jueves, 2 de octubre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 11. UN REGRESO ENTRE LÁGRIMAS


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 11. UN REGRESO ENTRE LÁGRIMAS
La cuna de la vida de Lainaya ya había quedado atrás entre rumores de ecos olvidados y húmedos y suspiros de olas imperturbables y poderosas. La oscuridad que se cernía sobre aquel gran rincón del que manaba toda el agua de Lainaya fue convirtiéndose lentamente en el melancólico cielo que protegía la región del otoño, donde llegamos sintiendo que habíamos abandonado en aquellas aguas intranquilas y llenas de penumbras todas las fuerzas que nos permitían caminar por un mundo enorme, mágico y desconocido.
Los bosques otoñales donde habíamos conocido a Lianid y a Cerinia se extendían ante nosotros dándonos una bienvenida dulce y cálida que nosotros no supimos acoger. Había algo en el aire que nos advertía de que ya nada volvería a ser igual y nuestra alma pesaba en nuestro interior porque la tristeza la aplastaba. Yo no había dejado de tener ganas de llorar durante todo el viaje. Había permitido que las lágrimas brotasen de mis ojos cuando sabía que nadie podría advertir mi llanto; pero, por mucho que llorase, no conseguía mitigar la lástima que latía con fuerza por dentro de mí. Estaba tan triste que apenas podía percibir la belleza que teñía todos los rincones de ese hermosísimo bosque de matices nostálgicos y rojizos, los que tanto me recordaban a Rauth... No podía sentirme calmada en un lugar que parecía haber nacido del alma de ese hombre tan bueno, soñador, romántico y cariñoso que, de nuevo, había partido de la vida para morar en un vacío que no estaba hecho para acogerlo.
-          Ya hemos llegado a la región del otoño —nos comunicó Oisín con delicadeza; pero ninguno de nosotros contestamos—. Os dejo aquí. Creo que lo mejor será que ya no siga adentrándome más en estas tierras. Los niadaes no somos bienvenidos donde reina el otoño... pero no os preocupéis. Sé que conocéis el camino de regreso al hogar de Cerinia. Tenéis que comprobar en qué estado se halla Scarlya y, sobre todo, alguno de vosotros debe acompañarla a su mundo. No es conveniente que ella siga aquí. Al haber sido tocada por la oscuridad, su alma se ha vuelto muchísimo más vulnerable. Cerinia os indicará lo que tenéis que hacer y os ayudará a atravesar el valle del otoño.
Las lágrimas ya humedecían mis ojos y me impedían mirar nítidamente a ese niadae que nos había ayudado tanto. Sentía pena por todo: por tener que despedirnos de él y de los demás miembros de su especie, por tener que reencontrarme con Cerinia y enfrentarme al estado en el que Scarlya se hallaría, por saber que lo haríamos sin Rauth y sin Leonard...
-          Volveremos a vernos muy pronto, Sinéad. Brisita, escúchame atentamente, por favor. Cuando consigas ser reina de Lainaya, tienes que reunir a todos sus habitantes para intentar desvanecer toda la enemistad que ha surgido entre los estidelfs, los niedelfs y los heidelfs. Los audelfs son los únicos que quedan fuera de este círculo de irrespetuosidad y ambición, por eso eres la más indicada para deshacer toda la oscuridad que quiere cubrir Lainaya. Confiamos plenamente en ti, Brisita.
-          Gracias, Oisín —contestó ella con timidez.
-          Tenéis que descender de la barca. Volveremos a vernos porque nosotros mantendremos intacto el cuerpo de Rauth para que podáis enterrarlo y también encontraremos a Leonard. Lo ayudaremos a recuperarse de toda la pena y el miedo que puedan invadirlo y lo llevaremos a casa sin que nada malo le suceda, ¿de acuerdo? Confía en nosotros, Sinéad. No, no llores, adorable Sinéad... —me consoló acariciándome las mejillas con sus húmedos y fríos dedos, intentando retirarme las lágrimas—. El llanto arrastrará al exterior las pocas fuerzas que pueden albergarse en tu alma. Tienes que ser valiente. Todo terminará mucho antes de lo que piensas. Ahora solamente os queda atravesar el valle del otoño y llegar a la región del verano, donde tendréis que recorrer grandes desiertos; pero estoy seguro de que cualquier estidelf bondadoso se apiadará de vosotros y os ayudará.
-          Según todos vosotros, los estidelfs son malvados... —musitó Eros intimidado.
-          No son malos. Ningún habitante de Lainaya está tocado por la maldad. Solamente son maléficos quienes forman parte de la oscuridad. Ningún hada de Lainaya tiene un alma cruel. Lo único que ocurre es que algunas son bastante ambiciosas y quieren expandir su reino por toda Lainaya, pero eso no las convierte en seres malignos —nos explicó Oisín.
-          Gracias por todo lo que has hecho por nosotros, Oisín —le agradecí intentando que el llanto no impregnase mi voz, pero mis palabras sonaron entrecortadas y susurrantes—. Nunca me olvidaré de lo bondadosos que habéis sido los niadaes...
-          No se agradece algo así. A todos nos conviene que Lainaya tenga su próxima reina. Brisita es la más indicada para serlo en estos tiempos. No te preocupes por nada, Sinéad. Si el destino de Brisita es ser reina de Lainaya, la Diosa no permitirá que le suceda nada malo.
-          Gracias...
Nos despedimos de Oisín y de los pocos niadaes que nos acompañaban en otra barca y nos adentramos en la región del otoño, dejando el agua atrás, sumergiéndonos cada vez más en la profunda melancolía que impregnaba los árboles, las plantas, las tímidas flores que crecían entre las raíces salidas... Oíamos cómo el murmullo del agua cada vez quedaba más lejos de nosotros y caminábamos intentando que el rojizo atardecer que caía sobre las caducas copas de los árboles no nos robase la luz de nuestros ojos.
El silencio eran nuestras únicas palabras. Había algo en el aire que hablaba por nosotros. El aire estaba impregnado de tristeza, de inseguridad, de miedo. Todos experimentábamos exactamente las mismas sensaciones, incluso sabía que, aunque nos acompañásemos, tanto Brisita como Eros y yo nos sentíamos solos, inmensamente solos sin la compañía de Rauth, de Leonard y de Scarlya. Además, saber que, aunque ella estuviese bien, Scarlya tendría que regresar a nuestro hogar nos hacía sentir desvalidos e infinitamente acongojados.
-          Qué mal están yendo las cosas —musitó Brisita de pronto. Su voz se perdió por el  eco del viento.
-          Pueden ir mucho peor, Brisa —la contradijo Eros.
-          Ha muerto mi papá. ¿Qué puede haber peor que eso? —lo desafió ella llorando delicadamente.
-          Que muera tu mamá...
-          No, no, eso no ocurrirá jamás... —protestó ella deteniéndose de súbito.
-          Por supuesto que no —le aseguró Eros estremecido.
-          Rauth no se merecía morir, no se lo merecía. Era tan bueno y tan amoroso... —susurró Brisita sentándose en el suelo. El peso de su tristeza le impedía caminar.
-          Nadie bueno se merece morir, cariño —la consolé agachándome a su lado.
-          Él sabía que iba a morir, por eso estaba tan susceptible e irritable —me confesó con una voz entrecortada—. Él no quería irse, no quería dejarnos solos...
