LA CALIDEZ DE
LOS SECRETOS
Habían pasado bastantes días de
la última vez que había estado con mis amigos, compartiendo la belleza del
ocaso y la inocencia de todos nuestros momentos. Echaba de menos la serena y
dulce cadencia de la voz de Vicrogo, la tímida simpatía de Sus, el entusiasmo y
felicidad de las aventuras que Diamante refería, el tierno interés que a
Duclack le suscitaban todas las experiencias que Eros y yo nos atrevíamos a
desvelar y, sobre todo, la complicidad que se encerraba en cada mirada que Wen
me dirigía. Evidentemente, no extrañaba los largos e interminables monólogos de
la señora Hermenegilda. Desde la cabalgata de reyes, la calma más absoluta y
apreciable había impregnado toda mi vida gracias a que aquella inigualable
mujer se había ido de viaje con algunos familiares suyos. Temía al momento de
su regreso más que a reencontrarme con aquellos impiadosos y malévolos humanos
que quieren atraparnos, a quienes Eros no ha dejado de buscar por toda la
ciudad. Me extraña, por encima de todas las cosas, que un vampiro tan poderoso
y avispado como Eros no haya hallado a ese par de simples humanos.
Continuamente nos preguntamos dónde estarán, en qué rincón del país se han
escondido. Sin embargo, últimamente Eros se preocupa mucho más que yo de ese
asunto. Tengo la mente y la memoria sumergidas en instantes que me alejan
suavemente de este presente tan extraño. A veces paso largas horas asomada a la
ventana mientras la música tranquila del arpa emana de mis dedos. Casi no necesito
nada más para estar cómoda y feliz; mas, desde hace unos pocos días, he notado
que mi corazón anhela volver a disfrutar de la compañía de esas personitas que
han devenido tan importantes para mí.
El invierno es gélido y húmedo
en este país tan mágico y especial. Allí a lo lejos, la sombra del fantástico
bosque que una vez se tornó nuestra tierra más apreciada recorta el atardecer,
el que cae dorado por encima de las calles e intenta fundir su luz con el
fulgor de esas blanquecinas farolas cuyo artificial resplandor se refleja en
las remotas nubes. Parece como si la naturaleza quisiese expresarse de algún
modo y no encontrase los susurros más adecuados para ella, como si la voz del
bosque se escapase de entre esos lejanos árboles para intentar que la civilización
la escuche. Mas parece que yo soy la única que se digna callar tiernamente para
que el murmullo de la naturaleza se mezcle con mis pensamientos y, a través de
la música que crean mis dedos, ella declare sus más profundos deseos.
Los ocasos son violáceos y
dorados en este rincón del mundo, mas también los impregna el matiz de la
ausencia. Las calles parecen calladas, como si el silencio que irradia el
lejano bosque se transmitiese a todos los recovecos de la ciudad. Qué tardes
tan calladas, tan quedas, tan tranquilas. Anhelaba abandonar las paredes de mi
morada para sumergirme en la belleza de aquel crepúsculo invernal, pero no
deseaba hacerlo sola...
Así pues, anhelante, ilusionada
y sabiendo que aquel atardecer era especial, llamé a Wen por teléfono y le
pregunté si deseaba que diésemos un paseo. Únicamente me apetecía estar con él
para que la complicidad que aunaba su corazón con el mío se intensificase.
Quería explicarle algunos secretos de mi vida y compartir con él certezas que nadie
podía conocer. Aprovechando que Eros había salido en la búsqueda de esos
desaparecidos humanos, Wen y yo nos lanzamos a la gélida belleza de aquel ocaso
tan violáceo y quedo.
Durante los primeros momentos,
no supimos qué decirnos, como si los dos intuyésemos que todas las
conversaciones que mantendríamos serían demasiado importantes. Al fin, tras
cruzar el umbral que separaba la ciudad de la naturaleza, Wen se detuvo y,
mirándome extrañado, me preguntó:
-
¿Quieres que nos adentremos en el bosque? No he traído ninguna
linterna —se rió cariñosamente cuando yo le asentí con la cabeza.
-
En realidad, quisiera llevarte a otro lugar —le revelé con vergüenza y
ternura.
-
¿Adónde? —me preguntó interesado.
-
Si no quieres que vayamos, no te preocupes, puedes decírmelo.
-
Sí, sí quiero ir contigo —se rió extrañado.
-
Quisiera llevarte a mi antiguo hogar.
-
¿De veras? Pero ¿está muy lejos de aquí?
-
No, no está muy lejos. No obstante, tendré que llevarte de un modo muy
especial —me reí nerviosa.
