lunes, 27 de abril de 2015

ORÍGENES DE LLUVIA - 07. LA MUERTE DEL PASADO


ORÍGENES DE LLUVIA
07
LA MUERTE DEL PASADO
Muirgéin resplandecía tímidamente bajo las espesas y azuladas nubes que cubrían su firmamento. Me pareció que las hojas de los árboles temblaban, que los animales que moraban en aquella isla tan mágica se habían escondido bajo tierra, intimidados por una fuerza superior a cualquier terremoto o huracán, y que las flores que crecían con ternura entre las raíces de los árboles se habían marchitado de pronto. El aspecto que Muirgéin tenía bajo el oscuro cielo de la noche me resultó tan estremecedor y sobrecogedor que no pude evitar quedarme suspendida en el aire durante un tiempo incalculable.
No podía pensar con claridad. El viento soplaba con fuerza, meciendo velozmente las ramas de los árboles, y ni siquiera su voz me tranquilizaba. No podía dejar de recordar lo que había acaecido con Morgaine. Que se hubiese asustado tanto me había herido en el alma. No obstante, la entendía (o creía hacerlo). Era consciente de que mi magia podía estremecer incluso al ser más fuerte y valiente. Lo único que me costaba comprender era por qué me había acusado de tener una magia oscura y peligrosa. Yo creía que mi magia era pura e inocente. Conectarme con el espíritu de la naturaleza siempre me había parecido algo completamente enternecedor y precioso. Nunca había creído que mi magia pudiese ser ofensiva o destructiva. Sabía que, si permitía que lloviese intensamente o que el vigor del viento aumentase hasta devenir polvo todo lo que formaba la vida, mi magia podía deshacer cualquier lugar, podía enterrar bajo ruinas inquebrantables cualquier ciudad, podía reducir a cenizas cualquier bosque... pero yo jamás habría permitido que eso sucediese.
Continuamente resonaban en mi mente las palabras de Morgaine; aquéllas con las que me había declarado que de mí había emanado una sombra muy densa y sobrecogedora que la había intimidado profundamente. Me preguntaba, sin cesar, qué habría podido detectar Morgaine, qué tipo de magia se había apoderado de mí para que un alma tan pura se hubiese anegado en tanto terror de pronto. Morgaine era una mujer muy sabia y estaba segura de que podía percibir todo lo que los sentidos no pueden advertir. Por eso me inquietaba tan profundamente que se hubiese asustado tanto.
Deseaba marcharme de Muirgéin, pero sobre todo anhelaba alejarme de ese presente que tanto daño podía hacerme. Lo sucedido con Morgaine me había herido mucho más de lo que ella había pensado. Estaba tan triste y a la vez asustada que apenas podía controlar lo que deseaba o pensaba.
De repente noté que estaba lloviendo intensamente. Me pregunté si sería la lluvia que había causado con mi magia o si aquélla había quedado atrás definitivamente. No me importaba nada en esos momentos, ni siquiera que Muirgéin desapareciese bajo la vorágine más destructiva. Descendí a la tierra antes de que la lluvia me mojase entera y empecé a correr entre los árboles, distanciándome de la orilla, acercándome al hogar que Arthur había construido hacía ya tantos y tantos años. Deseaba marcharme aquella misma noche. No quería seguir siendo un obstáculo para la felicidad de Arthur y de Morgaine y tampoco quería inquietar a nadie más con mi magia...
     ¿Shiny?
La suave voz de Eros se adentró súbitamente en mis pensamientos. No me esperaba encontrármelo tan de repente. Por la forma como me había apelado, supe que estaba inquieto y que se extrañaba de verme correr tan desesperadamente.
     ¿Adónde vas? Parece como si te persiguiese la misma muerte —se rió tiernamente al ver que me había detenido. Caminaba tranquilamente hacia mí, sonriéndome con calor y complicidad—. Huy, ¿qué te sucede, mi Shiny? Tienes una carita muy triste.
