LA BONDAD DE LAS OPORTUNIDADES
La noche brillaba como si no
fuese la oscuridad quien reinaba en el firmamento, sino una innumerable
cantidad de estrellas cuyo fulgor se mezclaba con la luz de las ciudades.
Volaba rápidamente, sintiendo cómo las nubes me rodeaban, notando que los astros
me enviaban un reluciente ímpetu que se acogía en mi corazón como si quisiese
devolverme los latidos que había perdido para siempre hacía ya tantos siglos.
Por dentro de mí gritaba un sinfín de voces que portaban distintos pensamientos
e ideas. Palpitaba en mi alma un inabarcable aliento que me hacía creer que
estaba en mis manos cerrar la puerta de ese pasado tan extraño para abrir una
nueva que nos permitiese adentrarnos en otra tierra donde no existiesen las
lágrimas de tristeza. Sin embargo, pese a experimentar aquellas sensaciones tan
alentadoras, estaba infinitamente nerviosa. No podía pensar con claridad y,
cuando trataba de rememorar los últimos instantes de mi vida, me parecía que
aquélla era la primera noche de mi existencia.
Ya había llegado a Wensuland. La
belleza del bosque que rodeaba las ciudades me recibió con ternura y respeto,
como si mis ojos fuesen los únicos que podían observar aquella naturaleza con
amor. La ciudad en la que se hallaba nuestra morada resplandecía como si las
estrellas hubiesen descendido a la tierra y los edificios y las casas aparecían
quedos y envueltos en un halo de serenidad que atenuó mis nervios. Abandoné el
cielo intentando que nadie se apercibiese de mi llegada y corrí por las calles
en dirección a aquel rincón de la ciudad donde tantos momentos había vivido.
Rogué no encontrarme con ninguna mirada conocida, pues mi voz solamente estaba
dispuesta a dedicarle palabras a un hombre cuya vida estaba apagándose,
perdiéndose por la tierra del olvido.
Apenas pensaba y no permitía que
los sentimientos más profundos me controlasen. Me dejaba guiar por la razón e
intentaba impregnar de calma todos mis movimientos; pero los nervios que
experimentaba se acrecieron cuando me adentré en el edificio donde se hallaba
mi hogar, traspasando el umbral entre el pasado y el futuro. Como la última vez
que había estado allí, subí corriendo los peldaños que me separaban de aquella
morada y me introduje en su oscura soledad apenas sin prestarles atención a las
percepciones que captaban mis sentidos.
Todo estaba oscuro y solitario,
como si aquel hogar no se hubiese llenado de vida desde hacía siglos. Sin
embargo, aún permanecía flotando por los rincones el olor de Scarlya y el de
Eros, mezclados en unas sensaciones que me hicieron recuperar un sinfín de
recuerdos. Me quedé paralizada unos instantes en el salón, observando todo lo
que me rodeaba como si quisiese encontrar en los objetos, los muebles y los
cuadros que lo decoraban la tranquilidad que me faltaba.
No había sonidos que
interrumpiesen aquel espeso silencio que invadía aquella morada. Únicamente se
oía el tictac de los relojes sonando descoordinadamente. Parecía como si
ninguno quisiese marcar exactamente el tiempo, como si los segundos hubiesen
dejado de transcurrir en aquel rincón del mundo. Sentí el impulso de llamar a
Eros, pero mi voz se quedó encerrada en mi garganta. Sin poder evitarlo, de repente
me pregunté qué hacía allí, cuáles eran mis intenciones, qué esperaba de
aquellos momentos, cómo debía comportarme, cómo debía mirarlo... Hasta esos instantes
no me había cuestionado si mi actitud era loable o despreciable, si mi
comportamiento mejoraría o empeoraría las cosas. Me había dejado llevar
completamente por mis sentimientos y por unos instintos mucho más poderosos que
la razón.
Sin embargo, mi corazón me
suplicaba que no intentase razonar sobre los sentimientos que me embargaban el
alma, que no tratase de ponerles razones a aquellos momentos y mucho menos a mi
presencia. Entonces supe que no tenía sentido vivir esos instantes con mi
mente, sino con mi corazón; el que me conduciría por la senda más brillante y
bondadosa, como lo había hecho a lo largo de mi existencia.
