FIDELIDAD
El tiempo se había diluido en la cálida
ternura que invadía todos los rincones de aquel mágico mundo que la Naturaleza
y yo habíamos alumbrado en las tinieblas ancestrales que anegaban el Universo.
Me costaba acostumbrarme a la oportunidad de vivir por el día y descansar por
las noches. Todo el poder imperecedero que la Naturaleza y yo habíamos
compartido en aquellos imborrables instantes nos había proporcionado a todos la
posibilidad de disfrutar plenamente de la luz del sol sin que ésta nos hiriese;
pero a mí me costaba mucho mudar mis hábitos. En cambio, mis padres y mi
hermano no tenían ningún problema en sacarle todo el provecho al fulgor
brillante que el cielo les otorgaba. No había prisa para nada, todo era posible
en aquel lugar y las noches también eran un refugio que nos ayudaba a recordar
a qué especie pertenecíamos. De vez en cuando, tenía que abandonar aquella
inocua tierra para reencontrarme con la sangre; pero aquello sucedió muy pocas
veces durante mi estancia en aquella noble y pura morada, pues el tiempo no
transcurría de la misma forma que en el mundo que me había visto nacer. Además,
nunca salía sola de aquella dimensión, sino que siempre me acompañaba alguno de
mis seres queridos. Nadie se atrevía a vagar en solitud por aquella tierra tan
llena de amenazas, ni siquiera los vampiros que ya habían conocido aquel mundo
en otro tiempo, pues, aunque ya hubiesen vivido allí durante un sinfín de años,
para ellos aquél ya no era el hogar que los había protegido. Había cambiado
tanto que se les había vuelto completamente irreconocible y hostil.
Desde que me había adentrado en aquel mundo
que hacía tanto tiempo que no visitaba y me había reencontrado con mi hermano y
mi madre, me había olvidado de todas las aflicciones que me atacaban en la
Tierra y que me hacían creer que para mí ya no quedaban instantes hermosos por
vivir. Parecía como si nunca hubiese habitado en otra parte, como si desde
siempre aquella tierra hubiese sido mi única morada. Sí me acordaba de Tsolen
cuando me quedaba a solas conmigo misma, pero su recuerdo no me disuadía de la
idea de permanecer allí, en aquella pura tierra, durante un tiempo que nadie
fuese capaz de contar. Incluso había momentos en los que me planteaba la
deliciosa posibilidad de vivir allí eternamente, lejos de los peligros de la
humanidad, rodeada por los seres a los que siempre quise y siempre me quisieron
con plenitud, olvidándome de que había rincones en los que la maldad corrompía
la belleza. No obstante, yo sabía, perfectamente, que a aquel mundo en el que
había vivido prácticamente toda mi vida le debía una imperecedera fidelidad que
ninguna tierra mágica sería capaz de quebrar jamás. No podía abandonar para
siempre aquella naturaleza que me había enseñado a amar tanto los bosques, los
ríos, las montañas, los desiertos, los mares, los lagos, las estrellas, la luna
e incluso ese sol que tanto podía lastimarme. Si me marchaba para siempre de
aquel mundo que tantos hogares me había ofrecido para protegerme, me invadiría
el alma una sempiterna culpabilidad que jamás permitiría que los ojos me
resplandeciesen todo lo que mis seres queridos se merecían.
Así pues, vivía a merced de unos sentimientos
y unos deseos que a veces me desorientaban y, en otras, me hacían sentir que
era la vampiresa más dichosa de la Historia al poder compartir con mis padres,
mi hermano y todos los demás vampiros nobles que habían formado parte de mi
vida un sinfín de momentos cuya beldad trascendía el tiempo y el espacio.
Aquella misma tarde en la que me reencontré con Geork y Klaudia después de
tantos meses sin vernos, también pude abrazarme a Ernest, mi padre, quien me
recibió con una sonrisa mucho más luciente que el sol que se escondía tras las
verdes y poderosas montañas que marcaban unas fronteras totalmente franqueables
en ese mundo donde no existían los límites.
—
Me alegro tanto de volver a verte, hija —me dijo Ernest cuando me tuvo
al alcance de sus brazos. Me había visto acercarme a él por un camino lleno de
flores blancas que resistían el titilante frío del aliento del otoño—. Sé que
no has cambiado, pero para mí nunca pareces la misma.
—
Sigo siendo la misma —me reí al sentirme protegida por esos brazos que
siempre quisieron ampararme del hambre y del frío—. Estáis todos tan
hermosos...
—
Tú sí estás bella —me sonrió Geork con un cariño inmensurable—.
Sinéad, me gustaría decirte algo.
—
¿De qué se trata? —le pregunté separándome de los brazos de Ernest
para poder mirar a mi hermano profundamente a los ojos.
—
Verás, nunca te he dado las gracias por permitirme conocer a mi padre.
Es una de las cosas más maravillosas que me han sucedido en la vida. Este mundo
que creaste para todos nosotros es el hogar más mágico y acogedor que jamás
pude imaginarme.
—
Aprecias tanto las cosas, hijo, porque pasaste mucha hambre, miseria y
frío —aportó Klaudia con mucha ternura y emoción. Los ojos se le habían llenado
de lágrimas—. Sinéad es exactamente igual que tú. Aprecia cualquier detalle
ínfimo porque sabe valorar mucho las cosas, mucho más que cualquiera de los
humanos que viven en esa tierra que están destrozando.
—
No sabía que le guardabas rencor a la especie humana, Klaudia —se rió
Ernest con amor.
—
No le guardo rencor a la especie humana, básicamente, porque nosotros
también fuimos humanos y habernos convertido en unos seres distintos no nos da derecho
a despreciar lo que fuimos antes; pero sí es cierto que no entiendo por qué no
valoran más lo que tienen en vez de intentar continuamente llegar más allá de
su presente y de todo lo que lo forma. Me da mucha pena que estén destruyendo
la Naturaleza que puede darles la vida y un sinfín de momentos hermosos que les
llenarían el alma de gratitud y amor. Muy pocos humanos saben amar la
naturaleza como es debido.
