EN LAS MANOS DEL DESTINO - 01. HACIA LA
MAGIA... UN CAMINO DE NEBLINAS
Llovía. La lluvia acariciaba
delicadamente las hojas al nacer de ese firmamento donde las estrellas no se
atrevían a brillar. Los relámpagos incendiaban el cielo, los truenos los
perseguían furiosos, estremeciendo el bosque, volviendo mucho más oscura aquella
noche tan especial. La lluvia parecía querer retenernos allí. Era como si la
naturaleza llorase el final de aquel presente y nos previniese contra nuestro
futuro; el que nos esperaba más allá de esas montañas, de ese castillo donde
nos refugiábamos, de esos frondosos árboles y aquellas flores resplandecientes.
La naturaleza parecía estar enfadada con el mundo, con la vida, con la creadora
de su existencia. Llovía cada vez más intensamente, los rayos ya habían partido
en dos algunos árboles, la poderosa voz del trueno retumbaba incluso en el
lugar más lejano del Universo y todo lo que captaban nuestros sentidos nos
agitaba el alma y nos envolvía el corazón en temor y a la vez belleza.
Siempre he adorado las noches de
tormenta, siempre las había amado, desde que las descubrí batallando contra el
verdor de la naturaleza; pero aquella vez me parecía que mi corazón se encogía
ante la magnificencia y el poder de aquella lluvia torrencial e impetuosa que
parecía querer destruir la cuna donde podría dormir aquella noche. Sin embargo,
yo sabía que no era aquella tormenta lo que tanto me sobrecogía, sino saber que
aquella misma noche se iniciaría para nosotros un futuro que deberíamos
afrontar con valentía y la valentía me parecía algo inalcanzable en aquellos
momentos. Pensaba que la lluvia cubriría toda la fortaleza que pudiésemos
experimentar, arrebatándonos así la capacidad de no sentir miedo.
-
Shiny, ¿crees que podremos marcharnos esta noche con lo que está
cayendo?
La voz de Eros sonó suave y
tierna tras de mí. Me di la vuelta y lo abracé en silencio, sólo confesándole
con mis gestos y mi mirada que me sentía completamente insegura y aterrada. La
belleza de aquella noche, sin embargo, me intimidaba tanto que me creía incapaz
de alejarme de mi morada.
-
Tranquilízate, cariño. Todo va a ir bien, ya verás. No tengas miedo
—me consoló acariciándome los cabellos con mucho amor.
-
Temo por todos vosotros.
-
¿Y por ti? —me preguntó extrañado tomando mi cabeza entre sus manos.
-
Por mí... Yo estaré bien si vosotros lo estáis —le contesté con mucha
melancolía.
-
Shiny...
-
Sinéad, ¿cuándo nos iremos? —cuestionó una nueva voz. Scarlya se
acercaba a nosotros con un paso lleno de ilusión.
-
No sé, Scarlya. Shiny se siente intimidada.
-
Hace una noche perfecta para huir de este mundo. La naturaleza se
despide sombría, pero impetuosamente de nosotros. Leonard también está muy
nervioso e ilusionado. Ya hemos vestido a Brisita. Están esperándonos en el
salón —nos comunicó Scarlya esperanzada y tiernamente.
-
Venga, Shiny, ya verás que todo saldrá mucho mejor de lo que piensas,
amor mío —se rió Eros con mucha ternura.
No quería que pensasen que la
debilidad y la falta de valentía habían anegado todo mi ser, así que me
desprendí suavemente de los brazos de Eros e, intentando sonreírles con
felicidad y luz, les pedí con los ojos que acudiésemos cuanto antes al salón;
pero, antes de salir de mi alcoba, me detuve un instante sin que ellos lo
advirtiesen y, con sigilo, me aproximé a mi arpa con los ojos a punto de
llenárseme de lágrimas. Me agaché frente a ella y, con una voz susurrante, le
dije adiós con muchísima añoranza:
-
Lo siento. No sé cuándo volveré. Me da penita dejarte aquí sola...
desafinada y cubierta con esta sábana, pero te aseguro que no me olvidaré de
que me esperas aquí.
-
Shiny, ¿qué pasa ahora, Shiny? —me preguntó Eros con una voz llena de
dulzura—. Recuerda que no podemos llevarnos nada, Shiny.
Salí de la alcoba antes de que
pudiesen venir a buscarme y me descubriesen tan extremadamente triste. Por
mucho que lo intentase, no conseguía que mi alma se llenase de buenas
sensaciones. Todo lo que había por dentro de mí era lástima, melancolía, miedo
e inseguridad; pero traté de ocultar todos esos sentimientos tras una sonrisa
sutil y luminosa. Deseaba que todos ellos encontrasen en mí las fuerzas para
emprender ese viaje que nos llevaría a momentos impensados y posiblemente
invivibles.
