miércoles, 10 de septiembre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 06. LA CUNA DEL AGUA


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 06. LA CUNA DEL AGUA
El Bosque de la Serenidad se volvía más frondoso y espeso a medida que nos alejábamos del último suspiro de la región de la nieve, desde donde podíamos oír el furioso soplo del viento y el musitar del caer de las lágrimas que aquel eterno invierno lloraba sobre las montañas. El frío había quedado atrás, escondido entre los bloques de hielo en los que se reflejaba aquel firmamento rojizo cubierto de nubes esponjosas. La calidez de la primavera se adhería a nuestra piel, nos templaba el alma y acariciaba nuestro ánimo. Sin embargo, yo no extrañaba el helor del invierno. La tibieza de la primavera me parecía adorable y acogedora, pero no la recibía con tanto placer como Rauth, Brisita, Leonard y Scarlya, quienes parecían revivir con cada bocanada de aire que aspiraban.
El aire estaba cargado de aromas espesos y agradables que brotaban de lo más profundo de la tierra. Los pájaros trinaban con paciencia y alegría y la brisa primaveral que emergía del cielo mecía con delicadeza las ramas de los árboles, haciendo que las hojas entonasen la trova de la serenidad. Nos sentíamos en paz, tranquilos, felices y motivados. Caminábamos rápida, pero calmadamente. No teníamos prisa, pero no nos deteníamos.
Incluso Rauth parecía estar de mejor humor. Reía por cualquier cosa con Brisita. Scarlya y Leonard no se separaban nunca. Caminaban tomados de la mano, mirándose casi en todo momento como si lo que los rodeaba no fuese tan hermoso como sus ojos. Me placía verlos tan íntimamente felices, tan inocentemente alegres. Ninguno de nosotros se había atrevido a preguntarles todavía qué ocurría entre ambos, pero sabíamos que no era necesario. Ya nos lo desvelaban con sus miradas llenas de amor y luz.
No puedo determinar cuánto tiempo pasamos caminando por aquel bosque tan verde, frondoso y espeso; pero aquel tiempo me pareció una dulce eternidad que no deseaba terminarse nunca. El azul del cielo nos cubría y nos protegía con mucha ternura, las blanquecinas nubes que se deslizaban sobre las copas de los árboles nos indicaban que aquel lugar era el más acogedor de todos los que la naturaleza pudo haber creado y el canto de los pájaros nos hacía sentir inmensamente en paz, tan serenamente amparados que incluso creí que al final decidiríamos que nuestro viaje concluiría en esas tierras donde no podía reinar el mal.
No obstante, de pronto, un atardecer en el que los pájaros parecían completamente dominados por el amor, me di cuenta de que el terreno cambiaba bajo nuestros pies. El sonido del agua se intensificó hasta tornarse nuestra única realidad. Parecía como si, cerca de nosotros, hubiese un sinfín de cascadas cayendo desde las montañas más altas. Además, el aroma a humedad se volvió casi tangible, nos envolvió, nos onduló los cabellos y tornó pesadas nuestras ropas.
El color del cielo también había mudado. El claro y nítido azul que nos había protegido con tibieza devino un azul intenso que se oscurecía a medida que nos aproximábamos al ensordecedor murmullo del agua. Parecía como si el firmamento se hubiese convertido en las profundidades de un mar enloquecido por una vorágine. A la vez que la voz del agua gritaba cada vez más alto, el cielo se tornaba muchísimo más oscuro, hasta que llegó un momento en el que nos costó distinguir los matices de la naturaleza que nos rodeaba. Entonces Rauth se detuvo y, con una voz que el agua deseaba silenciar, nos comunicó:
-          Hemos llegado al lugar del que brotan todos los ríos de Lainaya. Es un gran mar de agua dulce que batalla con un sinfín de cascadas impetuosas. Atravesar este mar va a ser extremadamente difícil y peligroso. Hay barcas construidas desde hace siglos que pueden ayudarnos a cruzarlo, pero no nos aseguran que sobrevivamos. Tenéis que ser fuertes, valientes...
Nadie dijo nada. Esperamos a que Rauth regresase con todas las barcas que necesitábamos. Creí que cada uno de nosotros llevaría solamente una barca para evitar que el peso de nuestro cuerpo supusiese un peligro para nosotros; pero volvió arrastrando solamente una barca, grande y aparentemente acogedora, pero una barca donde todos debíamos acurrucarnos y apiñarnos para poder atravesar aquel furioso mar.
-          ¿Cabremos? —preguntó Scarlya inquieta.
