martes, 3 de junio de 2014

CUANDO LA FURIA ALUMBRA LA VERDAD


CUANDO LA FURIA ALUMBRA LA VERDAD
 La tarde ya había caído. El sol enviaba sus últimos rayos a las montañas para iluminar los pétalos de las flores cuando nosotros terminamos de prepararlo todo para marcharnos, de nuevo, al castillo de Leonard. Llevábamos casi todo el día introduciendo nuestras pertenencias más necesarias en maletas y mochilas, sintiéndonos cansados por la insistente presencia del sol.
  • No me gusta el cambio de primavera a verano —le confesé a Eros con fastidio—. Los días se vuelven insoportablemente largos y parece como si la noche no quisiese llegar nunca. Siento que vivo menos.
  • Eso es porque eres muy dormilona, Shiny, y necesitas despertarte cuando en el cielo ya no queda ni un solo ápice de luz —se rió con cariño ayudándome a cerrar una maleta—. No tenemos por qué levantarnos cuando ha anochecido. Podemos vivir antes, aunque no salgamos a la calle.
  • Eres extraño —me reí con él—. Yo no entiendo cómo soportas el sueño...
  • Porque no soy tan dormilón como tú —se burló dulcemente tomándome de las manos y mirándome a los ojos—. Por cierto, ¿alguna vez te he dicho que verte dormir es una de las cosas que más me gusta hacer?
  • ¿De veras? ¿No te resulta aburrido?
  • Al contrario. Pareces tan vulnerable y tierna...
  • ¿Acaso no lo parezco en la vigilia? —me reí vergonzosa.
  • Por supuesto, pero cuando duermes parece que el mundo se haya callado... —me aclaró acercándose a mis labios y rodeándome con sus brazos.
  • Eros —me reí al notar que deslizaba sus dedos por mi espalda, buscando el broche de mi vestido—, estate quieto —le pedí divertida luchando suavemente contra su pasión—. Tenemos que irnos antes de que...
  • Antes de, ¿qué? —se rió impulsándome hacia nuestro lecho—. No hay prisa...
  • No... no la hay —cedí tiernamente.
Mas justo entonces alguien llamó al timbre de una forma impaciente e insistente. Eros y yo dimos un respingo y nos miramos extrañados. No esperábamos visita. Una sombra de fastidio y pena cruzó la mirada de Eros, lo cual me resultó divertido y tierno.
  • ¿Quién será ahora? Son las 9 y media de la noche.
  • Es pronto —me reí cariñosamente—. Ve a abrir, por favor.
  • Ve tú —me ordenó riéndose.
  • ¡No puedo! Me has desabrochado el vestido.
  • Ah, ya, claro —se rió mientras se levantaba.
Cuando Eros abrió la puerta, oí una voz atolondrada e impregnada de nerviosismo que le preguntaba a Eros si podía pasar a nuestro hogar. Scarlya hablaba como si detrás de ella se hallase la muerte personificada. Eros la dejó pasar. Oí cómo cerraba la puerta y cómo Scarlya se sentaba presurosamente en el sofá.
  • ¿Qué ocurre? —pregunté saliendo de nuestra alcoba.
  • Sinéad —me apeló Scarlya desesperada alzándose del sofá  y dirigiéndose hacia mí.
  • ¿Qué sucede? —quise saber tomándola de las manos.
  • Me he peleado con Leonard.
  • ¿Por qué? —me reí nerviosa. No era muy habitual que Leonard y Scarlya discutiesen y, siempre que lo hacían, era por motivos ínfimos e irrelevantes.
  • Porque estoy harta, Sinéad, ¡harta! —exclamó histérica soltando mis manos—. ¡tu padre es un carca!
  • Ya, eso ya lo sé —me reí cariñosamente tomándola de la mano para conducirla hacia el sofá—. Ven, sentémonos y me lo explicas con calma.
  • ¡Estoy harta de vivir encerrada en ese castillo!
  • No vives encerrada —la corregí cariñosamente.
  • Encerrada me siento entre esos gruesos muros, entre esos árboles frondosos... Ya sabes que yo adoro la naturaleza, pero también necesito otras cosas.
