lunes, 16 de diciembre de 2013

EL PASEO DEL OCASO

EL PASEO DEL OCASO

Habían transcurrido algunos días desde la tarde en la que Sus me invitó a la primera fiesta de fin de año a la que asistiré. Las fiestas actuales no me placen mucho, pero tengo la tierna sensación de que ésta será especial. Aún quedan unas pocas semanas para que ocurra, pero ya me he comprado el vestido que portaré ese día. Es rojo y dorado. A Eros le gusta muchísimo. Él también se vestirá elegantemente.
Tras nuestra última tarde compartida, decidí proponerles dar un paseo por el bosque que queda cerca de nuestro hogar. Todavía no lo conocíamos y creíamos que lo mejor era que ellos nos lo mostrasen, puesto que llevan viviendo aquí más tiempo. El único inconveniente es que tendríamos que hacer esta pequeña excursión cuando el sol ya no brillase. No sabía si se atreverían a ir con linternas u otro tipo de iluminación. Además, también pensaba que haría mucho frío para ir vagando por la naturaleza a esas horas tan oscuras. Evidentemente, a mí el frío no me molesta, pero no debo olvidarme de que ellos y yo no pertenecemos a la misma especie.
Sin embargo, cuando se lo propuse a Sus, ella recibió la idea con un entusiasmo muy dulce. Me invitó a pasar a su casa y a que aguardase sentada en el sofá a que llamase a los demás. Sabía que a ninguno le disgustaría aquel plan, pues aseguraba haber vivido juntos aventuras mucho más peligrosas que vagar por el bosque con linternas. Además me reveló que el bosquecito que quedaba cerca de nuestro hogar no era peligroso, sino todo lo contrario.
-          Además, conocerás a una amiga nuestra –me indicó sentándose a mi lado tras haber avisado a los demás—. Se llama Meri y es muy cariñosa y buena. Estoy segura de que os llevaréis muy bien.
-          Vaya, me da un poco de vergüenza –protesté riéndome sutilmente.
-          No debes sentir vergüenza. Meri es muy amable. Por cierto, ¿Eros vendrá?
-          Sí, me ha dicho que lo avise cuando todos estéis preparados.
-          De acuerdo.
-          ¡Ya podemos ir! –exclamó Diamante.
-          ¡Te has puesto el gorrito de Pandi! –indicó Sus entusiasmada.
-          ¡Qué gorrito tan gracioso! –me reí alzándome de donde estaba sentada.
-          Sí, casualmente ahora se ha puesto de moda... todo el mundo lo lleva –se rio él divertido.
Vicrogo, Duclack, Wen y Meri nos esperaban en la puerta del edificio. Nos saludamos con cariño, ilusión y felicidad. Cada vez nos gustaba más estar juntos. Sus me presentó a Meri cuando hubimos terminado de saludarnos. Me pareció una mujer muy elegante, con mucho estilo y delicadeza para vestir. Me miró curiosa durante unos largos segundos y después me dio dos besos con despreocupación y simpatía. Me llamó la atención que fuese tan elegantemente ataviada para caminar por la naturaleza.
-          No hay que perder el estilo nunca –aseveró sonriendo levemente avergonzada.
-          Por supuesto que no.
-          He traído linternas para todos, por si acaso no teníais –anunció Wen sacando ocho linternas de su mochila—. ¡Estoy entusiasmado! Hace tiempo que no vamos a dar un paseo por el bosque.
-          Os enseñaremos los rincones más bonitos y curiosos —nos comunicó Vicrogo a Eros y a mí.
Justo entonces, cuando nos disponíamos a empezar a dirigirnos hacia el bosque, la puerta del edificio se abrió y, repentinamente, apareció la señora Hermenegilda. Todos quisimos comenzar a caminar, pero no lo hicimos, pues sabíamos que se notaría muchísimo que deseábamos huir de ella.
-          ¡Pero si estáis todos reunidos! –exclamó alegre acercándose más a nosotros—. ¿Qué hacéis en la calle con el frío que hace? ¡Anda, pasad para adentro! ¡No son horas de vagar por ahí...!
-          Señora, son las seis de la tarde –apuntó Eros intentando no reírse—. Es muy pronto.
-          ¿Pronto? ¡No, no, alhaja! ¡No es para nada pronto! Tenéis que pasar para adentro. Os invito a mi casa a tomar café con leche... ¡A relasin cap of café con leche como dice la Botella! Ay, por Dios, que tengamos que vivir para ver estas cosas... Anda, pasad, pasad –nos ordenó abriendo la puerta del edificio de par en par—. Estaba a punto de ir al Mercandona ese para comprar lentejas para hacer el cocido de mañana, pero creo que podré ir mañana por la mañana, cuando la señora Herminia y yo volvamos de nuestro paseo mañanero. No os preocupéis. Tengo pastas Martínez para comer y mojar en el café con leche; pero ¿a qué esperáis? ¡Pasad ya, que os helareis de frío!