-
¿Cuál?
-
Volando —le revelé riéndome sin poder evitarlo.
-
¡Volando! —exclamó entusiasmado y desorientado.
-
Todavía hay muchísimas cosas de mí que no conoces; pero no te
preocupes, te las explicaré cuando sea necesario.
-
¿Por qué haces esto? Es cierto que conozco tu verdadera identidad,
pero... creo que revelarme todo lo que te atañe es algo muy importante que yo
no me merezco.
-
Por supuesto que te lo mereces. Eres mi amigo, Wen, y quiero que esta
complicidad tan hermosa que existe entre nosotros no haga sino intensificarse.
Hace muchísimo tiempo que un humano no me aceptaba y me quería como tú.
-
Está bien —rió algo avergonzado.
-
Entonces, ¿confías en mí? ¿Estás dispuesto a permitir que te abrace
para volar juntos? —le pregunté intimidada.
-
Volar... Parece mentira —se rió alegre, pero también un poco
nervioso—. Sí, confío plenamente en ti.
-
¿Te dan miedo las alturas?
-
Bueno... prefiero no mirar abajo —se rió tímidamente.
Así pues, tras tomarlo en brazos
y presionándolo contra mi pecho para que la gravedad no me lo arrebatase, me
alcé hacia el cielo, dirección a las estrellas, y comencé a sobrevolar aquella
mágica ciudad que el ocaso teñía de oro y violeta. Wen se aferraba con fuerza y
un ápice de desesperación a mi cuerpo como si temiese que mis brazos lo
soltasen. De vez en cuando, su leve temor se convertía en una risa tierna que
se mezclaba con la voz del viento. Como veía que no temía, me atreví a acelerar
mi vuelo y, en poco tiempo, ya atisbé, entre las montañas, la antigua morada
donde mi vida se había encerrado, donde todavía me aguardaba mi familia. No
tenía muy claro si estaba haciendo lo correcto al llevar a un humano al
castillo de mi padre (un castillo que hasta hacía poco también había sido mi
hogar); pero ni siquiera me planteaba la posibilidad de que la inocencia de
aquel momento se convirtiese en gravedad.
-
Si te atreves, mira hacia allí —le pedí a Wen con delicadeza mientras
comenzaba a descender hacia la tierra—. Entre esas grandes montañas, verás un
castillo. Fue mi morada hasta hace poco. Viví allí antes de trasladarme a
Wensuland.
-
¿Vivías en un castillo? —me preguntó entusiasmado y fascinado.
-
Sí. Prácticamente siempre he vivido en castillos inmensos. Realmente
no necesitaba que mi morada fuese tan grande, pues casi siempre pasaba las
horas en la misma área —le confesé mientras lo soltaba para que se habituase a
la tierra.
-
Entonces, ahora que pienso... Sinéad, ¿por casualidad no serás esa
mujer que Mercedes Clická entrevistó por haber escrito una larga novela sobre
vampiros? —me preguntó emocionado.
-
Sí, soy yo —le confesé con vergüenza y ternura.
-
¡Jamás lo habría dicho! La mujer de aquella entrevista me pareció
fascinante e interesante. ¡Nunca creí que la conocería! ¿Es cierto todo lo que
dijiste en aquella entrevista?
-
Sí, todo eso es cierto; aunque hay cosas que han cambiado —le revelé
con vergüenza—. Por ejemplo, en aquella entrevista dije que mataba para
sobrevivir. Ahora ya no es verdad. He cambiado mi modo de vivir. Ahora ya no
mato cuando me alimento... Ya no puedo hacerlo, ya no.
-
Es muy digno de ti. Es cierto que me estremecería saber que matas a
los miembros de mi misma especie para sobrevivir; pero, si lo hicieses, tampoco
podría recriminártelo, pues... hay quienes cometen delitos peores y a veces la
especie humana no es digna de ser apreciada... Si matases al presidente de
Wensuland, te lo agradecería profundamente —me confesó haciéndome reír
tiernamente.
-
No, Wen, ya no mataré a nadie más.
-
Me alegro mucho por ti, ya no por la especie humana. Sé que, al fin y
al cabo, quien sale beneficiada de ese modo de sobrevivir eres tú, pues te
desprendes de la culpa nacida de saber que matas para vivir...
-
Exactamente —me reí sorprendida.
-
Entonces, Sinéad, si me permites la pregunta... ¿cuántos años tienes?
-
¡Huy! Pues, casualmente hoy es mi cumpleaños...