  • ¿Qué cosas? —le pregunté extrañada—. Cuando yo me hallo rodeada de naturaleza, siento que no me falta nada.
  • Ya, yo también, pero... pero la naturaleza te aparta de la realidad. Me gustaría vivir como vosotros. Se lo he comunicado a Leonard y me ha dicho que ni se me ocurra imitaros.
  • Pero si el otro día parecía convencido de... —divagó Eros.
  • Lo hizo para parecer amable y complaciente delante de Duclack y, sobre todo, delante de ti, Sinéad. Parece como si en el mundo no existiese nada salvo tú. Eres su luz, su noche y su todo. Cuando te tiras más de dos semanas sin ir a visitarlo, parece que se muere. Está deseando tenerte de nuevo en el castillo. No habla de otra cosa. Ha limpiado ya mil veces tu alcoba para que no la manche ni la más diminuta mota de polvo y no sé cuántas veces ha ordenado tus cosas, cuando ya están bien puestas en su sitio. Estoy harta.
  • Pero ¿de qué estás harta, de que hable de Sinéad o de que te obligue a permanecer encerrada en vuestra morada? —le preguntó Eros con un tono de voz muy extraño—. Parece que estás celosa, Scarlya.
  • Yo no estoy celosa —lo contradijo desafiante.
  • A ver, por favor, tranquilicémonos —pedí tiernamente—. Leonard y yo estamos muy unidos y a veces nos cuesta vivir separados, pero eso es normal —me reí dulcemente—. Cuando vuelva a vivir con vosotros, no estará tan... extraño —divagué sin saber qué decir. Lo que Scarlya nos había comunicado también me había desconcertado un poco.
  • Leonard está loco, Sinéad —lo insultó Scarlya con malicia. Me estremecí cuando percibí la rabia que irradiaban sus ojos—. Me ha dicho que, como no vuelvas esta misma noche a vuestro hogar, es capaz de venir él mismo a buscarte. Dice que está harto de que lo desobedezcas y que desde que te uniste a Eros apenas le prestas atención. Está agotado de preocuparse por ti.
  • Pues que no se preocupe —protestó Eros—. Sinéad y yo estamos bien...
  • No es verdad, Eros. Cito literalmente las palabras de Leonard: “ese Eros asegura que puede protegerla, pero no es verdad, pues no pudo impedir que esos malditos humanos la raptasen”. No se fía de ti, Eros. Además...
  • ¿No se fía de mí? —se rió nervioso.
  • Creo que Leonard está sacando las cosas de contexto. A lo largo de toda nuestra vida, nos han sucedido hechos horribles con los humanos y nunca se me ocurrió pensar que él no supo protegerme —dije con calma y tensión al mismo tiempo. Los nervios gritaban estridentemente por dentro de mí destrozando la paz que podía envolver mi corazón—. Lo mejor será que hablemos todos con él y lo tranquilicemos.
  • Yo no pienso volver al castillo —nos comunicó Scarlya con rabia—. Hemos discutido muy fuertemente. No me apetece verlo. ¿Puedo quedarme aquí?
  • No creo que sea conveniente que no vengas con nosotros, Scarlya. No alarguemos esto innecesariamente —le pedí intentando no sonreír. Me hacía gracia percibir a Scarlya tan rencorosa—. Seguro que él se siente mal por haber discutido contigo.
  • No me importa. No estoy de acuerdo con su forma de pensar y no pienso obedecerlo quedándome en ese rincón tan apartado del mundo. Es cierto que la sociedad es peligrosa y que no debemos confiar plenamente en los humanos; pero yo también tengo derecho a habitar en un lugar donde pueda sentir que soy alguien. Vosotros tenéis amigos humanos e incluso os habéis quedado con una cadena de hoteles. Yo también quiero trabajar. Mírame, Sinéad. Dime si es justo que alguien con mis dotes de cocinera y con estos ojos tan bonitos se quede encerrado. Soy una mujer maravillosa —se halagó riéndose de forma inocente—. Sé que puedo dar mucho más de lo que piensas. Me gustaría ayudar a los humanos o crear alguna asociación para la lucha contra la destrucción de los bosques... o algo así. Me gustaría batallar contra las injusticias. En realidad no sé ni lo que quiero; solamente tengo claro que deseo formar parte de la sociedad.