-          Ahora lo entiendo todo... —murmuré desencantada. Recordé todas esas palabras que Rauth me había dirigido con impotencia. No estaba enfadado conmigo, simplemente, quería vivir plenamente a mi lado todos esos momentos que la vida aún le ofrecía. No estaba molesto conmigo, únicamente temía que la conversión en niedelf me alejase para siempre de él antes de que su destino expirase. Solamente se sentía impotente por no poder impregnar los restantes instantes de su vida con el amor que ambos nos profesábamos—. Rauth nunca estuvo disgustado conmigo, sino con su propio hado...
-          Pero no podemos detenernos y entristecernos por algo que no tiene remedio. Tenemos que ser fuertes para proseguir con nuestro camino. Ya nos hemos detenido demasiado —aseveró Eros con paciencia y ternura—. Por favor, seamos valientes... No permitamos que la tristeza nos agote.
-          Sí, tienes razón, Eros —corroboró Brisita levantándose del suelo—. El hogar de Cerinia está cerca.
-          No me apetece explicarle a Scarlya todo lo que ha ocurrido —me quejé con pena también alzándome del suelo y siguiendo a mi hijita.
-          Si es que podemos —susurró Eros con temor.
Ninguna de las dos le replicó nada. Los tres caminamos en silencio hasta que, entre los caducos árboles, vimos que se alzaba el hogar de Lianid y Cerinia. Aunque estuviese impregnado de tristeza, el rostro de Brisita se iluminó y sus rosados y finos labios esbozaron una sinuosa sonrisa que hizo relucir sus ojos. El amor refulgió en su mirada y pareció como si su paso se volviese mucho más vigoroso.
Cerinia salió a recibirnos mucho antes de que llamásemos a la madera de su hogar. Nos sonrió con amplitud y alivio, pero se estremeció cuando se dio cuenta de que nuestros ojos destilaban una infinita tristeza y que solamente viajábamos los tres. No quiso preguntarnos nada. Tal vez ya intuyese nuestra realidad. Nos indicó con la mirada que nos introdujésemos en su morada y nos ofreció una tacita de barro con sopa cuando nos hubimos acomodado junto a la lumbre. Los tres estábamos helados, Brisita temblaba y nuestros ropajes todavía no se habían secado. Creía que habían permanecido humedecidos desde el primer instante que habíamos vivido en Lainaya.
-          Mi papá ha muerto, Cerinia —le confesó Brisita perdiendo sus ojitos en el baile de las llamas del fuego—. Ha muerto.
-          Lo siento muchísimo, cariño —le susurró ella acariciándole los cabellos.
-          Estaba ahogado en el fondo de...
-          Lo  sé —me interrumpió Cerinia con paciencia. Agradecí no tener que darle demasiadas explicaciones sobre lo ocurrido.
-          Y no hemos podido encontrar a Leonard —prosiguió Brisita.
-          No os preocupéis por él. Está bien. Los niadaes lo encontrarán muy pronto y lo cuidarán. No creo que lo lleven a su hogar si está tan solo.
-          De acuerdo —acepté con melancolía.
-          ¿Dónde está Scarlya? —preguntó Brisita con impaciencia.
-          Scarlya está con Lianid en el río. Lianid la ha llevado a dar un paseo por el bosque para que se recupere. Está mucho mejor. No temáis. Hemos conseguido curarla. Lianid y ella se han hecho muy amigos e incluso Scarlya está planteándose la posibilidad de dejar de ser heidelf. Le gustan mucho estas tierras y la fascinamos —sonrió Cerinia con inocencia.
Me estremecí profundamente cuando me di cuenta de que los ojos de Brisita se habían llenado de miedo y tristeza; pero no fui capaz de preguntar nada. Cuando transcurrieron unos cuantos segundos de las palabras de Cerinia, Brisita dejó la tacita que sostenía en el suelo  y, tras levantarse, se dirigió hacia el exterior sin decirnos nada.
Nadie me lo ordenó, pero yo también me alcé del suelo y salí tras ella en silencio intentando que mi hijita no se apercibiese de mi presencia. No quería dejarla sola. Algo me incitaba a no permitir que estuviese sola en ese momento. Cerinia y Eros me miraron con complacencia cuando me volteé una última vez antes de salir del hogar de Cerinia. Entonces recordé que no los había presentado, pero entendí que no era necesario hacerlo.
-          Ve con ella —me ordenó Cerinia con complicidad.
-          ¿Ocurre algo malo? —preguntó Eros asustado.
-          No, pero el  corazón de una mujer enamorada es muy frágil y enseguida puede llenarse de miedo e inseguridad.
Brisita caminaba ausente por entre los árboles, de donde no dejaban de llover hojas rojizas y amarillentas. Sus ojos apenas percibían su entorno y andaba como si en el mundo no existiese nada más. De pronto se detenía y miraba a su alrededor esperando encontrar la continuación de esa senda que ella seguía sin saber adónde deseaba llegar.
Sin preverlo, llegamos al río. Yo me oculté tras un grueso tronco y la miré preocupada y con mucha pena. Brisita se sentó en la orilla del río y se observó en el brumoso reflejo que le devolvían las aguas. Estaba triste, pero ni siquiera su corazón sabía por qué se había llenado de tanta pena. Anhelé sentarme a su lado para conversar serenamente con ella, pero, cuando me dispuse a salir de mi escondite, oí que Lianid y Scarlya se acercaban a ese instante, a ese rincón, riendo animadamente. Ver a Scarlya tan alegre y recuperada me hizo tener ganas de llorar, pero me contuve. Me quedé paralizada cuando los vi tomados de la mano, mirándose con una complicidad inquebrantable y mágica.
-          Y entonces alguien me golpeó y todo se quedó a oscuras —explicó Scarlya, quien no parecía en absoluto asustada ni estremecida—. Nunca pensé que la oscuridad fuese tan horrible, Lianid. Temí tanto por mis seres queridos que apenas podía prestarle atención a lo que estaba sucediéndome.
-          Menos mal que ya estás bien. Me ha gustado mucho ayudarte...
-          Si no hubiese sido por vosotros, jamás habría sobrevivido. Me habría muerto... para siempre. Tu madre es muy buena y mágica y tú eres muy sabio para haber vivido tan poco tiempo.
-          La naturaleza nos vuelve sabios.
-          Pero tú eres especial. Nunca he conocido al otoño en un ser como lo he conocido en ti. Sí, Arthur, digo, Rauth, era un ser otoñal, pero es que tú incluso hueles a otoño —se rió deteniendo su paso y acercándose a sus cabellos para aspirar el aroma que emanaba de sus rojizos rizos—. Sois muy especiales. Los audelfs sois las hadas más bonitas de Lainaya. Yo quisiera ser una de vosotros.
Había algo en Scarlya que me resultaba extraño. Se trataba de su forma de hablar, de mirar, de reír, de gesticular... Era como si enteramente ella fuese seducción, pasión, sensualidad... como si no le importase nada, como si solamente le interesase ese presente que, para ella, parecía no haber sido precedido por ningún pasado. En sus ojos relampagueaban sentimientos que nunca se habían desprendido de su mirada y, cuando sonreía, su rostro reflejaba un deseo que jamás se había posado en sus ademanes. Cuando caminaba, movía su cuerpo de una forma extraña y, al tener a Lianid cerca, su ser se estremecía. Enseguida me percaté de lo que estaba sucediendo: aquella mujer no era Scarlya.