Sin recordar ni pensar en nada,
me dirigí hacia la alcoba que tantos días había sido mi refugio. Me introduje
allí sabiendo perfectamente que Eros no estaría en otro lugar. Sí, él estaba
allí, tumbado en aquel lecho vacío, el que tanto nos había pertenecido. Cuando
me adentré en aquella habitación, me embargó una ineludible sensación de
tristeza, melancolía y asfixia que me paralizó. Las paredes, los muebles, la
ventana, todos los rincones: absolutamente todo destilaba abandono, lástima,
congoja, frustración... muerte. Sí, era como si aquel hogar hubiese perecido,
como si el fin de todas las vidas se albergase allí, en una morada que hasta
entonces siempre había relucido de vida y ternura.
-
Eros.
Lo apelé con un susurro que
intenté impregnar de serenidad, pero sonó lleno de tristeza, de culpabilidad,
de miedo, de dolor. Eros no respondió a mi llamado ni siquiera con un gesto. Continuó
tumbado en nuestro lecho con los ojos completamente cerrados. Estaba
paralizado, con la cabeza hundida en la almohada; la que estaba estridentemente
manchada de sus lágrimas. No se movía... Ni tan sólo respiraba. Aquello heló mi
sangre y me hizo actuar prestamente. Abandoné la parálisis que se había
adueñado de mi cuerpo y me situé enseguida a su lado. Traté de apelarlo una vez
más meciéndole delicadamente el hombro.
-
Eros, Eros —lo apelaba extrañada.
Mas Eros estaba profundamente
dormido. No me oía, no me sentía, ni siquiera podía soñar que me hallaba a su
vera. Infinitamente extrañada y levemente asustada, me senté en el lecho y
traté de despertarlo agitándole los hombros con más urgencia, pero su cuerpo
seguía tan paralizado como antes. Entonces, de repente, me di cuenta de que su
piel estaba irrevocable y escalofriantemente pálida, como si su cuerpo no
albergase ni el menor ápice de vida, y que, además, parecía frágil bajo mis
dedos. Temerosa, retiré mi mano de su hombro y así me apercibí de que en su
piel había quedado la huella de mi mano.
-
¡Eros, Eros! —exclamé mucho más asustada que antes, acercándome a él
para que mi voz lo extrajese de aquel hondo sueño—. Eros, despierta, por favor.
Eros, Eros.
Inesperadamente, noté que mi
vestido estaba humedeciéndose. Extrañada, dirigí los ojos hacia mi falda. No
pude evitar proferir un alarido de terror y desconsuelo cuando descubrí que la
cama estaba llena de sangre. Infinitamente nerviosa, le retiré a Eros la manta
que cubría su cuerpo para comprender de dónde provenía aquella sangre. Me
estremecí de horror y tristeza cuando descubrí que aquella sangre manaba de
unas profundas heridas que Eros tenía en los brazos, en el estómago, en el
cuello... No pude pensar en nada, no pude preguntarme por qué tenía esas inquietantes
brechas en su piel... pues mi mente se había llenado de hipótesis dolorosas que
me paralizaron.
Quise volver a agitarlo de los
hombros para arrancarlo de aquel sueño que, sin embargo, brotaba de las garras
de la muerte; pero me daba miedo tocarlo. Tenía la sensación de que su piel se
desharía bajo mis dedos con el menor roce... pero también estaba segura de que
mi voz no lo extraería de ese asfixiante mundo oscuro. Lo apelé un sinfín de
veces más, pero Eros no despertaba. Sus ojos ni tan siquiera hacían el intento
de abrirse y su vida continuaba escapándose de su cuerpo por esas injustas
heridas.
-
Eros, por favor, despierta... Eros, ¿por qué has hecho esto? —le
preguntaba mientras me hería yo en la muñeca para que mi sangre cerrase cuanto
antes aquellas profundas brechas—. ¿Qué querías lograr, Eros? ¿Por qué lo has
hecho?
No pude evitar empezar a llorar
desconsoladamente. Me imaginaba el horrible instante en el que Eros había
decidido poner fin a su vida de aquella forma tan dolorosa y estremecedora. Sin
embargo, tampoco podía estar segura de que aquéllas hubiesen sido sus
intenciones... por mucho que no existiese otra explicación convincente que
justificase la presencia de aquellos cortes tan sobrecogedores. Lo único que
deseaba era curarlo, era devolverlo a mi realidad, a la consciencia, a la vida.
Solamente se me ocurrió darle un poco de mi sangre para devolverle así el
quebradizo ímpetu que necesitaba para abrir los ojos. Con mucho miedo y
delicadeza, entreabrí sus labios con mis trémulos dedos mientras permitía que
la sustancia de mi vida se adentrase en su cuerpo. Cuando rocé sus labios con
las yemas de mis dedos, noté que su piel deseaba convertirse en polvo.
