lunes, 27 de octubre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 17. LA ASFIXIANTE VOZ DE LA OSCURIDAD


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 17. LA ASFIXIANTE VOZ DE LA OSCURIDAD
Aquel turbio y asfixiante sopor que se había apoderado de mi consciencia se quebró de repente. Me desperté tan súbitamente que ni siquiera tuve tiempo para despedirme de la oscuridad del sueño. Abrí los ojos como si alguien me hubiese abofeteado brutalmente. Miré desorientada y asustada a mi alrededor y entonces pude darme cuenta de que estaba tendida en un lecho lleno de residuos de vida podridos y olvidados, de hojas apagadas y secas, de pedacitos de ramas punzantes y de piedras sucias, entre las cuales reposaban charcos de agua negra y putrefacta. Sentí ganas de vomitar, pero me contuve. Traté de levantarme antes de seguir notando la podredumbre que alfombraba aquel suelo, pero entonces me percaté de que estaba retenida por unas cadenas de hierro oxidado. No podía mover las manos y tampoco podía incorporarme, pues aquellas ennegrecidas cadenas me rodeaban la cintura y las piernas. Quise gritar pidiendo ayuda, pero enseguida comprendí que lo mejor que podía hacer era quedarme quieta, aguardando el momento de usar mis facultades niedélficas para huir de allí.
Miré desesperadamente a mi alrededor buscando con mis aterrados ojos a mis seres queridos, pero lo único que me rodeaba eran cuerpos muertos que casi habían desaparecido y aquella naturaleza irrevocablemente fenecida. Inesperadamente, reparé en que había perdido todo mi aliento. No tenía fuerzas para seguir luchando por mi vida y empecé a creer que aquel momento era el fin de nuestro viaje, que todo nuestro esfuerzo había sido en vano, que a partir de ese instante lo único que nos esperaba era la muerte. Sin embargo, cuando aquellas certezas anegaron mi mente, una ira furiosa surgió por dentro de mí, invadiendo mi alma de pensamientos vigorosos:
-          No pienso permitir que la oscuridad me venza —susurré con fuerza y aliento—. Tenemos que ser fuertes. Sé que puedo desprenderme de estas asquerosas cadenas, pero no puedo actuar impulsivamente.
Mi voz sonó llena de ímpetu. No podía permitir que mi alma se anegase en desaliento. La vida de mis seres queridos y de Lainaya dependía de nuestro ánimo y de nuestra valentía, así que, antes de empezar a pugnar contra aquellas oxidadas cadenas, intenté idear la mejor forma de escapar de allí; pero me costaba mucho concentrarme. El mal olor que emanaba de esa agua putrefacta, de esos cuerpos muertos y podridos y de esas piedras sucias me impedía pensar con claridad. Además, la oscuridad que me rodeaba me nublaba la visión.
Aquel ambiente opresivo y cargado de muerte estaba impregnado de sonidos escalofriantes cuya procedencia era incapaz de determinar. Se oían gritos estridentes, palabras impulsadas por la ira más dañina, golpes estruendosos (como si alguien golpease los árboles con una indestructible roca), amenazas, incluso bofetadas... Me estremecí al plantearme la posibilidad de que alguna de aquellas palabras o alguno de aquellos golpes estuviesen dirigidos a alguien que yo quería con toda mi alma. Entonces, de repente, comencé a tener tanto miedo que todo ese vigor que había invadido mi alma se convirtió en inseguridad y desesperación.
-          Ugvia, por favor, ayúdame, ayúdame. No permitas que esto ocurra, por favor... —empecé a suplicar apenas sin alzar mi voz.
Entonces, de súbito, noté que, por dentro de mí, se prendía una llama que templó mis sentimientos y destruyó el frío que el temor había instalado en mi alma. Empecé a sentirme protegida, como si me rodeasen unos brazos poderosos y eternos, y ese miedo que había apagado mis impetuosos pensamientos se tornó unas palabras de aliento que parecían proceder de lo más remoto de la Historia, de lo más profundo de la tierra:
«Sinéad, no desistas, no te rindas. Eres fuerte. Puedes combatir la oscuridad, puedes alcanzar tu destino. Solamente necesitas ser valiente. Yo te guiaré, Sinéad, pues no quiero que mi creación se pierda y de vosotras, doncellas de la luz y de la magia, depende que Lainaya siga existiendo. Álzate y camina, puedes hacerlo si lo crees. Eres mágica, tienes en tu interior una gran, poderosa e inagotable cantidad de magia. Levántate, Sinéad. Esas cadenas no te retienen enteramente. Únicamente impiden que tu cuerpo se mueva; pero tu espíritu es mucho más vigoroso. Sí, Sinéad, puedes hacerlo. Hazlo, hazlo».