-
Rauth nos espera en Lainaya —apunté tratando de impedir que mi voz
reflejase mis sentimientos—. Leonard, por favor, tienes que confiar plenamente
en mí. No debes dudar ni un instante de que te llevaré a la magia. No debes
negar lo que te ocurrirá a partir de ahora. Tienes que dejar tu mente en blanco
y permitir que la magia anegue todo tu interior.
-
De acuerdo, hija —me contestó intimidado.
-
Shiny —me apeló Brisita con un susurro. Me di cuenta de que me miraba
hondamente. Enseguida supe que había adivinado todos mis sentimientos—, no
estés asustada, mami. Yo no permitiré que nos suceda nada malo.
-
Mi cariñito... —musité agachándome enfrente de ella y rodeándola
después con mis brazos—. Gracias, Brisita. Necesitamos tu fortaleza...
Perdóname. A veces soy demasiado cobarde.
-
No eres cobarde, Sinéad. Es comprensible que estés asustada. Yo
también siento un poquitín de miedo, pero no porque piense que no podré entrar
en Lainaya, sino porque no sé qué nos espera más allá de este momento —me
confesó Scarlya.
-
No podemos perder más tiempo. En Lainaya está a punto de hacerse de
día. Tenemos que empezar a viajar antes de que amanezca —nos avisó Brisita.
Nadie se opuso. En silencio, nos
dirigimos hacia el exterior. Yo había tomado a Brisita entre mis brazos y la
apretaba delicada y dulcemente contra mí como si quisiese impedir que la lluvia
la rozase. En silencio, había comenzado a anhelar con mucha fuerza que la magia
construyese nuestro entorno y nos envolviese a todos en una red de luz que nos
transportase a través de las dimensiones del espacio hasta permitir que nuestro
espíritu respirase en Lainaya.
Y ya comenzaba a sentir la
influencia de la magia, la voz de aquella lejana tierra y el llamado de mi otra
vida reclamándome a través del tiempo y del espacio. No detuve aquellos
sentimientos. Miré desesperada, pero tiernamente a Leonard, a Scarlya, a
Brisita y a Eros, pidiéndoles con los ojos que no tuviesen miedo, anunciándoles
que nuestro viaje acababa de empezar.
La lluvia sonaba cada vez más
lejana. Los árboles que habían sostenido nuestro firmamento estaban
convirtiéndose en neblinas que anegaron todo nuestro entorno. La oscuridad del
tránsito ya nos rodeaba, nos impulsaba silenciosa e impetuosamente hacia aquel
lugar donde se iniciaría nuestro nuevo presente. Sabía que todos me seguían,
que todos estábamos introducidos en una misma nube, protegidos entre aquellas
inquebrantables brumas. Por eso, dejé de tener miedo.
El eco de los truenos se perdía
por aquella dimensión llena de neblinas que no cubrían ninguna tierra. Nuestro
mundo, nuestra realidad, nuestra vida: todo iba quedando atrás, encerrándose en
otro tiempo, en otro espacio, en otro suspiro de existencia. Creí que para
siempre estaríamos vagando y flotando por aquella oscuridad tan nebulosa, pero
de pronto noté que algo cambiaba: el aire, el olor del vacío, el frescor y la
humedad de la noche. No tenía los ojos abiertos, pero sabía que había aparecido
ante nosotros un nuevo firmamento.
-
Shiny, mami, cariño, ya estamos —me avisó Brisita con un susurro lleno
de amor y serenidad—. Estamos descendiendo a la tierra.
-
¿Ya? —me reí curiosa, aliviada y alegre—. Qué rápido.
-
Sinéad... —musitó Leonard desorientado.
Brisita tenía razón: el suelo
cada vez estaba más cerca de nosotros; un suelo alfombrado por flores de
colores delicados y vivos. Los árboles nos aguardaban con pausa y quietud. No
soplaba el viento. No se movía ni una sola hoja. El tiempo parecía haberse
detenido allí. Además, las estrellas brillaban con fuerza. Un sinfín de ojitos
luminosos observaban nuestra llegada desde lo más remoto del Universo.
-
Sinéad, me siento muy extraño —volvió a protestar Leonard.