—
Sí, sí hay humanos que la aman, madre —la contradije con mucha
delicadeza.
—
Muy pocos, Sinéad. Que haya gente paseando por los bosques no
significa que haya personas que amen la Naturaleza. Pueden permanecer allí
durante largos momentos, pero no saben respetarla.
—
No quiero que perdamos el tiempo hablando de esos seres desagradecidos
—pidió Geork sonriendo con picardía—. Creo que Sinéad está aquí porque desea
huir de la humanidad, ¿verdad, hermana? —Aquellas palabras me hicieron sentir
una punzada de dolor traspasándome el alma. No pude hacer más que asentir
débilmente con la cabeza—. Lo sabía. Por eso pienso que lo mejor que podemos
hacer es distraerla y hablarle de otras cosas para que no piense en lo que
tanto le duele.
—
Tienes razón, hijo. Lo sentimos, Sinéad —se disculpó Klaudia tomándome
de las manos—. Estamos muy felices de tenerte aquí con nosotros.
—
Sí, es una bendición —confirmó Ernest sonriéndome con mucha luz.
—
Pero no llores —se rió Geork retirándome las lágrimas que me
resbalaban inevitablemente por las mejillas.
—
Es que me parece un sueño que estemos los cuatro aquí, en este lugar
tan hermoso, bañados por la luz del atardecer sin sentir que la piel nos
protesta, sabiendo que nada puede hacernos daño —les confesé con una voz
quebrada por la emoción más intensa.
—
Es una bendición, sí —repitió Ernest entornando los ojos.
—
Hace mucho tiempo que no estamos juntos —indicó Klaudia con
nostalgia—. Queremos contarte todo lo que ha ocurrido desde que te fuiste de
aquí, hija.
—
Para mí será un placer escucharos —les sonreí a todos.
—
Pero también deseamos escucharte a ti. Quiero que nos cuentes acerca
de tu vida —me solicitó Geork divertido.
Así pues, mientras disfrutábamos de los
aromas más tiernos de la Naturaleza, de sus matices más brillantes y de la
lenta llegada de la noche, Ernest, Geork, Klaudia y yo conversamos con dulzura
y emoción hasta que el cielo se llenó de estrellitas que nos observaban con
conformidad desde el Universo. A mí me parecía que todas esas estrellas podían
sentir la gran felicidad que se encerraba en nuestro corazón.
Los días pasaban sin prisa, con una lentitud
que a todos nos serenaba. Aunque aquello me resultase extraño, las horas
transcurrían sin que todavía me hubiese reencontrado con todos esos seres
queridos que habían formado parte de mi vida. Compartía los atardeceres con mis
padres y mi hermano. Los cuatro conversábamos durante horas bajo aquel cielo
tan brillante hasta que la noche convertía en sombras todos los destellos de
luz que brotaban de la naturaleza.
Mas un atardecer todo cambió. Mientras el
cielo brillaba sobre nosotros, mis padres, mi hermano y yo conversamos acerca
de todos los matices de nuestra vida. Yo les hablé del presente que compartía
con Tsolen, de nuestras disputas (las que cada vez se habían vuelto más
frecuentes) y de nuestros instantes más felices, omitiendo aquellos detalles
que podían incomodarlos. Ellos, por su parte, me explicaron todos esos sucesos
divertidos que habían ocurrido en aquel mundo. Parecía como si solamente
quisiesen hacerme partícipe de esos hechos que podían hacerme sonreír solamente
con la intención de alejarme de cualquier cosa que pudiese herirme o
entristecerme.
—
Y, una noche, Alex volvió de la Tierra trayendo aquí un ordenador
portátil —me contaba Geork invadido por una risa que apenas le permitía
hablar—. No tenía ni idea de lo que era ese objeto ni para qué servía. Había leído
en la mente de un sinfín de humanos que era un aparato muy útil sin el cual la
vida no podía proseguir, así que optó por conseguir uno sin tener ni la más
sutil noción de cómo se usaba.
—
Ay, pobrecito —me reí inocentemente sin poder evitarlo.
—
Por supuesto, no sabía ni encenderlo. Cuando vio el teclado con todas
esas letras pensó que podía escribir directamente, pero, claro, teníamos que
encenderlo. Para colmo, era un ordenador nuevo, por lo que había que configurar
el sistema operativo e instalar todos los programas necesarios. No podíamos
hacer nada, puesto que no tenemos internet aquí para descargar las
actualizaciones. Le pedí que hiciese el favor de devolverlo al lugar de donde
lo había conseguido.
—
¿Y tú cómo es que sabes tanto de informática? Hablas como uno de esos
humanos que entienden de ordenadores. Usas palabras raras: configurarlo,
sistema operativo... Yo no comprendo nada de eso —se rió Klaudia con pureza.
—
Yo tampoco entiendo mucho de ordenadores ni de tecnología en sí —les
revelé con un ápice de vergüenza sonrojándome las mejillas.
—
A mí es que me gusta mucho el mundo de los ordenadores y, siempre que
voy a la Tierra para alimentarme, me traigo libros o artículos que versen sobre
informática —me confesó Geork emocionado.
—
No creo que te haga mucha falta adquirir esos conocimientos, hijo;
pero, si eres feliz así, yo no me opondré —le aseguró Ernest sonriéndole con
cariño.
—
Lo único que te pido, Geork, y te lo pido poniendo el alma en cada una
de mis palabras, es que no traigas aquí ni la menor estela de tecnología ni de informática,
por favor —le rogué temerosa.
—
¿Qué mal va a hacer aquí un ordenador, Sinéad? —me preguntó riéndose
con fuerza.
—
No, pero traerás un ordenador, luego necesitarás un enchufe para
cargarlo, por lo que...
—
No, no, yo no voy a instalar nada. En el caso de que traiga uno de
esos ordenadores portátiles, iría a cargarlo al otro mundo.
—
No quiero —protesté de forma infantil.
