martes, 22 de julio de 2014

LA BENDICIÓN DE LA AMISTAD


LA BENDICIÓN DE LA AMISTAD
La noche ya había caído. Brillaban las estrellas en el lejano firmamento. La luna, ya menguante, se escondía entre fugaces nubes que el viento deshacía. Soplaba una brisa veraniega que portaba aromas frescos y revitalizantes. Hacía poco que acababa de despertarme guiada por un sentimiento de inquietud que había llenado de nervios mi estómago y trataba de encontrar la paz observando aquel paisaje que tan mágico y bello me parecía. Pese a los nervios, estaba esperanzada. Por dentro de mí palpitaba una emoción muy tierna que brotaba de saber que mi vida se había restablecido, que el miedo y la tristeza que habían emanado de haber pensado que Eros y yo nos habíamos alejado para siempre habían quedado definitivamente atrás y que mi presente se había vuelto inmensamente luminoso gracias a la presencia de Brisita, el tesoro más preciado de la Tierra, un tesoro por el que pugnarían y morirían todas las almas de la Historia. Cuando pensaba en Brisita, mi interior se llenaba de felicidad, los ojos me fulguraban rebosantes de cariño y ternura y notaba que mi alma crecía y crecía para abarcar todo el amor que le profesaba a aquella niña tan inocente, pura, buena, cariñosa. Sin embargo, apenas podía olvidarme de la conversación que había mantenido con Rauth la última vez que él había estado junto a nosotras. De aquella conversación se habían desprendido certezas que podían ensombrecer nuestro refulgente presente, certezas que me estremecían sin que yo pudiese evitarlo y que de vez en cuando creaban sueños escalofriantes y tensos que cubrían de oscuridad el resplandor de mi vida. Me despertaba asustada, buscando, entre los brazos de Eros, esa calma que borraría de mi mente las imágenes de esas terribles pesadillas. Veía a Brisita luchando contra unas sombras que deseaban agarrarla para arrastrarla al fondo de un inacabable abismo lleno de neblinas gélidas. A veces la percibía corriendo torpemente entre los árboles, huyendo de una presencia que la llamaba a gritos llenos de odio y rabia. Aquella presencia tomaba distintas formas en mis sueños. A veces, era alguien sin rostro, con unas manos enormes cuyos dedos poseían unas horribles uñas afiladas. Otras, simple y sorprendentemente, era Alneth quien la perseguía para destruirla con su invisible maldad. En todas esas pesadillas, yo no podía salvar a Brisita, pues alguien me tenía asida de la cintura y había envuelto mis manos en unas cadenas heladas y oxidadas. Mas siempre me despertaba en el preciso instante en el que Brisita se cansaba de batallar contra los peligros y caía al suelo, rendida, agotada, triste. Antes de que quienes ansiaban atraparla la alcanzasen al fin, abría los ojos.
Aunque aquel paisaje nocturno que observaba con toda mi alma me pareciese sereno y plenamente mágico, no podía deshacerme del miedo ni de la inseguridad. La incertidumbre que anegaba el futuro de Brisita incluso me hacía tener ganas de llorar; pero no quería que aquellos temores volviesen turbia mi mirada. Deseaba que Brisita me viese siempre reluciendo para que encontrase en mi calma la felicidad que tiñese sus inocentes días.
-          Shiny, al fin te despiertas —exclamó de pronto una voz llena de amor. Eros estaba a mi lado, rodeándome la cintura con su brazo izquierdo—. Pensaba que no te levantarías nunca —se rió con muchísima ternura mientras, con su otra mano, tomaba mi cabeza para acercarla a él—. Qué bella estás siempre, siempre, incluso cuando acabas de despertarte y tienes esos ojitos llenos de sed y sueño.
-          Eros... —protesté de forma infantil cerrando los ojos y dejándome caer entre sus brazos—. No digas mentiras.
-          No digo mentiras —me contradijo antes de besarme.
Nos perdimos en la inmensidad de nuestro amor mientras la oscuridad seguía prendiendo la luz de las estrellas, mientras el viento fresco del verano mecía con cuidado las ramas de los árboles, haciendo que sus hojas entonasen la trova de la quietud y la intimidad. Nuestro entorno se había llenado de seguridad, de calidez. Nuestra alcoba era el refugio más acogedor de la Tierra. Era el lugar donde los sueños nunca perecerían.
-          Nunca me cansaré de besarte, de tenerte entre mis brazos, de sentirme tan tuyo, amor mío. Eres la vida vuelta materia. Tocarte es tañer el cielo. Hundirme en tu mirada es percibir la magia de la vida. Te amo, Sinéad, te amo con locura y desesperación. Jamás pienses que podré vivir sin ti. No, ya sabes que yo no estoy hecho para que tú me faltes, vida mía —me declaró emocionado mientras me presionaba con mucho amor contra su cuerpo, protegiéndome en su inmenso abrazo—. Naciste para que yo te amase, para que yo pudiese ampararte entre mis brazos, para que yo descubriese cuán hermosa puede ser la vida, cuánto amor puede caber en un cuerpo donde también habita la oscuridad.
-          Gracias, Eros, amor mío —le contesté a punto de llorar de ternura—. Eres mi vida —susurré vergonzosa intentando que el nudo que me presionaba la garganta no ahogase mi voz.
-          Eres un ser mágico, infinitamente bondadoso y hermoso. Eres la mujer más tierna, más amorosa y resplandeciente de la Historia. Me siento pequeño ante tu interminable magnificencia.
-          Eros...
-          No, Shiny, no estoy exagerando. Quisiera... quisiera decirte algo —me confesó tímidamente mientras deshacía nuestro abrazo para conducirme hacia el lecho, donde nos sentamos uno cabe el otro aún con las manos enlazadas—. Hoy he tenido un sueño que no deja de hacerme pensar; pero no sé cómo explicártelo.
-          ¿Un sueño? —le pregunté curiosa mientras me apoyaba en su pecho—. ¿Qué ocurría en ese sueño?
-          Pues... era muy raro... —divagó acariciándome los cabellos—. Estábamos con Brisita en un bosque muy extraño. Los árboles tenían las ramas muy largas y unas hojas inmensas que se chocaban contra el suelo. Parecerá ridículo, pero en realidad era estremecedor. No podíamos caminar bien. Esas enormes hojas y las plantas que crecían del suelo nos impedían encontrar la salida. Brisita estaba con nosotros, no sé si te lo he dicho... Estaba con nosotros y tenía mucho miedo. El cielo era grisáceo y estaba cubierto de nubes que presagiaban una terrorífica tormenta. De repente, algo aparece ante nosotros, algo que no sé determinar ni definir, como una especie de sombra difusa que no tiene rostro, pero sí manos,, y de pronto se acerca a ti y te arranca de nuestro lado, te absorbe, te hace desaparecer. Yo te llamo, pero tú no puedes contestarme porque ya te has ido. Brisita intenta correr tras de ti, pero yo la cojo de la mano para impedírselo. Entonces me doy cuenta de que los árboles también han desaparecido y que estamos en una especie de abismo raro por el que no caemos. No hay nada a nuestro alrededor: ni colores, ni formas, ni sonidos, sólo oscuridad. Brisita y yo no dejamos de llamarte, pero tú no contestas. No sabemos dónde estás...
-          Es sólo un sueño, Eros —lo tranquilicé con amor acariciándole los cabellos también—. Es un sueño horrible, pero es un sueño...
-          No, Shiny. Algo me dice que hay realidad en ese sueño. Es como si el mismo sueño intentase avisarme de algo. Shiny, el viaje que tenemos que emprender es muy peligroso, ya te lo advirtió Rauth. Es posible que nos sucedan hechos inesperados y terribles. No quiero que me separen de ti, no quiero que ocurra nada. Dime, ¿es tan necesario que vayamos a ver a la reina esa? ¿Es preciso que pongamos en peligro la vida de Brisita? ¿No puede quedarse aquí y punto?
-          Brisita no puede vivir eternamente en nuestro mundo, amor mío —le respondí con delicadeza y tristeza—. Puede crecer junto a nosotros, pero, cuando llegue el día de su absoluta madurez, tendrá que marcharse porque su destino nació en Lainaya y allí deberá morar hasta que haya cumplido los propósitos que la naturaleza le encomendó. No podemos eludir su hado. Eros, yo tampoco quiero que se vaya. Yo tampoco quiero hacer ese viaje tan peligroso y temerario. Anhelo que ella pudiese vivir siempre con nosotros, pero no puede ser. Rauth ya sabía cuál era su destino. No podemos cambiarlo, amor mío... —le expliqué a punto de ponerme a llorar. Mi voz ya temblaba—. Quiero a Brisita con una fuerza que no creía vigente en mí. La quiero con un amor que nunca he sentido. La quiero tanto que sería capaz de mover cielo y tierra para encontrar su bienestar eterno; pero no puedo ignorar ese hado que la naturaleza le ha asignado. Tuve a Brisita porque de mí tenía que nacer la próxima reina de Lainaya y contra eso no podemos hacer nada, nada...
-          No es justo —susurró él también emocionado mientras me limpiaba las lágrimas con sus cariñosos dedos—. No es justo que tengamos que apartarnos de ella. Yo también la quiero mucho —me confesó avergonzado.
-          Gracias, Eros, gracias por quererla tanto.
-          Todos la queremos, incluso Leonard, aunque no pueda verla.
-          No sé si debería verla —me lamenté con mucha pena—. No sé si es conveniente que se encariñe con ella, que conozca su brillante magia, que descubra su refulgente y hermosa apariencia si después se irá... Ay, mi Brisita, mi Brisita... —sollocé sin poder retener la fuerza de mi llanto.
