martes, 15 de julio de 2014

LO QUE MORA MÁS ALLÁ DEL DESTINO


LO QUE MORA MÁS ALLÁ DEL DESTINO
Nuestra vida se había convertido en un camino lleno de hermosura, en un camino cubierto por un firmamento donde brillaban estrellas que nunca se apagaban y alfombrado con flores delicadas e imperecederas cuya beldad nos alumbraba. Nuestras noches habían devenido amaneceres en los que resplandecía la luz más inacabable y tierna, amaneceres en los que fulguraban los matices más destellantes de la vida, en los que podíamos palpar las texturas más suaves y cálidas del amor, en los que podíamos respirar el aire más puro y aromático de la naturaleza, amaneceres que no estaban precedidos por noches oscuras, sino por instantes que nos envolvían como si de mantos de terciopelo se tratase y así nos protegían de los sentimientos gélidos de la Historia. Hallábamos en cada momento un motivo para soñar, una ilusión por la que luchar, un sueño por el que no despertar jamás de esa fantasía que, sin embargo, no era ficticia, sino nuestra propia realidad, una realidad que nadie podía negar, ni tan sólo la pena que se había aferrado a nuestro pasado y que emanaba de aquellos instantes en los que parecía que nuestra vida se había quebrado para siempre.
Nada nos inquietaba, nada rompía la magia de nuestros días, ningún sueño se tornaba punzante y escalofriante, ninguna pesadilla anegó nuestra mente. Nada interrumpía nuestras amorosas miradas, nada ni nadie se atrevía a recordarnos que en nuestra historia existían momentos que podían entristecernos. Habíamos impregnado de sencillez cada instante y habíamos hecho de nuestro pasado un aprendizaje. Recordar ese pasado en el que había cabido la estremecedora y triste posibilidad de separarnos ya no nos hería en el alma, sino que nos instruía, nos enseñaba que Eros y yo no habíamos nacido para estar distanciados, para no existir en una misma vida, para no poder soñar juntos en un único dormir. Su alma había nacido para unirse a la mía y la mía había poseído un vacío muy profundo y gélido que solamente él podía llenar. Él, que era mi vida, mi destino, mi pasado, mi héroe... Él, que había sabido iluminar mi vida desde el primer instante en el que sus ojos y los míos devinieron una sola mirada... Él, que, con su sonrisa, me había empequeñecido... Él, que me hizo pensar que no era nada frente a su hermosura, que sus dignos ojos no podían observar mi mundo... él es el cuerpo donde mi alma quiere restar encerrada para siempre. Sus manos son el refugio de mi cuerpo; su corazón, el hogar de mis ilusiones...
Por eso empezamos a vivir cada instante como si fuese el primero de nuestra vida en el que nos sentíamos verdaderamente fundidos uno con el otro en un solo destino. Cada nuevo atardecer era el empiece de una noche apasionante que llenábamos de risa, de felicidad, de harmonía, de luz. Brisa era para los dos un puente hacia la magia, una inocente senda hacia la felicidad y la ternura. Reíamos junto a ella como si en la vida jamás hubiese habido problemas, soñábamos juntos con pedacitos de felicidad que pudiesen rellenar todos los recovecos de nuestra existencia, imaginábamos todo tipo de aventuras unidos en cualquier rincón, cantábamos y bailábamos al ritmo de canciones preciosas... Éramos felices en una tierra que no necesitaba la magia para ser la más preciada, brillante y dulce.
Eros y Brisita se adoraban. Brisita siempre alzaba sus bracitos cuando veía que Eros se acercaba y entonces él la tomaba en brazos para correr con ella por el bosque. Brisita reía alegre al sentir la caricia del viento en su piel, al percatarse de que su entorno mudaba rápidamente de forma, de colores, de luces. Cuando se adentraban unidos en la ciudad, brisita observaba anonadada todo lo que la rodeaba, encontrando en cada rincón o en cada cosa nueva que veía una pregunta que formular. Eros y yo le respondíamos satisfechos de que Brisa mostrase un interés tan inocente por el mundo y todo lo que lo componía.
Scarlya también formaba parte de esos momentos que nos hacían tan felices. Nos acompañaba en nuestros juegos, en nuestros paseos por el bosque o por la ciudad. Encantada, nos aseguraba que hacía mucho tiempo que no se sentía tan cómoda y feliz con la vida. Brisa y ella también se habían hecho muy amigas y a veces reían hasta que a Scarlya le brotaban lágrimas rojizas que delataban todo su júbilo; pero Brisita nunca se inquietaba, nunca, ni siquiera cuando, al despertarnos, nos descubría con los ojos enrojecidos. Nada podía turbar la dulce y resplandeciente imagen que ella tenía de nosotros. El amor que nos dedicaba a todos no temblaría nunca, pues para ella nosotros éramos los seres más mágicos del mundo y de la Historia y así nos lo demostraba cada vez que nos miraba.