—
Sinéad, pero si no pasa nada.
—
Sí, sí ocurre. Contaminan.
—
Está bien, no te preocupes. Te prometo que en este mundo no entrará
nada informático ni el menor rastro de tecnología.
—
Pero tampoco es conveniente que salgas de este mundo siempre que
quieras usar un ordenador. Ese mundo es peligroso —terció Klaudia con una
preocupación inmensa sonrojándole las mejillas.
—
No me sucederá nada malo, madre. Si estuviese en peligro, Sinéad
podría ayudarme porque todos podemos llamarla a través del lazo que nos une.
—
Eso es cierto —afirmé sonriendo más aliviada.
—
No haré nada que a Sinéad pueda disgustarla. Este mundo es su creación
y debemos respetarlo.
—
Gracias, hermanito.
Las conversaciones que mantuvimos continuaron
siendo calmadas y divertidas. Cuando la luna presidía el firmamento con orgullo
y una hermosura brillante e imponente, alguien se acercó a donde mi familia y
yo nos encontrábamos. Entre las sombras de la noche, distinguí a lo lejos a
Alex. Caminaba hacia nosotros como si no se creyese que dentro de nada podría
tomarme de las manos. Le brillaban mucho los ojos, tanto que por un momento
pensé que su mirada resplandecía mucho más que todas las estrellas que
adornaban aquel cielo nocturno. Al verlo siendo un vampiro tan hermoso y
perfecto, recordé involuntariamente aquella noche en la que había intentado
alejarlo para siempre de la mortalidad; aquella noche en la que, en lugar de
ofrecerle un eterno destino, le había arrebatado los pocos días de vida que aún
le quedaban. Traté de que aquellos recuerdos no me ensombreciesen los ojos y no
atenuasen la felicidad que sentía por saber que dentro de unos instantes
podríamos abrazarnos después de muchos años sin vernos.
—
Sinéad —me apeló cuando tuve su mirada tiernamente pendiendo de la
mía—, he sabido que estabas aquí porque lo he sentido en el alma.
—
Alex —me reí tiernamente al advertir que estaba a punto de
emocionarse. Me alcé de donde estaba sentada y me dirigí hacia él para
abrazarlo muy dulcemente. Alex me acogió en sus brazos como si yo fuese frágil
o como si su vida fuese un soplo de aire que solamente podía perdurar en el
tiempo si nos abrazábamos—. En realidad, no hace tanto tiempo que no nos vemos,
pero es como si hubiese transcurrido una eternidad desde la última vez que nos
miramos a los ojos.
—
Apenas disfrutaste de la magia que te ofrecía este mundo. Te marchaste
enseguida como si tuvieses miedo a ser demasiado feliz aquí —me comunicó
retirándose de mi hombro para poder mirarme a los ojos—. Estás tan hermosa como
siempre, Sinéad. Me gustaría que...
—
Creo que nosotros sobramos por completo —dijo Geork alzándose del
suelo.
—
No, no, soy yo quien me marcharé con Alex a otro lugar —les informé antes
de que hiciesen el amago de irse.
—
Por supuesto —me sonrió Klaudia con felicidad—. Cuídate, Sinéad.
Alex y yo caminamos en silencio bajo el
estrellado y brillante cielo de la noche. El viento soplaba a nuestro
alrededor, meciendo con fuerza las ramas de los árboles y serenándose cuando
algunas hojas caían al suelo, haciendo un sonido sordo al chocarse contra las
piedras. Se oía la susurrante voz del agua, el murmullo de los animales
nocturnos que vagaban libres por aquellos puros bosques y, a lo lejos, me
pareció detectar el eco de algún trueno queriendo ensordecer el silencio de la
noche.
—
Este mundo es tan hermoso, Sinéad... pero lo sería mucho más si...
—
...si estuviese aquí con vosotros —lo interrumpí tiernamente. Sabía
que en esos momentos ambos sentíamos mucha vergüenza, como si aquélla fuese la
primera vez que hablábamos en toda nuestra vida—. Alex, a mí también me
gustaría quedarme aquí, pero...
—
...le debes fidelidad a tu otro mundo, y es comprensible —me atajó sin
mirarme a los ojos—. Te llevaré a un lugar que yo adoro con todo mi corazón.
—
Sí, llévame adonde quieras.
Caminamos ligeramente, atravesando senderos
que se escondían entre los gruesos troncos de los altos árboles que poblaban aquellos
bosques donde parecía que nadie hubiese habitado jamás, dejando atrás rincones
donde brillaban las puras aguas de lagos profundos y solitarios, adentrándonos
cada vez más en una naturaleza que nos distanciaba irrevocablemente de la
última estela de cualquier realidad que antes hubiese formado nuestro
alrededor. Al fin, Alex se detuvo enfrente de un río que discurría libre entre
rocas que parecían encontrarse allí desde la creación del Universo. Nos
sentamos bajo las frondosas copas de los árboles de hoja perenne, junto a una
orilla toda alfombrada por la hierba más mullida y las flores más
resplandecientes. Apoyamos la espalda en aquellas rocas que protegían el transcurso
de esas tibias y transparentes aguas.
No pude evitar emocionarme cuando perdí los
ojos por esas aguas tan nítidas que parecían el reflejo más fiel de la
Naturaleza. Hacía mucho tiempo que no me asomaba a unas aguas tan limpias; unas
aguas que parecían brotar del rincón más inocente e inmaculado de la tierra.
—
¿Sabes por qué me gusta tanto este lugar? —me preguntó clavando los
ojos en el lejano horizonte que dividía aquel mundo en cielo y tierra. La
emoción que me anegaba el alma me impedía contestarle, así que solamente me
limité a negarle con la cabeza—: Pues vengo aquí porque este río, estas rocas,
esta hierba y estos árboles me recuerdan a la primera noche que compartimos tú
y yo; la noche más bella de mi vida.