-          Tranquilízate, Shiny. Nosotros la protegeremos dondequiera que se halle, te lo prometo, y lucharemos para que nadie le haga daño.
-          Cuando sea reina, si ese en verdad es su destino, ya no podremos estar con ella como ahora. Ir a visitarla será inmensamente complicado... Tal vez no volvamos a verla nunca más.
-          Eso no lo sabes con certeza, Shiny —me consoló con mucho amor—. No llores. Tenemos que ser fuertes, vida mía.
-          Perdóname, de nuevo. No sé por qué me pongo tan sensible cuando hablamos de Brisita.
-          Porque la quieres con toda tu alma y tu misma alma sabe que ella es un enorme pedacito de ti que no quieres perder. Vente, vayamos a alimentarnos... tenemos que hacer muchas cosas esta noche.
Habíamos decidido regresar a nuestro antiguo hogar para despedirnos de su quietud, de su intimidad y también de nuestros queridos amigos. Esta vez, sí nos despediríamos temiendo que no volviésemos a verlos nunca más. Nos despediríamos sin ni siquiera poder imaginar el instante en el que nuestros ojos se reencontrarían tras la ausencia. El viaje que teníamos que realizar nos impedía pensar en un futuro claro y concreto. Tras aquella noche, antes de partir, tenía que hablar con Leonard para tratar de lograr que él percibiese a Brisita. Era necesario que lo consiguiésemos porque él debía viajar con nosotros hacia la tierra de la magia, por la que, contrariamente, vagaba una espesa oscuridad que podía devorarlo  todo, todo...
Tras alimentarnos, nos dirigimos directamente hacia Wensuland, donde nos esperaba un sinfín de recuerdos, de vivencias pasadas, de olores conocidos, de sonidos familiares y de visiones que habían amparado nuestras ilusiones, nuestros sueños y nuestras esperanzas. Nos encaminamos hacia el bloque de pisos donde se hallaba nuestro hogar y subimos tranquilamente todos los peldaños que nos separaban de la puerta de nuestra casa. Mientras subíamos, rememorábamos todo lo que allí habíamos vivido. Eran demasiados momentos, tantos que me parecía imposible que cupiesen en nuestra memoria. Casi todos eran agradables, mágicos, divertidos. No había oscuridad en aquella época, salvo aquélla que había brotado de experiencias imprevisibles e impensadas. Todo era sencillez, todo era fácil cuando habitábamos allí.
Cuando llegamos al octavo piso, nos detuvimos. Sabíamos que allí se hallaba un pedacito de nuestra vida del cual teníamos que despedirnos. La puerta de la casa de Sus y Diamante refulgía en la oscuridad de ese rellano que presenció nuestra torpe y escandalosa llegada. No pude evitar reírme tiernamente cuando me acordé de aquellas noches en las que transportamos nuestras pertenencias olvidando que aquellas horas debían estar impregnadas de silencio y sosiego.
-          ¿De qué te ríes? —me preguntó Eros con amor.
-          Me he acordado de cuando llegamos. ¿Recuerdas el escándalo que hicimos transportando los muebles y todo lo que nos pertenecía? A mí se me rompieron unos cuantos jarrones antiquísimos —seguía riéndome—. Qué disgusto pilló Leonard cuando se enteró.
-          Desde luego —se rió conmigo—. Te falta tener la facultad de revertir el estado de las cosas.
-          Cierto.
-          Yo sí me acuerdo del escándalo que montasteis, revoltosa parejilla —anunció una voz conocida, de la cual, por primera vez en nuestra vida, no quisimos huir—. ¿Qué hacéis aquí a estas horas? No son horas de ir callejeando por ahí —nos riñó la señora Hermenegilda con seriedad.
-          Son las diez de la noche, señora —la corregí divertida.
-          ¿Y usted no tendría que estar durmiendo ya? Tengo entendido que las personas mayores se van a dormir muy pronto y más las de pueblo —se burló Eros con afecto.
-          Eh, chavalín, que a mí me verás mayor, pero yo no me comporto como mis amigas Vicenta y Herminia, que se van a dormir a las nueve porque al día siguiente tienen que levantarse a las seis para preparar el cocido. Yo me quedo hasta la una viendo las películas interesantísimas que echan por la tele.
-          Ah, muy bien —respondimos riéndonos.
-          ¿Qué hacéis por aquí? ¡Y juntos! Yo pensaba que la habías mandado a freír espárragos y que estabas con otra mujer, muy guapa por cierto, pero muy maleducada. No me saludaba nunca y se escapaba de mí como si yo pudiese quemarla con los ojos. Ay, Dios mío, estos jóvenes de hoy en día ya no conocen la palabra educación y se piensan que su comportamiento no traerá drásticas consecuencias. Además, escuchan una música que yo no entiendo nada.
-          Scarlya no es maleducada —la defendí curiosa, aunque me sentía un poco desalentada. No me gustaba que se recordasen aquellos días.
-          Era muy maja la zagala, pero tenía algo en la mirada que me resultaba sospechoso. Además, era muy extraña.
-          ¿Extraña? —me interesé.
-          A veces me la encontraba por la calle, pero no sé de dónde venía porque no la había oído acercarse. Era como si cayese del cielo y además me miraba raro. Tú sabrás qué novias te traes a casa, pillín —le dijo a Eros con sorna.
-          No era mi novia y nunca lo será —la corrigió con vergüenza.
-          ¿Ah, no? Pues bien que os veía muy juntitos. No sería tu novia, sino tu amante. A veces oía cosas raras desde mi piso.
-          Eso es imposible —la contradijo Eros disgustado—. Usted vive en el séptimo.
-          Estas paredes están hechas de papel. Si yo os oía, no quiero imaginarme qué escucharía la señorita Sus.
-          Basta ya —pedí con mucha pena. Empezaba a arrepentirme de que nos hubiésemos detenido a hablar con ella.
-          Eh, pero que prefiero que estés con la Pálida Millonaria antes que con esa, que yo la veía muy suelta —le susurró a Eros con complicidad.
-          Este tema no es de su incumbencia —le anunció Eros intentando parecer cortés.
-          Ay, chiquillos, qué susceptibles; pero es normal que me extrañe que de repente no te vea con tu novia, sino con otra muchacha muy guapa y atractiva también —se defendió ella con firmeza.
-          Shiny y yo hemos pasado por una mala época, pero ya está todo solucionado.
-          ¿Le has perdonado una infidelidad, guapita de cara? —me preguntó desafiante—. Yo a mis maridos no se las perdonaba nunca.
-          Todos cometemos errores y lo que importa son los sentimientos —dije simplemente.
-          Bueno, bueno. ¿Estáis locamente enamorados uno del otro?
-          Sí —contestamos con vergüenza.
-          Pues ya está. A la porra las frescas que quieren romper parejas. Veníos a mi casa y os invito a un helado —nos ofreció como si no hubiésemos mantenido una conversación punzante.
-          Lo sentimos, pero no podemos. Tenemos prisa. Tenemos que despedirnos de nuestros amigos —rehusó Eros.
-          ¿Y eso? ¿Ya no volveréis aquí? —nos preguntó exaltada.
-          Durante un largo tiempo, estaremos fuera —le aclaró Eros. Yo era incapaz de hablar. Se me habían unido en el alma la melancolía más profunda, el miedo más desgarrador y una tibia tristeza que me impedía hablar—. Tenemos pensado viajar para olvidarnos de todo un poco.
-          Ah, muy bien. Podéis viajar con el IMSERSO si os apetece. Yo me iré a Benidorm.
-          No, gracias —se rió él—. Nos vemos pronto. Cuídese, señora, y gracias por todo.
-          Vale, muy bien. Hasta pronto, alhajas. Cuando volváis, no os olvidéis de venir a visitarme.
-          De acuerdo —dijo Eros.
-          Y a ver si me traéis algún regalo de por ahí.
Le entregamos una amplia sonrisa como respuesta y después nos acercamos a la puerta de la casa de Sus y Diamante. Sabíamos que la señora Hermenegilda nos observaba desde el ascensor (me pregunté por qué no bajaba andando si solamente se trataba de un piso), pero nosotros no quisimos darle importancia a ese hecho. Llamamos tímidamente a la puerta y en breve nos abrió Diamante vestido con un pijama muy gracioso; lo cual nos estremeció de vergüenza y culpabilidad. Temimos haber venido muy tarde, pero la sonrisa de Diamante nos indicó que éramos bienvenidos a la hora que fuese.
-          ¡Eros! ¡Sinéad! —exclamó entusiasmado mientras se acercaba a nosotros.
-          Perdón —susurré con mucha timidez—. Hemos venido muy tarde... pero nos ha sido imposible...
-          Bah, bah —me interrumpió riéndose cortésmente—. Pasad, pasad.
-          Gracias —contestamos Eros y yo al mismo tiempo.
Cuando nos adentramos en su casa, una montaña de recuerdos cayó sobre mí. En ellos nos vi riendo tiernamente por cualquier cosa, disfrutando de la templanza del calor de un hogar en las noches de puro invierno donde se helaba hasta el aire. El chocolate caliente y los churros que nunca probé, la voz de Vicrogo y la de Diamante contando apasionantes historias, la atención que Wen me dedicaba cuando yo hablaba, la amistad, la templanza de los secretos compartidos, la complicidad, la bondad de todos ellos, la graciosa sonrisa de Duclack, la ternura de Pandy, la educación de Mery... todo se presentó ante mí, anegándome el alma, haciéndome rememorar instantes que nunca podría teñir de oscuridad, pues relucían como la luna intenta brillar en una noche de tormenta.
Me quedé quieta en el salón, disfrutando de la tibieza de todos esos recuerdos, deseando, de forma tímida, pero intensa, el retorno de aquellos instantes, que de nuevo nos encerrasen a todos en una burbuja de magia que solamente nos pertenecía a nosotros. Mas era consciente de que ya no regresarían, de que la vida había cambiado para todos...