  • Te entiendo, te lo aseguro —le indiqué sonriéndole cariñosamente—, y tienes todo el derecho a desear cosas tan bonitas. Yo te animo a que luches por lo que anhelas, pero no ignores los consejos de quienes te queremos y deseamos protegerte. Lo único que Leonard quiere es ampararnos. En ningún momento ansía cortar nuestras alas.
  • Con ese intento de protegernos, nos arrebata nuestra identidad —protestó Scarlya.
  • A veces no sabe actuar debidamente y se asusta. Debemos comprenderlo. Tiene muchísimos años... —lo defendí dulcemente.
  • Me gustaría hablar con él —desveló Eros intentando parecer sereno—. No me ha gustado lo que ha dicho de mí y quisiera que me confirmase si en verdad piensa que yo no sé protegerte.
  • No tomes en serio sus palabras, amor mío —le pedí con mucho cariño—. Cuando nos enfadamos...
  • Leonard no estaba enfadado cuando dijo eso de Eros —me corrigió Scarlya—. Lo afirmó antes de que empezásemos a discutir.
  • Vayamos a hablar con él —resolví alzándome del sofá—. Scarlya, tendrás que ayudarnos a transportar nuestro equipaje —le comuniqué con vergüenza—. Creo que llevamos demasiadas cosas.
  • Sobre todo tú, Shiny. No veas cuánto ocupan tus vestidos y tus instrumentos musicales —se quejó Eros con amor.
  • Ya os he dicho que yo no iré —reiteró Scarlya con una voz divertida y a la vez impregnada de nervios.
  • Scarlya, no seas infantil —se rió Eros.
  • ¿Infantil? Si supieses...
  • El rencor no es bueno, Scarlya. Estoy segura de que te pedirá perdón.
  • Llevo... llevo todo el día fuera —nos desveló nerviosa y avergonzada—. Discutimos por la madrugada y me fui.
  • Con más razón debes volver —exclamé asustada—. Seguro que Leonard está preocupado por ti.
  • No me importa.
Entonces, en ese justo instante, el timbre de nuestro hogar volvió a sonar; esta vez con pausa y vacilación, como si quien llamaba a la puerta no se atreviese a hacerlo. Sin perder tiempo, salí del salón y abrí la puerta antes de que el timbre volviese a quebrar aquel tenso silencio. Cuando la abrí, me estremecí de tensión, extrañeza y alivio. Leonard me miraba atenta y calmadamente, pero en sus ojos pude atisbar la sombra de un sentimiento que oscurecía sus gestos más cariñosos.
  • Hola, padre —lo saludé con ternura mientras me acercaba a él y lo abrazaba—. Me alegro de que hayas venido. Has llegado en el momento idóneo.
  • ¿Cómo te encuentras? ¿Ya te sientes del todo recuperada? —me preguntó acariciándome los cabellos.
  • Sí, ya me siento bien, aunque debería alimentarme un poco. No he tenido tiempo. Hemos estado preparando nuestro equipaje...
  • Me alegra infinitamente que vuelvas a vivir con nosotros. En estos momentos te necesito más que nunca.
  • Vaya... Yo también me alegro de volver. Extraño mi amada naturaleza y la seguridad de nuestra gran morada. Pasa, por favor —le pedí después de un tenso silencio retirándome de sus brazos. No soportaba percibir a Leonard tan desalentado—. Creo que debes hablar seriamente con alguien.
  • Está aquí, ¿verdad? —me preguntó con un susurro.
  • Sí.
Cuando Leonard pasó al salón, Scarlya intentó dirigirse hacia el balcón para huir, pero Eros la tomó del brazo sonriéndole con nervios y divertimento. Al captar las intenciones de Scarlya, Leonard agachó la cabeza entristecido y avergonzado.
  • Scarlya, no huyas de mí. Tengo que hablar contigo, por favor —le suplicó acercándose a ella. Scarlya ni siquiera lo miraba a los ojos.
  • Yo no quiero hablar con un carca antiguo que me impide ser feliz y cumplir mis sueños.
  • Sueños que empezaste a tener ayer por la noche —se rió él con cariño.
  • Hablo en serio, Leonard.