-          Había más barcas por aquí, pero han desaparecido...
-          ¿Y eso es comprensible? —cuestionó Leonard.
-          ¿Comprensible? Sí, es comprensible. Alguien habrá cogido las diez barcas que había por aquí, guardadas en las cuevas. Comprensible es, pero no habitual. A menos que sea totalmente necesario, nadie cruza estos mares vigorosos para llegar a la región del otoño...
Una sombra de temor se cernió sobre nosotros, se introdujo en nuestro cuerpo y oscureció nuestros sentimientos. Sin embargo, nadie dijo nada. Obedecimos silenciosamente a Rauth, quien con sus ojos nos ordenó que subiésemos a la barca, y nos acomodamos juntos, teniendo todos la sensación de que en aquel transporte tan antiguo no cabríamos. El miedo se respiraba en el aire, podía palparse con las manos, flotaba junto a nosotros en aquellas oscuras aguas.
-          ¿No es posible navegar cuando sea de día? —pregunté con un hilo de voz.
-          ¿Tienes miedo, Sinéad? —me cuestionó Rauth extrañado—. No es comprensible que temas el agua...
-          ¿Por qué? Sí tengo miedo. Está muy oscuro y hay neblinas densas...
-          No es posible viajar por el día porque en esta región nunca amanece. El sol no templa estas aguas. Toda el agua de Lainaya es fresca en su nacimiento. Se calienta con el fluir de sus ríos por los distintos rincones de Lainaya.
-          De acuerdo... —contesté agachando los ojos.
-          No tengas miedo, mami. El agua no nos hará nada... —me consoló Brisita apoyando su cabeza en mi regazo. Le acaricié dulcemente sus rojizos ricitos para intentar encontrar en su tierna quietud la calma que me faltaba—. No nos ahogaremos.
-          ¿No es posible congelar estas aguas para atravesar el mar caminando? —propuse sin estar segura de mis palabras.
-          No, Sinéad. Entonces los ríos de Lainaya se congelarán. Tienes tanto miedo porque eres una niedelf. Los niedelfs tienen miedo al agua líquida porque piensan que deshará la nieve del invierno.
-          Es posible. Me siento muy rara... —les confesé con un susurro.
-          No temas, cariño. Todo irá bien —me calmó Eros rodeándome la cintura con su brazo—. Ven, acurrúcate aquí conmigo, a ver si tu piel se templa un poco.
-          ¿Te desagrada tocarme? —le pregunté casi inaudiblemente en su oído.
-          No, en absoluto. Sólo estás fría...
En aquel momento la barca ya se deslizaba sobre esas aguas oscuras y removidas. Me pregunté de dónde emanaría la fuerza que las agitaba con tanta desesperación. Tenía la sensación de que aquellas vigorosas olas podrían volcar nuestra barca en cualquier momento y que todos nos caeríamos al agua careciendo de la oportunidad de emerger a esa superficie tan turbulenta; pero la barca se desplazaba como si la misma fuerza que removía las aguas la impulsase, como si tuviese vida propia, como si poseyese un corazón latiente que le infundía ímpetu y serenidad.
-          ¿Es la magia quien la conduce? —preguntó Scarlya—. Pensaba que tendríamos que remar.
-          Sí, tendremos que remar cuando salgamos de este lago aquietado —respondió Rauth con calma.
-          ¿Aquietado? —exclamé asustada—; pero si parece cualquier cosa menos un lago sereno... ¿Cómo serán las demás aguas, entonces?
-          Sinéad, no seas tan temerosa —se rió Rauth con cariño—. Tomad estos remos. Cuando os lo ordene, empezad a remar con todas vuestras fuerzas. Tenemos que surcar el nacimiento del río más poderoso de Lainaya.
La oscuridad que nos rodeaba y se cernía sobre nosotros se tornó muchísimo más espesa y brumosa. Parecía como si, en lugar de aire, nos envolviese una tangible capa de tinieblas indisipables. El movimiento del agua devino mucho más inquietante y agitado y la humedad que flotaba por nuestro entorno casi se materializó. La barca que nos transportaba empezó a temblar brutalmente, como si quisiese huir de las poderosas aguas sobre las que flotaba. Tuve la sensación de que, en cualquier momento, la barca se volcaría y todos nos ahogaríamos en aquel violento y oscuro río. Entonces Rauth nos ordenó que comenzásemos a remar. Su voz se perdía en el incesante y ensordecedor sonido del viento.
