EN LAS MANOS DEL DESTINO - 16. LA FUERZA DE
LA MAGIA, EL VIGOR TRISTE DE LA OSCURIDAD
Alneth se hallaba ante nosotras,
dedicándonos una mirada llena de desafío, burla y malicia. Ninguna de nosotras
se atrevía a moverse, ni a respirar ni a decir nada. La sorpresa más
desagradable se había apoderado de nuestros sentimientos y el terror más
ineludible creaba nuestro entorno y nuestra única realidad. Brisita se había
aferrado desesperadamente a mi mano y me la presionaba con tantos nervios que
en breve noté que todas sus emociones se repartían por mi cuerpo. Adina,
paralizada a nuestro lado, junto a Scarlya, intentaba entender lo que estaba
sucediendo y Scarlya había cerrado los ojos, tratando de no ver nada, de
alejarse de ese punzante e impredecible instante. Yo ni tan sólo podía
preguntarme cómo era posible que Alneth nos hubiese engañado tan vilmente. Lo
único que experimentaba, aparte del espejismo de las emociones que anegaban el
alma de Brisita, eran unas intensísimas ganas de llorar. Que Alneth estuviese
delante de nosotras significaba que en verdad Rauth no había renacido, que los
niadaes todavía custodiarían su cuerpo inerte, que su alma aún vagaría perdida
por la inabarcable inmensidad de la muerte. Me afectaba muchísimo más saber que
Rauth todavía estaba muerto que Alneth hubiese conseguido engañarnos a todos.
-
Sois todos muy inocentes —habló Alneth desde las profundidades de su
espectral cuerpo—. A veces, alguien intuía que en el cuerpo de Rauth no se
hallaba introducida el alma de ese estúpido e insignificante heidelf; pero erais
incapaces de atender a esa posibilidad simplemente porque sois unos cobardes y
preferís creer que la vida es inocente y hermosa, cuando en realidad está llena
de oscuridad y maldad —se burló deslizándose de repente por nuestro alrededor—.
La única que sabía con certeza que yo me encerraba en el cuerpo de Rauth es
Lumia, por eso estoy aquí. Ella no podía permitir que en su palacio se
albergase la oscuridad, aunque estuviese materializada en un cuerpo precioso.
Quiso que os acompañase porque pensaba, inocentemente, que podríais vencerme
cuando nos hallásemos en este mundo; pero Lumia es tan ingenua como todos
vosotros, como todos los habitantes de Lainaya, incluidas esas espantosas hadas
del agua que os ayudaron a buscar a todos vuestros seres queridos y que
supuestamente están cuidando a Leonard. No sabían que, habiendo encontrado el
cuerpo muerto de Rauth, me resultaría mucho más sencillo alimentarme de su alma;
la que ha desaparecido absoluta e irrevocablemente para siempre. Yo la he
devorado enterita.
Quería evadirme de ese momento
para dejar de escuchar sus malditas y crueles palabras, pero parecía como si mi
cuerpo y mi alma solamente quisiesen existir en ese instante. Con cada malévola
palabra que emanaba de los labios de Alneth, Brisita me presionaba la mano con
más decepción. La miré de soslayo y me di cuenta de que tenía los ojos llenos
de lágrimas. Me extrañaba que ninguna de nosotras se atreviese a protestar. Me
aterroricé cuando me planteé la posibilidad de que la lamentable presencia de
Alneth nos hubiese robado a todas la efímera valentía que nos permitiría vagar
por el mundo de la oscuridad. Incluso Adina parecía cabizbaja y desencantada;
pero sus ojos, sin embargo, no habían dejado de irradiar ese ímpetu que la
caracterizaba. Al fin, interrumpiendo bruscamente a Alneth, quien seguía
comunicándonos hechos horribles y estremecedores, Adina habló. Su voz sonó con
paciencia y tanta seguridad que de repente creí que todo lo que había captado
solamente formaba parte de mi imaginación:
-
Bien, Alneth, creo que ya te hemos dejado demasiados momentos para que
te expreses.
-
¿Alneth? No, querida Adina, en la oscuridad, en mi verdadero hogar, yo
no tengo ese nombre tan espantoso y cursi. Me llamo Serfidia, que en el
lenguaje de la oscuridad significa Reina de la Caducidad. Todo lo que toco o
miro con toda la fuerza de mi oscura alma se vuelve caduco como las hojas
otoñales. Y es precisamente lo que os sucederá a todas.
-
No lo permitiremos —aseguró Brisita con valentía. Oír su voz me sobrecogió—.
Yo seré la próxima reina de Lainaya, lo cual me otorga un poder especial. Ugvia
está conmigo y, cuando la Diosa se une a la magia, la oscuridad se vuelve
finita y frágil. No me importa cómo te llames, Alneth, pues tu vida no será
eterna. Desaparecerás con tu podrido mundo cuando menos te lo esperes.
-
Qué ingenua eres, Brisita. Tu estúpida magia no funcionará en mi
mundo. Aquí habitamos demasiados seres oscuros. Posiblemente la fuerza de
nuestra oscura magia no sea tan poderosa como la tuya; pero, si nos unimos, esa
magia brumosa deviene en la más impetuosa y devastadora de todo el Universo. No
te queda bien el papel de valiente. No conseguirás ser reina de Lainaya, puesto
que todos te venceremos mucho antes de que logréis caminar por nuestra tierra. No
permitiremos que sembréis vuestra ridícula magia por nuestro mundo.
-
¡Atrévete a impedírnoslo! —la desafió Adina mirándola con una fuerza
que me recordó a la potencia del sol—. Yo soy una estidelf, en mi alma reside
el nacimiento de la luz y el calor más intensos. No tienes nada que hacer ante
nosotras. Nuestra magia es mucho más vigorosa que cualquiera, pues provenimos
de la bondad, de la naturaleza más preciosa y mágica. La oscuridad no es más
que un pedacito de tierra infértil que desaparecerá cuando Ugvia se alíe con
nosotras para venceros a todos, porque sé que no estamos solas, no lo estamos,
y es imposible que la creadora de todos los mundos se niegue a impedir que la
magia desaparezca.