Aquellas palabras me infundieron un ánimo que no cabía dentro de mí. Obedecí aquellas cariñosas y poderosas órdenes, sin preguntarme si aquel instante podía ser real, intentando no estremecerme al saber que Ugvia, la divinidad de Lainaya, se había comunicado conmigo. Me incorporé ignorando el daño que me hacían esas horribles cadenas al clavarse en mi cuerpo, deseando incesante e insistentemente que la libertad me asiese de las manos y me ayudase a caminar.
Me hallé pronta a lanzar una exclamación de sorpresa y felicidad cuando me percaté de que mi fuerza de voluntad estaba deshaciendo las cadenas que me apresaban; pero de repente, cuando estaba a punto de desprenderme definitivamente de esos hierros oxidados y sucios, alguien me aferró violentamente de los brazos y me lanzó al suelo sin el menor rastro de consideración. Grité de horror cuando noté que se habían cerrado en torno a mis brazos unas manos ásperas, llenas de desperdicios y suciedad que exhalaban un olor nauseabundo.
-          ¡Déjame en paz, inmundo monstruo asqueroso! —chillé desesperada de repugnancia—. ¡No me toques! ¡Ay, basta, basta!
-          ¿Te dan asco mis manos? —me preguntó una voz que más bien parecía una risa burlona—, pues espera un instante, ya verás.
Entonces esas repulsivas manos empezaron a deslizarse por todo mi cuerpo, colándose incluso por mis rincones más íntimos. Intenté golpearlas para apartarlas de mi lado, pero las cadenas que me retenían se fortalecieron y de nuevo me impidieron moverme. Sentí ganas de vomitar y de llorar de rabia, pero me contuve para no perder mi fortaleza.
-          Dime qué puedo hacer, Ugvia...
-          ¿Ugvia? ¡Bah, qué ingenua eres! Ahora mis compañeros y yo nos aprovecharemos de tu maravilloso y limpio cuerpo...
-          No, no, no —grité desesperada—. ¡No me toques, maldito!
«Sinéad, no estás sola. Puedo ofrecerte lo que desees, igual que haré con tus seres queridos, para que podáis vencer la oscuridad. Anhela lo que sea, que yo te lo concederé. Incluso puedo devolverte el cuerpo que tienes en tu otra vida para que te sientas más fuerte», me habló de nuevo la misma voz de antes.
-          ¡Sí, sí, sí! —exclamé casi extasiada de alivio—. ¡Quiero volver a ser vampiresa, por favor, Ugvia! ¡Devuélveme mi cuerpo inmortal y poderoso!
-          ¿Qué estás diciendo? —se burló aquel ser inmundo—. Vas a morir, junto con tus compañeras de viaje, en una gran hoguera de la que no podréis escapar —se rió malévolamente—. Nuestra reina, Serfidia, ha preparado un gran banquete para vosotras, para despediros bien de la vida. Ha cocinado manjares suculentos para vosotras.
-          ¡No pienso permitir que nos hagas daño! —aseguré confiada y envalentonada.
-          ¿Y cómo piensas evitarlo? En este mundo, eres una insignificante hada que no puede luchar contra la oscuridad.
-          Estás muy equivocado, asqueroso ser... Dime, ¿en realidad te place ser tan cruel? ¿Por qué no sientes ni el menor ápice de compasión por nosotros? —le pregunté tristemente cuando me di cuenta de que de sus oscuros e incomprensibles ojos emanaba un sinfín de emociones punzantes—. Si todos cambiaseis, podríamos vivir amenamente en Lainaya.
-          NO dices más que sandeces. La magia de Lainaya es patética. En cambio, la de la oscuridad es magnífica y sobrecogedora. Mira allí —me ordenó agarrándome de la barbilla con su sucia mano—. ¿Ves esos cuerpos que están pudriéndose?
-          No necesito ver nada —protesté a punto de vomitar intentando separarme de aquellos sucios y heridos dedos.
-          Fíjate bien en lo que sucederá ahora. Ahora, simplemente porque yo lo deseo, de este oscuro e impenetrable cielo caerá un rayo que incendiará este lugar. Tengo entendido que los niedelfs no soportáis el fuego... ¿Me equivoco esta vez?
-          No hagas eso...
-          ¡No eres mi reina, por lo que no tienes derecho a ordenarme nada! —me gritó zarandeándome—. ¡Serfidia, venid con vuestro ejército! ¡Estamos preparados para el banquete!
-          ¿Le has comunicado que los unos se comerán los fragmentos del cuerpo de los otros? —se burló Alneth de pronto con una voz que me estremeció—. Estúpida Sinéad, pensabas que con vuestra magia podríais vencernos, pero no habéis hecho más que  revelarnos el lugar por el que vagabais. Por cierto, todo eso que habéis creado con tanto esfuerzo ya ha desaparecido. Recuerda que la oscuridad es mucho más poderosa que la luz.