Con una desesperación que deseábamos ocultar tras una sonrisa cargada de inquietud, todos, salvo Brisita, comenzamos a remar a través de ese río impetuoso que anhelaba volcar nuestra indefensa barquita, cuya madera crujía silenciosamente. Brisita nos observaba con temor, paciencia y a la vez compasión. En sus ojos adivinaba el deseo de ayudarnos de algún modo para aliviar el esfuerzo que todos estábamos haciendo. Yo notaba que los pesados remos que intentaba sostener con mis manos ansiaban hundirse en el agua. Su peso era tan insoportable que incluso me planteé la posibilidad de que en breve éste me vencería y me arrastraría hasta las oscuras profundidades de esas aguas inhóspitas.
-          No puedo, no tengo fuerzas para esto —se quejó Scarlya con una voz entrecortada.
-          Sé fuerte, cariño. Seguro que ya queda poco —la animó Leonard. Su voz desvelaba que él también estaba agotado.
-          Yo podría ayudaros de alguna manera... —reflexionó Brisita con su dulce voz.
-          No, Brisita. Estos remos pesan demasiado para ti... —la contradijo Rauth con paciencia y amor.
-          No, no me refiero a ayudaros remando...
Entonces, de repente, todo se quedó en silencio, tenebrosamente a oscuras. No obstante, seguimos remando sin saber si debíamos hacerlo, temerosos y a la vez intrigados. Suavemente, un tenue viento empezó a emerger desde las profundidades de esas agitadas aguas. Era un viento cálido que portaba fragancias que nos serenaban, que nos infundían unas fuerzas cuya procedencia éramos incapaces de determinar. Ese tierno viento devino cada vez más intenso, empujando así nuestra barca, provocando que las aguas se aquietasen por unos largos instantes y nosotros, con nuestro tembloroso esfuerzo, pudiésemos navegar más calmadamente. Aquel viento impelía nuestra barca, era como unas manos que acariciaban las aguas hasta sosegarlas, había disipado levemente las brumas que nos envolvían para que pudiésemos atisbar el horizonte acuático que quedaba más allá de nuestros ojos, de esas impetuosas aguas.
-          Brisita... ¿eres tú quien está provocando esto? —le preguntó Eros extrañado y conmovido.
-          Sí... Realmente no sé cómo lo hago...
-          Tendremos que hablar de esto cuando lleguemos a tierra firme —le sonrió Rauth con muchísima ternura.
-          De acuerdo, papi...
Remábamos más serenamente, haciendo todavía un gran esfuerzo por poder deslizarnos sobre aquellas oscuras y frías aguas; pero todos notábamos que se había apoderado de nuestra alma una fuerza de la que antes habíamos carecido. Aquella fuerza nos hacía creer que todo era posible, que la oscuridad de la noche no nos vencería, que el inhóspito vigor de aquellas aguas no nos abatiría y que dentro de poco, ante nosotros, se abrirían aquellas brumas y aparecería una tierra fértil, verdosa, llena de vida, de luz, de harmonía y amor. E impelidos por esos deseos seguimos navegando, surcando aquellos ríos que daban vida a Lainaya, atravesando lagos inmensos cuya orilla se perdía tras las tinieblas que nos envolvían. Ese viento que parecía triste no dejó de impulsarnos a continuar remando con energía e ilusión en ningún momento. Parecía susurrarnos palabras de aliento llenas de cariño y calor.
-          Gracias, Brisita —le dije con ganas de llorar de emoción. Me estremecía de ternura y curiosidad saber que mi hijita podía ser tan poderosa, que tenía la capacidad de manejar el viento—. Eres más mágica de lo que pensaba.
-          No... que va, todavía no soy todo lo mágica que debería ser a mi edad.
-          ¿Quién te ha dicho eso? —le preguntó Rauth con curiosidad.
-          La naturaleza, el viento... Debería saber hacer más cosas, y no puedo.
-          Todo a su debido tiempo, cariño —la consolé dedicándole una suave sonrisa que no supe si ella había percibido.
La oscuridad que nos rodeaba volvía a ser profunda; pero, gracias a aquel viento tan tibio y amoroso, no teníamos miedo. Sabíamos que dentro de poco llegaríamos a un lugar donde podríamos respirar en paz.
Mas entonces, cuando creímos que aquellas aguas nos mostrarían su orilla, algo inconcreto y gélido cayó del cielo, partiendo la oscuridad de aquellas inquebrantables brumas, haciendo temblar las aguas y nuestra barquita. Quise aferrarme a la mano de alguien que me hiciese sentir que en verdad no estaba sucediendo nada malo ni temeroso, pero de súbito me di cuenta de que lo único que me rodeaba era la frialdad y la humedad de ese río que, inesperadamente, nos había vencido. No percibí el momento en que la barca se había volcado, en el que el viento que emanaba del alma de Brisita se había extinguido y en el que me había separado inevitablemente de todos ellos.
