UN MÁGICO CUMPLEAÑOS
01. LAS SORPRESAS MÁS ENTRAÑABLES
Hay ocasiones en las que la vida
te sorprende luminosamente, en las que crees que estás viviendo momentos que
jamás pudiste imaginarte, momentos propios de un sueño mágico en el que todo es
posible, en el que la faz más brillante y bondadosa de la vida se presenta inquebrantable
y eterna ante tus ojos. Ni siquiera en la tierra onírica del soñar existen esos
instantes en los que toda la felicidad y la dulzura de la vida se concentran
hasta hacerte olvidar las tristes sombras de tu pasado.
Y yo viví uno de esos momentos
justo ayer, cuando Eros me despertó suavemente, llamándome con una voz
impregnada de cariño y respeto. Eros nunca solía despertarme, a menos que fuese
totalmente necesario y urgente, por lo que abrí los ojos sintiéndome muy desorientada
y algo asustada; pero enseguida me calmé, pues los ojos de Eros exhalaban una
felicidad y una serenidad que me arroparon tiernamente, convenciéndome de que
junto a él jamás podría sucederme nada lamentable. No obstante, aunque su
oceánica mirada me hubiese sosegado, mi alma se llenó de intriga y
desconcierto. Con una voz somnolienta, le pregunté con amor:
—
¿Qué ocurre, vida mía? ¿Sucede algo raro? —Al oír aquellas palabras,
Eros agachó los ojos y se rió con mucha ternura—. ¿De qué te ríes? Tienes una
mirada muy revoltosa —le dije sonriéndole con muchísima felicidad y dulzura
mientras lo abrazaba.
—
¿Acaso no sabes qué día es hoy, mi Shiny? —me cuestionó travieso
dejándose caer entre mis brazos y besándome después en el cuello, haciéndome
estremecer.
—
Hoy es... es... Ay, todavía no me he ubicado en el tiempo —me quejé
acomodándome entre sus brazos—. Tengo sueño, amor mío...
—
Intenta ubicarte en el tiempo, anda...
—
Pues... hoy es domingo, creo...
—
Pero ¿qué día del año? —me preguntó acariciándome los cabellos.
—
Huy... No sé... Sabes que soy muy mala para las fechas —me reí con
mucha vergüenza.
—
Está bien... te lo diré: hoy es dieciocho de enero.
—
Huy... sí, es cierto...
—
¿Y qué es hoy, entonces? —me sonrió alzando la cabeza y mirándome a
los ojos.
—
Es mi cumpleaños... —contesté ruborizada.
—
Mi Shiny —se rió acariciándome las mejillas.
—
Siempre te acuerdas de mi cumpleaños... y le das demasiada importancia
—protesté con timidez y emoción.
—
¿Acaso no la tiene? Hace...
—
No, no lo digas —seguí quejándome escondiendo mi rostro en su pecho.
—
...mil seiscientos veintiún años que nació la mujer de mi vida...
—
Mil seiscientos veintiún años no... menos...
—
Sí, sé que tienes mil seiscientos tres años si contamos solamente tu
vida vampírica; pero a mí me gusta incluir los años que viviste siendo humana...
¿O acaso no son importantes, mi Shiny?
—
Sí, pero entre nosotros no es costumbre contar también los años que
vivimos siendo humanos —me reí con cariño revolviendo sus nocturnos cabellos.
—
No importa cuántos años tengas, mi Shiny. Lo que importa es que hoy es
una noche muy especial.
—
¿Ya es de noche? Percibo que todavía no ha oscurecido...
—
Queda una horita para el anochecer —me confirmó sonriéndome con mucha
complacencia—. Te he despertado antes de que se haga de noche porque tienes que
ponerte muy guapa, aunque para mí ahora mismo estás infinitamente preciosa
recién despertadita, con esos ojitos enrojecidos y con este camisón tan... tan
sensual y delicado...
—
¡Eros! Me parece que me has despertado antes por otra cosa —me reí con
placer y ternura al notar que me abrazaba con más pasión.
—
Sí, también; pero no podemos permitir que se nos haga tan tarde como
cuando teníamos que ir a la fiesta de Scarlya y de Leonard. Por cierto, nos
fuimos de allí al día siguiente sin despedirnos de nadie, ¿y tú no tenías que
mantener una conversación importante con Arthur? —me preguntó de pronto,
exaltado y sorprendido—. Han pasado por lo menos cuatro días...
—
Es cierto; pero entre una cosa y otra...
—
Bueno, no importa...
—
Contigo también tenía que mantener una conversación muy importante.
—
Lo recuerdo; pero te prometo que la mantendremos en otro momento más
especial, en otro lugar mucho más entrañable...
—
¿Más entrañable que nuestro pisito?
—
Sí, mi Shiny. Venga, ve a escoger el vestidito que más te guste... Ve
a bañarte... Tengo que llevarte al castillo de Leonard...
—
¿Por qué? Yo pensaba que lo celebraríamos solamente tú y yo...
—
Sí... bueno... NO puedo decirte nada, Shiny. Date prisa. Nos esperan a
las siete de la tarde.
—
Son las cinco y media...
—
¿Cuánto crees que tardas en el baño, Shiny? —me preguntó con mucho
amor mientras ya se separaba de mí.
—
Me apetecía... estar contigo... Podrías darme ese regalito —le pedí
con vergüenza.
—
¡Shiny! —se rió complacido.
No importaba que yo dispusiese
de todo el tiempo del mundo; siempre se me hacía tarde, aunque me diese una
prisa inquebrantable y agobiante. Salimos de nuestro hogar más tarde de las
siete y nos dirigimos tan rápidamente hacia el castillo de Leonard que apenas
percibí el color de la noche. Antes, por supuesto, nos detuvimos unos instantes
en una ciudad cercana para poder alimentarnos; pero ni siquiera en esos
momentos logré captar el aroma del anochecer. Cuando al fin nos situamos
enfrente de la puerta del hogar de Scarlya y de Leonard, Eros llamó con
impaciencia y felicidad al mismo tiempo. No podíamos evitar reírnos tiernamente
cada vez que nuestras miradas se cruzaban. No entendía por qué el tiempo se
ponía siempre en nuestra contra.
—
No hay manera, Shiny. Siempre llegamos tarde, aunque te despierte a
las dos del mediodía —me susurró Eros en el oído—. Por cierto, no te he dicho
que estás inmensamente preciosa con ese vestidito azul. El azul marino les da a
tus ojos un color muy especial.
—
Gracias... —le sonreí complacida y vergonzosa.
Scarlya nos abrió a los pocos
segundos. Sus pasos resonaron llenos de nervios e intuí que estaría igual de
estresada que la noche en la que habían celebrado aquella fiesta tan especial.
En cuanto nos tuvo enfrente, nos dedicó una mirada llena de incomprensión y a
la vez de divertimento. Inesperadamente, sonrió amplia y luminosamente y,
abrazándome con mucha ternura, me deseó:
—
¡Felicidades, Sinéad! Aunque hayas llegado tarde otra vez, esta noche
será muy especial. Felicidades, mi querida amiga. Espero que pueda felicitarte
hasta la eternidad, cariño.
—
Gracias, Scarlya; pero no creo que haya que montar tanto revuelo cada
vez que cumpla años... pues llegará la noche en que os cansaréis de celebrarlo
—me reí con vergüenza y emoción.
—
Mientras todos estemos vivos y unidos, no habrá año que no celebremos
tu cumpleaños. Para muchos eres la mujer más importante de nuestra vida...y
queremos demostrártelo; pero no seguiré diciéndote estas cosas, pues acabarás
emocionándote —se rió con cariño—. Pasa, por favor...
—
Sois... sois mágicos —me reí con amor.