El único que continuaba aparte de nuestra realidad era Leonard. La felicidad que creaba nuestro mundo no lo había envuelto a él. Permanecía alejado de nuestra magia sin sentir el calor de la vida que todos compartíamos. Yo me entristecía muchísimo cuando recordaba que mi padre no habitaba en aquella tierra donde todos éramos tan libres e inocentemente felices. Antes de dormirme, cuando me despertaba y durante algunos momentos de la noche, deseaba fervientemente que llegase ese instante en el que sus nocturnos y profundos ojos pudiesen hundirse en los de Brisa; pero el tiempo pasaba llevándose ese momento a la tierra de los imposibles.
El cénit del verano ya se reflejaba en la ausencia de nubes y en la nitidez de las estrellas. La luna, llena, resplandeciente e imponente, presidía el territorio de la noche con orgullo y felicidad, llenando de luz el bosque, rompiendo las sombras de la oscuridad. Brisita adoraba la luna. Me pedía que me narrase leyendas acerca de su presencia y entonces yo recordaba aquellas historias que mi padre humano me explicaba sobre diosas que habían nacido de la luz de la luna o que en la luna se habían convertido para cuidar a todos aquéllos que se atreviesen a vagar por los recovecos de la oscuridad.  También me solicitaba que le cantase y tañese algunas canciones dedicadas a ese fulgor que es nuestro sol.
Una de esas noches, en las que con mi arpa y con mi voz hacía feliz a mi adorable hijita, oí que alguien caminaba entre los árboles con un paso ausente. No detuve mis dedos, pues algo me advirtió de que quien se acercaba a nosotras no deseaba que la música cesase, así que seguí tocando hasta que Rauth apareció enfrente de nosotras dedicándonos una sonrisa bellísima que hacía brillar el mundo. Con cuidado, se sentó enfrente de nosotras y nos miró con mucho amor. Aquella mirada les dio vida a mis dedos, los que tañeron ágilmente una melodía honda y tranquila que yo acompañaba con versos acerca de la beldad de las noches. Al fin, cuando la trova terminó, miré profundamente a Rauth a los ojos. Hasta entonces no me había atrevido a hacerlo, pues temía que mis sentimientos me impidiesen tañer con serenidad. Sabía que en la mirada de Rauth vivían recuerdos demasiado antiguos que no le pertenecían a nuestro presente, recuerdos que nos desvelaban que habíamos sido felices en otro tiempo, en otro espacio, en otro mundo.
-          Buenas noches, Rauth —lo saludé con cariño mientras dejaba el arpa al lado del tronco de un árbol—. Me alegro mucho de que hayas venido.
-          ¡Hola, papá! —exclamó Brisita alzándose del suelo y corriendo torpemente hacia él.
-          ¡Hola, cariño mío! —le contestó riéndose mientras la abrazaba con muchísimo amor—. ¡Pero si ya andas!
La forma en que Brisita abrazaba a Rauth me hizo preguntarme cómo podía vivir lejos de él. Brisita nunca parecía triste, pero en aquellos momentos dudé de si en su corazoncito guardaría sentimientos desalentadores que no se atrevía a confesarle a nadie ni tan sólo con sus ojitos. Inesperadamente, me sentí culpable por no haberla llevado nunca al mundo de Rauth desde que él se fue; pero Brisita tampoco me lo había pedido.
-          ¿Cómo estás, cariño? ¿Eres feliz con Shiny?
-          Mucho, papi. Tendrías que vivir aquí con nosotras.
-          Pues tú también puedes venir a visitarme —le recriminó él con inocencia y mucha ternura mientras desrizaba sus rojizos ricitos.
Brisa no dijo nada, sólo agachó la mirada; algo que nos sorprendió a los dos. Aquel gesto nos había revelado a gritos que ella no deseaba regresar al lugar donde había nacido. Rauth se quedó pensativo al percibir que la mirada de nuestra hijita se había llenado de un súbito miedo y una fría inseguridad.
-          ¿Qué sucede? ¿No te gusta donde vivo? —le preguntó Rauth con mucha ternura.
-          Sí, pero...
Era la primera vez que Brisita se mostraba reticente a hablar. La inseguridad que se había adueñado de su mirada se reflejaba también en su voz, la que había sonado casi susurrante. Yo la tomé de las manos para transmitirle que nosotros no nos enfadaríamos dijese lo que dijese.
-          No quiero ver a Alneth.
-          ¿Por qué? —le cuestionó Rauth sorprendido—. Alneth es muy buena y te quiere mucho.
-          No es verdad —lo contradijo ella protestona—. Alneth quiere alejarme de Sinéad. Me dice cosas horribles de ella para que le coja miedo y no quiera estar a su lado.
-          ¿Eso es cierto? —quiso saber Rauth con muchísima tristeza.
-          Sí. Yo nunca os mentiré. Os lo prometo.
De repente me pareció que Brisita se desprendía por unos instantes de su tierna inocencia para ataviarse con el traje de la madurez. Su mirada destilaba seriedad, su voz sonaba firme y nos observaba como si nosotros fuésemos los únicos que podíamos protegerla. Ante esa mirada, fuimos incapaces de replicar.