-
No importa que Ugvia esté con vosotras, no importa que vuestra magia
sea inquebrantable y preciosa, como decís —se burló—. Estáis en mi mundo y en
mi mundo oscuro nada funciona como en Lainaya, así que hacedme el favor de no
alargar más este inservible momento. En cuanto menos os lo esperéis, os
dedicaré una mirada que devendrá en muerte vuestras inútiles y ridículas vidas
—se rió gozosa.
-
No la miréis bajo ninguna circunstancia —nos ordenó Adina con un
susurro lleno de valentía—. No permitiré que nos haga daño, os lo prometo.
Alneth no es consciente de toda la fuerza que existe en mi interior...
-
¿Y esa fuerza puede luchar contra el poder de la oscuridad? —le
preguntó Alneth con una voz amenazante—. ¡Intenta eludir la nube de la
oscuridad y sus indisipables nieblas!
Entonces, de repente, un feroz
viento emanó de un lugar mucho más inconcreto que el momento en el que nacieron
las estrellas. Ese viento agresivo y cargado de sombras nos envolvió, destruyó
las frágiles plantas que alfombraban aquel triste suelo y les arrancó a los
árboles sus apagadas ramas. Las ramas, desorientadas, empezaron a volar a
nuestro alrededor, cayendo de repente contra el suelo o sobre nosotras. A Adina
la golpeó una rama llena de hojas enormes y entonces cayó sobre la mustia
hierba, sangrando delicadamente. Vi que aquella rama le había hecho una brecha
en la cabeza.
-
¡Adina! —gritó Scarlya agachándose a su lado.
-
¡Ayúdame a levantarme, Scarlya! —le pidió con fuerza—. ¡Tenemos que
huir antes de que estas ramas acaben con nuestra vida! ¡Ayúdame!
Scarlya la asió con fuerza de
las manos y la instó a que se irguiese. Cuando Adina estuvo en pie, me tomó de
la mano y tiró de mí para que empezase a correr. Todavía le sangraba la cabeza,
pero Adina no prestaba atención a su herida. Comenzamos a correr todas dadas de
la mano por aquel inerte y apagado jardín mientras el viento trataba de
destruir nuestros pasos y arrebatarnos el equilibrio. Las ramas y las plantas
seguían volando descontroladamente por nuestro alrededor, chocándose unas contra
las otras, produciendo así un sonido escalofriante que nos hacía suspirar. Apenas
podíamos percibir lo que nos rodeaba, pues el viento que soplaba con tanta
ferocidad estaba hecho de brumas espesísimas que lo oscurecían todo y además la
ausencia de luz que caracterizaba ese mundo embargaba todos los rincones y
todos los caminos por los que quisiésemos vagar.
-
¡No conseguiréis huir de la oscuridad! ¡Creéis que estáis huyendo de
mí, pero en realidad estáis adentrándoos en el mundo de la muerte! ¡Sois
estúpidas! —se burló Alneth con una malicia incalculable.
Ninguna de nosotras quiso prestarles
atención a sus palabras. Seguíamos corriendo como si pudiésemos alcanzar con
nuestros pasos el fin de esos instantes. Entonces, inesperadamente, me percaté
de que no estábamos solas, de que un sinfín de seres oscuros, semejantes a
Alneth, nos rodeaba. Brisita profirió un alarido de terror cuando,
brumosamente, pudo percibir todo lo que creaba nuestro entorno. Me presionó la
mano con desesperación mientras trataba de no perder el equilibrio; pero el
viento se había apoderado de su cuerpo y pretendía arrancarla de mi lado.
-
¡Brisita! —grité desorientada y asustada.
-
¡Por la Diosa! ¡Estamos rodeadas, Sinéad! —me avisó mi hijita con un
temor inmensurable.
-
No temáis —nos pidió Adina susurrando—. No podrán hacernos daño si
hacemos de nuestra magia un escudo que nos proteja. Detengámonos aquí. El
viento que Alneth ha hecho nacer de las sombras ya no nos alcanzará. ¿Qué
queréis, oscuros y malévolos seres? —les preguntó Adina a todos esos espíritus
azulados y amorfos que nos observaban.
-
Somos súbditos de Serfidia, la reina de la Caducidad. La Caducidad es
una región del mundo de la oscuridad, en la cual estáis a punto de entrar.
-
Es ahí donde tenemos que sembrar la semillita de la vida —me avisó
Adina en mi oído. Me pregunté si ella sabía que esos malditos espíritus podían
oírnos.
-
No conseguiréis entrar en la región de la Caducidad si vuestra
intención es devenir vida todo lo que allí perece —nos comunicó uno de esos
espectros escalofriantes. Apenas podía distinguir sus facciones y sus
extremidades. Era como un soplo de aire que contenía fulgores ya desvanecidos—.
Nosotros custodiamos la entrada de esa oscura y perecedera región, donde todo
muere, donde todo se apaga. La materia de cualquier cuerpo que se atreva a
entrar en esa región se corromperá y solamente quedará en este mundo la parte
espiritual de su ser, la que también irá esfumándose lentamente.
Aunque sus palabras fuesen tan
tristes, hablaba de forma desafiante, burlona y amenazante. Sin embargo, Adina
pareció no acobardarse ante el poder de esas palabras, porque, dando un paso al
frente, acercándose así a ese espíritu que se dirigía a nosotras con tanta
falta de empatía y consideración, exclamó:
-
Nada de lo que yace en este mundo, nada de lo que aquí perezca y ni
uno solo de los habitantes de esta maldita oscuridad conseguirá detenernos.