Aquel momento era horrible, era
muchísimo más estremecedor y espantoso que el último que él y yo habíamos
compartido. Ver y sentir a Eros tan inmensamente débil se me había clavado en
el alma, agrietándomela, rompiéndomela en millones de fragmentos
irreparables... Mi ser entero se había llenado de desconsuelo, tristeza,
culpabilidad.
-
Eros, por favor, vuelve junto a mí. No quiero que te marches. No, esto
no tiene sentido, no tiene sentido. Vuelve, vuelve... No me importa nada de lo
que haya pasado. Te juro que, si regresas a mi lado, olvidaré todo... Lo
olvidaré... Por favor, Diosa, no te lo lleves, no te lo lleves... Madre de la
vida, devuélvemelo, devuélvemelo...
No controlaba mis palabras ni
tampoco podía dominar mis sollozos. Lloraba desesperadamente mientras le
entregaba mi sangre a Eros. No me importaba quedarme sin fuerzas si así
conseguía apartar todos los rescoldos de esa muerte que ya había empezado a adueñarse
de su destino, de su cuerpo, de su alma. Yo lo amaba, lo amaba con todo mi
corazón... Lo amaba pese a todo, pese al dolor que me habían hecho sus
palabras, pese a cómo me había destrozado el alma. Lo amaba, lo amaba con una
locura incontrolable y una inabarcable fuerza. No tenía sentido que él se fuese
por pensar que yo no podía entregarle un perdón que, sin embargo, era toda su
vida, toda su vida, así como él me daba la vida con tan sólo mirarme.
-
Eros, vida mía... ven, vuelve, vida mía, vuelve... Necesito que estés
aquí. El mundo no tiene sentido sin ti. Dale sentido a la vida con tus ojos,
con tu presencia, con tu forma de ser. Yo sé que no eras aquél que tanto daño
me hizo. No, tú no eres así, mi Eros...
Al fin, noté que sus heridas ya
se habían cerrado y que mi sangre estaba devolviéndole, pausadamente, el ímpetu
que necesitaba para abrir los ojos o, al menos, para intentar recuperar la
consciencia. Lentamente, retiré mi muñeca izquierda de sus labios y, tras
cerrarme la herida con mi propia sangre, lo miré deseando percibir un sutil
gesto que me indicase que la consciencia estaba volviendo a él. Al fin, sus
párpados hicieron el amago de abrirse; algo que me dejó totalmente paralizada.
-
Eros —lo apelé quedamente acariciándole los cabellos—. ¿Puedes oírme,
Eros?
Sí, sabía que, aunque de forma
vaga e imprecisa, Eros ya podía oírme. Los párpados le temblaban de vez en
cuando, pero quizá todavía no se sintiese capaz de abrir los ojos. Yo no cesé
de acariciarle los cabellos y lentamente iba retirándole con mi pañuelo las
lágrimas que maculaban el contorno de sus ojos. En esos momentos, que Eros
despertase era lo que más me importaba. Incluso había dejado de inquietarme que
mi falda se hubiese llenado de sangre.
-
Eros, Eros...
De repente, muy lentamente, Eros
abrió los ojos; pero los mantuvo entornados, incapaz de permitir que todas las
imágenes que componían su entorno entrasen deliberadamente por su mirada,
aturdiéndolo. Me pregunté qué sentiría él en esos momentos, al notar que la
vida había regresado a él cuando había deseado volverla añicos. De pronto
entendí que Eros había aprovechado la ausencia de Scarlya para poner fin a un
destino quebrado que sin embargo todavía vivía en mi corazón. Intenté
desprenderme de todos esos pensamientos para poder prestarle a Eros toda la
atención que fuese necesaria.
-
Eros...
-
Shiny.
Pronunció mi nombre con una
debilidad que me estremeció, con miedo, con vergüenza, con mucha, muchísima
culpabilidad. La forma en que me había apelado desvelaba todos los sentimientos
que le anegaban el alma, me confesaba lo torturado que estaba, cuánto le
atormentaba la vida en esos momentos. Lo miré hondamente a los ojos para
adentrarme plenamente en su mirada y así transmitirle que estaba a su lado dispuesta
a olvidar todo lo que había acaecido. No necesitaba nada más para saber que
ninguno de los dos podía sobrevivir sin el otro. Sin mí, Eros no tenía vida...
Me lo habían demostrado esas heridas que habían humedecido aquel lecho que
había sido el refugio de nuestros sueños... Y yo no tenía vida sin mi Eros.