Eros y yo nos adentramos en la
morada de Scarlya y de Leonard con paciencia y ánimo. Yo estaba muy nerviosa,
pero intentaba que nadie lo advirtiese. Me aferraba casi con desesperación a la
mano de Eros para que su presencia me serenase, pero, conforme íbamos
acercándonos al salón, hacia donde Scarlya nos conducía, aquellos nervios que
se habían arremolinado en mi estómago se fortalecían imparablemente. Mi alma
deseaba revelarme que aquella noche sería mucho más mágica y especial de lo que
yo me imaginaba. Era como si mi alma intuyese algo en lo que yo era incapaz de
pensar.
—
Tranquilízate, mi Shiny. Todo irá bien, amor mío. No estés tan
nerviosa —me pidió Eros acariciándome la mano con sus varoniles dedos.
—
Ay, ¿cómo has notado que estoy nerviosa?
—
Por cómo me aprietas la mano —me contestó deteniendo nuestro paso—. Te
prometo que nada irá mal y que todo saldrá bien.
—
No estoy nerviosa por eso. Además, no puedo ni imaginarme lo que me
habéis preparado. Estoy nerviosa por otro motivo... pero no sé explicarlo. Es
como si mi alma intuyese algo que yo no puedo ni figurarme...
—
Hazle caso a tu alma, pues ella nunca se equivoca —me recomendó
volviendo a caminar.
Scarlya nos sonrió con
complacencia y complicidad mientras abría la puerta del salón, de donde empezó
a emanar una música que yo conocía demasiado bien. Sonaba un arpa tranquila,
una gaita profunda y una flauta muy dulce acompañadas de unos poderosos
tambores. Aquella música me hizo evocar un sinfín de recuerdos que me
presionaron el alma en cuanto anegaron mi mente. Enseguida me vi bailando y
cantando en medio de los bosques de Hispania, buscando la luz de la luna entre
las nubes, permitiendo que las estrellas centelleasen en mis ojos. Traté de que
aquellos recuerdos no me hiciesen sentir melancólica, pero la nostalgia que
desprendían me oprimió el corazón y estuvo a punto de llenarme los ojos de
lágrimas. La trova que sonaba era aquélla que yo le había dedicado a Dagda y a
su eterna arpa, una canción que había formado parte de mi vida desde que
descubrí la belleza de la música.
—
Esa canción... —susurré emocionada intentando no llorar—. Hace tanto
tiempo que no la escucho...
—
Todos esos instrumentos necesitan que tú cantes, así que... cierra los
ojos y... confía en mí —me pidió Eros tomándome con más fuerza de la mano—. No
los abras hasta que yo te suelte de la mano. Entonces tendrás que cantar cuando
creas que la trova más lo necesita. ¿Me has entendido?
—
Sí, pero... no era necesario que hicieseis todo esto... —musité
incapaz de impedir que los ojos se me llenasen de lágrimas.
—
Trata de permanecer serena, mi Shiny —se rió cariñosamente retirándome
con sus dulces dedos una lágrima que estaba dispuesta a resbalar por mis
mejillas.
—
Lo intentaré, amor mío.
—
Cierra los ojitos. Confía en mí.
Entonces Eros se introdujo
tomándome de la mano con amor en el salón. Enseguida sentí en mi piel el calor
de todas las velas que ardían en aquellos hermosos y enormes candelabros que
tantos años tenían, aspiré el olor de muchas almas, percibí silenciosamente el
colorido brillo de esos pábilos temblorosos y noté cómo la música me envolvía.
El repicar de aquellos potentes tambores parecía querer retornarme los latidos
de mi inerte corazón, las notas que la gaita arrastraba se adentraron en mi
alma portando todos los recuerdos que aquella canción albergaba y el lluvioso
sonido del arpa pareció mezclarse con todos mis sentimientos, como si mi alma
también fuese un arpa tañida suavemente por la melancolía y la emoción.
De repente, Eros soltó mi mano a
la vez que la melodía de la canción y todos los instrumentos que la formaban me
pedían que empezase a cantar cuanto antes, entonando aquellos versos tan
hermosos que yo le dedicaba a la mágica arpa de aquel antiguo dios. Creía que
sería incapaz de cantar con serenidad, pero me esforcé por lograr que mi voz
sonase dulce, clara y nítida.
Y entonces abrí los ojos cuando
por mis labios se escapaban los primeros versos de aquella canción tan hermosa
y ancestral. Estuve a punto de dejar de cantar cuando mis ojos se encontraron
con la mirada de todos aquéllos que me observaban y me escuchaban con tanta
atención y amor. Una emoción inmensamente fuerte, desgarradora y poderosa me
anegó el alma y sentí que me asfixiaba, que era incapaz de soportar tanta y
tanta felicidad. No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Los
cerré antes de que todos aquellos seres que me sonreían con complicidad y
cariño advirtiesen que el crepúsculo de mi mirada se había convertido en un mar
oscurecido por el llanto.
Seguí cantando, aunque en
realidad no sabía de dónde provenía mi voz, si de mi cuerpo o de mi alma, o tal
vez emanase de un espíritu que no me pertenecía, pues todos mis sentidos y
todos mis sentimientos se habían despegado de ese instante. Me preguntaba qué
hacían ellos allí, en qué momento de la vida se habían distanciado de su hogar
para acudir a mi lado. Anhelé que aquella trova tan mágica se terminase cuanto
antes para que pudiese dirigirme hacia ellos y abrazarlos con un amor
inmensurable.
Al fin, logré entonar
nítidamente todos los versos de aquella canción tan hermosa. Cuando todos los
instrumentos se hubieron silenciado, todos me aplaudieron con amor y
complicidad. Todos sabían que las ganas de llorar de alegría más potentes de la
Historia se habían congregado en mi corazón y que me sentía incapaz de retener
mis sentimientos.
Necesitaba correr hacia ellos,
pero parecía como si mi cuerpo se hubiese desprendido de la capacidad de
moverse. Permanecí con los ojos cerrados, tratando de controlar mis emociones,
rogando que alguien se acercase a mí para abrazarme, pues lo requería con
desesperación.
—
Brisita...
Fue lo único que pude decir.
Susurré su nombre con tanto amor que noté que todos se estremecían. No podía
creerme que ella estuviese allí. Hacía muchos meses que no nos veíamos, que yo
no me hundía en el ocaso de sus mágicos ojos, y necesitaba tanto verla que a
veces me creía incapaz de respirar, de vivir, de soñar. Y Brisita estaba allí,
enfrente de mí, y había percibido que me miraba con un amor que no podía caber
en el mundo, en nuestro mundo, en este mundo tan lleno de injusticias y
maldad... pero ella estaba allí, allí, en un lugar que carecía de magia... un
lugar que se había vuelto mágico gracias a su presencia.
—
Brisita —musité incapaz de retener las ganas de llorar por más tiempo.
Me cubrí los labios con mis manos para que no percibiesen mi emoción.
—
Hola, Sinéad, cariño —me susurró Brisita acercándose a mí, al fin—.
Tranquilízate, ya estoy aquí, mamá —me dijo mientras me abrazaba.
—
Estás tan hermosa, cariño... y necesitaba tanto verte, tanto... —me
quejé dejándome caer entre sus brazos.
En Lainaya, Brisita y yo
habíamos sido igual de altas cuando ella había crecido; pero, en nuestro mundo,
Brisita no era tan alta como yo. Su pequeña estatura la hacía parecer frágil,
pero en esos momentos ella parecía ser la madre y yo la niña que, asustada, se
despierta de una pesadilla temiendo la oscuridad. Brisita me abrazó con tanto
cariño y respeto que enseguida encontré las fuerzas y los ánimos para
serenarme. Me esforcé por dejar de llorar cuanto antes para poder conversar
serenamente con todos los que habían venido a festejar mi cumpleaños. De
repente, creí que yo no me merecía recibir y sentir tanta felicidad.
—
¿Qué hacéis aquí? —le pregunté a Brisita retirándome las lágrimas con mi
fiel pañuelo.