-          Eres demasiado especial, Lianid —le musitó en el oído. Me sobrecogí cuando me di cuenta de que podía captar plenamente todos los susurros de la naturaleza y aquéllos que se mezclaban con el viento más allá de mi instante—. Eres el hombre más especial que he conocido nunca y quiero formar parte de tu mundo. Lo que nos ha ocurrido es demasiado mágico,  Lianid. No podemos dejar que se apague.
-          Scarlya, yo solamente soy tu amigo, nada más. Ya te lo he dicho muchas veces. Mi corazón...
-          Quiero ser una audelf... Me he cansado de ser una heidelf. Me he dado cuenta de que los heidelfs son más frágiles y débiles. Casi muero atacada por la oscuridad, Lianid. No pienso permitir que mi vida vuelva a estar en peligro.
-          Tenemos que hablar con mi madre. Yo no puedo propiciar la conversión. No sé cómo se hace —protestó él intentando alejarse de ella, pero Scarlya lo aferró con suavidad de los hombros—. Se ha hecho tarde, Scarlya. Tenemos que regresar a mi hogar.
-          Espera un momento... —le suplicó ella entornando los ojos. Aquel gesto sí era propio de Scarlya, de su timidez, de su sensibilidad... pero incluso ese ademán tan suyo me resultó extraño—. No quiero que nuestra intimidad se quiebre...
-          Tenemos que irnos ya. La oscuridad de la noche es peligrosa, sobre todo para ti, que has estado tan enferma.
-          La única forma de recuperarme es sentirme entre tus brazos, Lianid.
-          Pero...
Scarlya ya abrazaba a Lianid con un cariño tembloroso que estaba a punto de convertirse en desesperación y pasión. Lianid se entregó a ese abrazo como si llevase siglos sin sentir el amor de nadie, sin saber que, cerca de él, escondida entre plantas brillantes, la mujer que más lo amaba estaba observando ese momento con una tristeza inabarcable.
-          Scarlya, debemos volver —protestó Lianid desasiéndose de los brazos de Scarlya—. Hará mucho más frío cuando anochezca...y está a punto de hacerlo.
-          Está bien —rió ella encantada—. Adoro tu timidez.
-          No se trata de timidez, esta vez —susurró Lianid con seriedad.
Siguieron caminando, aproximándose inconscientemente a Brisita, quien, en cuanto los sintió cerca, se alzó de donde estaba sentada dispuesta a huir; pero yo salí de mi escondite y, aferrándola con mucho amor de la mano, le pedí que no se fuese, la insté a que hablase con él, que no hiciese hipótesis erróneas sobre lo que estaba sucediendo.
-          No puedo hablar con él ahora —protestó llorando tiernamente—. No tengo nada que hacer frente a Scarlya, Sinéad. Ella es mucho más hermosa que yo y más... sabe más de todas las cosas... —balbuceaba sin saber qué decirme. En cuanto pronunció aquellas injustas palabras, una delicada, pero intensa brisa meció su recto y denso flequillo, descubriendo sus rojizas cejas y su perfecta frente. Interpreté aquel suave viento como una réplica a lo que ella creía—. Yo soy...
-          Tú eres la mujer más hermosa del mundo, de cualquier mundo, y eres tan dulce y cariñosa que el cariño y la dulzura se estremecen al pensar en ti. Nunca dudes de lo que vales, amor mío, nunca, nunca —le exigí a punto de llorar también—. Habla con él. No realices hipótesis erróneas. Yo lo hice una vez con Arthur y no te imaginas cuánto me arrepentí...
-          Lo intentaré...
-          ¿Quieres que me quede cerca de ti o prefieres que te espere en el hogar de Cerinia? —le pregunté con ternura retirándole las lagrimitas que resbalaban por sus mejillas.
-          Espérame en casa, por favor.
-          De acuerdo.
Entonces me alejé de Brisita dirigiéndome, a propósito, hacia donde podía encontrarme de frente con Scarlya y Lianid. Cuando Scarlya me vio, sonrió ampliamente y corrió hacia mí deseando abrazarme. En esos momentos dudé de lo que había creído sobre su identidad. Cuando la tuve entre mis brazos, me pareció que estaba abrazando a la misma Scarlya de siempre, esa mujer tierna, soñadora y romántica que había conocido hacía ya tantos y tantos años... la que no había desaparecido pese a haber sido destruida por la muerte.
-          Sinéad, Sinéad, cuánto me alegro de que estés bien, cariño —lloró tiernamente entre mis brazos mientras me presionaba contra su pecho—. Temí tanto por ti cuando desperté y me dijeron que estabas lejos... Dime, ¿cómo están Leonard, Eros y Rauth? Dime, ¿están contigo, Sinéad?
-          Scarlya... —musité estremecida  y sobrecogida. Scarlya sí era la de siempre...
-          Dime cómo están, por favor, por favor —me suplicó desesperada mirándome con muchísima lástima en los ojos—. Presiento que ha sucedido algo extraño...
-          Ven conmigo...
-          Aguarda un momento... Lianid y Brisita están a punto de reencontrarse. No quiero perder de vista a Lianid...
-          ¿Cómo?
-          Ya te lo explicaré, Sinéad; pero... guarda silencio.
Scarlya me obligó a agacharme tras las plantas y observar ese instante que solamente les pertenecía a Brisita y a Lianid. Lianid se acercó a ella con timidez, sobrecogido, triste, casi apagado. Brisita lo miraba como si él surgiese de unas neblinas dañinas y gélidas; pero, cuando se tuvieron al alcance de sus manos, se fundieron en un abrazo que contenía todas las lágrimas de la Historia. Brisita lloró desconsoladamente entre los brazos de Lianid mientras él la presionaba contra su pecho, consolándola, besándola de vez en cuando entre sus cabellos, rozando con sus labios sus delicadas y casi transparentes orejitas.
-          Brisita, mi Brisita... —suspiraba Lianid casi sin poder hablar.
-          Lianid, Lianid... mi papá ha muerto, Lianid, ha muerto.
Fue lo primero que Brisita pudo decirle a Lianid. Parecía como si la muerte de Rauth fuese lo único que la hacía llorar, pero yo sabía que en esos momentos Brisita lloraba por ser plenamente consciente de cuánto podía doler la vida, de cuánta pena podía caber en el alma, de cómo las emociones más bonitas pueden convertirse en las más lacerantes.
-          ¿Ha muerto? Lo siento mucho, Brisa...
-          Lo sé...
-          Brisita, te juro que, mientras yo respire, nunca te sentirás sola. No vuelvas a irte, por favor. Renuncia a todo por mí, Brisita. Yo no puedo vivir sin ti...
-          ¿Qué dices, Lianid? —exclamó ella incrédula y asustada—. Yo soy la próxima reina de Lainaya. De mí depende que este mundo siga existiendo.
-          Brisita, yo no soy nada sin ti, Brisita...
-          Pero ¿qué sucede con Scarlya? Tu madre me ha dicho que...
-          Scarlya quiere que seamos más que amigos, pero yo no la correspondo. Yo solamente te quiero a ti, Brisita.
-          ¿Estás seguro? —le cuestionó ella incrédula.
-          Más seguro de que yo existo.
Brisita no dijo nada más. Se quedó pensativa, mirando de vez en cuando a Lianid, quien la observaba plenamente, con todo el amor del mundo resguardado en sus ojos. Al hundirse en aquella dulce y soñadora mirada, Brisita sonrió efímeramente, mezclando aquel pedacito de felicidad con la honda tristeza que anegaba toda su alma, y entonces se acercó más a Lianid para que él la besase primorosamente.