Aunque fuese feliz, si él no estaba a mi lado, yo sentía que mi corazón estaba
helado, rodeado y cubierto de escarcha.
-
Shiny —volvió a apelarme, esta vez con un ápice de incredulidad
tiñendo su voz—. ¿Estoy en el cielo, Shiny?
-
No, no —le contesté cariñosamente agachándome un poco para unir más
nuestras miradas—. Estás en la vida.
-
Mi vida no existe ya. Esto es la muerte —musitó cerrando los ojos— y
tú eres mi ángel.
-
No, Eros —le sonreí con amor mientras le acariciaba la frente—.
Mírame, cariño.
-
Quiero morir entre tus brazos. Yo ya no merezco vivir.
-
Sabes que eso no es verdad, Eros. Por favor, mírame. Lo que quiero
decirte no puede ser expresado con palabras.
Extrañamente, Eros abrió los
ojos y los hundió en los míos; los que le pedían que fuese fuerte, que se
desprendiese de esas terribles sensaciones que querían matarlo, los que le
desvelaban que estaba dispuesta a avanzar junto a él (no podía hacerlo junto a
nadie más) por la senda de nuestra vida. Me preguntaba adónde se habría
marchado todo ese rencor, toda esa frustración y la inmensa congoja que me
habían dominado durante aquel tiempo que pasé sumida en la lástima más honda e
irrevocable.
Es cierto que me dolía todo lo
que había acaecido entre nosotros; pero parecía como si la forma en que había
hallado a Eros y el inmensísimo desaliento que se había apoderado de su corazón
les restasen importancia a esos recuerdos que me destrozaban el alma. Además,
Eros me miraba con muchísima vergüenza, culpabilidad y lástima. Aquella mirada
apagaba cualquier rescoldo de rencor que quisiese encerrarse en mi alma.
-
¿Te sientes mejor? —le pregunté sin saber qué decir.
Eros no me contestó. Cerró de
nuevo los ojos y se quedó quieto; mas, inevitablemente, su cuerpo y su
respiración me confesaron que aquella quietud se debía a unas ineludibles y
poderosas ganas de llorar que comenzaron a agitar toda su alma. Las lágrimas empezaron
a resbalar por sus varoniles mejillas y su respiración, la que había sido tenue
y casi imperceptible hasta entonces, se volvió profunda y entrecortada. Al ver
que lloraba tan desconsoladamente, sin pensar en nada, lo rodeé con mis brazos
y lo atraje hacia mí. Eros se apoyó en mi regazo llorando como un niño que ha
perdido toda su inocencia.
-
Eros, Eros, no llores más, cariño. Entonces no habrá servido de nada
debilitarme así —intenté sonreírle, pero su llanto había hecho nacer en mi garganta
un poderoso nudo que me asfixiaba—. Eros, mi Eros...
Eros nunca había llorado así
delante de mí (y seguramente delante de nadie). Su inconsolable llanto me
afectaba tanto que no pude evitar que de mis ojos brotasen unas lágrimas que
arrastraban todo aquel dolor que me había destrozado el alma. Comencé a llorar
abrazada a él, sabiendo que nuestras lágrimas, nuestros sollozos y suspiros de
sufrimiento eran el perdón más hondo y desesperado que podíamos ofrecernos. Yo
no necesitaba nada más para conocer cómo él se sentía, para comprobar que
estaba verdaderamente arrepentido de su comportamiento. Si no veía en su
actitud y en sus lágrimas ese perdón que él anhelaba entregarme, entonces debía
considerarme muerta anímicamente para siempre.
-
Eros, Eros, cálmate, cálmate, cariño. Ya pasó... No llores más, por
favor —le supliqué apenas sin poder hablar.
-
Shiny,
Shiny, Shiny... ¡Shiny, por favor...! ¡Shiny, yo, yo...!
-
Lo sé, cariño, lo sé...
-
Mátame si me dejas, si no estarás conmigo. ¡No
quiero estar vivo sin ti, no quiero! —exclamó irrevocablemente desconsolado.
-
No pienses eso. No te dejaré —le aseguré tomando
su cabeza entre mis manos.
-
¡Shiny, mi dulce Shiny!
El desconsuelo
de Eros era muchísimo más potente y devastador que el huracán más destructivo
de la Historia o que el volcán más ardiente de la Tierra. Lloraba sin poder
respirar, casi sin poder sollozar, y de sus ojos no cesaban de brotar unas
lágrimas espesas que arrastraban al exterior todo su dolor, su culpa, su
desesperación.