Anhelé gritar, pero mi voz se quedó encerrada en el miedo que se apoderó de todo mi cuerpo. Dejé ir el remo para intentar nadar, pero las aguas se habían tornado un remolino que me impedía moverme con serenidad. Mis preciosos ropajes pesaban mucho más que todas las rocas de Lainaya unidas en un único lugar y el frío que emanaba de aquellas inhóspitas profundidades me había helado mucho más de lo que ya lo estaba. Sin embargo, traté de serenarme pensando que el frío no podía vencerme, pues yo pertenecía a la magia invernal de Lainaya. Con aquella certeza flotando por dentro de mí, comencé a mecer los brazos para intentar emerger a la superficie.
Noté que las aguas me arrastraban como si yo fuese una ola más, que el fondo del río estaba cada vez más lejos de mí y que, sin embargo, no podía hallar la superficie por ninguna parte. Empecé a desesperarme. Además, necesitaba respirar. El cansancio y la asfixiante carencia de aire se agolpaban en mi alma, deviniendo una roca que aplastaba toda la serenidad que podía experimentar. Sentía que una invisible y helada corriente me arrastraba por aquellas innavegables aguas y que la oscuridad que me rodeaba se hacía cada vez más inhóspita.
«¡Ayuda, ayuda, por favor!», rogué mentalmente, completamente desesperada; mas sabía que nadie podría oírme. Sin embargo, de repente, en aquella congelada corriente que me había impelido con tanta falta de consideración, algo apareció ante mí, algo azulado y a la vez resplandeciente. Unas gélidas manos tomaron las mías y me impulsaron hacia un lugar que yo no podía imaginarme. Bajo el agua, aquellas manos parecían hechas de humedad. Eran mucho más etéreas que las de Zelm o las mías. La frialdad que emanaba de aquella extraña piel no era incómoda, sino acogedora. Saber que aquellas manos estaban salvándome la vida me hizo sentir un alivio que alumbró un nudo en mi garganta que me la presionó con impiedad y desesperación. «Gracias», le dije silenciosamente con ganas de llorar.
-          No temas, Sinéad. Ya estás a salvo —me comunicó una voz que parecía hecha del susurro de todas las olas de la Historia.
Sabía que ya podía respirar, pero no sabía en qué momento las aguas se habían tornado aire. Las manos que me habían arrastrado hacia la vida soltaron las mías y entonces pude dirigir mis dedos hacia mis ojos para retirar el agua que se había acumulado en mis párpados. Me noté tendida en un lecho de algas que exhalaban un aroma muy fresco y revitalizante.
Cuando abrí los ojos y pude fijarme en mi entorno, me di cuenta de que me hallaba en un palacio azulado cuya belleza me dejó sin aliento. Casi estallé de alegría cuando advertí que no estaba sola. Junto a mí, tendida cariñosamente entre mis brazos, estaba Brisita, quien me miraba con temor, dulzura y paciencia. La luz que nos cubría era cálida, azulada y verdosa al mismo tiempo. Nos encontrábamos en una estancia toda adornada de conchas relucientes, con el suelo cubierto por un sinfín de plantas marítimas cuyos colores parecían extraídos del Arco Iris más mágico de la naturaleza. Los matices que se mezclaban con la luz que emanaba de algún lugar inconcreto teñían aquella alcoba de una tibia y dulcísima sensación de paz que me acarició el alma. Creí que estaba en el rincón más acogedor de Lainaya.
-          ¿Qué ha pasado, mami? —me preguntó Brisita con un hilo de voz.
-          No lo sé, cariño. La barca ha volcado de pronto y...
Me costaba hablar. Todavía no había recuperado definitivamente mi aliento. Sentía que tenía que suspirar profundamente para recobrar el ímpetu de respirar serenamente. En cambio, Brisita parecía tan dulcemente serena... Me observaba con mucho amor, pero en sus ojos destellaban el miedo y la inseguridad.
-          ¿Quién me ha salvado la vida? ¿Lo sabes, amor mío? —le pregunté peinando sus humedecidos cabellos; los que parecían hojas otoñales acariciadas por la tormenta más impetuosa de la naturaleza.
