martes, 14 de octubre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 14. CAMINOS DE ESPERANZA


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 14. CAMINOS DE ESPERANZA
En los confines de los últimos bosques de Estidalia, la región del verano, se extendía una gran playa de arenas doradas y aguas transparentes y brillantes, cubierta por un cielo eternamente azul y deslumbrante, por el que apenas se deslizaba la más inocente y sutil nube blanca. En aquella inmensa y exótica playa, la que albergaba un incontable número de palmeras y árboles que parecían pintados en la tierra, nos detuvimos para descansar y refrescarnos. Todos los estidelfs que nos acompañaban se desprendieron de sus ropajes y corrieron hacia el mar, permitiendo que aquellas inmaculadas aguas los envolviesen en una danza de olas interminables níveas y espumosas. Scarlya, Rauth, Brisita, Eros y yo permanecimos sentados en la arena, indecisos, observando el mar con intimidación, inseguridad y fascinación. Era la primera vez que veía una playa totalmente iluminada por el sol. Aquella resplandeciente imagen me embelesaba, pero también me sobrecogía, pues mi piel no recibía la luz del sol con ingenuidad, sino con dolor. No obstante, por unos largos momentos anhelé que nuestro viaje concluyese allí, en aquel rincón tan esplendoroso y mágico.
-          Quiero bañarme —me comunicó Brisita con inocencia—. Vayamos, por favor, mami —me suplicó tirando de mis manos.
-          Cariño, no sé si yo puedo bañarme en unas aguas tan templadas —me excusé intimidada.
-          Por supuesto que puedes. Estas aguas no son ardientes. No pueden hacerte daño. Vayamos, Shiny, por favor —me rogó mi hijita entornando sus ojitos.
-          Está bien —me reí con cariño—; pero sólo iré si viene Eros conmigo —exigí tiernamente mirando a Eros de reojo.
-          Sí, sí quiero ir. Quería proponértelo, pero no sabía si un baño aquí te convendría... —me sonrió con mucho amor.
-          Todo lo que viva a tu lado siempre será mágico, amor mío.
Entonces, imitando a los estidelfs, nos desprendimos de nuestros ropajes y corrimos dados los tres de la mano hacia aquella orilla que brillaba en la dorada arena. Scarlya y Rauth nos miraban con cariño, pero también con un ápice de inquietud ensombreciendo sus ojos. En la mirada de Scarlya detecté un fuerte anhelo de correr junto a nosotros hacia el mar, pero la vergüenza la detenía.
-          ¿Por qué no venís con nosotros? —les preguntó Eros.
-          A mí no me apetece bañarme ahora —contestó Rauth con calma.
-          Y, lamentablemente, yo no puedo —dijo Scarlya agachando los ojos.
-          ¿Por qué no? ¡No seas tímida, Scarlya! Si nos quedamos en ropa interior —se rió Eros.
-          No es por eso. No puedo, y punto —protestó entornando los ojos.
-          ¿Es por cuestiones naturales? —quise saber con inocencia.
-          Sí... La naturaleza no me deja.
-          Tiene los días rojos —susurró Brisita con divertimento—. Lo sé porque está insoportable. No se le puede decir nada...
-          Ay, pobre —me reí con dulzura—. Scarlya, entonces descansa.
Aquel baño estuvo impregnado de inocencia, de bondad, de sencillez, de calma. Reímos y nadamos junto a los estidelfs, jugando como niños en el agua, inventándonos historias, riendo y riendo hasta que las lágrimas brotaban de nuestros ojos. Los estidelfs conocían muchísimos juegos acuáticos y divertidos que nos entusiasmaron, nos mostraron las inhóspitas y a la vez brillantes profundidades de ese mar nítido, nos explicaron antiguas historias de navegantes que buscaban tesoros recónditos escondidos más allá de esas transparentes aguas... Las horas se pasaron rápida e intensamente. Sin embargo, cuando notamos que ya se acercaba el momento de marcharnos, me di cuenta de que en aquel lugar no atardecía. El sol seguía reluciendo con tanta fuerza que nos encandilaba y las aguas refulgían bajo sus mágicos rayos.
-          ¿Cómo es posible que no se haya hecho de noche ya? —preguntó Eros.
-          ¿No te parece mágico? —nos cuestionó una estidelf de rizos dorados y rostro arredondeado—. La noche no invade estas tierras. ¿No te gustaría que eso sucediese en toda Lainaya? Se acabaría la oscuridad y el frío. ¡Sería todo tan mágico...!
-          Yo pienso que todo rincón tiene que ser único. Si todo fuese igual, no existiría la belleza —aduje con calma e inocencia.