—
Sí, es cierto —le respondí sonriéndole a través de mi nostalgia—. Tal
vez este lugar se asemeje tanto a aquél que nos vio amarnos por primera vez
porque mi alma así lo quiso, porque el recuerdo de aquel bosque y aquel río tan
hermosos la invadió.
—
Es posible.
—
Alex, ¿eres feliz aquí?
—
Sí, lo soy porque puedo vivir aquí eternamente, porque me has regalado
un destino inacabable; pero me gustaría poder compartir mi vida con alguien.
—
¿Has tratado de enamorarte de nuevo? —le pregunté con miedo.
—
No he podido, Sinéad. No he podido olvidarte. Jamás lo haré, jamás.
—
Pero puedes intentarlo.
—
No, sabes perfectamente que eso no es posible, cariño —me contradijo
mirándome de repente a los ojos. De su mirada se desprendió tanta melancolía
que por un momento me sentí incapaz de seguir respirando serenamente.
—
No puedes estar así eternamente.
—
Guardo la esperanza de que alguna noche vuelvas junto a mí.
—
Alex, yo...
—
Sé que no puedes abandonar a Tsolen. Además, yo jamás te pediría algo
así, Sinéad.
—
No iba a decir nada de eso —le indiqué con mucha vergüenza—. Lo que
quería confesarte es que yo no he olvidado a ninguno de mis amores. Todos
seguís en mi corazón, ocupando el espacio que siempre ocupasteis, siendo parte
de mi alma, y eso no cambiará nunca. El amor que sentí por todos vosotros puede
resurgir en cualquier momento; pero eso no significa que tenga la libertad de
dejarme llevar por esos sentimientos tan inmortales como mi vida.
—
Esos sentimientos dejarán de ser inmortales si tú algún día te
desvaneces para siempre. En este lugar, tengo mucho tiempo para pensar en la
muerte y en la vida y he llegado a la conclusión de que nuestra existencia
tiene sentido hasta que fenece el último ser que nos recordaba. Cuando nadie
nos recuerde, entonces habremos muerto para siempre.
—
Yo también he discurrido muchísimo sobre la vida durante toda mi
existencia y también he tenido esos pensamientos tan tristes. Tienes toda la
razón.
—
Yo no morí nunca porque tú seguías viva y guardabas en tu alma mi
recuerdo con un amor infinito; pero, si tú te hubieses marchado, entonces yo
habría desaparecido para siempre, Sinéad.
—
Alex, por favor, no digas esas cosas tan tristes —le supliqué
sintiéndome incapaz de reprimirme las ganas de llorar que me atacaban tan
vilmente.
—
Sinéad, quisiera que supieses que soy feliz porque lo último que vi
antes de morir fue tu mirada llena de amor y esa misma mirada, imperecedera a
través de los siglos, fue lo primero que me encontré al volver a la vida. No
soy capaz de evocar los recuerdos de los momentos previos a mi muerte, pero sé
que me abrazaste con una ternura y un cariño inmensurables y eso para mí es
suficiente.
—
Alex, yo deseaba con toda mi alma conseguir convertirte. Perdóname.
—
No quiero que me pidas perdón por algo que ya no tiene sentido,
cariño.
—
Pero yo estuve muy mal —me quejé ya llorando delicadamente. Luché
contra ese llanto para impedir que me arrebatase la voz—. Tuve que dormir
durante cien años porque no soportaba la vida sin ti, porque era incapaz de
caminar por el mundo sabiendo que tu vida se había apagado por culpa mía. Yo tenía
que entregarte una vida eterna y, sin embargo, te separé de los pocos días que
tu condición humana podía ofrecerte.
—
No, no, Sinéad, eso ya no tiene importancia —me comunicó abrazándome
tiernamente. Me perdí entre sus brazos como si todo lo que me rodeaba me
pareciese amenazante—. Lo que importa ahora es que podemos estar juntos en un
mundo que no nos hará daño y que tenemos una vida eterna por delante que
podemos llenar de momentos inolvidables.
—
Eso ya no es posible. Yo no puedo vivir aquí. Estoy atada irrevocablemente
a la Tierra.
—
Pero eso no te impide volver aquí y disfrutar de la compañía de todos
nosotros y de la belleza de esta naturaleza tan pura.
—
Sí, eso es cierto.
—
Háblame de tu vida, por favor, cariño —me pidió tomándome de las
manos.
—
Mi vida... No sé qué decirte sobre mi vida. Ha cambiado tanto desde
que te conocí...
—
Supongo que habrás vivido momentos maravillosos.
—
Si, algunos sí...
—
Pero ¿por qué tienes tantas ganas de llorar? —se rió cariñosamente al
darse cuenta de que, por mucho que lo intentase, no lograba desprenderme de ese
llanto que se me había aferrado tanto a los ojos y que no dejaba de
humedecérmelos.
—
No lo sé. Últimamente estoy muy sensible. No necesito mucho para
ponerme a llorar.
—
¿No eres feliz?
—
Creo que ya no importa tanto si somos felices o no. Lo que importa es
que estemos bien y que lo estén también nuestros seres queridos. Importa que
tengamos un hogar donde protegernos, un hombro en el que llorar, una mano a la
que aferrarnos si sentimos que caemos. Importa que tengamos algo que nos
impulse a liberar nuestra alma, no importa si es la música, la escritura...
Importa que sepamos hablar otros lenguajes que nos permitan expresar nuestros
más profundos sentimientos. La felicidad no es más que una emoción que es tan
evanescente como cualquier otra, que es efímera como una brisa.
—
Sinéad, oírte hablar así me entristece.
—
No merece la pena que continuamente estemos buscando en este mundo eso
que alguien se empeñó llamar felicidad y que no es más que un estado de
conformidad con todo lo que tenemos. Nuestros sentimientos jamás cambiarán, por
muy conformes que estemos con la vida que tenemos. Eso es lo que importa.
—
Pues yo sí sé dónde está mi felicidad y también sé que existe. No me
conformo con lo que tengo porque sé que la vida puede ser mucho más hermosa
todavía.
—
Yo no puedo estar contigo —lo avisé con miedo.