-          Claro, no nos helaremos de calor... –susurró Wen en mi oído.
-          No, por supuesto –me reí furtivamente.
-          ¡Venga, venga! ¡En procesión os quiero ver pasar! ¡Ale, ale, muy bien! Ahora derechitos para el ascensor. Creo que no cabremos todos, así que algunos tendrán que irse en el impar.
-          Eros y yo subiremos por las escaleras –le comuniqué temerosa de que no me escuchase.
-          ¡Anda ya! ¡Pero si son muchos peldaños! ¿pero vosotros qué os pensáis? ¡Ay, esta juventud de hoy en día...!
-          Señora... –intentó protestar Eros cuando sintió que la señora Hermenegilda lo tomaba del brazo para meterlo en el ascensor.
-          No se preocupe, señora Hermenegilda, Eros y Sinéad están acostumbrados a subir por las escaleras. Temen a los ascensores –la tranquilizó Diamante.
-          Bueno, ¡pero no os escabulláis! Para vosotros también haré un café con leche...
-          No nos gusta la leche –intenté protestar, pero enseguida supe que ya no merecía la pena hacerlo. La señora Hermenegilda haría lo que le apeteciese.
Como si hubiésemos ganado una batalla completamente imposible de ganar, nos sentimos infinitamente orgullosos y aliviados cuando el ascensor se marchó con todos. Subimos las escaleras en el tiempo de un suspiro mientras, en silencio, nos preguntábamos cómo podríamos salir victoriosos de aquella situación. En más de una ocasión nos sentimos tentados de seguir ascendiendo peldaños hasta llegar a nuestro hogar, pero no queríamos abandonar a Vicrogo, Sus, Diamante, Wen, Duclack y Meri en casa de la señora Hermenegilda.
-          No tenemos más remedio que ir –suspiró Eros cansado—. Qué pesada es. La próxima vez iremos de excursión a las cuatro de la madrugada. Seguro que no nos la encontramos.
-          No podemos hacerles eso –me reí cariñosamente—. No te preocupes. Todo saldrá bien.
-          Con esa mujer es imposible que las cosas salgan bien.
-          Recuerda que, gracias a ella, la cena a la que los invitamos salió medianamente bien, aunque hiciese una comida que a nadie le apetecía ingerir.
-          Es cierto –se rió.
Eros llamó temeroso al timbre y la puerta se abrió mucho antes de que retirase la mano de aquel blanco interruptor. La señora Hermenegilda nos hizo pasar como si detrás de nosotros se hubiese personificado la muerte y nos condujo hacia aquel salón donde yo había estado hacía poco. Volví a ver, perfecta e impolutamente colocadas, todas esas figuras que sus nietos y/o hijos le habían traído de esos viajes. Rogué que no se las presentase a los demás tal como había hecho conmigo.
Duclack, Sus, Diamante, Wen, Vicrogo y Meri ya se hallaban sentados alrededor de una mesa esperando que la señora Hermenegilda les sirviese una merienda que ellos no deseaban ingerir. Me estremecí de disgusto cuando me percaté de que a Eros y a mí también nos correspondía una pequeña tacita y unas cuantas pastitas.
-          Señora, nosotros ya hemos merendado –le confesó Eros con delicadeza.
-          Puedes llamarme Hermenegilda, hermoso joven –le indicó simpáticamente sirviendo leche en la taza que le correspondía.
-          ¡No, no! Le he dicho que ya hemos merendado –suspiró agotado.
-          ¿Y eso a mí qué narices me importa? –le preguntó bromeando—. A mi casa se viene a comer, que para eso he comprado todas estas pastitas Martínez –dijo poniendo sobre la mesa una gran bolsa con pastas metidas en bolsitas transparentes—. También tengo queso, jamón dulce y pan bimbo para que os hagáis un bocadillo, tengo mazapán de mi tierra...
-          ¿De dónde es usted? –le pregunté para interrumpir aquel recital alimenticio.
-          Soy de Toledo –nos contestó orgullosa—. Precisamente el IMSERSO hizo un viaje este fin de semana. No me gustó, pues no nos enseñaron todos los conventos, solamente los que están más habitados. Soy amiga de una monja ya mayor... Sor Carmen, es tan buena... Hace unos mazapanes... «Jesús se desmayaría si los probase», me dice siempre. Me he traído unos cuantos, pero siento deciros que no os los pondré porque son muy caros. Sí os pondré un turrón que nos regalaron en el IMSERSO –dijo dirigiéndose hacia la cocina—. Mirad, está muy bueno, pero muy duro. Una ya no está para masticar estas cosas. Cortaos todo lo que queráis –nos ofreció poniendo la tableta de turrón en medio de la mesa—. Yo soy más de pastitas Martínez, que están muy blanditas y duran mucho.