-          Pero ¿acaso a ti te gustan la oscuridad y el frío? —me cuestionó aquella estidelf tan infantil.
-          Simindia, ya basta —la amonestó su madre.
-          ¡Sí, te gustan la oscuridad y el frío porque eres una niedelf!
-          ¡SimindiA! —la apeló su madre con más seriedad que antes mientras se acercaba a ella.
-          Es una niedelf, por eso tiene esa mirada de miedo. Le da miedo el sol, el agua templada, el calor, la vida —dijo otro estidelf, un poco más mayor que Simindia.
-          ¿Y para qué has venido a nuestra tierra, para arrebatarnos el calor y la luz del sol? —me interrogó con desafío otro estidelf. De pronto noté que las risas y los juegos se habían acallado y que todos me observaban con expectación y desasosiego.
-          Por supuesto que no —respondí con serenidad, aunque estaba muy nerviosa—. Yo solamente quiero... quiero encontrar a Lumia para preguntarle sobre el destino de mi hijita y... para comunicarle que la oscuridad está...
-          ¡Pero si la oscuridad sois tú y tu raza! —se burló otro estidelf.
-          No es cierto. Existe una mujer muy cruel que se ha adentrado en Lainaya para destruirla. Se aprovecha de las enemistades que existen entre los estidelfs... y los niedelfs para fortalecerse.
-          ¡Eso es mentira! Entre los estidelfs y los niedelfs no existe ninguna enemistad. Lo único que queremos es que Lainaya sea una tierra enteramente inocente, que no tenga ni un solo rincón oscuro y peligroso, que la nieve que nos impide vagar por doquier se derrita para que surjan prados llenos de vida. La oscuridad no se merece habitar en un lugar como Lainaya —me explicó Aimund.
-          Pero la oscuridad y el frío del invierno no son punzantes, no son despreciables —susurré con pena.
-          Estás muy equivocada. Lainaya siempre estuvo habitada por los estidelfs y los heidelfs. Todo era mágico. Los bosques estaban llenos de vida, eran verdes y frondosos, los días eran largos y azules, las montañas eran espesas y existían grandes extensiones de playa donde la arena y las olas refulgían bajo las estrellas o la inocencia del día; pero una noche llegó la primera Doncella Blanca, proveniente de otra tierra lejana, y esparció  su oscuridad y su frío por nuestras tierras, haciendo que las flores y los árboles se volviesen mustios, cubriendo de nieve los parajes más verdes y vivos, arrebatándoles el aliento a los animales —siguió contándome Aimund. Yo no podía creerme sus palabras.
-          Pero la Doncella Blanca llegó porque la Diosa así lo decidió. No procede de la oscuridad de otros mundos —aportó Brisita.
-          La Diosa jamás habría creado una especie de hadas tan despreciable e inservible —la contradijo Simindia.
-          No digas eso nunca más, Simindia, o te castigaré severamente —la regañó Galeia—. Escuchadme bien todos: ni una sola especie habitante de Lainaya, ya sea niedelf, heidelf, estidelf, audelf o niadae, es despreciable, ¿me entendéis? Es cierto que la primera apariencia de Lainaya se la otorgó la primavera para que de todos los lugares brotase la vida; pero todos somos criaturas de la Diosa. La Diosa es la madre de todos nosotros y nos creó para que en Lainaya existiesen todos los matices, aromas y colores de la vida, para que supiésemos apreciar las diferencias y para que todos nos respetásemos y cuidásemos nuestro hogar. Nadie es menos que nadie aquí. Como vuelva a oír alguna palabra hiriente dedicada a otra hada de Lainaya, os aseguro que conoceréis la ira más estremecedora —exigió con severidad.
Nadie fue capaz de replicar ni de protestar. Todos agacharon la cabeza con sumisión y lentamente fueron saliendo del agua. Eros, Brisita y yo, en silencio, los imitamos y caminamos hacia la arena, donde nos acostamos para que el sol secase nuestra piel. Se había instalado entre todos nosotros un punzante silencio que parecía poder palparse y cortarse. Nadie se atrevía a mirar a nadie, como si del cielo hubiese caído un rayo que había quemado todas las palabras. Las palabras que aquellos estidelfs habían pronunciado con tanta falta de empatía y cuidado habían sido como puñales que se me habían clavado en el alma. Me sentía irremediablemente triste.
-          No les hagas caso —me musitó Eros en el oído—. Realmente son unos orgullosos... y están equivocados, lo sabes.
