sábado, 5 de julio de 2014

EL CALOR DE LA INOCENCIA


EL CALOR DE LA INOCENCIA
La espesa oscuridad de la noche protegía la frondosidad de esa naturaleza que tantos momentos me había visto vivir. Me costaba recordar la última vez que me había hallado rodeada por esos majestuosos y ancestrales árboles. Me parecía que habían discurrido siglos del postrer instante que aquella hermosa naturaleza y yo habíamos compartido. Sin embargo, era como si el tiempo no hubiese pasado. Sentí que las densas ramas de los árboles, las curiosas y brillantes flores que crecían junto a los troncos y el caudaloso río que descendía de las montañas me daban la bienvenida con su belleza y su quietud. Me percibí inmensamente acogida cuando regresé a mi antiguo hogar.
Leonard y yo habíamos volado en silencio, sin ni siquiera atrevernos a mirarnos. Parecía como si nos diese miedo hablar o dedicarnos la mirada más sutil. Las ganas de llorar más intensas de la Historia se habían adueñado irrevocablemente de mi corazón y de mis ojos, por eso no era capaz ni de pronunciar el más quedo susurro. Por su parte, Leonard parecía haber perdido la capacidad de expresarse tanto con sus ojos como con su voz. Y ninguno de los dos exigió al otro que quebrase aquel incómodo y triste silencio, sino que precisamente en ese silencio nos acompañábamos, sabiendo que la carencia de palabras era la mejor trova para nosotros. Regresamos en silencio a casa, descendimos en silencio hacia el suelo y salvamos, en silencio también, la distancia que nos separaba de la puerta de aquel castillo que tanto había protegido nuestras vidas, que continuaría amparándonos del mundo incluso aunque toda la Tierra explotase. Y en silencio entramos en nuestra morada... y en silencio nos dirigimos hacia el salón. Dejé las mochilas y mi arpa en un rincón y me senté pesadamente en uno de los sillones forrados de terciopelo. NI paciente ni impaciente, esperé a que sucediese algo, algo, no me importaba el qué, pero algo que me avisase de que ya podía empezar a liberar todas esas ganas de llorar que sentía.
No pensaba. Solamente luchaba contra esas ganas de llorar que destrozarían violentamente el silencio que Leonard y yo manteníamos con el mundo y con nosotros mismos. Al fin, Leonard, ajeno a mis pugnas interiores, se sentó a mi lado, en otro sillón, pero todavía no me miraba. Sabía que hablaría dentro de poco y realmente no sabía si quería vivir ese momento, pues temía a las palabras que dijere.
-          No sé si Stella estará por aquí o si todavía no habrá vuelto de su viaje.
Me esperaba cualquier palabra, menos las que acababa de pronunciar. Sin embargo, me sentí inmensamente aliviada cuando oí aquella frase. Eran como una pequeña ventana por la que quisieron escaparse mis sentimientos; no obstante, no pude desprenderme ni del menor ápice de mi tristeza, esa honda y espesa tristeza que me presionaba el alma. Verdaderamente no me importaba quién estuviese en mi vida. Nada podía importarme si mi corazón estaba tan destrozado, tan irremediablemente quebrado en millones de fragmentitos que lentamente irían deshaciéndose, desapareciendo para siempre, para siempre.
-          Sinéad, hija...
Hasta entonces no me había dado cuenta de que de mis ojos brotaban espesas y gélidas lágrimas que resbalaban veloces por mis mejillas. Era como si mi cuerpo y mi alma se hubiesen independizado y existiesen en dimensiones distintas. Era como si yo me hubiese desprendido de las sensaciones corporales y me hubiese hundido en las anímicas abandonando la estela de mi materialidad. Las palabras de Leonard, las que sonaron impregnadas de compasión, ternura y tristeza, me hicieron descubrir cuán desalentada y sobrecogida me sentía, cuánto lamentaba mi vida, cuánto miedo tenía al futuro...
-          Sinéad, Sinéad... ven conmigo, cariño. Llora, llora en mi regazo todo lo que necesites —me invitó Leonard alargándome sus brazos, como si yo fuese una niña pequeña amedrentada y frágil que sabe que los brazos de su padre son el lugar que más la amparará—. Ven, cariño, ven... No tengas vergüenza.
No tenía vergüenza, nunca la había tenido delante de mi padre, pues era quien más me comprendía, quien más me quería en el mundo. Era lo único que tenía... Sin pensar en nada, solamente permitiendo que su cariño me guiase, me dejé caer entre sus brazos y, como siempre hacía cuando deseaba sentirme amparada, escondí mi rostro en su pecho. Notaba que estaba temblando brutalmente por culpa de los sollozos y que apenas percibía mi llanto. Estaba completamente invadida por la tristeza más oscura y temeraria de la vida... una tristeza que había hecho de mí una mujer totalmente desvalida que apenas se creía en el mundo.
Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan triste, que no lloraba tan desconsoladamente, que no temblaba tanto de lástima, que no experimentaba el resquebrajamiento de mi alma como lo notaba en esos momentos. Eros nunca me había hecho llorar así. Creía que el hombre que me había rechazado de esa manera y que me había tratado con tanta desconsideración no era él, sino un ser completamente dominado por la rabia, el despecho y la frustración. No, aquél no podía ser mi Eros, mi Eros no se hallaba en ese cuerpo que había hecho añicos todo mi mundo, Eros no era ese hombre que me había dirigido palabras tan punzantes, tan envenenadas, tan lacerantes.
El tiempo desapareció para mí. Leonard también lloró conmigo... Lloró por los dos, por nuestra vida, por nuestro pasado, por nuestra alma quebrada, por nuestros sueños vueltos polvo. Lloramos juntos durante horas sin sentir el paso de los segundos. Lloramos, lloramos y lloramos hasta notar que la noche ya se terminaba, que la oscuridad se tornaba una luz deslumbrante que nos hizo temblar de dolor y miedo... y seguimos llorando, unidos, en una alcoba íntima y acogedora que nos protegió del alba.
Leonard estuvo junto a mí durante un número inconcreto de días y noches que yo apenas percibía. Me había sumido en una tristeza que no me permitía pensar ni recordar con claridad. Al cabo de esa cantidad imprecisa de días y noches, un atardecer me desperté guiada por una asfixiante sensación de soledad. Leonard no estaba a mi lado. No me asusté, pues enseguida pensé que se habría alejado de mí por necesitar estar completamente solo. Durante todo aquel tiempo, un tiempo que ni tan sólo sabía si eran semanas, había permanecido abrazada a él, temerosa y aterida, como si creyese que más allá de sus brazos ya no había mundo. Leonard había cuidado mi dormir, me había arrancado de las garras de las pesadillas, me había serenado con sus caricias cuando el llanto me volvía tan trémula como una hoja caduca. Yo también había intentado consolarlo cuando la pena se adueñaba de su corazón. Ambos habíamos nadado a la deriva por mares inescrutables y furiosos que nos apartaban dolorosamente del brillo de la felicidad. Incluso, durante esos días y noches, a mí me había parecido oír un vago susurro que contenía mi nombre, un susurro que siempre se perdía por la inmensidad de la lástima. A veces lograba detectar la voz que se escondía tras aquel remoto musitar. Me parecía oír a Rauth llamándome desde la lejanía del tiempo y del espacio; pero yo no era capaz de contestarle ni siquiera con el alma. Mi voz anímica también estaba hundida en lo más profundo de la oscuridad de la tristeza.
