EN LAS MANOS DEL DESTINO - 03. RENACIMIENTO Y
LÁGRIMAS
El sueño se agolpaba en mis
ojos, me presionaba los párpados y me impedía fijarme nítidamente en mi
alrededor. El cansancio parecía otro abrigo que me envolvía y no me permitía
moverme con serenidad. Caminaba rezagada. Leonard, Scarlya, Rauth y Brisita andaban
con ímpetu, con ánimo y con ilusión, charlando, riendo, continuamente haciendo
mención a todo lo que veían. Parecía como si acabasen de huir de una cárcel
donde habían permanecido encerrados durante años sin ver el mundo, sin ver la
luz, el amanecer, la noche. En cambio, mis pasos, mis ademanes y todos mis
movimientos estaban teñidos de extenuación. Nadie me preguntaba qué me sucedía
—algo que yo agradecía profundamente, pues ni tan sólo me apetecía hablar—,
como si quisiesen ignorar mi lamentable estado. No obstante, intentaba
prestarle atención a todo lo que me rodeaba para encontrar en el paisaje que
atravesábamos las fuerzas que el agotamiento me arrebataba.
Pasábamos por prados llenos de
nieve, en la que nuestros pies pretendían hundirse, repletos de árboles sin
hojas, cercados por imponentes montañas cuya cumbre parecía ser la cuna de las
estrellas. El cielo cambiaba de color a medida que nos alejábamos del refugio
donde habíamos intentado descansar. De ser rojizo, de pronto se volvía azulado,
después, blanco como la misma nieve. Ningún matiz era persistente, sino que
parecía como si el Arco Iris se hubiese desintegrado sobre nosotros, apagando
definitivamente la luz de las estrellas. No había ni una sola nube que
presagiase la caída de la nieve, pero de pronto el cielo comenzaba a llorar
lágrimas purísimas que nos ocultaban la senda que debíamos seguir.
Sin embargo, Rauth nunca se
desorientaba. Parecía conocer aquellos terrenos como si los hubiese creado él
mismo, como si fuesen el reflejo de sus sueños. Caminaba con decisión y
tranquilidad. Nos infundía fortaleza y seguridad con sus miradas; las que, no
obstante, no guardaban ni una sola emoción buena para mí. Rauth me miraba con
frialdad, apatía y distancia, como si de súbito yo me hubiese vuelto irrelevante
para él. Deseaba preguntarle qué le sucedía conmigo, pero no me atrevía a
propiciar ese momento. Ni tan sólo me sentía capaz de colocarme a su lado para
andar juntos. Me mantenía alejada de ellos, aparte, como si viajase sola.
El día pasaba, las fuerzas iban
abandonándome con cada paso que daba, cada vez me sentía más incapaz de seguir
caminando. Inesperadamente, me daba cuenta de que me había quedado demasiado
rezagada, a metros de ellos, y entonces experimentaba unas insoportables ganas
de llorar. No sabía qué me hacía más daño, si no tener las fuerzas suficientes
para continuar andando o que ellos no percibiesen mi lejanía; pero siempre
trataba de acelerar mi paso, aunque mi cuerpo protestase desesperadamente, para
no volver a perderme. Me aterraba plantearme la posibilidad de que aquella
oscuridad tan espesa e inhóspita volviese a cernirse sobre mí y me aplastase.
-
¿Shiny, qué te pasa? —me preguntó Eros acercándose a mí con una
sonrisa encantadora. No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas
cuando noté su cariño y su preocupación—. Pensaba que ibas a nuestro lado y de
repente te veo aquí sola, a metritos de nosotros —se rió mientras me abrazaba—.
¿Qué te pasa, mi Shiny? ¿Estás cansadita?
-
No puedo más —me quejé dejándome caer entre sus brazos—. Me duele
todo, tengo frío, tengo hambre, tengo sed, tengo sueño, tengo... tengo muchas
cosas menos fuerzas —me quejé llorando delicadamente— y anímicamente me siento
muy mal... No tengo fuerzas para nada.
-
No llores, cariño. Es comprensible que te sientas así. Ayer te negaste
a dormir con nosotros —se rió retirándome las lágrimas de mis mejillas
heladas—. Estamos a punto de abandonar la región de la nieve y nos adentraremos
en un lugar más cálido donde podremos descansar. Rauth ha dicho que cerca de
aquí hay un bosque frondoso y espeso donde podremos encontrar cobijo. Tienes
que ser fuerte, Shiny. Ya estamos llegando. Aguanta un poquito más.