-          Tengo miedo a que la reina de Lainaya sea así también, como ellos, y que no quiera escucharnos —le confesé a punto de llorar—. Me duele presenciar el odio que existe entre los estidelfs y los niedelfs...
-          Los niedelfs no odian a los estidelfs. Son los estidelfs los únicos que se molestan en experimentar y desarrollar un sentimiento tan horrible.
-          Tengo ganas de perderlos de vista —me reveló Brisita casi inaudiblemente—. No me caen bien. No me han mirado con respeto ni interés en ningún momento. ¿Acaso no saben que seré la próxima reina de Lainaya?
-          Sí lo sabemos, pero no vamos a rendir homenaje a una audelf —dijo de pronto Aimund. Me sorprendió descubrir que en verdad parecía ser el desencadenante de toda la enemistad que los estidelfs le guardaban a las demás hadas de Lainaya—. Nosotros solamente obedeceremos y respetaremos a una reina que sea estidelf.
-          ¡Pero la naturaleza debe seguir su curso, Aimund! —protestó Galeia. Percibí que sus ojos estaban ensombreciéndose—. No me gusta que seas tan intransigente y radical. ¡Odio esa faceta de tu carácter!
-          No puedes odiar algo evidente. Nosotros no estamos hechos para obedecer a una reina que no sea estidelf. ¿Por qué piensas que estamos acompañándoos en este viaje? No nos interesa volver a estar en el palacio de Lumia, en absoluto, ya hemos estado demasiadas veces. Lo que queremos es pedirle que evite que la próxima reina de nuestro hogar sea una audelf.
-          ¡No podemos detener el curso de la vida! ¡Ni siquiera Lumia puede hacerlo! ¡Estoy harta de esto, Aimund! —chilló Galeia alzándose de la arena y mirando a Aimund con desafío y rabia—. ¡No me gusta que contamines el alma de nuestros hijos con esas ideas tan destructivas e injustas!
-          Eres demasiado inocente —se burló Aimund—. Si fuese por ti, Lainaya se convertiría en una tierra llena de oscuridad y frío.
-          ¡En absoluto! Lainaya es bella por las diferencias que existen entre sus habitantes y todos sus rincones.
-          No sé cómo es posible que me haya fijado en alguien tan contraria a mí. Albergamos a una niedelf en nuestro hogar porque así lo quieres; pero, si fuese por mí, ni siquiera la habría ayudado. Lo hice también porque sabía que tú puedes enterarte de todo y te enfurecerías por haber dejado morir a una niedelf; pero se lo habría merecido por adentrarse en un territorio donde jamás debió estar. Los niedelfs no son bienvenidos a Estidalia.
-          ¿Cómo es posible que digas eso? —musitó Galeia estremecida con muchísima lástima.
-          Lo mejor será que te calles ya, papá —lo amonestó Aliad con fastidio y vergüenza—. Sinéad, no todos los estidelfs pensamos como el necio de mi padre.
-          ¡No vuelvas a insultarme en lo que te resta de vida! —lo amenazó su padre con ira.
-          Ya está bien —exigió Galeia empezando a vestirse—. Los estidelfs que no tengan problemas para relacionarse con esta encantadora niedelf, que vengan conmigo. Tú, Aimund, llévate a los despreciables estidelfs que no saben respetar a los habitantes de Lainaya. Llévatelos y tíralos al volcán Nauwad para que se mueran —le ordenó enfadada e inmensamente disgustada—. Sinéad, Eros, Brisita, Scarlya y Rauth, proseguiremos con vuestro viaje, lejos de estos absurdos estidelfs. Ya los castigarás cuando seas reina, Brisita.
No pude evitar que las lágrimas brotasen raudamente de mis ojos. Empecé a llorar silenciosamente mientras me vestía. Cuando terminé, me aferré a la mano de Eros para sentirme protegida y comencé a caminar detrás de Galeia y de un reducido número de estidelfs que ni siquiera se habían atrevido a respirar mientras había durado aquella triste discusión.
-          No llores, Shiny —me pidió Eros con mucho amor.
-          Me hace mucho daño que me desprecien así —le confesé con mucha lástima—, pero también me emociona que Galeia me haya defendido de ese modo...
-          Aimund es idiota —lo insultó Galeia con rabia—. No necesitamos que nos acompañen más estidelfs si no están dispuestos a respetar todas las diferencias que existen en Lainaya. Brisita, tienes que imponer orden en Lainaya...
-          Lo intentaré, pero me costará habiendo tanto odio y discriminación... —suspiró ella sobrecogida.
-          Ahora no habrá nadie que te falte al respeto. Se han quedado todos en esa playa... cuyas aguas incitan a la sinceridad...
