor, habíamos sido tan uno del otro que Brisita no podía pensarnos como seres independientes. Y en esos instantes... todo quedaba ya tan lejos, tan tristemente distante...
Miré a Eros para detectar su mirada, pero sobre todo para refugiarme en sus ojos. Necesitaba saber que él estaba a mi lado, que lo había estado siempre. Recordar aquella época tan bonita y a la vez nostálgica que había vivido en Lainaya me había hecho evocar aquellos momentos en los que yo me acordaba dolorosamente de Eros y lo extrañaba como si en verdad me faltase una parte esencial de mi ser. Ahora lo tenía a mi lado, dispuesto a protegerme, a amarme pese a todo... y fue aquello lo que en realidad me hizo sentir unas incontrolables ganas de llorar.
-          Shiny... ¿qué te sucede, amor mío? —me preguntó cuando advirtió que mis ojos se habían llenado de lágrimas—. No temas por nada, vida mía. Todo va a salir bien.
-          Eros... algo ha cambiado por dentro de mí —le confesé con una voz susurrante tras dejar ir a Brisita para que siguiese a su padre allí donde él quisiese llevarla—. Hay algo que está distinto en mí...
-          ¿De qué se trata, cariño? —me preguntó comprensivamente. Nos habíamos quedado solos. Scarlya y Leonard también habían seguido a Rauth hasta la estancia donde él había guardado las cosas que necesitaríamos para el viaje.
-          Antes, cuando volvía a esta tierra, sentía que el amor que le profesaba a Rauth se intensificaba estridentemente y me olvidaba de que, más allá de este mundo, había alguien a quien yo amaba con todo mi corazón. Ahora ya no es así. A Rauth solamente lo quiero como un amigo muy especial, nada más. Aquí sigo amándote con tanta locura... con la misma locura con la que te amo en nuestra otra realidad.
-          ¿De veras, Shiny? —me preguntó sorprendido y emocionado.
-          De veras, amor mío.
-          ¿Y entonces por qué lloras?
-          Porque... porque al entrar aquí me he acordado de todo lo que he vivido, de todo lo que te extrañé pese a ser feliz junto a Brisita y Rauth. Además, sé que él sigue amándome con locura. Me duele verlo tan triste.
-          Ahora no debes pensar en eso. Cariño, tenemos que ser fuertes. Estoy seguro de que este viaje nos hará olvidar todo lo que nos hace daño ahora. De veras, Sinéad, no te preocupes por nada. Todo irá bien...
-          Gracias, amor.
-          Ya estamos —nos avisó Rauth de pronto saliendo con varias mochilas—. Toma, Sinéad, ésta es para ti.
-          ¿Qué llevan? —cuestionó Scarlya curiosa abriendo la suya con impaciencia.
-          Tenemos que cambiarnos de ropa —nos avisó vergonzoso ignorando a Scarlya.
-          ¿Y qué debemos ponernos? —quiso saber Brisita.
-          Tú ya estás bien con ese vestidito —le respondió Rauth con cariño—. Realmente, de momento no hace falta que nos cambiemos. He guardado en las mochilas mudas limpias y prendas de vestir adecuadas para cada lugar que visitaremos. Además, hay comida y agua, algunas medicinas naturales por si nos herimos...
-          Comida y agua —murmuró Leonard sobrecogido.
-          Ahora sí puedes comer y beber lo que te plazca, Leonard, menos sangre, claro —le informó Scarlya con divertimento—. ¿No tienes sed ni hambre?
-          Llevo sintiendo algo extraño desde que hemos venido aquí, pero no sé identificar lo que es. Supongo que será hambre —nos confesó avergonzado, incapaz de mirarnos a los ojos. Me parecía tan frágil que sentí pena por él—; pero yo...
-          No te preocupes. Comer y beber es algo innato. Sabrás hacerlo sin problemas —lo consolé sabiendo muy bien por qué le dirigía esas palabras.
-          Puedes comer ahora si quieres —le ofreció Rauth—. Tengo frutas en casa.
-          No, no importa...
-          Yo sí tengo hambre —le informó Scarlya sonriéndole con sensualidad—. He visto en el salón unas manzanas gordísimas que tenían una pinta... Llevo más de cuatrocientos años sin probar una manzana.
-          Yo no sé si alguna vez probé una manzana... —susurró Leonard intimidado.
-          Yo tampoco había comido ninguna hasta que llegué aquí —me reí con cariño.
-          Y, Sinéad, extrañamente, nunca has probado el chocolate —se rió Rauth divertido—. Cuando lo hagas, te parecerá que es lo más exquisito del mundo.
-          ¿Y a qué esperas para traer un poco? —le preguntó Scarlya traviesa.
-          Ahora no podemos entretenernos comiendo, a menos que tengáis un hambre atroz.
-          Yo no tengo hambre. Puedo esperar —confesó Eros.
-          Yo también —intervino Brisita.
-          Comeremos por el camino —anunció Rauth.
-          Yo quisiera probar el chocolate... —musité quejumbrosa.
-          Luego, Shiny, luego —me sonrió Eros.
-          ¿Puedo hacerte una pregunta, Rauth?
-          Por supuesto, Leonard. Dime.
-          Aquí, en este mundo, somos como humanos, ¿verdad?
-          Casi —le respondió entornando los ojos.
-          ¿Eso quiere decir que tendremos necesidades humanas?
-          Algunas, pero no todas. Además, no somos tan mortales como ellos. Vencernos es más difícil. Podemos enfermar, es cierto; pero somos un poquitín más fuertes que ellos —se rió tiernamente—. Es cierto que tenemos, como ellos, algunas necesidades biológicas...
-          ¡Ay, no, eso es horrible! —se quejó Scarlya—. ¿Eso quiere decir que también...?
-          También, ¿qué? —me reí curiosa.
-          También ovularé... —susurró ella agachando la mirada, infinitamente avergonzada.
-          Sí, por supuesto —se rió Rauth—. Y también tendrás otras necesidades bastante humanas. La comida y la bebida no se disuelven por completo dentro de nosotros.
-          Tener esas cosas es un rollo —se quejó ella de forma infantil—. Ovular es horrible. Yo no quiero volver a tener eso...
-          Bah, Scarlya, no es para tanto —me reí estridentemente sin poder evitarlo—. De momento, yo no he tenido que sufrir esos días porque he vivido muy poco aquí; pero debo confesarte que estoy deseando vivirlos. Te hacen sentir especial.
-          Eso es mentira. Es horrible.
-          Ahora no pensemos en eso —pidió Eros divertido.
-          Está haciéndose de día —avisó Brisita.
El ambiente se había llenado de complicidad. Ninguno de nosotros quería despegarse de ese instante. La sonrisa que todos teníamos esbozada en nuestros labios indicaba que, aunque nos esperase un viaje largo, impredecible y complicado, ya empezábamos a ser cariñosamente felices en Lainaya.