Se percibía claramente que todos deseábamos pedirle que se callase al fin, pero ninguno se atrevía a solicitárselo. Vicrogo, Duclack, Sus y Wen comían resignados aquellas pastitas empolvadas, mientras que Diamante, Meri, Eros y yo nos manteníamos sentados en nuestros respectivos lugares mirando fijamente la tacita de leche que debíamos ingerir. Me esforcé infinitamente en encontrar alguna excusa que me liberase de la obligación de tener que beberme aquel líquido que mi cuerpo no acepta, pero no se me ocurría nada.
-          Señora, le agradecemos muchísimo su hospitalidad; pero, verá, nos disponíamos a dar un paseo juntos –intervino Diamante de pronto con educación—. Si lo desea, otro día,  con más calma, venimos a su casa y merendamos todos juntos.
-          Qué insistentes sois. ¡Hace mucho frío para que andéis por ahí! Pero, bueno, si queréis marcharos, no me opondré. Esperadme. Voy a buscar el abrigo. ¡Ah, nada de irse sin beberse esas tazas de leche y comerse como mínimo una pastita Martínez! –nos advirtió severamente—. Voy a llamar a mi amiga Herminia a ver si quiere venir, aunque creo que hoy tenía a los nietos. No sé si podrá. Ay, también tendría que avisar a Fernanda. Se conoce que últimamente se queja de las piernas más que nunca y el médico le ha dicho que le iría muy bien andar –expresaba mientras salía del salón y caminaba por el pasillo. Me pregunté a quién le hablaría, si ya no podía mirarnos a ninguno de nosotros.
-          Qué pesada –murmuró Eros disgustado—. Siento mucho que no podamos deshacernos de ella.
-          Es cierto. ¿Alguien quiere beberse mi leche? –pregunté con culpabilidad—. Yo no puedo beber leche. Me sienta mal.
-          Ya me la bebo yo por ti –me sonrió Wen tomando mi tacita.
-          ¿Y la mía quién la quiere? –cuestionó Eros esperanzado.
-          Ya me la bebo yo –contestó Vicrogo.
-          Ya está –intervino de pronto la señora Hermenegilda—. Herminia y Fernanda ya vienen de camino. Tardarán por lo menos media hora. Padecen muchísimo de los huesos, pobres. Herminia no quiere coger ya el bastón, pues dice que la gente la mira con pena. Yo tampoco lo cogeré nunca. ¿Acaso lo necesito? Me tiro cocinando de pie más de dos horas y la espalda apenas me protesta, aunque sí lo hace la cintura. Ay, por Dios, una cada vez está menos preparada para caminar por la vida –suspiró sentándose en el sofá—. Recuerdo que, cuando era moza, todos los jóvenes se paseaban por mi lado. ¡Sí! ¿Qué pasa, no te lo crees? –le preguntó a Wen al ver que se reía—. Mi primer marido, Gregorio, me decepcionaba continuamente. Era tanto lo que me decepcionaba que a veces no sabía cómo expresárselo. ¿A ti tu hombre te decepciona, muchacha? –me preguntó chismosamente.
-          No, Eros nunca me ha decepcionado.
-          Eros, vaya nombre más raro. Podrías llamarte Rogelio, Antonio, Manolo, Paco o Pedro como mis hijos. Yo no sé lo que les ha dado a estos jóvenes por poner nombres tan complicados. Mi madre siempre dijo que más vale un nombre corto para llamar cuanto antes a tus hijos... Imagínate que ves que tu hijo está cayéndose por un precipicio. Yo no entiendo cómo pueden sobrevivir los suramericanos con esos nombres tan largos. Ves que tu hijo está cayéndose por un precipicio... Supongamos que, evidentemente, quieres llamarlo: Francisco José... Entre que lo llamas ya se ha caído.
-          Sí, señora, tiene razón –suspiró Diamante agotado.
-          Lo mismo ocurre cuando los llamas para comer. Si tienes varios hijos y todos con nombre largo, entre que los llamas ya se ha enfriado la comida, que en estos tiempos se enfría mucho más antes. Hay que ver cómo grita el invierno. Mis huesos ya no pueden más. Tú estás muy seca –me acusó de pronto—. Si no te alimentas más, de aquí a cuatro años esos huesos ya se han cansado de estar ahí tan desprotegidos. ¡No tienes casi grasa! Estos jóvenes de hoy en día ya no saben comer. A ver...
-          Señora, yo me alimento muy bien –opuse avergonzada.
-          Si yo no digo que no, pero seguro que comes porquerías. El otro día... trayendo comida del maflonas ese... ¿Tú te crees que eso es normal? ¿Acaso yo os pongo crusianes del día anterior? ¿No, verdad? O magdaplenas, ensamiadias... Estos dulces tienen unos nombres tan raros... Ay, Herminia y Fernanda creo que tardan demasiado. Yo no sé si tendría que haberlas invitado a venir con este frío que cae tan verdadero –se lamentó alzándose del sofá y dirigiéndose hacia el balcón.