-          Sinéad, me alegro muchísimo de volver a verte —me comunicó Sus tomándome de las manos—. Pensábamos que no regresaríais más...
-          Lo sentimos, pero es que... bueno... nos vamos y... queríamos despedirnos —titubeé intentando que las ganas de llorar que sentía no impregnasen mi voz de tristeza, pero fue imposible.
-          Tranquilízate... Lo entendemos —me aseguró Diamante.
-          Después de lo que te pasó... Bueno, no sé mucho, pero Wen me dijo que habías tenido una mala experiencia.
-          Sí, sí...  La tuve —confirmé con vergüenza.
-          Pero pensábamos que Eros y tú os habíais separado. Durante un tiempo, solamente lo veíamos a él y cuando le preguntábamos por ti se ponía triste y no nos decía nada en claro; sin embargo, sí veíamos a Scarlya... No sé si debería hablar de esto, lo siento —se disculpó Sus avergonzada.
-          No te preocupes. Ya estamos curados de espanto. La venenosa curiosidad de la señora Hermenegilda ya nos previene contra cualquier pregunta —se rió Eros.
-          Ahora todo eso ha quedado atrás —intervine con amor—. Vamos a emprender un viaje juntos para vivir la vida de la forma más luminosa posible —mentí.
-          Me alegro mucho. Diamante y yo también queremos viajar con nuestros hijos a algún lugar...
-          Muy bien.
Durante un tiempo extenso y ameno, conversamos sobre nuestro incierto futuro. Yo intentaba teñir de sencillez y serenidad todas mis palabras, pero por dentro de mí palpitaban unos sentimientos intensísimos que me asfixiaban. Al fin, tras luchar impetuosamente contra mis miedos y mi tristeza, salimos de la casa de Sus y Diamante después de despedirnos cariñosa y efusivamente de ellos. Cuando de nuevo nos hallamos en la calle, me aferré a la mano de Eros para sentirme protegida a su lado, para desahogar mis sentimientos de algún modo silencioso. La pena que envolvía mi corazón era demasiado grande para que pudiese ignorarla. Sabía que Eros también estaba triste.
-          Qué lástima... No sé cuándo volveremos a verlos —se lamentó con un susurro—. Diamante es un tío genial —sonrió con cariño—. Me río mucho con él...
-          ¿No quieres ir a despedirte de Duclack? —le pregunté cuando me apercibí de que nos encaminábamos hacia nuestra morada.
-          ¿No has oído que Sus ha dicho que está de vacaciones con Wen?
-          Vaya... ¿No están?
-          No, no están.
No pude impedir que los ojos se me cerrasen para evitar que se escapasen de mi mirada unas revoltosas lágrimas que delatarían mi decepción. Deseaba despedirme una vez más de Wen, de sus profundos ojos, de su bella y serena sonrisa... la que temblaba antes de ser esbozada por esos labios que, vagamente, había besado hacía unas semanas.
-          Me habría gustado poder despedirme de Wen...
-          Ya lo hiciste, ¿no? —me recordó con cariño.
-          Pero...
-          No podemos, Shiny. No sabemos dónde están.
-          Sí, sí lo sabemos...
-          Shiny, no pensarás ir ahora a... Esa playa está muy lejos, Shiny.
-          Para nosotros no existen distancias largas.
-          Shiny...
-          Vayamos, Eros. ¿Quién nos asegura que algún día volveremos a verlos?
-          Mi Shiny... ¿por qué siempre te pones en lo peor? —me preguntó con muchísima ternura mientras me abrazaba—. No, no llores, mi amada Shiny. Está bien, iremos.
El miedo que se había asido a mi alma no me dejaba pensar positivamente, y Eros lo sabía, por eso se comportaba con tanto amor, con tanta delicadeza conmigo. Volamos, al fin, en silencio y rápidamente, hacia aquel rincón del mundo donde Wen y Duclack intentaban encontrar la felicidad con la que pudiesen impregnar su vida. No sabía si estábamos haciendo lo correcto al interrumpir su soledad, pero prefería verlos una última vez antes de marcharnos para no vivir con un deseo que nunca podría satisfacer; un deseo que se convertiría, siempre que lo recordase, en una punzada de dolor e incertidumbre que podía hacer temblar todo mi mundo.
El mar ya se captaba a lo lejos, bajo las estrellas, sereno y oscuro. De nuevo mi memoria evocó recuerdos demasiado pasados, recuerdos en los que me percibía junto a Eros en un lugar lleno de luces, bailando en la orilla del mar, disfrutando de su sonido, de su olor, de su incansable trova. También me acordé de aquellos años interminablemente hermosos que viví junto a Arthur en una isla que se convirtió en todo nuestro mundo, en nuestro único universo, en la tierra de nuestros sueños. Cuántos buenos recuerdos albergaba el mar...
-          Ya estamos. Ahora tenemos que encontrar una barca...
-          Hay muchas —me quejé con desaliento.
-          La encontraremos.
La orilla ya había quedado atrás, con su inagotable y reluciente espuma, con su incansable movimiento hipnótico. Sobrevolábamos las profundidades del mar con pausa y atención. Pensábamos que el mundo se había desprendido de la tierra para volverse solamente agua y que permaneceríamos volando eternamente por aquella oscuridad tan inhóspita sin encontrar a Wen y a Duclack; pero, de repente, en medio de la noche y de la quietud del mar, captamos una pequeña y hermosa barquita que navegaba serenamente hacia una desierta y tranquila playa. Vimos cómo atracaba en aquella orilla cubierta de una arena rojiza y gruesa. El ancla se hundió y entonces descendieron de su cubierta dos seres que, felices, se tumbaron en la arena para disfrutar de la soledad de la noche.
-          Son ellos —me anunció Eros con satisfacción.
-          Sí, es verdad... Vayamos —le pedí emocionada.
Descendimos lentamente a la tierra, intentando que el aire no se moviese desvelando nuestra presencia. No sabíamos cómo podríamos aparecer ante ellos sin asustarlos. Cuando la arena nos recibió y se tornó nuestro suelo, me senté enfrente del mar, aún lejos de Duclack y Wen, y perdí mi mirada por el baile de las olas. Eros se alejó de mí, respetando mi silencio, intuyendo que me sentía incapaz de aproximarme a ellos interrumpiendo su soledad. Prefería que fuese él quien se encargase de avisarlos de que habíamos aparecido donde, quizá, no tuviésemos cabida.
Oí exclamaciones de sorpresa, palabras llenas de felicidad, risas de estupefacción, besos perdidos en el aire, más risas, palabras de asombro... pero todo aquello quedaba muy lejos de mí. Los veía en la distancia, abrazándose, riendo... preguntando, al fin, por mí... por alguien que era incapaz de vivir ese momento. Toda la felicidad que lo impregnaba me parecía insuficiente, casi invisible ante la poderosa pena que me anegaba el alma, ante ese miedo que me llenaba la mente de preguntas hirientes.
-          ¡Sinéad! —exclamó Wen desde la distancia. Corría eufórico hacia mí—- ¡Sinéad!
-          Wen...
Intenté desprenderme de la lástima que me oprimía el corazón y me alcé de la arena dispuesta a recibirlo entre mis brazos, a abrazarlo con todo mi cariño para entregarle una dulzura que le hiciese sentir la magia de la vida. Wen se lanzó a mí en cuanto me tuvo al alcance de sus manos y nos fundimos en un abrazo intenso que mezcló la calidez húmeda de su cuerpo con la frialdad que cubría mi piel y mi alma. La vergüenza sonrojó mis mejillas cuando noté entre mis brazos su cálida piel, su fortalecido cuerpo, su intensa pasión al abrazarme. No quise interpretar las reacciones de mi cuerpo, las que me avisaban de que aquel momento podía teñirse de extrañeza para los dos... porque solamente quise experimentar el cariño y la felicidad que irradiaba su abrazo...
-          Wen...
-          Sinéad, Sinéad... —suspiró intentando no llorar.
Wen temblaba levemente, como si tuviese frío entre mis brazos, pero, sin embargo, se abrazaba a mí como si yo fuese la única que podía darle calor en el mundo. Nuestro abrazo era puro, estaba lleno de cariño, de sinceridad, de ternura... pero a mí me hacía sentir sensaciones que posiblemente no fuesen del todo lícitas, sensaciones que me recordaban que, en un tiempo lejano, yo había deseado su cuerpo, su alma, su amor...
Me pregunté por qué sentía todo aquello, por qué esas dudas me embargaban el alma, por qué justo tenía que recordar lo que había sucedido entre nosotros cuando la vida me había dado otra oportunidad para ser feliz entre los brazos de quien sí debía construir mi destino; pero entonces me di cuenta de que no era mi mente la que recordaba y sentía, sino mi cuerpo... el que había reaccionado a su cálida cercanía. Nerviosa, me aparté de sus brazos sonriéndole entre lágrimas de emoción... Me las limpié antes de que la noche las percibiese.
-          Sinéad, creía que no volvería a verte nunca más —me comunicó Wen con emoción.
-          Y yo también —intervino Duclack de pronto. Me estremecí de vergüenza cuando descubrí que había visto cómo me limpiaba las lágrimas.
-          No te asustes, Sinéad —se rió Wen—. Recuerda que Duclack lo sabe todo.
-          ¡Ay, es verdad! —exclamé tímidamente.
-          ¿Qué hacéis aquí? —nos preguntó Duclack.
-          Vamos a hacer un viaje muy largo y queríamos despedirnos —le contestó Eros con felicidad—. Ha sido Shiny quien ha insistido en buscaros.
-          Gracias, Sinéad —me agradeció Wen.