Mas aquel ocaso me sentía distinta, como si alguien me hubiese devuelto la claridad de mis pensamientos. Por dentro de mí había una sutil voz que me instaba a salir del lecho donde el dormir y el llorar se habían mezclado hasta devorarme y enfrentarme al mundo, aunque la vida estuviese irrevocablemente oscurecida. No desobedecí ni ignoré aquel extraño e inconcreto aliento. Me escapé de la protección y la comodidad de aquella cama y abrí mi armario buscando algún vestido hermoso que pudiese hacerme brillar. Entonces me di cuenta de que todas mis pertenencias estaban perfectamente guardadas en aquel armario. Me alegró saber que ya no debía deshacer mi equipaje. Me creía completamente incapaz de hacerlo.
Escogí un vestido rojo que hacía mucho tiempo que no me ponía. Era pomposo y suave. No tenía mangas y su oscuro color hacía resaltar la brillante palidez de mi piel. Decidí bañarme y peinarme lentamente, con una tranquilidad que me acariciase el alma. Cuando terminé de acicalarme, salí al exterior para disfrutar del maravilloso esplendor de los bosques. La naturaleza me recibió con un suave y aromático viento que me acarició el alma. Aquella brisa tan tierna y llena de fragancias nocturnas, de repente, me hizo sonreír.
Entonces entendí que a partir de ese instante comenzaba una nueva vida para mí. Mi existencia debía convertirse en un futuro impensado que yo debía cubrir de magia y serenidad. Lentamente, pensé en todo lo que había ocurrido hasta aquellos momentos. Recuperé todos mis recuerdos, desde aquéllos creados hacía más de mil seiscientos años hasta los que recientemente se habían adentrado en mi memoria. Toda mi vida se deslizó rápidamente por mi mente, aunque yo quisiese recordarla con pausa. Todos mis instantes... los más tristes, los más alegres, los más difíciles, los más desesperantes... todos se confundían en mi memoria como si no fuesen retales de mi vida, sino de otra muy remota e imprecisa que había discurrido muy lejos de mí. Aquellos distantes recuerdos me hicieron comprender que siempre, siempre, había renacido de las cenizas en las que la lástima y el dolor me habían convertido. Siempre había sabido encontrar la magia en los momentos más oscuros. Siempre había sabido hallar la continuación de la interrumpida senda de mi vida... y quise creer que esos instantes tan tristes podían tornarse una luz que iluminase mi oscurecida alma... pero... pero... no, no me sentía capaz de creer que había belleza en mi vida. Sí, la naturaleza que me rodeaba era hermosa, el castillo donde vivía era majestuoso y reluciente... podía haber beldad en todo aquello, era posible que la hubiese; pero yo no sabía captarla... no sabría captarla si él no estaba a mi lado, si yo no podía hundirme en sus oceánicos ojos siendo consciente de que éstos también percibían la preciosidad de la vida. No podría detectar la bondad de nuestro destino si su mano no tomaba la mía, si su voz no me susurraba aquellas palabras tan bonitas que me encogían el corazón, si sus caricias no me dormían, si su amor no me templaba el corazón, si yo no podía dormir entre sus brazos. Él no se había marchado del mundo, sino de mi mundo. Se había alejado injustamente de mi realidad, la que era mágica porque él y yo estábamos juntos, uno cabe el otro en una tierra que solamente nos pertenecía a nosotros.
Y así, pensando en él, se frustraron todas mis esperanzas de poder caminar por la nueva senda que me ofrecía mi destino. Así perdí el delicado ímpetu que me había hecho abrir los ojos guiada por un sentimiento nuevo. Así perdí la sonrisa que le había dedicado a la naturaleza. También perdí lentamente mi equilibrio. Me senté con pausa y espesura en el suelo, no importándome que las flores rozasen mi vestido y que el relente de la noche impregnase el terciopelo de mi falda. Nada podía importarme, solamente el peso que aplastaba mi alma, solamente la tristeza que me asfixiaba, que comenzó a nublar mis ojos... que volvió lágrimas mi mirada.
-          Eros, mi Eros, mi Eros...
Me dolía decir su nombre, pero pronunciándolo era la única forma de saber que él había existido en mi realidad. Lloré por él una vez más, no importándome que la sed me ahogase e incendiase mis entrañas. Lloré sin fijarme en nada más, sin preguntarme adónde se marcharían los segundos que las lágrimas me impedían vivir. Y seguí llorando hasta creer que las noches se terminarían para siempre. Cuando, repentinamente, fui levemente consciente de que había permanecido plañendo durante un tiempo incalculable, alcé los ojos y, tras limpiármelos, miré a mi alrededor en busca de un sutil rayo de luz que me indicase que el alba estaba cerca; pero la oscuridad seguía siendo tan profunda e inhóspita como antes de que comenzase a llorar.
Mas algo había cambiado. El viento se había aquietado, las ramas y las hojas de los árboles restaban quedas y paralizadas, como si el tiempo no discurriese. Las estrellas centelleaban en lo más lejano del firmamento y la luna intentaba enviar sus rayos a la tierra, pero una fina y evanescente capa de nubes la protegía de la mirada de los bosques. Entonces, súbitamente, noté que alguien caminaba cerca de mí. Asustada, me alcé de donde estaba sentada y oteé nerviosa a mi alrededor. No deseaba que nadie me viese llorar; pero enseguida entendí que quien se hallaba tan próximo a mí no podría hacerme daño y nunca se reiría de mí. Un olor suave a flores y a lluvia me desveló la identidad de quien había quebrado la intimidad de aquel instante. No supe si sentirme feliz o lamentar su llegada... pero no me dio tiempo a saber qué experimentaba en realidad. Rauth apareció entre los árboles, sonriendo con amor y ternura. Lo que más me sobrecogió fue que portaba a Brisita en sus brazos.
-          Rauth —musité emocionada cerrando los ojos, de los que, lamentablemente, brotaron dos lágrimas revoltosas—. ¿Qué haces aquí?
-          Sinéad, necesitaba venir. Llevo muchos días sintiendo tu tristeza y Brisita te extrañaba muchísimo, amor mío —me susurró con culpabilidad y pena—. No ha dejado de preguntar por ti.
-          ¿Ya sabe hablar? —le pregunté asustada, temiendo que me hubiese perdido aquel importante momento.
-          No, todavía no; pero me lo preguntaba continuamente con sus ojitos. Atiende a cómo te mira... —me mandó con ternura.