-
¿Naciste el dieciocho de enero?
-
Sí, sí...
-
Si es tu cumpleaños, ¿por qué no lo has dicho? ¡Habríamos preparado
una fiesta para ti!
-
No, no. No me gusta celebrarlo, aunque Eros siempre me hace regalos
—reí tiernamente—. Además, quería evitarme el mal momento de decir que no me
gustan los pasteles de cumpleaños —seguía riéndome.
-
Es cierto...
-
Además, ¿hay algún modo mejor de celebrarlo que estando con alguien
que me aprecia tal como soy? Yo creo que no.
-
Gracias, Sinéad.
-
No se merecen. Ven, te llevaré a mi antiguo hogar. Quisiera que mi
padre te conociese, pero no sé si estará de acuerdo con esta relación...
-
¿Tu padre? —me preguntó extrañado y sobresaltado.
-
No temas —me reí cariñosamente—. Mi padre es un hombre muy bueno.
-
Supongo que sí, pero...
-
No temas —le solicité mirándolo
profundamente a los ojos. Entonces me di cuenta de que Wen se esforzaba
por ver algo en aquella oscuridad tan espesa. Me avergoncé al instante por haberme
olvidado de que sus sentidos no estaban tan agudizados como los míos—.
Perdóname. Se me ha olvidado que no ves tan nítidamente en la oscuridad como
yo. No temas. No permitiré que te suceda nada malo.
-
Has volado conmigo en brazos por el cielo a kilómetros de la tierra, y
no me ha pasado nada —se rió encantado—. Por cierto, Sinéad, no me has dicho
cuántos años cumples... Has eludido muy bien ese tema —seguía riéndose.
-
Es cierto, pero es que me da mucha vergüenza desvelar mi edad.
-
No me asustaré.
-
¿Sabes que esas preguntas no se le hacen a una señorita? —me reí
tiernamente.
-
¡Ah, es cierto! Perdonadme, entonces.
-
Estáis perdonado —bromeé también.
-
Por favor, Sinéad...
-
Confórmate con saber que he vivido la Edad Media...
-
¿De veras? ¡Oh, es apasionante! ¡Tienes que hablarme de todo lo que
viste en esos siglos!
-
Sí, te prometo que mantendremos largas conversaciones donde la
Historia reluzca...
-
Gracias.
-
¿Estás cansado? —le pregunté al cabo de unos largos momentos pasados
en silencio. Llevábamos ascendiendo sin tregua la montaña donde se hallaba el
castillo de mi padre durante bastantes minutos y temía que él se agotase.
-
No, no estoy cansado —me respondió jadeando, lo cual contradijo sus
palabras.
-
Tenía que haber volado hasta la puerta del castillo, pero me apetecía
que sintieses la fortaleza de la naturaleza.
-
Y la siento... Parece como si esta montaña no tuviese fin —protestó
bromeando.
-
Ya estamos cerca.
La puerta que accedía al
castillo de mi padre se vislumbraba entre las frondosas copas de los árboles, aquéllos
cuyas hojas resistían el envite del frío aliento del invierno. En aquel bosque
apenas había árboles caducifolios. Casi todos se mantenían densamente vivos
incluso cuando la nieve caía espesamente, bañando todos los rincones de aquel
bosque tan especial que tan bien me conocía.
Noté que Wen estaba levemente
nervioso cuando llegamos al camino que conducía hacia la gran puerta de mi
morada. Le apreté la mano con cariño para serenar su incipiente desconfianza y
él me devolvió aquella leve presión indicándome que se sentía emocionado.
Cuando nos hallamos enfrente de
aquella antigua puerta, dejé caer la aldaba con emoción y algo de nervios.
Hacía mucho tiempo que no veía a mi padre, prácticamente dos meses y, aunque
parezca un período insignificante, para nosotros era bastante importante, pues
estábamos muy acostumbrados a vernos todos los días.
En breve la puerta se abrió y
ante nosotros apareció Scarlya, la mujer que compartía la vida con mi padre;
una vampiresa muy especial que yo quería con toda mi alma. Cuando me vio,
esbozó una luminosa e inocente sonrisa que se tiñó de extrañeza cuando se
percató de que tenía tomado de la mano a un humano que ella nunca había visto.
Su sonrisa se convirtió en un gesto de inquietud que me hizo sonreír
dulcemente.
-
Hola, Scarlya —la saludé acercándome a ella y besándola después en las
mejillas—. Mira, te presento a Wen. Wen, ella es Scarlya, la mujer de mi padre.