—
Tenemos muchas cosas que contarte —me contestó ella tomándome de la
mano y dirigiéndose hacia un sofá donde todos estaban sentados. Yo me acomodé
entre Brisita y Eros, intentando calmarme definitivamente—. Hemos venido porque
Arthur y Eros intentaron comunicarse con nosotros... Además, en Lainaya
sabíamos que hoy era tu cumpleaños.
—
¿Cómo consiguieron comunicarse con vosotros? Yo he intentado hacerlo
muchas veces, y nunca lo he logrado —me quejé tierna y vergonzosamente.
—
Verás, entre Arthur y Lainaya existe un vínculo muy fuerte... y entre
tú y Lainaya también, pero a veces ese vínculo se llena de nostalgia y es
imposible utilizarlo. Tú nos extrañabas tanto que eras incapaz de comunicarte
con la magia... —me explicó Brisita con paciencia.
—
Pero ahora no te preocupes por eso, Sinéad. Estamos aquí para celebrar
tu cumpleaños. Te prometo que te explicaremos todo lo que desees saber cuando
esta noche se termine —me aseguró una voz maternal llena de ternura y amor.
—
Parece un sueño, un sueño tan hermoso... Zelm, Zelm —la apelé
mirándola con desesperación. Anhelaba que me abrazase cuanto antes—. Creía que
nunca más volvería a verte —lloré de nuevo sin poder evitarlo.
—
No, jamás debes pensar en la palabra nunca, adorable Sinéad —me
consoló Zelm situándose enfrente de mí para abrazarme. Entonces me percaté de
que todos los habitantes de Lainaya eran más pequeños que todos nosotros. Zelm
parecía una niña indefensa que puede esconderse tras los troncos de los
árboles—. No nos gusta mucho este mundo, realmente, pero no nos importa estar
aquí si así conseguimos hacerte feliz. Yo nunca he viajado a la Tierra. Es la
primera vez que estoy aquí; pero no me arrepiento de haber hecho este viaje. No
obstante, no podemos quedarnos más de un día. Recuerdas que en Lainaya el
tiempo pasa mucho más rápido, ¿verdad?
—
Sí, lo recuerdo —le aseguré acariciando sus níveos y suaves cabellos.
—
Disponemos solamente de dos horas... —me comunicó una voz varonil cuyo
sonar me hizo evocar un sinfín de recuerdos.
—
Lianid... —le sonreí con felicidad.
—
Me habría gustado traer a nuestros hijitos —me reveló Lianid con
nostalgia—; pero todavía son demasiado pequeñitos para que puedan viajar a este
mundo.
—
Oh, cuánto me gustaría conocerlos —anhelé con mucha ternura.
—
Eres abuela, Sinéad —se rió Zelm con timidez.
—
No, no digas eso, por favor —supliqué completamente sonrojada.
—
Es la verdad —se rió Brisita divertida.
—
No importa lo que seas. Lo que importa es que disponemos de unos
momentos que tenemos que convertir en los más mágicos de tu vida —habló la
potente y suave voz de Galeia.
Estaban junto a nosotros todas
las reinas de Lainaya: Galeia, Brisita, Zelm y Cerinia. Estaban también Lianid
y Aliad, aquel mágico estidelf que tanto nos había ayudado. Todos me abrazaron
con mucho amor y tibieza, haciéndome sentir acogida, haciéndome recordar esos
momentos tan hermosos que habíamos vivido en Lainaya, haciéndome creer que de
nuevo me hallaba en sus esplendorosos bosques, entre sus ancestrales y
poderosos árboles, junto a sus caudalosos y limpios ríos...
—
Me habéis hecho tan feliz... Gracias por venir —les agradecí cuando
percibí que se acercaba el momento de su marcha—. Deseo que no vuelva a pasar
tanto tiempo hasta que podamos volver a vernos.
—
Salir de Lainaya para adentrarnos en este mundo no es sencillo, Sinéad
—me advirtió Zelm con pena—. La Diosa prefiere que permanezcamos en nuestra
tierra. Desea protegernos; pero te prometemos que volveremos a vernos mucho
antes de lo que piensas.
—
Me alegra saber que eres tan feliz aquí —me confesó Cerinia con
dulzura.
—
Sería mucho más feliz si pudiese veros más a menudo —le contesté
entornando los ojos.
—
Verás, Sinéad, me gustaría confesarte algo —me indicó Zelm con
timidez. Me sobrecogí cuando percibí que sus pálidas mejillas se habían
ruborizado tiernamente.
—
¿De qué se trata?
—
Podemos pedirle a la Diosa que te permita adentrarte en Lainaya,
aunque solamente sea una vez, para que puedas compartir con nosotros un momento
muy importante; pero tenemos que rogárselo poniendo toda nuestra alma en
nuestras súplicas. La Diosa piensa que has cumplido todas las funciones que se
te otorgaron en Lainaya... por eso no estoy segura de que puedas viajar a
Lainaya, pero lo intentaremos, pues me gustaría que pudieses vivir con nosotros
ese día tan especial... —titubeó nerviosa. Me percaté de que le costaba
encontrar las palabras adecuadas para construir su discurso.
—
¿De qué día se trata? —le pregunté con cariño tomándola
respetuosamente de las manos para intentar serenarla.
—
Pues verás... Aliad y yo... —susurró con vergüenza.
—
¿Qué ocurre? He percibido que entre vosotros dos hay algo muy hermoso.
—
Vaya, qué observadora —se rió Zelm aún con timidez—. Sí, entre Aliad y
yo hay algo muy bonito, nació un sentimiento precioso y muy fuerte que...
—
Os amáis —le dije con complacencia y ternura.
—
Sí, muchísimo —se rió Zelm cerrando los ojos. Noté que estaba
emocionada—. Jamás creí que un estidelf pudiese enamorarse de mí. Soy tan
feliz...
—
Y yo tampoco me imaginé nunca que me enamoraría de una niedelf.
Nuestro amor ha acabado deshaciendo definitivamente todas las enemistades que
existían en Lainaya —aportó Aliad rodeando con su fuerte brazo la delicada
cintura de Zelm. Ella se estremeció al sentirlo tan cerca.
—
Sí, es cierto... deseamos estar juntos para siempre, para toda la
eternidad —adujo Zelm sonriendo con mucho amor—, y por eso queremos casarnos.
—
¿Os casaréis? —les pregunté ilusionada.
—
Sí... Anhelamos unirnos frente al poder y la magia de la naturaleza y
queremos que tú estés con nosotros ese día, Sinéad —anheló Zelm presionándome
la mano.
—
¿Creéis que será posible? —le pregunté emocionada.
—
Todos lo intentaremos, ¿verdad, brisita? —le cuestionó Zelm a mi
hijita.
—
¡Por supuesto!
—
Estoy segura de que la Diosa escuchará nuestros ruegos y te permitirá adentrarte
en Lainaya una vez más —intervino Galeia con mucha felicidad y ternura—.
Brisita vendrá a buscarte aquí para que podáis partir juntas hacia Lainaya.
—
Regresar a Lainaya... —susurré incapaz de creerme aquella realidad tan
hermosa y mágica—. Es demasiado bonito para que sea cierto.
—
Lo será, Sinéad, te lo prometemos —me aseguró mi hijita con mucho
amor.
—
Pero ¿nadie más podrá venir conmigo? —quise saber con vergüenza.
—
No creo que la Diosa tenga ningún problema en permitir que partan con
nosotras Eros, Scarlya o Leonard... pero me parece que solamente podrá acompañarte
uno de ellos —respondió Brisita.
—
¿Arthur no puede volver a Lainaya? —pregunté mirando a Arthur con
pena.
—
No, no puede... Lainaya solamente fue el refugio de su muerte. Está
unido a Lainaya porque es el padre de Brisita, pero no puede regresar... —me
explicó Cerinia con paciencia y lástima al mismo tiempo.