  • Y yo también. No quiero que sigamos así.
  • Lo siento, pero, si no cambias de idea ni de forma de pensar, yo no querré hablar nunca contigo —le espetó con rabia intentando desasirse de las manos de Eros—. Suéltame, Eros. No me iré hasta que le haya dicho cuatro cosas —le pidió tratando de no parecer tensa.
  • Por favor, antes debes escucharme —le rogó Leonard con pena—. Si te dije todo eso, fue porque lo único que quiero es protegerte.
  • ¡No puedes protegerme de todo! ¿Quién te asegura que mañana no haya un terremoto que tire nuestro hogar y lo destroce todo? Quiero vivir, Leonard, ¡quiero vivir! No quiero ser una vampiresa huraña toda la vida. Deseo experimentar sensaciones nuevas y escribir mi pasado con recuerdos apasionantes. Encerrada en nuestra morada no viviré nada, nada. Mira a Sinéad y a Eros. Ellos son felices siendo amigos de humanos encantadores. Los envidio.
  • Eros y Sinéad no viven seguros. Desde que Sinéad conoció a Eros, su vida comenzó a peligrar mucho más que nunca. Eros la arrastra hacia la sociedad cuando debería permitir que ella se protegiese en la naturaleza. Nunca he aprobado la forma de vivir de Eros; pero jamás me atreví a interponerme en sus propósitos, pues sé que Sinéad me enviaría al infierno si lo hiciese; pero ya no pienso seguir callándome.
  • ¿Qué quieres decir, Leonard? —le preguntó Eros extrañado y dolido—. No me esperaba que pensases eso de mí.
  • Siempre lo pensé, siempre, desde que descubrí que eras dueño de una discoteca y vivías en un bloque de pisos como cualquier mortal. Sinéad se enamoró de ti sin tener que hacerlo —le espetó nervioso y sin controlar la fuerza de su mirada. Noté que su interior se había anegado en tensión y horror.
  • Me enamoré de él porque estaba escrito en las estrellas y en la noche, porque mi alma tenía un vacío que solamente él podía llenar... No deberías hablar así de Eros en mi presencia ni en mi ausencia —le advertí también herida—. Sabes que jamás lo abandonaría, aunque se le ocurriese vivir en una corte oriental.
  • ¡No tienes corazón, Leonard! —le chilló Scarlya—. ¿Cómo te atreves a decir eso?
  • ¡Lo único que quiero es proteger a mi hija de la sociedad y este necio no hace más que ponerla en peligro! Dime, ¿de quién fue culpa de que se la llevasen? —le preguntó a Eros desafiante—. ¡No supiste protegerla de esos humanos! Estoy seguro de que nada de eso le habría ocurrido si hubieseis permanecido en nuestra morada. ¡Esos malditos humanos estuvieron a punto de poner nuestra existencia en peligro por culpa tuya!
  • Leonard, lo que dices no tiene sentido —indicó Eros entornando los ojos. Ver el dolor que irradiaba su mirada me hizo sentir ganas de llorar—. ¿Es necesario que te recuerde que tú también has vivido rodeado de humanos, exponiendo así la vida de Sinéad? Tú creaste, no sé cuántas veces a lo largo de tu vida, poderosos reinados habitados sobre todo por humanos. Eres el menos indicado para acusarme de intentar convivir con la sociedad.
  • No es lo mismo —se defendió Leonard.
  • Por supuesto que no es lo mismo —confirmé yo inmensamente nerviosa—. Lo tuyo es muchísimo peor, Leonard. Tú has querido influir directamente en la sociedad. Eros y yo solamente queremos vivir como seres normales. Si existen diferencias entre los humanos y nosotros, es sobre todo por culpa de vampiros como tú —le indiqué sin controlar mis palabras—, pues sois vosotros quienes creáis las disimilitudes que existen... que nos separan de la vida.
  • Sinéad, lo que estás diciendo no tiene sentido —se rió Leonard nervioso—. Los humanos nunca nos aceptarán en su vida. ¿Cuándo serás capaz de habituarte a esa idea? Vivís en una utopía que nunca se cumplirá. Aunque seamos buenos y no matemos cuando nos alimentemos, los humanos siempre nos verán como unos monstruos inmundos.