Alneth me hablaba como si yo fuese el ser más despreciable e inútil de la Historia. Sin embargo, lo que más me estremeció no fue escuchar el tono de sus hirientes palabras, sino ser consciente de que todo nuestro esfuerzo había sido banal, de que toda la luz y la vida que habíamos sembrado con nuestra magia ya se había convertido en muerte. Mi alma se llenó de tristeza y desconfianza. Me parecía imposible que salvásemos Lainaya si la oscuridad era tan potente y devastadora. No obstante, mi pena y mis temores se acrecieron estridentemente cuando reparé en que, tras Alneth, había un incontable número de seres extraños y de aspecto desagradable, cuyos ojos apenas brillaban, cuyos labios abiertos mostraban dientes negros y podridos. Me pareció que sus fétidos alientos llegaban hasta mí, lo cual intensificó las ganas de devolver que tenía.
-          No quiero vivir esto, Ugvia, no quiero. Por favor, no me abandones. No nos abandones como la divinidad ha hecho con los humanos allí en la Tierra. Sé que tú nunca dejarás de defender lo que creaste y a tus hijos. Todos hemos nacido de tu mágico e invencible seno, de tu bondadosa alma. Por favor, no me abandones...
-          ¡Ugvia no existe, ingenua Sinéad! —me gritó Alneth con rabia y sarcasmo—. ¿Cómo es posible que seas tan estúpida?
-          ¡Ugvia sí existe! —la contradije herida.
-          ¡No existe! Si lo hiciese, no habría permitido que yo me adentrase en Lainaya y sin embargo no se opuso cuando yo me introduje en su insignificante creación —se rió complacida.
-          Lainaya no es insignificante —susurré estremecida de pena.
-          Ya basta. Ya hemos alargado suficiente este momento. Estoy empezando a aburrirme... Por favor, Ashiestrustren, llévala hacia donde están todos. El banquete está a punto de empezar. Brisita y Adina ya están colocadas en los lugares pertinentes.
-          ¿Qué estás diciendo? ¡No les hagas nada! —exigí a punto de ser embargada por un ataque de histerismo.
-          Y la otra... ¿Scarlya se llamaba? Sí, pues esa está a punto de convertirse en fuego. Qué pena... Lainaya se quedará sin su reina... por lo tanto, desaparecerá en el olvido y la oscuridad será muchísimo más poderosa...
-          No lo permitiré...
-          ¿Sigues creyendo que podrás vencernos?
En esos momentos, aquel monstruo maloliente que me aferraba con desconsideración de los brazos ya estaba arrastrándome por aquel sucio suelo. No pude evitar ser atacada por unas arcadas profundas que estuvieron a punto de descontrolarme definitivamente. Me estremecía continuamente de repulsión al notar que mis hermosos ropajes estaban tiznándose de aquella suciedad tan podrida y que aquellos fétidos charcos de agua estaban manchando todo mi cuerpo y mis cabellos.
-          Ugvia, Ugvia...
«No desesperes, Sinéad. Necesito que estéis todos juntos para poder actuar. No temas, no permitiré que os dañen ni a ti ni a tus seres queridos. Por supuesto que defenderé Lainaya. Nunca abandonaré mi creación... Si lo hiciese, yo desaparecería, puesto que Lainaya es la materialización de mi alma. No tengas miedo. NO pierdas la fe, por favor».
Las palabras de Ugvia parecían provenir del instante más antiguo de la Historia. Las oía sin poder entender la voz que las pronunciaba, sin apenas plantearme la posibilidad de que su aliento fuese efímero. Me aferraba a los sentimientos que se desprendían de sus palabras como si fuesen el borde de un abismo por el que la oscuridad deseaba lanzarme.
Permití que aquel repugnante ser me arrastrase hacia un lugar que no me atrevía a imaginarme apenas sin protestar, sin ni siquiera desvelar con mis ojos los sentimientos que experimentaba. De repente, noté que el suelo en el que nos encontrábamos cambiaba y se convertía en una espesa ciénaga que exhalaba un olor insoportable que, inevitablemente, me hizo empezar a vomitar.
-          Qué insignificante y delicada eres —se burló Alneth con malicia—. Mira, Sinéad, Brisita está bañándose en este maravilloso lago.
-          No puedo más —protesté tras conseguir dejar de vomitar.
Cuando las náuseas me abandonaron por unos momentos, alcé la cabeza y entonces vi que otro ser indescriptible y de apariencia sobrecogedora aferraba a Brisita de la cabeza y la sumergía sin el menor rastro de cautela en aquel lago lleno de cuerpos muertos, de residuos de vida, de aguas estancadas que olían a podredumbre, a muerte, a finitud.
-          ¡Brisa! —grité desesperadamente cuando la vi—. ¡brisa, Brisa!
-          Calla, Sinéad. No chilles —me ordenó Adina de pronto. Me estremecí de alivio y temor al mismo tiempo cuando me di cuenta de que estaba enfrente de mí—. Es inútil que protestes. Todo se ha acabado, Sinéad. Dentro de poco, esta asquerosa ciénaga se convertirá en fuego y todos moriremos quemados. Lainaya desaparecerá para siempre.