Cuando lo miré para
tranquilizarlo, me estremecí de inquietud y sobresalto y estuve a punto de
lanzar una exclamación de sorpresa y consternación. La magia le había permitido
a Leonard adentrarse en Lainaya, pero no había mudado su apariencia. A Leonard
no le habían crecido esas curiosas orejitas puntiagudas ni tampoco podría
emplear para volar aquellas etéreas alas que a todos nos emergían de la
espalda. Seguía siendo un vampiro; uno de los vampiros más bellos y atractivos
de la Historia, no un mágico heidelf de piel templada y corazón latiente que
podría vagar libremente bajo el día.
-
No te has metamorfoseado —susurré incapaz de digerir aquella realidad.
-
¡Yo sí! —exclamó Scarlya alegre e impresionada mientras saltaba entre
los árboles. Sabía que se notaba ligera, volátil, mágica—. ¡Mira, Brisita! ¡Tengo
alitas!
-
Estás preciosa, Scarlya —musitó Leonard intimidado—. Más que nunca,
pareces nacida directamente de la naturaleza. Pareces tan mágica...
Cuando miré a Scarlya, me acordé
repentinamente de todo lo que había pensado de ella cuando la había visto por
vez primera. Su aspecto me había parecido decidido por los espíritus del bosque
y había creído que ella no formaba parte de mi especie, sino de una mucho más
mágica que vivía dentro de los árboles y se alimentaba de las flores y de las
brisas del amanecer. Sus largos, brillantes y castaños cabellos, sus rasgados y
pequeños ojos, su curiosa nariz, la forma de su rostro, el rojizo tono de sus
labios, su inmaculada belleza, el exquisito aroma a flores que despedía su
cuerpo: todo aquello la volvía tan mágica como la luz de la luna perdiéndose
por una otoñal noche solitaria. Entonces, inesperadamente, me pregunté por qué
la diosa que creaba la vida no había decidido que Scarlya debía vivir en
Lainaya y no en ese mundo que pudo haberla corrompido para siempre. Ella sí se
merecía plenamente ser habitante de la magia...
-
Estás preciosa —me reí con cariño y amor. Me hacía una cariñosa gracia
verla tan feliz con esas etéreas y brillantes alitas, con esas orejitas
puntiagudas nacidas entre sus lustrosos cabellos—. Qué inocente pareces...
-
Sí, pareces tan mágica... —susurró Brisita sonriéndole con mucha
ternura.
-
¡Gracias! —contestó ella riéndose con cariño—; pero no entiendo por
qué Leonard no...
-
Leonard... ¿acaso no has confiado plenamente en mí y en la magia?
-
Sí, he confiado en vosotras, por supuesto que lo he hecho, y no he dudado
ni un instante de que todo lo que me sucedía era real —me respondió
atolondrado.
-
No puedes hacer este viaje si no eres como nosotros. Necesitas ser un
heidelf para poder vagar bajo la luz del sol, para poder alimentarte... En esta
tierra no podemos... —le informé nerviosa—. No podemos beber sangre —murmuré
estremecida.
-
Entonces lo mejor será que me marche —apuntó desencantado.
-
No, no, no puede irse —protestó Brisita con desesperación—. Él tiene
que hacer este viaje con nosotros.
-
¡Pero si no es un heidelf!
-
No te preocupes por eso, Shiny —me consoló ella—. Rauth sabrá lo que
debemos hacer.
-
¿Dónde está? Me aseguró en sueños que estaría esperándonos aquí.
-
Estoy aquí, Sinéad —intervino de pronto Rauth con una voz llena de
amor.
-
Rauth... ¿Desde cuándo estás aquí? —le preguntó Eros.
-
No lo veo —protestó Leonard nervioso.
-
No quería interrumpiros y estaba perplejo, por eso no podía
intervenir. Leonard no me ve, pero no es por culpa suya. Es la misma magia
quien no se atreve a acogerlo.
-
¿Por qué? —preguntó Scarlya desorientada—. Si Leonard es muy bueno...
No lo entiendo.
-
No temáis. Hay solución para todo. Sinéad, por favor, condúcelos al
lago.
Obedecí a Rauth con ternura y
muchísimos nervios. Tomé la mano de Leonard como si tuviese miedo a que la luz
del temprano amanecer pudiese arrebatarle todas las fuerzas de su espíritu.
Scarlya, Brisita (acogida entre los brazos de Rauth) y Eros nos siguieron en
silencio. Scarlya miraba anonadada todo lo que nos rodeaba. Se fijaba en todos
los detalles de aquella naturaleza como si aquélla fuese la primera vez que
percibía un lugar tan inmensamente hermoso.