  • Pero porque nosotros no nos hemos esforzado por demostrar que no lo somos —intervino Scarlya también nerviosa.
  • Lo que no te permitiré, Leonard, es que vengas a mi casa a acusarme de no haber sabido proteger nuestra vida —aseveró Eros intentando controlar su ira—. Los peligros están en todas partes, en todas. Aunque vivamos lejos de la sociedad, nada nos asegura que estemos realmente amparados. Lo que tú pretendes es una estupidez.
  • Has contaminado la mente de Sinéad con ideas peligrosas —le reprochó herido.
  • ¿Y qué pretendes, entonces, que Sinéad viva en un mundo aparte de la realidad, donde no existan ni la maldad ni las injusticias? —le preguntó desafiante.
  • Ojalá existiese un mundo así, donde todos pudiésemos ser plenamente felices y nada nos hiciese daño.
  • ¿Y nos acusas de creer en una utopía? —se burló Scarlya. Me extrañó que Eros no contestase a las palabras de Leonard; pero entonces me di cuenta de que sus ojos se habían ensombrecido dolorosamente—. Creo que el que desea cosas imposibles eres tú —seguía riéndose Scarlya.
  • Tal vez tengas razón, Leonard. Sí, Sinéad debería vivir en un mundo donde no existiese la maldad. Y ese mundo existe.
  • Eros, no digas nada más —le supliqué asustada—. Yo no quiero vivir lejos de vosotros, aunque donde habite sea un lugar totalmente inocuo. Y no entiendo por qué sentís ese punzante y desgarrador afán de protegerme, como si yo no tuviese la capacidad de hacerlo —protesté avergonzada.
  • No la tienes —me acusó Leonard sin el menor ápice de consideración —. Si supieses cuidarte, no te habrías dejado influir por Eros y no vivirías en este peligroso edificio. La cantidad de humanos que aquí habitan es excesiva.
  • Ya basta, Leonard —exigió Scarlya—. No quiero que continuemos hablando de esto. ya es suficiente. Tu forma de pensar y la mía distan excesivamente. Lamento no haberme dado cuenta antes de lo que quería decir estar junto a ti. Estar a tu lado es apartarse de la vida. Es cierto que tenemos que protegernos, pero ello no nos obliga a restar distanciados de la sociedad. A mí también me gusta vivir aquí.
  • ¿Qué quieres decir con eso? —le cuestionó Leonard asustado.
  • Quiero decir que me marcharé del castillo, que viviré donde me dé la real gana y no me importa si me acompañas o no. Pienso vivir una vida que a tu lado no existe.
  • Scarlya, no te precipites —le rogué aterrada y entristecida.
  • Leonard, te quiero y estoy loca de amor por ti; pero ese sentimiento se ensombrece cada vez que me niegas la posibilidad de ser alguien. Ya basta, Leonard. Si no quieres acompañarme, es tu problema. Yo no pienso vivir eternamente apartada y escondida de la sociedad como si mi existencia fuese vergonzosa y lamentable.
  • No puedo creerme lo que estás diciendo —aseguró Leonard con un susurro.
  • ¿Quieres venir conmigo a vivir aquí o no? Es tu decisión. Yo no pienso cambiar la mía.
  • ¿De veras? ¿Tanto te importa vivir en la sociedad? ¿Eres capaz de renunciar a mí por eso?
  • Sí —contestó con total seguridad.
  • De acuerdo. Entonces no hay nada más que hablar. Yo no pienso fiarme de la sociedad nunca más. No me importa si me consideráis un huraño y un carca. Nosotros no hemos nacido para ser amigos de los humanos. Sinéad, ven conmigo, por favor. Deja de vivir arriesgando tu vida y vuelve junto a mí, te lo imploro —me suplicó tomando mis manos.
  • Después de todo lo que has dicho, realmente no me apetece vivir contigo —le indiqué herida—. Le has faltado al respeto a Eros. Todas las acusaciones que le has lanzado me han herido en el alma. Eros es el amor de mi vida. No me importa lo que pienses de él, pues siempre lo amaré, siempre.
  • ¿Tú también eres capaz de renunciar a mí por él? ¿Acaso nadie me quiere realmente?
  • —preguntó completamente lastimado y nervioso.