-          ¡No pienso permitirlo! ¡Tenemos que hacer algo, Adina! ¡No puedes rendirte así! ¡Ugvia no dejará que Lainaya desaparezca! No cesa de asegurármelo.
-          Sinéad, tenemos que rendirnos. Es inútil que luchemos contra la oscuridad. Es muchísimo más poderosa que nuestra magia —lloraba Adina. Era la primera vez que la veía tan desalentada. El ímpetu y la valentía que siempre se habían desprendido de sus miradas y de sus gestos se habían convertido en abatimiento.
-          Sé que no estamos solas, Adina. Ugvia está con nosotras. Tiene un plan, estoy segura de ello. Lo que no podemos hacer es rendirnos. Tenemos que desear que la oscuridad desaparezca y debemos esforzarnos por convertir en luz toda esta negrura y en vida, toda esta muerte...
-          Es inútil, Sinéad...
-          No lo es, no lo es...
-          ¿No notas que estas aguas ya están empezando a templarse? —me preguntó Adina desafiante.
-          Sí, lo noto, pero sé que no moriremos...
Sabía que aquel instante no era nuestro fin. Nuestro destino no se acabaría en aquel momento tan delirante, en medio de unas aguas llenas de muerte, bajo una oscuridad tan impenetrable y escalofriante. Por dentro de mí sentía que Ugvia no me había abandonado. Su luz brillaba en mi alma, haciéndome confiar plenamente en nuestro hado, en nuestra magia. Aunque Adina creyese que aquello era inútil, yo empecé a desear que todo nuestro entorno cambiase y que toda la muerte que nos rodeaba se tornase vida. Lo anhelé como lo había hecho antes en medio de aquel jardín fenecido o en aquel valle repleto de finitud y podredumbre.
También recordaba que Ugvia me había asegurado que podría concederme cualquier deseo, incluso me había ofrecido devolverme mi cuerpo vampírico. Aquel recuerdo me impulsó a empezar a ansiar, con una vehemencia sobrecogedora, que dejase de ser esa hada tan mágica para convertirme en la vampiresa que era antes de adentrarme en Lainaya; aquella vampiresa poderosa, inmortal e invencible que podía combatir cualquier adversidad física que se interpusiese en su camino. Anhelaba tantas cosas, tantas que por unos largos momentos me olvidé de donde estaba, de que me hallaba detenida en un lugar y un instante demasiado delirantes.
Inesperadamente, mi interior se llenó de fuego, de luz, de deseos que no tenían principio ni fin, de fuerza, de valentía. Creí que todo mi entorno se había vuelto luz y que la oscuridad había desaparecido. Me sentí tan poderosa de pronto que no pude acordarme del miedo ni de la inseguridad. Tenía los ojos cerrados, pero sabía que la oscuridad todavía me acechaba. Sin embargo, ya no la temía, ya que mi cuerpo estaba anegado en ímpetu y valentía.
Me costaba creerme que aquel momento y las sensaciones que experimentaba fuesen reales. Percibí que mi piel se enfriaba, que mi mente se llenaba de recuerdos y de necesidades que no sentía desde hacía muchísimo tiempo, que mis ojos se engrandecían en sus cuencas, que mi dentadura cambiaba, que tanto mi interior como mi exterior crecía, que dejaba de ser frágil... Y todo esto sucedía rápida, pero dolorosa e intensamente, como si fuese un sueño mágico donde las realidades, el espacio y el tiempo se mezclan hasta formar parte de la misma dimensión, donde es imposible preguntarse si lo que vivimos es real...
-          Ya soy vampiresa, lo sé, lo sé —me dije susurrando apenas sin poder hablar. De repente noté que la sed incendiaba mi cuerpo. Además, mis dientes me dolían, me dolían porque mis colmillos estaban volviendo a crecer—. Soy poderosa, vuelvo a ser yo, soy yo de nuevo, soy yo —me decía emocionada.
Mientras mi transformación se operaba dolorosamente, haciéndose real, mi entorno no dejaba de temblar. Las aguas en las que todas estábamos introducidas estaban tornándose lava, pero yo no tenía miedo, puesto que mi cuerpo no dejaba de revelarme que cada vez era más fuerte, más vigorosa e invencible. Saber que había recuperado mi forma vampírica me hizo tener ganas de gritar de euforia, de felicidad, de alivio; pero me contuve, me aferré incluso a la sensación de la sed —la que no experimentaba desde hacía muchísimo tiempo— para cerciorarme de que aquel momento era verídico, era real, formaba parte de mi vida.
-          ¿Qué está sucediendo? —preguntó Alneth de pronto—. ¿Qué estás haciendo, estúpida Sinéad?
«Ya puedes abrir los ojos y enfrentarte a la oscuridad, Sinéad. Ya eres fuerte, ya vuelves a ser invencible», me alentaba de nuevo la inconcreta voz de Ugvia. «No tengas miedo, no temas. Todo empieza a ir bien... Sé valiente, confía en ti, Sinéad».