-
Scarlya... tienes un nombre muy bonito —la halagó vergonzosamente
mientras intentaba captar nítidamente su apariencia en aquella espesa
oscuridad—. Soy Wen. Soy amigo de Sinéad...
-
Encantada de conocerte, Wen —le correspondió Scarlya simpática y
amablemente tomándolo de la mano—. Pasad, por favor —nos invitó abriendo más la
puerta.
Guié a Wen hacia la estancia más
acogedora y adorable del castillo, donde sabía que la lumbre ardería con cariño
y paciencia. Wen observaba embelesado todo lo que atisbaban sus ojos. La luz de
las temblorosas velas que quebraban la espesa oscuridad que se agolpaba en los
rincones teñía los pasadizos y las salas de una misteriosa y dorada aura que
volvía más lúgubre aquella antigua morada.
Cuando nos hallamos en aquella
mágica y cálida estancia, le pedí con los ojos a Wen que se sentase en un
confortable sofá que quedaba enfrente de la lumbre. Yo me situé a su lado y
Scarlya permaneció delante de nosotros, cabe la chimenea, mirándonos con
extrañeza y simpatía. La luz del hogar se reflejaba en su pálida piel, tornando
más profundos sus amanecientes ojos y más misteriosa su apariencia lunar.
-
Scarlya, ¿está mi padre por aquí? —le pregunté para quebrar aquel
silencio tan extraño, el cual únicamente se atrevía a interrumpir el crepitar
de la lumbre.
-
No, todavía no ha llegado —me contestó ella alejándose un poco de
nosotros para alcanzar una silla y sentarse así delante de nosotros—. No creo
que tarde en venir... Ha ido a por leña...
-
A por leña —susurró Wen extrañado y complacido creyendo que nosotras
no oiríamos su voz.
-
Sí. Te parecerá que vivimos un poco atrasados —se rió Scarlya—; pero
realmente no necesitamos la modernidad absolutamente para nada. No nos gusta la
luz eléctrica, pues nos hace daño en la piel y en los ojos, además es como un
somnífero para nosotros. Tenemos electricidad, pero apenas la usamos. Cuando
Sinéad vivía aquí, ella sí la utilizaba para escuchar música; pero, desde que
se fue, apenas la hemos empleado. También tenemos agua corriente; mas creo que
no hay nada más placentero que bañarse en las puras y limpias aguas del río que
nace cerca de este castillo... No comprendo cómo Sinéad ha sido capaz de
abandonar todo esto para vivir en la ciudad. Jamás creí que lo haría...
-
Lo he hecho única y exclusivamente por amor. Eros no soportaba vivir
más tiempo tan apartado de la civilización; pero gustosa volvería aquí —declaré
anhelante—. Para mí no existe un paisaje más hermoso que el que me ofrecía la
ventana de mi alcoba cada vez que me asomaba a ella... Nada puede ser más bello
que el silencio que la naturaleza mantiene consigo misma y el firmamento todas
las noches... y es cierto que no hay nada más placentero que bañarse en las
frescas y limpias aguas de ese río que tanto aprecio; pero la ciudad también es
bonita, sobre todo porque, gracias a habernos trasladado allí, hemos conocido
personas maravillosas.
-
¿Así que te relacionas con los humanos? —me preguntó extrañada y
notablemente molesta—. Sabes que lo tenemos prohibido, ¿verdad?
-
Sí, lo sé; pero... Ya no quiero seguir ocultándome, Scarlya. Estoy
cansada de vivir en este anonimato que tanto nos aleja de la humanidad. Creo
que ya es hora de que desvelemos que nosotros también existimos. Es muy duro vivir
sabiendo que nadie puede conocerte, que únicamente puedes relacionarte con
aquellos seres que pertenezcan a tu misma especie. Wen conoce lo que soy por
una serie de circunstancias que algún día sabrás, pero no me arrepiento de
haberle confesado que yo no soy humana, al contrario. Me siento dichosa de
saberlo en mi vida aceptándome tal como soy.
-
Sabes que tu padre no aprobará tu comportamiento y mucho menos tus
ideas, ¿verdad? Cuando se entere de lo que piensas y de cómo vives, capaz es de
arrancarte de ese lugar donde habitas...
-
No, no, Leonard no hará eso.
-
¡Y mucho menos aprobará que traigas aquí a un humano! Sinéad, te
aconsejo que te lo lleves antes de que él llegue. No le gustará nada saber que
un humano conoce que él existe... Idos, por favor. Idos antes de que sea demasiado
tarde. ¡Idos, idos! —nos ordenó nerviosa alzándose de donde estaba sentada.