-          No lo sé... pero me llama la atención este lugar. Es como si estuviese situado en el fondo del mar, pero sin embargo todo el tiempo hemos navegado por agua dulce... Es tan mágico...
-          Quizá haya sirenas —me reí con amor—. En esta tierra todo es posible.
-          No hay sirenas en Lainaya, mami —se rió con amor e inocencia—. Tal vez nos encontremos con los habitantes de las aguas. No son hadas, sino seres extraños que desaparecen y aparecen cuando menos te lo esperas. Pueden camuflarse en cualquier lugar y su voz suena con muchos ecos. Son hermosos, pero también inquietantes. Tal vez nos haya salvado uno de ellos.
-          Creo que hablas de nosotros, dulce niña —intervino de súbito una voz que parecía ancestral—. Somos Niadaes, no seres extraños —se rió con profundidad.
Entonces noté que algo etéreo, pero con una definida forma se acercaba a nosotras. Oí que se sentaba a mi lado, en el suelo, sobre esas plantas densas y relucientes. Me atreví a mirar a quien nos había hablado con tanto respeto y cariño y entonces me encontré con un ser cuya apariencia me costó comprender. Su piel era verdosa, pero brillaba como si fuese el cielo del atardecer. Sus ojos eran tan azules como las aguas que habíamos navegado tan costosamente y tenía los cabellos largos y lisos como la pedregosa orilla de los ríos. Me costaba entender los matices que componían su aspecto, pero todos me parecieron tan mágicos y fulgurantes que no pude evitar sonreír de ternura.
-          Me llamo Oisín —nos comunicó alargándonos su húmeda mano—. ¿Quiénes sois vosotras?
-          ¿No me conocéis? Creo recordar que en el agua alguien me ha apelado... —musité confundida—. ¿No habéis sido vos?
-          No, yo no he podido ser, pues es la primera vez que os veo —adujo Oisín con paciencia. Me costaba saber si se trataba de un ser masculino o femenino—. ¿Qué os ha sucedido? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
-          Yo soy Brisa y ella es Sinéad, mi mamá —explicó Brisita incorporándose—. Estábamos atravesando el río Naiwen cuando de repente una gran tormenta hizo que nuestra barca se volcase, las aguas se descontrolasen y todo se oscureciese. En la barca había tres heidelfs que han desaparecido. Necesitamos que nos ayudes a encontrarlos.
-          Os lo agradecería mucho —expresé con cortesía. Brisita estaba tan nerviosa que se había olvidado de la deferencia.
-          Por algo habéis acabado aquí —divagó Oisín—; pero os ayudaré en lo que pueda. Me has dicho que eran heidelfs...
-          Sí, eran heidelfs —confirmó Brisita.
-          ¿Y tú qué eres? —me preguntó con temor y desconfianza.
-          Yo soy una niedelf... pero antes era una heidelf y antes... no importa —susurré tímidamente.
-          ¿Por qué has dejado de ser heidelf? Te has ido hacia el frío y el olvido.
-          No es verdad... pero es una historia muy larga...
-          Reitero que por algún motivo habéis llegado hasta este palacio acuático. No es fácil llegar  hasta aquí. Yo no os he visto nunca. Estaba creando una guirnalda de conchas relucientes cuando de pronto he notado que alguien se adentraba silenciosamente en mi hogar y entonces os he encontrado aquí.
-          No sé quién ha podido llevarnos... —musitó Brisita confundida.
-          Quien os ha traído ha sido un niadae, por eso no debéis preocuparos. Ese niadae os ha salvado la vida... pero me pregunto por qué estabais en peligro...
-          Tenemos que encontrar a los demás... —exigí nerviosa y atemorizada—. Yo estuve a punto de ahogarme... Ellos...
-          Están en peligro, Oisín —protestó Brisita con mucha pena. Era imposible no sentir piedad por ella.
-          Os ayudaré, pero antes tengo que adivinar quién os ha puesto en peligro.
Un silencio sepulcral se apoderó de nuestra alma y de nuestros ojos. Parecía como si aquel lugar se hubiese convertido en la cuna de la incertidumbre. Brisita me tomó de la mano y me la presionó con nervios e impaciencia. Oisín seguía mirándonos sin mirada. Sus ojos parecían dos lagunas inhóspitas en cuyas aguas ni siquiera se refleja el cielo de la noche. Eran lagunas sin olas, pero profundas e innavegables. Sus brillantes cabellos ocultaban su verdosa y tersa piel. No llevaba ni una sola prenda que escondiese su cuerpo. Eran sus cabellos los que protegían su piel. Nos sonreía apenas sin arquear los labios, como si se compadeciese tiernamente de nosotras, y el gesto que se había congelado en su rostro estaba impregnado de serenidad, piedad e intriga.