-
No puedo. No sé lo que me sucede, pero es como si ni siquiera tuviese
fuerzas para abrir los ojos.
-
Estás ardiendo —observó de pronto colocando su mano diestra en mi
cuello—. Y no tienes buen aspecto...
-
Apenas he dormido.
-
Lo sé. Dime, ¿qué pasó? —me preguntó reemprendiendo nuestro paso
mientras me aferraba con fuerza del brazo para ayudarme a caminar.
-
Perdón. No sé por qué me perdí y tampoco por qué me dejé llevar tanto.
¿Rauth no os ha contado nada?
-
Shiny... ni siquiera te expresas bien —se rió con mucho cariño
mientras con su mano izquierda me incitaba a apoyar la cabeza en su hombro—.
Tienes fiebre. No estás bien. Tenemos que descansar.
-
No es justo que ocurra todo esto... Yo no sabía que ellos eran malos.
-
¿Sabes una cosa? Yo no creo que sean malos. Cada cual tiene sus
intereses. A ellos les interesa acabar con la luz y el calor de la primavera
porque prefieren la oscuridad. Son vampiros, Shiny —se rió libremente—. Rauth
está en contra de ellos como lo estarían los demás heidelfs y estidelfs, pero
no creo que sean malos por eso...
-
Pero están enlazados al mundo de las sombras...
-
¡Sinéad, Eros, id más rápido o no llegaremos nunca! —nos exigió Rauth
desde la distancia.
Aunque realmente me costaba
excesivamente, hice un esfuerzo por caminar más rápido. Cada vez, el exterior
aparecía más borroso ante mis ojos. El blanco de la nieve, el oscuro marrón de
los árboles y los cambiantes matices del cielo se me presentaban como neblinas
inescrutables y deslumbrantes. Al fin, cuando creí que caería inconsciente al
suelo, entramos en un denso bosque de árboles de tronco grueso y de copa
frondosa. Las grandes y abundantes hojas nos ocultaban el color del cielo y la
imagen de las imponentes montañas que cercaban aquel mágico rincón del mundo.
Al hallarme en medio de tanta vegetación, al aspirar el fresco aroma del
atardecer y al oír el canto de los pájaros y la voz del viento, sentí que mi
cuerpo se llenaba de vida. Sonreí de placer y comodidad y anhelé que Rauth
encontrase cuanto antes un rincón donde pudiese tumbarme entre los árboles,
sobre la mullida hierba.
-
Aquí podemos descansar —dijo al fin señalándonos un recoveco formado
por cuatro árboles y plantas altas y densas—. Nadie nos hará daño aquí. Por
favor, Sinéad, limítate a permanecer a nuestro lado todo el tiempo. No te
alejes mucho —me ordenó sentándose en el suelo. Entonces me percaté de que él
también estaba agotado. Qué bien lo disimulaba...
Comimos en silencio. Yo todavía
tenía ganas de llorar. La forma en que Rauth me trataba se me clavaba en el
alma como si fuesen afilados y desgarradores puñales que destrozaban todos mis
sentimientos. Tragaba la comida intentando devorar también ese nudo que me
presionaba la garganta, pero éste se había vuelto mucho más poderoso que mis
anhelos. Incluso me daba la sensación de que la comida se atrancaba en mi
garganta y no había manera de digerirla.
Cuando terminé de comer, me
aovillé en mi abrigo y me acosté entre los árboles y las plantas sin decir
nada, cerrando con fuerza los ojos, los que resguardaban una triste cantidad de
lágrimas que, inevitablemente, empezaron a rodar por mis mejillas. Me sentía
tan triste que ni siquiera podía saber qué me sucedía. Era un sentimiento
asfixiante que me oprimía el pecho, que me incitaba a llorar desconsoladamente
y a gritar de dolor; pero era incapaz de adivinar la procedencia de aquella
punzante lástima.
-
Shiny, cariño —susurró Eros rodeándome con sus brazos—. ¿Qué sucede,
mi Shiny?
-
No lo sé...
-
Mami, Shiny...