Vosotros, habitantes de este mundo lleno de muerte y caducidad, habéis querido
destruir Lainaya: su magia, su luz, su bondad, su hermosura, por eso ninguna de
nosotras será piadosa con esta oscura realidad. Desapareceréis porque no habéis
sabido respetar el territorio que Ugvia os asignó. Pensáis que, por ser
habitantes de la oscuridad, tenéis el derecho de creeros más fuertes e
invencibles; pero estáis muy equivocados. Cada una de nosotras tiene un poder
especial que ningún habitante de la oscuridad podrá devastar jamás. No nos
permitís el paso a la región de la Caducidad, pero eso no puede detenernos.
Brisita, por favor, haz uso de tus facultades y haz que el viento aparte a
estos malditos seres de la puerta que accede a ese perecedero rincón de la
oscuridad. Puedes hacerlo, Brisita. No tengas miedo. El viento que nazca de un
alma llena de magia no podrá hacernos daño nunca, así que no temas.
Entonces Brisita soltó mi mano
y, cerrando con fuerza los ojos, comenzó a concentrarse profundamente. Al
detectar su presencia y sus intenciones, los espíritus que custodiaban la
entrada a la región de la Caducidad se arremolinaron a nuestro alrededor,
intentando impedir que nos moviésemos; pero, para entonces, Brisita ya había
conseguido que el aire que nos rodeaba empezase a tornarse un viento que,
lentamente, fue intensificándose hasta volverse uno de los vendavales más
inquietos que yo jamás había visto. Todo lo que formaba nuestro entorno comenzó
a moverse y a agitarse. Las hojas ya muertas, que reposaban inertes en el
pedregoso suelo, se alzaron hacia el oscuro cielo y revolotearon sobre nuestras
cabezas sin encontrar su lecho de muerte. Los espíritus que nos impedían
proseguir con nuestro viaje también empezaron a ser mecidos de manera
incontrolable por el poderoso viento que emanaba del alma de mi hijita, quien
todavía no había abierto los ojos. Restaba sumida en un trance que parecía
alejarla irrevocablemente de nuestra vera.
-
¡Muy bien, Brisita! ¡Ahora ya podemos adentrarnos en la región de la
Caducidad! —gritó Adina sobreponiendo su voz a la del feroz viento que lo
removía y lo agitaba todo—. ¡Saltad hacia su interior!
Sin pensar en nada, Brisita me
tomó de la mano y me impulsó para que saltase junto a ella por encima de todas
esas hojas que ella había revuelto con su feroz viento; ese viento que a
nosotras jamás nos haría daño, que nos permitía vagar libremente por doquier.
Ni siquiera notamos que mecía nuestros cabellos con delicadeza. No nos impidió que
saltásemos veloz y energéticamente hacia la entrada de esa región oscura de la
que emanaba un putrefacto olor a finitud y unas sombras que no nos dejaban
percibir lo que hallaríamos en la morada de las cosas perecederas.
El viento que había brotado de
la mágica alma de Brisita quedó atrás, soplando con fuerza en aquel rincón de
dimensiones incalculables, donde se agitaban, inquietos, mecidos por ese
inocente vendaval, un sinfín de espíritus malignos. Lentamente, el sonido de
las removidas hojas, de los gritos de esos espíritus y de la misma voz del
viento fue acallándose. Corríamos por un pasadizo estrecho y oscuro,
adentrándonos en una tierra donde, si olvidábamos la fuerza de nuestra magia,
nuestro cuerpo se volvería caduco y perecedero, donde podíamos perder la
materia de nuestro ser si no custodiábamos nuestros deseos y nuestras
intenciones.
-
Qué lugar tan horrible —exclamó Scarlya—. Cuando era vampiresa, muchas
veces escribí poemas dedicados a la oscuridad y al poder de la muerte. Muchas
almas creen que la oscuridad es bella; pero, como me sucedía a mí, lo creen
porque no han estado en este lugar. Yo jamás pude imaginarme que la oscuridad
fuese así —se decía a sí misma con una voz llena de temor y pequeñez.
-
La oscuridad es hermosa si en el lugar que habita también existe la
luz —le contestó Adina—. Esta oscuridad te parece tan estremecedora y horrible
porque aquí no hay luz, porque es imposible que aquí refulja la vida.
Nos habíamos detenido en medio
de un bosque de árboles apagados, cuyos troncos estaban casi deshechos por el
paso del tiempo y por la finitud de la vida. Las hojas que pendían de sus
retorcidas ramas parecían el reflejo de una sombra mustia y no había flores ni
hierba que alfombrasen el pedregoso y mohoso suelo que pisábamos. Olía a
muerte, como si en aquel lugar hubiese perecido un sinfín de cuerpos, y el
viento que soplaba entre esos ya demasiado gastados troncos era tan frío que ni
siquiera yo lo soportaba. Me di cuenta de que estaba sobrecogida, protegiéndome
con desesperación bajo mi abriguito, y que Brisita tenía una mueca de repulsión
en su rostro.
-
No soporto este lugar —protestó Adina—. Yo no estoy hecha para
permanecer en un bosque tan muerto y carente de luz. Por favor, actuemos con
presteza. No podemos restar aquí más tiempo del que nuestra materia puede
soportar.
-
¿Qué tenemos que hacer? —preguntó Scarlya con timidez.
-
Arrodillaos en el suelo, cerrad los ojos, recordad todos los rincones
hermosos que habéis visto rebosando vida y luz y repetid conmigo, sin cesar,
esta plegaria: «En la oscuridad yació la vida; en la vida yace la oscuridad;
nace de las sombras el humo de la eternidad; vive en el viento el sabor de las
edades; mora la muerte en el fin de los hados; acoge el fuego en su calor el
frío de la caducidad del tiempo. Somos nacidos de la luz y de la oscuridad y
portamos en nuestra alma el calor de la vida. Sostenemos en nuestras manos la
semilla de la vida, del agua, del aire, del fuego, de la tierra, del espíritu
de la existencia. La naturaleza es la fuerza de la vida, es la morada de la
muerte inerte. Aire, agua, fuego, tierra y ánima... Aire, agua, fuego, tierra y
ánima... sembrad vuestra semilla en cualquier ápice de oscuridad que halléis.