-          ¿Cómo? —le preguntó Eros.
-          Si te bañas en esas nítidas y transparentes aguas, la sinceridad anega tu corazón. Por eso Aimund y más estidelfs han sido capaces de expresar lo que pensaban.
-          Pero a nosotros no nos ha sucedido eso... —murmuré extrañada.
-          No os ha ocurrido porque no tenéis nada que ocultar. Rauth y Scarlya no se han bañado porque sabían que esas aguas pueden hacer que desvelen todos sus secretos.
-          No, yo no sabía nada —se quejó Scarlya. me di cuenta de que estaba pálida y se presionaba la barriga con disimulo.
-          No te encuentras bien, Scarlya —susurró Brisita intimidada y preocupada.
-          Lo cierto es que no. No me encuentro nada bien...
-          ¿Qué te sucede? —se interesó Galeia.
-          Me duele mucho el vientre y tengo náuseas... Estoy mareada y no dejo de perder sangre...
-          Ven conmigo. Te examinaré —le pidió Galeia.
-          Sinéad, por favor, acompáñame —me suplicó con los ojos llorosos.
Galeia nos condujo a un pequeño bosque donde los grandes árboles nos protegieron de la mirada de todos los que nos acompañaban en aquel viaje tan largo. Scarlya se tendió sobre la hierba y las flores, cerrando con fuerza los ojos, con las mejillas pálidas y con un leve temblor en sus manos. Yo la tomé de la mano para que no se sintiese sola mientras Galeia se disponía a examinarla con detenimiento y cuidado.
-          Por los síntomas que me has desvelado, no se trata de tu menstruación —le comunicó con cautela—, por eso he decidido examinarte... Tengo que... tengo que retirarte tu ropa interior. No sientas vergüenza, Scarlya.
-          No...
-          ¿Desde cuándo te encuentras así? —le pregunté con cariño.
-          Desde... no sé... desde esta mañana... Llevo todo el día sangrando y cambiándome estos malditos paños... Ya casi no me quedan paños limpios.
-          Scarlya... Scarlya... tienes que ser fuerte. Debo comunicarte algo bastante triste —le confesó Galeia con pena.
-          ¿Qué ocurre? —se asustó Scarlya.
-          Evidentemente no se trata de tu menstruación... Dime, ¿no has tenido ninguna falta?
-          No lo sé. Apenas recuerdo lo que me ocurrió cuando nuestra barca se volcó...
-          Te habías quedado embarazada, Scarlya —le reveló casi inaudiblemente—, y hoy has perdido al niño.
-          No, no... —negó llorando sin poder evitarlo.
-          Lo siento muchísimo...
-          Vaya, Scarlya... —me lamenté con pena acariciándole los cabellos—. Tienes que ser fuerte.
-          Cortaremos la hemorragia con una tisana de hierbas que te prepararé ahora. Debemos descansar hasta que te encuentres bien. No puedes continuar así... Sinéad, quédate con ella mientras yo voy a buscar las hierbas que necesito, ¿de acuerdo?
-          Sí, de acuerdo.
Scarlya lloraba silenciosamente, pero, cuando Galeia se fue, se lanzó a mis brazos y empezó a sollozar desconsoladamente mientras se apretaba contra mi pecho para sentirse protegida. Yo la abracé con mucho cariño y cuidado, como si su cuerpo fuese tan frágil como las alas de una mariposa.
-          No pensé que pudiese ocurrirme algo así —se lamentó estremecida—. No entiendo por qué lo he perdido... Con lo bonito que habría sido tener un hijito con Leonard... ¿Te imaginas?
-          Habría sido precioso, sí; pero... probablemente no habríais podido criarlo en nuestra tierra. Tendríais que separaros de él...
-          Pero Leonard... Leonard ni siquiera sabrá que... ¿Dónde está, Sinéad? No dejo de pensar en él. Lo extraño, lo amo, lo quiero a mi lado, lo necesito ahora... en este momento tan triste... No entiendo por qué... ¡No entiendo por qué no está!
-          Tengo la seguridad de que Leonard está bien, cariño. No te preocupes por él. Nos reencontraremos con él cuando menos lo esperemos, ya verás. Cálmate. Necesitas ser fuerte.
-          Me siento muy débil. No deja de salirme sangre...
-          Galeia te curará, cariño... Serénate.
-          Siento que se me va la vista y todo... Sinéad... noto como si mi vientre estuviese desquebrajándose. Me duele muchísimo —se quejó estremeciéndose.
-          Lo sé... pero intenta respirar calmadamente. Todo irá bien...
-          Sinéad, Sinéad... me muero.