La voz de Brisita me hizo sentir
tan culpable y avergonzada de pronto que no pude evitar que mi llanto se
intensificase. Anhelé pedirles que me dejasen sola, pero ya no podía hablar. Me
escondí entre los brazos de Eros deshecha en un llanto silencioso que, sin
embargo, me destrozaba el alma.
-
¿Qué te ocurre, Shiny? ¿Por qué lloras, mami? —me preguntó Brisita
sentándose a mi lado y acariciándome los cabellos. Notar sus manos me
reconfortó, aunque no me atrevía a moverme para abrazarla—. Yo también estoy
cansada. En realidad todavía no sé por qué estamos haciendo este viaje tan
duro. Papi dice que estamos muy lejos de la tierra del fuego, que todavía nos
quedan días larguísimos de viaje, pero eso no me asusta tanto como no saber por
qué tenemos que buscar ese sitio... la morada del fuego... Me da miedo ese
nombre...
-
Ya te lo he explicado miles de veces, cariño. Tenemos que encontrar a
la reina de Lainaya para explicarle que se ha colado en nuestra tierra un
fragmento de la oscuridad y que Alneth tiene intenciones terribles. Además,
tenemos que preguntarle si tú serás la próxima reina de Lainaya.
-
Yo no quiero ser reina de nada —se quejó Brisita con fastidio—. Creo
que eso de ser reina y tener poder es un rollo.
No pude evitar que las palabras
de Brisita, y sobre todo el tono con el que las había pronunciado, me hiciesen
reír entre lágrimas. Intenté calmarme y, cuando creí que ya podía mirarla a los
ojos, me separé de Eros y me senté en la hierba. Brisita me abrazó en cuanto me
notó tan cerca.
-
No serás reina ahora mismo, cariño —le dije con amor—. Lo serás cuando
ya hayas crecido lo suficiente...
-
Pero yo no quiero. Ser reina supone alejarme de ti, no vivir
contigo... y yo no quiero perderte nunca, nunca... Yo no quiero vivir lejos de
ti, mami —protestó escondiendo su pequeño rostro en mi pecho—. Te quiero.
-
Yo también, cariño mío —le contesté emocionada mientras le acariciaba
los cabellos.
-
Nunca estarás lejos de nosotros. Aunque seas reina, nosotros viviremos
cerca de ti, Brisita —le aseguró Rauth con mucha ternura también sentándose a
nuestro lado—; pero ahora no pienses en eso. Tal vez estemos equivocados y no
seas la sucesora de Lainaya. A lo mejor es alguien que todavía no ha nacido;
pero igualmente tenemos que ir para explicarle lo que está sucediendo con
Alneth.
-
De acuerdo —se conformó Brisita graciosamente.
-
Debemos descansar... —le propuse mirándola tiernamente a los ojos.
-
Shiny, estás muy pálida y tienes una mirada extraña —me anunció mi
hijita con preocupación.
-
No me encuentro muy bien.
-
Tenemos que hablar, Sinéad —me susurró Rauth sin mirarme a los ojos.
-
Yo creo que lo mejor será que lo dejéis para mañana —intervino Leonard
con cautela—. Sinéad tiene muy mala cara.
-
Precisamente por eso tenemos que hablar. Ven conmigo, Sinéad —me pidió
alzándose del suelo—. Sígueme.
Me separé de Brisita y lo
obedecí en silencio. Mi cuerpo protestó cuando me alcé del suelo y comencé a
caminar. Nos apartamos de los demás y nos sentamos en el tronco caído de un árbol.
Yo esperé pacientemente, aunque con nervios, a que Rauth hablase. Al fin, sin
mirarme a los ojos, me dijo:
-
No puedes seguir con nosotros si te sientes así. Tu estado tiene una
explicación bastante inquietante. No puedes estar con nosotros.
-
¿Cómo? —le pregunté asustada.
-
Estás contaminada. Te encuentras tan mal porque los niedelfs te han
absorbido parte de tu alma y te han arrebatado el ímpetu. Por eso estás tan
triste.
-
¿Entonces...?
-
Estás contaminada. Eso quiere decir que lentamente comenzarás a ser
peligrosa para nosotros. De forma inconsciente puedes influirnos y conducirnos
hacia donde están ellos. Irás perdiendo el rastro de tus pensamientos para
convertirte, muy pausada, pero intensamente, en una de ellos.
-
Pero yo no les dije que quería abandonar mi cuerpo para ser una de
ellos...