-
Es imposible que esto sea real —declaró impresionada cuando llegamos a
aquel mágico rincón que me había permitido adentrarme en sus vidas—. Es
demasiado hermoso para que lo sea. Dime, Sinéad, esto es un sueño, ¿verdad?
-
No, Scarlya. Es real —le sonreí satisfecha al verla tan emocionada.
-
Sinéad, esto es precioso —exclamó Leonard con fascinación.
-
Este rincón de Lainaya es donde se concentra más la magia —aclaró Rauth—.
Estoy seguro de que Leonard conseguirá verme y se convertirá en un heidelf
cuando menos nos lo esperemos. Tenemos que sentarnos todos en la orilla del
lago. Tú, Brisita, cariño mío, tienes que intentar comunicarte con el espíritu
de la magia como cuando lograste que Leonard te viese.
-
De acuerdo —contestó ella sentándose en el suelo. De nuevo, la percibí
tan crecida, tan madura, tan inteligente y sabia...
Cuando todos nos sentamos a la
orilla del lago, perdimos nuestros ojos por esas transparentes y cálidas aguas.
La tibieza que exhalaban me hizo sentir ganas de desprenderme de mis ropajes y
bañarme bajo aquella luz amaneciente tan rosada y templada; pero me mantuve
quieta, a la espera de aquellos acontecimientos mágicos que tornarían mucho más
ensoñador nuestro presente.
El silencio podía palparse con
los dedos, podía saborearse, podía oírse incluso; pero, de pronto, de forma
lenta e intensa, aquella inquebrantable quietud fue tornándose la voz de un sutil
y cálido viento que comenzó a mecer las ramas de los árboles. Aquel viento
parecía emanado del centro de los bosques o, incluso, del corazón de la tierra;
mas yo sabía que provenía del alma de mi mágica hijita, quien se mantenía con
los ojos entornados, con la mirada fija en las aguas, con la concentración
totalmente dedicada a ese instante.
Tal como había sucedido aquella
noche, unas neblinas espesas comenzaron a cubrirlo y a anegarlo todo.
Desapareció el bosque que había más allá de ese instante y sólo quedó el lago,
los árboles que lo cercaban y nosotros, rodeados todos por esas brumas que ya
no nos intimidaban ni nos asustaban. Dejé la mente en blanco para que la
influencia de la magia también anegase mi ser y entonces noté que todo lo que
pensaba y sentía se tornaba silencio, quietud, calma.
La noción del tiempo
desapareció, el espacio se disolvió y se hundió bajo el agua del lago, el
amanecer se detuvo y su luz se quedó pendiendo del cielo, resguardada entre las
estrellas. Creí, vagamente, que restaríamos así hasta que el tiempo se agotase
de permanecer parado; pero de súbito capté un leve sonido que me recordó al
caer de las hojas en otoño. Abrí lentamente los ojos y entonces vi a Brisita
dirigiéndose hacia Leonard con los ojos todavía entornados. Su violácea mirada
se había teñido de brumas. Creí que estaba sumida en un trance que le impedía
recordar y prestar atención a su presente; pero sabía que estaba plenamente
consciente. Alargó sus manos hacia el rostro de Leonard y las descendió después
hacia el suelo, como si quisiese encerrarlo en una burbuja donde solamente se
hallasen él y la soledad. Después, Brisita se sentó enfrente de él aún
mirándolo con paciencia, magia y profundidad. Leonard la miraba con sosiego,
pero también con un ápice de inquietud y desconcierto.
-
Ugvia, madre de todas las cosas, creadora de todas las vidas, hacedora
de los bosques, de las tormentas, de los huracanes y los volcanes, por favor,
permite que él se adentre en nuestro mundo, acógelo en tu seno para protegerlo,
permite que sea un guardián más de tu vida. Él desea ampararte de la
destrucción y de las sombras de la muerte. Él también puede ser tu servidor,
como lo somos todos.
La voz de Brisita sonaba lejos
en el tiempo y en el espacio, pero tan clara como el silencio, como cualquier
silencio mantenido en la Historia. Sus palabras me llenaron el alma de
sublimidad, de miedo también, pero sobre todo de magnificencia, de fe.
Entonces la oscuridad se
resquebrajó por unos instantes para que una fulgurante luz se adentrase en
aquellas brumas tan espesas. Brilló con fuerza, se posó en las aguas del lago y
las tornó plateadas, envolvió los árboles en nubes que parecían redes de luz,
nos cubrió con un resplandor dorado y cálido que deshizo todos nuestros miedos.