-          Mi palacio es secreto. Nadie, salvo los niadaes, conoce el camino que conduce hasta aquí.
-          ¿Por qué? —preguntó Brisita.
-          Porque en mi morada se halla la cuna de todos los ríos de Lainaya. Yo custodio el nacimiento de las aguas, de las lagunas, de los mares... El agua es lo que da vida a Lainaya. Si alguien ajeno a nuestra especie descubre el rincón donde brota la vida de Lainaya, debe morir inmediatamente.
-          ¿entonces nos matarás? —preguntó Brisita con mucha lástima.
-          ¡No, no, por supuesto que no! Yo no soy quien le quita la vida a quienes se adentran por error en mi palacio. Es la propia naturaleza de Lainaya quien desvanece esas vidas para que la existencia de este inmenso y mágico reino nunca peligre. Además, vosotras no habéis llegado aquí conociendo el camino, sino que habéis acabado en mi hogar porque un niadae os ha traído... pero, si ese niadae os ha salvado la vida, es porque os hallabais cerca de mi morada. Es eso lo que me preocupa, que alguien ajeno a nosotros y a vosotras os ha conducido hasta la vera de este palacio.
-          Pero ¿quién? —interrogó Brisita.
-          Eso es lo que tenemos que descubrir.
-          Si la misma naturaleza acabará con la vida de quien nos ha conducido hasta aquí por error, entonces quiere decir que no es necesario que nos molestemos en buscar a quien lo ha hecho... —reflexioné impaciente—. Tengo miedo por mis seres queridos... por nuestros seres queridos —rectifiqué mirando a Brisita. De pronto fui plenamente consciente de que entre todos nosotros había nacido un lazo que ni siquiera la muerte podría quebrantar—. Tenemos que encontrarlos.
-          Os ayudaré a buscarlos, pero antes tenéis que ayudarme a mí a hallar a quien ha desvelado el camino secreto hacia mi morada —exigió alzándose del suelo.
No podíamos oponernos. Ni Brisita ni yo conocíamos el lugar donde nos hallábamos. Oisín era el único ser que podía ayudarnos a encontrar a Leonard, a Scarlya y a Eros. Cuando pensaba en ellos, la sombra espesa del miedo se apoderaba de mi corazón y cubría toda mi alma, pero intentaba que no oscureciese mis pensamientos. Tenía que mantenerme fuerte y no debía perder la esperanza ni la calma.
-          Presiento que ha sucedido algo terrible, Sinéad —me confesó Brisita en el oído antes de que nos alzásemos de aquel lecho de algas mullidas—. Tengo algo en el alma, algo, como un peso, que me lo revela, que me hace pensar en cosas estremecedoras. No sé lo que me sucede, pero no me encuentro bien aquí. Siento que me asfixio —me confesó tomando mis manos con fuerza—. Sácame de aquí, mami.
-          No temas, cariño. Yo no permitiré que nos suceda nada malo. Ven —le dije mientras la abrazaba—. No te soltaré en ningún momento, mi vida, mi cariño.
-          Tengo frío, mami. Me siento muy rara...
-          Estás temblando... —observé asustada.
-          Y también tengo sueño...
-          ¡Vayamos ya!  —nos ordenó Oisín desde un lugar inconcreto. No pude percibir el instante en el que se había alejado de nosotras—. ¿Qué os sucede? Es muy importante que me ayudéis a encontrar...
-          Vayamos, Brisita —le dije en el oído, temerosa y triste, ignorando así las palabras de Oisín, las que sonaban cargadas de demasiada exigencia—. Presiento que Oisín no tiene muy buen humor —sonreí intentando hacer reír a Brisita, pero mi hijita tenía la mirada perdida en un horizonte que ni siquiera ella misma podía detectar—. ¿Brisita?
-          Mami...
-          ¿Qué sientes, cariño?
-          No lo sé...
-          ¡Sinéad! ¡Brisa!
-          Tenemos que ir, amor... No temas...
Me alcé tomando con cariño a Brisita entre mis brazos. Mi hijita tiritaba cada vez más descontroladamente y su respiración se convertía lentamente en un suspiro tembloroso que se perdía por la inmensidad de aquel palacio frío y húmedo. Oisín nos aguardaba en la entrada de su morada; un lugar lleno de adornos acuáticos, de color azul celeste, brillante, destellante, deslumbrante. El olor del agua podía palparse, masticarse incluso. Brisita se apretó más contra mí, como si aquel sitio la aterrase, y empezó a llorar silenciosamente.