Sin controlar mis emociones, ya que era imposible hacerlo, me acerqué a ellos dos y, tras limpiarme las lágrimas, me arrimé a Brisita para hundirme en sus violáceos ojos; una mirada que era el reflejo de la mía. Cuando me percibió tan cerca de ella, Brisita alargó sus hermosos bracitos para que yo la tomase en brazos; pero yo no me atrevía a tocarla. Me estremecía y me horrorizaba saber que ella sentiría la frialdad de mi piel. No, entre mis brazos jamás podría creerse protegida.
-          ¿Qué te ocurre, Sinéad? ¿No quieres abrazarla? —me preguntó Rauth con pena y temor.
-          No... no puedo, no puedo. No soy digna de su amor ni del tuyo. No puedo recibiros así, con estos ojos, con esta pena tan honda, con esta frialdad tan horrible —me lamenté llorando sin poder evitarlo—. No quiero que estéis aquí, no quiero. Este mundo tan horroroso no puede acogeros.
-          Sinéad, cálmate. No nos importa donde estemos. No nos importa que este mundo sea horrible y cruel... No nos importa si estamos a tu lado, Sinéad.
-          Lo siento, lo siento mucho...
-          Abraza a tu hija. Seguro que te hará sentir muy bien, cariño.
-          Mi hijita... —musité deshecha en llanto, inmensamente emocionada y triste a la vez—. Perdóname, cariño. No soy una buena madre, no soy buena en nada, en nada... Perdóname, perdóname, amor mío —le pedí a Brisita mientras la acogía entre mis brazos—. Te juro que te quiero con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi vida, mi niña, mi luna, mi sol —le dije abrazándola con muchísimo cariño y delicadeza.
Una inmensa sensación de ternura, de emoción y culpa me invadió, se aferró a mi alma y me la estrujó como si de unos delicados pétalos se tratase. Sentí, intensificado infinitamente, el amor que le profesaba a aquella niña tan hermosa que había nacido de mis entrañas. Me pregunté por qué notaba que la quería muchísimo más en una realidad tan triste, cuando se suponía que el amor que había nacido entre nosotras había brotado de la magia... pero enseguida recordé que mi cuerpo vampírico volvía más punzantes y devastadoras todas las emociones que yo pudiere experimentar.
-          No estés tan triste, Sinéad —me pidió Rauth con mucho amor—. Ven. Sentémonos a la vera del río.
No me opuse. Lo seguí a través del bosque hasta acabar sentados a la orilla de ese río que discurría tranquilamente, trayendo fragancias y sonidos lejanos. Brisita y yo todavía nos abrazábamos con ternura y delicadeza. Brisita se aferraba a mis hombros con sus dulces brazos y yo la rodeaba con los míos, protegiéndola en mi pecho, amparándola de la oscuridad. De vez en cuando escondía mi nariz entre sus cabellos para aspirar el cálido aroma que emanaba de su cuerpo; el olor de la magia.
-          Estás preciosa, cariño —le dije sonriéndole con muchísima ternura. Aquella sonrisa me acarició el alma, intentó silenciar la estruendosa voz de mi tristeza—. ¿Quién te ha hecho este vestidito tan bonito?
-          Se lo ha hecho Alneth —me contestó Rauth con delicadeza.
-          Ella debería ser tu madre, no yo —musité con culpabilidad.
-          No digas eso, Sinéad, por favor —me pidió Rauth horrorizado.
-          Yo no puedo cuidarla. No sé estar en ninguno de los dos mundos... Se me ha roto la vida, Rauth.
-          No es verdad, Sinéad. Tu vida está aquí y te aseguro que no se te ha quebrado. A nosotros siempre podrás visitarnos... siempre que lo desees, siempre. Nunca dejaremos de quererte porque vivas aquí, al contrario. Brisita nunca cesará de sentir el amor que te profesa.
-          Pero yo... yo no me merezco este amor tan puro e inmaculado.
-          Por supuesto que sí, cariño.
-          No...
-          ¿Estás así porque piensas que Eros te ha abandonado para siempre?
-          Lo extraño tanto... y me duele tanto lo que ha ocurrido, todo lo que me dijo, todo lo que hizo... Rauth, me encantaría poder irme con vosotros y olvidarme de todo esto; pero no puedo...
-          No permitiría que vinieses sabiendo que tienes el corazón tan destrozado y que aún amas así a Eros. Dijiste algo que es cierto: la vida en la magia tiene sentido si tu vida aquí está estable.
-          ¿Cómo conoces lo que sucedió y todo lo que dije?
-          Recuerda que la naturaleza también puede ser un espejo para mí.
-          Cierto.
-          No temas. Vive tranquilamente y sin sentirte triste. Nosotros vendremos a visitarte siempre que lo desees, ¿verdad, Brisita? —le preguntó cariñosamente acariciándole los mofletes.
-          Nunca dejaré de quereros, nunca, nunca —les prometí con mucha pena y amor—; pero ahora me siento incapaz de estar feliz... aunque vuestra presencia me acaricie el alma. Verte a ti, Rauth, es como percibir la luz del sol y mirar a mi Brisita es como notar en mi piel la templanza del verano. Eres tan bonita, mi niña, tan dulce, tan reluciente y mágica...
-          Mamá... Shiny...
Aquellas tiernas palabras, y sobre todo la voz que las había pronunciado, nos robaron el aliento a Rauth y a mí. Nos quedamos paralizados, mirando tiernamente a la niña que me había apelado con tanto amor, respeto y ternura, llamándome de una forma que hasta entonces yo había creído carente de significado y tan perecida como las hojas que el otoño abate.
-          Cariño... has hablado... ¿Puedes volver a hacerlo? —le pregunté tiernamente emocionada—. ¿Puedes volver a llamarme así, amor mío?
-          Mami... Shiny, Shiny —repitió mirándome a los ojos, buscando mi mirada... pero yo había cerrado los ojos temiendo que percibiese mis lágrimas—. Shiny, Shiny... no estés triste —me pidió con una voz melosa, pronunciando las palabras como si le diese miedo hacerlo.
-          ¿Cómo es posible? —le pregunté abrazándola con muchísimo amor—. Eres mágica, vida mía.
-          Es mágica, sí —corroboró Rauth emocionado.
-          Papi... Rauth —susurró incrédula, como si le costase creerse que pudiese pronunciar aquellas palabras.
-          Sí, vida mía, estoy aquí —le respondió él acariciándole los cabellos.
-          Os quiero.
Le costaba pronunciar las erres. Lo hacía de una forma graciosa y sibilante, pero también con una ternura que impregnaba de inocencia todas las palabras que brotaban de sus rosados y hermosos labios. Aquel momento me parecía tan bonito que no pude evitar comenzar a llorar de felicidad y emoción mientras permitía que Rauth y Brisita me abrazasen con pureza y muchísimo cariño. Entonces creí que la tristeza no seguiría existiendo para mí si ellos estaban a mi lado, que la maldad y las injusticias fenecerían para siempre si yo podía hundirme en sus ojos, si podía sentirlos cerca de mí; mas era incapaz de apartarme definitivamente de la lástima y de la oscuridad de mi presente. Cuando transcurrieron unos cuantos minutos silenciosos, les dije con amor:
-          Me encantaría que me arrancaseis de esta realidad y me llevaseis con vosotros a vuestro mundo, pero creo que la magia no me acogería si me siento tan triste.