—
Lo siento mucho, Arthur —musité con pena.
—
No importa. Tampoco creo que me hiciese sentir bien volver a Lainaya
—adujo Arthur con timidez y nostalgia.
—
Nosotros tenemos que irnos ya, Sinéad. Lamento que nuestra estancia
aquí haya sido tan breve; pero te prometo que volveremos a vernos muy pronto,
cariño —me dijo Brisita con amor.
Se fueron mucho antes de que yo
pudiese aceptar que se iban, después de compartir todos unos momentos
completamente mágicos e inolvidables. Desaparecieron entre las sombras de la
noche, perdiéndose tras el brillo de las estrellas y de la decreciente luna que
se escondía entre aquellos lejanos astros. Volaron rauda y tiernamente por
aquel estrellado e invernal firmamento hasta que el poder de la magia los
arrancó de nuestro lado. Cuando se desvanecieron, noté que algo se quebraba por
dentro de mí, como si mi alma se hubiese convertido en un frágil cristal que el
viento podía resquebrajar con impiedad. Intenté no llorar, pero aquella noche
me sentía demasiado emocionada. No podía controlar mis sentimientos.
—
Shiny, tienes que ser fuerte y animarte. Brisita te ha dicho que os
veréis dentro de muy poco...
—
Lo que me extraña es que no te hayan traído ningún regalo —aportó
Scarlya divertida.
—
No importa. El mejor regalo que podían hacerme esta noche era su
presencia y asegurarme que podré volver a Lainaya —dije con una voz quebrada.
—
Podrás hacerlo, mi Shiny —me susurró Eros abrazándome con mucho amor.
—
Pero la noche no se ha terminado todavía. Aún te quedan por soportar
algunas sorpresitas más —me anunció Scarlya mientras me acariciaba los
cabellos—. ¿No te has dado cuenta de que Leonard se ha ido?
—
Pues, no... —contesté con vergüenza—. ¿Adónde se ha marchado?
—
Lo sabrás en breve.
—
Quizá todo esto te resultará muy extraño, Shiny; pero yo debo irme un
momento también. Tengo que... tengo que ir a buscar algo —me comunicó Eros con
una voz llena de nervios.
—
¿Tienes que irte? —le pregunté desorientada.
—
Sí, mi Shiny; pero te prometo que no tardaré mucho.
El desconcierto más insoportable
se apoderó de mi corazón, pero intenté disimular mis sentimientos. Me quedé a
solas con Scarlya y Arthur; pero Scarlya alegó que tenía que condicionar el
salón para lo que ocurriría próximamente y nos pidió que nos retirásemos a
algún lugar donde no molestásemos. Arthur, sonriendo con melancolía, me pidió
que saliésemos del castillo y diésemos un paseo por el bosque.
El invierno había vaciado casi todas
las ramas de los árboles que formaban aquel bosque tan entrañable donde tantos
momentos había vivido; pero todavía quedaban muchas copas que no se habían
desprendido de su fronda, cuyas hojas parecían ser el hogar de la luz de las
estrellas. Arthur caminaba taciturno y silencioso a mi lado; pero, cuando ya
nos hubimos retirado bastante de la morada de Leonard y de Scarlya, se detuvo y
se sentó en el tronco de un árbol caído y me pidió con los ojos que me situase
a su lado. Yo lo hice sin oponerme mientras lo miraba con mucha ternura y
complicidad, intentando deshacer la infinita nostalgia que emanaba de sus
otoñales ojos.
—
Parece como si todo se hubiese confabulado con nosotros para que
podamos estar solos —me reí sin saber muy bien qué decir. Arthur parecía tan
distante... pero a la vez tan cercano, tan... tan melancólico y entrañable como
siempre—. Arthur, esta noche está siendo muy especial para mí. Me gustaría que
para ti también lo fuese.
—
Está siéndolo, Sinéad, de veras. Antes de que Eros y tú llegaseis, he
compartido unos instantes muy hermosos con Brisita. Volver a verla me ha hecho
tan feliz... —me confesó con una voz queda. Los ojos se le habían llenado de
lágrimas—. Incluso en la muerte sentía que la extrañaba tanto...
—
Arthur... no vuelvas a irte nunca más, por favor —le pedí emocionada
mientras lo tomaba de las manos—. Te necesitamos vivo, Arthur. Eres una gran
parte de nosotros...
—
Sinéad, yo...
—
No vuelvas a pensar que tu destino es estar lejos de nosotros, de la
vida.
—
No me importa lo que sientan los demás por mí, pues el amor que más me
interesa es el que tú puedas profesarme, y, si en la vida no me quieres,
posiblemente en la muerte pueda encontrar el consuelo para tan hondo dolor
—susurró apenado y avergonzado.
—
Arthur, que no pueda estar contigo no significa que no te quiera, que
ya no sienta nada por ti. Arthur, eres uno de los hombres más importantes de mi
vida. Te aseguro que nunca podré olvidarte...
—
Lo sé, Sinéad... Lo siento muchísimo. No quiero hacerte sentir
incómoda...
—
No me incomodas, Arthur. Tu presencia es como un sueño. Por favor, no
vuelvas a pensar en irte... Puedes ser muy feliz aquí, Arthur, te lo aseguro;
aunque ahora creas que la tristeza que sientes destruye toda la felicidad que
pueda caber en tu destino. Yo te ayudaré a lograr que desaparezca. Todos te
ayudaremos.
—
Gracias, aunque no creo que deje de sentirla. Estoy tan... tan triste,
Sinéad... y no sé por qué...
—
Háblame de tu regreso. Aún tienes que explicarme lo que ocurrió —le
sonreí mientras le acariciaba las manos.
—
No sé si me dará tiempo a contártelo todo —opuso avergonzado y tenso.
—
No importa. Explícame lo que te dé tiempo a contarme.
—
Ahora ya me siento mucho mejor, pero, cuando regresé, apenas podía
acordarme de mi vida. Leonard tuvo que ayudarme a recuperar todos mis
recuerdos, pues él es mi creador, por lo tanto, posee una gran parte de mi
memoria... pero necesité dormir muchas horas para lograr evocar todo mi pasado.
—
Me alegra que no hayas perdido tus recuerdos —dije aliviada—. Habría
sido horrible que olvidases todo lo que has vivido.
—
O no, Sinéad —me contradijo temeroso—. Tal vez, si empezase de nuevo,
podría encontrar la calma que ahora me falta, que me ha faltado desde que morí
por segunda vez y te perdí para siempre.
—
No, no, no, Arthur, nunca pienses en destruir tus recuerdos, por favor
—le supliqué horrorizada—. Tú no puedes abandonar para siempre tu pasado, tú
no, Arthur.
—
Perdóname, Sinéad. No hago más que decir sandeces.
—
No, no es cierto. Yo también me planteé la posibilidad de olvidar todo
mi pasado cuando... cuando creía que sería incapaz de vivir sin ti, de curarme
de esa depresión tan horrible...
—
Ambos hemos sufrido tanto por nuestra ausencia... Sinéad... morir y
revivir lo único que ha provocado es que con cada oportunidad que la vida me
otorga el amor que siento por ti se intensifique... pero... no es justo que te
diga estas cosas... Perdóname —se disculpó retirando sus ojos de los míos.
—
No te disculpes por nada, Arthur. Prefiero que hables con toda la
sinceridad que siempre ha cabido en tu alma.
—
No recuerdo lo que ocurrió cuando reviví esta última vez, Sinéad. Sólo
me acuerdo de que me desperté tendido en medio del bosque, solo... No había
nadie a mi lado y no recordaba nada, ni siquiera sabía en qué mundo me
encontraba. Empecé a caminar hacia el castillo porque era lo único que podía
ver: aquel castillo tan grande... Sabía que tenía que estar allí, y no me
equivoqué. Por el camino me encontré a Stella. Se alegraba mucho de verme, pero
se sobrecogió cuando le confesé que no me acordaba de nada, ni siquiera de
ella, y que estaba desorientado. Me llevó junto a Leonard y él me hizo evocar
una pequeña parte de mi pasado. Me hizo saber quién era... Stella creyó que
había bebido una sangre en mal estado y que por eso me había desmayado en medio
del bosque. No sabe que morí ni que estoy vivo porque Leonard y Brisita me han
rescatado de la muerte.