Aire, agua, fuego, tierra y ánima, sed la vida, sed la muerte, sed el tiempo».
Aunque aquella larga plegaria
nos pareciese interminable y muy complicada, Brisita, Scarlya y yo la
aprendimos en menos tiempo del que previmos. Entonces, cerrando con fuerza los
ojos, empezamos a permitir que la magia se apoderase de todo nuestro ser, anegando
nuestra alma, envolviendo nuestro corazón, cubriendo nuestros recuerdos.
Rememoré todos esos rincones donde la vida y la luz habían resplandecido, donde
la naturaleza había imperado libre y exquisitamente, donde había podido
percibir el nítido paso del tiempo reflejado en las hojas caducas, en la muerte
de algunas vidas, en el fluir del agua. La magia tiñó de oro y resplandor todos
mis recuerdos, haciéndome creer que se trataba de las memorias más bonitas y
especiales de la Historia.
Noté que algo brotaba de mi alma
y crecía por dentro de mí con una rapidez muy impetuosa y cálida. No me
pregunté de qué se trataba, no me inquieté cuando percibí que mis manos
irradiaban un fulgor muy tibio que comenzó a esparcirse por mi entorno. Advertí
que la oscuridad que nos rodeaba se había tornado luz; pero no me atrevía a
abrir los ojos para comprobarlo por si el embrujo desaparecía. Mientras
experimentaba aquellas sensaciones, de mis labios no dejaban de emanar esas
palabras que Adina nos había enseñado. Las pronunciaba casi sin pensar,
sintiendo plenamente el efecto que éstas producían tanto en mi interior como en
la perecida naturaleza que nos rodeaba.
Algo se movía a nuestro
alrededor, pero no estaba segura de si formaba parte de mi imaginación o de la
extraña realidad que estábamos viviendo. Notaba que el viento que soplaba entre
las ramas de los árboles ya no era tan gélido, sino que se había anegado en una
tibieza que estremecía las hojas mustias que pendían de las ariscas ramas.
Además, tras mis párpados, podía apreciar que ya no nos envolvía esa espesa y
triste oscuridad que apagaba la materialidad de la vida, sino que el cielo que
nos cubría y la tierra que resguardaba nuestra presencia exhalaban un
resplandor muy templado.
Una fuerza inusitada me instaba a
no dejar de pronunciar esas mágicas y tiernas palabras que Adina nos había
pedido que dijésemos, quizá la misma fuerza que anegaba mi interior en luz e
ímpetu; la fuerza que intensificaba la magia que mi alma resguardaba. A medida
que todas le dedicábamos esa larga plegaria a la naturaleza que nos rodeaba, yo
sentía que aquel bosque cada vez se hallaba más anegado en luz.
Al fin, cuando creí que nuestra
vida se había reducido a ese instante y que para siempre permaneceríamos
invocando todos los elementos de la naturaleza para que unidos todos
desvaneciesen la oscuridad que nos rodeaba, Adina dejó de pronunciar aquellas
palabras y, con una voz llena de orgullo, nos comunicó:
-
Ya podéis dejar de rezar. No abráis todavía los ojos, pues es
necesario que la magia que tenemos en nuestro interior solamente emane de
nuestra alma. No permitáis que ésta se escape de vuestro cuerpo a través de
vuestros ojos. Lo hemos logrado. No lo he visto aún, pero sé que la luz lo ha
invadido todo, sé que la oscuridad ya no anega esta región de caducidad y
finitud.
El tono que empleaba para
dedicarnos aquellas palabras me reveló que Adina estaba sonriendo ampliamente;
lo cual me hizo sonreír a mí también. Sus palabras fortalecieron la alegría que
ya había empezado a experimentar al advertir vagamente que nuestro entorno se
había llenado de luz. No dejé de invocar mentalmente, en silencio, todos esos
elementos para que la vida que había comenzado a apagar la muerte en aquella
porción de la oscuridad no fuese frágil, sino potente, impetuosa, imperecedera.
-
Ya podéis abrir los ojos, ya podéis levantaros del suelo —nos avisó
Adina.
Fui la última en levantarme.
Cuando lo hice, me sentí tan ligera que creí que el viento podría arrastrarme
sin el menor esfuerzo. Abrí los ojos, intimidada, y oteé a mi alrededor para
comprobar si todo lo que había percibido de forma vaga e imprecisa formaba
parte de la realidad.
Me quedé totalmente asombrada y
conmovida cuando vi que el bosque oscuro y mustio que habíamos hallado al
adentrarnos en la región de la Caducidad se había convertido en un jardín
luminoso lleno de vida. El distante color del cielo se había tornado
resplandeciente y unas blanquecinas nubes se deslizaban por ese azulado matiz
con pausa y serenidad. Las hojas que habían aparecido alicaídas, pendiendo de
unas ramas retorcidas, ahora eran suculentos frutos y refulgentes flores que
adornaban unas copas frondosas y espesas que reposaban en unos troncos gruesos
y relucientes. El suelo estaba cubierto de flores preciosas de colores vivos y
destellantes.
-
No puede ser —me reí nerviosa, intentando que aquella risa no se
convirtiese en ganas de llorar—. ¿Cómo es posible que lo hayamos logrado de una
forma tan sencilla?
-
No ha sido sencillo, Sinéad. A ti te lo ha parecido porque eres
fuerte, pero hemos necesitado muchísima magia para conseguir esto. Además, no
pienses que nuestra obra es eterna. Tenemos que darnos prisa porque la mayor
parte de este mundo está lleno de oscuridad; la cual puede vagar libremente por
doquier, adentrarse en este rincón tan bonito y destruir así nuestro trabajo.
Así pues, vayámonos antes de que sea demasiado tarde —nos ordenó Adina con
calma.