-          De nada... No tenemos mucho tiempo, pero me gustaría que hablásemos...
-          Podríamos dar un paseo por esta isla. Nos gusta mucho —nos propuso Duclack.
-          Yo prefiero que nos quedemos aquí, en la orilla —opuso Wen con vergüenza.
-          Yo, también... —susurré tímidamente.
-          Nos lo imaginábamos —se rió Duclack—. Pues entonces iremos Eros y yo.
-          De acuerdo, pero no nos vayamos muy lejos. Tenemos que regresar a nuestro hogar antes de que amanezca.
-          Sí, entendido —sonrió Duclack.
Cuando desaparecieron, Wen y yo nos miramos tímidamente, quizá temiendo que nuestros ojos desvelasen todos nuestros sentimientos. Me senté en la arena antes de que se percatase de que las piernas me temblaban por los nervios y la tristeza. Wen se sentó a mi lado, sin dejar de mirarme profundamente a los ojos. El mar quedaba tras él, con sus olas brillantes, envolviéndonos con su tierna y eterna canción. Parecía como si los oscuros ojos de Wen hubiesen atrapado las profundidades más inhóspitas del mar. Volver a percibir plenamente su refulgente belleza llenó mi alma de un calor que sonrojó mis mejillas.
-          ¿Qué te pasa? —me preguntó tomando mis manos.
-          Nada... que estás hermoso esta noche, con la sal del mar en tu piel, con tus cabellos removidos por el viento del océano... con tus ojos oscuros... Ay... —me reí cubriéndome los labios con mi mano diestra—. Perdón... Es que nunca te he visto así, en bañador y... me da vergüenza —le confesé con muchísima timidez.
-          ¿Así que es eso? —se rió estridentemente—. ¿Tan irresistible te parezco? —bromeó acercándose más a mí.
-          Wen, no juegues con fuego...
-          Con tu fuego —me corrigió soltando mi mano izquierda para rodearme la cintura con las suyas, las que noté templadas a través de la fina tela de mi vestido—. Me gusta que te sonrojes.
-          Qué extraño es todo esto... ¿Cómo podemos bromear con algo tan serio?
-          Porque necesito bromear con algo, Sinéad... Sabes que nunca haría ninguna imprudencia contigo.
-          No estaría tan segura...
-          Sinéad...
-          Estás acercándote demasiado —seguí bromeando mientras lo rodeaba con mis brazos.
-          Qué pena que no te hayas traído ningún biquini... Me gustaría bañarme contigo en el mar.
-          Sí...
-          Pero ¿llevas ropa interior, no?
-          ¿Cómo? ¡Por supuesto! —me reí más avergonzada aún.
-          Pensaba que los vampiros no la necesitaban.
-          Por supuesto que sí... Ay, calla ya, por favor.
-          Quítate el vestido entonces. No creo que lleves una ropa interior tan horrible como para que no puedas enseñársela a la noche.
-          No lo haré —me reí incómoda.
-          No creo que lleves bragas de esas de vieja, de esas enormes que llegan hasta los sobacos —se burló de forma estridente.
-          ¡Wen! Pero ¿cómo dices esas cosas?
-          Ay, Sinéad... Es que... necesito reírme con algo.
-          Ya me lo has dicho.
-          También es que Duclack y yo nos hemos puesto un poco contentillos... Se nos ha ido la mano con el ron —me confesó incapaz de reprimirse la risa.
-          ¡Wen! Con razón te notaba tan extraño.
-          Pero no estoy ebrio, sólo contentillo.
-          Lo sé...
-          Peligrosamente contentillo —seguía riéndose de forma encantadora.
-          Entonces... será mejor que me marche antes de que...
-          No, no te vayas. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien contigo.
-          Pero...
-          No te haré nada malo, de veras. No volveré a meter la pata de esa manera. Quiero que nos divirtamos en el mar.
-          Pero no llevo biquini.
-          Me da igual —protestó intentando quitarme el vestido.
-          No, no... no lo hagas... —me quejé, pero la insistencia de las manos de Wen provocó que perdiese el equilibrio y cayese en la arena con él sobre mi cuerpo—. ¡Wen, basta! —me reí revoltosa intentando desasirme de sus manos, con las que había empezado a hacerme unas incómodas y estridentes cosquillas.
-          Sinéad, quiero bañarme... —me pidió quejumbroso como un niño.
-          Pero es que...
-          Me da igual. No me pasará nada si te veo en ropa interior.
-          No es eso. Es que me da mucha vergüenza.
-          No se terminará el mundo porque te bañes en ropa interior. No serás la primera mujer que lo haga.
En verdad, aunque me muriese de vergüenza, no quería negarle nada. Me desprendí de mi vestido con mucha timidez tras apartarme de sus manos y entonces corrí libre hacia la orilla antes de que Wen fijase sus curiosos y felices ojos en mi reluciente piel. Cuando sentí que el aire se convertía en agua, aceleré mi paso hasta que las olas me acariciaron la cintura. Wen corrió tras de mí y, cuando me tuvo al alcance de sus brazos, me rodeó inesperadamente y me atrajo hacia él.
-          Qué fría estás... aunque hay veces en las que he notado que tu piel está más helada.
-          Será el calor del verano... —dije tímidamente.
-          O será mi cercanía... —me susurró en el oído—. Sinéad... este momento es mágico. Pensé que la tristeza no me permitiría vivir algo así. Necesitaba olvidarme de su ausencia...
-          Pero me prometiste que la buscarías.
-          Pero no me atrevo a hacerlo.
-          Te mereces que te perdone.
-          No...
-          Y ella se merece ser feliz. Para eso, tiene que estar a tu lado —le comuniqué intentando separarme de él. Me daba miedo que Eros nos viese tan juntos desde la distancia, los dos abrazados en el mar, mecidos por el vaivén de las olas.
-          Sabes que amo a Estrella con todo mi corazón, Sinéad. Es la única mujer a la que amo...
-          Entonces, lucha por ella.
-          Pero ahora mismo no quiero pensar en ella. No sé cuándo volveré a verte...
-          Será mejor que me vaya de tu vida antes de que siga haciéndola temblar, Wen.
-          No, Sinéad. Te necesito... al menos como amiga —musitó avergonzado agachando los ojos. Todavía no me había permitido desprenderme de su abrazo.
-          Seré tu amiga siempre, dondequiera que me halle... Te lo prometo.
-          Gracias...
-          Pero... un amigo no abraza así a una amiga —me quejé con inocencia intentando apartarme de sus brazos—. Wen, me da miedo que Eros nos vea así.
-          Si interpretas este abrazo de esa forma, es porque deseas que te abrace así.
-          No, no...
-          Sí... Sinéad... no nos amaremos, no podemos estar juntos porque nuestra vida se ha forjado junto a otros seres; pero eso no evitará que...
-          Es el alcohol lo que te hace pensar así.
-          Te deseo —me confesó avergonzado cerrando los ojos, incapaz de mirarme—. No puedo evitarlo.
-          No es comprensible —me reí incómoda.
-          Será el alcohol, que me pone tonto.
-          Será eso... Venga, nademos un poco.
-          Huy, es que... estoy un poco mareado —se excusó tímidamente mientras apoyaba la cabeza en mi hombro.
-          ¿Entonces para qué querías que nos bañásemos? —le pregunté acariciándole los cabellos con inocencia.
-          Porque quería sentirte más cerca... Lo  siento. Necesito tu cariño.
-          Está bien... pero, si en realidad no nadaremos... será mejor que nos salgamos...
-          Sinéad, ¿tanto miedo me tienes? —me preguntó deslizando sus manos por mi espalda. Las detuvo en mi cintura.
-          No quiero que cometamos ningún error.
-          No lo cometeremos...
-          Estoy muy bien con Eros...
-          ¿Habéis estado bien siempre? —me preguntó sin apartarse de mí. Me cuestioné si en verdad necesitaba tenerme cerca porque el mar le hacía sentir más mareado—. Ay, Sinéad...
-          Salgamos —le dije tomándolo de las manos—. No es bueno que estés aquí si no te encuentras bien.
Wen no se opuso. Nos sentamos de nuevo frente al mar, en silencio, aunque hablábamos con fuerza con nuestra mirada; la que, inevitablemente, estaba impregnada de sentimientos ilícitos. Aunque lo negase, mi cuerpo también había reaccionado a la cercanía de Wen, al contacto de su cálida piel con la mía, al oír el tono sensual de sus palabras... a su profunda mirada. Sin embargo, traté de ignorar todo lo que sentía para poder conversar serenamente con él.
-          No, no hemos estado bien siempre. Hemos pasado una mala época; pero ahora estamos bien.
-          Eros te ama con locura. No entiendo por qué...
-          Bueno, son cosas que quizá no puedas entender. Cuando estés un poco más sobrio, te las explicaré.
-          ¿Cuándo?
Me quedé en silencio. Era cierto. ¿Cuándo volveríamos a estar juntos? No conocer la respuesta me hizo empezar a explicarle de forma presurosa y nerviosa todo lo que había ocurrido con el mundo de Rauth. Wen no me preguntó nada, no cuestionó mis palabras, sino que me creyó dedicándome una mirada anegada en sorpresa, seguridad e interés. Nada le resultó impactante ni inverosímil.
-          Conociendo que los vampiros existen, es posible que ocurra cualquier cosa —me desveló cuando acabé de hablar—. Me alegro de que hayas podido ser madre. Me gustaría conocer a Brisita.
-          Gracias por entenderlo todo con tanta sensatez —le dije con amor.
-          No debes agradecérmelo. Sé que tú nunca me mentirías —me aseguró tomándome de las manos y presionándomelas con cariño.
-          Gracias, Wen.