-          No, por supuesto que no vas a morir —me reí con dulzura mientras le retiraba el sudor de la frente con mis helados dedos.
-          Tengo calor y frío al mismo tiempo —se quejó desorientada.
-          Ya viene Galeia con la tisana... Tranquilízate, Scarlya.
-          Tienes que bebértela sin saborearla, Scarlya. Estará realmente mala —se rió Galeia de forma maternal mientras la ayudaba a incorporarse levemente y a tomarse la infusión que la curaría—; pero bébetela pensando que te ayudará a ponerte buena, ¿de acuerdo?
-          Eres muy buena, Galeia —sollozó Scarlya sobrecogida.
-          Solamente quiero que estés bien. Eres muy noble y mágica.
-          No es cierto...
-          No digas nada más y bébete la tisana.
Cuando Scarlya se hubo tomado aquella infusión de color grisáceo, se tendió entre mis brazos y cerró los ojos. La sangre manaba cada vez más lentamente de su cuerpo hasta que, de pronto, afortunadamente, la hemorragia se detuvo. En aquel instante Scarlya ya dormía calmadamente, respirando con pausa y profundidad.
-          No entiendo por qué no nos ha confesado antes que se encontraba tan mal —apuntó Eros cuando ya todos nos hubimos acomodado entre los árboles.
-          Yo notaba que no estaba aquí, que se le iba la mirada y se quedaba callada. Además, caminaba muy lentamente —contó Brisita.
-          Pobrecita... No es justo que le haya sucedido eso —se lamentó Rauth.
-          No es justo, no... —confirmé.
En aquel lugar sí oscurecía; pero la noche era clara, parecía un lago de aguas nítidas donde la Luna y las estrellas se reflejan esplendorosamente. El firmamento parecía de terciopelo y de tafetán. La Luna brillaba con tanta fuerza que no existía en el bosque ni un solo rincón anegado por las sombras. Todo resplandecía allí, hasta el tallo más pequeño de hierba, y el viento que soplaba entre las ramas portaba el aroma del rocío más templado y de la savia de las hojas. Se respiraba tanta paz que enseguida confié en que en nuestro viaje ya no quedaban adversidades a las que tuviésemos que enfrentarnos, que todos los momentos que todavía nos quedaban por vivir estarían impregnados de dulzura, inocencia y bondad. Me dormí entre los brazos de Eros, protegiendo a mi lado a Scarlya, sin sentir ni el más sutil ápice de inquietud y de la tristeza que me había envuelto el corazón hacía unas horas.
Desperté entre caricias de luz, entre brisas aterciopeladas anegadas en serenidad. Abrí los ojos porque la calma de aquel lugar me rozó sutilmente los párpados y entonces me encontré entre los brazos de Eros, totalmente amparada de la oscuridad y del temor. Eros me sonreía con mucho amor y paciencia.
-          Buenos días, Shiny. Están esperándonos para desayunar. Hay frutas deliciosas —me comunicó incorporándose conmigo en brazos todavía—. Venga, quítate ese sueñecito de los ojitos... —me pidió acariciándome mis entornados párpados.
-          Ay, Eros —me reí cariñosa y tímidamente.
-          Qué bella estás recién despierta. Tu mirada está tan llena de serenidad...
-          Eso ocurre porque me despierto entre tus brazos, amor mío.
-          Será por eso, entonces —se rió con mucha ternura.
-          ¡Sinéad! ¡Eros! —nos llamó brisita. Estaba de pie entre dos grandes árboles con una sandía abierta en sus manos—. ¡Mirad qué color tan bello tiene esta sandía!
-          ¡Venid a comer! ¡Está dulcísima! —nos confesó Scarlya entusiasmada. Notarla tan alegre y recuperada me dio fuerzas para correr de la mano de Eros hacia donde todos nos esperaban.
-          ¡Es cierto! ¡Qué rica está! —corroboré feliz cuando ya nos hallamos sentados todos juntos entre los gruesos troncos.
-          Tragaos las semillitas. Son muy buenas. Os darán fuerzas —nos aconsejó Galeia.
Era imposible creer que aquel viaje que estábamos haciendo estuviese impulsado por la presencia de la oscuridad y por la incertidumbre de nuestro futuro, pues la magia lo impregnaba todo, la serenidad teñía nuestras palabras y todos nuestros gestos y, cuando reemprendimos nuestro camino, la risa se posaba con facilidad en nuestros labios y conversábamos animadamente mientras atravesábamos bosques donde el calor creaba hogares entre los troncos y las altas plantas.