—
No entiendo cómo es posible que Leonard se haya comunicado con
Brisita...
—
En realidad, fue Brisita quien se comunicó con Leonard a través de los
sueños. Leonard soñó que de nuevo estaba en Lainaya, junto a Brisita. Ella
quiso dirigirse a Leonard porque estaba enterada de que todos, tú en especial,
me extrañabais y deseabais que estuviese vivo. Brisita también anhelaba que yo
reviviese y... por eso le rogó a la Diosa con todas sus fuerzas que me diese
otra oportunidad más para vivir... y entonces... cuando Leonard se despertó,
supo que tenía que hablarle a Brisita a través de la distancia. No sé muy bien
cómo consiguieron que renaciese, Sinéad, no han querido explicármelo...
—
Tal vez sea demasiado complicado de entender —aduje desorientada.
—
La verdad es que no me importa mucho cómo hayan conseguido revivirme.
Lo que me duele es estar aquí, Sinéad. Os agradezco mucho que me queráis tanto,
pero tenéis que aceptar que no todos podemos ser felices en este mundo ni en
esta vida. Hay quienes estamos mejor muertos.
—
Jamás vuelvas a decir eso, por favor —le supliqué sobrecogida.
—
Yo ya vivo en una leyenda y en vuestros recuerdos...
—
Pero no es suficiente, Arthur —lloré sin poder evitarlo. Percibirlo
tan triste me destrozaba el alma.
—
No quiero que llores por culpa mía. Lamento que de mis labios no
puedan emanar palabras hermosas. Siento estar tan... tan triste. Te aseguro
que, si pudiese, trocaría mis emociones... y las volvería luminosas; pero no
puedo.
—
Nunca has estado tan triste...
—
Por supuesto que sí, Sinéad; pero tú no pudiste verlo.
—
No quiero que estés así...
—
Te prometo que me esforzaré por animarme... —intentó sonreírme.
No pude responderle. Oí que
Scarlya me llamaba desde la distancia con una voz llena de nervios y entusiasmo.
La vi correr hacia nosotros con una ligereza que mecía sensualmente su blanco
vestido y sus castaños cabellos. Arthur y yo deshicimos el lazo que unía
nuestras manos y nos alzamos al mismo tiempo para correr hacia ella.
Sonriéndonos con alegría y serenidad, nos pidió que la siguiésemos hacia el
castillo. Los nervios de Scarlya se me contagiaron estridentemente. Me pregunté
qué sorpresa me habrían preparado. No sabía si me sentía capaz de soportar más
emociones fuertes.
—
Mira, Sinéad, sé que todo esto te resultará excesivamente extraño;
pero esta noche no podemos buscarle explicación a nada. No hagas preguntas ni
tampoco te asustes —me advirtió Scarlya mientras de nuevo nos adentrábamos en
su morada.
—
Qué intriga —me reí incómoda.
La situación que mis amigos
deseaban hacerme vivir era tenuemente inverosímil y mágicamente divertida.
Cuando me introduje en el salón donde todos nos esperaban, no pude evitar
reírme con ilusión y ternura. Me sorprendió comprobar que en aquella estancia
no se hallaban solamente Leonard, Scarlya, Eros y todos esos vampiros que había
conocido hacía poco, sino también mis amigos humanos, cuya presencia me
sobresaltó y me sorprendió tanto que estuve a punto de perder el conocimiento.
¿Qué hacían allí, a esas horas de la noche? Y lo más importante: ¿cómo podrían
compartir esas horas con tantos vampiros? ¿Acaso nadie se apercibiría de que
todos éramos extrañamente pálidos? Rogué que nada se torciese y que aquella
noche fuese una de las más inocentes que vivíamos en mucho tiempo.
—
¡Sorpresa! —exclamaron Wen, Sus, Diamante, Duclack, Vicrogo, Erick,
Amadeus, Urien y Etain—. ¡Felicidades, Sinéad!
—
¡Sinéad! —me apeló Arthur con temor—. ¿Quiénes son ellos? —me preguntó
casi inaudiblemente.
—
Muchas gracias por todo —dije emocionada—; pero lo mejor será que
primero os presente a todos —aduje con tensión—. Os presento a Arthur, un buen
amigo mío. Arthur, ellos son Wen, Sus, Diamante, Duclack y Vicrogo. Creo que
los demás os conocéis todos... Leonard y Eros ya os habrán presentado.
—
Sí, sí —se rió Sus al notarme tan nerviosa—. Encantados de conocerte,
Arthur.
—
El placer es mío, Sus —respondió él cortésmente mientras la tomaba de
la mano.
—
Sinéad, tienes unos amigos que parecen dioses —me comunicó Duclack con
vergüenza y divertimento—. Parecen salidos del Olimpo.
—
Vaya, Duclack —se rió Diamante con complicidad.
Noté que Duclack observaba
fijamente a Erick, pero él estaba más pendiente de Arthur y de mí que de las
miradas que aquella dulce e intrigante humana le dedicaba. Etain también se
había hundido en los ojos de Arthur y escrutaba su mirada intentando encontrar
el reflejo de sus sentimientos. Parecía como si temiese que Arthur no fuese
capaz de soportar la presencia de todos aquellos humanos; pero lo que Etain
buscaba en realidad era asegurarse de que Arthur estaba bien. Me sobrecogí
cuando me percaté de que estaba tan pendiente de él, de que le prestaba a
Arthur una atención inquebrantable, toda esa atención que no nos dedicaba a los
demás.
—
Creo que lo más bonito será celebrar esta fiesta con los pasteles que
os hemos traído; aunque Eros ya nos ha dicho que habéis comido mucho y que
ahora no tenéis hambre; pero nosotros sí estamos hambrientos. No hemos cenado
porque estábamos reservándonos para tu fiesta —me contó Vicrogo con ilusión.
—
¿Habéis traído pasteles? —se interesó Scarlya—. Vaya, yo también os he
hecho unos...
—
¿Has hecho pasteles? —me reí curiosa.
—
Por supuesto. ¿Cómo crees que no iba a prepararles nada?
La inocencia de aquellos
momentos me hacía tan feliz que creía que nada podría turbar la serenidad de
aquella noche. Parecía como si todos perteneciésemos a la misma especie, como
si nada nos separase, como si en verdad todos hubiésemos nacido en un mundo
mágico donde la tristeza no existía. Duclack continuamente entablaba conversaciones
muy interesantes con Erick; Amadeus y Urien cada vez se llevaban mejor con Eros
y Vicrogo; Etain siempre trataba de hacer sonreír a Arthur y yo intentaba
compartir aquellos instantes tan bonitos con Wen, Diamante, Sus, Leonard y
Scarlya. El ambiente que nos rodeaba estaba lleno de harmonía, de sencillez, de
vida, de luz, de amor, sobre todo de amor. Entre todos se había forjado un lazo
muy hermoso que parecía nacido del sueño más precioso y mágico que jamás pudo
existir.
—
Tengo un regalo muy especial para ti, Sinéad; pero tengo que dártelo
cuando no haya nadie a nuestro lado —me comunicó Erick en el oído,
estremeciéndome.
—
¿Cómo? ¿Por qué?
—
Me refiero a estos humanos, tonta —se rió al verme tan desconcertada—.
No pienses cosas raras.
—
De acuerdo...
—
En realidad todos te hemos traído regalos. Oíd —los apeló a todos—,
¿acaso no vamos a darle los regalitos a Sinéad?