-          ¿Qué te dice? —le preguntó Rauth con cautela.
-          No quiero decirlo. No quiero hacerle daño a Sinéad. Alneth es mala. No sé qué hace en ese mundo. Hay quienes se merecen vivir allí más que ella. Es mala.
-          No creo que sea mala —la defendí con miedo. Me estremecía ver que el alma de Brisita se había llenado de temor—. Quizá tema por tu vida. Aunque yo jamás te haría daño, jamás, ella no me conoce tanto como para estar segura de que a mi vera estás protegida.
-          Es cruel pensar que una madre no puede proteger a su hija —me contestó ella con pena.
-          Entonces... ¿mientras Alneth viva allí, tú no querrás regresar a tu tierra? —quiso saber Rauth.
-          No.
Cuánta determinación sonó en esa vocecita impregnada de inocencia. Cuánta seguridad de pronto, qué clara sonó aquella respuesta que nos dejó helados a los dos. Entonces, repentinamente, entendí por qué había sido imposible regresar a aquella mágica tierra cuando lo había intentado por primera vez desde que Brisa había llegado a mi mundo. Entonces entendí por qué se había mostrado tan reticente a volver. Lo comprendí todo.
-          ¿Aseguras que Alneth es mala porque te habla mal de Sinéad? —le preguntó Rauth de pronto intentando parecer sereno.
-          No sólo por eso.
-          ¿Entonces? —siguió interrogándola.
-          Por otras cosas.
-          No quiere hablarnos de eso —le avisé a Rauth con ternura.
-          Me preocupa mucho todo lo que nos dice —me aseguró él con miedo—. Quiero saber con qué tipo de mujer me relaciono.
-          No es por quitarte la razón, amor mío —le advertí a Brisita—; pero me extraña que Alneth sea mala si vive en Lainaya.
-          No es pura. Creo que se ha colado en ese mundo sin tener que hacerlo —reflexionó Brisita—. He visto que deja que sus flores se marchiten y que los frutos sean comidos por insectos.
-          Vaya —me reí con cariño sin poder evitarlo—. ¿Así que por eso te parece mala? Qué dulce eres...
-          No, no sólo por eso. A mí quiso darme de esos frutos —nos confesó al fin, entornando sus ojitos, los que se habían vuelto cristalinos.
La inocente risa que se había adueñado de mí se convirtió de repente en un disgusto que hizo nacer un potente nudo en mi garganta. La sonrisa que tenía esbozada en mis labios devino de pronto en un incontrolable puchero que intenté evitar con todas mis fuerzas, pero los ojos ya se me habían llenado de lágrimas. Un sinfín de ideas hirientes anegó mi mente, una innumerable cantidad de reproches me estremeció y me hizo entender que, si Brisita había estado en peligro, había sido por culpa mía, por irme durante días y noches, abandonándola en una tierra que yo había creído totalmente segura y mágica. «No debería haberme marchado sin llevármela, no debería haber permanecido alejada de ella durante tanto tiempo, no debería, no debería...». Las recriminaciones se enredaban con recuerdos lacerantes de momentos desesperantes en los que lloraba y lloraba sin acordarme de que había alguien que necesitaba nutrirse de mi cariño y mi felicidad.
-          No llores, Sinéad —me pidió Rauth con mucho cariño.
-          No, no llores, mi Shiny —me solicitó Brisita acercándose a mí—. Alneth ya no volverá a hacerme nada.
Por mucho que me lo pidiesen con palabras tiernas y caricias dulces, yo no podía dejar de llorar. Intentaba que mi decepción y mi tristeza no se manifestasen en hondos suspiros que harían brotar más lágrimas de mis ojos, pero aquello era imposible. Empecé a llorar con mucha pena abrazándome a Rauth, quien me limpiaba las lágrimas con un suave pañuelo que exhalaba un aroma muy rico a flores. Mientras tanto, Brisita me acariciaba los cabellos, entregándome con esas caricias un amor que, lentamente, me permitió serenarme. Cuando al fin me repuse, vergonzosa, les pedí perdón con una mirada llena de culpabilidad.
-          No sé por qué siempre me derrumbo tan fácilmente.
-          Porque la vida de Brisita te importa más que nada en el mundo. Es normal y comprensible que hayas reaccionado así. Y por nada del mundo se te ocurra culparte, ¿eh? Que te conozco, Sinéad —me advirtió Rauth con cariño.
-          Tú no tienes la culpa.
-          Bastante sufriste ya en esos días. No te atormentes más, Sinéad. Brisita y Alneth nunca más volverán a verse. A partir de ahora, la vigilaré mucho más para captar cualquier señal que me desvele su verdadera identidad. Si es cierto que no cuida las flores y deja que los gusanos se coman los frutos —dijo sonriendo inocentemente para provocar que Brisita también sonriese—, entonces hablaré con la reina de Lainaya para que lo sepa y decida qué hacer al respecto.