-          Señora, lo sentimos mucho, pero tenemos prisa. No podemos esperarnos tanto –le comunicó Duclack con educación.
-          Pero, chiquillos, no os vayáis, o vendrán hechamente para nada. Habrán venido a veros y justo os vais. No hay derecho que seáis así.
-          Podemos vernos todos otro día –insistió Wen.
-          Bueno, si tanta prisa tenéis... Ya iré yo con ellas a dar un paseo o al menos que se coman estas pastitas Martínez. Mañana mismo venís aquí para merendar, que ya les diré que vengan más rápido, o antes de tiempo, para que no tengáis prisa. Llevaos unas pocas, anda –nos obligó introduciendo unas cuantas pastitas en una bolsa transparente—. Para que veáis que una vieja nunca se cansa de ofrecer. Y no os olvidéis abrigaros. Ah, por cierto, ya que vais, bajad la basura. No me he acordado de tirarla y ya es hora... Lleva aquí desde el mediodía. Si huele, es que he comido garbanzos con chorizo. Tomad, tomad. Ah, yo no reciclo. Una ya no está para esos trotes de ir llevando las diferentes basuras a distintos sitios.
-          Muy bien, señora –suspiró Eros cogiendo aquella gran bolsa, la cual parecía que iba a reventar—. Se la tiraremos.
Cuando al fin salimos de su casa, todos nos miramos decepcionados. Ya sí era tarde para ir al bosque. No obstante, decidimos caminar un poco por las calles adornadas. La Navidad no me había parecido tan bonita hasta esos momentos en los que andaba junto a unas personas que me habían acogido en su vida como si siempre me hubiesen esperado. A quien menos conocía era Meri, pero aquel paseo tan agradable nos facilitó adentrarnos sutilmente en el mundo de cada una.
-          ¿Has conocido a Dante y Suselle? –me preguntó Meri ilusionada—. Me llevo muy bien con los dos, especialmente con Dante. Le gusta mucho que le dé besitos –se rió con cariño.
-          Son unos niños preciosos y muy tiernos –le contesté con dulzura—, al igual que Pandi. Es un animalito muy entrañable y cariñoso.
-          Pandi es un encanto –corroboró Wen situándose a nuestro lado—. Por cierto, creo que Eros y Duclack se llevan muy bien. No han dejado de hablar desde que salimos. Duclack le cuenta sus aventuras más interesantes y Eros la escucha con muchísima atención.
-          Eros es un encanto y sabe escuchar –apunté con amor—. Le fascinan las historias de aventuras.
-          Son interesantes... –intervino Meri—; pero yo prefiero las historias románticas. Por cierto, ¿has leído la nueva revista de Mercedes Clická? Es fascinante. Le hacen una entrevista a una chica que ha escrito un libro... Es muy largo, no creo que me atreva a leerlo, pero no puedo negar que me parece intrigante. Pues lo más extraño es que no hay fotos de ella. En la introducción, Mercedes Clická aclara que la entrevistada no quería que la fotografiasen. Es comprensible. Hay muchos artistas que quieren mantenerse en el anonimato...
-          Sí, es cierto, lo considero comprensible –dije con naturalidad y serenidad—. Tal como está hoy el mundo, lo mejor es que nadie te conozca, aunque te hagas famosa –me reí.
-          Sí. No obstante, siempre te intriga conocer el rostro de alguien que admiras –aseveró Wen.
-          También es verdad... No, no he leído esa entrevista –le informé sonriéndole.
-          Ya te prestaré la revista.
Por supuesto que conocía aquella entrevista; pero me sentía incapaz de confesarles que yo era la protagonista de ese artículo que les resultaba tan interesante. Así pues, disimulando ignorar todo lo que me explicaban, permití que durante unos largos minutos me citasen las respuestas que más les habían fascinado. No podía negar que me hacía gracia percibirlos tan entusiasmados con algo tan importante para mí.
-          Tengo que llevarte a mi zoo parque –me avisó Vicrogo caminando de pronto a mi lado—. Tengo muchos animalitos y todos preciosos. Cada uno de ellos tiene su propia historia y todas son muy curiosas. Hace poco descubrí junto a los flamencos una lechuza que lo observaba todo con muchísima atención. Me resultó muy intrigante. No sé de dónde ha salido ese precioso animalito. Me ocurre mucho que me encuentro con aves que necesitan ser cuidadas o curadas. Me siento incapaz de abandonarlas.