Sí, confiaba en mí, pues notaba que mi piel ya se había endurecido, que mi cuerpo albergaba toda esa fuerza que siempre me había acompañado desde que me había convertido en vampiresa, dejando definitivamente la humanidad atrás, porque sentía que mi corazón ya no latía, porque podía detectar la potencia de la sed recorriendo todo mi ser... porque volvía a ser yo. Estaba segura de que nada podría abatirme. Era mucho más poderosa que cualquiera de esos seres que trataban de vencernos para siempre.
Así pues, abrí los ojos, sintiendo que la sed ardía en mi mirada, y sonreí mostrando mis colmillos, demostrándoles a esos malditos seres de la oscuridad que yo también podía ser terrorífica. Entonces, empleando todas las fuerzas que se resguardaban en mi cuerpo, rompí con mucho esfuerzo las cadenas que me retenían, me alcé y me desasí con desesperación y desprecio de las sucias manos del ser que me apresaba. Me erguí entre las sombras y la podredumbre que inundaban aquel repulsivo lago como si fuese la reina de las sombras, como si fuese el ser más inexpugnable de la Historia. Me levanté sintiéndome totalmente orgullosa de ser quien era, de poder mirar a mi alrededor sin que el miedo se adueñase de mi cuerpo. Ya estaba cansada de percibirme frágil y temerosa.
-          ¡Sinéad! —exclamó Adina sorprendida—. ¿En qué te has convertido? ¡No puede ser! ¡Tú no puedes habernos engañado también! ¡Es imposible que tú también pertenezcas a la oscuridad!
-          No, Adina, yo no os he engañado. Yo era vampiresa antes de entrar en Lainaya y le he rogado a Ugvia que me devuelva mi vampirismo para poder ayudaros. Yo no pertenezco a la oscuridad, te lo aseguro —le contesté con dulzura y calma.
-          ¿Cómo puedes ayudarnos?
No le dije nada. Apenas podía pensar. La sed me hacía sentir furiosa y nerviosa. Rápidamente recordé todas las facultades que mi vampirismo me ofrecía y entonces mi alma se llenó de placer, euforia y magia. Sin preguntarme si aquello sucedería, empecé a desear que nuestro entorno se convirtiese en lluvia, en viento y en luz. Sabía que la luz podía dañarme, pero también recordaba que no me mataría. Anhelé conectarme con el espíritu de la naturaleza tal como lo había hecho en incontables ocasiones para manejar el tiempo y el espacio a mi deseo...
-          Diosa, ayúdame —le pedí inaudiblemente mientras me despegaba de la tierra, de esa agua putrefacta y sucia, y empezaba a levitar por encima de toda aquella podredumbre, aún deseando que la naturaleza se conectase irrevocablemente con mi alma para que juntas pudiésemos destruir aquella dolorosa y maloliente oscuridad.
-          ¡Sinéad! —exclamó Scarlya de pronto al ver que me acercaba a ella siendo lo que fui cuando nos habíamos conocido—. ¡Yo también quiero recuperar mi vampirismo, Sinéad!
-          Pídeselo a Ugvia, Scarlya. Ella te escuchará.
-          ¿De verdad? Me siento muy débil...
-          De veras...
Scarlya cerró los ojos y se concentró profundamente. Pareció como si aquel mundo horrible y oscuro hubiese desaparecido para ella. Entonces vi que unas densas brumas empezaban a rodearla y que su imagen tierna y hermosa desaparecía, volviéndose solamente un recuerdo. Mientras esto ocurría, los seres desagradables y de aspecto escalofriante que querían matarnos nos observaban estupefactos. El monstruo que me había apresado me miraba apenas sin poder creerse lo que acaecía. Sus pequeños, negros y tenebrosos ojos estaban llenos de violencia y maldad, pero su arrugado rostro expresaba sorpresa e incomprensión. Sus grandes y sucias manos se habían quedado hundidas en aquella estancada y podrida agua donde él había intentado ahogarme. Yo me hallaba en el horroroso cielo que cubría aquella tierra de muerte y pánico, lejos de toda aquella crueldad.
De repente, Scarlya reapareció entre aquellas nieblas aparentemente indisipables, oscuras y espesas. Apareció brillando como si se hubiese convertido en la luna, como si las estrellas de la tierra más bondadosa y mágica le hubiesen otorgado su luz. Me estremecí de sorpresa y alivio cuando me di cuenta de que se había transformado en la vampiresa hermosa, singular y mágica que era antes de adentrarse en Lainaya. Volvía a tener esos cabellos largos, castaños y relucientes, esos ojos pequeños y almendrados que tanto expresaban, ese rostro bello y perfecto que siempre desvelaba los sentimientos que anegaban su alma, ese cuerpo refulgente y ágil, esa sonrisa a la vez estremecedora e hipnótica... Scarlya sonreía de felicidad, pero de sus ojos se desprendía también muchísima incomprensión. Le costaba aceptar todo lo que estaba acaeciéndole.