Sin embargo, yo me sentía tan intimidada y sobrecogida que no pude desprenderme
de esa sensación de sublimidad que tanto me paralizaba; la que se acreció por
dentro de mí hasta llenarme los ojos de lágrimas. Aquello era comprobar que sí
existía el alma, que sí podíamos creer en algo superior a nuestra existencia.
Aquel momento era la muestra de que ninguno de nosotros teníamos la potestad de
nuestro destino.
-
Brisita, ayúdame, por favor —suplicó Leonard de pronto. Tras el velo
de lágrimas brillantes que cubría mi mirada, vi que Brisita le había tomado de
las manos y se las presionaba con respeto y cariño—. No sé dónde estoy, no sé
qué está sucediéndome.
-
Debes permitir que la magia entre en ti, Leonard. No te mantengas tan
hermético. Abre las puertas de tu alma, Leonard —le ordenó Brisita con
tranquilidad.
Inesperadamente, Leonard cayó
lánguidamente entre los brazos de Brisita, quien, aun siendo tan pequeña y
aparentemente frágil, lo acogió en sus brazos como si llevase aguardando ese
instante desde hacía mucho tiempo; pero entonces me di cuenta de que su
pequeñez se había vuelto grandeza. De nuevo Brisita aparecía imponente ante
nosotros, mágica, reluciente.
Leonard había cerrado los ojos.
Quise preguntar qué le sucedía, me sentí de pronto inmensamente preocupada por
él; pero, sin embargo, me mantuve quieta y queda, intimidada, intentando
encontrar en la presencia de Rauth, de Scarlya y de Eros las fuerzas que me
permitiesen aceptar la solemnidad de ese instante.
No transcurría el tiempo, pero,
sin embargo, conforme avanzaban los segundos, yo notaba que la sublimidad y la
intimidación que se habían apoderado de mi alma se acrecían imparablemente por
dentro de mí. La luz que había brotado de las sombras todavía lo cubría todo,
nos envolvía, nos templaba. Deseaba preguntarle a aquel espíritu creador qué
estaba sucediendo, por qué no podía ver nada en claro, por qué habían crecido a
nuestro alrededor unas brumas tan imponentes; pero era incapaz de pensar
silenciosamente, pues aquella presencia anímica me sobrecogía indeciblemente.
Mas entonces advertí que algo se
acercaba a mí: una luz rosada, una luz plateada, un fulgor destellante... Lo
cierto es que era incapaz de distinguir el matiz y la forma de aquella
presencia tan cálida. Percibí que aquélla me rozaba las manos y las volvía
templadas, me acariciaba los cabellos, me arropaba como si fuese un manto de
terciopelo. Instintivamente, abrí los brazos como si quisiese abrazar a aquel
resplandor y entonces mi cuerpo quedó rodeado por unas neblinas muy suaves y
etéreas que me hicieron sentir inmensamente protegida. Experimenté ganas de
reír y de llorar de alegría a la vez, una felicidad interminable se adueñó de
mi cuerpo y de mi alma y detecté que todo mi ser se convertía en luz, en amor,
en calma, en sencillez. Inconscientemente, me tendí en la hierba, permitiendo
que aquel refulgente espíritu se adueñase de todo mi ser, de mi destino, de mi
existencia...
Y de repente lo que yo creía luz
se tornó en unas imágenes que me costaba definir: un río desbordándose bajo una
impetuosa tormenta; un bosque nevado donde las ramas de los árboles aparecían
abatidas; un amanecer primaveral en el que renacían las flores; un huracán
destruyendo árboles, hogares y plantas; un desierto de arenas rojizas; un
volcán en erupción del que debíamos huir; una lluvia de estrellas en un prado
silencioso; una vigorosa cascada cayendo con una fuerza ensordecedora; un terremoto
que derrumbaba montañas... y de súbito mi nombre comenzó a mezclarse con todas
esas imágenes: «Sinéad, Sinéad, Sinéad».
Alguien me llamaba desde la
realidad. Las extrañas y a la vez hermosas imágenes que me anegaban la mente
fueron disipándose hasta que tras mis ojos sólo hubo oscuridad. Entonces los
abrí, sintiéndome desorientada y agotada, como si hubiese acabado de
despertarme de un sueño que había durado años. Estaba todavía en la orilla de
aquel mágico lago, tendida en la hierba, rodeada por mis seres queridos. Todos
me miraban desconcertados y preocupados, todos menos Brisita.
-
Sinéad, ¿qué te ha sucedido? —me preguntó Rauth con preocupación.
-
Tenías muy buena cara, pero no nos oías. Te has quedado dormida —me
comunicó Eros.