  • Estás sacándolo todo de contexto —le recriminó Scarlya—. Lo único que queremos hacerte ver es que, si no cambias tu modo de pensar, nosotros no estaremos a tu lado.
  • Yo no quiero decir eso —protesté espantada—. Por supuesto que yo nunca me apartaría de ti, Leonard; pero creo que necesitamos un tiempo para olvidar el daño que nos ha hecho esta conversación. Además, que no aceptes que queremos formar parte de la sociedad no implica que te dejemos solo. Yo nunca podré expulsarte de mi vida.
  • Pero... parece como si ahora mismo solamente te importase él —musitó encogido de dolor—. Ni siquiera te importa tu vida.
  • MI vida es él.
  • Leonard, déjalos vivir en paz —le pidió Scarlya—. Déjanos vivir en paz a todos.
  • De acuerdo. No os molestaré más. Si no sabéis protegeros vosotros, es vuestro problema —confirmó alejándose de nosotros y dirigiéndose hacia la puerta—. Eros, solamente te pido que no sigas siendo un inconsciente y pienses bien las cosas.
  • Leonard, no te vayas —le pedí casi histérica—. Creo que no debes irte sin ofrecerle una disculpa a Eros —le exigí a punto de ponerme a llorar.
  • Yo no tengo que disculparme por nada. Solamente he dicho lo que pienso desde hace muchísimo tiempo. Eros nunca me ha gustado para ti, nunca. Preferiría que Arthur jamás se hubiese marchado de nuestras vidas. Él sí sabía cuidarte.
  • No puedo creerme que hayas dicho eso —susurró Eros cerrando con fuerza los ojos. Ver que sus párpados se habían ensombrecido me destrozó el corazón.
  • ¿Cómo te atreves a decir eso? —le pregunté intentando no gritar dirigiéndome hacia él—. Eros me salvó de la tristeza, me hizo vivir cuando me creía muerta, me acompañó cuando tú... cuando tú no cesabas de irte... dejándome sola.
  • Eros también estuvo a punto de destrozarte. No me hagas recordarte lo que ocurrió cuando volvisteis de Ibiza.
  • Jamás creí que dijeses algo así, que fueses capaz de hacerme tanto daño —le espetó Eros incapaz de evitar que su voz se quebrase—. Sabes que quiero a Sinéad más que a mi vida. No comprendo por qué...
  • Ya basta, Leonard. Lárgate de mi casa si no vas a saber respetar a Eros. Espero que alguna noche puedas darte cuenta de que tus palabras han sido las más venenosas de la Historia. Vete —lo eché dirigiéndome hacia la puerta y abriéndola de repente—. Vete antes de que te diga todo lo que estoy pensando, vete, vete —insistí al ver que él no se movía—. ¡Vete, padre!
Sin mirarnos a ninguno de los tres, Leonard se dirigió hacia la puerta y pasó por mi lado sin alzar los ojos. Cuando empezó a descender los peldaños de las escaleras, cerré la puerta con fuerza e impotencia y permanecí apoyada en su reluciente madera durante un tiempo que nadie se atrevió a convertir en palabras. Las ganas de llorar que había estado reprimiéndome durante toda aquella conversación se convirtieron en unas lágrimas que comenzaron a rodar velozmente por mis mejillas y en unos sollozos profundos que me desquebrajaban el alma.
  • Shiny, Shiny —suspiró Eros abrazándome. Entonces me di cuenta de que había empezado a perder el equilibrio—. Tranquilízate, Shiny.
  • Leonard es estúpido —lo insultó Scarlya con rabia mientras se dirigía hacia nosotros—. No entiendo cómo...
  • Sé que nos ha dicho todo eso impulsado por la impotencia —declaré con una voz quebrada—; pero en ningún momento tendría que haberte acusado así, Eros, mi Eros...
  • Yo sé que tú no piensas como él —me aseguró impulsándome hacia el sofá—. Cálmate, Shiny. Estaba descontrolado...
  • Tienes ganas de llorar —le indiqué con pena—. No te las reprimas.
  • No, no lloraré. Lo que me ha dicho es muy horrible, pero no pienso darles a esas palabras el privilegio de que me hagan llorar. Además, lo que más me interesa es lo que tú pienses, amor mío.