-          Pero me alegro de que Eros y tú volváis a estar juntos, felices... Os lo merecéis. Cuidaos mucho en este viaje que vais a emprender. No soportaría la idea de perderte.
-          Gracias, Wen —susurré emocionada.
-          Sinéad, eres un ser mágico. Nunca podría dudar de ti.
Le sonreí tímida y tiernamente. Aquel momento me parecía tan bonito que deseé que el tiempo no se lo llevase nunca. Aunque hubiesen existido instantes extraños entre Wen y yo, aquella noche me parecía totalmente inocente y pura. La sonrisa que Wen me dedicaba me hacía creer que en verdad no tenía motivos para temer, para estar triste, para dejar de soñar.
-          Y quisiera que supieses que el deseo y el amor pueden ser cosas totalmente independientes —me anunció de pronto, sin venir a cuento, lo  cual me hizo reír dulcemente—. Te lo digo porque detecto preocupación en tus ojos.
-          Qué bien me conoces.
-          Siendo vampiresa, deberías probar cosas nuevas, ¿no? Eros lo hizo con Scarlya...
-          Pero... nunca podré ser egoísta. Yo no creo que nuestra eternidad nos dé el derecho de ser infieles al amor de nuestra vida.
-          Eres más tradicional que él.
-          Él estaba despechado y herido, ya te lo he dicho. Yo no quiero que las cosas se estropeen...
-          Él lo entenderá...
-          Pero no quiero que tú hagas nada de lo que puedas arrepentirte luego.
-          No, no lo haría —me confesó de pronto, sorprendiéndome.
-          ¿Entonces por qué me dices todo esto?
-          Para que no pienses que soy tan... El alcohol me ha vuelto raro esta noche. No sé por qué...
-          Sé que no eres así —le sonreí—; pero espero que la próxima vez que nos veamos no hayas bebido —le solicité intentando no reírme.
-          No he bebido tanto, Sinéad... pero hacía tiempo que no probaba el ron y me ha subido demasiado pronto a la cabeza.
-          No vuelvas a beber para olvidar las penas. Las penas hay que afrontarlas para saber vivir con ellas o para solucionarlas. Tienes que buscar a Estrella...
-          Pero es que, bajo las estrellas, frente al mar, rodeada de oscuridad, pareces tan mágica... eres tan hermosa... —me susurró de forma encantadora, casi hechizado—. Además, tienes un cuerpo perfecto, tan delicado... Tienes una piel tan suave... —musitó vergonzoso mientras deslizaba sus dedos por mi vientre.
-          Wen... estate quieto —me reí intentando apartarme de él—. Me haces cosquillas, Wen.
-          Lo sé... por eso no quiero estarme quieto —se rió de nuevo acercándose a mí.
-          Eres revoltoso, ¿eh? Y además, temerario. Mañana te arrepentirás de todo esto...
-          No estoy haciendo nada malo —se quejó tumbándose en la arena, impulsándome con su mano a que yo también lo hiciese.
-          Eres terco...
-          No estoy haciendo nada malo. Solamente quiero aprovechar al máximo tu cercanía antes de que te vayas.
Sus palabras me silenciaron, me recordaron que aquélla era la última noche que el destino nos ofrecía hasta que regresásemos de aquel viaje tan difícil que tanto me asustaba. Temiendo que mi comportamiento lo hiriese, me quedé quieta, permitiendo que, con sus suaves y cariñosos dedos, me acariciase a su antojo. Los deslizaba por mi vientre, por mi cintura, por mis brazos... Continuamente intentaba huir de las sensaciones que sus caricias me provocaban, pero llegó un momento en el que el mundo se redujo a ese instante, a sus dedos, a su cariño.
-          Nunca te he tenido así, tan cerca —le susurré aproximándome más a él.
-          Y es algo exquisito sentirte aquí, tan arrimadita a mí. Acaríciame a mí también, Sinéad.
-          Eres demasiado consciente de lo que me pides. No creo que el alcohol te nuble la razón de ese modo —me reí tiernamente mientras lo obedecía y, vergonzosamente, rozaba sus brazos con mis temblorosos dedos.
Mas, sin que Wen se lo esperase, me hundí en sus ojos y deseé que aquel momento se impregnase, lentamente, de un sueño que lo acogiese en un abrazo calmado, anhelando que su mente se anegase en un sopor que lo apartase de la realidad. Temía que sus sentimientos, los que estaban dulcemente turbados aquella noche, lo impulsasen a vivir momentos que le harían sentir culpable cuando ya me hubiese marchado.
-          Estás hipnotizándome, ¿verdad? Noto algo extraño...
-          Quiero que te serenes, que...
-          ¿Por qué?
-          Prefiero hipnotizarte antes que rechazarte...
-          No me alejes de ti ahora, por favor —me suplicó apartándome la mirada.
-          No podemos vivir este momento.
-          ¿Por qué? Es inocente...
-          No para quienes pueden sorprendernos.
-          Sí, sé que tienes razón... Perdóname, Sinéad. Se me ha ido de las manos.
-          A veces el deseo es incontrolable y más si está acentuado por sustancias ajenas a nuestro cuerpo. No te preocupes... En realidad ha sido divertido notar que me deseabas —me reí tímidamente.
-          Sí...
-          Olvidémoslo, entonces. Quiero que seas feliz, Wen, que nunca te olvides de cuánto te quiero y que busques a Estrella para recuperar el brillo de vuestra vida. Por favor, sé feliz. Lucha por conseguirlo.
-          Gracias, Sinéad.
Nerviosa, me incorporé, me sacudí la arena y después me alcé dispuesta a vestirme. Había percibido que Duclack y Eros se acercaban a nosotros riendo con divertimento e inocencia. Cuando aparecieron, Wen se irguió también, pero no se levantó, sino que permaneció sentado enfrente del mar, perdiendo sus ojos por la lejanía de las estrellas.
-          ¿Te has bañado, Shiny? —me preguntó Eros divertido.
-          Wen ha insistido... pero nos hemos salido enseguida.
-          Normal. Con las olas se sentiría más mareado —se rió Duclack.
-          Sí —musitó Wen avergonzado.
-          Tenemos que irnos, Shiny. Todavía nos queda despedirnos de Vicrogo.
-          Pero ahora ya es muy tarde para ir a verlo —protesté asustada—. Tendrá que ser mañana.
-          De acuerdo.
-          Quedaos aquí con nosotros —nos pidió Wen.
-          No podemos... No tenemos dónde escondernos —les contesté con cariño—; pero muchas gracias por ofrecérnoslo.
-          Debemos irnos ya, Shiny —me avisó Eros algo nervioso.
-          Sí... Cuidaos mucho, Duclack, Wen... Os queremos muchísimo, nunca lo olvidéis. Wen... por favor, hazme caso en todo lo que te he pedido —le solicité acercándome a él y agachándome a su lado—. Eres uno de los humanos más buenos que he conocido nunca. Te mereces ser feliz...
-          Lo he sido esta noche... y he estado a punto de serlo mucho más —musitó casi inaudiblemente—. Cuídate tú también, Sinéad, por favor —me pidió tomándome de los hombros. Inesperadamente, se acercó a mis labios y me los rozó muy brevemente. Acabó dándome un cariñoso beso en cada mejilla—. Hasta siempre.
Cuando nos despedimos tan cariñosamente de Duclack y Wen, nos alzamos hacia el cielo y comenzamos a volar entre las remotas estrellas. Eros me tenía entre sus brazos y me presionaba con dulzura, como si temiese que el viento pudiese separarnos; pero su mirada me indicaba que deseaba preguntarme algo que, posiblemente, me incomodase.
-          Wen estaba muy raro esta noche. ¿Lo he visto mal, o te ha besado de verdad?
-          Estaba un poquitín contentillo —me reí con mucha timidez—. Eros... ¿tú crees que el deseo y el amor pueden ser cosas totalmente independientes?
-          Por supuesto que sí. ¿Por qué me lo preguntas?
-          Porque Wen me lo ha insinuado esta noche.
-          Ah, ya... ¿Y qué le has dicho tú?
-          Que, aunque mi vida sea eterna, nunca estaría con alguien por puro deseo si ya tengo conmigo al amor de mi vida. Es cierto que a veces he intimado con alguien porque simplemente lo deseaba... pero...
-          Wen te deseaba... y te ha dicho eso para intentar que estuvieses con él —se rió de forma exquisita—. Es que no sé cómo te has atrevido a bañarte en ropa interior con un hombre medio ebrio.
-          Wen es muy bueno y prudente, pero el alcohol lo ha desinhibido demasiado —me reí con cariño.
-          El alcohol desinhibe mucho a los hombres, Sinéad... y los vuelve más tontos.
-          Pobre... pero estaba tan gracioso con esos ojitos entornados, cuando se reía por nada, con esos sentimientos que él no podía controlar...
-          Ay, Sinéad...
-          Pero no temas. Yo tenía clarísimo cómo debía comportarme en todo momento.
-          ¿Tú también lo deseabas, verdad?
-          Es un humano muy apetecible. No digas que no —me reí vergonzosa.
-          Ya te dije una vez que fijarme en los hombres sería como fijarme en un mono. Para mí todos son iguales, salvo yo, claro, que soy un inmenso bellezón —se rió sensualmente.
-          ¡Qué malo eres! —me reí con él.
-          Para mí solamente tú resultas apetecible...  tú y cualquier humano a quien le huela bien la sangre —bromeó.
-          Eros... eres... ¡no sabes pensar en otra cosa!