—
¡Por supuesto! —exclamaron casi todos a la vez.
—
No era necesario que...
—
Anda, Shiny, calla, calla —me interrumpió Eros con cariño mientras se
acercaba a mí con un gran paquete en sus manos—. Este regalo es de todos.
Esperemos que te guste. Es un regalo muy especial... y útil. Tendrás que usarlo
dentro de poco.
Lancé un suspiro de sorpresa,
conmoción y ternura cuando abrí aquella hermosa caja de madera y me encontré
con un precioso vestido blanco que parecía nacido de la nieve más inocente.
—
¡Me habéis regalado un vestido de novia! —exclamé a punto de llorar de
emoción.
—
Por supuesto, mi Shiny. Vamos a casarnos dentro de poco y todavía no
tienes elegido el vestido. Eres un desastrito —se rió cariñosamente.
—
Es precioso, es absolutamente perfecto —lo halagué cuando lo hube
sacado de aquella elegante caja de madera oscura.
Era pomposo, no tenía mangas y
en la cintura había bordados de flores que lo hacían parecer mucho más mágico.
Intenté reprimirme las ganas de llorar de emoción, pero no pude evitar que se
me escapase una lágrima revoltosa que resbaló rápidamente por mis mejillas. Me
la retiré antes de que mis amigos humanos la percibiesen.
—
Muchísimas gracias. Es perfectísimo... Es inmensurablemente hermoso.
Gracias, de veras, gracias.
Todos rieron al verme tan
emocionada. Yo también reí para intentar disipar las leves ganas de llorar que
sentía. Aquella noche estaba muy sensible, pero sabía que aquellas sensaciones
no eran hirientes, al contrario, emanaban de percibirme totalmente feliz,
conforme con la vida y agradecida con el destino por permitirme vivir momentos
tan inmensamente hermosos.
—
Todavía tienes que abrir más regalos, muchos más —me comunicó Arthur
sonriéndome con dulzura; pero, de nuevo, aunque su sonrisa fuese luminosa, pude
detectar que sus ojos irradiaban un desconsuelo inmensurable—. Éste es mío —me
dijo tendiéndome una pequeña cajita envuelta en un papel rojo—. No sabía qué
regalarte, así que lo hice yo... Espero que te guste.
—
Ya me gusta el detalle, Arthur —le aseguré sonriéndole con viveza y
gratitud.
La pequeña cajita de cartón
forrada de terciopelo que Arthur me había entregado contenía un precioso collar
de perlas rojizas, delicadas y resplandecientes. Era la joya más bonita que había
visto en mucho tiempo. Le sonreí sintiendo una gratitud completamente sincera y
entonces, a partir de ese momento, todos comenzaron a darme regalos hermosos
que me cautivaron profundamente: vestiditos preciosos; joyitas relucientes;
discos de música que siempre quise tener y otros que desconocía, pero que
aseguraban que serían totalmente de mi agrado; libros apasionantes... Nunca
había recibido tantos regalos y no sabía cómo podía transmitir tanta felicidad
y gratitud. Me sentía tan inmensamente feliz que no podía dejar de sonreír.
Incluso hubo un momento en el que se me olvidó que tenía que cuidar mi sonrisa
porque no estaba rodeada únicamente de vampiros, sino de humanos que me querían
como si yo siempre hubiese formado parte de sus vidas. Todos ellos también me
hicieron regalos muy bonitos. Vicrogo me regaló un reloj de madera que él mismo
había hecho, Sus y Diamante me regalaron ropa y complementos para vestir... y
Wen posó sobre mis manos un paquete alargado y fino. Cuando lo abrí, me reí con
cariño y curiosidad. Su regalo era también muy especial, pues se trataba de un
cuadro que él mismo había pintado en el que se veía el mar refulgiendo bajo los
primeros suspiros del día. La rojiza alba que se extendía sobre las aquietadas
olas brillaba tanto que el agua parecía estremecerse bajo aquellos
indestructibles rayos. En el horizonte, se avistaba la fulgurante silueta de
una isla llena de espesura y vida. Era una imagen muy bella por la que adoraba
perder los ojos.
—
No sabía qué regalarte, así que decidí pintarte un cuadro porque sé
que te gusta mucho el arte. Esta imagen la vi hace mucho tiempo en una de mis
travesías y siempre la he tenido grabada en la mente. Me ha costado mucho
pintarlo —me confesó con timidez.
—
Es un regalo precioso, Wen. Siempre lo miraré para recordarte.
Muchísimas gracias.
Tras darnos los regalos, todos
festejamos y bailamos animadamente al ritmo de canciones entrañables y
preciosas. Inesperadamente, Eros y yo nos dimos cuenta de que nos habíamos
olvidado tanto del paso del tiempo que no habíamos reparado en que la noche
había comenzado a convertirse en alba hacía unos imperceptibles momentos.
Cuando vi, tras los cristales de los ventanales, que las nevadas cumbres de las
montañas ya refulgían bajo los primeros suspiros del amanecer, me estremecí
tanto de temor como de emoción. Nuestros amiguitos humanos también habían
dejado atrás la noción del tiempo y se habían quedado junto a nosotros sin
importarles el transcurrir de las horas.
—
Bueno, esta noche ha sido estupenda y creo que nadie desea que se
termine; pero creo que ha llegado el momento de marcharnos —dijo Eros con mucho
cariño y gratitud—. Os agradezco a todos que hayáis venido y que hayáis hecho
tan feliz a mi Shiny. De veras, sé que nunca olvidará esta noche.
—
Hacer feliz a Sinéad es algo muy reconfortante y agradable, así que no
será la última vez que lo hagamos —aportó Vicrogo mirándome con ternura. Me
sentí tan protegida en sus ojos que me pareció que desde siempre él y yo
habíamos sido como hermanos, unos hermanos que se adoraban y se respetaban por
encima de todas las cosas.
—
Gracias a todos, de verdad... Me siento tan feliz de teneros en mi
vida... —les dije emocionada, sonriéndoles con mucha dulzura.
—
Espero que podamos celebrar pronto otra fiesta —anheló Duclack—. Me lo
he pasado muy bien. Gracias por invitarnos —le sonrió a Eros.
—
No, gracias a vosotros por venir.
Cuando todos nuestros amigos
humanos se marcharon, nos quedamos Erick, Amadeus, Urien, Etain, Scarlya,
Arthur, Leonard, Eros y yo mirando cómo el amanecer volvía dorados todos los
rincones del bosque. Del cielo emanaba una luz cálida que, en vez de hacernos
estremecer o herir nuestra piel, parecía templarnos y arroparnos como si de un
manto de terciopelo se tratase; pero yo sabía que aquello se debía a la felicidad
que todos sentíamos.
—
Sinéad, tengo que darte mi regalo —me comunicó Erick de pronto,
sobresaltándome—. No podía dártelo delante de todos esos humanos porque no lo
entenderían y creo que se extrañarían al ver tu reacción.
—
¿Cómo? ¿De qué se trata? Estoy muy intrigada —le contesté un poco
asustada.
—
Verás, Sinéad, si tu corazón latiese, te daría un infarto; pero, como
sé que eso no sucederá, te lo doy con toda tranquilidad... —bromeó Erick
tendiéndome una caja de madera que pesaba bastante—. A ver, tienes que abrirla
con mucho cuidado y con los ojos cerrados.
—
¿Por qué? —me reí extrañada.
—
Tú hazme caso, y siéntate —me ordenó acercándome una silla.
—
Shiny, es un regalo apasionante. Yo Todavía no me creo que exista algo
así —me dijo Eros con felicidad.
—
Estoy nerviosa.
—
No es para menos —intervino Scarlya—. No te imaginas lo que nos ha
costado callárnoslo.
—
Yo todavía dudo de que sea verdad —susurró Leonard escéptico.