-          ¿La reina de Lainaya? —preguntó brisita con mucha curiosidad—. No sabía que había una reina.
-          Sí. Es una reina ya muy viejita y muy buena que nos vigila a todos, pero ya está demasiado mayor para advertir todo lo que sucede en nuestra tierra.
-          ¡Me gustaría conocerla! —exclamó con entusiasmo—. Shiny, vayamos a hablar con ella, por favor —me pidió con mucha ternura.
-          No sé si nosotras podemos hacer eso, vida mía —me reí sentándola en mi regazo.
-          Es posible; pero deberíais daros prisa. La naturaleza está a punto de convertirla en parte de su suelo.
-          No sabía que había muerte en Lainaya —susurré con pena.
-          Por supuesto que sí, Sinéad. No es la tierra de la eternidad; pero esa muerte llega cuando ya has cumplido todos los propósitos que la naturaleza te encomendó al nacer. Empiezas a envejecer cuando ya has hecho realidad todos los deseos que la madre puso en ti. Lumia no ha muerto aún porque todavía le queda cumplir la última misión que se le ha otorgado.
-          ¿Cuál? —preguntamos Brisita y yo al mismo tiempo.
-          Encontrar la próxima reina de Lainaya.
-          ¿Y cómo la encontrará? —quiso saber Brisita.
-          Nadie conoce cómo la reina de Lainaya halla su sucesora. Solamente lo sabe ella. La anterior reina de Lainaya, Laguna, supo que Lumia debía ser la heredera del trono cuando nació. La buscó por toda Lainaya hasta encontrarla en su hogar cuando apenas tenía tres años de vida... Lo mismo sucedió con Terrinie, la antecesora de Laguna.
-          Todas tienen nombres muy naturales... —me reí—. Terrinie, Laguna, Lumia...
-          La reina de Lainaya siempre tiene que tener una íntima relación con uno de los cinco elementos de la naturaleza: el aire, el agua, el fuego, la tierra y el espíritu, llamado Ánima en nuestro mundo. Cuando una reina de Lainaya se marcha, tiene que seguirla otra que mantenga un vínculo con otro elemento de la naturaleza. Es un ciclo que se ha repetido desde el inicio de los tiempos —nos explicó Rauth con inocencia—. Cuando yo llegué a Lainaya, Lumia ya llevaba reinando más de doscientos años. Son reinados muy largos que pueden durar incluso milenios.
Apenas escuchaba las palabras de Rauth, pues todas aquellas certezas que él nos había transmitido se agolpaban en mi mente como si de sombras se tratase, haciéndome pensar en hipótesis que me helaban la sangre. Inesperadamente, todas aquellas ideas se escaparon de mis labios convertidas en una pregunta que hizo temblar mi alma:
-          ¿Y se sabe con qué elemento natural debe estar vinculada la próxima reina?
-          Sí. Es un ciclo que siempre se repite con el mismo orden: ánima, tierra, agua, fuego, aire, ánima, tierra, agua, fuego, aire... La primera señal que revela que una hija de Lainaya puede ser reina es el nombre que la naturaleza decide para ella. Aunque la madre piense que el nombre que ha escogido para su hija ha brotado de su mente, no es cierto. Es la naturaleza y el destino quienes se lo comunican con algún sonido, un olor, un tacto... El nombre le llega a la madre a través del elemento al cual su hija debe estar enlazada: a través del agua, del fuego, del espíritu, de la tierra, del aire... Hay infinidad de maneras de transmitir el nombre...
-          Pero ¿todas las habitantes de Lainaya deben tener una estrecha relación con algún elemento o sólo les ocurre a quienes han nacido para ser reinas? —pregunté sintiéndome incapaz de prestarles atención a los sentimientos que palpitaban por dentro de mí.
-          Sólo tienen ese vínculo quienes han nacido para ser reinas. Es un destino ineludible que lentamente va forjándose y tomando forma desde el nacimiento de la elegida.
-          ¿Con qué elemento está vinculada Lumia?
-          Con el fuego. Lumia quiere decir luz cálida en una lengua ancestral. El fuego es una luz cálida...
-          Entonces, la próxima reina tiene que estar relacionada con el aire —aseveré con un susurro.
-          Sí, exacto.
-          Debemos ir a ver a Lumia cuanto antes —exigí con miedo.
-          Tranquilízate, Sinéad. El tiempo forjará los caminos que debemos recorrer —me aconsejó Rauth con cariño y paciencia—. Sí, sé a qué temes, pero no tienes por qué asustarte, amor... —musitó con vergüenza—. Todo estará bien.
Por primera vez, las palabras y los gestos de cariño de Rauth no me serenaron. En mi mente se habían enredado un sinfín de ideas que me estremecían, ideas que alumbraban hipótesis que explicaban sucesos que yo no había sabido entender hasta entonces. Aquellas hipótesis se relacionaban directamente con el comportamiento de Alneth, con el vínculo que yo mantenía con Lainaya apenas sin haberlo decidido, con Rauth, con Brisita... Mi Brisita, mi Brisita... Cuando pensaba en ella recordando todas las palabras que Rauth nos había dirigido, el alma se me encogía por dentro de mí, volviéndose pequeña, tan pequeña como un granito de arena perdido en un remolino de olas feroces. De nuevo, tenía ganas de llorar.