Pensé que Eros
estaría llorando hasta que se terminasen las lágrimas, pero al fin se calmó
pausada y vergonzosamente. Yo también había dejado de llorar para poder
centrarme únicamente en consolarlo. Verlo llorar tan desesperadamente me
destrozaba el alma y, además, deseaba conversar serenamente con él. Cuando por
fin ya no brotaron más lágrimas de sus ojos, Eros se sentó en el lecho y,
mientras se limpiaba las últimas lágrimas con un pañuelo ya demasiado usado, me
comunicó con timidez:
-
No me merezco que estés aquí, consolándome.
-
¿Quién decide lo que nos merecemos, Eros? Ahora
no pienses en eso. Lo primero que tenemos que hacer es limpiar toda esta sangre
—le dije intentando no parecer estremecida—. Después hablaremos seria y
profundamente sobre todo lo que necesitemos.
Eros no me objetó
nada. Me ayudó a limpiar toda la sangre que había manchado las sábanas y
después se encerró en el baño para retirarse de su cuerpo y de sus ropajes
todas las señales de su derrota. Cuando nos hubimos vestido con una muda limpia
(por suerte, aún quedaba algún traje mío en el armario), nos sentamos en el
sofá del salón y permanecimos en silencio durante unos largos segundos. Ninguno
de los dos se atrevía a iniciar aquella conversación en la que expresaríamos
todos nuestros sentimientos; sin embargo, yo no deseaba que el tiempo
transcurriese llevándose nuestros pensamientos. Al fin, le pregunté intentando
no sentir temor:
-
¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué ni siquiera te
planteaste la posibilidad de acudir junto a mí para hablar conmigo? Si te
sentías tan verdaderamente arrepentido, yo te habría escuchado, Eros. Jamás te
habría expulsado de mi lado...
-
Ni siquiera me planteé esa posibilidad. Pensaba
que no me merecía que me mirases y mucho menos que me escuchases. Yo mismo me
había destruido la vida y no quería que te enterases de que me sentía tan
derrotado. No era por orgullo, Shiny, sino porque era plenamente consciente de
que me merecía ese insufrible tormento y me daba miedo que tú también lo
creyeses. Prefería marcharme en silencio...
-
¿De veras te propusiste poner fin a tu vida,
Eros? —le cuestioné asustada y profundamente sobrecogida.
-
Sí, Shiny. No creía que hubiese otra oportunidad
para mí y tampoco consideraba que me mereciese pedirte perdón —me contestó
avergonzado—. Para mí no hay vida si no estás a mi lado. Fui un inmenso necio.
Aunque piense que no tengo derecho a hacerlo, me gustaría explicarte lo que me
ocurrió, pese a que ni siquiera yo lo entiendo; pero, si no deseas
escucharme...
-
Sí, deseo escucharte, por supuesto —le respondí
intentando mirarlo a los ojos, pero la mirada de Eros era escurridiza—. Eros, quiero
que me hables con plena sinceridad.
-
Shiny, no sé lo que me sucedió... Bueno, sí...
Creo que, por primera vez en mi existencia, los celos me dominaron
irrevocablemente. Estaba inmensamente celoso, Sinéad; pero realmente lo estuve
siempre, desde que me enteré de que Rauth y tú habíais... Bueno... al final
esos celos controlaron mis pensamientos y mis sentimientos y me hicieron creer
que Scarlya me gustaba. A lo mejor sí me sentía un poco atraído por ella, pero
nada más. Yo creía que ella me gustaba, pero realmente no era así. Cuando
llegaste y me comporté tan monstruosamente contigo, ni tan sólo pensaba lo que
decía y tampoco analizaba los sentimientos que experimentaba. Simplemente me
dejé llevar por esa terrible enfermedad sin preguntarme qué ocurriría después,
cómo te sentirías tú... —me explicaba nervioso y con ganas de llorar—. Sinéad,
cuando al fin Scarlya me hizo abrir los ojos, toda la verdad llegó a mí y me
invadió las entrañas, haciéndome entender que nada de lo que te había dicho y
ni uno solo de los sentimientos que me habían anegado el alma eran ciertos...
Ella no me gustaba, yo jamás creeré todo eso que te dije... Yo nunca podría
vivir sin ti. De repente tu ausencia convirtió en hielo todo mi entorno y me
arrancó las ganas de vivir. Ni tan siquiera podía pensar en un perdón para mí.