-          No puede ser —rió gozosa tañéndose su cuerpo—. Me siento tan fuerte ahora...
-          Eres fuerte...
Cuando pronuncié aquellas palabras, inesperadamente, el ambiente que nos rodeaba se tiñó de oscuridad y descontrol. Scarlya se disponía a salir de aquel lago lleno de podredumbre cuando todos esos espíritus amorfos que obedecían a Alneth se lanzaron a nosotras. En sus ojos destellaba la furia más indestructible y devastadora y de sus labios entreabiertos emanaban gritos de desafío e ira. Intenté apartarme de ellos; pero, cuando estaba a punto de huir de sus intangibles garras, uno de esos monstruos de forma inexplicable saltó hacia mí, portando en su oscura piel el horrible hedor de aquellas putrefactas aguas. Sus largas y afiladas uñas me arañaron el rostro y sus gruesos dedos me aferraron con desesperación y violencia de la cintura. Chillé de pánico y repulsión cuando noté que aquel maldito ser me arrastraba hacia las profundidades de un abismo que yo no había advertido en ningún momento.
Mas entonces recordé que yo era invencible, fuerte y poderosa y de que de mis ojos podía brotar todo mi poder convertido en llamas que podrían destruir todo lo que me rodeaba. No vacilé ni me acobardé. Deseé que mi mirada irradiase todo mi vigor, que aquel ser que intentaba destrozarme con sus sucias uñas desapareciese... Lo miré anhelando que mis ojos lo convirtiesen en polvo; pero, cuando creí que mis ojos tornarían fuego su podrido cuerpo, otro ser extraño se lanzó sobre mí. A la vez que me percibía retenida por otras violentas manos, oí que Brisita gritaba con desesperación e impotencia. Traté de mirarla para infundirle ánimo y fuerzas con mis ojos, pero no podía moverme.
-          Ahora todo está ardiendo, por lo que es inútil que intentes defenderte. Tu ridícula hija se halla entre las manos de Alneth, al fin, y está disponiéndose a destruirla... —me avisó una voz ronca y profunda que me estremeció—. ¿Quieres ver cómo la mata? —me preguntó burlón.
-          ¡No permitiré que le hagáis daño! —exclamé mientras intentaba desasirme de aquellas malévolas manos. Inesperadamente, noté que aquellos dedos sucios y agresivos me soltaban y que caía por ese abismo vacío cuyo fin me imaginé entre las hogueras más devastadoras de la tierra—. ¡Brisita, no te rindas!
«Soy fuerte, nada puede vencerme. Tengo que ser valiente. Puedo volar, no debo olvidarlo... Puedo quemar con los ojos todo lo que me rodea, puedo volver cenizas el cuerpo de esos monstruos sin esforzarme apenas», me decía mientras intentaba recuperar el equilibrio. Notaba que un sinfín de vientos trataba de aferrarme de las manos, de mis vestiduras y de mis cabellos, como si en aquel lugar el viento se hubiese materializado en unas manos mucho más desgarradoras que las que me habían apresado.
Cometí el error de mirar hacia abajo. Descubrí que el abismo por el que estaba cayendo no tenía fin, se alargaba y se hundía en las entrañas de ese infierno. Caía rápidamente y el borde de aquel hondo agujero cada vez estaba más lejos de mí. Oía los gritos de Brisita, los de aquellos malditos seres y la voz del fuego que, inesperadamente, había comenzado a surgir de aquellas indisipables y tenebrosas sombras. Traté, nuevamente, de recuperar el equilibrio, pero los vientos que pretendían asirme de todas las partes de mi cuerpo me absorbían hacia aquella vacuidad tan inmensa y sobrecogedora.
-          ¡Ugvia, ayúdame, por favor!
Mis suplicantes palabras se perdieron por aquel inmenso vacío. Ni siquiera se volvieron ecos que resonasen por aquella oscuridad. Parecía como si en aquel lugar no pudiesen respirar los sonidos. Aquello me sobrecogió profundamente, pero no permití que el miedo se apoderase de mis sentidos ni de mis sentimientos. Como si aquel instante fuese el último momento de mi vida, reuní todas mis fuerzas y pugné por recuperar el dominio de mi cuerpo.
De pronto, mi cuerpo se anegó en fortaleza e ímpetu y me pareció que aquellos desgarradores vientos desaparecían por unos instantes. Empecé a volar a través de esas hondas sombras hasta notar que el lugar donde Brisita y las demás se hallaban estaba cada vez más cerca de mí. Podía aspirar el olor del humo, podía oír chillidos de pánico y desesperación y los alaridos que lanzan las vidas que el fuego desvanece. Oía crujir la madera de los árboles, detectaba cómo las raíces y las hojas muertas expiraban y cómo esas aguas putrefactas donde aquel maldito monstruo había intentado ahogarme se descontrolaban, tornándose un océano de olas oscuras y fétidas que trataba de arrasar con todo lo que se encontraba a su paso.