     No me apetece hablar, Eros. Solamente quiero irme de aquí. Vayámonos ya, por favor.
     Pero si ni siquiera hemos preparado las maletas.
     No me importa. Quiero irme de aquí —le reiteré intentando no llorar.
     ¿Qué ha ocurrido? ¿Has discutido con Arthur? —me preguntó abrazándome con cariño.
     No, no. No me preguntes nada.
     Sinéad, ¿cómo pretendes que no te pregunte nada?
     No quiero hablar de esto. Lloraré si lo hago, y no quiero —protesté tratando de que las ganas de llorar que sentía no quebrasen mi voz, pero mis esfuerzos fueron inútiles—. Déjame, Eros...
     Vayamos a casa y hablemos serenamente. No entiendo qué te sucede, pero no soporto verte así, cariño.
     Lo mejor será que me vaya al fin del mundo y permita que el tiempo me devore para siempre.
     ¿Cómo? ¿Se puede saber por qué dices eso ahora, Sinéad?
     No quiero estar con nadie. Creo que lo mejor será que me muera sola ya, para siempre... y desaparecer al fin...
     Ya basta, Sinéad. No voy a tolerar que digas más esas cosas. Vayamos a casa...
     No me toques, Eros. Ya no soy buena para nadie. Quizá nunca lo fui. Tal vez jamás tuve que haber nacido.
     Me dan ganas de pegarte una bofetada, Sinéad.
     Pégame... Tal vez me lo merezca.
     ¡Ya basta! —gritó separándose de mí y aferrándome del brazo—. Cállate.
No pude evitar que Eros me asiese con fuerza del brazo y empezase a arrastrarme hacia nuestro hogar. Corrimos juntos entre los árboles, notando cómo la lluvia inundaba la tierra, ahogando las últimas flores que quedaban vivas entre las raíces. Los rayos iluminaban el cielo, los truenos perseguían el fulgor de los relámpagos... y la lluvia caía cada vez con más fuerza. De repente me di cuenta de que estaba cansada de ese ambiente tan opresivo y húmedo. En realidad no sabía si estaba agotada de la lluvia de Muirgéin o de sentirme tan propensa a deshacerme.
Cuando llegamos a nuestro hogar (el que dentro de poco abandonaríamos para siempre), Eros me condujo hacia nuestra alcoba y se sentó en el suelo. Me acomodé a su lado, todavía tratando de controlar las ganas de llorar que experimentaba. Eros suspiró tiernamente y entonces me abrazó, intuyendo perfectamente que en esos momentos un abrazo era lo que más necesitaba, aunque me negase a aceptarlo.
     Dime qué ha ocurrido, cariño. Llora si lo necesitas; pero por favor explícame qué te sucede.
Tratando de ignorar las ganas de llorar, le expliqué a Eros todo lo que había vivido con Morgaine aquella noche. Eros me escuchó con atención, lo cual agradecí profundamente, y, cuando terminé de contarle todo lo que había acaecido, entornó los ojos y permaneció en silencio durante un tiempo que se me asemejó a una eternidad.
     Morgaine se ha asustado con razón —me dijo sonriéndome con calor—; pero no tiene ningún motivo para desconfiar de ti. Si es cierto que capta todo lo que los sentidos no perciben, habrá detectado que eres el ser más mágico, bondadoso y puro que ha existido nunca.
     No digas todo eso porque quieras hacerme sentir bien.
     Sabes que no lo digo por eso.
     Me ha preocupado mucho que crea que mi magia es maligna. No entiendo por qué me ha acusado de que mi magia no es buena y que puede ser destructiva. No comprendo por qué ha visto en mí una sombra densa y... peligrosa. No entiendo nada.
     No ha captado que tu magia sea maligna o oscura, Sinéad. Simplemente se ha dado cuenta de que tu magia es inmensamente poderosa y no ha sabido digerir una verdad tan grande.
     No sé qué pensar. Lo único que deseo es irme de aquí.
     Está bien, nos iremos; pero antes tienes que calmarte.