-          Tienes un corazón muy grande, Vicrogo –le dije con admiración y cariño—. Lo cierto es que todos sois muy buenos –susurré emocionada—. Gracias por acogernos en vuestra vida.
-          A ti es imposible no quererte. Tu forma de sonreír revela que eres una persona muy dulce, sincera y buena –me contestó él sonriéndome luminosamente.
-          Muchísimas gracias.
-          Pues pasado mañana os llevaré a todos al zoo parque para que pasemos allí el día –declaró entusiasmado.
-          Lo siento mucho, pero solamente podremos ir por la tarde –me excusé con culpabilidad y pena—. Espero que no sea ningún inconveniente.
-          Por supuesto que no –se rió él despreocupadamente.
-          Yo tampoco creo que pueda ir todo el día. Estrella me ha pedido que la acompañe a comprar algunas cosas para los días de Navidad. Si quieres, Sinéad, paso a buscaros y vamos todos juntos –me propuso Wen.
-          Me parece bien –le sonreí—. ¿Por qué no viene también Estrella? –le pregunté con curiosidad.
-          Sí, puede venir... Ya le preguntaré si quiere...
-          De acuerdo.
-          ¿Y qué te gusta hacer, Sinéad? –me preguntó Meri.
-          Pues... me gusta mucho la música. Toco muchísimos instrumentos: el arpa, el piano, el violín, la gaita... –le sonreí.
-          ¡Cuántos! –exclamó sorprendida.
-          He pensado que podrías tocar un poco el arpa en la fiesta de fin de año –me propuso Wen—. Nos gustaría muchísimo escucharte.
-          ¡Ah, sería precioso! –declaré tiernamente.
Mientras conversaba tan animadamente con Wen, Meri y Vicrogo, no podía evitar escuchar furtivamente las palabras que Duclack y Eros intercambiaban, pues me placía infinitamente que él también se aviniese con aquellas personas que tan importantes eran ya para mí.
-          Ahora me gustan las motos... Me gustaría hacer excursiones con todos...
-          A mí también me han gustado mucho las motos, desde siempre –le confesó él con entusiasmo—. Estaba pensando en comprarme una. A Sinéad no le gustan mucho, pues dice que no necesitamos utilizar... Mejor dicho, no le gustan porque afirma que son peligrosas –se rió incómodo—; pero yo me compraré una igualmente. Me la autorregalaré para Navidad.
-          No son peligrosas si las conduces con cautela. Todo vehículo es peligroso, incluso el avión...
-          Sinéad odia los aviones –se rió.
-          Pero ¿en qué le gusta circular? –le preguntó extrañada.
-          Pues tengo un coche. Es un poco antiguo, pero funciona perfectamente. Es un audi cuatro.
-          ¡Es genial! Esos coches no pasan de moda. Siempre son bonitos...
-          Si tienes alguna duda sobre las motos, puedes preguntármela –le ofreció simpáticamente.
-          De acuerdo, muchísimas gracias.
-          También podríamos hacer excursiones tú y yo si Sinéad no quiere venir con nosotros, que lo más seguro es que no... –seguía riéndose.
-          ¡Me parece estupendo!
Me gustaba que cada vez surgiesen más planes para hacer juntos, pero me ponía nerviosa que no pudiésemos continuar fingiendo que no éramos humanos. Por lo pronto, debíamos conformarnos con compartir con ellos aquellos ratos tan oscuros y gélidos que nos ofrecía el crepúsculo. Estaba convencida de que, en un día muy lejano, tendríamos que confesarles que no pertenecíamos a la especie humana, sino a otra muy mágica y peligrosa a la vez; pero no me atrevía a hacerlo. Temía perderlos o que nos rechazasen. Pensaba en la dulce Sus, en lo disgustada que se sentiría al saber que había dejado entrar en su casa a una criatura que pudo haber acabado con la vida de sus hijos en el tiempo de un suspiro. Evidentemente, jamás me he alimentado de personitas tan inocentes y tiernas, pero el olor de su sangre pudo haberme descontrolado cuando menos me lo hubiese esperado... Pensaba, también, en el bondadoso Vicrogo o en el agradable Wen... en lo temerosos que se sentirían al conocer mi verdadera identidad.
                Intenté que esos pensamientos no me desalentasen ni me hiciesen sentir nerviosa y disfruté de aquella compañía tan grata que me ofrecía la vida, reí con ellos con toda sinceridad y no permití que nuestras diferencias nos impidiesen hacer todos los planes que nos apeteciesen. De ese modo, la brillante Navidad devino mucho más resplandeciente y se anegó en muchísimas más esperanzas.