-          ¡Scarlya, Brisita, Adina, por favor, decidme que estáis bien! —les rogué a través de aquellas oscuras brumas. El humo, de pronto, me había rodeado por completo; pero mis ojos vampíricos luchaban contra aquellas tinieblas para captar la presencia de mis amigas—. ¡No temáis, por favor!
Entonces, inesperadamente, cuando creí que estaba a punto de asir las manos de mi hijita, una gran ola de fuego se lanzó a mí, envolviéndome, arrebatándome definitivamente el equilibrio. Noté que todo se cubría de humo, que el aire se convertía en llamas asfixiantes que empezaron a devorar mi piel; pero yo no deseaba detenerme. Aunque no pudiese moverme, yo pugnaba contra aquel incendio para buscar las manos de alguna de mis amigas y poder sacarla de allí.
-          ¡Adina, Scarlya, brisita! ¿Dónde estáis?
-          ¡Están muertas, maldita Sinéad! —exclamó Alneth desde la profundidad de las sombras—. ¡Lainaya está desapareciendo!
-          ¡No es cierto! —grité desafiante. Percibí que de mis ojos brotaban llamas de rabia e impotencia, llamas que alimentaron el devastador incendio que estaba devorando mi piel—. ¡Brisa, contéstame, por favor!
Subrepticiamente, como si las sombras, el humo y las nieblas que me rodeaban se hubiesen convertido en el brillo del día, todo se aclaró ante mí y vi que Alneth sostenía con violencia y maldad a Brisita entre sus etéreos brazos. Brisita se agitaba, intentando escapar de aquellas crueles garras; pero Alneth la asía con demasiada fuerza del cuello y de la cintura. Me pregunté cómo era posible que un espíritu fuese más fuerte que la próxima reina de Lainaya.
-          ¡Lainaya está desapareciendo, pues su reina está muriendo! Apenas le queda aire ya —gritó uno de los espíritus malignos que obedecían las órdenes de Alneth—. Si le presionas el cuello con más fuerza, lograrás acabar con su vida al fin.
-          ¡No, no, no!
Toda la ira que podía caber en el mundo, toda la rabia y la impotencia que habían susurrado a lo largo de toda la Historia se agolparon en mi alma, asfixiándome, haciéndome actuar sin pensar en nada. Deseé que todo desapareciese al fin, que la maldad más cruel derribase los pilares que sostenían aquel maldito mundo y que todo lo que mis ojos observaban ardiese, desvaneciéndose para siempre. Si íbamos a morir, prefería que fuese porque yo así lo había querido y no porque esos repugnantes seres nos habían vencido. También me decepcionaba profundamente que Ugvia nos hubiese abandonado de esa forma tan desalentadora y vacía...
«No os he abandonado, Sinéad. Confío en vosotras. Sé que vuestra magia logrará destruir la oscuridad. Solamente tenéis que desear que todo esto se convierta en el reflejo de Lainaya». Me costaba creer en la veracidad de aquellas palabras; pero no dudé de ellas. Como si fuesen la única oportunidad que me quedaba para luchar contra toda aquella maldad, mientras todo se derribaba a mi lado, mientras el fuego me quemaba dolorosamente y el descontrol más apocalíptico agitaba aquel mundo tan oscuro y fétido, anhelé, nuevamente, que mi alma se conectase con la consciencia de la naturaleza.
Me imaginé que sobre aquella oscuridad tan brumosa, espesa y maloliente caía una lluvia furiosa y nítida que destruía todos los residuos de muerte que flotaban a la deriva por aquel lago de aguas putrefactas; que, el horrible y oscuro cielo que nos cubría se llenaba de nubes nítidas y frescas que comenzaban a llorar la nieve más perlada y brillante; que los vientos más feroces de la Historia se unían con la fuerza de la lluvia y la nieve para hacer de todas las aguas que allí había ríos caudalosos y limpios; que la tierra se removía, como si quisiese deshacerse de toda la podredumbre que la invadía, y que en su sólida y pedregosa superficie surgían grietas que devoraban las hojas muertas, las raíces olvidadas y las ramas punzantes; que esa misma tierra se unía con el agua que fluía libre entre rocas ya demasiado antiguas para que de su seno naciesen flores relucientes e invencibles... No me preguntaba si mis deseos y mis pensamientos estaban deviniendo en magia la horrible realidad que estábamos viviendo; solamente imaginaba e imaginaba como si aquel instante fuese un sueño, como si el peligro no nos acechase, como si en verdad permaneciese tendida sobre la nieve más gélida y protectora en vez de sentir que las llamas más furiosas y destructivas estaban quemando mi fría piel.