-
Bailando y cantando con ellos lo hiciste. Uniéndote a sus danzas y sus
cantos es una manera de solicitar el cambio.
-
No puede ser, Rauth. Tiene que haber una solución para remediar esto
—protesté empezando a llorar.
-
La hay... Tienes que ser vampiresa de nuevo.
-
Pero...
-
Pero no ´podrás regresar a Lainaya nunca más como heidelf. Estás
dentro de una transformación. Si vuelves enseguida, como has dejado una
conversión a medias, es posible que, o bien, no consigas retornar y te quedes
vagando por una dimensión llena de sombras, o bien, lo hagas con el nuevo
cuerpo al que tu ser aspira metamorfosearse.
-
No, eso no puede ser...
-
También podemos buscar unas hierbas especiales que te curarán, pero no
tengo ni idea de dónde están. La única que conoce esos remedios es la Doncella
Blanca, pero no sé con certeza dónde vive. No obstante, ella está íntimamente
ligada a los niedelfs, por lo que no creo que quiera ayudarte.
-
No quiero dejaros solos, Rauth. Te prometo que lucharé contra mi
malestar para que no me invada.
-
No puedes hacer nada, Sinéad. Ese malestar te pide dormir, por eso
estás tan cansada, y precisamente durmiendo es como se consolidan los cambios.
No puedes luchar contra nada...
-
Pero tal vez, si buscamos el hogar de la Doncella Blanca...
-
Podemos buscarlo, sí; pero perderemos mucho tiempo y no estoy seguro
de que quiera ayudarnos. Los niedelfs están enemistados con los heidelfs. Son
polos opuestos... y la Doncella Blanca es la madre de todos ellos...
-
Tenemos que intentarlo.
-
No, Sinéad. Es posible que nos engañe y, en lugar de ayudarte, te
transforme en un espíritu del invierno...
-
Entonces, estás diciéndome que tengo que abandonaros y que no te
importa hacer el viaje sin mí... Estás diciéndome que deje a mi Brisita aquí...
y a todos... Yo no quiero hacer eso, Rauth.
-
Tienes que irte. Yo no quiero que estés con nosotros. Eres peligrosa.
-
Pero no es justo que ni siquiera intentemos buscar la morada de...
-
¿No lo entiendes, Sinéad? —me preguntó irascible—. ¿Qué te piensas, que
la morada de la Doncella Blanca está aquí mismo? ¡Para encontrarla, tenemos que
regresar a la región de la nieve y después buscarla entre esas grandes e
inescrutables montañas! ¿Qué te piensas, que durante todo ese tiempo tú no
necesitarás dormir y que podrás soportar el peso de la transformación? ¡Deja de
ser tan egoísta e inocente! —me pidió mirándome con una rabia que estuvo a
punto de arrancarme la consciencia.
-
No es necesario que me hables así —protesté quedamente ahogando un
sollozo.
-
Es tu problema, no el nuestro. Tú te fuiste con ellos, tú danzaste y
cantaste con ellos sin pensar en nosotros. ¡Ahora atente a las consecuencias!
-
¿Por qué me tratas así? No me esperaba que algún día pudieses hablarme
de esa forma...
-
Me da rabia que seas tan imprudente.
-
Pero, antes de lo que ocurrió anoche, tú ya estabas enfadado
conmigo... y no me creo que te hubieses ofendido porque os dejé cuando vino
Alneth... Sabes que quería proteger a Brisita.
-
No, eso ya ha dejado de importarme.
-
Entonces, ¿qué te sucede? —le pregunté impotente.
-
Ya lo sabes. No sé por qué has venido. Podíamos hacer el viaje perfectamente
sin ti. Incluso Alneth nos hubiese cuidado más que tú.
-
¡Eso no es cierto! —lloré completamente destrozada.
-
Eres una imprudente, Sinéad.
-
Lo siento mucho...
-
Eres débil y no tienes fuerza de voluntad. No estás preparada para
hacer este viaje.
-
Habérmelo dicho antes.
-
No sabía que eras tan frágil y vulnerable.
-
Lo siento... —me disculpé casi sin voz.
-
Además, ¿crees que soy tonto?
-
No, jamás lo he creído...
-
¿Crees que no me doy cuenta de las cosas? Ni siquiera te hizo ilusión
verme cuando nos reencontramos. Enseguida le dijiste a Eros que...