-
Sí, vaya sonrisa tenías —se rió Leonard.
-
Leonard... padre... Rauth, Brisita, Eros, Scarlya... me ha sucedido
algo rarísimo. He sentido que algo se apoderaba de mí y que de repente
comenzaba a ver imágenes extrañas, pero preciosas... —balbuceé desorientada e
impresionada.
-
El espíritu de la naturaleza se ha apoderado de tu alma. Aparte de
Rauth y yo, eres la más mágica de todos. La naturaleza puede comunicarse
contigo sin problemas. Puedes ser su mensajera —me explicó Brisita con
admiración.
-
Leonard ya es como nosotros, Sinéad —me desveló Scarlya ilusionada. Me
hizo gracia que ignorase las poderosas e importantes palabras que Brisita
acababa de pronunciar.
-
Sí, es cierto —me reí mientras me incorporaba. Entonces me di cuenta
de que estaba mareada.
-
Me siento tan raro... —protestó él agachando los ojos.
-
Qué entrañable pareces con esas orejitas y esas alas... Son un poco
más oscuras que las nuestras —observé sorprendida mientras me apoyaba en él,
buscando el equilibrio entre sus brazos—. Ay, no me encuentro bien...
-
Ningunas alas son iguales a otras, Sinéad. ¿No te has dado cuenta de
eso? Por ejemplo, las tuyas son violáceas, las de Brisita son rosáceas, las
mías son rojizas, las de Scarlya son blanquecinas, las de Eros son azules...
—aclaró Rauth con ternura.
-
¿Y eso por qué ocurre? —quiso saber Scarlya.
-
Depende de cómo seamos y del elemento o estación de la naturaleza con
el que estemos enlazados. Cada matiz tiene un significado aquí —prosiguió él
mientras se acercaba a Leonard y a mí—. Las alitas de Leonard son oscuras
porque él se siente atado a la noche; las de Sinéad son violáceas porque el
violeta es la tonalidad del ocaso y es el ocaso el momento del día que ella más
ama; las de Brisita son rosáceas porque rosas son las brisas de primavera...
las de Scarlya son blanquecinas porque en esta tierra el blanco es el matiz de
la pureza y la inocencia y son las virtudes que prevalecen en su alma; las mías
son rojizas porque la naturaleza siempre me enlazó con el otoño y las de Eros
son azules porque su alma adora los anocheceres junto al mar.
-
Qué curioso. ¿Cómo sabe todo eso la naturaleza? —se rió Eros
complacido.
-
Es sabia... —contestó Brisita.
-
Leonard, estás hermoso y muy gracioso —lo halagó Scarlya riéndose con
delicadeza y cuidado.
-
Calla, Scarlya. Me da vergüenza estar así —se lamentó él agachando
tímidamente los ojos.
-
¡Pero si estás exquisitamente bello! —me reí con amor mientras le
revolvía los cabellos —me reí ya sintiéndome algo mejor. Aquel incómodo mareo
ya estaba desapareciendo.
La felicidad se respiraba y
podía acariciarse con ternura. Parecía como si aquel instante fuese el único
que construía nuestro destino, como si, más allá de esos momentos, no nos
esperase un largo y difícil viaje. Intuí que ninguno de nosotros sabía cómo
debíamos empezarlo. Sin embargo, en los ojos de Rauth yo podía detectar emociones
inescrutables que se negaban a desvanecerse. Rauth parecía taciturno,
melancólico, triste, asustado. No obstante, intentaba ocultar sus verdaderos
sentimientos tras gestos de cariño y sonrisas espléndidas para que nadie se
apercibiese de que no se sentía tan feliz y sereno como todos nosotros. Supe
que yo era la única que había advertido su brumoso estado.
-
Deberíamos partir antes de que el amanecer se volviese día. Es
extraño, pero esta alba está durando mucho más de lo habitual. Es como si la naturaleza
nos otorgase más tiempo del que en verdad disponemos —intervino Rauth con
cuidado y paciencia.
-
Me da miedo partir —le confesó Brisita—. Posiblemente no volvamos a vivir
otro momento tan bonito como éste en mucho tiempo. Todo lo que nos espera es
difícil y peligroso —susurró agachando los ojos.
-
Pero estaremos siempre juntos, protegiéndonos los unos a los otros, y
así no nos ocurrirá nada malo —la calmó Scarlya con mucho amor.
-
Lo sé, Scarlya —le sonrió ella.
-
Vayamos antes de que sea más tarde. Tenemos que ir primero a mi casa
para recoger todo lo que necesitamos para este viaje. Os lo he preparado todo
—indicó Rauth alzándose de donde estaba sentado—. Por favor, no perdamos más
tiempo.