     Ha pensado que quería destruir Muirgéin para matarla a ella.
     No te mortifiques más, Sinéad. Si nadie la ha tratado bien nunca, es comprensible que desconfíe de todo el mundo.
     Ella es muy sabia. Puede percibir cosas que...
     Pero también puede equivocarse. No sé qué tipo de ser es, pero supongo que no siempre acertará con lo que piensa.
     Me siento muy mal, Eros. Me siento como si me hubiesen clavado un puñal en el alma. Perdóname, pero esta noche prefiero que nos marchemos y que cada uno vaya por su cuenta.
     Anda ya —me espetó divertido—. Venga, hagamos las maletas y marchémonos de aquí.
     Parece como si le quitases importancia a mis sentimientos —me quejé desorientada.
     Sí, les quito importancia porque lo que te ha ocurrido tampoco es tan grave —se rió tiernamente—. Reconoce que estás muy susceptible últimamente.
     ¿Cómo es posible que digas que no es para tanto? —le pregunté escandalizada.
     Sinéad, simplemente te has excedido con la fuerza de tu magia y Morgaine se ha asustado. Me parece que Morgaine es un ser muy frágil y tú, una mujer muy sensible que no soporta que alguien desconfíe de ella, nada más.
     Ah, muy bien, así que eso es lo que piensas de mí, que soy demasiado sensible y que no soporto nada...
     Shiny, vamos... no te pongas así.
     No me imaginaba que pudieses decirme algo así.
     Simplemente pienso que estás más susceptible de lo normal...
     ¿Y porque creas eso significa que tienes derecho a minusvalorar lo que siento?
     Creo que estás sacando las cosas de contexto —me sonrió.
     No es verdad. Solamente repito lo que me has dicho.
     Creo que estás excesivamente sensible, nada más. Shiny, no te enfades conmigo ahora. Yo no tengo la culpa de que tu magia se haya descontrolado y que Morgaine sea una cobarde.
     Si no me hubiese detenido, habría destruido Muirgéin. ¿Eso también te parece una tontería?
     Sinéad, yo no he dicho que tus sentimientos me parezcan una tontería y mucho menos me lo parece lo que ha ocurrido. Solamente quiero que te tranquilices.
     Pues estás logrando todo lo contrario.
     Ya veo. Estás rarísima, Sinéad. Me da por pensar que echas demasiado de menos a Arthur y que no soportas saber que ama a otra mujer. Tal vez por eso estés tan sensible.
     ¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo! —le grité lamentablemente mientras me alzaba del suelo—. Lo mejor será que te calles. Haz la maleta tú solo. Yo no necesito llevarme nada de lo que traje.
     ¡Sinéad! ¿Pero se puede saber adónde vas? —me preguntó desconcertado al ver que me dirigía hacia la puerta de nuestro hogar—. Sinéad, no hagas ninguna locura, cariño. Anda, entra —me pidió tomándome tiernamente de la mano.
Eros no me retuvo. Me dejó marchar, se rindió... y aquello fue un grave error. No quería estar con nadie, pero, estúpidamente, una parte de mi alma esperaba que Eros luchase más contra mi tozudez y me rogase que me serenase, y no lo hizo. Cuando noté que su mano me había liberado, empecé a correr hacia el corazón del bosque. No sabía adónde deseaba ir. Únicamente anhelaba alejarme de sus sonrientes ojos. Me daba la sensación de que mis sentimientos le parecían una nimiedad... y aquello me dolía profundamente en el alma, ahondaba la herida que me había horadado la situación que había vivido con Morgaine.
La lluvia había encharcado el bosque. Las raíces de los árboles emergían del suelo como si en realidad se hubiesen hundido en el lago más profundo y tenebroso. Los relámpagos no cesaban de incendiar el cielo, volviendo mucho más oscuras y estremecedoras las espesas nubes que lo cubrían, y la voz del trueno se me asemejaba a una risa burlona, maligna y ofensiva. Además, la helada agua que emanaba del firmamento me humedecía cada vez más, congelaba cada vez más violentamente todo mi cuerpo. Aquella gélida y desesperada tormenta me enfurecía mucho más, tornaba más punzantes los desgarradores sentimientos que me anegaban el alma.