«¡Muy bien, Sinéad! ¡Sigue así! ¡Yo te ayudaré a que todos tus sentimientos se vuelvan realidad!». Me imaginaba que Ugvia me hablaba desde lo más remoto del Universo, desde un lugar sin forma ni colores, pero a la vez un rincón de la vida cercano a nosotros, a nuestro instante. A la vez creía que Ugvia se había introducido en mi alma para dedicarme aquellas órdenes tan cariñosas y alentadoras. Y así pude comprender que la confianza que sentimos, que nos impulsa a ser valientes y a caminar por los senderos más difíciles de la vida proviene de nuestra fe, de nuestra magia interior; la que brota de ese espíritu que se halla en todas las vidas, en todas las cosas; ese espíritu que nos creó...
Noté que mi cuerpo perdía el ímpetu que me impulsaba a no rendirme, pero yo no cesé de imaginarme que todo cambiaba, que al fin la oscuridad se convertía en vida. Me sentía cada vez más débil, mas mi alma no anhelaba desprenderse de los deseos que la instaban a gritar a través de mi dolor. Seguí ansiando que la oscuridad desapareciese, que Alneth perdiese la valentía y la fuerza con la que sostenía a mi hijita y que Scarlya pudiese vencer a todos esos monstruos que querían matarnos. Yo ya casi no tenía vigor para continuar soportando el sufrimiento que aquellas llamas me causaban al devorar la frialdad de mi cuerpo. Estaba perdiendo la consciencia, pero mi mente aún chillaba, se expresaba a través de esa voz que nunca se silencia, que incluso susurra en nuestros sueños.
-          ¡Sinéad, ayúdame! —me pidió Scarlya. Su voz sonó tan lejana e inconcreta que creí que provenía de la pesadilla más remota e imprecisa—. ¡Tenemos que vencer a todos estos seres!
No podía contestarle, ni siquiera mirarla. Los ojos me pesaban como si mis párpados se hubiesen convertido en hierro, el asfixiante olor del humo había anegado todo mi cuerpo, me dolían absolutamente todas las partes de mi ser (sobre todo mi piel) y mi espíritu estaba cada vez más agotado. Noté que todo desaparecía a mi alrededor, oí que el fuego que lo devoraba todo rugía como si el mundo estuviese a punto de estallar, que la tierra se agitaba y se retorcía, que las aguas que protegían los residuos de tantas muertes alzaban de pronto su voz, ensordeciéndome definitivamente, y entonces perdí la noción de todo lo que me rodeaba, de todo lo que yo era. De mi alma, sin embargo, no cesaban de emanar esos deseos, mi mente no quería deshacerse de los pensamientos que la invadían y mis manos todavía trataban de retirar de mi lado esas llamas que estaban absorbiendo toda mi vida...

2 comentarios:

Wensus dijo...

Que capítulo tan angustioso. En todo momento deseaba que contraatacasen, pero las cosas no les han salido demasiado bien. Me gusta esa faceta de Sinéad, que saca fuerzas de dónde parece que no las tiene y lucha por lo que quiere. Es la primera vez que Ugvia habla con ella, está claro que lo ha conseguido porque tiene fe en ella. Sus palabras y apoyo le han animado a luchar. Gracias a ella ahora Sinéad y Scarlya son vampiresas, ¡yupii! Tenía ganas de que recuperase su cuerpo original (el de vampiresa, no el de humana jajaja). Serfidia es desagradable y cruel, no tiene corazón ni compasión. Es un ser despreciable, no me extraña que en ese lugar se sienta tan bien, le va como anillo al dedo. Sorprendido me he quedado con el nombre de ese monstruo, Ashiehgyejtreteatn, Ashiegrutrattriten...Ashiestrustren jajajaja, tela con el nombre. Otra cosa que me ha sorprendido es que Adina se haya rendido. En esta ocasión es Sinéad la que les da a todas una lección de fortaleza. Las cosas no pueden ir a peor...¿Se librará Brisa de las manos de Serfidia? ¿Conseguirán su propósito? Es más, ¿saldrán de ese infierno con vida? ¡Que emocionante está!

Uber Regé dijo...

¡Pues yo lo veo bastante bien! Sinéad es vampiresa otra vez ¡bieeeennnnnn! Y lo mismo Scarlya, con eso no hay oscuridad que se resista. Es comprensible que el cambio que en ellas se ha operado siempre las dudas en sus compañeras de Lainaya, pero efectivamente ser vampiresa no es servir a la oscuridad, al revés, los vampiros son seres de luz, una luz tenue, delicada, pero luz al fin y al cabo. Qué rabia me da Alneth, qué asquito le tengo a todos esos repugnantes seres, sobre todo me da mucha angustia pensar en la situación de Brisita. Me ha estremecido de horror el final que les tenían reservado, casi un holocausto caníbal... qué escalofríos. Por supuesto quedan muchos cabos por atar, y me da a mí que alguien va a salir chamuscado y me va a dar rabia y me voy a revolver... pero confío, quiero y deseo que en lo principal todo salga bien, el mundo de Lainaya es también el de nuestra magia, el de nuestras esperanzas, y eso es algo que siempre debe existir, ¿quién nos dice que no lo visitemos algún día? Un texto épico que me ha animado muchísimo, muchas gracias por este regalo.