-          Qué feliz soy, Eros —le confesé riéndome tiernamente mientras me apoyaba en su hombro. Caminábamos serenamente por una playa llena de palmeras y adornada por imponentes acantilados.
-          Yo también lo soy, mi Shiny. Parece mentira que hayamos vivido momentos horribles.
-          Todo parece tan mágico y sencillo...
-          Lo parece porque Aimund no está aquí con sus horrorosas ideas —apuntó Galeia—. No lo soporto más.
-          Ahora no pensemos en nada que pueda inquietarnos —pidió Brisita con paciencia y amor—. Siento que cada vez estamos más cerca del palacio de Lumia.
-          Lo estamos. Solamente tenemos que dejar atrás esos cerros —confirmó Galeia.
Los atravesamos sin ningún tipo de dificultad, entre risas y palabras de aliento. Los árboles, con sus frondosas copas, nos protegían del calor del sol y el ambiente que nos rodeaba era tan agradable que apenas nos acordábamos de los instantes más ardientes que habíamos vivido en aquel viaje. En aquellos cerros tan poblados de espesura, había ríos que descendían velozmente de las laderas portando el azul del cielo en sus aguas. El sol teñía de oro las hojas más grandes, hacía relucir las flores y maduraba frutos suculentos y exquisitos que nos entregaban las fuerzas que necesitábamos para proseguir con nuestro camino.
La noche cayó tres veces más hasta que, un atardecer, entre árboles altísimos cuyas copas se escondían entre las estrellas y montañas teñidas de matices brillantes, atisbamos una construcción dorada que resplandecía bajo el áureo cielo del ocaso. Supe, inmediatamente, que se trataba del palacio de Lumia: nuestro destino. Cuando aquella certeza invadió mi alma, sentí que mi estómago se encogía por dentro de mí y que el alivio más interminable me hacía tener ganas de llorar de alegría; sin embargo, fui incapaz de desvelar mis emociones. Permanecí en silencio, esperando que fuese Galeia quien anunciase nuestra llegada.
-          Ese palacio construido de piedra dorada es el palacio de Lumia. Está hecho de rocas que el tiempo y el viento ya han acariciado demasiadas veces. Lumia habita en lo más profundo de la tierra. La puerta que accede al palacio se encuentra bajo tierra, por lo  que tendremos que descender hasta su entrada...
No dijimos nada, puesto que sus palabras nos habían dejado estupefactos y sin aliento; pero la seguimos a través de esos bosques hasta que se detuvo enfrente de un gran declive entre troncos a los que las plantas se aferraban con desesperación. Las hojas de algunos árboles y los arbustos nos impidieron visualizar lo que quedaba más allá de esa inclinación; pero Galeia comenzó a descenderla con calma, infundiéndonos con su actitud y su mirada el ímpetu que todos requeríamos para ser valientes.
No puedo determinar cuánto tiempo pasamos descendiendo aquella cuesta llena de piedras, ramas caídas, raíces salidas de la tierra y plantas que se enredaban en nuestros pies. El cielo ya quedaba muy lejos de nosotros, escondido tras copas densas de hojas enormes. Estábamos adentrándonos en la intimidad de la tierra. Las raíces de los árboles se convertían en ramas que nos cubrían, donde las plantas reposaban esperando el nacimiento de sus flores. El calor que nos envolvía cada vez se hacía más notable y palpable. Aquello me inquietaba, pero era incapaz de protestar.
El declive por el que caminábamos con tanto cuidado cada vez se hacía más inclinado... Nuestro equilibrio temblaba, pero nos aferrábamos a la seguridad de Galeia para no decaer. La oscuridad de la intimidad de la tierra ya lo cubría todo. Nos hallábamos entre raíces que emergían de lugares demasiado profundos, entre hojas que abandonaron las ramas donde nacieron ya hacía mucho tiempo... Era una cueva cuyo techo estaba formado por las raíces de los árboles, de las plantas y la cuna de las piedras y los granitos de tierra. Olía a humedad, pero, sin embargo, el ambiente era seco. Notaba que mi piel estaba cada vez más templada, calentada por una lumbre cuyo resplandor parecía inexistente.
-          Qué calor hace aquí —acabé protestando sin poder evitarlo.
-          ¡Sí, mucho! Me dan ganas de desnudarme —me confesó Eros.
-          Como lo hagas, la tierra se estremecerá de placer y entonces todo caerá sobre nosotros —me reí sensualmente.
-          ¡Shiny! —se rió sorprendido y tímido.
-          Lo siento... El calor me hace tener pensamientos extraños...
-          El calor te descontrola. Por eso los estidelfs estamos tan tarados —intervino un estidelf de cabellos azulados—. El calor es traicionero.