Sentí ganas de gritar de rabia, de dolor, de impotencia, incluso de histerismo; pero no lo hice. En lugar de protestar, aceleré mi correr y en breve ya me hallé volando entre aquellas densas y frías nubes. Ya no me importaba que la lluvia me hubiese mojado entera y que algunos rayos pugnasen por rozar mi gélida piel. Tampoco me sobrecogía ya la voz del trueno... pues me calmaba muy levemente saber que estaba dejando Muirgéin atrás. Estaba abandonando para siempre ese rincón donde mi pasado y mi presente se habían desestabilizado irrevocablemente. No me preguntaba nada, ni tan sólo me inquietaba no saber adónde deseaba ir. Únicamente anhelaba alejarme de Muirgéin para siempre. Ansiaba enterrar en el olvido todo lo que allí había vivido.
Permanecí volando a través de la noche durante un tiempo que me pareció una eternidad. La oscuridad que me rodeaba cada vez se volvía más nítida y brillante. Entonces, de repente, me di cuenta de que ya no llovía. Estaba sobrevolando una isla mucho más grande y desértica que Muirgéin donde la lluvia no podía tener hogar. Así pues, sabiendo que en aquel lugar sí podría protegerme, descendí a la tierra y comencé a caminar por la rocosa y rojiza orilla que amparaba la espuma de las olas.
El silencio que invadía aquel rincón tan desértico era tan sepulcral y profundo que creí que me hallaba fuera de la Tierra. Aquella isla me recordaba a las confusas imágenes que alguna vez había visto de otros planetas. No obstante, estaba cercada por un mar cristalino que tornaba mágicos todos sus rincones. Las piedras que creaban el suelo de aquella isla eran de colores hermosos y lucientes que parecían resplandecer bajo la luz de las estrellas. Me satisfizo infinitamente comprobar que el cielo que resguardaba la vida de aquellos lares no estaba cubierto de nubes espesas que amparaban la llegada de la lluvia. Allí, los truenos ya no sonaban y los relámpagos que habían incendiado el firmamento de Muirgéin se asemejaban a tímidas estrellas fugaces que se deslizaban muy lentamente por el aire.
Caminé por aquella extraña isla olvidándome del paso del tiempo y del lugar donde me hallaba. Lo único que recordaba era la discusión que había tenido con Eros; una discusión que, con toda seguridad, solamente había existido para mí. Era consciente de que eros no comprendía mi extraño y súbito enfado, y en realidad era aquello lo que más me ofendía. Sin embargo, una parte de mi mente me alertaba de que en verdad no era la actitud de Eros lo que me había lacerado, sino la situación que había vivido con Morgaine. Aquella situación había sido el desencadenante de todos los sentimientos que me habían anegado el alma. Si nada de aquello hubiese ocurrido, no me habría enfadado con Eros. Mas era incapaz de pensar nítidamente en todo aquello, pues las emociones que me invadían el alma me asfixiaban y gritaban tan alto por dentro de mí que cualquier pensamiento que pudiese emanar de mi mente parecía no tener voz.
De pronto me noté inmensamente agotada. Me senté en el suelo, intentando controlar todo lo que sentía; pero parecía como si mi interior se hubiese anegado en insania. Inevitable y extrañamente, recordaba sin cesar todos los momentos que había vivido en Muirgéin. Aquellos recuerdos me destrozaban el alma, me hacían preguntarme si la vida en la que había existido hasta entonces había sido tal como yo la había percibido o en realidad se había desempeñado de una forma muy distinta a la que yo recordaba.