  • Por supuesto que yo no pienso ni pensaré nunca como él, si tú eres mi vida —sollozaba desconsoladamente.
  • Me duele que Leonard se comporte así. Pues no pienso volver con él hasta que sea él mismo quien nos busque para pedirnos perdón —aseveró Scarlya con rabia e impotencia—. Hemos discutido por culpa de esto un millón de veces y siempre he sido yo quien ha dado su brazo a torcer para solucionar las cosas. Esta vez no pienso serlo.
  • Haces bien —contestó Eros—; pero, si lo quieres, no deberías permitir que pasase mucho tiempo.
  • Sí, lo quiero, pero también tengo que pensar en mí un poco —nos indicó avergonzada—. ¿Puedo pediros un favor?
  • Sí —contestamos ambos al mismo tiempo.
  • Ya que vosotros tenéis pensado apartaros de la sociedad, ¿puedo quedarme en vuestro hogar un tiempo? Hasta que encuentre algún lugar donde pueda vivir.
  • Realmente no sé dónde iremos —le dije con pena—. Ya no quiero vivir en el castillo de Leonard.
  • Tal vez se marche él —propuso Scarlya—. Si vais, no querrá convivir con vosotros. Se le caerá la cara de vergüenza.
  • De todas formas... no te preocupes por nada. Puedes quedarte aquí. Ya buscaremos nosotros un lugar donde podamos estar bien y tranquilos —le aseguré más calmada. Mi mente se había anegado en una dulce idea.
  • ¿De veras?
  • Por el momento, esta noche la pasaremos juntos —dijo Eros—. Tenemos que hacernos compañía. Shiny, ¿por qué no sacas el arpa de la maleta y nos tocas un poco de música?
  • Nos iría bien —confirmó Scarlya—. Necesito evadirme.
  • Y tal vez, si nos quedamos esta noche aquí, mañana podamos hablar con Leonard, si es que se arrepiente y viene a pedirnos perdón —musité esperanzada.
  • No lo creo, pero no pierdas la esperanza —se rió Scarlya con cariño.
Así pues, gracias a la voz del arpa y las melodías que brotaron de mis manos, aquella amarga noche se impregnó de dulzura; sin embargo, todas las trovas que rompieron el silencio estuvieron cargadas de melancolía y tristeza. Mientras la música sonaba, la noche se tornaba cada vez más oscura, tanto en la naturaleza como en mi alma. Las palabras que se habían pronunciado aquella noche se mezclaban con la hermosura de mis canciones y de mis versos; no obstante, mi corazón estaba envuelto en amor y paz, pues constantemente los ojos de Eros me transmitían vida, luz y serenidad. Junto a él parecía que la vida no fuese punzante.
 

1 comentario:

Wensus dijo...

No me podía creer que Leonard pronunciase esas palabras...no me lo esperaba. Sí, es un ser huraño que no desea vivir en la sociedad, pero esas palabras tan duras que ha dedicado a Eros han sido muy injustas. Como bien dice Sinéad, él la salvó de la profunda tristeza en la que estaba sumida, le devolvió las ganas de vivir. Encima, cuando se queda sin munición para atacar saca el tema de las drogas...un golpe muy bajo. Ahora Eros se replanteará el mundo de Rauth para Sinéad...espero que ella le sepa convencer que las cosas no son como las cuenta Leonard. Por otro lado Scarlya, es lógico que esté harta. Adora la naturaleza pero un poco de vida en la ciudad y descubrir nuevas experiencias es importante. Le está cortando las alas y ella debe pensar en si misma, antes que en los demás. Sí, lo quiere, pero a veces hay que presionar para que reaccionen. ¿Cómo será la vida de Scarlya en ese piso? Uyyy la señora Hermenegilda jajajaja. ¿Dónde irán Eros y Sinéad? ¿Recapacitará Leoanrd y les pedirá perdón? Lo veo difícil...pero debería, ha sido muy injusto, sobretodo con Eros. Me he leído la entrada en un momento, es que he vivido la discusión con nerviosismo, enrabiado por las cosas que decía Leonard. Bueno, a ver como sigue, pero esto pinta emocionanteeee.