-          Brisita, ¿podrías ir a jugar con Scarlya un ratito? —le pregunté con mucho amor abrazándola con ternura y delicadeza.
-          Quieres hablar con él a solas sobre cosas que yo no debo escuchar, ¿verdad?
-          Sí... Por favor, no te enfades, cariño —le pedí con culpabilidad.
-          No me enfado; pero también quiero estar con él.
-          Te prometo que será sólo un momentito —insistí.
-          De acuerdo... pero llévame tú con ella —se quejó tiernamente.
-          Está bien —me reí con inocencia.
Cuando Scarlya y Brisita se encontraron, regresé junto a Rauth con el corazón a punto de ponerse a latir de nuevo. Rauth me esperaba sentado entre los árboles, sin moverse, mirando fijamente al horizonte como si quisiese encontrar las respuestas a unas preguntas que nunca se había formulado. Me senté a su lado y lo miré con preocupación y nervios, muchísimos nervios. No pude evitar que las palabras huyesen de mi interior convertidas en un remolino de sentimientos que no pude esconder.
-          ¿Has pensado en todo lo que me has dicho esta noche? ¿Alguna vez te has planteado el significado de todas esas tradiciones, de ese ciclo, de esas relaciones entre la naturaleza y la reina de Lainaya?
-          ¿Qué quieres decir, Sinéad?
-          Lo sabes perfectamente. ¿No interpretas todo lo que me has explicado de una manera estremecedora?
-          Lo cierto es que lo pensé siempre, Sinéad, siempre, siempre.
-          ¿Siempre?
-          Siempre. Desde el primer instante de su vida.
-          ¿Por qué?
-          Porque... porque, cuando todavía no era necesario que tú estuvieses en Lainaya para gestarla y yo era el portador de su alma, notaba que, cuando el viento soplaba, algo crecía por dentro de mí, se manifestaba en forma de inspiración o de imágenes preciosas que yo no ideaba. Las noches de tormenta, en las que se formaban vorágines en el mar, sentía que mi espíritu se henchía como si la voz del viento se introdujese en mi alma. Cuando nació, sus ojos me revelaron su hado. El violáceo de su mirada no se debe únicamente al parecido que nos une a los tres, sino a un destino ineludible para el cual ha nacido. Además, su nombre... Cuando supe cómo se llamaba, algo se quebró por dentro de mí, desparramándose por todo mi interior un sinfín de certezas que me confirmaban todo lo que había pensado hasta entonces. También, el comportamiento de Alneth, su malicia, su afán de hacerle daño, de querer destruirla...
-          ¿Destruirla?
-          Bajo ninguna circunstancia, debes darle de comer fruta putrefacta a una niña recién nacida, jamás —aseveró con fuerza—. Alneth quería matarla.
-          No, no...
-          Sinéad, tenemos que vigilarla mucho. Si es cierto lo que estamos pensando...
-          ¿Qué sucederá?
-          Habrá fuerzas indomables que querrán vencerla. El trono de Lainaya es algo muy deseado. Lo ambicionan seres de otros mundos y no son precisamente seres nobles y mágicos como Lumia o Brisita. Lainaya es una amenaza a las sombras. Cuantos más seres habitemos allí, más grande serán sus dominios, más luz emanará de su existencia, más territorios de la oscuridad combatirá...
-          ¿Quieren destruir Lainaya?
-          Sí. Y me atrevería a afirmar que Alneth es una impostora, alguien que se ha adentrado en nuestro mundo para destruirlo.
-          Pero si precisamente Alneth fue quien me llevó a Lainaya... —divagué perdida.
-          Tú tenías que llegar a Lainaya fuese como fuere, Sinéad. Estaba escrito en tu destino. Lo único que Alneth hizo fue aproximarse a ti para estar cerca de nosotros... Me estremezco con tan sólo pensar en lo fácil que habría sido para ella acabar con todo en una décima de segundo. Si en verdad Alneth no debe estar en Lainaya, si en verdad la forma en la que vive su alma no es la que la naturaleza le ha encomendado, es un ser bastante peligroso, Sinéad.
-          Pero la naturaleza no habría permitido que alguien así se introdujese en Lainaya...
-          La naturaleza es inocente, Sinéad. Lamentablemente, aunque sea poderosa y bondadosa, es fácilmente abatible y es sencillo engañarla con estratagemas estremecedoras.
-          Vaya... Entonces... Brisita...
-          No podemos estar seguros de nada, Sinéad. Tenemos que ir a ver a Lumia. Solamente ella conoce las respuestas a todo. Además, está demasiado mayor para ir vagando por el mundo en busca de la heredera del trono. Únicamente puede encontrar ayuda en los elementos de la naturaleza. Es probable que nos agradezca nuestra visita o que, quizá, ya la haya intuido —me sonrió.