Deseaba desaparecer. Tenía el alma anegada en un fuerte anhelo de volar lejos de allí y dirigirme hacia un lugar donde no pudiese recordar, donde sin embargo pudiese reencontrarme con mis recuerdos más antiguos. En realidad me costaba entender lo que sentía. Lo único que sabía en aquellos momentos era que no podía seguir existiendo en ese presente tan punzante y extraño.
Verdaderamente, no comprendía por qué de pronto me sentía tan abrumada. Era como si todo el sufrimiento que había experimentado a lo largo de toda mi vida se hubiese concentrado en mi alma y me presionase violentamente el pecho, aprisionándome el corazón con saña y desconsideración. Pensaba en Eros, y parecía como si el mundo se derrumbase sobre mí. Pensaba en Arthur, y únicamente ansiaba distanciarme cuanto antes de ese presente. Solamente me satisfacía recordar aquellos lares de la Tierra donde había podido ser completamente feliz, donde había podido percibirme fundida con mi propio ser.
Sí, lo mejor que podía hacer era marcharme de allí y volar hacia algún rincón del mundo que pudiese protegerme hasta de mis propios sentimientos. No necesité pensar hacia dónde deseaba dirigirme. Me alcé del suelo y comencé a volar a través de la noche. No quería recordar, no quería preguntarme nada, ni tan sólo qué sucedería cuando Eros se apercibiese de que, por mucho que pasasen las horas, yo no regresaba. Había explotado por dentro de mí un sentimiento asfixiante que me incitaba a volar cada vez más raudo para distanciarme de todo lo que me había herido y aún podía lacerarme. Sí, era consciente de que todavía amaba a Eros, pero también podía reconocer que aquél no era el mejor momento para estar juntos.
Aún no sabía por qué me sentía tan asfixiada y agobiada. Era consciente de que tenía que cavilar mucho acerca de todo lo que me ocurría para poder comprenderme; pero en esos instantes no podía pensar con claridad. Únicamente gritaban por dentro de mí unas emociones estremecedoras y potentes que silenciaban cualquier pensamiento.
Volé y volé hasta que noté que Muirgéin y todas las islas que la rodeaban habían quedado definitivamente atrás, escondidas tras unas espesas brumas que contenían tormentas implacables. Miré por última vez atrás y entonces vi que Muirgéin resplandecía sutilmente entre aquellas húmedas y oscuras tinieblas. Tal vez fuese la luz de Morgaine la que le entregase a aquella isla ese fulgor tan azulado y vivo. Antes de que la nostalgia se apoderase de mi corazón, me volteé y proseguí con mi desesperado vuelo.
Pasé entre nubes densas que quisieron humedecer todo mi cuerpo y mis ropajes. Sobrevolé ciudades inmensas, bosques tupidos donde descansaba la noche más serena, valles profundos que reposaban tibiamente entre altísimas montañas bajo la suave luz de la luna... Y volé hasta que ya no reconocí los campos sobre los que volaba, hasta que me percaté de que me hallaba en unas tierras muy hermosas de las que emanaba una energía antigua y mágica que deseaba hechizarme.
Noté que aquella bellísima energía me reclamaba desde la lejanía de la tierra. Sin pensar en nada, descendí hacia el suelo y me senté entre dos grandes y milenarios árboles. Sus troncos eran mucho más gruesos que cualquier montaña y las ramas que los poblaban estaban llenas de hojas enormes que me protegían de la mirada de las estrellas. En aquel lugar pude respirar serenamente y su calma me permitió empezar a pensar más nítidamente en mi presente y en mi futuro.
¿Qué deseaba? ¿En verdad anhelaba distanciarme de Eros y de todos los que me querían? No, no podía ni quería continuar existiendo junto a ellos si me sentía tan incomprensiblemente abrumada; pero ¿por qué estaba así? Tal vez me hubiese agobiado por culpa de lo que había vivido con Arthur, Eros y Morgaine. Quizá hubiese sido descubrir que mi amado pasado en verdad tenía otros matices lo que me había hecho estallar. No podía conocer plenamente las causas de mis sentimientos. Lo único que sabía era que necesitaba estar irrevocablemente sola para poder reencontrarme conmigo misma. Todas las experiencias que había vivido habían hecho temblar lo que yo era hasta arrebatarme una gran parte de mi yo. Y necesitaba recuperar esa parte de mí misma que el sufrimiento había destruido.