-
Ah, ya lo entiendo todo... Oíste lo que le dije sobre mis
sentimientos, ¿verdad?
-
Algo oí, SÍ.
-
Yo no tengo la culpa. Es cierto que ya no siento lo mismo. Es como si
el destino hubiese controlado mis sentimientos para provocar el nacimiento de
Brisita... No obstante, no soporto que estés tan frío conmigo y que me trates
de ese modo tan hiriente...
-
Eres una egocéntrica, Sinéad.
-
Tú me dijiste que los sentimientos no se podían controlar cuando estábamos
en esta tierra...
-
Pero ¿es que no te das cuenta de lo que significa lo que estás
diciéndome? Tú misma has dicho que el destino controló tus sentimientos para
que pudiésemos engendrar a Brisita. ¿Acaso eso no te estremece?
-
Por supuesto...
-
Dime, entonces, ¿quién es dueño de nuestras vidas si no lo somos
nosotros mismos? Yo sigo muriéndome de amor por ti. Estoy enloqueciéndome de
impotencia, de pasión, de deseo, de amor... y tú, en cambio, ni siquiera me
miras con ternura.
-
No puedo hacerlo si cada vez que lo intento recibo una puñalada.
-
Sabes que yo haría cualquier cosa por ti. Sería capaz de regresar
sobre mis pasos para buscar por cielo y tierra la morada de la Doncella Blanca
para curarte, pero no puedo hacerlo si me siento tan impotente y herido,
Sinéad...
-
Perdóname, Rauth...
-
Ya sé que no es culpa tuya. Perdóname a mí también. Los sentimientos
se me han descontrolado lamentablemente.
-
Sí me estremece saber que no somos dueños de nuestros sentimientos —le
afirmé alzándome del tronco. Rauth lo había hecho hacía rato—; pero en estos
momentos sí domino lo que siento... y puedo asegurarte que quiero que olvidemos
todo lo que ha sucedido entre nosotros y viajemos en calma. Por favor, te
suplico que busquemos la morada de la Doncella Blanca para poder curarme. Al
menos, intentémoslo. Yo no quiero abandonaros. Si no deseas que viaje con
vosotros, está bien, puedo ir yo sola...
-
No puedes viajar sola en este estado, Sinéad. Está bien, iremos...
-
Y no os acerquéis a mí si temes que puedo...
-
Tienes que prometerme que serás fuerte, Sinéad...
-
Lo seré, te lo prometo.
-
En cuanto vea que no puedes dominar tus sentimientos y que cada vez te
encuentras mejor, entonces te ayudaré a regresar a tu mundo...
-
Rauth...
-
Sinéad, lo siento con toda mi alma... De veras, yo no quería que te
sucediese esto... Perdóname. Tampoco es justo que te haya tratado así... pero
es que estoy destrozado. Tengo el corazón resquebrajado y el alma deshecha de
tanto que te amo... —me susurró abrazándome delicadamente—. No soporto saber
que sufres, que no me amas, que te sientes mal...
-
No me sentiré mal si eres dulce conmigo como siempre lo has sido...
—le musité cariñosamente dejándome caer entre sus brazos y apoyando mi cabeza
en su pecho—. Sabes que te quiero como no podré querer a nadie... Ya sabes que
eres demasiado especial para mí, mi Arthur...
Rauth no dijo nada. Permaneció
acariciándome los cabellos, el rostro, de nuevo los cabellos... hasta que creí
que el tiempo se había deshecho. La noche caía sobre nosotros, espesa, lenta,
silenciosa, llenando el bosque de susurros mágicos, de palabras perdidas, de
sonidos cuya procedencia era incapaz de determinar. Rogué que aquella calma tan
preciosa se adentrase en mi alma para no huir de ella nunca...
-
Deberíamos regresar... —me anunció Rauth más sereno.
-
Sí, cierto...
-
Mañana empezaremos a buscar la morada de la Doncella Blanca.
-
Quizá haya alguna forma de que la naturaleza nos guíe hasta su
hogar...
-
La hay, pero es peligrosa.
-
Dímela, por favor.
-
En ti está creciendo un vínculo con los niedelfs. Los niedelfs pueden
llegar a la morada de la Doncella Blanca apenas sin esfuerzo, pues es su
reina...
-
Entonces, eso quiere decir que, si le presto atención a ese vínculo,
podré conduciros hacia la morada de la Doncella Blanca... —reflexioné
estremecida.