-          Pero... ¿cómo vamos a llegar hasta ella?
-          Es un viaje bastante largo. Lainaya no se compone únicamente de los campos y prados que has visto, sino de montañas altísimas, de mares inmensísimos, de islas desiertas, de desiertos que, aunque hermosos, están repletos de soledad y amenazas. Lumia, por estar vinculada con el fuego, habita en una morada ubicada en las profundidades de nuestra tierra. Para llegar hasta allí, se necesita ser muy valiente, poderoso y perseverante. Es preciso que la reina de Lainaya more en lugares remotos y de difícil acceso, pues debe protegerse contra los peligros provenientes de otros mundos, de esos mundos que quieren destruirla. La reina es el corazón de Lainaya. Si es vencida, todo se apagará lentamente, Sinéad.
-          Lo entiendo —musité estremecida.
-          Lo peor es que, si deseamos hacerle una visita a Lumia, es necesario viajar con Brisita.
-          No, no...
-          Sinéad, no podemos mantenerla al margen de todo esto...
-          Pero todavía no está preparada para vivir algo así —me quejé con ganas de llorar.
-          No podemos ir solos, Sinéad. Tienen que acompañarnos Brisita, Eros, Scarlya y, si es posible, Leonard.
-          Pero Leonard no puede veros ni a ti ni a Brisita.
-          Eso no debe preocuparte. Hay soluciones para lograr que sí nos vea.
-          ¿Cuáles?
-          Están en ti, Sinéad. Tienes que mostrarte ante él convertida en heidelf.
-          ¿Cómo me verá?
-          Te verá porque tu alma y la suya están irrevocablemente unidas.
-          Y la tuya y la suya también —le recordé con miedo—. ¿Acaso no recuerdas que tú fuiste creado por él, Arthur?
Rauth enmudeció. Sus ojos, los que hasta entonces habían resplandecido de ternura, se llenaron de miedo, de decepción, de tristeza. Me estremecí cuando percibí que sus labios temblaban sutilmente y que su mirada se había vuelto turbia.
-          Yo ya no soy Arthur. Arthur ya no existe —protestó con impotencia—. ¿Por qué no puedes concebirme como Rauth y punto?
-          Eres Rauth, pero no puedes negar lo que fuiste en otra vida.
-          No, Sinéad.
-          Y Arthur sí existe. Está en ti.
-          Existe en otra dimensión y solamente cuando tú decides regresar allí. Mientras tanto, solamente soy esto...
-          ¿Por qué te pones así, tan triste?
-          ¿Por qué? —me preguntó con un susurro quebrado.
-          Sí, ¿por qué?
-          Porque yo no quiero vivir ni aquí ni ahora, sino en el cuerpo que tuve siempre, en el pasado que nos pertenecía. Yo no quiero estar lejos de ti, separado de tu alma por una forma distinta, por fronteras que dividen nuestra vida... Yo quiero estar contigo como lo estuvimos durante siglos, amándote locamente, entregándote toda mi vida con cada mirada, habitando a tu vera en una realidad que solamente nos pertenezca a nosotros. Añoro ese tiempo que tan nuestro fue, añoro las tierras donde vivimos nuestra mágica historia: Lacnisha, nuestra isla brillante, Vasnilth... Quiero a la Sinéad que fue como yo, que me amó solamente a mí, que fue tan mía como yo de ella.
Rauth lloraba desconsoladamente. Nunca lo había visto plañir de ese modo. Deseé abrazarlo, pero no me atrevía a moverme, pues pensaba que mis cariñosas caricias y mis dulces gestos ahondarían la herida que él tenía horadada en el alma. Así pues, me mantuve quieta y serena enfrente de él, mirándolo con muchísima tristeza, sin saber qué decir, cómo actuar, qué pensar. Los recuerdos que vivían en su mirada se habían escapado de su alma convertidos en palabras que habían removido todo mi mundo, mis vivencias, mis sentimientos.
-          Yo también añoro nuestro pasado —dije al fin—; pero ahora habitamos en un presente muy mágico que debemos cuidar. Tenemos una hija preciosa de la que podemos sentirnos inmensamente orgullosos, tenemos motivos por los que luchar, sueños que cumplir juntos, momentos que vivir. No me extrañes, pues estoy a tu lado, Rauth, aunque ahora nos toque vivir algo distinto; pero nunca me distanciaré definitivamente de ti.