-
No, Scarlya, no nos iremos. Leonard tiene que escucharme. Debe saber
que deseo que todo cambie...
-
, Sinéad, Leonard está muy resentido con la humanidad, ya lo sabes —me
advirtió con tensión.
-
Sinéad, no quiero causarte problemas —indicó Wen con paciencia y
cariño—. Si es arriesgado que yo esté aquí, puedo ocultarme en el bosque
mientras hablas con él y...
-
No, Wen, no —le negué testarudamente mientras lo tomaba de las manos y
se las presionaba con cariño—. Quiero que mi padre sea testigo de que es
posible que los humanos nos acepten.
-
Sinéad, tu padre tiene más de... más de seis mil años por lo menos y
nunca ha dejado de creer que los humanos y nosotros no podemos formar parte del
mismo mundo —me recordó Scarlya riéndose nerviosa.
-
¿Qué ha dicho? ¿Cuántos años tiene tu padre? —me preguntó Wen
totalmente estremecido y sobrecogido—. Sinéad, será mejor que nos vayamos...
-
¿Tienes miedo, Wen? —le cuestioné tristemente.
-
No, no tengo miedo, pero tampoco me siento cómodo...
-
Debéis iros antes de que Leonard llegue...
-
Creo que ya no podemos hacerlo. Ha llegado —aduje tensa cuando oí que
alguien se adentraba en aquella enorme morada.
-
Yo no quiero saber nada de vuestras cosas —resolvió Scarlya alzándose nuevamente
de donde estaba sentada—. Ya te advertí de lo que ocurriría...
-
No te preocupes, Scarlya. Leonard es mucho más comprensivo de lo que
piensas.
-
Sí, claro, lo que tú digas —se rió ella incómoda mientras desaparecía
por un oscuro corredor.
-
Sinéad...
-
No tengas miedo. No permitiré que mi padre te haga nada... No, él no
te hará nada... No temas.
Entonces, de repente, fui
plenamente consciente de que Wen estaba totalmente asustado, inquieto y
nervioso. No pude evitar sentirme infinitamente culpable cuando reparé en que
sus ojos se mantenían entornados, como si el resplandor de la lumbre lo encandilase,
desprendiéndose de su mirada una tensión interminable que aterió mi corazón.
-
¿Quieres irte? —le pregunté en su oído—. Aún estamos a tiempo de huir.
-
No, no... Temo por ti, no por mí. Sé que a tu lado no me ocurrirá
nada, pero... —divagó nervioso.
-
Jamás permitiré que te hagan daño —le aseguré mientras lo abrazaba
subrepticiamente. Ni siquiera yo preví aquel gesto.
Cuando Wen se percibió entre mis
brazos de nuevo, me presionó contra sí mientras me acariciaba los cabellos para
indicarme que confiaba plenamente en mí. Era la primera vez que lo abrazaba tan
cariñosamente. Ni siquiera lo había hecho cuando habíamos volado por el cielo.
Aquel abrazo, más bien, había estado impregnado de complicidad y protección. En
cambio, el que le entregaba en esos momentos estaba cargado de un sentimiento
que mezclaba el cariño más sincero y el amparo más entregado y dulce.
Cuando oí que Leonard caminaba
hacia donde nos encontrábamos, deshice el abrazo que nos unía y me acomodé en
aquel sofá esperando la aparición de mi padre, quien no tardó en entrar en
aquella estancia. Cuando se apercibió de que yo me hallaba sentada frente a la
lumbre, dejó en el suelo los leños que portaba y, sonriéndome cariñosamente,
caminó hacia mí. Lo abracé antes de que reparase en Wen (aunque intuía que sus
vampíricos y antiguos sentidos ya habrían detectado la presencia de aquel noble
humano), entregándole todo el cariño que le profesaba en cada gesto, en cada
beso que dejé caer en sus mejillas.
-
Me alegro muchísimo de verte, Sinéad, cariño —me reveló apretándome
entre sus brazos—. Por cierto, feliz cumpleaños —rió encantado mientras se
separaba de mí para mirarme a los ojos—. No sabía si ibas a venir; pero, por si
acaso, te he preparado un regalo.
-
¡No era necesario! —exclamé ilusionada y feliz—. Yo también me alegro
mucho de verte, padre. Verás, no he venido porque sea mi cumpleaños, sino
porque quisiera hablar contigo sobre algo muy importante... Leonard, no he
venido sola.
-
Es cierto —indicó de pronto reparando subrepticiamente en Wen, quien
se mantenía totalmente quieto en aquel sofá con los ojos agachados.