-          Vayámonos, Sinéad —me pidió Scarlya en el oído.
-          Quiero hablar contigo —le confesé cuando ya nos hubimos retirado de ese tierno momento que Brisita y Lianid estaban viviendo.
-          Sí...
-          ¿Qué pretendes con Lianid, Scarlya? —le pregunté intentando no parecer preocupada.
-          Nada malo. Sabía que Brisita estaba enamorada de él y quería comprobar si el amor que Lianid decía sentir por Brisa era totalmente puro y sincero. Sinéad, quiero a Brisa como si fuese hija mía y no quiero que nadie le haga daño.
-          Tú se lo has hecho. Ella se ha sentido pequeña al ver que tú querías seducir a Lianid y que quieres convertirte en audelf.
-          Sí, quiero convertirme en audelf, pero no quiero hacerlo para ganarme el amor de Lianid. Ahora sé con certeza que él ha nacido para estar con Brisita. Sinéad, no desconfíes de mí. Yo amo a Leonard... Por cierto, todavía no me has dicho dónde está. Dime que está bien, por favor...
-          No lo hemos encontrado —le contesté secamente.
-          ¿Cómo?
-          Los niadaes...
-          ¿Qué es eso?
-          Las hadas del agua... Los niadaes han prometido buscarlo hasta encontrarlo y cuidarlo hasta que todo esto termine. Y Rauth ha muerto...  —le revelé intentando no llorar—. Se supone que tenemos que ser fuertes para proseguir con nuestro viaje, pero no sé cómo hacerlo.
-          Rauth ha muerto... —susurró Scarlya incrédula—. No puede ser...
-          Es... pero no quiero que sigamos hablando de esto. Vayamos a buscar a Brisita y a Lianid para volver a casa. Estoy agotada...
Todos regresamos a casa con el ánimo compungido, pero tanto en los ojos de Lianid como en los de Brisita se detectaba la luz de una tímida felicidad que temía refulgir por si la tristeza que nos anegaba el alma se sentía defraudada o intimidada. Cuando ya nos hubimos acomodado en el rincón donde dormiríamos, Cerinia nos deseó buenas noches y todo se quedó en silencio. Los hechos transcurrían con vergüenza, pero de forma rápida e intensa, como si al mismo Tiempo le sobrecogiese existir en esos instantes tan oscuros y nostálgicos.
Soñé con Rauth durante toda la noche. Su alma bondadosa y soñadora estuvo enviándome mensajes impregnados de amor y aliento durante todo mi dormir. Sus ojos verdosos me infundían calma y ternura y sus manos me acariciaron durante todo aquel tiempo que pasé soñando con él. Me desperté sintiendo una infinita melancolía cubriendo todo mi corazón, pero también un tenue alivio que nacía de saber que, aunque Rauth se hallase muy lejos de mí, mi alma y la suya siempre permanecerían unidas, a pesar de que nos separasen la distancia más inquebrantable y las edades más irrecuperables.
Reemprendimos nuestro viaje con temor, tristeza e inseguridad, pero también con ilusión. Lianid y Cerinia nos acompañaban, dedicándonos sonrisas amables que nos hacían sentir acogidos. Aseguraban que era necesario viajar juntos hacia el valle del otoño para ayudarnos a atravesarlo. La magia de tres audelfs podría combatir los vigorosos y devastadores vientos que soplaban en aquel rincón tan amenazante y oscuro, de donde surgía toda la decadencia de la naturaleza.
Apenas me fijaba en mi entorno. Únicamente podía cavilar sobre todo lo que nos había ocurrido hasta aquellos momentos y prestarles atención a los movimientos, gestos y palabras de Scarlya. No estaba segura de si debía creerme lo que me había alegado sobre la forma en que se había comportado con Lianid o si debía luchar contra mis sentimientos para aceptar que ella había dejado de ser esa mujer que todos queríamos. Sin embargo, Scarlya no actuaba de modos extraños e incomprensibles. Sonreía como siempre lo había hecho, abrazaba a Brisita cuando ella parecía cansada, nos dedicaba palabras de aliento cuando nos percibía agotados y se reía cuando Eros o Lianid bromeaban con ella. No obstante, aunque intentase anegarla en serenidad y ánimo, la mirada de Scarlya aparecía triste, llena de decepción, preocupación y miedo. Saber que no habíamos hallado a Leonard y que su vida dependía de unos seres que ella nunca había visto la mantenía flotando en un mar de incertidumbre y temor que apenas la dejaba dormir. Tenía pesadillas casi todas las noches y, cuando la oscuridad caía sobre la naturaleza, necesitaba que alguno de nosotros la abrazase para que ella se sintiese protegida. Mayormente era Cerinia quien la acogía en sus brazos, pues tanto Brisita como Eros y yo ya teníamos un rincón donde buscar nuestro amparo.
Cerinia trataba a Scarlya como si fuese su hija. La mimaba dándole las frutas que ella deseaba comer, la animaba cuando el desaliento se apoderaba de sus sentimientos, le sonreía cuando la tristeza se arraigaba irrevocablemente en sus ojos, la tomaba de la mano cuando Scarlya no se atrevía a caminar sola entre los árboles y la abrazaba cuando las pesadillas la estremecían. Lianid me sonreía cariñosamente, revelándome con sus ojos que le placía ver a su madre tan complaciente.
-          Desde que yo crecí, ella no ha vuelto a volcarse en alguien de ese modo tan tierno —me había dicho Lianid una noche que no podíamos dormir.
-          Pero Scarlya no es una niña pequeña —aduje yo riéndome con dulzura.
Sin embargo, aunque no lo fuese, Scarlya necesitaba que la mimasen de ese modo tan tierno e inocente, pues con sus ojos nos aseguraba que, sin tener a Leonard a su lado, se sentía desamparada. Nadie le objetaba nada cuando nos rogaba que le prestásemos atención. Todos nos acompañábamos en ese viaje difícil hacia rincones devastadores donde nuestra vida podía ser devorada por el viento.
Brisita también estaba demasiado extraña. Siempre se cobijaba entre los brazos de Lianid sin importarle que nosotros percibiésemos plenamente todo el amor que emanaba de sus ojos. Acabó olvidándose de aquella inseguridad que se había apoderado de su corazón cuando había visto que Scarlya intentaba seducir a Lianid. Scarlya había hablado seriamente con ella y la había convencido de que ella solamente deseaba comprobar si Lianid la amaba tanto como aseguraba. Brisita se conformó con aquella explicación, aunque, más tarde, llegó a confesarme que desde entonces no pudo volver a confiar tan plenamente en Scarlya.
Lianid era el mundo de Brisita y Brisita era la única tierra donde Lianid deseaba habitar. El uno era el cielo del otro y, cuando se miraban a los ojos, todo desaparecía para ellos. Verlos enamorados nos encogía el corazón tanto de alegría y emoción como de tristeza y miedo, pues éramos conscientes de que el destino de Brisita no se hallaba únicamente entre los brazos de Lianid; pero no queríamos pensar en el instante en el que deberían separarse. Los instábamos a que viviesen todos los momentos que la vida anhelaba ofrecerles.
El viaje hacia el valle del otoño se nos hizo largo, pero también hermoso. Caminábamos durante todo el día por bosques de árboles caducifolios que estaban quedándose sin hojas, donde el cielo que los cubría era el reflejo de las rojizas y decadentes hojas que alfombraban el suelo. Nos bañábamos en caudalosos ríos de agua fría y limpia y nos templábamos junto al fuego, o bien, en cuevas donde entonaba la soledad más húmeda, o bien, entre los árboles cuyas ramas apenas podían protegernos del viento.