-          Vaya —me reí vergonzosa.
-          Ahora pensarás que bailamos desnudos alrededor de una hoguera —seguía riéndose aquel estidelf.
-          ¿Cuál es tu nombre? —le preguntó Brisita con curiosidad e inocencia.
-          Soy Almur —le contestó complacido—. Eres una audelf preciosa. Yo nunca he visto ninguna audelf, pero sé que eres la más hermosa de todas.
-          Ay, gracias —se rió ella tímidamente.
-          Supongo que es difícil conquistar el corazón de la próxima reina de Lainaya, ¿no?
-          Por favor, Almur, no es momento para conquistas ni coqueteos —lo amonestó su madre divertida.
-          Brisa me parece muy atractiva, apetecible y hermosa —se rió con sensualidad.
-          Brisita tendrá ya un enamorado, así que no la tortures con tu promiscuidad.
-          Sí, así es —corroboró ella con vergüenza.
-          Oh, Lianid... ¡Por fin reconoces que estás enamorada de Lianid! —exclamó Scarlya con inocencia.
-          Sí... pero me pone triste hablar de él.
-          Lo verás dentro de poquito, cariño —le aseguré con amor.
No cesábamos de descender. La oscuridad y el calor cada vez se volvían más densos, asfixiantes y tangibles. Notaba que mi piel deseaba derretirse y me estremecía ser consciente de que ya no me quedaba ni un solo tallito de esas hierbas que Zelm me había proporcionado. La sed palpitaba en mi garganta y me la secaba con impiedad. Eros también parecía agotado, pero no perdía el brillo de sus ojos y en verdad era su mirada la que me mantenía estable.
-          ¿Cuánto queda? —preguntó Almur protestón.
-          Poco, poco —le contestó su madre.
-          Estoy asada de calor —me quejé intentando sonreír.
-          Queda poquito, Shiny...
Entre las profundas raíces, entre las rocas ardientes que custodiaban el nacimiento del calor de la tierra y entre las hojas ya secas, atisbamos un lejano resplandor que teñía de oro los rincones de aquel declive tan pronunciado. Aquel sutil fulgor fue volviéndose cada vez más potente hasta que acabó envolviéndonos. Provenía de una horadación practicada en la tierra, entre las piedras, a la cual nos dirigíamos apenas sin mirar atrás. Galeia se lanzó sin avisarnos a aquel hoyo lleno de luz.
-          Tenemos que imitarla. Es la balsa del calor y es necesario surcarla para poder llegar a la morada de Lumia —nos desveló Aliad.
-          Pero yo no puedo... No creo que pueda... —protesté asustada.
-          Efectivamente, no puedes nadar por estas ardientes aguas —me confirmó Aliad—; pero no te preocupes por eso. Hay por aquí una barca preparada para esos menesteres —me reveló acercándose a dos grandes rocas, de entre las cuales extrajo una barca de madera gruesa—. La madera con la que está hecha esta barca es especial. Es la madera de estos poderosos árboles que soportan el calor del fuego. No se quemaron nunca.
-          ¿Tengo que ir sola en la barca? —pregunté estremecida.
-          No, por supuesto que no. Yo te acompañaré —se ofreció Aliad—. Los demás sí podéis nadar... No temáis por nada. Galeia estará esperándoos para ayudaros.
Intentando no sentir miedo, me acomodé en esa barca, la cual me llevaría a través de esas aguas ardientes. Aliad se situó a mi lado y, con su mirada llena de tranquilidad y bondad, me hizo sentir segura. Entonces empezamos a surcar esa balsa de agua hirviente y reluciente, de la que manaba una tibieza asfixiante que intentaba derretir mi piel; pero yo me protegía tras las gruesas vestiduras que Galeia me había ofrecido; las cuales acrecían la sensación de calor que experimentaba, pero sin embargo me resguardaban de ser fundida por esa templanza tan interminable.
La luz que irradiaban aquellas aguas me deslumbraba, por eso opté por cerrar los ojos y acomodarme junto a Aliad intentando no prestarles atención a los detalles que captaban mis sentidos. Estaba realmente asustada y tenía miedo a que aquel insufrible calor me arrebatase el aliento.
-          No temas, Sinéad. Todo saldrá bien, ya verás. Estás tan asustada porque eres una niedelf... pero tu miedo no está revelándote que todo vaya a salir mal.
-          Lo sé...
-          Tu miedo es irracional, pero no te advierte de nada que no podamos solucionar. Ya queda poco. No te atreves a mirar, pero enfrente de nosotros, en la orilla, ya nos esperan todos y detrás de ellos está la puerta dorada que accede al palacio de Lumia. Tranquilízate, no tiembles —me pidió con mucho cariño acariciándome la cabeza.