Ya habíamos llegado a nuestro hogar. La noche estaba a punto de convertirse en día. Ya se reflejaban los primeros suspiros del amanecer en las lejanas nubes. Tras bañarnos juntos, nos fuimos a dormir con una sensación muy extraña palpitando por dentro de nosotros; una sensación que mezclaba nervios, miedo, felicidad, tristeza, melancolía, incertidumbre... y, en mi caso, la sorpresa más cálida, nacida de descubrir que la felicidad más amorosa y reluciente no puede silenciar los deseos que se esconden en lo más profundo de nuestra alma, deseos que resurgen cuando esos ojos que lo causaron vuelven a mirarnos, deseos que renacen cuando esos brazos de los que brotaron nos rodean con tibieza... pero ignoré aquel aturdimiento porque sabía que no tenía cabida en ese instante, en el que, a punto de dormirme entre los brazos de Eros, disfrutaba de nuestra vida reconstruida, de un presente por el que tendríamos que luchar poniendo toda nuestra alma y nuestro empeño.
Al atardecer siguiente, nos despertamos mucho más serenos. Tras jugar un ratito con Brisita (a quien no pude ver la noche anterior), nos dirigimos hacia donde podríamos encontrar a Vicrogo. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y ansiaba volver a oír su serena voz, sus mágicas historias.
Su hogar estaba situado en un pueblo muy hermoso rodeado de montañas imponentes y bosques frondosos. Su casita era entrañable, antigua y acogedora. Cuando nos abrió la puerta, sus ojos se llenaron de vida, de luz, de amor, de gratitud y de felicidad. Nos invitó a pasar con complacencia y alegría y nos condujo hacia un salón decorado con objetos apasionantes, así como relojes antiguos, libros cuya edad tampoco pude determinar, adornos que me recordaban a distintos lugares del mundo...
-          ¿Qué hacéis aquí? —nos preguntó feliz mientras se sentaba a nuestro lado en un sofá amplio y confortable.
-          Pues hemos venido a despedirnos. Vamos a hacer un viaje muy largo y no sabemos cuándo regresaremos —le contestó Eros.
-          Vaya. Tened mucho cuidado —nos aconsejó—. Precisamente el mundo no está para que la gente viaje. Están sucediendo hechos horribles.
-          Pero nosotros no iremos hacia donde ocurren esos hechos... —lo calmé. En realidad pensaba: «nosotros acudiremos a un mundo donde existen peligros posiblemente más escalofriantes que los que anegan la Tierra», pero disimulé mi inquietud tras una amplia y cariñosa sonrisa—. Me gustaría que, cuando volviésemos, viviésemos todos juntos un momento muy importante; pero todavía no podemos decirte de qué se trata.
-          ¿Un momento importante? —nos preguntó interesado.
-          Sí... muy importante para Eros y yo, muy mágico... —le sonreí.
-          Os merecéis ser felices. Me han dicho que no habéis pasado por un buen momento. Espero que todo esté solucionado. Sinéad, eres una persona mágica y muy buena que no se merece sufrir. Me alegro mucho de haberte conocido.
-          Yo también, Vicrogo. Eres un amigo indispensable. Tú me haces creer en el valor de la amistad, en la ternura de la vida. Lucha siempre por seguir siendo quién eres y no permitas que nadie te cambie. Cuando hablamos, me parece que el tiempo y el mundo desaparecen, que las adversidades de la vida también se desvanecen y que en realidad todo nuestro entorno está lleno de magia, es tan mágico como las noches otoñales. Gracias por aceptarme así, tal como soy, con mis rarezas... por haberme aconsejado siempre de la mejor manera, por haber creído en mí. Es algo que deseaba decirte desde hacía muchísimo tiempo.
-          Vaya, vas a emocionarme —me sonrió entornando los ojos.
-          Eres una bellísima persona. Eres tan puro como el viento, tan apreciable como la naturaleza. Te quiero mucho, de veras.
-          Gracias, Sinéad. Yo también a ti.
Tras conversar animados y emocionados, Eros y yo nos despedimos de Vicrogo sintiendo esa pena que nacía de no saber cuándo volveríamos a vernos, a formar parte de un único mundo. Cuando nos alejamos de su morada, permití que la pena que experimentaba se escapase de mis ojos convertida en unas lágrimas que Eros me retiró con amor.
-          Shiny, no estés tan triste. Recuerda que tenemos que ser fuertes y no podemos perder la esperanza. Seguro que volvemos a verlos mucho antes de lo que pensamos, cariño.
-          Posiblemente, tengas razón; pero no puedo evitar extrañarlos con toda mi alma, aunque todavía no nos hayamos ido.
-          Cuando regresemos, tenemos que ponernos al día con nuestros hoteles. Me da vergüenza que Sus y Diamante estén encargándose de todo. Tenemos muchos motivos para volver, Shiny. Yo no pienso renunciar a la vida que con tanto esfuerzo hemos construido.
-          ¿Quieres seguir viviendo aquí, entonces?
-          Por supuesto que sí; pero, para lograrlo, tenemos que ser valientes, fuertes y pensar siempre en positivo. Entonces todo saldrá bien, mi Shiny.
Volábamos lentamente por el cielo, dejando tras de nosotros la estela de esa tristeza que nos oprimía el corazón. Yo sabía que Eros también se sentía inmensamente apenado, pero ignoraba aquellos sentimientos para transmitirme toda la calma que pudiese existir en la Tierra. Y así me tranquilicé, encontrando en sus ojos la serenidad, la fortaleza para dejar de llorar. Además, sabía que tenía que estar totalmente sosegada para poder cumplir la última misión que el destino nos había encomendado. Antes de marcharnos de allí, teníamos que lograr que Leonard se adentrase en nuestro mundo, en nuestra magia, y pudiese conocer por fin a Brisita, quien lo conocía mucho más de lo que él creía.
Así pues, cuando llegamos a nuestra morada, aunque ya fuese un poco tarde para Brisita, nos introdujimos en nuestra alcoba y, con mucho amor, la extrajimos de su cómodo y mágico lecho. Dormía junto a nosotros en una hermosísima cunita que habíamos decorado con florecitas y habíamos pintado de violeta: el color predilecto de Brisita.
No se extrañó que la despertásemos, al contrario: recibió con entusiasmo la idea de estar con nosotros. Rió de forma encantadora cuando la tomé en brazos y la abracé contra mí con un amor infinito. Siempre que la abrazaba, intentaba transmitirle todo el amor que sentía por ella, intentaba arroparla con el cariño más indestructible y cálido de la Historia y Brisita me entregaba con sus ojitos y sus rosados labios gestos de ternura que me encogían el corazón y me lo llenaban de felicidad, emoción y dulzura.
-          Shiny, últimamente tienes muchas cosas que hacer —se quejó cariñosamente apoyando su cabecita en mi hombro—. Yo solamente quiero estar contigo.
-          Ahora ya no me marcharé más. Estaré contigo siempre, hasta el instante en el que... hasta siempre —rectifiqué con paciencia. Era incapaz de pensar que en mi destino existía un momento en el que tuviese que distanciarme de mi Brisita.
-          ¿Qué haremos hoy? ¿Tocarás el arpa en el bosque o iremos a buscar flores que nunca he visto? ¿O te apetece que cosamos un nuevo vestidito? —me preguntó ilusionada retirándose de mi hombro y mirándome con mucha luz en sus ojos.
-          No, amor mío. Esta noche tenemos que hacer algo mucho más bonito —le contesté peinándole con mis cariñosos dedos sus relucientes y rojizos ricitos.
-          ¿Iremos a ver a mi papá?
-          Tampoco... A él lo veremos mañana, vida mía... Hoy intentaremos que Leonard te conozca al fin.
-          ¿Cómo lo harás? —me preguntó Eros de pronto. Había restado sentado a nuestro lado observando aquella tierna escena.
-          Tendré que transformarme en heidelf para que me capte a través del lazo que nos une. En realidad no sé si eso funcionará porque, cuando viajo a Lainaya, dejo de sentir ese lazo que nos funde en una sola existencia... —divagué perdida—; pero tengo que intentarlo. Vayamos... Eros, tú te quedarás con Brisita aquí y yo regresaré enseguida, os lo prometo.
-          ¿Vas a ir a Lainaya? —me interrogó Brisita asustada.
-          Sí, cariño. Es necesario que lo haga para cambiar de cuerpo.
-          Pero si no puedes hacer eso, Shiny —protestó—. No puedes volver a este mundo con otro cuerpo.
-          ¿Por qué? —le pregunté desorientada y sorprendida. Era la primera vez que Brisita sabía algo sobre la magia que yo desconocía por completo.
-          Porque vives en este mundo así. En Lainaya eres una heidelf, como Rauth y yo, pero en este mundo eres otra cosa. No puedes cambiarlo —me explicó todavía temerosa.
-          No sabía nada de eso... Rauth no me dijo nada... Él pensaba que...
-          Se le olvidó.
-          ¿Entonces cómo lo haremos? —pregunté desalentada.
-          Creo que todos tenemos que poner un poco de nuestra parte —aportó Brisita tímidamente—. Yo tengo que tratar, con todas mis fuerzas, de que mi cuerpo sea visible en este mundo... pero tengo que intentarlo en el bosque.
-          Brisita, ¿quién te ha enseñado todas esas cosas? —le cuestionó Eros sorprendido.
-          Pues... nadie. La magia me entrega conocimientos dondequiera que esté.
-          Es increíble... —musité con amor mientras le acariciaba los ricitos—. Vayamos al bosque, entonces. Hoy hace una noche preciosa.