-
Sí, exactamente; pero también es peligroso porque entonces estarás
acelerando la transformación.
-
Quizá nos dé tiempo a llegar antes de que me convierta...
-
Será peligrosísimo, pero podemos intentarlo. Volvamos, Sinéad.
-
Quizá sea bueno que no duerma...
-
No podrás evitarlo.
-
Lo intentaré...
-
Está bien. No digas nada de esto a nadie hasta que amanezca.
-
De acuerdo.
Cuando llegamos al acogedor
rincón donde todos dormían, me acurruqué entre Brisita y Eros y cerré los ojos
rogando que el sueño no me alejase de aquel instante, de aquel presente... de
la consciencia; pero tenía tanto sueño que apenas podía advertir el momento en
el que la inconsciencia comenzaba a oscurecer mi mente. Sin embargo,
reaccionaba antes de apartarme definitivamente de la realidad. Pensaba
intensamente en todo lo que habíamos vivido hasta esa noche, recordaba
cualquier instante de mi vida, ya fuese lejano o cercano, me esforzaba por
recitarme silenciosamente las poesías que más adoraba...
Mezclando recuerdos, palabras que
no habían emanado de mi alma y canciones antiguas, conseguí apartar de mis ojos
el sueño que tanto deseaba anularme. Sabía que al día siguiente no podría
mantener los ojos abiertos, pero no me importaba pugnar tan intensa y
desconsideradamente contra las ganas de dormir si así lograba ralentizar esa
indeseada e inevitable transformación.
También les prestaba atención a
los susurros de la noche. Me parecía que hacía siglos que no escuchaba la
profunda e incansable melodía de la noche: grillos, búhos, lechuzas, el rumor
de un río, el movimiento tierno de las hojas mecidas por el viento nocturno,
los pasos de algún animal valiente, respiraciones perdidas... y, de pronto, la
voz de Scarlya.
Me sobresalté cuando la oí
musitar tan quedo. Sabía que le hablaba a Leonard creyendo que todos dormíamos.
No pude evitar detener mi respiración cuando me planteé la posibilidad de
escuchar una conversación que no debía formar parte de mi vida; pero no podía
revelarles que no dormía y tampoco podía moverme... Así pues, me quedé quieta y
queda, respirando muy silenciosamente, percibiendo ilícitamente aquellas
susurrantes palabras:
-
¿Estás durmiendo, Leonard?
-
No... Estoy tan cansado que no puedo dormir —dijo mientras se volteaba
hacia ella—. ¿Tú por qué no duermes?
-
No puedo dejar de pensar...
-
¿En qué piensas?
-
Todo esto es muy extraño. Estas tierras me hacen sentir cosas raras...
-
Es comprensible.
-
No se trata únicamente de mi cuerpo, sino de mi alma. Además, tengo
miedo, Leonard. No sé qué sucederá con nosotros. No sé nada... y temo que nos
ocurra algo malo. Sinéad está enferma. ¿Has visto cómo caminaba? Si parecía que
le faltaban todas las fuerzas...
-
Está cansada. Anoche se perdió por el bosque y no ha dormido nada.
-
Sí, algo así nos ha explicado Rauth; pero yo también he dormido fatal
y no estaba tan extenuada.
-
Cada cuerpo reacciona de forma
distinta. Además, creo que a Sinéad también la agotan los recuerdos —sonrió—;
pero no te preocupes ahora por ella. Ahora está durmiendo plácidamente.
-
Eso espero... Leonard —lo apeló tras un silencio denso.
-
¿Sí?
-
Tengo miedo a que te ocurra algo malo. Te veo tan vulnerable... Me
estremezco con tan sólo pensar que algo puede hacerte daño...
-
No me sucederá nada malo, Scarlya. No te preocupes por mí —le aseguró
mientras sonreía de nuevo. Sabía que estaba acariciándole los cabellos, aunque
realmente no percibiese aquella escena con los ojos.
-
Leonard... ¿puedo pedirte algo?
-
Sí, por supuesto.
-
Abrázame... —Cuando lo hizo, Scarlya prosiguió—: Extrañaba tanto tus
brazos... No sé si debería decirte esto, pero... siento que te añoro,
Leonard... No quiero hacerte daño... No quiero intimidarte... ni ofenderte...
-
No me ofendes, Scarlya...