-          Estoy harto de reprimirme, de fingir que no me importa no poder besarte, no poder ser feliz contigo en Lainaya sin que nos importe nada más. Estoy cansado de mirar el atardecer sin sentirte a mi lado, de escuchar cómo la lluvia cae teniéndote lejos de mí, de ver cómo la nieve lo alfombra todo sin poder tomarte de la mano para correr libres por los bosques nevados. Estoy agotado de despertarme lejos de ti, de que tus ojos y tu sonrisa no sean lo primero que vea al regresar a la consciencia, de que tus brazos no sean mi hogar, de que tu voz no sea el sonido de mi vida. Estoy hastiado de comer solo, de aspirar el aroma de los bosques sin notar que tu olor se mezcla con todos ellos, de recordarte y recordarte y recordarte incesantemente, de soñarte, de no poder pensar en nada más. Te amo tanto como siempre, te amo con una locura que está destruyéndome. Dime qué puedo hacer, Sinéad, por favor. ¡Yo no quiero vivir aquí ni en esta vida ni en ningún sitio si no puedo estar contigo! Y ahora veo que, si hemos estado juntos de nuevo, no ha sido porque tu destino y el mío debían fundirse una vez más por amor, sino por un propósito ajeno a nuestra vida, a nuestro hado, a nuestros sentimientos. Todo ha sido un plan de la Diosa madre para preservar su creación. Todo ha sido un engaño, una superchería, un truco, una maldita treta de la vida... Maldita sea —sollozaba desesperadamente. su respiración ahogaba sus palabras y los sollozos luchaban contra la claridad de su voz para derruirla; pero el dolor de Rauth era mucho más potente que cualquier silencio—. Y ahora, ahora... deberé marcharme otra vez, deberé alejarme de ti una vez más para morar solo en una tierra mágica que para mí es la más gélida. No, no quiero, no quiero, ¡no quiero!
-          Rauth... —musité con muchísima tristeza y culpabilidad—. Cálmate, Rauth...
Lo abracé al fin, al fin lo rodeé con mis brazos para que llorase sobre mi pecho, para protegerlo de ese dolor que también me estremecía a mí. Su dolor era como unas manos que me oprimían el corazón, como una voz estridente que me gritaba en el oído destruyendo toda la calma que pudiese envolverme. Su dolor era el sufrimiento derivado de saber que todos nuestros recuerdos estaban impregnados de pasado, de ser conscientes de que nunca más regresaría ese tiempo en el que solamente éramos él y yo en la tierra del amor. Y tenía razón... tenía toda la razón que podía existir en la Historia al pensar que jamás regresaríamos a aquellos rincones donde la vida brotaba de nuestro amor. Y tenía razón cuando pensaba que nuestra unión, la que habíamos interpretado como dulce y brillante, no era sino un truco para que la vida de Lainaya no se interrumpiese, no fuese abatida por el olvido y las sombras. Entonces, yo también lloré.
Lloré por lo pasado, por lo que nunca vendría, por ese presente en el que existíamos sin saber cómo hacerlo. Lloré por su sufrimiento, por su pena, por toda su melancolía; la que siempre, siempre, se había reflejado en sus ojos otoñales, en sus cabellos rojizos, en sus miradas pacientes, serenas y a la vez nostálgicas. Lloré por él por todo lo que lo quería, por lo que deseaba protegerlo...
Mas había algo que nos pedía que dejásemos de plañir, que dejásemos de ser egoístas por unos momentos: el destino de Brisa. Si eran ciertas todas las ideas que revoloteaban por nuestra mente, entonces la vida se convertiría en una senda peligrosa que nos arrastraría hacia instantes que debíamos aprender a vivir juntos cabe todos los seres nobles y mágicos que existían en nuestra vida.
-          Rauth, tenemos que ser fuertes...
-          Yo ya no tengo fuerzas para serlo, Sinéad. Tú tienes a Eros. Lo amas, os amáis locamente, sois felices; pero yo no he conseguido enamorarme de nuevo y no creo que lo haga jamás, pues tú eres la única, has sido la mujer más amada de la Tierra porque vives en mi corazón. Te amaré siempre...
-          Pero eso no es justo...
-          No lo sé si lo es.
-          Lamento muchísimo que te sientas así. Me gustaría que no vieses a Brisita como una trampa de la naturaleza, sino como la prolongación de nuestra unión. Ella tiene todo lo mejor de nosotros. Es bella y dulce como tú, es tranquila y soñadora como yo. Debemos sentirnos inmensamente orgullosos de ella, Rauth. Y Brisita debe ser el motivo más importante que nos incite a luchar por nuestros sueños y nuestra vida.
-          Tienes razón —me sonrió avergonzado.
-          No te sientas tímido por haberte derrumbado así. Puedes llorar siempre que lo necesites delante de mí, de veras.
-          Gracias. Ahora debería irme antes de que transcurriese más tiempo.
-          Cierto...
-          Pero antes tienes que lograr que Leonard nos vea. Es necesario para que viaje con nosotros.
-          ¿Ahora? Creo que no está.
-          Vendré dentro de poco para ayudarte a lograrlo —me prometió con amor mientras se alzaba.
-          ¿Ya te vas, entonces? Brisita quería estar contigo.
-          No estoy animado, lo siento —se excusó nuevamente con lágrimas en los ojos.
-          Vaya, Rauth... —musité con muchísima pena cerrando con fuerza los ojos—. Lo lamento. Ven cuando te sientas mejor, por favor.