—
Yo jamás te pediré que abandones a Tsolen, ya te lo he dicho antes.
Sólo quiero que sepas que yo siempre te amaré y que, si alguna vez deseas
recuperar lo que la muerte nos arrebató, únicamente tienes que lanzarte a mis
brazos.
—
Alex...
—
Ahora solamente disfruta de este momento, de esta naturaleza tan
tranquila, de este silencio, de este río.
Alex me hablaba con tanto amor que no podía
evitar estremecerme. Su voz sonaba llena de dulzura, tanta que parecía como si
le hubiese robado a la adversa humanidad toda la bondad que existía en el
mundo. No pude evitar que aquel momento se tiñese de una paz que parecía
inquebrantable e imperecedera. El murmullo del agua que discurría enfrente de
nosotros acreció la calma que se había repartido por nuestro alrededor. Tras
dedicarme esas palabras, ninguno de los dos se atrevió a decir nada durante
unos minutos que podían convertirse en una eternidad sin que nadie lo
impidiese. Sólo nos bastaba con tenernos tomados de las manos, con mirarnos de
vez en cuando a los ojos y con sonreírnos levemente para saber que aquellos
instantes únicamente nos pertenecían a nosotros, para notar que esa
tranquilidad tan hermosa que la Naturaleza nos ofrecía era tan real como
cualquier otro sentimiento.
Los segundos transcurrían sin que ninguno de
los dos hablase. El silencio más tierno se llevaba nuestras palabras hacia un
lugar del que jamás podríamos recuperarlas. Sin embargo, ni Alex ni yo nos
inquietábamos. Sabíamos que en aquel profundo silencio nos encontrábamos; mas,
al cabo de unos largos momentos, Alex suspiró y, agachando los ojos, me
confesó:
—
Soñé muchas veces con estar contigo en este lugar, conversando acerca
de nuestra vida; pero, ahora que por fin te hallas junto a mí, parece como si
se hubiesen desvanecido todas las palabras. No le encuentro sentido a contarte
acerca de mi vida, pues tú eres lo que más importa en este mundo y en el
Universo entero. Además, tampoco creo que necesites hablarme de tu presente. Si
estás en este lugar, es porque has querido huir de todo lo que allí te hace
daño; pero tampoco puedo permitir que estés tan triste y desanimada. Dime, por
favor, ¿qué puedo hacer por ti, Sinéad?
—
Efectivamente, estoy aquí porque, desde hace mucho tiempo, deseaba
escaparme de ese mundo tan lleno de injusticias y maldad.
—
Pero ¿ni siquiera al lado de Tsolen te sientes segura?
No pude contestarle, pues alguien se
introdujo súbitamente en esos tiernos y a la vez tensos momentos. No me atrevía
a alzar los ojos, pues sabía que me inquietaría mucho más descubrir quién se
hallaba a mi lado, esperando una mirada llegada de mis lacrimosos ojos.
—
Sinéad, contéstale —me pidió de pronto aquella voz ya tan conocida
para mí—. ¿Ni siquiera a mi lado te sientes segura?
—
Tsolen —susurré incapaz de creerme que él se hallase allí, a nuestro
lado. Aquel momento parecía un sueño que tendía a convertirse en una pesadilla.
Tuve miedo a sus sentimientos—, Tsolen, yo...
—
Por favor, álzate y mírame, Sinéad. Necesito que hablemos —me solicitó
con una voz contenida. Sabía que estaba muy nervioso y tenso.
—
Tsolen, siéntate a nuestro lado y conversemos los tres. Estoy seguro
de que entre todos podremos ayudarla. Sinéad no está triste por culpa tuya,
sino por ver que ese mundo que fue su hogar está desapareciendo.
—
No vengas aquí a darme lecciones de cómo tengo que entenderla —musitó
Tsolen incapaz de mirar a Alex a los ojos.
—
No te enfades con él, por favor —le supliqué con lágrimas en los ojos.
Luché contra mis sentimientos para poder enfrentarme serenamente a esa
situación—. Alex solamente trata de ayudarme.
—
No es verdad, Sinéad. Él lo único que quiere es conquistarte —me
contradijo Tsolen con una voz trémula.
—
No es cierto, Tsolen. Yo jamás trataré de conquistar de nuevo el
corazón de Sinéad.
—
El problema es que parece como si no aceptases que ella ya no está contigo.
¿Por qué sigues apelándola con esas palabras tan cariñosas?
—
Porque la quiero, la quiero con todo mi corazón; pero nunca intentaré
enamorarla de nuevo. Sé que está contigo y para mí eso es suficiente.
—
Te has comportado con tanta mesura porque sabías que yo estaba cerca
de ti.
—
Tsolen, yo no sabía nada —se defendió Alex con vergüenza, aunque su
voz sonaba muy firme y segura.
—
¿De veras? Lo siento, Alex. Posiblemente esté pensando algo injusto de
ti; pero es que... he luchado tanto por la felicidad de Sinéad... No te
imaginas lo que es para mí verla triste todos los días, desanimada por algo que
no depende de mí. Intentar hacerle feliz se asemeja a tratar de extraer agua de
un pozo sin fondo.
—
Lo lamento mucho, Tsolen —me disculpé levantándome del suelo y
situándome enfrente de él. Lo tomé delicadamente de las manos mientras lo
miraba profundamente a los ojos—. Tsolen, yo te amo, créeme; pero ha llegado un
momento en el que me cuesta vivir. No sé cómo hacerlo. No sé cómo vivir en un
mundo que cada vez se vuelve más amenazante para nosotros. Por eso quise venir
aquí.
—
¿Y por qué no me dijiste nada, Sinéad? Es eso lo que más me duele, que
no me avisases de que querías regresar a este mundo.
—
Yo pensaba que no deseabas alejarte de la Tierra.
—
Este mundo forma parte de la Tierra, Sinéad, por mucho que se halle en
otra dimensión, y, si permitimos que destruyan nuestro hogar, esta dimensión también
desaparecerá, ¿no lo entiendes?