La obedecimos en silencio,
sintiendo por dentro de nosotros la fuerza de esa magia que había destruido la oscuridad
para hacer de sus sombras y de sus tinieblas caducas un jardín precioso lleno
de vida. Aquello me había hecho confiar un poco más en nuestra alma y me había
instado a empezar a creer que todo podía ser muchísimo más fácil y mágico de lo
que había pensado. El miedo que me había atacado ya en demasiadas ocasiones fue
silenciándose hasta desvanecerse.
Volvimos a aquel rincón donde
Brisita había hecho nacer de su alma un potente vendaval que había agitado las
hojas y los espíritus que nos impedían realizar nuestros propósitos. Al
contrario de lo que esperábamos encontrar, todo restaba en silencio y en calma.
No quedaba ni el menor rastro de esos espíritus amorfos y de aspecto
desagradable y las hojas que habían sido agitadas por ese devastador viento
reposaban en el suelo, quedas, quietas.
-
¿Cómo es posible que no haya nadie? —pregunté estremecida e intrigada.
-
Porque nuestra magia ha conseguido llegar hasta aquí y ha destruido
levemente la oscuridad que invade este rincón; pero no os confiéis. En
cualquier momento podemos encontrarnos con otros habitantes de la oscuridad
mucho más aterradores que esos insignificantes espíritus —nos advirtió Adina.
Entonces me convencí de que era la más sabia de todas.
-
De acuerdo.
Caminamos rápidamente por unos
bosques tan apagados como el que nosotras habíamos convertido en un jardín
iluminado por la vida más tierna; pero los árboles que los poblaban estaban
exentos de hojas y sus ramas, en lugar de parecer de madera, se asemejaban a
brazos desgarradores sin manos que querían apresarnos y destrozar el cielo.
Intenté no inquietarme cuando percibí tanta oscuridad y maldad emanando de esa
apagada naturaleza para que la magia que irradiaba mi alma no se ensombreciese.
-
Estamos a punto de llegar a la región central de la oscuridad, donde
todos los elementos vagan libres y descontrolados. El fuego se mezcla con el
agua y crea olas ardientes, el viento y la tierra se unen para devenir olas de
arena inquebrantable y punzante todos sus recovecos y no hay vida. Es muy
peligroso...
-
Hola... ¿puedo ir con vosotras?
Aquellas inesperadas palabras,
las que interrumpieron deliberadamente las advertencias de Adina, nos sobrecogieron
profundamente. Sonaron llenas de temor, de tristeza y de soledad. Habían
provenido de un ser pequeño y de apariencia indefensa que nos observaba desde
el suelo, escondido tras unas grandes plantas. Tenía los cabellos revueltos, el
rostro redondo y los ojos tiernos. Parecía un heidelf sin alitas. Su piel era
rosada y tenía los labios finos.
-
No lo escuchéis. Es una trampa. En la oscuridad existen seres que
pueden adoptar cualquier forma para engañarnos —nos ordenó Adina asustada—.
Sinéad, no lo mires.
-
Por favor, Sinéad, no la creas. Soy un heidelf que se ha perdido aquí,
por este mundo, y quiero regresar a mi hogar.
-
No puedes ser un heidelf, pues no tienes alitas —lo contradijo Scarlya
de forma inocente.
-
¡Scarlya! —la amonestó Adina.
-
¿Y si está diciéndonos la verdad? No puede ser que de unos ojos pueda
emanar tanta pena si pertenecen a un alma oscura... —divagué con lástima.
-
Me he perdido. Soy hijito de unos heidelfs que vinieron a este mundo
para combatir la oscuridad... Ayudadme, por favor. No tengo alitas porque soy
demasiado pequeño —se quejó llorando tiernamente.
-
Adina, posiblemente no sea una trampa —le indiqué sobrecogida.
-
Sí lo es, Sinéad, es una trampa. No te dejes conmover por él.
-
No soy ninguna trampa, de verdad...
-
No podemos permitir que siga por aquí, pues puede engañarnos en
cualquier otro momento, así que tenemos que destruirlo —aseveró Adina
acercándose a aquella pequeña criatura.
-
¡No, no, por favor! —suplicó ésta con una voz llena de terror y
tristeza—. ¡Yo no pertenezco a la oscuridad, os lo juro por Ugvia!
-
Un ser de la oscuridad nunca juraría por Ugvia —susurró Brisita
estremecida—. Posiblemente estés equivocada, Adina.
-
Los seres de la luz tampoco jurarían por Ugvia. No quiero arriesgarme.
Tenemos que exterminar a todos esos seres que vayamos encontrándonos por el
camino para que la oscuridad pueda desaparecer sin impedimentos y este ser que
os parece tan indefenso no es más que una trampa de los espíritus putrefactos.
-
Yo no soy eso tan horrible, te lo juro, te lo juro. Mis papis no me
enseñaron a que no se puede jurar por Ugvia. Yo la respeto... Por favor, no me
matéis, no me matéis —imploró encogiéndose tras las plantas. Sus ojitos
destilaban tanta pena que estuve a punto de lanzarme a ese pequeño heidelf para
acogerlo entre mis brazos—. No, por favor...
-
Adina, no le hagas daño —le supliqué con ganas de llorar—. Me inspira
mucha ternura.
-
Está preparado para engañar a almas como la tuya, Sinéad.
Inesperadamente, Adina miró fijamente a ese ser tan pequeñito e indefenso
y de sus ojos emanó una inhóspita e impredecible cantidad de humo que envolvió
a esa diminuta criatura; la cual gritó de desesperación cuando se sintió
rodeada de fuego y calor. Entonces, ese humo se tornó un fuego que devoró el
frágil cuerpo de ese vulnerable heidelf. Desapareció sin que nos diese tiempo a
intuirlo.
-
Ya está...
-
¿Por qué lo has hecho? Posiblemente sí estuviese diciéndonos la verdad
—le recriminé incapaz de retener las lágrimas en mis ojos por más tiempo.
-
Mira lo que ha dejado tras su desaparición, Sinéad —me ordenó Adina
con calma—. Cuando lo mires, podrás recriminarme lo que quieras.