-
Él es Wen, padre. Es uno de mis mejores amigos...
-
Pero es un humano...
-
Sí, es un humano muy noble y comprensivo, padre. Hacía muchísimo
tiempo que no conocía a un hombre tan valeroso y mágico... Sí, él es mágico.
Sus ojos me lo revelan cada vez que me miran. Sé que tiene un alma muy soñadora
y luminosa. Padre, él sabe lo que yo soy. Sí, lo sabe porque me salvó la
vida... Tengo que explicártelo todo con calma y paciencia; pero, antes de todo,
me gustaría pedirte que no temieses, que estuvieses tranquilo y que confiases
en mí. Wen es totalmente inofensivo. Conoce mi secreto desde hace bastante
tiempo, y nunca será capaz de confesárselo a nadie, a nadie.
-
Es cierto —musitó Wen intimidado y levemente avergonzado—. Leonard, es
un placer conocerlo —aseveró alzándose de donde estaba sentado y tendiéndole su
mano—. Sinéad me ha hablado muy bien de usted. Le quiere mucho...
-
No me hables de usted, por favor —le pidió mi padre solícito—. No me
gusta nada ese trato —rió mientras aferraba con delicadeza la mano de Wen—. Sí,
Sinéad tiene razón. Tus ojos desvelan que eres un hombre muy bueno y fiel...
-
Puedes confiar totalmente en él, padre.
-
Aunque no me gusta mucho saber que hay un humano que conoce tu
verdadera identidad; por consiguiente, supongo que también conocerá la mía...
-
No temas, por favor.
El silencio en el que Leonard se
sumió de pronto me indicó que Scarlya había errado en sus temerosas
suposiciones. Parecía como si Leonard estuviese empezando a aceptar todo lo que
yo le había contado tan ligera y nerviosamente.
Ninguno de los tres se atrevía a
decir nada, ni tan sólo cuando el crepitar de la lumbre nos incitaba a hablar;
mas, al cabo de unos cuantos segundos, Leonard suspiró y se sentó en aquel
sofá.
-
Sinéad, sabes que nunca he estado de acuerdo contigo cuando afirmabas
que los humanos y nosotros podemos formar parte del mismo mundo. Percibo que
ahora tienes la necesidad de insistirme en que es probable que, si revelamos
quiénes somos, la humanidad nos aceptará. No es verdad, Sinéad. La humanidad
nunca nos aceptará.
-
Pero Wen sí lo ha hecho. Estoy segura de que hay muchos humanos que
pueden comportarse como él.
-
No, Sinéad.
-
Padre, llevamos toda la vida viviendo en el anonimato más profundo e
hiriente. Quiero que todo cambie —le revelé sentándome a su lado. Wen lo hizo
junto a mí—. Padre, también tenemos derecho a vivir en esta sociedad que forma
parte del mundo en el que habitamos.
-
No, Sinéad. ¿No entiendes que, si nos revelamos, todos los humanos del
mundo querrán saberlo todo sobre nosotros?
-
¿Y qué problema hay en que nos conozcan?
-
No, Sinéad. No quiero que hablemos de esto nunca más. Acepto que Wen
conozca quiénes somos, pero no quiero que nadie más lo sepa, ¿me has entendido?
—me preguntó severamente.
-
Sí, lo he entendido. Acepto que te conformes con vivir toda tu eterna
vida encerrado en esta nada que nos diluye en el tiempo. Está bien. Si tú no
quieres luchar por nuestros derechos, lo haremos Eros y yo.
-
¿Eros? —me preguntó extrañado—. ¿Por qué lo llamas así?
-
Él no quiere revelar su nombre.
-
Y, si ni siquiera quiere revelar su nombre, ¿cómo pretendes que luche
por vuestros derechos? —se burló cariñosamente.
-
Sé que lo hará.
-
No, Sinéad. En esto estás completamente sola, totalmente sola, totalmente
sola —me reiteró cada vez más entristecido al percibir mi desaliento.
-
No me importa estar sola.
-
No, no estás sola —musitó Wen en mi oído mientras tomaba mi mano y me
la presionaba.
-
No, Wen. Te aconsejo que no la ayudes si no quieres acabar muy mal —se
rió Leonard sin la menor estela de consideración hacia mí—. Sinéad siempre ha
creído en una utopía que nunca se volverá realidad. Acéptala con sus caprichos,
pero no pugnes junto a ella.