-
De acuerdo —le contestamos con ternura. Nos conmovía que Rauth estuviese
tan nervioso.
Yo también lo estaba. Notaba que
mi corazón se aceleraba de pronto, avisándome de que la calma con la que yo
deseaba impregnar mis sentimientos no podía batallar contra mis verdaderas
emociones. No obstante, aunque realmente me costase mucho hacerlo, quería
ignorar mi miedo y mi inseguridad para poder ofrecerles a todos un apoyo
incondicional que les hiciese sentir más amparados.
Empezamos a seguir a Rauth en
silencio. El amanecer ya cubría las hojas de los árboles, pareciendo perlas
doradas que deseaban alimentarlas. Las flores más tempranas se abrían a la
vida, descubriendo sus bellos y delicados matices. Los pájaros más madrugadores
trinaban con suavidad y melancolía y las estrellas más lejanas ya habían cedido
su puesto a la luz del alba. Allí a lo lejos, tras las montañas, se percibía el
reflejo de la luna, convertido en unos rayos primorosos que teñían de plata sus
cumbres. Era una imagen tan hermosa que anhelé que nunca se borrase de mi
memoria, que quedase palpitando en mi interior como el inicio de ese presente
que todos íbamos a compartir.
Brisita sonrió de melancolía cuando
entramos en la casita de Rauth. Noté que lo observaba todo con minuciosidad y
cariño. Sabía que cada objeto, cada rincón y cada estancia estaban llenos de recuerdos
para ella; recuerdos de los que su memoria jamás se desprendería. La tomé de la
mano y se la presioné con cariño para acompañarla en ese instante en el que
regresaba serena, pero nerviosamente a su primer hogar. Ella me devolvió el
gesto de amor con una sonrisa teñida de añoranza. Habíamos sido felices allí,
las dos junto a Rauth, como si en realidad no existiese para mí otro mundo,
como si ellos fuesen mi única familia. Había compartido con Rauth mucho más que
miradas anegadas en amor, habíamos sido tan uno del otro que Brisita no podía
pensarnos como seres independientes. Y en esos instantes... todo quedaba ya tan
lejos, tan tristemente distante...
Miré a Eros para detectar su
mirada, pero sobre todo para refugiarme en sus ojos. Necesitaba saber que él
estaba a mi lado, que lo había estado siempre. Recordar aquella época tan
bonita y a la vez nostálgica que había vivido en Lainaya me había hecho evocar aquellos
momentos en los que yo me acordaba dolorosamente de Eros y lo extrañaba como si
en verdad me faltase una parte esencial de mi ser. Ahora lo tenía a mi lado,
dispuesto a protegerme, a amarme pese a todo... y fue aquello lo que en realidad
me hizo sentir unas incontrolables ganas de llorar.
-
Shiny... ¿qué te sucede, amor mío? —me preguntó cuando advirtió que
mis ojos se habían llenado de lágrimas—. No temas por nada, vida mía. Todo va a
salir bien.
-
Eros... algo ha cambiado por dentro de mí —le confesé con una voz
susurrante tras dejar ir a Brisita para que siguiese a su padre allí donde él
quisiese llevarla—. Hay algo que está distinto en mí...
-
¿De qué se trata, cariño? —me preguntó comprensivamente. Nos habíamos
quedado solos. Scarlya y Leonard también habían seguido a Rauth hasta la
estancia donde él había guardado las cosas que necesitaríamos para el viaje.
-
Antes, cuando volvía a esta tierra, sentía que el amor que le
profesaba a Rauth se intensificaba estridentemente y me olvidaba de que, más
allá de este mundo, había alguien a quien yo amaba con todo mi corazón. Ahora
ya no es así. A Rauth solamente lo quiero como un amigo muy especial, nada más.
Aquí sigo amándote con tanta locura... con la misma locura con la que te amo en
nuestra otra realidad.
-
¿De veras, Shiny? —me preguntó sorprendido y emocionado.
-
De veras, amor mío.
-
¿Y entonces por qué lloras?
-
Porque... porque al entrar aquí me he acordado de todo lo que he
vivido, de todo lo que te extrañé pese a ser feliz junto a Brisita y Rauth.
Además, sé que él sigue amándome con locura. Me duele verlo tan triste.
-
Ahora no debes pensar en eso. Cariño, tenemos que ser fuertes. Estoy
seguro de que este viaje nos hará olvidar todo lo que nos hace daño ahora. De
veras, Sinéad, no te preocupes por nada. Todo irá bien...