-
Te echo mucho de menos, Leonard... —le confesó con un susurro
quebrado. Sabía que estaba a punto de ponerse a llorar—. No sabía que era tan
doloroso vivir sin ti. Pensé que todo se había apagado, que...
-
Scarlya, no llores. Comprendo lo que me dices. A veces necesitamos
alejarnos de nuestra vida para saber cuánto valor tiene.
-
Perdóname... Sé que no me merezco que me perdones, que vuelvas a
confiar en mí...
-
¿Por qué te torturas de ese modo? —le preguntó con ternura. Supe
también que había tomado la cabeza de Scarlya entre sus manos—. Todos tenemos
derecho a equivocarnos, a errar... y a reconocer que nos hemos confundido. No
somos perfectos, Scarlya.
-
Eres... eres el hombre más bueno del mundo y de la Historia. No
entiendo cómo pude despreciarte así... Después de todo lo que has hecho por
mí... no debería... pero... no sé lo que me ocurrió y... —sollozaba.
-
Scarlya... no llores, cariño.
-
Y la belleza de estas tierras me ha hecho ver cuán equivocada
estuve... Te echo de menos. No quiero estar sin ti, Leonard...
-
No estarás sin mí, amor mío...
Sabía que nadie se apercibiría
de que no dormía, así que, libremente, abrí los ojos y observé ilícita y
furtivamente aquella tierna escena. Hacía muchísimo tiempo que deseaba ver que
Leonard y Scarlya se abrazaban dedicándose todo su amor, todo ese amor que
había resistido el paso del tiempo y del espacio, que había vencido la muerte,
que había brotado del olvido para resurgir con mucha más fuerza...
Al ver que se abrazaban tan
tiernamente y que Scarlya le acariciaba los cabellos a Leonard con una ternura lagrimeante,
me emocioné dulcemente. Estaban tan juntos, tan juntos, que apenas discurría el
aire entre ellos. Parecía como si el uno quisiese proteger al otro de la
oscuridad de la noche... Y, al fin, de repente, pero tan lentamente que creí
que el tiempo se había desvanecido, Scarlya se acercó a los labios de Leonard y
empezó a besarlo con una delicadeza que les hizo reír felizmente.
-
Te amo —le susurró ella entre besos—. Perdóname por ser tan infantil y
tonta...
-
Eres encantadora incluso cuando te portas de esa forma infantil que
tanto repruebas...
-
Leonard, mi Leonard... —suspiró apoyándose en su pecho—. No permitas
que vuelva a creer que puedo vivir sin ti.
-
Lo intentaré —se rió feliz besándola después en la frente.
-
Ahora sí podré dormir plácidamente...
-
Mi Scarlya...
Aquel momento era tan tierno,
tan mágico y bonito que me pregunté si en verdad, más allá de él, existía otro
mundo lleno de maldad y peligros. Inevitablemente, cuando vi que Leonard y
Scarlya se reconciliaban tan amorosamente, deseé que aquel viaje no se
terminase nunca, a pesar de que nos acechaba un sinfín de amenazas... Temía
que, cuando regresásemos a nuestra realidad, los sentimientos de Scarlya
mudasen hasta convertirse en las punzantes emociones que la habían alejado de
Leonard. No había olvidado que en Lainaya los sentimientos se independizaban de
nuestra voluntad hasta apartarse definitivamente de todo lo que éramos en
nuestro mundo.
-
Shiny...
La voz de Eros se adentró de
pronto en unas neblinas que habían anegado toda mi mente de forma inevitable y
subrepticia. Asustada, abrí los ojos, preguntándome, con temor y decepción, en
qué momento el sueño se habría apoderado de mí. Sin embargo, intenté sonreírle
a Eros para que no se apercibiese de mis verdaderos sentimientos. Aunque
todavía me sentía extraña, debía reconocer que físicamente me encontraba mucho
mejor. Una dulce calma me había llenado toda el alma y una tenue felicidad me
había rodeado el corazón hasta templármelo.
-
Buenos días, cariño —lo saludé acercándome a él y abrazándolo con amor—.
¿Cómo has dormido?
-
Muy bien, muchísimo mejor que ayer. Ayer... mientras te buscábamos...
-
No sabía que me habíais buscado...
-
¿Qué te piensas, que estábamos durmiendo mientras tú vagabas perdidita
por ese bosque? Ay, mi Shiny...