Un atardecer dorado, cuyo matiz escarlata y brillante me recordaba al alma de Rauth, nos detuvimos para descansar en un bosque lleno de arbustos, árboles frágiles y flores temblorosas. Las montañas custodiaban aquella solitaria naturaleza y el cielo estaba cubierto por unas nubes azuladas que presagiaban una violenta tormenta. Cerinia nos había comunicado que lo mejor sería aguardar a que la tormenta pasase escondidos en una profunda y acogedora cueva, pero a mí me apetecía vagar bajo aquel cielo amenazante y aspirar la fragancia de esa muriente naturaleza.
Entonces, de pronto, sin esperarlo, entre los árboles, hallé sentada a Brisita. Estaba asomada a la impetuosa corriente de un río en el que se había bañado hacía poco. Sus rojizos y ensortijados cabellos le caían húmedos por su espalda y su flequillo recto se había convertido en unos revoltosos mechones que ella se había retirado hacia un lado. Sin que ella lo intuyese, me asomé a sus ojos y así pude percatarme de que su mirada estaba llena de desconcierto y miedo. Aquellos sentimientos me impulsaron a sentarme a su lado con cuidado de no sobresaltarla.
-          Hola, cariño —la saludé con mucho amor mientras le desenredaba uno de sus brillantes y rizados mechones—. ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás tan triste?
-          Hola, Shiny —me contestó intentando esbozar una sonrisa, pero la pena que invadía su alma se lo impidió.
-          ¿Qué te ocurre, vida mía? —volví a preguntarle mientras la tomaba de las manos.
-          Si quedaba alguna duda de que yo había dejado de ser niña, la naturaleza se ha encargado de disiparla —me confesó entornando los ojos.
-          ¿Por qué, cariño? —le cuestioné tiernamente. Traté de que ella no se apercibiese de que estaba un poco asustada.
-          ¿No sabes a lo que me refiero? —me interrogó con mucha vergüenza.
-          No estoy segura...
-          Ya soy una mujer... Ya... Sinéad...
-          Creo que ya sé a lo que te refieres —me reí emocionada mientras la abrazaba—. Ya tienes los días... rojos —seguía riéndome encantada.
-          Sí... No sabía que yo también podía tener... eso...
-          Por supuesto que sí —exclamé con una voz llena de inocencia—. Es necesario que los tengas, pues algún día serás madre...
-          Y tú serás abuela, entonces —se rió tiernamente, pero yo me di cuenta de que estaba intentando reprimirse unas leves ganas de llorar.
-          Sí... aunque será tan extraño... Ser abuela siendo tan joven...
-          En tu otra vida no eres tan joven... —susurró estremecida.
-          NO... Es cierto.
-          Me duele la barriga, mamá —se quejó cerrando los ojos y apoyándose en mi pecho—, y tengo ganas de llorar.
-          Es comprensible. Esos días te ponen muy tonta.
-          Tú ya no los tienes, ¿verdad?
-          No... Al convertirme en niedelf, perdí la posibilidad de volver a ser madre; pero no me importa. Contigo me basta y me sobra. Ya quisieran todas las madres del mundo tener una hija tan buena, amable, adorable, cariñosa y hermosa como tú, vida mía. Jamás creí que pudiese sentir un amor tan bonito.
-          Gracias, Sinéad —lloró Brisita con ternura y vergüenza—. Yo también te quiero muchísimo. Eres lo que más quiero en el mundo. No sería nada si tú te fueses.
-          No me iré nunca de tu lado...
-          No es verdad. Cuando todo esto haya acabado y yo sea reina, tú tendrás que volver a tu mundo, pues tu vida no está aquí, en Lainaya...
-          ¿NO está aquí? ¿Entonces por qué me he convertido en heidelf y luego en niedelf? Alguna función tendré aquí...
-          Salvar Lainaya, pero ya está... No morirás cuando la cumplas, sino que te irás a tu otra realidad, que para mí será como si hubieses muerto, ya que no podré volver a verte nunca más —sollozaba delicadamente.
-          Yo no sabía eso, Brisita...
-          Yo sí lo sabía... y Rauth, también.
-          ¡Pero eso es injusto! Yo no quiero vivir sin ti, Brisita...
-          Yo tampoco... pero ahora no debemos preocuparnos por eso. Queda mucho para que lleguemos a la región del verano. Cerinia dice que nos queda poco para alcanzar ese devastador valle. Me da miedo... Me siento débil. No creo que pueda batallar contra todos esos vientos y toda esa decadencia.
-          Te sientes débil ahora, pero, cuando estos días se te pasen, entonces volverás a recuperar tu vigor, cariño.
Conversé con Brisita durante un tiempo cuyo transcurrir apenas percibíamos. Lo único que sentíamos discurrir eran las aguas de ese río  que se llevaba nuestro reflejo. Hablé con Brisita hasta que notamos que la noche caía espesamente sobre nosotras y que el cielo comenzaba a llorar unas lágrimas frías que se hundieron en nuestra alma. Entonces nos alzamos de donde estábamos sentadas y nos dirigimos hacia la cueva donde todos nos aguardaban.
Eros, Scarlya, Lianid y Cerinia estaban sentados alrededor de una dulce y delicada lumbre que teñía los muros de la cueva de un matiz brillante, anaranjado y mágico que volvía acogedores todos los rincones. Comían en silencio apenas sin mirarse los unos a los otros; pero, cuando Brisa y yo entramos en la cueva, todos nos dirigieron una mirada llena de amor y gratitud. Nos sentamos junto a ellos y los acompañamos en aquella cena tan oscura y tenebrosa. Todos sentíamos que una violenta y desgarradora tormenta estaba a punto de estremecer la naturaleza y convertir la calma que la cubría en una fuerza indómita que lucharía contra el viento para devenir la más eterna e invencible.
El silencio se respiraba, se palpaba y se saboreaba en cada sorbo de agua que bebíamos y en cada porción de comida que ingeríamos. Apenas tenía hambre, pero hice un gran esfuerzo por comer para poder recuperar esas fuerzas que me ayudarían a seguir con nuestro viaje y a no tener miedo. Brisita casi no comió nada y enseguida se dispuso a dormir en un rincón de la cueva alegando que estaba demasiado agotada y que no se sentía bien. Salvo yo, nadie conocía las verdaderas causas de su malestar.
Cuando nos deseamos buenas noches, todos nos acomodamos en el suelo, cabe la lumbre, para dormir templados. En esos momentos, el cielo ya descargaba su fuerza contra los caducos árboles, ya lloraba intensamente por la irrecuperable pérdida del calor, ya dejaba caer sobre la naturaleza una lluvia intensa que iría convirtiéndose en la tormenta más devastadora a medida que la noche avanzase por el firmamento. Eros se aferró casi desesperado a mí cuando la voz del trueno comenzó a estremecer todas las piedras que creaban aquella cueva. Cerinia y Eros habían colocado una roca en la entrada de la cueva para que ni el frío ni la humedad se adentrasen despiadadamente en nuestro refugio; pero, aún así, la estridente luz de los rayos se colaba entre las piedras y lo iluminaba todo, tiñendo los muros de un sobrecogedor matiz plateado que me encogía el alma.