Obedecí a Adina con el alma temblando
por dentro de mí. Cuando fijé mis ojos en el pequeño lugar donde aquel diminuto
heidelf se había protegido, lancé un suspiro de sorpresa y estupefacción. Allí
donde había gritado y se había estremecido aquella criatura, solamente quedaban
unas cenizas que habían tomado el color de la noche más espesa y profunda. De
esas cenizas emanaba un aroma a podredumbre que me hizo empezar a toser de
repulsión.
-
¿Sabes lo que queda tras la muerte de un heidelf? —me preguntó Adina.
Yo le negué en silencio, sobrecogida—. Primero: un heidelf jamás moriría si un
estidelf lo atacase, puesto que, en cuanto a su naturaleza, se encuentran muy
cerca; y, segundo: los heidelfs solamente pueden perecer si el frío o el agua los
envuelve y, cuando fenecen, lo que queda de ellos son hojas que el tiempo convierte
en semillitas, de las que siempre, siempre, crecerán flores hermosas. Nunca
pueden quedar cenizas tras el desvanecimiento de un heidelf. Te comunico todo
esto, Sinéad, para que comprendas que en este mundo no puedes confiar absolutamente
en nadie, ¿de acuerdo? —me preguntó con una voz maternal y calmada.
-
De acuerdo...
Proseguimos con nuestro camino
intentando olvidar lo sucedido. En silencio, me lamentaba de ser tan ingenua y
fácil de engañar, pero mi alma, aunque la hubiese rasgado un sinfín de experiencias
hirientes, nunca se había deshecho de la inocencia que siempre la había
caracterizado.
Aquel mundo, con sus densas y
frías sombras, parecía un vertedero donde se olvidaban todos los fragmentos de
vida que habían palpitado en la Historia. De repente nos encontrábamos con
pedazos de cuerpos putrefactándose, oíamos sin preverlo gritos que provenían de
lugares remotos en el espacio y en el tiempo y aspirábamos sin cesar el olor
desagradable de la mugre, de la suciedad, de la podredumbre. El ambiente era
espeso, estaba cargado de tristeza, de abandono. Continuamente yo trataba de
que aquella opresiva atmósfera no destruyese la poca calma que sentía, pero
llegó un momento en el que me resultó totalmente imposible huir de las
sensaciones que todo aquello me causaba. Tenía ganas de llorar y de vomitar,
notaba que por dentro de mí no cesaba de crecer un miedo a nuestro futuro y mi
cuerpo cada vez estaba más helado y temblaba con más intensidad.
-
¿Cuándo se terminará esto? —pregunté estremecida, intentando que nadie
advirtiese mis sentimientos; pero Adina me dedicó una mirada compasiva, con la
cual me confesó que había adivinado perfectamente
cómo me sentía—. No soporto más este ambiente tan... tan horrible.
-
Eres muy sensible, Sinéad; pero es comprensible. Mi madre, Lumia, me
confesó hace mucho tiempo que los niedelfs eran las hadas más delicadas y
vulnerables de Lainaya, como también lo es la nieve. En cuanto el frío se
apaga, la nieve comienza a deshacerse. Por eso te sientes tan...
-
No se trata de eso —la contradijo Scarlya—. Yo no soy una niedelf y
también me siento así... oprimida... Esto es horrible.
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Estamos a punto de llegar a esa región donde todos los elementos de la
naturaleza se hallan mezclados y revueltos en vientos inquebrantables y
devastadores, en olas horrorosas y despedazantes... Tenéis que ser mucho más
valientes que nunca y no permitáis que ni una sola de esas agresivas brisas os
separen de la tierra. No perdáis el equilibrio ni la calma... ¿Veis aquellas
columnas de fuego? —nos preguntó Adina señalándonos con su diestra unas
estremecedoras columnas de fuego que emergían de montañas áridas y
escalofriantes—. Entre esas columnas, las que nublan más el cielo, se encuentra
la entrada a esa región donde toda la maldad y el desorden de la muerte se funden
hasta devenir gritos, golpes y olores repugnantes.
Sus palabras no nos animaban, ni
siquiera nos hacían confiar en nosotras mismas, sino que provocaban que nuestra
inseguridad y nuestro temor se acreciesen estridentemente. Sin embargo, ninguna
de nosotras tres se atrevió a protestar más. Seguimos caminando en dirección a
esas columnas de fuego que parecían querer destruir todo lo que las rodeaba,
incluso el aire que rozaba sus llamas.
Cuando nos hallamos a punto de
situarnos en medio de esas columnas de fuego, las que de repente me parecieron
interminablemente inmensas y devastadoras, Adina se detuvo y nos miró con ánimo
y seguridad; pero, esta vez, sus ojos no me infundieron la valentía que
necesitaba. No obstante, le sonreí indicándole que estaba dispuesta a acatar
todas sus órdenes y hacer todo lo que fuese necesario. Entonces, al percibir
nuestra fingida confianza, se volteó y comenzó a caminar hacia esas columnas.
La seguimos sin suspirar siquiera y de pronto nos encontramos rodeadas de calor
y luz. Noté que mi piel se templaba rápida e intensamente y que mi cuerpo
deseaba estremecerse, pero yo continué andando como si no experimentase
aquellas sensaciones tan desagradables.
Desde la distancia, había creído
que aquellas columnas brotaban de la cima de unas montañas escarpadas, llenas
de infertilidad y piedras ariscas; pero, cuando nos hallamos envueltas en tanto
humo, me di cuenta de que aquellas llamas no nacían de las profundidades de la
tierra, sino que emanaban de todas las rocas que formaban aquellas montañas
agrestes. Las rocas eran en realidad unas brasas en las que ardían las pocas
plantas y la poca hierba que podía crecer en ese suelo inerte. Por todas partes
había piedras incendiadas y era imposible adivinar el color del cielo que nos
cubría, puesto que el humo lo invadía todo, incluso se introducía en nuestro
cuerpo y deseaba hacernos toser. Además, los pasos de Adina cada vez eran más
veloces y desesperados, como si quisiese huir cuanto antes de ese temible
lugar.