Los tres nos dirigimos hacia el bosque con el alma temblándonos de nervios por dentro de nosotros. Brisita y Eros se sentaron entre dos grandes y ancestrales árboles y yo fui a buscar a Leonard. Lo descubrí leyendo en la biblioteca. Me estremecí cuando leí el título del libro que sostenía entre sus antiguas manos: La luz quebradiza de la vida; la docena parte de mi historia. Me pregunté por qué había escogido justamente aquella fracción de mi vida si era una de las más tristes, desalentadoras y terroríficas. Un sinfín de recuerdos llovió sobre mí cuando rememoré todo lo que había plasmado en aquellas páginas, todas aquellas vivencias sobrecogedoras que habían estado a punto de destruirme para siempre. Aquel sanatorio de paredes blancas, las torturas con las que aquellos humanos intentaron destrozarme, la inmensísima lástima nacida de saber mi destino totalmente deshecho y quebrado, la oscuridad de esos insufribles años, esa depresión que estuvo a punto de deshacerme para siempre, las ganas de morir, de dejar el mundo atrás, de desvanecerme... todo aquello anegó mi mente, me hizo empezar a temblar de pena y asfixia. Intenté desprenderme de esas emociones tan potentes para poder conversar serenamente con Leonard.
-          Hola, padre. Buenas noches —lo saludé intimidada.
-          Sinéad, no te esperaba. Pensaba que te habías marchado ya —me dijo nervioso cerrando el libro de repente—. Siéntate, por favor.
-          ¿Por qué estás leyendo justamente esa parte de mi vida? No me gusta que la recuerdes. Es demasiado horrible. Ni siquiera yo me siento capaz de guardar esos recuerdos en mi mente.
-          Precisamente por eso, Sinéad, porque guardas esos recuerdos tan estremecedores en tu memoria. Quiero hallar en ti el ejemplo que me ayude a encontrar la forma de seguir viviendo con la pena.
-          Leonard, no se termina el mundo porque Scarlya y tú os hayáis separado, cariño. Sé que te duele, es evidente que soy plenamente consciente de ello. Sé lo que hiere saber al amor de tu vida lejos de ti... pero ella no ha muerto. No puedes encontrar en mí ese ejemplo que buscas porque... porque yo jamás he aprendido a vivir con la lástima. Sí, es cierto que soy feliz, pero todavía tengo pesadillas en las que reviven esos malditos momentos que tanto me horrorizan. Todavía me despierto sobresaltada porque me parece percibir, a través de la inconsciencia, que alguien me aferra de los brazos para arrastrarme hacia la luz. Todavía sueño con ese momento en el que me ataron a esa espantosa y destructiva silla eléctrica y con ese preciso instante en el que Arthur y yo... No... yo no he aprendido a vivir aún con esos recuerdos —me lamenté intentando no llorar. Hacía mucho tiempo que deseaba liberar todas esas palabras, mas no me atrevía a hacerlo, pues me sentía incapaz de confesar aquellos terribles sentimientos.
-          ¿De veras, Sinéad? —me preguntó Leonard sobrecogido.
-          ¿Tú crees que alguien puede vivir con esos recuerdos? Necesito que mi presente esté demasiado impregnado de luz para que ese pasado no anegue mi memoria... pero no he venido aquí a hablarte de esto...
-          ¿Cómo puedes sonreír habiendo sufrido tanto, Sinéad?
-          Porque el mal no es eterno, porque cada momento tiene su encanto y porque, aunque hayamos sufrido lo indecible, siempre tenemos que saber encontrar la hermosura que resplandece en la vida. A pesar de que nuestro destino nos sumerja en instantes invivibles, nunca debemos perder la esperanza de que nuestra vida vuelva a teñirse de belleza y magia.
-          Si tú, que has padecido sufrimientos totalmente destructivos, eres capaz de pensar así, no tengo motivos para permitir que la tristeza me venza. Tienes razón, Sinéad. El mundo no se ha terminado porque ella y yo nos hayamos separado. Ella me ha ofrecido la oportunidad de ser amigos y yo la he rechazado con frialdad. Si la extraño tanto, lo más coherente es que esté a su lado, aunque no pueda besarla ni abrazarla con todo mi amor...
-          Exactamente... No obstante, nunca debes ignorar tu dolor, pues, si lo haces, éste, entonces, se volverá más ensordecedor.
-          Sí, es cierto.
-          Leonard, te he buscado porque tienes que vivir un momento muy importante. Ya te informamos de que debemos hacer un viaje muy peligroso... pero tú no podrás hacerlo si no consigues ver a Brisita. Tienes que introducirla en tu mundo, Leonard, en tu alma, en tu vida.
-          No sé cómo hacerlo, Sinéad. Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero no hay manera.
-          Nosotros te ayudaremos, Leonard —le aseguré alzándome del sillón donde estaba sentada—. Ven conmigo. Eros y Brisita te esperan en el bosque.
Leonard no se opuso. Me siguió por los pasillos de nuestra antigua morada hasta acabar en el rincón donde Eros y Brisita jugaban con cariño y divertimento. Sus risas se interrumpieron cuando vieron que Leonard y yo nos aproximábamos a ellos. No obstante, Brisita no perdió la sonrisa que tenía esbozada en sus delicados labios.
-          Sinéad, nos hemos inventado que viene Alneth a raptarme y nosotros la vencemos con palabras mágicas —me comunicó riéndose. Me pregunté cómo era capaz de jugar a algo así.
-          Brisita, ten cuidado —le advertí levemente asustada.
-          ¡Si no pasa nada, Shiny! —contestó ella despreocupada—. En este mundo, ella no puede hacerme nada.
-          Yo no estaría tan segura —musité sentándome enfrente de ellos—. Ven, Leonard, siéntate aquí, a mi lado.
Parecía como si Leonard hubiese perdido la capacidad de hablar. Su silencio me imponía, pero no se lo comuniqué en ningún momento y tampoco le pedí que lo interrumpiese. Cuando se halló sentado junto a nosotros, miré a Brisita suplicándole con los ojos que empezase a intentar que Leonard la captase. Yo no tenía ni la menor idea de lo  que debíamos hacer. Era ella quien conocía plenamente el carácter de la magia y podía comunicarse con ella sin que ni la menor sombra se interpusiese en su camino.
-          Leonard, Brisita está ahí —le informé con delicadeza tomando su cabeza entre mis manos y situándola en el punto exacto en el que Brisita se hallaba.
-          No veo nada —protestó con un susurro.
-          Todavía no... pero ten paciencia.
Entonces Brisita se separó de Eros y se dirigió hacia Leonard, se sentó en su regazo con mucha vergüenza y, con sus pequeñas y cariñosas manitos, empezó  a rozarle los cabellos, el rostro... Lo miraba como si él constituyese todo su mundo, como si más allá de Leonard no existiese nada más. Era una mirada llena de fervor, de respeto y de timidez. Le sonreía sutilmente, como si le diese miedo hacerlo, y permaneció en silencio durante un tiempo que nadie fue capaz de calcular.
-          Hola, Leonard —lo saludó con mucha calma y respeto—. Soy Brisita.  Ahora no oyes mi voz, pero estoy segura de que me sientes a tu lado, aunque sólo sea de forma efímera... Tu alma está llena de tristeza que se vuelven muros que impiden que la magia se adentre en ti. Yo te ayudaré a desprenderte de esas brumas que ocultan el esplendor de tu alma.
Aquellas palabras me sobrecogieron. Me pregunté cómo era posible que una niña tan inocente las hubiese pronunciado; pero entonces comprendí que la magia hacía madurar a Brisita a una velocidad que no podía pertenecer a nuestro mundo, sino al de Lainaya, a la lejana y a la vez cercana tierra de la magia.
Todo se quedó en silencio, salvo los ojos de Brisita; los que expresaban un sinfín de sentimientos que ni siquiera yo podía interpretar. En aquellos momentos Brisita se había convertido en alguien que yo no conocía, en la portadora de una magia mucho más poderosa e inmensa que mi destino, que la que anegaba mi ser...
De pronto, Brisa cerró los ojos y el silencio que nos rodeaba se convirtió, lentamente, en un viento que empezó a mecer las hojas de los árboles con una delicadeza decreciente. Cada vez las ramas se movían con más ímpetu, como si quisiesen comunicarnos algo, y las pequeñas nubes que vagaban perdidas por el cielo intentando ocultarnos la luz de las estrellas devinieron un remolino de sombras que cubrió nuestro firmamento, apagando todos los resplandores que procedían de los astros. La oscuridad que nos rodeó se volvía cada vez más espesa, más brumosa. Parecía como si unas inquebrantables tinieblas estuviesen devorando nuestro entorno; sin embargo, no temí. Sabía que todo aquello provenía del alma de Brisita. Su magia jamás nos haría daño.
El viento que había nacido de su magia cada vez era más intenso, pero no se atrevía a mecer nuestros cabellos. Parecía como si estuviésemos introducidos en una burbuja de calma que nos protegía de aquellas sobrecogedoras brumas que suspiraban intentando arrancar las hojas de los árboles. Noté que Leonard se estremecía y que, desorientado, trataba de buscarnos en aquella espesísima oscuridad. Entonces, inesperadamente, Brisa se separó de él, lo tomó de las manos y, con paciencia y delicadeza, le instó a que se alzase del suelo. Leonard la obedeció como si su voluntad se hubiese subyugado a la de aquella niña que, en esos momentos, me parecía el ser más imponente de la Historia. Me pareció que su menuda estatura se había convertido en magnificencia, que sus violáceos ojos estaban llenos de esas nieblas que nos envolvían y que su rojiza melenita era en verdad la cuna de ese viento que nos agitaba el alma.
Cuando Leonard se puso en pie, el viento que ya había tirado al suelo unas cuantas hojas le revolvió con primor los cabellos, lo envolvió en unas brumas mucho más inescrutables. Brisita sonreía con paciencia y serenidad... y, sobre todo, con seguridad, una seguridad que nos impedía sentirnos intranquilos.
-          ¿Sientes este viento, Leonard? —le preguntó con una voz dulcísima y llena de serenidad—. Este viento te llevará a mí, pues el  viento es el elemento con el que la naturaleza me ha enlazado. El viento es el mensajero de mi alma y de mis sueños.