Me refugié entre los brazos de Eros deseando que el sueño se adueñase cuanto antes de mi consciencia. Al fin, arrullada por el sonido de la lluvia y el cariño de Eros, conseguí adentrarme en el mundo de los sueños, donde me aguardaban imágenes estremecedoras e incomprensibles que me costaba interpretar. Vi a Brisita y a Lianid corriendo tomados de la mano por la ladera de una montaña incendiada, vi una gran lluvia de rocas cayendo sobre unos bosques cuyos árboles apenas tenían hojas, vi un rayo partiendo en dos el grueso e inmenso tronco de un árbol, olí el olor del humo, pude notar en mis manos el ardiente aliento de la lava, me envolvieron unas neblinas incandescentes que interrumpían el fluir del aire... Traté de llamar a mis seres queridos, pero nadie podía oírme en aquel apocalíptico instante.
Me desperté con la respiración agitada y temblando levemente. Eros dormía plácidamente a mi lado. Creía que todos se hallaban perdidos por el mundo de los sueños, pero de repente oí la voz de Brisita interrumpiendo aquel espeso silencio. Conversaba con Lianid con una voz prácticamente inaudible. Lianid la escuchaba con amor y atención, sin atreverse a decir nada.
-          Ya soy una mujer, tanto por fuera como por dentro —le explicaba Brisita con una voz llena de vergüenza—. ¿Sabes lo que quiere decir eso, Lianid? —Supuse que él había asentido con la cabeza, pues Brisita prosiguió—: Ahora, ya estoy preparada para ser madre. Sinéad está convencida de que tú serás el padre de todos los hijos que la naturaleza quiera ofrecerme, pero yo no puedo estar segura de nada, Lianid. No sé cuánto durará nuestra vida, no sé si ésta es la última noche que podemos pasar juntos... Tu madre asegura que mañana llegaremos al valle del otoño, lo cual quiere decir que tendremos que separarnos. No quiero que me alejen de ti, pero debo aceptar mi destino, Lianid. No obstante, sé que volveremos a encontrarnos cuando todo termine, cuando ya sea la reina de Lainaya. Tú y yo reinaremos juntos. Yo no quiero enfrentarme a algo tan grande y difícil si no estás a mi lado. Además, Sinéad, Eros y Scarlya se irán cuando alcance mi hado...
-          ¿Tu madre se irá? ¿No puede quedarse aquí contigo?
-          No, no puede. Su vida no está en Lainaya, Lianid —le contestó Brisita con una voz impregnada de lástima. Sus palabras sonaron trémulas y apagadas—. Lianid, no sé cómo podré vivir sin ella. Que se vaya de Lainaya es peor que perderla ahora aquí, en esta tierra. También extrañaré muchísimo a Leonard, a Eros y a Scarlya; aunque, sinceramente, el cariño que siempre he sentido por Scarlya se ha vuelto turbio. Algo se ha quebrado por dentro de mí. Cuando creí que ella estaba enamorada de ti y quería convertirse en audelf para estar a tu lado, la vida perdió todo el sentido que yo siempre había creído que tenía.
-          Scarlya no está enamorada de mí, Brisa,  y yo jamás podré enamorarme de otra mujer, jamás —sentenció con mucho amor. Supe que Lianid había abrazado a Brisa—. Brisa, eres lo que más quiero en el mundo, aparte de mi madre, claro está... y no soy nada si tú no estás conmigo. Nunca pienses que puede existir alguien que pueda enamorarme. Yo solamente te amo a ti y siempre será así, amor mío...
-          Te creo —rió ella complacida y alegre—. Lianid...
-          Ya no llueve. Podemos salir a comprobar qué aspecto tiene la naturaleza —le propuso con timidez y mucho cariño.
-          Prefiero quedarme aquí, protegida entre tus brazos. No creo que podamos volver a abrazarnos así hasta que me hagan reina de Lainaya y podamos reencontrarnos.
-          ¿Dónde vivirás cuando seas reina?
-          No lo sé. Tu madre me contó que debo vivir en la tierra del otoño, pues soy un hada del otoño...
-          Es cierto. Entonces viviremos juntos —se rió de gozo.
-          Sí, por supuesto.
-          Brisa... mi Brisita... —musitó Lianid mientras oía que la acariciaba.
-          Te quiero, Lianid.
-          Y yo a ti, dulce Brisita. Te quiero con todo mi corazón y mi alma.
Escuchar aquellas tiernas palabras provocó que en mi garganta naciese un nudo que me la presionó despiadadamente. Sentí de pronto tantas ganas de llorar que no pude evitar que de mis ojos comenzasen a brotar unas lágrimas gélidas y relucientes que intenté retirarme antes de que cayesen en el pecho de Eros, quien dormía plácidamente, ajeno a todo, a mis sentimientos, al amor que se respiraba en aquella oscura cueva, a la ilusión y la tristeza que emanaban de los labios de Lianid y Brisita... Saber que se extrañarían como jamás nadie había añorado a nadie en toda la Historia me empequeñecía y me sobrecogía; pero, como ellos, no perdería la esperanza de que muy pronto todos volviésemos a estar juntos sabiendo que nada más nos distanciaría... ni siquiera el espacio que dividiría nuestros mundos cuando yo regresase a mi hogar.
La noche pasó entre suspiros de amor, entre sueños interrumpidos, entre lágrimas furtivas. El día llegó espesamente, asomándose con timidez tras las montañas humedecidas. Cuando empezaron a cantar los primeros pájaros de la madrugada, Cerinia retiró la roca que nos protegía del exterior y nos despertó a todos con una voz suave y anegada en cariño. Nadie me había despertado así desde que Klaudia, mi madre humana, me había tenido entre sus brazos por vez postrera cuando la noche se terminaba.
La naturaleza olía a lluvia, a hojas secas que la lluvia había humedecido, a rocío congelado, a escarcha derretida. El aroma que emanaba de todos los rincones de ese decadente bosque nos despertó  suavemente y el frescor del alba nos retiró el sueño que todavía restaba posado en nuestros párpados. Tras desayunar un poco, reemprendimos nuestro viaje en silencio, pero en el ambiente se oían demasiadas palabras. Nuestra inminente despedida podía olerse como todas esas fragancias que impregnaban el bosque y la luz de la mañana parecía querer trazar palabras de añoranza en el firmamento, donde unas gruesas y azuladas nubes nos ocultaban la luz de las estrellas.
-          Dentro de poco llegaremos al valle del otoño. Se halla tras esas dos montañas —nos indicó Cerinia señalándonos un declive entre dos grandes laderas—. Tenemos que atravesar un bosque de acacias y, después, deberemos descender una gran pendiente que nos conducirá al gran valle del otoño. —Nadie contestó, puesto que sus palabras nos sobrecogieron, pero ella prosiguió con templanza y serenidad—: Si mantenéis la calma, podremos atravesarlo sin ninguna dificultad. Tanto Brisa como Lianid y yo gozamos de la facultad de ignorar la fuerza de todos los vientos del otoño, por eso lo más conveniente es que cada uno de vosotros se aferre a la mano de alguno de nosotros para que la magia os envuelva. Tú, Sinéad, irás con tu hijita Brisa, ya que a vosotras os une un lazo inquebrantable, el más mágico de todos los que hay aquí. Scarlya, irás conmigo y tú, Eros, irás con Lianid. ¿Estáis satisfechos con la distribución? —nos preguntó con una sonrisa tierna, pero sobre todo miraba a Brisita.
-          Sí, mucho —contestó ella encantada agachando los ojos.