-          Lamento decirte que tienes toda la razón, Sinéad. No puedes tener el alma tan destrozada si deseas adentrarte en la magia. Me entristece saber que tu verdadera vida está aquí, en esta tierra que ahora te parece tan oscura. Nuestro mundo no es para ti sino una existencia que vives a medias. Somos... como una pequeña parte de tu destino, como esos sueños bonitos que tienes cuando duermes plácidamente. Aunque te parezca una pesadilla, esta realidad en la que nos encontramos ahora es la vida que debes vivir... Brisita y yo siempre estaremos en tu corazón, cerca de ti, y puedes comunicarte con nosotros siempre que lo desees, de veras.
-          Gracias, Rauth.
-          Ahora tenemos que irnos, Sinéad. Si permanecemos en este mundo durante más de una hora, no podremos regresar a nuestra tierra.
-          No sabía nada de eso —exclamé asustada.
-          Nunca te lo he dicho. Siento mucho que estés tan triste... No temas, cariño. Todo se solucionará... Ah, antes de irme, quisiera pedirte perdón por haberte destrozado la vida de este modo. Todo lo que sucede es culpa mía. Nunca debí introducirme en tu vida. Ya estabas bien sin mí.
-          No digas eso y mucho menos delante de Brisita. Ella es la prueba de que todo esto tenía que ocurrir.
-          Lo sé —aseguró avergonzado, agachando los ojos—. Perdóname.
-          No te preocupes por nada y cuida bien a nuestro tesorito.
-          Sí... Debemos irnos antes de que...
Mas entonces Rauth dejó de hablar. Enseguida supe que aquel silencio se debía a unos pasos que sonaban muy cerca de donde nos hallábamos. Reconocí la forma de andar de Leonard. La fragancia de su vida se mezcló de repente con el aroma de la naturaleza y el eco de su respiración se introdujo en mi alma, avisándome de que estaba a punto de llegar un momento que Leonard deseaba vivir desde hacía tiempo.
-          No os vayáis aún —le pedí a Rauth con un susurro.
-          No puedo esperar a que él llegue, Sinéad. Lo siento mucho —se excusó nervioso.
-          Está bien. No permitas que él te vea, pero por lo menos deja que conozca a Brisita. No le hará nada, Rauth.
-          No, no —me negó mucho más nervioso intentando llamar la atención de nuestra hija para que se fuese con él, pero Brisa se había aferrado con fuerza a mis hombros—. Brisa, vayámonos ya de aquí. Mamá tiene cosas que hacer.
-          No, no quiero irme —protestó con su inocente forma de hablar.
-          Tenemos que irnos.
-          ¿A qué tienes tanto miedo, Rauth? —le pregunté con mucho cariño.
-          No puede vernos.
-          ¿Por qué?
-          Porque no.
-          Esa no es una respuesta.
-          Porque... él no está preparado para saber que existimos.
-          ¿Por qué?
-          No lo entenderías.
-          Te equivocas. Si has presenciado mis últimos momentos de vida, sabrás que Leonard conoce todo lo que ha ocurrido entre nosotros y en nuestra mágica tierra.
-          Sí, es cierto, pero... no me refiero a eso.
-          ¿Sinéad? —me apeló Leonard de pronto con una voz que destilaba extrañeza—. ¿Con quién estás, hija?
-          Ya es demasiado tarde para huir —le avisé a Rauth con una sonrisa muy tierna.
-          No, nunca es tarde para nosotros —me contradijo abrazando de pronto a Brisa, pero ella no se desasió de mí—. Brisa, por favor, suelta a Sinéad —le ordenó con una voz cariñosa.
-          Rauth, por favor...
De repente, tan inesperadamente que ni siquiera el viento pudo preverlo, Rauth desapareció, se desvaneció como llevado por unas manos invisibles... pero Brisita seguía entre mis brazos, ajena a todo, pero demasiado convencida de que no quería alejarse de mí. Enseguida entendí que Rauth no había podido arrancarla de mi lado porque Brisa no estaba dispuesta a apartarse de su mamá.
-          Rauth se ha marchado, Brisa. ¿Por qué no has querido ir con él? —le pregunté temerosa y a la vez enternecida.
-          Quiero estar contigo, mamá —me contestó con ternura. Me costó entender sus palabras.
-          Cariño, yo... yo no puedo cuidarte aquí, en este mundo.
-          Sinéad, hija —me apeló Leonard de nuevo. Esta vez su voz sonó tan cerca de mí que me estremecí—. Llevo observándote desde hace rato... ¿Con quién hablas?
-          ¿Cómo? ¿No ves que estoy con mi...? ¿No ves a Brisita? —le pregunté asustada al percibir la negación y la desaprobación que se habían apoderado de su mirada.
-          Sinéad, no veo a nadie. Estás totalmente sola, hija —me avisó con seriedad y mucha preocupación—. Sinéad, creo que...
-          No estoy sola, padre. Brisita está aquí, entre mis brazos. ¡No entiendo por qué no la ves! —exclamé cada vez más asustada y decepcionada. Empezaba a comprender las palabras de Rauth.
-          Sinéad, vayamos a casa. Creo que no estás bien —susurró con mucha culpabilidad mientras se agachaba a mi lado. Me estremecí cuando vi que Brisita intentaba tocar a Leonard con sus pequeñas manitos, y él ni siquiera se figuraba que aquel gesto existía—. La ausencia de Eros está turbándote, cariño. No puedes permitir...
-          Leonard, te aseguro que ella está aquí conmigo y que hace poco estuvo Rauth, pero él se desvaneció antes de que aparecieses.
-          Sinéad, yo no veo a nadie...
-          Por favor, Brisita, amor, di algo para que él te oiga. Tú sí lo ves, ¿verdad? —le pregunté intentando que mi voz no reflejase el intenso desconcierto que me atacaba.
-          Sinéad, vayamos a casa —me ordenó Leonard con culpabilidad y tristeza.
-          Di algo, Brisita, vida mía... por favor.
Mas Brisita se había quedado paralizada, observando minuciosa y detenidamente a Leonard, como si su apariencia la intimidase y la sorprendiese a la vez. Sus ojos violáceos reflejaban plenamente sus sentimientos. Brisita estaba asustada e impresionada.
-          Mami... —susurró con miedo aferrándose a mis hombros y escondiendo su carita en mi pecho.
-          ¿La has oído, Leonard?
-          No, Sinéad, no he oído nada. Ven, vayamos a casa —me ordenó más serio que antes mientras me aferraba del brazo izquierdo y me instaba a alzarme del suelo—. Creo que estás enloqueciéndote. Aquí no hay nadie.