Abrí aquella caja con los ojos
cerrados, tal como me lo había ordenado Erick, sintiendo que las manos me
temblaban y que mi aliento se había vuelto mucho más gélido. Cuando la abrí,
tañí un papel muy extraño, con un tacto muy suave, que enseguida me recordó al
papel en el que se imprimían las fotografías. Lo tomé con mucha delicadeza,
notando que apenas pesaba.
—
¿Ya puedo abrir los ojos? —les pregunté temerosa.
—
No... ¿Qué crees que es eso, Shiny? —me cuestionó Eros con amor e
ilusión.
—
Pues... es una fotografía... Será una fotografía de Lacnisha o de
algún lugar que adoro...
—
No... Ábrelos, Sinéad —me pidió Erick—; pero intenta no desmayarte —se
rió cariñosamente.
No pude decir nada. Se me detuvo
la respiración, mi innecesaria respiración, me quedé totalmente paralizada, con
los ojos fijos en la imagen que tenía enfrente de mí, intentando comprender lo
que estaba ocurriendo, tratando de encontrar una explicación que me convenciese
de que aquel momento no era un sueño. Todo mi interior se había helado, pero de
repente empecé a experimentar todas esas emociones que mi alma se había negado a acoger. Sentí extrañeza,
desorientación, miedo, alivio... Era incapaz de entender los sentimientos que
me habían anegado todo el cuerpo.
—
¡No puede ser! —exclamé con un susurro trémulo. Las manos también me
temblaban, tanto que creí que no podría soportar el ligero peso de aquella
fotografía.
—
Estás preciosa, Sinéad —me halagó Scarlya con emoción—. Sales tal como
te vemos todos.
—
No puede ser. Esto debe de ser un retrato... —titubeé intentando no
ponerme a llorar.
—
Sí, es un retrato, pero no lo ha pintado ninguno de nosotros —me
aseguró Erick sonriéndome feliz, halagado al verme tan emocionada.
Desde aquella fotografía, me
observaba una Sinéad que tañía el arpa con mucha paciencia y amor, cuyos ojos aparecían
llenos de toda la serenidad y la melancolía de la Historia. Era yo, en aquella
fotografía yo salía nítida y claramente. Podía atisbar todos los detalles de mi
rostro, de mi cuerpo. Podía percibir claramente el brillo de mis ojos, el tacto
de mi tímida sonrisa, los pliegues de mi vestido rojo, las cuerdas de mi amada
arpa y los grabados de su madera... Era como si me hubiese asomado a una
ventana que mostraba un instante pasado. Enseguida reconocí el momento que se
había quedado congelado en aquel suave papel, en aquella fotografía; una
fotografía de mí, de mí...
—
Te la hicimos cuando estabas tocando el arpa en la fiesta que
celebraron Scarlya y Leonard. En realidad, que tocases el arpa era una excusa.
Era la única forma que teníamos de hacerte la fotografía. Eros nos aseguró que
cuando tañes el arpa te marchas anímicamente de este mundo, permaneces fuera de
nuestra realidad, pensando y soñando demasiado como para apercibirte de lo que
sucede a tu alrededor. Y no se equivocó. Te hice muchas fotografías mientras
tocabas, y tú no te diste ni cuenta —me explicó Erick riéndose tiernamente.
—
No entiendo nada... ¿Cómo es posible? Nosotros no podemos salir en las
fotografías... —balbuceé a punto de ponerme a llorar.
—
Verás, no podemos salir en las fotografías si éstas no están hechas
con una cámara especial; pero existe un tipo de lentes que... Bueno, no creo
que entiendas los tecnicismos —seguía riéndose Erick—. Confórmate con saber que
existe una cámara diferente a todas las que se han creado, que funcionan de una
forma distinta. Esa lente permite captar la figura y la imagen de un vampiro
gracias a unos trucos muy especiales. ¿Ves la luz que tiene la fotografía? En
verdad no es una luz real. Sí, estás iluminada por todas las velas que te
rodeaban, pero estás envuelta en otro tipo de luminiscencia, irreal, por
supuesto, ya que ésta emana de la cámara; pero no quiero desorientarte...
—
¿Y esa cámara puede fotografiarnos en cualquier parte? —le pregunté
intentando digerir lo que estaba viviendo y aceptar la veracidad de ese
instante.
—
Sí, por supuesto; pero las fotografías salen mucho mejor si nos
ilumina la luz de la luna o la de muchas velas. Cuando haya luna llena, te lo
mostraré. Qué lástima que la luna esté menguando; pero no te preocupes...
—
¿Y cómo es posible que exista esa cámara? No entiendo nada...
—
Confórmate con saber que ahora sí podemos ser fotografiados —se rió Erick
acariciándome la cabeza—. Algún día conocerás la historia de esa cámara; pero
no te detengas tanto... pues te queda por conocer mi otro regalo. Creo que a
partir de ahora todo será distinto para ti, Sinéad, y para todos los vampiros.
Vuelve a cerrar los ojos.
Sabía que tenía que obedecer a
Erick; pero era incapaz de separarme de la imagen que se había quedado
congelada en esa fotografía. Me veía tan mágica tañendo el arpa, sentada en esa
banqueta adornada con flores, envuelta en esa luz dorada tan irreal, acariciada
por la gran cantidad de velas que ardían en los hermosos y antiguos candelabros
que se hallaban tras de mí... Era una imagen que parecía sacada de una historia
maravillosa donde todo es posible, donde el tiempo no existe, donde la magia es
la reina de todos los mundos. Sin embargo, aunque anhelase permanecer
observando aquella fotografía durante todo el día, la dejé sobre una mesa y,
volviendo a cerrar los ojos, introduje de nuevo las manos en aquella caja de
madera para descubrir cuál era el otro regalo de Erick.
Mis manos se toparon con una
superficie fría y lisa que me recordó a un cristal. Tomé entre mis temblorosas
manos aquel extraño objeto y entonces, al extraerlo de la caja, noté cómo Erick
me ayudaba a colocarlo verticalmente. Cuando me avisó de que ya podía abrir los
ojos, me sentí absorbida por un temor muy extraño, como si estuviese a punto de
revivir un momento muy antiguo que me había herido en el alma. Al descubrir la
existencia de esa cámara que podía fotografiarnos, un sinfín de pensamientos
incomprensibles y asfixiantes invadió mi mente y estuvo a punto de impedirme
abrir los ojos; pero al fin lo hice... y entonces perdí mi mirada por el
extraño objeto que tenía ante mí.
—
¡Por la Diosa! —exclamé asustada e inmensamente conmovida—. ¡No es
posible!
Ni siquiera sabía por qué había
pronunciado aquellas palabras, apelando a la divinidad de Lainaya, al sentirme
tan inmensurablemente extrañada y asustada. Al abrir los ojos, me había
encontrado con una mirada que irradiaba exactamente las mismas emociones que yo
experimentaba, una mirada crepuscular que las emociones y el amanecer había
vuelto levemente escarlata. Estuve a punto de estallar de histeria cuando me vi
perfectamente reflejada en aquel espejo. ¡Era yo! ¡Y era yo en ese preciso instante,
no en el pasado! ¡No se trataba de un momento congelado, sino del presente!
—
No puede ser —negué hiperventilando—. No puede ser, no puede ser.
—
Sinéad, sí es posible. Verás, este espejo funciona casi idénticamente
que la lente de la cámara que puede... —intentó explicarme Erick, pero yo no
podía escucharlo y mucho menos comprender sus palabras—. Sinéad, Sinéad... —me
susurró con cariño cuando advirtió que había empezado a llorar profundamente.
Era incapaz de retener por más tiempo las emociones que experimentaba—. Esto es
para hacerte feliz...
—
Si estoy feliz —repliqué con vergüenza—. Estoy demasiado feliz, de
verdad... Este momento parece un sueño.
—
No es un sueño. Por fin existen espejos que puedan reflejarnos, Shiny.