-          Por favor, no permitáis que el miedo os venza ni os controle. Tenéis que ser todo lo valientes que podáis, ¿de acuerdo?
-          De acuerdo —contestamos Eros y yo.
Entonces proseguimos con nuestro camino, vagando rápida, pero también serenamente entre esas acacias que el viento movía con delicadeza, provocando que su mecer se convirtiese en una silenciosa y agradable trova que parecía una bienvenida a la mañana. No puedo determinar cuánto tiempo permanecimos atravesando aquel sosegado bosque; pero, cuando llegamos a aquella inclinación de la que Cerinia nos había hablado, el tenue fulgor del alba ya se había convertido en una incandescente lluvia de luz dorada que nos encandilaba.
Aquel enorme y amenazante declive aparecía ante nosotros como el descenso hacia un mundo lleno de sombras y brumas indisipables. Desde la altura de aquel bosque, percibíamos un hoyo horadado en la naturaleza donde se resguardaba un sinfín de hojas que volaban desorientadas, de plantas vueltas pedacitos, de nieblas grises y azuladas que parecían albergar la tormenta más destructiva de la vida. Intenté no estremecerme ni sentir miedo, pero el temor ya se había adueñado de mis sentimientos. Sin embargo, no permití que mis ojos desvelasen mis emociones.
Me aferré a la mano de Brisita cuando empezamos a descender aquella escarpada cuesta llena de piedras ariscas y de raíces punzantes. Brisa me apretó la mano cuando notó que mis dedos temblaban y que el miedo estaba apoderándose cada vez más de mis sentimientos. No obstante, no le confesó a nadie que yo estaba tan asustada. Me consolaba acariciándome la palma de la mano con sus cariñosos dedos, me presionaba la mano cuando más trémula me notaba...
Cada vez nos acercábamos más a aquel valle lleno de vientos que no sonaban. Las brumas que había percibido desde la lejanía se habían convertido en una espesísima niebla que nos impedía vislumbrar la continuación de nuestra senda; pero Brisita caminaba con seguridad, como si hubiese vagado ya infinidad de veces por aquel rincón tan tenebroso. No se oía nada salvo el eco del graznido de algunos cuervos. A veces, el murmullo silencioso del viento devenía en una voz ensordecedora que se tornaba ecos que se perdían por la inmensidad de aquel vacío. Me parecía oír palabras remotas, pronunciadas en una lengua que no comprendía; susurros que se mezclaban con el viento, asemejándose entonces a suspiros desorientados... Olía a humo, pero no había ningunas ascuas que nos indicasen que el fuego había invadido aquel lugar... El ambiente que nos rodeaba me parecía áspero, como si estuviese hecho de cactus o espigas punzantes y me costaba mucho moverme, pues aquellas densísimas tinieblas parecían ser tangibles. Hacía muchísimo frío, pero, sin embargo, no era un frío que helase mi piel o mis huesos. Se trataba de un gélido aliento que se introducía en mi alma y la humedecía. Aquella niebla era húmeda, pero no dejaba caer ninguna gota que desvelase que en realidad fuesen nubes aguardando el momento de descargar todo su contenido.
De vez en cuando, un remoto relámpago quebraba la oscura densidad que nos envolvía. Aquellos relámpagos parecían el parpadeo de una estrella que se arrepiente de brillar más que las demás en un firmamento donde sólo puede morar la oscuridad más invencible. Los ecos de esos lejanos graznidos, las palabras pronunciadas en una lengua ininteligible y los suspiros apagados que el viento silenciaba fueron lo único que nos acompañó en nuestro camino. Nadie hablaba; lo cual me impedía saber si Eros, Lianid, Scarlya y Cerinia se hallaban cerca de nosotras. Tampoco me atrevía a preguntar dónde estaban, pues me daba miedo que mi voz se desorientase en medio de tanto vacío. Sin embargo, de pronto, Brisita, con una voz susurrante, me confesó:
-          ¿Sabes una cosa, Sinéad? Si yo ahora soltase tu mano, todos los vientos que nacen de este valle te envolverían despiadadamente y te arrastrarían hacia el olvido. No notas esos vientos porque estás aferrada a mí.
-          No me sueltes —le supliqué desesperada e inmensamente asustada. Me daba miedo que a Brisita se le ocurriese hacer alguna travesura.
-          Por supuesto que no te soltaré. ¿Cómo crees que podría hacerlo, mami? —me preguntó riéndose con amor.
-          Tengo mucho miedo, Brisa —le confesé a punto de llorar.
-          No tengas miedo. La decadencia del otoño se alimentará de tu temor para hacerse más fuerte. Además, si estás asustada, puedes atraer a la oscuridad. Este valle es un lugar propicio para que la oscuridad se vuelva más potente. Recuerda que no la hemos dejado atrás definitivamente.
-          Es cierto —corroboré estremecida—; pero no puedo evitar tener miedo.
Brisita no me dijo nada más. Seguimos caminando con temor y a la vez seguridad. Yo me aferraba cada vez más desesperadamente a la mano de Brisita para que el miedo no me hiciese creer que me hallaba sola y desprotegida en medio de tantas tinieblas. Aquellas brumas habían devorado la luz del día y habían hecho del amanecer una eterna y profunda noche que se expresaba mediante palabras que no sonaban, ecos que se repetían interminablemente en aquel vacuo silencio y susurros cuya procedencia era incapaz de determinar. El graznido de los cuervos sonaba tan lejano y cercano al mismo tiempo que creía que, de forma inesperada, alguno de esos oscuros pájaros se lanzaría sobre mí y me devoraría sin consideración; pero continuamos recorriendo nuestra senda como si aquellos estremecedores sonidos no existiesen.
-          Estamos a punto de terminar de atravesar el valle —me anunció Brisita con calma.
-          ¿Cuánto queda? —le pregunté esperanzada.
-          Poco, Sinéad.
Cuando oí aquellas palabras, le presioné la mano con tensión y gratitud. No había dejado de tener miedo, las densas nieblas que nos ocultaban todos los matices de aquella detenida naturaleza se volvían cada vez más inquebrantables y aquellos sobrecogedores sonidos llenos de ecos no dejaban de repetirse incesantemente. Cuando Brisa notó mi alivio, me acarició la palma de la mano con sus cariñosos dedos. Entonces, de pronto, algo inesperado interrumpió nuestro aquietado instante. Brisita se tropezó, se desasió subrepticiamente de mi mano, como si el agua hubiese vuelto resbaladiza nuestra piel, y entonces, lamentable e inevitablemente, aquellos vientos que apenas habían gritado a mi alrededor se volvieron una fuerza imprevisible que me empujó y me hizo caer lánguidamente al suelo. Traté de buscar la mano de Brisita con las mías o de verla en medio de tantas tinieblas, pero no pude captar nada que me llevase hasta ella. Grité su nombre con una desesperación profunda e indomable, pero mi llamado se perdió por la estridente y ensordecedora voz de aquellos vientos devastadores.
-          ¡Brisa, Brisa!
Mas Brisita no podía oírme. Los vientos de donde nacía toda la decadencia del otoño soplaban con tanta fuerza que incluso devoraban hasta su propia voz. Mis llamados se perdían por las tinieblas y sentía que cada vez el rincón por el que Brisita y yo habíamos caminado juntas estaba más lejos de mí. Traté de ponerme en pie, pero aquellos inescrutables y devastadores vientos me robaron el equilibrio.