-          No, padre, te lo juro —protesté intentando que me soltase—. Brisita, cariño, mueve esa flor, por favor... Muévela para que él sepa que estás aquí —le pedí muy cariñosamente mientras tomaba su manito y la posaba en la flor. Retiré la mía para que Leonard no creyese que yo era quien mecía débilmente aquellos pétalos—. Sí, así, Brisita...
Brisa movió la flor como si quisiese arrancarla, pero no lo hizo. La flor tembló entre sus delicados dedos y después se aquietó, como si nunca hubiese sido acariciada por unos dedos tan inocentes. Leonard se quedó paralizado, observando aquel vacío en el que él debía percibir la cariñosa apariencia de Brisa. Al fin, susurró:
-          La has movido con tu mente.
-          ¡Por supuesto que no! —protesté con ganas de llorar.
-          ¿De veras Brisa está entre tus brazos, Sinéad?
-          De verdad...
-          ¿Y por qué no puedo verla?
De repente Brisa intentó separarse de mis brazos. Yo la dejé ir cariñosamente. Entonces gateó por el suelo hasta acabar al lado de Leonard, quien jamás podría intuir que tenía a mi hijita tan cerca. De pronto, Brisita se aferró a la manga de la camisa de Leonard y tiró de aquella suave y delicada tela queriendo llamar su atención. Al percibir aquellos sutiles tirones, Leonard retiró sus ojos de los míos y los dirigió hacia donde Brisa se encontraba. Evidentemente, no la vio; pero por lo menos dejó de creer que yo estaba volviéndome loca.
-          Está aquí —susurró incrédulo.
-          Sí, está a tu lado. No sé por qué no puedes verla... pero ahora entiendo por qué Rauth no quería que nos sorprendieses juntos a los tres.
-          No puedo verlos —se lamentó con tristeza—. Me encantaría conocer a tu hija, Sinéad... y sobre todo reencontrarme con...
-          No te preocupes. Encontraremos la forma de que puedas hacerlo. Ahora, si me lo permites, debo llevar a Brisita junto a su padre. No ha querido separarse de mí, pero yo no puedo cuidarla aquí. Necesita los alimentos que hay en esa tierra tan mágica. Brisita, amor mío, tenemos que volver a casa —le dije mientras la tomaba en brazos—. No te preocupes. Yo iré contigo y me quedaré allí unos días. Tengo que amamantarte todavía... Perdóname, vidita mía...
-          Sinéad, por favor, vuelve pronto. No te alejes de mí —me pidió Leonard con desesperación, aunque su voz sonó susurrante.
-          No te preocupes. No te dará tiempo a echarme de menos.
-          De acuerdo.
Me alejé de Leonard dispuesta a dejar aquella tangible realidad atrás y adentrarme en el mundo de la magia. Cuando noté que la soledad más oscura nos rodeaba, abrazando muy tiernamente a Brisita, deseé que nuestro entorno nos transportase hacia un rincón donde nada pudiese hacernos daño; pero, por mucho que lo intentase y lo anhelase, nuestro alrededor no mudaba de forma ni de apariencia. Seguíamos estando en aquel bosque que yo tanto adoraba, la oscuridad de la noche continuaba siendo tan espesa y el viento que soplaba de vez en cuando no portaba la fragancia de la magia. Al cabo de unos cuantos minutos, Brisita alzó los ojos y, con una mirada llena de felicidad, me comunicó:
-          Yo quiero estar aquí.
Cuando comprendí que Brisa era plenamente consciente de que no podíamos regresar a su hogar, me estremecí de miedo; pero aquel temor se convirtió en cariño y ternura cuando me di cuenta de que aquella realidad no la inquietaba en absoluto, sino que le hacía sentir feliz. Ella deseaba permanecer en mi mundo junto a mí, no importándole que mi piel fuese escalofriantemente fría, que mis ojos tuviesen ese color escarlata y que de mi cuerpo no pudiese emanar aquel alimento que ella necesitaba tanto. Me pregunté entonces cómo podría nutrirla de vida si a mí me faltaban las capacidades para hacerlo. Enseguida recordé que Brisita tenía ya creciditos en su boquita unos preciosos dientecitos que le permitirían ingerir cualquier fruta esponjosa y blandita.
-          ¿No quieres volver junto a Rauth y Alneth? —le pregunté con mucha ternura.
-          Alneth no —dijo solamente.
-          ¿No quieres regresar junto a ella?
-          Yo quiero estar contigo, mami.
Sus sencillas palabras, pronunciadas de aquella forma tan inocente y pura, me hicieron reír de felicidad, provocaron que de repente me olvidase de que hacía unos pocos momentos había llorado desconsoladamente por creer que mi vida era absolutamente triste y lamentable. Con Brisita entre mis brazos, regresé junto a Leonard y me senté a su lado dedicándole una sonrisa amplísima que hacía brillar mis ojos. No entendía por qué Leonard no podía ver a Brisa, pero aquello ya había dejado de importarme y de inquietarme. Creía que la magia que, supuestamente, palpitaba por dentro de mí y la que embargaba el alma de mi hijita lograría que aquella situación se convirtiese en luz cuando menos nos lo esperásemos.
-          No la llevaré al otro mundo. Quiere estar aquí conmigo y contigo, aunque no la veas.
-          ¿Cómo la cuidarás? Es peligroso tener una niña pequeña aquí, Sinéad —me advirtió con seriedad y miedo.
-          ¿Peligroso por quién? Tú ni la sientes y yo... yo jamás, jamás, jamás, le haría algo que pudiese dañarla. Su olor no me hará perder el control, Leonard, y, además, ella no teme a la oscuridad, ¿verdad, cariño? —le pregunté con mucho amor—. Incluso estoy dispuesta a hacer un gran esfuerzo por lograr que pueda vivir por el día, aunque la luz del sol me queme.
-          Eso es una locura, Sinéad. Tienes que devolvérsela a Rauth. Él la cuidará mucho mejor que tú.
Aquellas palabras, repentinamente, se me clavaron en el alma haciéndome un daño que ni siquiera Leonard pudo intuir. Cerré los ojos con fuerza para que aquel dolor no se escapase de mi mirada convertido en unas lágrimas que resbalarían injusta e inoportunamente por mis mejillas. ¿A quién quería engañar? MI cuerpo vampírico no me permitía cuidar a una niñita tan mágica, tan buena, tan pura. Mis gélidos brazos no estaban hechos para proteger a un ser tan inmaculado y templado. Las palabras de Leonard declaraban una realidad que yo no me había atrevido a divisar en los confines de mi razón.
-          Tal vez estés en lo cierto —susurré agachando la cabeza—. Brisita, lo siento mucho, pero tengo que llevarte con papá.
-          ¡No, no! —se negó a punto de llorar. Me sobrecogí cuando vi que sus ojitos se habían vuelto cristalinos—. Yo quiero estar contigo.
-          Lamento tanto que no puedas oírla, Leonard... Si escuchases cómo me dice que quiere estar conmigo...
-          Sinéad, no seas egoísta.