Brisita me aferró de la mano cuando
se percató de que aquel irrespirable humo nos había rodeado irrevocablemente y
deseaba separarnos. Presioné la mano de mi hijita intentando encontrar en ese
contacto las fuerzas que el miedo me arrebataba. Todas caminábamos detrás de
Adina como si en sus manos ella portase la eternidad de nuestra vida. Creía que
para siempre permaneceríamos atravesando aquel corredor tan escalofriante, lado
al lado del cual solamente podíamos encontrar humo y fuego. Las piedras que
pisábamos eran ardientes y pretendían derretir la madera y la tela de nuestros
zapatos, pero la velocidad con la que nos desplazábamos evitaba que aquellas
piedras tan amenazantes nos hiriesen.
De pronto, cuando empecé a
perder el aliento y creí que el calor derretiría inevitablemente mi cuerpo, vi
que, entre esas columnas de humo, enfrente de nosotras, aparecían unas plantas
enredadas, formando un tapiz que nos impedía el paso. Sin embargo, Adina, con
sus mágicas manos y con el poder estival de sus ojos, consiguió que aquellas
plantas perdiesen la fuerza con la que bloqueaban nuestro camino y entonces,
ante nosotras, se abrió una senda oscura llena de flores ya marchitas y hojas
mustias. Adina no se detuvo, sino que siguió caminando como si todo lo que nos
rodeaba no fuese estremecedor. Nos hallábamos en medio de árboles que estaban a
punto de caerse definitivamente al suelo, cuyas ramas torcidas deseaban
clavarse en las rocas que orillaban nuestro camino. No quería ver lo que había
más allá de ese pasadizo escalofriante, pero mis ojos, rebeldes e inquietos, no
cesaban de fijarse en todo lo que había a nuestro alrededor.
Entonces vi que, cerca de
nosotras, aquel sobrecogedor pasadizo se convertía en un inmenso valle donde
soplaba un sinfín de huracanes desgarradores. Volaban a la deriva restos de
vida, pétalos olvidados de flores mustias, despedazados troncos de árboles,
ramas desorientadas... También se levantaban grandes olas de arena que de
pronto lo cubrían todo, se oía el estridente soplido del viento y un amasijo de
gritos desgarradores y horribles. Era el valle de la muerte... Sí, aquello
debía ser el valle de la muerte... Ni siquiera brillaba allí la oscuridad, sino
que todo estaba cubierto y embargado por unas tinieblas que lo devoraban todo.
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Por la Diosa... —suspiró Brisita estremecida—. ¿Cómo vamos a
adentrarnos en ese valle?
-
Tenemos que hacerlo. Nuestra magia nos protegerá —nos aseguró Adina.
Su voz apenas sonó, sino que se perdió por la poderosa voz de esos vientos
descontrolados y esa retahíla sin fin de gritos desgarrados—. Os prometo que,
si confiáis plenamente en vuestra magia, no nos ocurrirá nada malo.
Adina nos aseguraba esto
mientras, inevitablemente, nos adentrábamos en aquel valle lleno de descontrol
y muerte. Cuando nos hallamos rodeadas por esos vientos indomables y agresivos,
por esas ramas punzantes que se clavaban en los troncos destrozados de los
árboles y por esos remolinos interminables de hojas secas, me fijé en que, bajo
nuestros pies, había charcos de agua ardiente: un agua sucia que exhalaba un
escalofriante olor a podredumbre. Las piedras que se hundían en esos charcos
putrefactos estaban tiznadas por el humo que todavía nos cubría y el fuego que
casi había devorado nuestra entereza vagaba en forma de nubes luminosas que nos
deslumbraban, calcinando los restos de vida que flotaban a la deriva por ese
mar de finitud y muerte.
-
Es aquí donde tenemos que sembrar la semillita de nuestra magia. Ya
sabéis cómo podéis lograr que la vida surja en este lugar; pero, aparte de
recitar esos versos que os enseñé para convertir la muerte en vida, tenéis que
hacer resurgir vuestra magia, tenéis que invocar el elemento al que estáis
unidas para que éste logre vencer todo este descontrol. Brisita, tú eres una
audelf, por lo que deberás intentar comunicarte con el viento hasta notar que
éste te envuelve y se posa en tus manos. Cuando sientas que te has aunado irrevocablemente
con él, álzate del suelo y camina entre toda esta muerte para ir dejando caer
semillitas de tu magia por doquier. Sinéad, siendo niedelf, estás enlazada a la
tierra. Tú y Scarlya tendréis que unir vuestra magia para que el agua, el
elemento al que ella está conectada, y la tierra, el elemento al que
perteneces, se fundan en una sola semilla y puedan hacer nacer vida de estas
piedras calcinadas. Scarlya, lo primero que tienes que conseguir es que esta
agua putrefacta devenga en pequeños lagos donde refulja la nitidez. Y yo, como
estidelf que soy, tengo que apoderarme de este fuego que se desplaza tan
liberadamente por este valle para que, en lugar de quemar estos restos de vida,
deshaga la oscuridad que nos envuelve. ¿Lo habéis entendido todo?
-
Sí, pero lo considero muy difícil —me quejé estremecida—. No sé qué tengo
que hacer para conectarme con la tierra... Estoy muy asustada y...
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Tienes que recordar todos esos lugares donde tu elemento ha podido
brillar y vivir sin que nada lo apague
ni lo desvanezca. Tienes que recitar por dentro de ti esos versos que te
enseñé; pero, si te diriges solamente a la tierra, tienes que nombrar únicamente
el elemento al que perteneces; pero lo primero que tenemos que hacer todas es
rezarle a Ugvia para que siembre la vida en este lugar. Debemos comunicarnos
con ella para que nos escuche...