—
Sí, eso ya lo sé; pero yo no puedo más, Tsolen. Yo no puedo luchar más
contra la maldad y la inconsciencia de los humanos. No puedo provocar siempre
esas lluvias que harán brotar más vida si enseguida la destruyen. La Naturaleza
también está cansada, Tsolen. Están arrebatándole todas las fuerzas que tiene.
—
No quiero agobiarte ahora con esto, pero quiero que caviles acerca de
lo que deseas.
—
Yo quiero estar aquí, amor mío. Quiero que vivamos todos juntos —le
confesé con una voz frágil, aunque también sonaba llena de unas esperanzas
efímeras que él podía destruir con tan sólo una palabra—. Deseo que todos
podamos ser felices aquí.
—
¿Quieres que nos traslademos a vivir aquí, Sinéad? Ya sabes que a mí
sí me gusta vivir en ese mundo lleno de modernidad. Aquí no hay ni electricidad
ni nada de eso.
—
¿Te importa más la tecnología que vivir serenamente? —le pregunté
incrédula.
—
No es que me importe más, pero sí creo que lo echaría de menos. Aquí
acabaría aburriéndome. Está bien, quédate aquí. Yo vendré a verte siempre que
pueda y permaneceré contigo unos cuantos días; pero no quiero vivir aquí para
siempre.
—
Solamente tú puedes saber lo que es mejor para ti y lo que te hará ser
más feliz.
—
Sinéad, yo te amo, de veras; pero tampoco quiero perder todo lo que tenemos
allí porque tú te sientas incapaz de habitar en ese mundo que tanto está
cambiando para ti.
—
Tsolen, para ti no es tan difícil aceptar que ese mundo esté cambiando
tanto porque naciste en un momento de la Historia en el que la apariencia de
las ciudades empezaba a mudar; pero yo nací en un tiempo en el que ni siquiera
era posible imaginarse la mitad de lo que sucedería en los siglos venideros. El
mundo que yo conocí no es ni el reflejo del espejismo de ése en el que
pretendes forjar tu eterno hogar. Ya ningún sitio es seguro para nosotros.
—
Haz lo que quieras, Sinéad. Sí, tal vez te venga bien quedarte aquí un
tiempo. Yo vendré a verte, no te preocupes. De momento me quedaré unos días
aquí con vosotros —me sonrió forzosamente.
—
Gracias.
—
Ahora deberíamos ir a dormir —aportó Alex intentando deshacer la
tensión que teñía aquel momento.
—
¿Dormir por la noche? —preguntó Tsolen extrañado.
—
Sí, es que, como en este mundo podemos disfrutar de la luz del sol,
casi siempre dormimos por la noche.
—
Pero eso es una contradicción, es negar lo que somos. Yo prefiero
dormir por el día.
—
Siempre hemos dormido por el día porque el sol nos hace daño, pero en
este mundo esa luz no puede herirnos —le indiqué sintiéndome un poco nerviosa y
desorientada. Tsolen estaba tan extraño...
—
Haced lo que queráis, pero yo me iré a dormir cuando aparezcan los
primeros rayos de sol. Daré un paseo por estos bosques a ver si me encuentro a
alguien que piense como yo —se rió incapaz de sonreír con sinceridad.
—
Está bien. Nos vemos mañana, pues.
—
¿Dónde vas a estar?
—
En la casa de mis padres y de mi hermano.
—
Muy bien. Te buscaré, aunque, si vas a vivir por el día...
—
No, no, iré contigo. Yo tampoco estoy acostumbrada a dormir por la
noche.
En realidad, no prefería acompañar a Tsolen
porque me apeteciese vagar por la noche en busca de un recodo de paz, sino
porque sentía que ambos necesitábamos estar juntos, compartiendo unas horas
que, dependiendo de nuestros sentimientos, podían alejarnos o acercarnos el uno
al otro. Opté por seguirlo en aquella oscuridad porque tenía la sensación de
que, si no lo hacía, se erigiría entre nosotros un muro infranqueable que podía
distanciarnos irrevocablemente de todos nuestros recuerdos y porque notaba que
necesitaba quebrar con mi presencia la incómoda actitud que Tsolen mantenía
conmigo.
Alex pareció conformarse. Se marchó hacia el
hogar en el que habitaba en aquel mundo, desapareciendo tras los gruesos
troncos de los árboles, dejándome a solas con Tsolen, introducidos ambos en una
situación que no sabíamos vivir. Tsolen estaba nervioso. Se le notaba en el
temblor de sus manos, en la inexactitud de sus miradas y en el silencio que
sustituía cualquier palabra que él desease dedicarme.
El silencio que tiraba de nuestros nervios
nos separaba, me hacía creer que formábamos parte de mundos distintos y que
nunca habíamos compartido la vida. Necesitaba quebrar aquella ausencia de
palabras cuanto antes, pero no encontraba la mejor forma de hacerlo. Por su
parte, Tsolen ni siquiera se atrevía a mirarme, sino que, continuamente,
deslizaba los ojos con lentitud por nuestro alrededor en busca de alguna señal
que lo impulsase a hablar. Al fin, incapaz de sostener por más tiempo aquella
incómoda conversación, le dije con timidez:
—
Tsolen, me gustaría mostrarte un lugar muy hermoso.
—
No me apetece ver más naturaleza. Me he dejado la piel buscándote por
todo este mundo y no te imaginas lo que me ha dolido descubrirte junto a Alex
—me confesó todavía sin mirarme a los ojos—. No me habría importado que
estuvieses con cualquiera de esos seres queridos de los que no eres capaz de
separarte, pero que estuvieses precisamente con Alex...
—
Pero ¿qué problema hay? No entiendo nada, Tsolen.