Se acabó eso de ir buscando nuestro reflejo en los ríos, cuyas aguas cada vez
están más sucias.
—
Y el reflejo que nos ofrece el agua tampoco es totalmente verídico ni
exacto, por muy nítidas que sean esas aguas —aportó Scarlya.
—
Ahora sí podrás arreglarte sabiendo perfectamente cuál es tu aspecto
—me animó Etain alegre—. Yo también tengo uno en mi casa. Ahora todos los
vampiros lo tendrán.
—
Pero, si te fijas, no es un espejo convencional ni común. Míralo bien
—me ordenó Erick—. Tiene una oscura capa que lo hace distinto, pero para el ojo
humano es imperceptible.
Cuando me limpié los ojos, me
fijé en lo que Erick me indicaba. Sí, era cierto, aquel espejo difería de
aquéllos que usaban los humanos; pero era mucho más mágico que cualquier espejo
que existiese en el mundo y hubiese existido en la Historia. Mi imagen salía
reflejada con nitidez y brillantez, como si me envolviese una luz dorada.
Enseguida supe que era el alba la que me ofrecía aquella luminiscencia tan
especial.
—
Acuérdate de que este espejo te reflejará si estás iluminada —me comunicó
Erick con amabilidad.
—
Sí... Muchísimas gracias, de veras. No sé quién ha ideado estos
inventos tan maravillosos, pero le debemos la vida...
—
Algún día lo sabrás, Sinéad, y te aseguro que es una historia muy
entusiasmante y emocionante.
—
Gracias, de veras. Esta noche ha sido infinitamente mágica. Jamás creí
que pudiese cumplir años rodeada de tanta felicidad.
Siempre recordaría aquella
noche, siempre la recordaré, incluso aunque mi vida expire tras las sombras del
olvido, pues fue una de las noches más mágicas y especiales de mi larga y
eterna existencia y estaba segura de que sería la más maravillosa que pudiese
vivir en mucho tiempo. Me fui a dormir sintiendo tanta felicidad que me creí
incapaz de ser acogida por los brazos del sueño. Eros reía continuamente a mi
lado al verme tan ilusionada. No dejaba de observar aquella tierna fotografía
(la que estaba protegida en un marco con adornos celtas) y de mirarme en aquel
espejo que me regalaba mi reflejo con una absoluta perfección. Parecía como si
aquel espejo también supiese que aquella noche había sido mi cumpleaños, pues
me hacía uno de los regalos más especiales de mi vida. Aquel espejo también
estaba rodeado por un marco de madera oscura que lo hacía parecer el más bello
de la Tierra y de cualquier mundo.
Me dormí recordando todo lo que
había vivido aquella noche, agradeciéndole al destino y a quienquiera que lo
crease que me permitiese ser tan feliz. Rogué que para todos durase aquella
tierna y luminosa felicidad que tanto nos hacía sonreír. Me olvidé de que en
algún momento de mi vida yo había llorado de pena. Me parecía imposible creer
que la tristeza existiese. No obstante, no me olvidaba de Arthur, de la lástima
que le invadía el alma, y supliqué que aquel sentimiento lo liberase cuanto
antes para que él también pudiese adentrarse en nuestro brillante y mágico
mundo.
2 comentarios:
Mil seiscientos veintiún años, ahí es nada jajajaja, ¡felicidades Sinéad! Yo la felicité por facebook jijiji. ¿Que decir? Ha sido una fiesta de cumpleaños preciosa y mágica. En primer lugar cuando canta la trova dedicada a la eterna Dagda, cuantos recuerdos bonitos del pasado. Luego que aparezcan Brisita (no me lo podía creer), Lianid, Cerinia...eso si que ha sido una sorpresa, pensaba que ya no se podrían volver a ver nunca más. Que buena noticia que pueda volver a Lainaya para el casamiento de Zelm y Aliad, ¡seguro que será un momento inolvidable! Al menos podrá volver a Lainaya, disfrutar de ese mágico y fascinante mundo. Han asistido todos, sus nuevos amigos vampiros y los humanos. Que bonito el regalo de Wen, se nota que la quiere mucho. Me ha hecho gracia que Scarlya haya hecho pasteles jajajaja, me recuerda a algo jajaja. Vicrogo también traía, es que es muy buen cocinero, me da envidia...¡me habría gustado estar en esa fiesta! Preciosos todos los regalos, el vestido de novia es una pasada pero lo que me ha sorprendido mucho ha sido el espejo y la fotografía. ¡Ahora ya podrán salir en fotos y verse en espejos! Lo estaba pensando, deben haber vampiros científicos, que estudien su cuerpo, su comportamiento e investiguen. No sé quién y cómo ha inventado esas cosas, pero no me parece descabellado. A ver si un día nos enteramos quienes han sido y cómo. La única nota negativa de la fiesta ha sido Arthur. Sigue perdido en su dolor por el amor a Sinéad. Es normal, tiene que aceptar que ya no podrán ser lo que fueron pero debe reponerse, que eso de desear la muerte no está bien. Con lo que ha sufrido, necesita recomponer su vida, empezar de nuevo desde cero y este es un buen momento. Erick me parece un vampiro muy interesante, me da a mi que dará mucho de lo que hablar. Un capítulo genial y muy entrañable. Has conseguido reunir a tantos personajes y mundos en una sola entrada que es para quitarse el sombrero, ¡bravo! Una vez más, felicidades Sineád y felicidades Ntoch, siempre consigues sorprenderme. ;-)
Por cierto, me falta un personaje. ¿Cómo es posible que no hayan invitado a la señora Hermenegilda? Jajajajajajajajajajaja ;)
Me parece bien que Sinéad cuente también con los años en que fue humana para contabilizar su edad, ¿acaso no era ella también entonces? Es un modo de aceptar que todo el pasado forma parte de nosotros, bueno, de ella más bien en este caso jajajajjajaja.
Encontrar las presencias de todos esos mágicos seres de Lainaya en su fiesta de cumpleaños, sobre todo a Brisita, es el mejor regalo que se pueda imaginar para Sinéad, me gusta cuando Zelm le dice que jamás piense en la palabra nunca, y es verdad, la vida da muchas vueltas y lo que hoy nos parece imposible mañana mismo puede ocurrir... esta visita bien lo demuestra. Y qué nivel: las reinas de Lainaya, me hace gracia que en nuestro mundo todos los que de allí vienen sean pequeñitos, es un detalle muy simpático y conveniente, casa con que el tiempo de se mágico lugar corra más rápido... y allí regresará, nada menos que para una boda, ¿quién será al final su acompañante? Debería ser Eros, pienso yo, pero veremos si es así o no.
Me encanta la mezcolanza de invitados humanos y vampiros en la fiesta, es natural que estos embelesen a aquellos... Duclack se emboba con Erick ¡pues claro! Y lo mismo los demás...Qué fiesta tan bonita, con los bollitos (previsora Scarlya), y luego ¡el vestido de novia! Lo describes tan bien que me lo imagino perfectamente, seguro que le queda de miedo. ¡Y Arthur le regala un collar de perlas rojizas! Me he quedado perplejo, porque no sabía que existían perlas que no fueran blancas o negras, ¡pero sí que hay! Qué detallista el buenazo de Arthur... pero no más que Wen, con ese cuadro que seguro ella pondrá en un lugar destacado en casa.
Y viene luego la traca final, ¡una foto y un espejo! Han hecho falta siglos para que los vampiros puedan disfrutar de esto, ¿quien es ese Erick que tiene tales maravillas? Ni el mismo Leonard las conocía... definitivamente ha sido un cumpleaños fuera de lo común, seguro que Sinéad lo recordará siempre; y falta ahora saber cómo continúa la historia, tuve que leerla varias veces porque la primera lo hice tan rápido que se me atropellaban las palabras, pero es que el corazón me latía con tantas emociones... ¡sublime!
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