-          ¿Qué le ocurre? —le pregunté a Oisín con una voz queda. Estaba tan asustada que apenas podía pensar en algo que no fuese Brisita.
-          No te preocupes por ella. Estará bien... Lo que sucede es que el lugar de donde brota toda la vida de Lainaya es propenso para las conversiones —me explicó saliendo de aquella entrada tan brillante y aromática. Afuera, el agua rugía con fuerza y desesperación. La oscuridad de aquel sitio me intimidó profundamente.
-          ¿Vamos a salir allí afuera? —le pregunté estremecida—. Mi hijita no está bien.
Entonces, de repente, antes de que Oisín pudiese contestarme, un estruendo nos ensordeció, agitó brutalmente las aguas que rodeaban aquella morada y volvió mucho más negra e impenetrable la oscuridad que nos envolvía. Brisita se estremeció entre mis brazos y estuvo a punto de lanzar un alarido de terror, pero el pánico le robó la voz.
Oí cómo las aguas rugían agresivamente, como si se hubiesen convertido en la erupción de un volcán, y el palacio en el que nos hallábamos comenzó a temblar con violencia, como si un despiadado terremoto se hubiese adueñado de la tierra. Intenté aferrarme a algo, pero estaba abrazada a Brisita y cerca de mí no había nada que pudiese resguardar mi equilibrio, así que me caí al suelo con Brisita tiritando cada vez más estridentemente entre mis brazos. Su llanto se había vuelto levemente sonoro y el pánico se había hundido irrevocablemente en sus ojos, los que parecían perdidos por la nada más inalcanzable.
-          ¡Mami! —gritó desesperada y entrecortadamente.
-          Tranquilízate, Brisita, mi vida...
-          ¡Es obra de la oscuridad! —chilló Oisín con rabia e impotencia—. ¡Habéis traído la oscuridad con vosotras!
-          ¡No es verdad! —me defendí tristemente.
-          ¡Eres una niedelf! ¡Los niedelfs sois muy fáciles de perseguir! ¡Estamos en peligro por culpa vuestra!
-          Nosotras no hemos hecho nada... Oisín, mira a mi hijita...
-          ¡Tu hijita no me importa tanto como la vida de Lainaya!
Entonces las aguas que rodeaban aquel hogar volvieron a rugir desesperada y violentamente mientras se alzaban, anegando de repente el interior de aquella morada, intentando hundirlo en las profundidades de aquellos ríos impetuosos y oscuros. El agua nos envolvió inevitablemente. Intenté levantarme, pero el pánico había convertido mi cuerpo en hierro y sentir que Brisita estaba tan asustada y se encontraba tan mal me paralizaba.
-          ¡Ayúdanos, Oisín! —supliqué con desesperación al ver que el agua estaba a punto de cubrirnos enteramente.
-          ¡Huid!
-          ¡No conseguiréis escapar de mí una vez más!
Aquella amenaza emanó desde las profundidades más violentas de aquellas aguas descontroladas. Aquella voz me resultó tan inmensamente conocida que no pude reaccionar. Fueron unas palabras cargadas de odio, de rencor y de ira. Cuando, a través de aquella inundación, llegaron hasta nuestra alma, Brisita se estremeció mucho más; pero esta vez, en lugar de querer resguardarse entre mis brazos, intentó desasirse de mí; mas yo se lo impedí con temor y pena.
-          ¡Me ahogo, Sinéad! —se quejó tosiendo.
-          Brisita...
-          ¡Suéltame!
La desesperación de Brisita me impidió pugnar para que ella se quedase entre mis brazos. La dejé ir y me quedé sentada en aquel suelo inundado, casi atrapada por completo por el agua. En medio de aquella brumosa y espesa oscuridad, vi que Brisita nadaba vigorosamente hasta emerger a la superficie de aquellas aguas tan inhóspitas. Yo intenté levantarme. Lo logré a pesar de que mis ropajes pesaban en mi cuerpo como el miedo que se había apoderado de todo mi corazón y había anegado toda mi alma, tal como aquellas oscuras aguas habían invadido el palacio.
-          ¡Brisa, tu destino es morir ahora, en medio de la transformación en audelf! —volvió a gritar aquella voz tan conocida para mí—. ¡Te atraparé sin que nadie pueda evitarlo!
-          Alneth...