—
No lo sé, Sinéad —suspiró sentándose en el suelo, abatido por certezas
que ni siquiera era capaz de convertir en palabras—. Tengo la sensación de que,
poco a poco, vas apartándote de mí y de nuestro mundo. Nunca estás conforme con
nada, no eres feliz por mucho que me esfuerce por darte todo lo que pueda
alejarte de esa tristeza que nunca te abandona. Estoy agotado de todo esto,
Sinéad. Yo no quiero vivir en este mundo, apartado de la realidad, porque yo no
he nacido aquí; pero no me entiendes, y en verdad eso es lo que más me desanima
y me desespera. Yo puedo aceptar, con dolor, que prefieras habitar aquí; pero
tú ni siquiera te planteas la posibilidad de que esta tierra no esté hecha para
mí.
—
No me planteo esa posibilidad porque me resulta totalmente
incomprensible, Tsolen —le aseguré sentándome enfrente de él—. Me resulta
totalmente incomprensible que prefieras habitar en un mundo donde tu vida está
continuamente en peligro, donde cada vez es más imposible encontrar la paz que
necesitamos para vivir, donde la naturaleza está enferma.
—
Tú siempre dijiste que nunca te atreverías a abandonar definitivamente
ese mundo porque no querías desamparar a esa naturaleza que tanto amas.
—
Pero, dime, ¿cómo puedo evitar que los humanos la destruyan si ni
siquiera el mundo puede conocer que existimos? Yo no puedo luchar desde las
sombras. Me agota tener que presenciar continuamente cómo mueren los bosques.
Me agota notar que el aire que respiramos cada vez es más espeso. No puedo
vivir en un lugar donde solamente hay desconsuelo y enfermedad. ¿No lo entiendes?
Pude pugnar contra la destrucción durante unos años, pero ya no tengo fuerzas
para continuar en una tierra donde nada se respeta. Debemos esforzarnos por
llenar de magia y serenidad nuestra vida porque tenemos que cuidar nuestra
alma. Mi alma está irrevocablemente lacerada. Es como si todo lo que hubiese
vivido hasta ahora se hubiese convertido en una profunda herida.
—
Está bien, Sinéad. Yo no te obligaré a vivir conmigo si no lo deseas.
—
Pero es que yo sí quiero vivir contigo.
—
No es cierto. En este lugar puedes olvidarte perfectamente de mí. No
necesitas a nadie. Puedes hacer lo que te dé la gana sin acordarte de mí como
lo has hecho durante estos días que hemos estado separados. Si yo no hubiese
venido a buscarte, tú ni siquiera me habrías avisado de que estabas aquí. Dime,
Sinéad, ¿tu comportamiento te parece comprensible? Es como si no te importase
nada.
—
No me parece comprensible, es cierto; pero sabía que tú no querías
estar aquí, por eso no hice nada para tratar de comunicarme contigo. Prefería
que vinieses tú si en verdad anhelabas estar aquí conmigo.
—
No he venido para quedarme, sino para preguntarte qué quieres hacer
con nosotros.
—
Respeto que no te apetezca vivir aquí, pero me gustaría que te lo
pensases bien antes de marcharte definitivamente.
—
¿No hay forma de convencerte de que vuelvas?
—
No, por el momento prefiero no pisar ese mundo salvo para alimentarme
cuando realmente sea necesario.
—
Está bien, pues entonces no hay nada más que hablar.
—
¿De veras quieres irte?
—
Sí. Estaré allí para cuando quieras regresar. Espero que en este lugar
encuentres la calma que necesitas. Le diré a Leonard que no te ha importado
abandonarnos a todos en ese mundo adverso.
—
Yo no os he abandonado. Creé este mundo para que todos pudiésemos
vivir en paz sin temer que nada nos hiciese daño. Si no queréis estar aquí, es
solamente vuestro problema. Yo no he abandonado a nadie. Coméntale a Leonard lo
que quieras, pero recuérdale que él también tiene la oportunidad de habitar
aquí, protegido por la magia de esta tierra.
—
Lo haré, descuida.
Tsolen apenas me dio tiempo para despedirme de
él. Se marchó antes de que percibiese el primer amago que me indicaría su
partida. Desapareció llevado por una niebla que lo arrancó de mi lado,
dejándome en el alma un vacío que no lograba comprender, que se engrandecía con
el paso de los segundos. No podía evitar sentirme desilusionada y herida. Yo
había creado aquella tierra con todo mi amor para que pudiésemos ser felices
lejos de los peligros, de la maldad y de las amenazas de la humanidad, y el
hecho de que Tsolen prefiriese habitar en un lugar donde su vida podía ser tan
frágil como el pétalo de una flor me entristecía tanto que no podía evitar que
el cielo cayese sobre mí.
Cuando transcurrieron unos minutos de su
marcha, me alcé de donde estaba sentada y empecé a caminar por aquel bosque tan
invadido de serenidad. Hacía mucho tiempo que no buscaba en la naturaleza ese
consuelo que solamente ella sabía ofrecerme cuando más triste me sentía porque
desde hacía muchos años había perdido la esperanza de hallar la paz en unos
bosques que estaban tan amenazados como mi vida. Sin embargo, en esos momentos
me sentía como si hubiese regresado a esos años en los que la naturaleza era un
alma más que podía conectarse con la mía a través de la voz del viento, del
agua y del susurro de los animales. La noche era un paraíso que me acogía
haciéndome creer que nada podía hacerme daño, que toda esa lástima que me
embargaba el alma era pasajera y que se desvanecería en cuanto menos me lo
esperase.
Me pareció que no habían transcurrido todos
esos siglos que me separaban de aquellos momentos en los que para mí lo más
grande que existían eran esos bosques que me enseñaron a distinguir las
estaciones del año. Me parecía como si el presente que vivía fuese la
continuación de esas noches en las que abandonaba la seguridad de mi castillo
para correr hacia aquella naturaleza que tanto me acogía, para internarme en
otro mundo, en otros instantes donde mi alma alzaba su voz para mezclarla con
la de las estrellas.
—
Está bien, lo acepto —me dije en un susurro lleno de nostalgia—. Si
Tsolen no quiere quedarse conmigo, yo no lo obligaré a que lo haga. Seré
paciente con él. Algún día entenderá que su vida corre peligro en ese lugar
y...