-
Gracias, amor.
-
Ya estamos —nos avisó Rauth de pronto saliendo con varias mochilas—.
Toma, Sinéad, ésta es para ti.
-
¿Qué llevan? —cuestionó Scarlya curiosa abriendo la suya con
impaciencia.
-
Tenemos que cambiarnos de ropa —nos avisó vergonzoso ignorando a
Scarlya.
-
¿Y qué debemos ponernos? —quiso saber Brisita.
-
Tú ya estás bien con ese vestidito —le respondió Rauth con cariño—. Realmente,
de momento no hace falta que nos cambiemos. He guardado en las mochilas mudas
limpias y prendas de vestir adecuadas para cada lugar que visitaremos. Además,
hay comida y agua, algunas medicinas naturales por si nos herimos...
-
Comida y agua —murmuró Leonard sobrecogido.
-
Ahora sí puedes comer y beber lo que te plazca, Leonard, menos sangre,
claro —le informó Scarlya con divertimento—. ¿No tienes sed ni hambre?
-
Llevo sintiendo algo extraño desde que hemos venido aquí, pero no sé
identificar lo que es. Supongo que será hambre —nos confesó avergonzado,
incapaz de mirarnos a los ojos. Me parecía tan frágil que sentí pena por él—;
pero yo...
-
No te preocupes. Comer y beber es algo innato. Sabrás hacerlo sin
problemas —lo consolé sabiendo muy bien por qué le dirigía esas palabras.
-
Puedes comer ahora si quieres —le ofreció Rauth—. Tengo frutas en
casa.
-
No, no importa...
-
Yo sí tengo hambre —le informó Scarlya sonriéndole con sensualidad—. He
visto en el salón unas manzanas gordísimas que tenían una pinta... Llevo más de
cuatrocientos años sin probar una manzana.
-
Yo no sé si alguna vez probé una manzana... —susurró Leonard
intimidado.
-
Yo tampoco había comido ninguna hasta que llegué aquí —me reí con cariño.
-
Y, Sinéad, extrañamente, nunca has probado el chocolate —se rió Rauth
divertido—. Cuando lo hagas, te parecerá que es lo más exquisito del mundo.
-
¿Y a qué esperas para traer un poco? —le preguntó Scarlya traviesa.
-
Ahora no podemos entretenernos comiendo, a menos que tengáis un hambre
atroz.
-
Yo no tengo hambre. Puedo esperar —confesó Eros.
-
Yo también —intervino Brisita.
-
Comeremos por el camino —anunció Rauth.
-
Yo quisiera probar el chocolate... —musité quejumbrosa.
-
Luego, Shiny, luego —me sonrió Eros.
-
¿Puedo hacerte una pregunta, Rauth?
-
Por supuesto, Leonard. Dime.
-
Aquí, en este mundo, somos como humanos, ¿verdad?
-
Casi —le respondió entornando los ojos.
-
¿Eso quiere decir que tendremos necesidades humanas?
-
Algunas, pero no todas. Además, no somos tan mortales como ellos.
Vencernos es más difícil. Podemos enfermar, es cierto; pero somos un poquitín
más fuertes que ellos —se rió tiernamente—. Es cierto que tenemos, como ellos,
algunas necesidades biológicas...
-
¡Ay, no, eso es horrible! —se quejó Scarlya—. ¿Eso quiere decir que
también...?
-
También, ¿qué? —me reí curiosa.
-
También ovularé... —susurró ella agachando la mirada, infinitamente
avergonzada.
-
Sí, por supuesto —se rió Rauth—. Y también tendrás otras necesidades
bastante humanas. La comida y la bebida no se disuelven por completo dentro de nosotros.
-
Tener esas cosas es un rollo —se quejó ella de forma infantil—. Ovular
es horrible. Yo no quiero volver a tener eso...
-
Bah, Scarlya, no es para tanto —me reí estridentemente sin poder
evitarlo—. De momento, yo no he tenido que sufrir esos días porque he vivido
muy poco aquí; pero debo confesarte que estoy deseando vivirlos. Te hacen
sentir especial.
-
Eso es mentira. Es horrible.
-
Ahora no pensemos en eso —pidió Eros divertido.
-
Está haciéndose de día —avisó Brisita.
El ambiente se había llenado de
complicidad. Ninguno de nosotros quería despegarse de ese instante. La sonrisa
que todos teníamos esbozada en nuestros labios indicaba que, aunque nos esperase
un viaje largo, impredecible y complicado, ya empezábamos a ser cariñosamente
felices en Lainaya.