Creía firmemente que para mí se había acabado todo, todo, todo... No dejaba de
recordarte, soñaba contigo siempre que dormía... Por eso me negaba a sumirme en
la inconsciencia. Pasaba los días en vela, sin alimentarme, sin pensar en nada
más... Únicamente te tenía a ti en mi mente y en todo mi ser. Eras algo
inquebrantablemente constante... Ha sido un infierno, un verdadero infierno.
No, que la agresividad más violenta me destruya si alguna vez vuelve a existir
la posibilidad de vivir sin ti, Shiny, Shiny.
Eros volvía a
llorar desconsoladamente. Me pregunté cuánta sangre quedaría en su cuerpo, pues
creí que ya había llorado toda la que yo le había entregado. Lo percibía tan
débil, tan frágil... pero fui incapaz de pedirle que no plañese más. Lo abracé
intentando consolar su profundísimo dolor; un dolor que apagaba todas las
dudas, que destruía todo el rencor que alguna vez pudo existir en la Historia.
Lo abracé sabiendo que aquel abrazo era el principio de nuestro nuevo destino,
pero dudando de si Eros lo sentiría así... No me importó que sus lágrimas
volviesen a manchar mi ropa, no me importó todo lo que había ocurrido entre
nosotros. Lo que me interesaba era su sufrimiento, el que deseé desvanecer con
unas caricias dulces que lo estremecían, unas caricias que me comunicaron que
su cuerpo apenas albergaba consciencia y vida.
-
Perdóname, Shiny, por favor, perdóname —me pidió
apenas sin poder hablar. Supe que su voz no sonaba entrecortada únicamente
porque el llanto la ahogase, sino porque la debilidad hacía temblar su vida—.
Perdóname, Shiny. Soy un tonto, soy un absoluto idiota.
-
Cálmate, cariño, por favor. No llores, Eros. No
te preocupes ni te atormentes más. Tienes que alimentarte. Estás muy débil. No
permitas que las lágrimas se lleven tus fuerzas. No temas, no te preocupes por
nada.
-
Shiny...
-
Ya pasó, Eros, ya pasó...
-
Nunca he estado así, nunca.
-
Lo sé, lo sé... Ven, te acompañaré a que te
alimentes. No soporto verte tan débil.
-
Shiny... mi ángel.
-
No, no, los ángeles son inalcanzables. Yo, en
cambio, estoy aquí, contigo, entre tus brazos, y lo estaré hasta que
verdaderamente, sin celos ni rencores, quieras expulsarme de tu vida.
-
¿Cómo es posible que perdones a un ser tan
despreciable?
-
Yo sé que no eres despreciable, yo sé que no
eres lo que ahora mismo crees de ti... y te demostraré que puedes ser tan
mágico como... mucho más mágico que cualquier tierra nacida de la fantasía —le
comuniqué esperanzada, emocionada y enternecida.
Eros no se
opuso. Permitió que lo acompañase durante toda su recuperación. No le impedí
que se alimentase de todos los humanos que necesitase. Cuando al fin sintió que
la sangre le había devuelto todas sus fuerzas, lo conduje hacia mi antiguo
hogar sin saber muy bien si estaba haciendo lo correcto. Estaba nerviosa y
también temerosa. No podía preguntarme qué ocurriría a partir de aquel
instante, pero sí tenía claro que deseaba vivir junto a Eros todos los momentos
que nuestro destino nos tuviese preparados.
-
¿Adónde vamos? —me preguntó extrañado.
-
A mi hogar.
-
Pero... Leonard...
-
No te preocupes por nada. Quiero comprobar algo,
Eros.
-
Shiny, un momento, un momento —me pidió nervioso
intentando detener mi correr.
-
¿Qué sucede?
-
Necesito preguntarte algo, necesito saber
algo...
-
Lo sabrás todo cuando lleguemos a mi hogar.
Deseo que comprobemos algo.
-
Shiny...
-
No tengas miedo —me reí cariñosamente al
percibir su temor y sus nervios. La forma en que había susurrado mi nombre me
había hecho una tierna gracia.
Entramos en
aquel antiguo castillo apenas sin hacer ruido. Eros me seguía atolondrado,
levemente amedrentado y asustadizo... como si temiese que lo encerrase en un
sótano ancestral lleno de telarañas; pero, en lugar de eso, lo conduje hacia mi
alcoba, donde oí que Scarlya y Brisita jugaban animadamente, entre risas y
palabras mágicas. Cuando me introduje en aquel ameno rincón, ambas dejaron de
jugar y me miraron con felicidad. Al apercibirse de que no estaba sola, Scarlya
se estremeció y su mirada se impregnó de desconfianza y a la vez alegría.