Tras aquellas palabras, las
cuales me parecieron absolutamente injustas, el silencio volvió a adueñarse de
nuestra voz. La tristeza que experimentaba se acrecía a medida que las palabras
de mi padre resonaban continuamente en mi mente. De pronto, me apeteció tanto
irme que no pude evitar alzarme de donde estaba sentada y, tirando de la mano
de Wen para que él también lo hiciese, dije:
-
Gracias por tu apoyo, Leonard. Lamento que, por enésima vez en nuestra
larga vida, no estés de acuerdo con mis deseos. Espero que tus atrasadas ideas
algún día desaparezcan.
-
¿Te marchas? —me preguntó incrédulo.
-
Sí. No quiero que se haga más tarde.
-
¿No quieres que te dé el regalo de cumpleaños que te he preparado?
-
No podré llevarlo por el cielo, lo siento. Vendré a buscarlo la semana
que viene —le contesté a punto de llorar. Mantenía los ojos entornados para que
nadie detectase las lágrimas que los humedecían.
-
Está bien. Vuelve cuando se te haya pasado el enfado —se rió
tiernamente.
-
No estoy enfadada. Adiós, padre.
-
Adiós, Leonard —se despidió Wen con cortesía.
Cuando salimos de aquel
castillo, el que de nuevo me pareció sombrío y espesamente oscuro debido a cómo
Leonard se había burlado de mí, tomé en brazos a Wen y, sin decir nada, comencé
a volar raudamente entre las nubes. Las ganas de llorar que sentía (las que me
parecían inoportunas y estúpidas) se intensificaban a medida que dejaba aquel
castillo atrás. No me había ofendido que mi padre no me apoyase (en realidad
estaba acostumbrada a que no lo hiciese), sino la realidad que se escondía tras
cada una de sus palabras.
-
Sé que todo cambiará si luchas por tu vida —me animó Wen al cabo de
unos largos minutos.
-
No lo creo. Mi padre tiene razón. No obstante, en vez de lamentarme
continuamente por esa realidad, debería alegrarme de que no te haya rechazado.
Parece que le has caído bien —le sonreí.
-
Menos mal. Me sentía incapaz de vivir un momento tenso como el que
Scarlya pronosticaba —se rió nervioso, haciéndome reír a mí también—. Por cierto,
es una mujer muy curiosa y bella.
-
Sí, es verdad.
-
Pero tú lo eres más —dijo de pronto, como si temiese que las
anteriores palabras que había pronunciado pudiesen incomodarme.
-
No, no lo creo. Nadie es más o menos hermoso que nadie. Todos tenemos
nuestra belleza.
-
Qué bello piensas.
-
Mira, Wen. La luz de la luna menguante se esconde entre las montañas,
pero su resplandor traspasa la fronda de los árboles y hace relucir la hierba y
las limpias aguas del río —le indiqué de forma ensoñadora.
Entonces descendí a la tierra
para que toda la hermosura que irradiaba aquel instante nos envolviese. La
plateada luz de la luna hacía resplandecer cada recoveco del bosque y perlaba
los troncos de los árboles. Wen y yo nos sentamos en el suelo bajo unas ramas
que, extrañamente, se habían desprendido de las hojas que las adornaban y
permanecimos en silencio durante unos momentos que deseé convertir en una
eternidad.
-
Me resulta extraño estar aquí contigo —le confesé con timidez—. Solía
permanecer aquí tocando el arpa o escribiendo algunos poemas... Hace mucho
tiempo que no visito esta naturaleza que tanto adoro.
-
Es un lugar precioso... y tienes un alma tan soñadora... Nunca he
conocido a una mujer tan romántica como tú. Estrella también adora la
naturaleza, pero a veces la percibo intimidada, como si la grandeza de los
bosques la empequeñeciese. Estrella es una mujer muy especial. Estoy seguro de
que seríais muy buenas amigas.
-
Yo también lo pienso. Suelen caerme bien las personas que adoran la
naturaleza. Y es comprensible que a veces su grandeza la empequeñezca. A mí
también me ocurre...
-
Hablando de empequeñecerse... ¿Has hablado con mi abuelo sobre la
cadena de hoteles que quiere venderte?
-
Huy, no. Creo que de eso tendrá que ocuparse Eros...
-
¿Por qué? —me preguntó divertido.
-
No me siento capaz de llevar una cadena de hoteles.
-
Estoy seguro de que, si te esfuerzas en aprender...
-
Prefiero no hablar de esto. me pongo muy nerviosa —reí avergonzada.
-
Yo te ayudaré en todo lo que necesites —me aseguró tomando mi mano con
ternura. Entonces me fijé en cómo se diferenciaban su piel y la mía.