6 comentarios:

Wensus dijo...

¡Ayyy que maravilla! Me he reído muchísimo. Desde luego, Hermenegilda es más peligrosa que un vampiro sediento. Cuando los a encontrado en la calle a todos, no han podido escapar. Menuda es ella, frases del tipo "¿y a mi qué narices me importa?", "Maflonas" o que no invite a mazapanes que son muy caros no tienen desperdicio jajaja. Se ve que es fan de las pastas martínez, igual que una que yo me sé jajaja. Encima, les pide que bajen la basura, es ya el colmo jajaja. Por otro lado, me han gustado mucho el homenaje que nos has hecho a todos con esta entrada. Toledo, "se conoce que", el gorrito de Diamante, las motos de Duclack, que Mary no lea el libro pero que le parezca interesante...en fin, un montón de detallitos que sirven como homenaje a estos días que hemos pasado juntos, ha sido especial. Luego las risas que me he pegado con Fernanda y que su primer marido le decepcionó, que risas. Es que tú y yo sabemos muy bien de que viene eso, y es inevitable reírnos cuando lo recordamos, es ya algo mítico. Otro capítulo en el que los personajes se conocen un poco más. Parece que Duclack y Eros se llevan muy bien. Con el café con leche Vicrogo y Wen les han salvado la vida, pero no sé cuanto tiempo podrán guardar su gran secreto sin levantar sospechas. A ver que ocurreeeee. Un capítulo intenso y muy divertido ;-)

Marina Glimtmoon dijo...