-
Un momento, Scarlya. No digas nada, por favor
—le pedí cariñosamente, aunque estaba infinitamente nerviosa.
-
De acuerdo... —me contestó ella confundida.
-
Shiny... —susurró Eros sorprendido.
-
¿Qué sucede, Eros?
Eros no me
contestó. Me estremecí y me sobrecogí cuando me di cuenta de que permanecía
observando fijamente a Brisita, quien lo miraba extrañada y con un poquito de
desconfianza. Cuando comprendí que Eros sí podía ver a Brisa, unas intensísimas
ganas de llorar anegaron todo mi ser.
-
¿La ves? —le pregunté intentando que mi voz no
sonase quebrada.
-
Por supuesto que la veo, Shiny. Ella es... ¿es
tu hijita? —me cuestionó entornando los ojos.
-
Sí. Se llama Brisita... Bueno... Brisa —sonreí
amorosamente mientras me acercaba a ella y la tomaba en brazos—. Quería
comprobar si podías verla. Que puedas hacerlo tiene mucho más significado de lo
que piensas, Eros.
-
Hola, Brisa —la saludó Eros con respeto y
culpabilidad—. No entiendo por qué tu mamá dice eso... Es imposible no verte...
pues brillas muchísimo, muchísimo... y eres preciosa.
-
Gracias —dijo Brisa agachando los ojitos. Su
timidez nos hizo reír a todos—. Shiny dice eso porque solamente pueden verme
quienes tengan magia en su alma.
-
¿Cómo? —se rió él con amor—. Yo no soy mágico.
-
Eres puro —le comunicó Brisa con vergüenza.
-
Leonard no puede verla —le anuncié a Eros con
pena—; pero yo pienso que no es porque no sea puro, al contrario, es porque la
tristeza no se lo permite.
-
He hablado con él —me confesó Scarlya nerviosa—.
Sinéad, ya lo sabe todo. Se ha opuesto a que Eros y tú hablaseis, pero
enseguida ha aceptado que debíais hacerlo. Lo ha entendido, pero apenas ha
querido conversar conmigo.
-
No es extraño.
-
¿Qué sucede, Sinéad? —preguntó Leonard de
pronto—. ¿Acaso vas a olvidar todo lo que ocurrió?
-
Sería inútil e injustísimo que no lo hiciese.
Sabes perfectamente a qué especie pertenecemos. Sabes que podemos ser
controlados irrevocablemente por la terrible faceta que adquirimos al
convertirnos. Sabes cuánto mal podemos hacer cuando ese carácter tan indomable
y horrible nos embarga... Leonard, Eros y yo no podemos estar separados.
-
¿Y qué sucede con Rauth? —me cuestionó
desafiante.
-
Con Rauth debía estar para tener a mi tesorito,
para poder alumbrar a la niña más hermosa y mágica de la Historia... pero tanto
él como yo sabemos que mi destino no está en esa tierra, sino aquí, junto a
vosotros, y junto a vosotros quiero ser feliz... junto a vosotros y cabe mi
Brisita... Ella también ha nacido para estar en este mundo, para otorgarle
magia a esta realidad. Evidentemente, cuando las dos lo deseemos profundamente,
podremos regresar a la tierra de la magia siempre que queramos; pero por el
momento las dos nos quedaremos aquí, a vuestro lado... y anhelo que olvidemos
todas las lágrimas y todo el dolor, aunque ahora parezca algo imposible.
-
Sinéad, nunca dejarás de enseñarme —me dijo
Leonard emocionado.
-
Leonard, nuestra vida es eterna. Es doloroso que
nos enemistemos con quienes más queremos —intervino Scarlya con vergüenza—. Es
cierto que ya no podremos ser lo que fuimos, pero por lo menos quiero ser tu
mejor amiga, tu mayor cómplice en esta vida... Deshazte de la tristeza si en
verdad quieres conocer a Brisita, Leonard. En cuanto ella entre en tu
existencia, sentirás que toda la oscuridad que cubre tu presente, que ha
cubierto tu pasado y que puede cubrir tu futuro se convierte en luz.
Leonard se
quedó pensativo, emocionado, luchando contra unas revoltosas ganas de llorar
que anhelaban humedecerle los ojos. Al fin, con una voz cargada de
sensibilidad, ternura y gratitud, nos comunicó:
-
Estoy dispuesto a empezar de nuevo. Si Sinéad ha
sido capaz de perdonarte, Eros, yo no tengo motivos para no hacerlo.