Inesperada y sobrecogedoramente, Leonard asintió. Sí, él había oído su voz, la que se mezclaba con el potente sonido del viento, la que se esparció por esas inmensas y espesas brumas como si fuese un destello de luna perdiéndose por las tinieblas del invierno. Sí, Leonard la había oído... ¡Había oído a Brisita!
-          ¿Puedes contestarme, Leonard? Dime, ¿qué ves? —le pidió Brisita con paciencia y ternura.
-          Sólo hay oscuridad, pero estas tinieblas se convierten en una luz tenue justo enfrente de mí...
-          Esfuérzate más por ver. La magia no está únicamente en mí, sino también en ti. Hay magia en tu alma. Permite que ella te guíe...
-          Es una luz rojiza. Eres... eres reluciente como la luna —musitó incapaz de creerse que estuviese viviendo ese momento.
-          Muy bien, Leonard... Sigue intentándolo, por favor.
Percibí, a través de esas inquebrantables brumas, cómo los ojos de Leonard se llenaban lentamente de admiración, una admiración que lo deslumbraba. Entornó los párpados como si enfrente de él hubiese una luz encandiladora que le arrancaba la serenidad; mas aquel ademán no era de terror ni inquietud, sino de sorpresa, de un asombro hermosísimo que hizo brillar su mirada.
-          Me parece ver los ojitos de Sinéad... —susurró estremecido.
-          No, no son los ojitos de Sinéad. Son los míos... —le aclaró Brisita con felicidad, aunque su voz sonó serena.
Leonard ya se había hundido en la mirada de Brisita. Ya se había adentrado levemente en su magia, en su alma, en su mundo... Ya empezaban a compartir sus destinos... Aquella certeza me hizo tener ganas de llorar de felicidad, pero las retuve, incapaz de quebrar la parálisis que se había adueñado de mi ser.
-          Brisa, Brisa... ¿Eres tú? ¿Eres tú quien me mira en esta oscuridad? ¿Eres tú quien me toma de las manos?
-          Sí, Leonard, soy yo... ¿Puedes verme nítidamente?
Leonard volvió a asentir. Entonces las nieblas que nos envolvían comenzaron a disiparse muy lenta y perezosamente. El viento que soplaba con fuerza fue aquietándose hasta que todo se quedó en silencio, hasta que la naturaleza recuperó su calma. De nuevo nos percibí a todos entre los árboles... como si acabásemos de despertar de un sueño, como si hasta entonces nuestra alma hubiese vagado desorientada por una dimensión inhóspita e inescrutable. Leonard y Brisita estaban de pie, uno frente al otro, con las manos enlazadas. Brisita ya había recobrado su pequeñez, su inocente aspecto. Ya no me parecía tan imponente como antes...
-          Hola, Leonard... —lo saludó ella con timidez.
Leonard no era capaz de hablar. Se agachó para que sus ojos quedasen a la altura de los de Brisita y entonces la miró como si quisiese absorber con sus ojos la bellísima imagen de aquella niña tan mágica que lo observaba como si en él se hallase una gran parte de su destino. Sin embargo, la vergüenza sonrojaba exquisitamente sus redondas mejillas y volvía más ingenua su mirada.
-          Eres preciosa, Brisita. Eres la niña más bonita que he visto en mi vida. Sí, no cabe duda de que eres hija de Sinéad y de Arthur... Tienes la mirada de Sinéad, tan serena, sensible y profunda. Tienes la sonrisa de Arthur, tan romántica y soñadora. Tienes sus mismos cabellos, el color de la piel de Sinéad, tan pálida y refulgente como la luna... y, ahora que sé cómo es tu voz, me parece que la he oído en otro tiempo... Sí, la oí cuando Sinéad fue humana. Tienes la voz de esa niña que conoció la dureza más escalofriante del invierno y la maldad de la pobreza... de esa niña que supo encontrar en la vida más austera la hermosura más eterna. Tienes su misma voz, Brisita. Sí, tu voz me hace acordarme de esas noches larguísimas en las que yo la protegía del hambre con sueños tibios... de esos días tristes en los que tenía que separarme de ella porque mi condición no me permitía protegerla... Tu voz me hace saber cuánto la quise siempre...  y cuánto te querré a ti, dulce estrella de la noche. Eres preciosa... Gracias por permitirme adentrarme en tu mundo, en tu alma, en tu vida.
No me di cuenta de que estaba llorando desconsoladamente hasta que Eros me rodeó con sus brazos y me impulsó hacia su pecho con una delicadeza profunda y hermosa que me conmovió muchísimo más. No sabía si lloraba de melancolía, de emoción, de felicidad o de tristeza. Todas las emociones de la vida se habían congregado en mi alma y me la presionaban como si en ella no cupiesen. Eros también plañía primorosa y silenciosamente... Nuestras lágrimas se mezclaron cuando yo alcé la cabeza para hundirme en sus ojos y buscar en ellos la belleza de la vida.
-          Shiny... mi Shiny... —me susurró limpiándome las lágrimas con sus labios—. Mi adorable y amada Shiny...
-          Ya está, Sinéad —me avisó Leonard con felicidad y emoción—. Ya puedo ver al fruto de tu magia, a la hija más bella que jamás pudo haber creado la naturaleza. Ya conozco la heredera de tu magia, de tu bondad, de tu inocencia.
-          Este momento es tan bonito... —susurré sin saber cómo expresar con palabras todo lo que sentía—. Gracias, Brisita, vida mía... Ven, por favor. Necesito abrazarte...
Brisa me abrazó como nunca lo había hecho antes, como si quisiese entregarme con su amor un consuelo que me amparase de la tristeza para siempre. Me abrazó larga y inmensamente... Me perdí en la grandeza de su cariño, en la magia que se desprendía de su entregado abrazo. Me besó en las mejillas sin importarle que mis lágrimas rozasen sus labios, me acarició los cabellos como si en realidad yo fuese la niña y ella la madre... pero, sin embargo, nos abrazamos siendo plenamente conscientes de que ambas formábamos parte de la misma vida, del mismo destino... y que las dos teníamos la inocencia como morada...
Aquella noche se convirtió en una de las más bonitas de nuestra vida. Leonard y Brisita se conocieron más hondamente jugando juntos, riendo juntos. Todo era tan bello que me creía incapaz de pensar en la incertidumbre que teñía nuestro futuro. Por unas largas horas, quise olvidarme de que tenía miedo, de que mi alma estaba llena de inseguridad y tristeza.
Mas no podía olvidarme de que, al atardecer siguiente, todos deberíamos viajar hacia un destino inexorable e ineludible. Ya sí, estaba cada vez más cerca el momento de partir hacia ese futuro incierto que nos vería luchar por un hado que amábamos con toda nuestra entrega, por lograr que la magia nunca se desvaneciese... ese viaje hacia la nada de la vida en la que, sin embargo, se unían todos los elementos de la existencia... un viaje hacia lo incierto... hacia, posiblemente, el fin de nuestra realidad.

3 comentarios:

Wensus dijo...

Que entrada más intensa. Por un lado Hermenegilda,¡esa mujer es una descarada! Se mete en la vida de los demás a lo bestia, como un toro envistiendo. Eros le para los pies pero esta mujer no se detiene por nada jajaja. Que risa cuando dice "callejeando" y "...música yo no entiendo nada" jajajaja, a algo me recuerda jajaja. Bonita despedida de Wen, Diamante, Duclack y Vicrogo. Lo que no sé muy bien como definir es la despedida de Wen jajajaja, ¡estaba más salido que el pico de una mesa! Se nota que lleva tiempo sin beber ron, que pulpo descarado. Se nota que entre ellos hay un deseo potente, imposible de disimular. Muy divertido el encuentro. Por otra parte por fin Leonard puede ver a Brisita, ¡vivaaa! Sabía que en el momento que la pudiese ver se enamoraría de ella, es tan entrañable y buena, me encanta. Ahora les queda iniciar el temido viaje, largo y peligroso. Estoy deseando saber cómo sigueeee (ahora me acaban de llamar los de jaztel y no podía terminar de contestar grrrr). Un besicooo

Wensus dijo...

Me equivoqué y puse Wen en vez de Sus jajaja. "Bonita despedida de Sus, Diamante, Duclack y Vicrogo" ;)

Uber Regé dijo...

Es verdad, que Leonard vea a Brisita es algo muy esperado y que relatas de una forma muy emotiva, y también llena de magia, creo que es uno de los pasajes que más me han gustado, de los que se retienen y no se olvidan. Leonard es, qué duda cabe, un ser mágico, y Brisa solamente se lo ha recordado. Qué bonito que le recuerde tanto a Sinéad de pequeña, y que note que es hija de ella y de Arthur... algo que por cierto no es problema para Eros, que la acepta por completo. Sin duda la niña ha madurado a marchar forzadas... Pero esto ha sido justamente el final de la historia; antes el relato empezó con el inquietante sueño de Eros, que seguro que no es casual, la alucinante conversación con la señora Hermenegilda (una persona que tiene parte repulsiva y parte entrañable, no puedo evitar que me haga mucha gracia y reconozca que no le faltan inteligencia y sentido común, aunque también le sobren otras muchas cosas), y luego el encuentro con Diamante y Sus, luego con Wen y Duclack, y más tarde con mi alter ego, Vicrogo :-). Por cierto que parece muy cierto eso de que donde hubo fuego quedan rescoldos, ¡qué apasionado se nota aún a Wen! Pero, por suerte, es algo que ya pasó... Es bonito que finalmente no lo hipnotice, y quede así la experiencia como algo que ambos superan. Parece que ya el siguiente paso será el viaje al encuentro con Rauth... un capítulo más de esta preciosa aventura.