De repente, mi mente se anegó en una poderosa certeza: deseaba ir a Lacnisha. Anhelaba que su inmaculada magia me envolviese, que su ancestral belleza me protegiese. Lacnisha era el único lugar del mundo que podía retornarme todo lo que había perdido por culpa de la tristeza. Sí, sabía que en Lacnisha podría reencontrarme conmigo misma. Lacnisha podía abrazarme como lo hace una madre cuando el miedo nos domina o cuando la pena más honda nos hace temblar. Necesitaba experimentar en mi alma el poder de aquella pura isla blanca, la isla de mis orígenes. Pensar en Lacnisha me reconfortó inmensamente e incluso me hizo sonreír. Sí, partiría hacia Lacnisha y allí disfrutaría de una soledad inquebrantable que me ayudaría a valorar mi presente, aceptar la nueva faz de mi pasado y sobre todo a crear un futuro estable que me permitiese ser feliz nuevamente con Eros.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

Definitivamente en este capítulo no entiendo a Sinéad. Vale, su magia es poderosa y se ha asustado, lo comprendo, pero es que está ya tan atacada de los nervios, tan susceptible que se convierte en un ser casi intratable. En vez de hablar con Eros, buscar una explicación, pensar tranquilamente en lo ocurrido y no sé, buscar ayuda o consejo de algún sabio o amigo, se tira de los pelos y sale volando histérica perdida jajajaja. Eros en todo momento intentaba ayudarla, quitarle importancia a las cosas y ella lo sacaba todo de contexto. Que santísima paciencia la de Eros jajajaja. Con cada una de sus palabras, ella le daba la vuelta. Para Sinéad no pasan los años. Mira que le han pasado cosas extraordinarias, que a sufrido y vivido todo tipo de experiencias, y se sigue desesperando como una adolescente inexperta. Le ha dado a las palabras de Morgaine mucha importancia, hasta el punto de desestabilizarse. Como siempre, Lacnisha es su refugio, su vía de escape para encontrarse consigo misma. Espero que allí encuentre esa paz interior que necesita para enfrentarse a los problemas y averiguar que hay de verdad en las palabras de Morgaine y si su magia se puede volver incontrolable. Un capítulo como siempre, escrito muy bien. La desesperación de ella la describes muy bien, tanto que sufres con ella y sientes que vuelas en el cielo oscuro junto sintiendo ese viento frío en la cara. Maravilloso!!!

Uber Regé dijo...

No puedo evitar pensar que Sinéad es un arquetipo de la feminidad. Me ha llamado la atención, especialmente, cuando confiesa que lo mejor habría sido que Eros hubiese sentido insistiendo en retenerla a su lado, ¡qué difícil es acertar para los chicos! Indudablemente el episodio con Morgaine ha sido muy desestabilizador para ella, y es que posiblemente la misma Sinéad tiene problemas para aceptar que su poder es enorme, y ese es el problema, más incluso que lo que la hermana de Arthur haya podido pensar. Al fin y al cabo tampoco ha pasado nada irreparable, y sin embargo esto ha sido el detonante de que se replantee su vida completa, la relación con Eros, hasta su misma existencia, ¡qué extremo es todo eso! Refugiarse ahora en Lacnisha, no sé si es buena idea, porque lleva consigo todas las dudas, pero bueno, ese mágico lugar seguro que al menos le da un poco de paz. Me preocupa Eros, el pobre se tiene que haber quedado muy preocupado, y con razón, ¿podrá encajar Sinéad que Arthur ahora ocupa otro lugar en la vida? Por cierto, ¿qué pasa ahora con él? Se abren nuevos interrogantes, este capítulo ha sido verdaderamente emotivo y conmovedor.