-          No es ser egoísta. Ella no quiere irse.
-          ¿Cómo es posible que no quiera irse? ¿Cómo es posible que prefiera estar junto a un ser peligroso, de apariencia inquietante y de piel gélida, en un mundo oscuro, antes que permanecer junto a alguien de su misma especie en una tierra cálida y mágica?
No le contesté. Sin saber por qué, sus palabras cada vez se me clavaban más hondamente en el alma. En silencio, me alcé del suelo y comencé a caminar hacia mi hogar. Brisita, al parecer ajena a mis sentimientos, esbozó una tiernísima sonrisa que me serenó levemente. Estaba tan feliz de hallarse entre mis brazos... tan dulcemente feliz... Era injusto que yo no me sintiese como ella.
-          Te prepararé una hermosa camita junto a la mía. Ya verás, será preciosa...
-          Quiero dormir contigo, mami —me interrumpió de pronto, incomprensiblemente asustada.
-          Está bien —me reí con amor.
NO fue difícil convivir con ella; al contrario, su presencia, su amor y su forma de hablar y de mirarme eran una bendición. Su risa era contagiosa, sus palabras me acariciaban el alma, cuando me abrazaba me sentía inmensamente viva... Ni siquiera me daba cuenta de que los días y las noches transcurrían quizá demasiado lentamente para ella, pues, pese a hallarnos muy lejos de la magia, nos habíamos introducido en un mundo donde no existía la tristeza. Leonard continuaba sin ver a Brisa, algo que me inquietaba sin poder evitarlo; pero acabé aceptando que tal vez su alma estuviese demasiado impregnada de tristeza para poder percibir otras realidades aparte de la suya, de su destrozada vida. Yo también estaba inmensamente afligida, pero junto a Brisa la lástima desaparecía, parecía como si nunca hubiese llorado de pena ni de desconsuelo. Dejé las lágrimas atrás y la asfixiante escarcha que me rodeaba el corazón fue derritiéndose lentamente hasta acabar desvaneciéndose. Brisita derritió el hielo de mi vida, incluso templaba mi piel con sus amorosas manitos... y con su sonrisa volvió día todas esas noches, todas.
Los días pasaban rápido, las noches parecían escurrirse de entre nuestras manos y los amaneceres se confundían con los atardeceres. Brisita y yo dormíamos cuando verdaderamente necesitábamos hacerlo, nos olvidábamos del sol y de la luna, reíamos hasta que los ojos nos lagrimeaban, nos divertíamos con juegos imaginativos donde las dos nos escapábamos de peligros que nadie más percibía, donde huíamos a lugares mágicos que yo describía con minuciosidad... La vida era tan amena y feliz a su lado que ni siquiera me acordaba de mis malos momentos. De vez en cuando, Eros aparecía en mi mente, haciéndome temblar de pena y destrozándome el corazón, pero los ojitos de Brisita me extraían de esos punzantes recuerdos y devenían luz toda la oscuridad que quisiese cubrirme el alma.
Incluso diseñábamos juntas los vestiditos que ella deseaba portar. Yo se los tejía con todo mi amor, dedicándole una inquebrantable atención a su presencia para extraer de sus ojos la inspiración y el ímpetu que me ayudase a vivir en aquellos días tan extraños en los que ignoraba plenamente mi condición vampírica para convertirme en la mejor aliada y amiga de un ser inabarcablemente puro e inocente. Evidentemente, no podía ignorar totalmente mis instintos y mis necesidades. Cuando Brisita dormía por la noche, me escapaba de nuestro refugio para reencontrarme con la sangre. Tomaba apenas unas gotitas de esa sustancia que podía distanciarme irrevocablemente tanto del dolor como de la felicidad y enseguida regresaba junto a mi hijita. Velaba por su sueño, la besaba en la frente cuando mi alma me lo pedía, incluso, si ella se despertaba inquieta, la acogía entre mis brazos y le cantaba nanas preciosas que llevaban viviendo en mi corazón desde que mi madre humana me las había entonado para mitigar la desgarradora sensación del hambre o para provocarme un sueño que me apartase del frío de nuestros días.
Brisita adoraba mi voz. Me pedía que cantase durante horas, incluso me rogaba que tañese el arpa cuando me hallaba sumida en la elaboración de alguno de sus vestiditos. Divertida, obedecía sus peticiones abandonando lo que estuviese haciendo. A veces, se acercaba al arpa e interrumpía mi canción tocando alguna cuerda que turbaba la melodía de aquella trova. Riéndome con amor, la acogía entre mis brazos y, situándola enfrente del arpa, la enseñaba a tañer alguna pieza sencillita y divertida.
Sí, la vida era inmensamente maravillosa a su lado. Junto a ella me había olvidado de todo, incluso me sentía capaz de ignorar todo mi dolor. De vez en cuando, Rauth intentaba comunicarse conmigo a través de los sueños; pero no para reprocharme que no hubiese devuelto a Brisita a su hogar, sino para agradecerme que la hubiese acogido de ese modo tan tierno. Rauth sabía mejor que nadie dónde estaba la verdadera morada de Brisita... entre los brazos de su madre... de una madre que, aunque tuviese un cuerpo extraño y tal vez peligroso, cuidaba a su hija poniendo toda su vida, la quería con un amor que traspasaba los confines del universo...
-          Te quiero muchísimo, muchísimo. Lo sabes, ¿verdad? —le preguntaba cuando la acunaba entre mis brazos para dormirla—. Eres lo más bonito que me ha pasado nunca, cariño. Sería capaz de dar la vida por ti miles de veces si así pudiese alargar tu destino...
-          Te quiero, mami. Eres la mejor mami del mundo —me decía con su tierna e inocente pronunciación—. Te quiero.
-          Eres un ángel, eres mi ángel —le declaraba emocionada abrazándola con muchísimo amor.
Creía que Brisita y yo viviríamos solas eternamente en aquel mundo que las dos habíamos creado; pero una noche oí que alguien llamaba a la puerta de nuestra morada. Extrañada, esperé a que Leonard la abriese, pero parecía que él no tuviese intenciones de abandonar la soledad de su alcoba para acudir a aquel inesperado llamado. Así pues, pidiéndole a Brisita que no se moviese de nuestra habitación, me dirigí hacia la puerta y la abrí temerosa. Sabía que no era Rauth, pues no había percibido los latidos de su corazón.
Quien esperaba tras la puerta era Scarlya; algo que me sobrecogió y me hizo regresar de repente a aquel mundo doloroso y gélido que había abandonado tomada de la mano de mi Brisita. Sin embargo, intenté ignorar mis sentimientos y mis miedos para poder ser valiente. Scarlya me miraba con preocupación y culpabilidad. Apenas era capaz de hundir sus ojos en los míos. Con respeto y consideración, la hice pasar a mi hogar y, tras cerrar la puerta, la observé inquieta.
-          Necesito que hablemos, Sinéad —me pidió con una voz queda—. ¿Está Leonard aquí?