Los ojos de Adina no cesaban de
dedicarnos miradas anegadas en valentía, seguridad e ímpetu, y fue eso lo que
nos ayudó a confiar plenamente en nuestra magia. Aunque el ambiente fuese
opresivo, aunque esos desgarradores vientos hiciesen de aquel lugar el rincón
más horrible de la vida, sentimos que en aquel recoveco de la oscuridad
brillaba la esperanza, esa esperanza de la que nuestra alma jamás se había
desprendido. Arrodillándonos en ese suelo lleno de muerte y podredumbre,
empezamos a dirigirnos a Ugvia con toda la fuerza de nuestro corazón,
dedicándole palabras halagadoras y tiernas que despertasen su compasión y su
atención. Aunque ninguna de nosotras expresaba nuestros ruegos en voz alta, yo
sabía que todas estábamos recitando las mismas palabras.
Entonces, cuando parecía que
todo se había aquietado a nuestro alrededor, cuando el trance de la magia nos
arrancó de ese delirante instante, notamos que el suelo temblaba por debajo de nosotras
y que los vientos que habían destruido demasiados árboles y demasiadas vidas se
convertía en un vendaval desquiciante e invencible que de repente nos arrebató
el equilibrio. Nuestros ruegos se detuvieron de súbito y, sin poder evitarlo,
todas abrimos los ojos al mismo tiempo, sintiéndonos inmensamente asustadas.
No pude evitar lanzar un alarido
de terror cuando me percaté de que, a nuestro alrededor, se había congregado
una incontable cantidad de seres extraños y de aspecto amenazante que nos
observaban con desafío e ira. Entre ellos detecté los espíritus que obedecían a
Alneth y a unos cuantos seres amorfos que no pude comprender. Había caballos
con cabeza de dragón, pájaros con alas grandes y cuerpo de serpiente... No
podía digerir lo que percibían mis ojos y todo lo que captaban mis oídos: un
amasijo de chillidos escalofriantes y de palabras pronunciadas en idiomas que
nunca había oído.
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¿Qué está sucediendo? —pregunté espantada.
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Los seres de la oscuridad han detectado nuestra magia y han surgido de
las tinieblas para vencernos —me explicó Adina con calma, pero yo sabía que
tenía tanto miedo como yo.
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¿Y ahora qué vamos a hacer? —quiso saber Scarlya.
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¡Moriréis! —nos amenazó Alneth de repente. Su voz surgió de entre
todos esos gritos estridentes y repelentes—. ¿Qué os habéis pensado, que podéis
vagar libremente por nuestro mundo y destruirlo a vuestro antojo? ¡Ya basta de
imponer lo que no deseamos tener! ¡No podréis devastar jamás el mundo de la
oscuridad! ¡Ha llegado el momento de vuestra muerte, insignificantes hadas!
¡Atacadlas!
Entonces, todos esos seres
escalofriantes y repulsivos se lanzaron a nosotras. Yo intenté apartarme de su
trayectoria, pero de repente me noté apresada por unas alas que olían a muerte.
Unos ojos llenos de fuego me observaban con rabia y repugnancia y un aliento fétido
caía sobre mi rostro, haciéndome tener ganas de vomitar. Luché por desasirme de
ese ser maldito, pero su vigor era inabarcable. Lo guiaba el odio: la fuerza
más devastadora de la vida.
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¡No, no! —chilló Brisita asustada—. ¡Dejadla en paz! ¡Ugvia, no
permitas esto! —imploró al notar que alguien la asía de los brazos y la
arrastraba por ese suelo lleno de muerte—. ¡Adina, Adina!
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¡No permitáis que nos separen! ¡No ceséis de invocar vuestra magia!
Mas yo ya no tenía fuerzas para
seguir reclamando la atención y la compasión de Ugvia ni de intentar
comunicarme con el elemento al que yo pertenecía. La apariencia y el olor
horribles de ese ser que me apresaba me detenían, me hacían creer que todo se
había terminado, que aquella vez no podríamos huir de nuestro infame destino.
Vi que Scarlya golpeaba unas
desgarradoras manos que intentaban apresarla, pero tampoco pudo escapar de ese
ser malévolo que deseaba retenerla. La especie de ave que me había rodeado con
sus podridas alas me lanzó una bocanada de su fétido aliento, el cual estaba
compuesto de fuego, y entonces perdí inevitablemente la capacidad de seguir
fijándome en mi entorno y de pugnar por mi libertad. Todo se quedó a oscuras,
pero antes de perder la consciencia oí, por vez postrera, esa maraña de
chillidos desgarradores y estremecedores que nos rodeaba, vi por última vez
cómo a mis compañeras de viaje las aprisionaban seres cuya forma era incapaz de
entender y sentí que mi corazón se paralizaba y se anegaba en escarcha.
1 comentario:
Eres capaz de crear mundos maravillosos pero también horribles. Cada descripción de ese lugar pone los pelos de punta. Esos seres que describes...son espantosos, encima huelen realmente mal. Menudo horror están sufriendo nuestras pobres amigas...Alneth, uy perdón, Serfidia, la Reina de la caducidad...¡La Reina de la cerdas y petardas! La odio. A pesar de la seguridad y ayuda de Adina, las cosas al final se han torcido bastante...lo has dejado en el momento más emocionante. Ya son consientes de que Rauth realmente está muerto...era Alneth, ay no, La Reina de la cerdedad, grrr. Brisita demuestra una vez más ser muy valiente. Por otro lado,Sinéad no cambia, es ingenua y ya estaba pensando ayudar a ese extraño ser, a pesar de las advertencias y consejos de Adina.Me he reído mucho con eso de los seres amorfos jajajaja, me los imagino ahí todo raros, sin saber cómo mirarlos jajaja (aunque seguramente no me haría gracia de estar en el lugar de ellas). Por cierto, ¡menuda plegaria! Si yo me la tuviese que aprender, habríamos muerto jajaja. Es larga, pero dice cosas muy bonitass. Bueno, a ver como sigueeeeeeeeeeee!! Como siempre, genial!
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