-          Vendré... te lo prometo. Y dentro de poco tendremos que prepararnos para hacer ese viaje tan largo, Sinéad. Tengo que estudiar muchísimo sobre Lainaya. Tengo que prepararme todo lo posible... Tengo que conocer todos sus rincones...
-          No te agobies —me reí con cariño mientras, imitándolo, me alzaba del suelo.
-          Adiós, Sinéad.
-          ¿No vas a permitir que Brisita se despida de ti?
-          No, no... No quiero que me vea triste. Dile que he tenido que marcharme antes de que Lainaya me cierre sus puertas... sus invisibles puertas.
-          De acuerdo —accedí con pena.
Rauth se desvaneció antes de que pudiese mirarlo a los ojos por vez postrera. Cuando se esfumó, convertido en neblinas, me quedé paralizada en medio de los árboles, con el arpa tras de mí aún, con el alma temblándome de impotencia, tristeza y miedo. Me preguntaba cómo fluirían los hechos a partir de esos momentos, cómo podríamos vivir conociendo esas sobrecogedoras posibilidades que podían devenir certezas que cambiarían nuestro destino para siempre.
No podía pensar con claridad. Tenía un remolino de sentimientos en mi alma, tenía ganas de llorar, de gritar de impotencia y de miedo; pero, sin embargo, no permití que aquellos terribles y asfixiantes sentimientos me dominasen. Corrí hacia la ciudad más cercana para alimentarme, para encontrar en la sangre la serenidad que me ayudaría a comportarme con tranquilidad y después regresé al castillo. Oí que Brisita y Scarlya reían intensamente en mi alcoba, por lo que no quise molestarlas. Me encerré en la biblioteca y perdí mi imaginación por letras que yo no había escrito, por libros antiguos que pudieren transmitirme saberes perdidos...

2 comentarios:

Uber Regé dijo...

Rauth es Arthur, uno de los personajes a los que tengo más cariño en esta historia... qué curioso que él mismo parezca renunciar a su identidad vampírica, y pretenda refugiarse en otro mundo alternativo... y en realidad es justamente como vampiro como alcanzó el amor de Sinéad y los mejores momentos juntos. Pero parece que los acontecimientos se precipitan: Brisa va a jugar un papel crucial en su mundo si finalmente es, como todo parece indicar, la nueva reina de Lainaya... ¡casi nada! Todo podría ser relativamente fácil si no estuviera medita de por medio un personaje que, curiosamente, está dibujado a través de los testimonios de otros: Alneth. ¿Cuál es su verdadera identidad? ¿Actúa por su cuenta, o en nombre de otros? ¿Sabrá que ha sido descubierta y actuará sin disimulos, o podrán mantener el sigilo? Es muy bonita toda la parte en que se habla de cómo se elige la nueva reina, de su nombre, de la relación con los elementos naturales... todo va encajando de modo muy natural. Me gusta mucho que, de algún modo, esté cerca de la naturaleza vampírica, eso creo yo que le dará más fuerza y le permitirá comprender lo que de otro modo seguramente sería imposible; ella no los rechazará como si fueran monstruos, y posiblemente tenga alguna de sus ventajas. Ojalá Arthur aparezca también alguna vez, lo echo de menos, es uno de mis vampiros favoritos, como dije al principio. Se avecinan novedades, posiblemente tormentosas, este capítulo ha tenido de todo, momentos luminosos y otros más tristes, pero sin duda es genial, me gustaría que alguien que no supiese nada de la historia lo leyera para conocer su opinión, seguro que le encantaba.

Wensus dijo...

Por fin he podido leer la entrada, que días llevo. Me prometiste una entrada emocionante, y has cumplido tu palabra. Por un lado me alegra que las cosas vayan bien entre todos los vampiros, Brisita a encajado a la perfección y se han hecho muy amigos. Aunque Leonard todavía se mantiene alejado, comprensible si no puede ver todavía a Brisa y Rauth. Por otro lado, que pena me da Arthur. Es triste todo lo que dice. ¿Sabes que me imaginaba cuando se confesaba? Una herida al rojo vivo, de esas que duelen mucho. Sus palabras me transmitían eso. Que doloroso es pensar que aquellos tiempos pasados no volverán, tener a Sinéad delante y sin embargo las cosas ya no podrán ser iguales. Como bien dice ella, deben pensar en el presente, mirar al futuro con otra perspectiva. Aunque añore aquellos años, debe mirar adelante sin pensar en el pasado. Es necesario para que pueda ser feliz. Sorprendente el giro inesperado que ha dado la historia, ¡bravo! ¿Quién es realmente Alneth? A mi no me daba buenas vibraciones...Que interesante la historia de las Reinas de Linaya. Todo a punta a que Brisa es la sucesora, por eso Alneth la quería matar.Ahora les espera una vieje muy largo para encontrar a Lumia (interesante personaje). ¿Les acompañará Leonard? ¿Verá definitivamente a Brisa y Arthur? Espero que ilusión la continuación. Como siempre, magistralmente escritoooo!!!