-          Sí, pero es como si no estuviese —le contesté con tristeza.
-          No quiero que me vea. Seguramente me echará de aquí.
-          No temas por eso.
Me extrañaba que pudiese hablar con Scarlya sin sentir ese rencor que había experimentado cuando Eros me había tratado tan injustamente la última vez que nos habíamos visto; pero enseguida entendí que, si era posible comportarme de ese modo tan sereno, era porque tenía a Brisa en mi vida, porque su inocencia había destruido todos los malos sentimientos que habían nacido en mi alma.
-          Ven a mi alcoba —le ofrecí temerosa. Era incapaz de preguntarme si Brisita se inquietaría al ver a Scarlya. Apenas pensaba mis palabras y mis movimientos—. Te pediría que fuésemos al salón, pero...
-          No, no. No quiero que Leonard descubra que estoy aquí. Necesito que hablemos lo más íntimamente posible, Sinéad.
No le dije nada más. La conduje hacia mi alcoba y allí nos encerramos. Brisita me miraba extrañada, pero sus ojos me confesaban que ella era plenamente consciente de que debía permanecer queda y quieta en aquel rincón que tanto le pertenecía, el que habíamos cubierto con una mullida alfombra y habíamos llenado de juguetes preciosos y curiosos.
-          Siéntate donde quieras —le pedí con un poco de temor.
-          Gracias.
Scarlya se sentó en mi lecho. Precisamente, el rinconcito que le pertenecía a Brisa se hallaba a los pies de la cama, a la derecha de Scarlya. Aunque quisiese evitarlo, los nervios se habían apoderado de mí. No sabía si Brisita debía presenciar esos momentos. Creía que no tendría que hallarse junto a nosotras, pero tampoco sabía dónde podía llevarla...
De repente, Scarlya deslizó sus ojos por toda la estancia, como si quisiese encontrar algo que sus sentidos captaban de forma lejana. Aquella actitud me estremeció brutalmente y me sobrecogió, pero intenté disimular mis nervios sentándome en una silla enfrente de ella.
-          No estamos solas, Sinéad —me avisó con un susurro—. Oigo el latir de un corazón... ¡Huy!
Mientras pronunciaba aquellas palabras, Scarlya había deslizado sus ojos por toda la alcoba hasta encontrarse, inevitable e imprevisiblemente, con la mirada de Brisita, quien la observaba anonadada y estupefacta. Scarlya se quedó totalmente paralizada al ver a Brisita, al comprobar que su apariencia era tan mágica y que sus ojitos se asemejaban tanto a los míos.
-          ¿Quién es? —me preguntó asustada—. No es humana ni vampiresa...
-          Es mi hijita, Scarlya —le contesté con amor mientras me alzaba de la silla y tomaba a Brisita en brazos. Todavía no podía digerir que Scarlya pudiese ver a mi hija—. ¿La ves plenamente?
-          Sí, por supuesto. Es preciosa, Sinéad. ¿Qué es? ¿Cómo es que tiene esas orejitas en la cabeza? ¡Ay, Sinéad, Sinéad! —se rió de ternura cuando me senté a su lado con Brisa en mis brazos—. ¡Sinéad, pero, pero...! ¡Pero qué bonita es! —exclamó emocionada acariciándole muy cuidadosamente los cabellos—. Sinéad, es hermosa...
Me di cuenta de que a Scarlya se le habían humedecido los ojos. Los cerró antes de que las lágrimas resbalasen por sus mejillas mientras, incrédula y tiernamente ilusionada, deslizaba sus dedos por los mofletes de aquella niña tan paciente y buena que la miraba con respeto.
-          ¿De veras puedes verla plenamente? —volví a preguntarle incrédula.
-          Claro que sí... Es lo más bonito que he visto en años, Sinéad. Es preciosa... ¿Cómo te llamas, hermosa niña? —le cuestionó con mucho amor y dulzura; lo cual me estremeció de cariño y emoción. Yo también tenía ganas de llorar.
-          Brisa —le contestó ella con vergüenza y ternura—. ¿Y tú?
-          ¡Pero si ya sabe hablar! —exclamó Scarlya riéndose con amor.
-          La magia la hace crecer rápido.
-           ¡Dios mío...!
-          ¿Cómo te llamas? —le preguntó de nuevo Brisita con paciencia.
-          Yo soy Scarlya —le respondió con mucha felicidad y dulzura—. Sinéad... tienes tanta suerte... Sí, se nota que es hija tuya y de... de Arthur —susurró estremecida.
-          Mi papá es Rauth —dijo Brisita extrañada.
-          Rauth, eso... —se corrigió Scarlya riéndose avergonzada—. Es tu hijita, Sinéad... ¿Y cómo entiende que no seas como ella? ¿Cómo es posible que esté aquí?
-          Lo entiende todo perfectamente. La magia la hace sabia.
-          Es maravilloso, Sinéad, es maravilloso —declaró cubriéndose el rostro con las manos. Adiviné que estaba llorando—. Sinéad, perdóname... perdóname, por favor... No creí que todo fuese así... Lo siento, lo siento muchísimo... Soy un monstruo —sollozó de pronto.
-          Tú no eres eso —la contradijo Brisita—. Tú eres buena.
-          No, no... —negó ella más deshecha en llanto aún. Anhelé abrazarla, pero apenas podía moverme. La sorpresa y la emoción me impedían hacerlo. Además, me creía incapaz de desprenderme de mi hijita—. Lo siento, lo siento...
-          Tranquilízate, Scarlya, por favor —le pedí con cariño y dulzura—. Dime qué sucede.
-          No me he comportado bien contigo... contigo... con el primer ser que me ha querido realmente, que me quiso realmente en mi vida... —hipaba—. Te juro que no pude evitarlo, Sinéad, no pude... y ahora lo siento tanto, tanto...
-          Cálmate, por favor —volví a pedirle mientras deslizaba mis dedos por sus cabellos.
-          Sinéad, me equivoqué tanto... Yo no sabía que todo esto sucedería. No, no me lo imaginé nunca. Yo pensaba que sería algo casual que él olvidaría en cuanto tú regresases...
-          Basta, Scarlya... No te tortures de esa manera. Entiendo perfectamente tu punto de vista, aunque no lo comparta... Todos cometemos errores. Además, tú eras más libre que él.
-          Él está destrozado, Sinéad.
-          Pero si yo vi cómo te pedía que iniciases con él una nueva vida... —le confesé confundida—. Y vi cómo lo abrazabas...
-          Lo abracé para calmarlo, pero no pasó nada más. Sinéad, él creyó durante dos días que quería estar conmigo. Evidentemente, yo no accedí a sus peticiones porque sabía que aquello no tenía sentido, que era el rencor y el resentimiento lo que le llevaba a querer estar conmigo, a creer que conmigo sería feliz —me explicaba atropelladamente—; pero yo no caí en sus brazos, no lo hice, no lo hice, te lo juro.
-          Te creo.