-
Es cierto...
-
Rauth me ha explicado que tenemos que buscar la morada de una
Doncella... porque estás malita...
-
Sí...
-
MI Shiny... Te habrás enfriado...
-
Sí, exacto...
-
Tendré que ayudarte a curarte... —me susurró acercándose a mis
labios—. Todavía no he probado qué se siente con este cuerpo... —se rió
sensualmente.
-
Eros... —me reí también cuando noté que me abrazaba con más pasión y
dulzura.
-
No temas. Estamos solos. Han ido a bañarse. Luego iremos nosotros,
pero... ahora...
Todo lo que me inquietaba, la
tristeza, la angustia y el cansancio se desvanecieron en cuanto Eros y yo nos
adentramos tan tiernamente en la tierra del amor y la pasión. Todo brilló a
nuestro alrededor, el bosque se llenó de vida, de calor, de felicidad, y por
unos largos momentos nos olvidamos de que estábamos viviendo un momento
inmensamente extraño y difícil, quizá el más extraño y difícil de nuestra
vida... Nos olvidamos de que estábamos realizando el viaje más complicado y
peligroso de nuestra existencia, nos olvidamos de que no éramos eternos en
aquella tierra... y todo fue magia, resplandor, tibieza.
Cuando la nube del amor, el
deseo y de la pasión se hubo desvanecido, desapareciendo de nuestro cielo,
corrimos dados de la mano hacia un río caudaloso que discurría cerca del rincón
donde habíamos dormido y permitimos que aquellas templadas y a la vez frescas
aguas nos envolviesen y limpiasen todos los restos de nuestro cansancio.
-
Shiny, qué distinto es todo con este cuerpo... Las sensaciones siguen
siendo demasiado intensas, pero... todo es tan maravilloso... Me ha encantado
estar contigo... —me confesó con vergüenza.
-
A mí también, Eros... Ha sido maravilloso...
-
¿Te imaginas que ahora tengamos un hijito tú y yo? —se rió mientras se
lavaba los cabellos.
-
Huy... —me reí curiosa.
-
Es peligroso que me haya gustado tanto estar contigo... —me dijo
mientras se acercaba a mí.
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¿Por qué? —me reí mientras lo abrazaba.
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Porque no querré hacer otra cosa...
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¡Eros!
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¿Sinéad? ¿Eros? —nos llamó Rauth.
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Debemos proseguir con nuestro viaje —le susurré tiernamente.
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Parece imposible que estés malita...
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Ahora me siento mucho mejor...
Reemprendimos el viaje tras
desayunar tranquilamente. Intenté no sentir nervios cuando empezamos a regresar
a la región de la nieve. No quería pensar en el frío ni en el cansancio.
Solamente me centraba en prestarle atención a ese extraño vínculo que estaba
naciendo ilícitamente en mi interior; el que nos conduciría a la morada de un
ser que me inspiraba tanto temor como curiosidad.
2 comentarios:
Hacía tiempo que esperaba una nueva entrada. Esa oscuridad está creciendo en el interior de Sinéad, y deben luchar contra ella. Menos mal que Rauth le a pedido disculpas por su comportamiento (ya sabía yo que había algo más que le hacía comportarse así). El corazón es indomable y el amor duele y puede ser cruel. Me daba pena Sinéad, esas palabras que le decía eran muy duras. Aunque ahora se sienta mejor, deben encontrar a la Doncella Blanca, aunque no la tiene todas consigo, puede que no la quiera ayudar... Brisita como siempre es una dulzura, y con su forma de ser hace que Sinéad sea más fuerte y luche. A ver que ocurre en la próxima entregaaaa. Como siempre, una maravilla ;)
Así que bailar con los niedelfs tiene consecuencias... no puedo negar que no me caen mal del todo, aunque pasen estas cosas ahora con Sinéad. En todo caso, ahora tienen que buscar a la Doncella Blanca, yo me imagino que no puede ser mala, me pica mucho la curiosidad, aunque seguro que antes de encontrarse con ella tendrán que dar unos cuantos paseos...Me gusta también la reconciliación entre Scarlya y Leonard, en general todo está más apaciguado, salvo claro, la relación Arthur/Sinéad, no tiene suerte ni como Rauth... qué se le va a hacer. Ahora espero leer la entra siguiente y ver cómo sigue todo.
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