Mas no pude terminar de pronunciar mi
reflexión porque la tristeza que me asía del alma se intensificaba a medida que
transcurrían los segundos. Podía ser feliz en ese mundo rodeada de mis seres
más queridos; pero la ausencia de Tsolen oscurecería el brillo de la luz de
esos días que no podían herirme, que no eran una amenaza para mí. Si Tsolen no
podía disfrutar a mi lado de la magia de ese mundo, entonces la vida corría el
peligro de perder su importancia y su resplandor. No obstante, la misma
naturaleza que me rodeaba me avisó de que aquella situación no tenía por qué
ser eterna. Algún atardecer, cuando ya hubiese creído que nunca más me
reencontraría con Tsolen en un momento hecho de paz, él aparecería ante mí y me
prometería que nunca más me abandonaría. Mientras aquel momento no llegaba,
debía sumergirme en la belleza de esa vida que todos podían volver mucho más
refulgente y dulce.
No había nadie paseando por esos bosques tan
solitarios. Me sentía la única superviviente de una devastadora tormenta. La luna
brillaba con timidez y fuerza a la vez detrás de las copas de los árboles; los
que, con sus ramas y sus hojas, creaban redes que volvían plateado ese fulgor
tan lejano. Encerraban la luna en una protectora malla de vida y oscuridad.
A lo lejos, escondida entre dos montañas,
podía ver la casita de mis padres y de mi hermano. Era el único lugar al que me
atrevía acudir para dormir, así que empecé a correr hacia allí dejándome llevar
por una sutil esperanza que, palpitando en mi interior, intentaba avisarme de
que aquellos momentos tan tristes eran solamente el preludio de una época que
estaría anegada en una luz potente cálida que jamás me deslumbraría.
2 comentarios:
Sinéad ama este mundo pero no se siente capaz de ser testigo de su destrucción. Es como ver a un hermano consumido por las drogas y no desear estar a su lado para no sufrir. Por otro lado me pregunto (quizás una tontería). Los años en los que vivimos, las cosas nos afectan pero dependiendo de la edad de una manera más intensa. Recuerdo que de pequeño, prácticamente no me importaba nada lo que ocurría (guerras, política, terremotos...), lo veía pero seguía con mis cosas, sin preguntarme nada, sin preocuparme. Pasan los años y las cosas te afectan más, te duelen las injusticias, el dolor en el mundo...Es posible que al vivir tantos años como Sinéad ese dolor por lo que ocurre en el mundo sea demasiado duro de soportar. Esa preocupación por el mundo y los lugares a los que ama quizás ya casi no la deja ser feliz, que es lo que veo que le está ocurriendo. Por lo menos defiende este menudo y a algunas de las personas que en él viven, no todo el mundo es malo. Me ha hecho mucha gracia lo del ordenador de Alex y la frase de Geork "Leo artículos que versen sobre la informática" jajajaja, me parece una frase muy divertida. Desde luego, Alex no olvida a Sinéad y eso que decimos de que el amor desaparece con el tiempo o se transforma, a él no le afecta. Tsolen está celoso, y es comprensible. Como siempre, Sinéad se deja llevar por sus incontrolables sentimientos y aparece y desaparece sin recordad que hay personas que se preocupan por ella. Ahí es desconsiderada, aunque es verdad que al mismo tiempo su preocupación continua los incluye también a ellos. Comprendo a Tsolen y a ella. Es como el que tiene un trabajo y se tiene que decidir entre ese trabajo de sus sueños o vivir cerca del amor de su vida. Si uno de los dos no es comprensivo (o ambos) puede ser un gran problema. Bueno, a ver que ocurre a continuación. Está muy interesante!!
Me emociona mucho recuperar personajes de las primeras historias de La Dama de la Noche; en esta entrada, especialmente, se me ponen los sentimientos a flor de piel, posiblemente porque también pusiste mucho sentimiento al escribirla. Ernest y Klaudia conservan la experiencia de una vida larga y penosa, llevada a duras penas, algo que se extiende en realidad a todos los personajes antiguos, por así llamarlos, y en cambio no se puede aplicar, por ejemplo, a Tsolen. Es muy comprensible que sean felices en su nueva tierra, aunque sea un paraíso frágil y que se puede venir abajo, pero que de momento es el mejor hogar que se pueda soñar. Yo soy un amante de la tecnología, y, sin embargo, la parte en que se habla del ordenador portátil siento cómo se me revuelven las tripas, en absoluto pinta nada allí uno, es abrir la caja de Pandora, manchar la nieve con basura, y solo he podido respirar aliviado cuando he tenido la seguridad de que la isla seguiría libre de enchufes. También me ha gustado mucho la aparición de Alex, es un chico muy bueno que merecería ser amado y no desgastarse inútilmente tras una imposible Sinéad pero... ese es su destino, supongo. En cambio la aparición sorpresiva de Tsolen me ha hecho desestabilizarme, ha entrado sin ser notado y su irrupción pone sobre el tapete la necesidad que tiene de que Sinéad se defina. En cierto modo me recuerda a la pugna de Sinéad con Leonard, hace mucho tiempo, cuando ella se sentía atraída por los seres humanos y las ciudades y en cambio Leonard prefería estar apartado de la civilización, ahora ella está de vuelta de todo... al menos Tsolen no ha tirado del todo la toalla, pero ha sido muy duro escuchar cómo castigaba a Sinéad diciendo que ya le contaría a Leonard cómo ella los dejaba sin remordimientos mientras prefería aislarse... seguro que eso le dolió. En todo caso, ¿cómo reconciliar estas dos vidas, estos intereses tan distintos, con el puro amor que se profesan? ¿qué será más fuerte a la larga?
Ah, y también mencionar las reflexiones de Alex y Sinéad sobre la memoria, la muerte... es pura filosofía. Pocas veces has escrito poniendo tanto corazón en el texto, cada vez lo haces mejor.
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