-          Yo le insistía en que reconociese la verdad... y, cuando por fin lo logré, él comprendió cuánto se había equivocado y se le destrozó el alma... No es capaz ni de respirar... Pasa los días y las noches llorando, lamentándose, incapaz de plantearse la posibilidad de venir aquí a pedirte perdón. Se lo he propuesto, pero se horroriza con tan sólo pensar en ti. No se perdona haberte tratado tan mal... Está destruido, completamente destruido, Sinéad.
-          ¿De verdad? —le pregunté incapaz de aceptar que mi alma se hubiese llenado de alivio.
-          Sí, te lo juro. Yo vivo con él, pero te aseguro que quisiera irme... No soporto verlo tan mal y saber que todo eso ha ocurrido por culpa mía, solamente por culpa mía. Quiero volver aquí, junto a Leonard para ser su amiga, pero solamente con pensar en todo lo que ha acaecido me estremezco y me acobardo. Soy un monstruo —repitió con rabia—. No sé en lo que me he convertido...
-          Scarlya, no te digas eso más, por favor —le pedí con calma intentando atraerla hacia mí. Scarlya se apoyó en mi hombro llorando desconsoladamente.
Y así permaneció durante un tiempo que nadie se atrevía a calcular. De vez en cuando, Brisita acariciaba los largos, castaños y sedosos cabellos de Scarlya, se atrevía también a retirarle las lágrimas que su pañuelo no quería acoger... Me sorprendió comprobar que a Brisita no le intimidaba que llorásemos sangre.
-          Scarlya, no seas tan injusta contigo misma. Sé cómo te sientes... pero no te culpes más. Vamos a intentar reconstruir nuestras vidas... Necesitamos que el tiempo nos cure las heridas.
-          Tienes que hablar con Eros, Sinéad. Él no se atreve a venir, no se atreve... Está completamente abatido... Incluso...
-          ¿Qué sucede? —le pregunté asustada.
-          Se siente tan mal que incluso se tira una semana sin alimentarse. Siempre acabo trayéndole a un... un poco de alimento para que coma —se corrigió inquieta al recordar que no estábamos solas.
-          No te preocupes. Sé que coméis sangre —la avisó Brisita con naturalidad.
-          ¿Quién te lo ha dicho? —le pregunté con amor y paciencia, aunque me sentía inmensamente nerviosa y avergonzada.
-          Alneth. Me lo dijo para asustarme. No quería que viniese contigo.
-          Vaya —susurré desencantada.
-          Por eso no quiero volver con ella. Quiere alejarme de ti, mami.
-          Tienes un tesoro, Sinéad... —musitó Scarlya emocionada. Apenas podía hablar.
-          Sí...
Entonces nos quedamos en silencio; yo, recordando las palabras que Scarlya me había dirigido acerca de Eros; Brisita, observándome con cariño, y Scarlya, intentando dejar de llorar. De pronto, cuando vi que de sus ojos ya habían cesado de brotar lágrimas, le pedí:
-          ¿Eres capaz de quedarte a solas con Brisita?
-          Sí... si ella quiere... —contestó nerviosa.
-          Brisita, ¿quieres quedarte con Scarlya un momento?
-          Sí —respondió ilusionada.
-          Sabes dónde estoy si sucede algo, Scarlya —la avisé con dulzura.
-          Sinéad, eres un ángel, eres mágica —me halagó Scarlya nuevamente emocionada mientras se alzaba para situarse enfrente de mí—. Te quiero de verdad, con todo mi corazón, Sinéad, te lo aseguro... —me declaró intentando hablar con claridad—. Te prometo que nunca más permitiré que algo te haga daño.
-          Scarlya —me reí al verla tan deshecha en lágrimas—. No llores más... Juega con Brisita... Le encanta jugar al mundo de las hadas. Ella te lo explicará —le sonreí.
-          ¿Puedo pedirte algo?
-          Sí, por supuesto.
-          Abrázame, por favor...
Cuando tuve a Scarlya entre mis brazos, noté que su cuerpo temblaba débilmente y que los sollozos estremecían toda su alma. La presioné contra mí para pedirle que se calmase y para confesarle así que aquel instante era el principio del fin de toda la tristeza. Cuando me separé de ella, corrí hacia el exterior sintiendo cómo la naturaleza me enviaba un ímpetu que destruía todos mis nervios, mis dudas, mis temores... y así me alcé hacia el cielo para volar entre las nubes hacia el empiece de un nuevo presente.

2 comentarios:

Wensus dijo...

Brisa es una dulzura, un especie de angelito que es imposible no querer. Ahora es la luz que ilumina el camino de Sinéad y juntas son felices. Me a sorprendido que Alneth no quiera que esté junto a su madre... Su vida ahora a cambiado mucho pero para sentirse completa debe solucionar las cosas con Eros...o al menos aclararlas. Yo espero que vuelvan, hacían una pareja perfecta, aunque las palabras de Eros fueron tan duras que son complicadas de olvidar, pero si hay amor todo es posible. Scarlya demuestra ser madura y le honra pedir perdón, es una buena vampiresa, aunque sea tan impulsiva. No sé si Leonard podrá volver a confiar en ella, quizás con el tiempo. A ver que ocurre en la próxima entrada, ¡que nerviosssss!

Uber Regé dijo...

Esta es, posiblemente, una de las entradas que más me ha emocionado de cuantas hay en el blog. Son muchas cosas las que se mezclan en ella; por una parte está el conflicto con Eros... creo que él se va a arrepentir de su actitud, no me lo puedo imaginar separado indefinidamente de Sinéad. También otros personajes han cambiado de actitud, especialmente Scarlya: ahora me resulta mucho más similar a su forma de ser primera, más inocente, más limpia, más positiva. La escena en que comprende quién es Brisa, y se emociona con ello, ese diálogo con Sinéad me ha conmovido muchísimo. Pero claro, quien atrae como un imán en esta entrega es Brisita: es un hallazgo de primera magnitud. Eso de que no la puedan ver todos (ay, qué penita de Leonard, que por lo menos comprende que no es una entelequia de Sinéad, sino un ser real) me parece una genialidad. ¡Habla! Qué bien, qué bonito. Y es curioso cómo, el personaje de Alneth, sin aparecer más que por referencias, se dibuja perfectamente, como esas figuras que se ven en silueta a base de pintar por la zona exterior y dejar su interior totalmente en negro, ¡qué tirria le he pillado! Pero Brisa tiene esa pureza e inocencia que solo los niños poseen, y sabe por instinto que "Alneth no", y en cambio quiere estar con su mamá a toda costa... sin que por ello se olvide de su papá (que, eso sí, es Raut y no Arthur, ¡qué criatura!). Desconcierta deliciosamente la confesión que hace acerca de la naturaleza de Scarlya y Sinéad: "sé que coméis sangre", es una frase terrible pero que resulta por completo inocente y sincera, queda descargada de cualquier connotación negativa en sus labios. Brisa es una lunita iluminando la vida de su madre, y a través de ella, de todos los personajes de la historia. Me ha encantado.