-
Muchas gracias, Leonard.
-
Soy capaz de perdonarte porque yo también me he
comportado de forma lamentable con ella en algunas situaciones por culpa de esa
terrible faceta que vive en lo más hondo de nuestro ser y ella siempre,
siempre, me ha perdonado sin sentir el menor ápice de rencor... Te perdono
porque ella misma fue quien me enseñó que la indulgencia llena el alma de
bondad y magia.
Aquellas
palabras fueron una caricia para todos, una enseñanza para Brisa, el principio
de aquel presente que todos queríamos llenar de magia y luz. Miré con cariño a
Eros y descubrí que de nuevo brotaban lágrimas de sus ojos. Sin pensar en nada,
solamente sintiendo el amor que le profesaba, dejé que Scarlya cogiese en
brazos a Brisita, me acerqué a Eros y lo abracé con muchísima ternura.
Inesperadamente, Eros tomó mi cabeza entre sus manos y me miró hondamente a los
ojos a través de mis lágrimas. No necesité palabras para saber qué deseaba.
Como si en realidad nos hallásemos solos en medio del bosque, me arrimé a sus
labios y empecé a besarlo con muchísima dulzura, olvidándome del pasado, de los
errores, de la tristeza... permitiendo que aquellos besos me lanzasen a unos
nuevos instantes cuya magia y beldad destruirían la oscuridad del pasado.
-
Te quiero, Shiny —susurró tiernamente.
-
Te quiero —le contesté con pasión dejándome caer
entre sus brazos—. Te quiero, te quiero.
-
Te amo, mi Shiny, mi vida, mi vida... mi amor,
mi único amor.
Nadie dijo
nada, nadie protestó. Todos habíamos construido una realidad en la que
solamente podíamos vivir nosotros, una realidad que nos protegería del rencor,
del olvido, de la maldad, de la tristeza; una realidad que poco a poco fuimos
convirtiendo en una senda que juntos enderezamos para que no se inclinase hacia
los recuerdos punzantes. Y de ese modo empezó para nosotros, en aquel antiguo
castillo, un nuevo presente que nos hacía reír, que nos hacía despertar de
súbito recordándonos lo bonita que se había vuelto nuestra vida de pronto
gracias al perdón.
2 comentarios:
¡Vivaa! Las cosas parece que han vuelto a su sitio. Son muchos años juntos, conscientes de lo que son, cuales son sus impulsos y ese lado oscuro que les domina de vez en cuando. Sinéad ha sido sabido ver más allá, dejar el orgullo, rencor, la tristeza y los celos para mirar con el corazón, de esa forma a conseguido ver las cosas de verdad, viendo lo que importa. Me daba mucha pena Eros en ese estado...pensando que para él ya no había ninguna oportunidad para volver junto a ella. Quería morir si no estaba con Sinéad. Hoy Sinéad ha dado una gran lección a todos, inclusive Leonard, que es más cabezota. Todos cometemos errores, y viviendo tantos años es imposible no equivocarse y cometer algunos. Todos han sido sinceros y han abierto sus corazones. Has transmitido muy bien la desesperación, el desasosiego de la situación con tu forma magistral de escribir. De la pena nos llevas a la alegría, del miedo por la muerte de Eros a la felicidad al ver que las cosas se arreglan. Esta entrada es preciosa. Un futuro esperanzador les espera a todos junto a Brisa, y yo quiero ser testigo de ello. Un besicooo!
Reconozco que me he estremecido en la escena en que Eros trata de quitarse la vida al haber comprendido que ha perdido el amor de Sinéad, he pensado que las heridas que se causó debían de ser tremendas, pues de otro modo se cierran por sí mismas... podía haber sido una tragedia. Es muy bonito el diálogo que luego emprenden, y que lleva desde la incredulidad hasta la reconciliación, estremece notar cómo Eros al principio inclusa piensa que ha muerto... pero es que están hechos el uno para el otro, y aquí es Sinéad quien pone todo lo necesario de su parte para que finalmente Eros y ella se reconcilien. Luego el encuentro con Brisa y Leonard va poniendo las cosas en su sitio, en ese sentido es indudable que Leonard está haciendo un gran esfuerzo, ¡qué pena me da que sea el único en no ver a la nena! Confío que tal vez más adelante... pero bueno, de momento las cosas parece que se van encauzando, ¿qué vendrá a continuación?
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