Me alegro de que te haya gustado esta entrada. Sí, en realidad sí quería hacer un pequeño homenaje a los momentos que hemos compartido. En realidad cada episodio es un homenaje a nuestra sincera amistad. Cada vez se llevarán mejor, lo cual también puede ser peligroso porque no se sabe cuánto tiempo durará su ocultación. Gracias por tu comentario.

Uber Regé dijo...

Es una entrada más que divertida. Efectivamente las alusiones a Toledo son varias, cosa que me toca más que a nadie, supongo. Es una pena que finalmente no hayan podido dar ese paseo por el bosque, pero en cambio los protagonistas han pasado un rato de complicidades que da mucho de sí, y es que Hermenegilda es una señora de armas tomar... por cierto que su nombre es toledanísimo, ya que es claramente de origen godo. Sinéad y Eros han tenido que pasar el mal trago de la leche (nunca mejor dicho), y de momento se han librado, pero no sé yo por cuánto tiempo van a aguantar con esos inconvenientes; yo creo que tendrían que sincerarse cuanto antes, me imagino que al principio costará al grupito aceptar una rareza así, pero como no son malos y luego con tiempo... Creo que lo que más me gusta del relato, aparte de los guiños personales, es la unión de diferentes historias que haces, como dice Dani, eso hace que sienta el mundo de las historias como un espacio donde todo puede suceder... Me ha gustado mucho.

Marina Glimtmoon dijo...

Tienes toda la razón, tarde o temprano deberán confesar la verdad, pero creo que ocurrirá en un momento espléndido donde la magia se respire... Tal vez en la fiesta de fin de año del hotel... Tal vez Sinéad se lo confiese a alguien en secreto cuando ya no tenga más remedio, quizá sean los dos... ¡Está por ver! Me alegro mucho de que te haya gustado. Para mí unir tantos mundos es algo increíble, que me encanta hacer. Espero que lentamente ya no sea necesario decir que estos mundos se unen porque forman parte de un mismo mundo... Por supuesto, estos guiños personales nacen de los días tan bonitos que hemos compartido. Los he empleado con todo mi cariño. Pues en ningún momento había pensado que el nombre de Hermenegilda fuese toledano, ¡qué casualidad! Mira, al final todo ha ido enlazándose solito... ¡A ver cuándo surge la próxima aventura!

Duclack dijo...

¡Qué estupendo capítulo! Es un precioso homenaje a la amistad y a los inmejorables momentos compartidos.
La señora Hermenegilda es pesadísima la pobre. Me daban mucha pena ya todos. ¡Está obsesionada con cebar a la gente! Pero luego es un poco rata, porque los mazapanes caros bien que se los ha guardado y les saca el turrón duro del IMSERSO que ella no puede morder, jajaja. En fin que por más que lo han intentado, no había manera de librarse de ella. No han podido dar su paseo por el bosque. Pero seguro que hay más ocasiones para ello. El bosque de Wensuland es un sitio maravilloso donde la magia residió durante muchos años. Creo que es un espacio que a Sinéad le enamorará.
Me ha sorprendido que Duclack y Eros hayan entablado conversación y se lleven tan bien. Parece que coinciden en su pasión por las motos. Ainsss, se me ocurren tantas cosas para historias futuras.
Estoy deseando ver a Sinéad con ese vestido rojo y dorado en la fiesta de Nochevieja y le han pedido que toque en ella. Creo que esa fiesta será inolvidable. Quedo a la espera de las próximas aventuras.
Un fuerte abrazo

Marina Glimtmoon dijo...

Sí, yo también pienso que la fiesta de fin de año en el hotel será impresionante, divertida, interesante y emocionante. Pueden ocurrir muchísimas cosas... ¡Me alegro mucho de que se te ocurran tantas historias...! Sí, la pobre señora Hermenegilda es muy pesada, es imposible deshacerse de ella, pero no es mala mujer, aunque, claro, evidentemente se guarda lo mejor para ella jajajaja. Me alegro mucho de que te haya gustado este capítulo. A ver si al fin pueden dar el paseo por el bosque... Ya van saliéndome los primeros esbozos de esa entrada...