-
¿Te has dado cuenta de lo distinta que es tu piel de la mía? A tu lado
parezco mucho más pálida —observé dulcemente alzando levemente nuestras manos
enlazadas.
-
Bajo la luz de la luna, tu piel reluce mucho más. Eres realmente bella
y mágica, Sinéad.
-
Gracias... Siempre he pensado que reluzco porque mi vida está llena de
seres mágicos y nobles —le contesté emocionada.
-
Creo que deberíamos irnos ya —me dijo levemente nervioso de pronto—.
Estrella estará preocupada por mí.
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Sí, es cierto... Perdóname si algún momento vivido este ocaso te ha
incomodado.
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No, no temas...
Me parecía que Wen se había
vuelto temor y confusión de pronto. Sus ojos se habían ensombrecido levemente,
lo cual me desorientaba; pero sin embargo no me atreví a preguntarle nada.
Volví a tomarlo en brazos y, soñando tiernamente con un mundo mucho más
tolerante y mágico, volé raudamente hacia nuestro hogar...
4 comentarios:
A través de los ojos de Wen he sentido el vértigo que se debe experimentar asomándose a la realidad vampírica. Lo que en un principio era un secreto entre él y Sinéad pronto se abre a otros vampiros, y se siente perfectamente la angustia inquieta que Wen experimenta ante la reacción de Scarlya primero y Leonard después. Lamentablemente, es muy razonable la objeción que este pone a que Sinéad se revele como es al mundo de los seres humanos, pues hoy por hoy la convivencia entre ambas razas para imposible. De hecho, estoy seguro que, de conocerse la realidad de los vampiros, automáticamente los humanos estaríamos deseando en convertirnos en vampiros unos, en matar vampiros otros, en estudiarlos los de más allá, en cambiarlos los de acullá... somos así, nos falta el tiempo para cambiar la vida de cualquier ser que encontramos, y siempre o casi siempre ese cambio es para mal. Queda la incógnita de lo que ocurrirá con la cadena de hoteles, ¿podrán Eros y Sinéad finalmente hacerse cargo de ella? Lo que sí me parece es que Estrella tiene muchas posibilidades de hacerse muy amiga de Sinéad, es una chica muy noble y muy buena, y eso es algo que sin duda la vampiresa va a reconocer y apreciar. Un relato muy bonito que nos demuestra que Sinéad sigue siendo un encanto, y a pesar de sus años, maravillosamente coqueta.
Muchas gracias por tu comentario. Lo cierto es que Sinéad es consciente de que desea una utopía. Quizá desista de luchar si se detiene a pensar en lo peligrosos que son sus deseos. Wen, una vez más, le ha demostrado que es un buen amigo y también bastante valiente. Por cierto, me ha hecho mucha gracia que hayas dicho que Sinéad es coqueta.
Todos los astros se habían puesto en mi contra. No había forma de leer esta entrada. Al llegar a casa la he leído sin perder ni un segundo, tenía muchas ganas. Me encanta la complicidad que hay entre Sinéad y Wen, que cada vez más va en aumento. Que momento más tenso cuando Scarlya les aconseja que se marchen, Wen estaba aterrorizado, y no es para menos. Debía estar muy intimidado, por ser el padre de Sinéad, por ser vampiro y sobretodo por los años que tiene (yo me habría desmayado directamente). Temía que Leonard se enfadase y rechazase a Wen, pero nos a sorprendido gratamente. Incluso Scarlya se a equivocado (por cierto, me encanta Scarlya). Viendo más allá (a lo pitonisa), creo que pueden ocurrir cosas que no estaban previstas y con ello se provoquen desastres sentimentales de proporciones bíblicas jajaja, ya veremos que es lo que ocurre. He visto reflejada a la Sinéad de siempre, soñadora, mágica, ilusionada con la naturaleza, con los pequeños detalles de la vida que la hacen grande. Un entrada muy intensa. ¡Esto engancha!
¡Gracias por tu comentario, Wensus! Qué bien que al fin los astros te hayan permitido leer esta entrada. Tenía muchas ganas de que lo hicieses. Me ha sorprendido mucho lo que has dicho que, viendo a lo pitonisa, pueden ocurrir desastres amorosos de proporciones bíblicas. ¿Qué se te habrá ocurrido? Jajajaja, tus palabras vuelven mucho más interesante la historia. Sí, Sinéad nunca podrá dejar de ser la misma de siempre, por muchos años que cumpla. Gracias por tus palabras, ya sabes que son muy importantes para mí. ¡Un beso!
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