Susurré su nombre casi sin creerme que pudiese hacerlo. Me hallaba en pie entre dos columnas brillantes, a las que me aferré desesperadamente para que aquellas movedizas y violentas aguas no me robasen de nuevo el equilibrio. Me pregunté por qué no había percibido antes la presencia de aquellas hermosas columnas... pero entonces entendí que el agua me había arrastrado al anegar todo aquel palacio.
-          ¡Brisita, ven, cariño! —la apelé aterrada—. ¡Brisita!
-          Me encuentro mal, mami. No tengo fuerzas para nadar...
Brisita estaba hundiéndose en el agua, de forma lenta, pero intensa. Intenté desplazarme hacia ella para asirla de las manos y salvarla, pero alguien me golpeó con una fuerza estruendosa en la cabeza y volví a perder el equilibrio. Vi que una oscura e indefinida sombra me envolvía y se apoderaba de la visión de mi pobre hijita, quien tenía congelada en su rostro una estremecedora mueca de terror.
-          ¡Brisita! —intenté llamarla, pero mi voz se perdió por las aguas.
Los temblores de la tierra se intensificaron de pronto a la vez que las aguas volvían a rugir. La oscuridad se cernió definitivamente sobre mí y lo invadió todo, todo, haciendo desaparecer la imagen titilante de mi hijita intentando huir de la debilidad que estaba apoderándose de su cuerpo.
-          Brisita...
-          Tu adorada hijita morirá, igual que lo harán todos tus seres queridos, y después de sus muertes Lainaya desaparecerá...
Aquellas palabras me hicieron reaccionar. Sabía que no podía permitir que la debilidad y el miedo se adueñasen de mi corazón, el que debía estar anegado en valentía. Así pues, me alcé forzosamente del suelo e intenté mirar a mi alrededor, pero las tinieblas más espesas e inhóspitas lo habían invadido todo. Oía la respiración agitada de Brisita y sus delicados sollozos, pero no podía saber dónde estaba. Sin embargo, comencé a caminar ignorando la pesadez de mis ropajes humedecidos, de mi pánico y de mi inseguridad.
Cuando creí que mis manos tañerían los cabellos otoñales de Brisita, alguien me agarró con fuerza de la cintura y comenzó a arrastrarme hacia el exterior del palacio. Las aguas que creaban la vida de Lainaya me envolvieron, arrebatándome la posibilidad de respirar, y todo desapareció bajo aquellas lagunas y ríos mezclados en un descontrolado mar helado e inescrutable. Lo último que pude oír antes de perder la noción de todo lo que me rodeaba y de mí misma fue un chillido de horror e impotencia que se ahogó en aquella húmeda y devastadora oscuridad.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

Impresionante continuación, ¡me encanta! Cada entrada es sorprendente, original, única. ¿De dónde sacas la imaginación para crear esos mundos? El hogar de Oisín es una pasada, haces que mi imaginación vuele y me gusta recrearme en esos lugares tan fantásticos que describes. Está claro que Alneth es muy poderosa, capaz de interponerse en su camino y matarlos a todos. Oisín tenía razón, era la oscuridad, aunque no tengo muy claro si son ellas las que la han traído...algo o alguien les arrastró hasta su morada, ¿quién habrá sido? Por otro lado no sabemos que será de Eros, Scarlya, Leonard y Rauth...Espero que hayan conseguido subir de nuevo a la barca y salvar la vida. Sinéad y Brisita no lo están pasando precisamente muy bien, sus vidas penden de un hilo. Espero que no les ocurra nada malo, si no te las verás conmigo jajaja. ¡Espero la próxima entrada!

Uber Regé dijo...

Es una entrada que deja sin respiración, el comentario lo escribo a toda velocidad porque sé que la continuación me espera... Lainaya es sin duda un mundo mucho más complejo y vasto de lo que parece a primera vista, y también los seres que pueblan sus rincones veo que mantienen relaciones enmarañadas, donde los prejuicios no están siempre al margen... Me ha gustado la primera parte, donde se embarcan, y se comprueba la aversión al agua de Sinéad, ¡y pensar que como vampiresa le encantaba! (bueno, al principio no, pero luego sí), en cambio ahora su nueva naturaleza se adueña de todo su ser. Luego, está todo lo sucedido en el encuentro del palacio de Oisín, un lugar donde nacen todas las aguas... que idea tan maravillosa. Y por fin se desencadena la tragedia que Alneth, ya sin disimulos, trata de culminar; no me creo que todo se vaya a terminar así como así, así que... ¡a por la siguiente entrada!