-          Gracias, Aliad...
-          No se merecen.
Noté que la barca se detenía. El calor del agua fue mermando hasta que un tibio viento nos envolvió. Entonces me retiré la capucha que me protegía del calor y oteé curiosa a mi alrededor. Ya me sentía capaz de enfrentarme a lo que debiese suceder.
Me quedé totalmente embelesada cuando, entre el humo que exhalaban aquellas aguas, vi una enorme puerta de piedra dorada. Tenía grabadas unas preciosas imágenes que mostraban a los estidelfs danzando alrededor de aquella laguna que habíamos surcado, vestidos únicamente con unas prendas que ocultaban las partes más íntimas de su cuerpo, envueltos en sus largos y rizados cabellos. Había también frutas y árboles llenos de animalitos que velaban por la quietud de los bosques.
-          Ya hemos llegado al palacio de Lumia —anunció Galeia con ternura y serenidad.
Entonces apareció la posibilidad de que nuestro viaje terminase al fin. La esperanza se materializó ante nosotros, convirtiéndose en aquella dorada puerta de piedra, a la que debíamos llamar sin temer, sintiendo solamente gratitud e ilusión.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

El final está muy cerca, ¡ya han llegado a su destino! Solo les falta abrir esa puerta dorada y hablar con ella. Por un lado me entusiasma la idea de averiguar que sucederá pero por otra me entristece pensar que este viaje y Lainaya está tocando ya a su fin...me he acostumbrado a sus paisajes y personajes entrañables. Simindia no me puede caer peor, al igual que Aimund, vale que al bañarse en esas aguas no han podido evitar decir lo que piensan en verdad, pero son tan crueles e injustos...con seres así lo tendrá complicado la pobre Brisita. Algunos Estidelfs son insoportables. Menos mal que Galeia los pone a todos en su sitio. Me ha sorprendido mucho que Scarlia estuviese embarazada, no me lo imaginaba. La pobre, ahora que podía vivir esa experiencia lo ha perdido...menos mal que cuenta con el apoyo de sus amigos para superar algo tan duro. Me hace gracia Sinéad. Ya se vampiresa, hada o ser extraño en que se convierta, nunca cambiará. Es sensible y le duele mucho cuando le acusan y menosprecian poniéndose a llorar. Me gusta, esa parte de ella es importante, es la que más le caracteriza. Es un ser bueno y no comprende que la ataquen de esa forma sin ningún tipo de justificación. A ver que nos depara este próximo capítulo, que creo que será clave y muy importante. Me encanta esta historia ;)

Uber Regé dijo...

En cada episodio hay siempre novedades que no sospechaba: en este sobre todo me ha sorprendido el embarazo de Scarlya (del que era responsable Leonard). Ay, Leonard, Leonard, ¿dónde estás? La verdad es que tampoco hay mucho lugar para echarlo en falta, porque la acción se va desenvolviendo con tanta emoción que cuesta acordarse de su ausencia, pero sí, es como una espinita que de vez en cuando se me clava, ¿dónde estará ese vampiro? ¿tal vez en el palacio de Lumia? Por otro lado Rauth, que no se ha bañado el muy cuco, seguro que tiene preparada alguna trastada, ahora que ya están todos a punto de culminar el viaje. Antes, todo ha sido muy mágico, como es el ambiente de toda esta historia, los debates sobre la armonía, lo que es o no la oscuridad, el origen de las diferentes razas de Lainaya... todo me ha gustado mucho, son como piezas de un puzzle que se va cerrando, cada cosa encaja en su lugar y cada vez todas las cosas van reforzándose y apuntalándose unas a otras. Sinéad destaca siempre, al igual que Brisa, son dos seres que sin estridencia pero con fuerza impregnan todo lo que está a su alrededor. Sí, el invierno también me gusta, y no es la oscuridad, al igual que el negro es un color, y el blanco también, la oscuridad yo me la imagino como un agujero, una carencia, la ausencia de todo, y desde el blanco más puro hasta el negro más lóbrego lo que hay son matices maravillosos, perder cualquiera de ellos sería tener incompleto en conjunto. En fin, no quiero repetir lo que ha dicho Wensus, tengo muchas ganas de que traspasen la puerta del palacio y que lo que sea que tenga que ocurrir ocurra... ¡no seas mala! ¡no nos hagas llorar mucho! En fin, lo que tenga que ser será... Gracias por invitarnos a ese mundo que has construido y que tanto me encanta, literalmente.