-          ¡Ayuda! ¡Ayuda! —grité desesperadamente, inmensamente asustada.
Entonces, de repente, noté que alguien me tomaba de la cintura con cuidado y ternura. Sentir que no estaba sola me serenó, pero enseguida recordé todo lo que me había ocurrido con la oscuridad y aquella suave calma que había comenzado a apoderarse de mi alma se convirtió en una hiriente desconfianza y en un paralizante miedo. Intenté desasirme de esas manos, pero quien me agarraba de la cintura era más fuerte que yo.
-          Tranquilízate, Sinéad, soy yo —me susurró una voz templada y cariñosa—. No temas. Te ayudaré a reencontrarte con Brisita y los demás, pero debes prometerme que no tendrás miedo.
-          No puede ser —musité con una voz trémula.
-          Déjame que te lleve junto a ellos. No te preocupes por nada.
-          No puedes ser tú... Tú te has ido...
-          Estoy aquí, Sinéad. No me preguntes nada.
La voz de Rauth se expandía por mi cuerpo, convertida en unas infinitas oleadas de felicidad, confusión y alivio. No fui capaz de decir nada. Permití que me tomase en brazos y que empezase a correr a través de aquel valle lleno de tinieblas y vientos devastadores.
De repente, noté que la fuerza de aquellos indomables vientos disminuía y todo se quedaba en silencio, aquietado. Miré a mi alrededor y entonces me di cuenta de que Rauth y yo nos hallábamos sentados en medio de un bosque cálido lleno de árboles de copa frondosa y tronco grueso. Rauth todavía me sostenía entre sus brazos y tenía mi cabeza apoyada en su pecho. Me acariciaba los cabellos con delicadeza y cariño, me hablaba dedicándome palabras de aliento y tranquilidad y me sonreía con mucha ternura.
-          Rauth, ¿cómo es que...?
-          Calla, no digas nada, Sinéad...
-          Pero Brisita...
-          Brisita y los demás sabrán llegar hasta aquí.
-          Dime...
-          No, no es necesario decir nada...
-          Pero...
-          Serénate. Estoy bien, Sinéad.
-          No entiendo nada...
-          Los niadaes me han ayudado a regresar a la vida... El agua tiene el poder de hacer renacer cualquier vida natural, ¿verdad? Cualquier bosque que sea tocado por la mano del agua resurge.
-          Cierto...
-          Ellos me han devuelto a la vida, amor...
-          No puedo creérmelo.
-          Estoy aquí, contigo.
Rauth me trataba como siempre lo había hecho en nuestra otra realidad, con esa serenidad tan melancólica que solamente él sabía emplear. Me acariciaba como si yo fuese frágil como una amapola y me hablaba con un tono dulcísimo que me estremecía. Al sentirlo vivo entre mis brazos, empecé a llorar tiernamente mientras lo presionaba contra mi cuerpo como si hasta entonces él hubiese estado desprotegido y mis brazos fuesen su único refugio.
-          Recuperarte es sentir que estoy viva...
-          No volveré a irme, Sinéad —me prometió con una voz suave y nostálgica.
-          Rauth...
-          Ya vienen. Intenta mantener la calma. A partir de ahora, estaremos solos con Brisita, Eros y Scarlya. Cerinia y Lianid deberán partir...
-          Sí, lo sé.
Oí unos tranquilos, pero presurosos pasos que se acercaban hacia nosotros. Rauth y yo nos levantamos intentando esbozar una alegre y luminosa sonrisa, pero la impresión y la melancolía ensombrecían nuestros ojos. Cuando Brisita se apercibió de que yo no estaba sola, se detuvo de repente y se quedó mirándonos con sus ojitos llenos de incredulidad y sorpresa.
-          Brisita —la apeló Rauth con mucho cariño.
-          No puede ser —se rió ella nerviosamente—. No puede ser cierto.
-          Aquí debemos abandonaros —nos avisó Cerinia—. Ahora tenéis que adentraros en la región del verano... ¡Rauth! —exclamó de pronto al verlo a mi lado—. No, no es posible que estés aquí...
-          Estoy aquí, Cerinia.
No me pregunté cómo era posible que Rauth y Cerinia se conociesen, aunque nunca se hubiesen visto, pues ya había aceptado que todos los habitantes de Lainaya se conocían entre sí sin necesidad de haber compartido ningún instante. Cuando Cerinia pudo convencerse de que Rauth sí estaba vivo, se acercó a él y lo saludó con una caricia en su rostro, el cual estaba lleno de serenidad y amor.
-          Gracias por cuidarlos a todos, Cerinia... —le dijo con respeto.
-          No es nada. Ya sabes que todos los habitantes de Lainaya tenemos que protegernos; pero ahora te tocará a ti guiarlos a todos. Lianid y yo debemos irnos ya... No podemos atravesar la región del verano. Nos desintegraríamos. Tu hijita Brisita sí puede hacerlo, puesto que tiene en su interior toda la magia de Lainaya, ya que será su próxima reina.
-          Lo sé —le sonrió Rauth con amor.
-          Sinéad, Brisa, Scarlya, Eros, nunca olvidéis que en la región del otoño tenéis un hogar donde podéis protegeros. Brisita, esos bosques serán tu morada cuando seas reina y entonces te unirás a mi hijo Lianid para vivir juntos para siempre. No dudes de tu destino, Brisa —le aconsejó con calma.
-          De acuerdo, Cerinia —accedió ella sonriendo con amor.
-          Adiós, Brisita, amor mío —se despidió Lianid abrazándola con mucho cariño—. Permaneceré siempre pensando en ti... No te olvidaré nunca, mi amada Brisita...
-          Yo también pensaré en ti siempre y soñaré contigo todas las noches. Serás mi aliento, Lianid.
Cuando todos nos hubimos despedido, Cerinia y Lianid regresaron hacia aquel valle donde las brumas más inhóspitas se convertían en vientos devastadores y destructivos que lo arrasaban todo, incluso la propia fuerza de la que brotaban. Desaparecieron tras aquellas tinieblas destellantes y oscuras y entonces nos quedamos en silencio, mirando cómo sus figuras se desvanecían en medio de la densa negrura de aquel decadente valle.

1 comentario:

Wensus dijo...

¡Está vivo! ¡Bieeeeeeen! No podía creerlo cuando lo leía. Por un momento he pensado que sería la oscuridad, pero es él. Que alegría. Espero que esto no sea una trampa y sea realmente él. Te confieso que me has confundido con Scarlya hasta tal punto que no confío plenamente en ella, estoy igual que Brisa. Vale, lo hacía para averiguar si realmente la amaba pero seducirlo...creo que es pasarse. Aunque Scarlya es así, un poco loca jajaja. Por otr lado me alegra que esté bien. Oisín ha resultado ser un ser maravilloso, me encanta. Es verdad que todos los seres de Lainaya son buenos, aunque tengan algunos tengan sus defectos. ¿Que será de Leonard? Aseguran que está bien, eso espero...Lianid y Brisa forman una pareja perfecta. Merecen estar juntos para siempre, reinar Lainaya. Hay descripciones que son mágicas. Cuando despiertan que huele a lluvia, a humedad, a hierba mojada...no sé, lo has descrito de tal forma que me habría gustado despertar así, estar en ese lugar y disfrutar de ese momento. No hay duda alguna, tienes un don y somos muy afortunados por poder disfrutarlo. Bueno, a ver que tal el viaje, ahora con más energías gracias a que Rauth está vivo. ¡Que siga!