martes, 2 de septiembre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 03. RENACIMIENTO Y LÁGRIMAS


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 03. RENACIMIENTO Y LÁGRIMAS 
El sueño se agolpaba en mis ojos, me presionaba los párpados y me impedía fijarme nítidamente en mi alrededor. El cansancio parecía otro abrigo que me envolvía y no me permitía moverme con serenidad. Caminaba rezagada. Leonard, Scarlya, Rauth y Brisita andaban con ímpetu, con ánimo y con ilusión, charlando, riendo, continuamente haciendo mención a todo lo que veían. Parecía como si acabasen de huir de una cárcel donde habían permanecido encerrados durante años sin ver el mundo, sin ver la luz, el amanecer, la noche. En cambio, mis pasos, mis ademanes y todos mis movimientos estaban teñidos de extenuación. Nadie me preguntaba qué me sucedía —algo que yo agradecía profundamente, pues ni tan sólo me apetecía hablar—, como si quisiesen ignorar mi lamentable estado. No obstante, intentaba prestarle atención a todo lo que me rodeaba para encontrar en el paisaje que atravesábamos las fuerzas que el agotamiento me arrebataba.
Pasábamos por prados llenos de nieve, en la que nuestros pies pretendían hundirse, repletos de árboles sin hojas, cercados por imponentes montañas cuya cumbre parecía ser la cuna de las estrellas. El cielo cambiaba de color a medida que nos alejábamos del refugio donde habíamos intentado descansar. De ser rojizo, de pronto se volvía azulado, después, blanco como la misma nieve. Ningún matiz era persistente, sino que parecía como si el Arco Iris se hubiese desintegrado sobre nosotros, apagando definitivamente la luz de las estrellas. No había ni una sola nube que presagiase la caída de la nieve, pero de pronto el cielo comenzaba a llorar lágrimas purísimas que nos ocultaban la senda que debíamos seguir.
Sin embargo, Rauth nunca se desorientaba. Parecía conocer aquellos terrenos como si los hubiese creado él mismo, como si fuesen el reflejo de sus sueños. Caminaba con decisión y tranquilidad. Nos infundía fortaleza y seguridad con sus miradas; las que, no obstante, no guardaban ni una sola emoción buena para mí. Rauth me miraba con frialdad, apatía y distancia, como si de súbito yo me hubiese vuelto irrelevante para él. Deseaba preguntarle qué le sucedía conmigo, pero no me atrevía a propiciar ese momento. Ni tan sólo me sentía capaz de colocarme a su lado para andar juntos. Me mantenía alejada de ellos, aparte, como si viajase sola.
El día pasaba, las fuerzas iban abandonándome con cada paso que daba, cada vez me sentía más incapaz de seguir caminando. Inesperadamente, me daba cuenta de que me había quedado demasiado rezagada, a metros de ellos, y entonces experimentaba unas insoportables ganas de llorar. No sabía qué me hacía más daño, si no tener las fuerzas suficientes para continuar andando o que ellos no percibiesen mi lejanía; pero siempre trataba de acelerar mi paso, aunque mi cuerpo protestase desesperadamente, para no volver a perderme. Me aterraba plantearme la posibilidad de que aquella oscuridad tan espesa e inhóspita volviese a cernirse sobre mí y me aplastase.
-          ¿Shiny, qué te pasa? —me preguntó Eros acercándose a mí con una sonrisa encantadora. No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas cuando noté su cariño y su preocupación—. Pensaba que ibas a nuestro lado y de repente te veo aquí sola, a metritos de nosotros —se rió mientras me abrazaba—. ¿Qué te pasa, mi Shiny? ¿Estás cansadita?
-          No puedo más —me quejé dejándome caer entre sus brazos—. Me duele todo, tengo frío, tengo hambre, tengo sed, tengo sueño, tengo... tengo muchas cosas menos fuerzas —me quejé llorando delicadamente— y anímicamente me siento muy mal... No tengo fuerzas para nada.
-          No llores, cariño. Es comprensible que te sientas así. Ayer te negaste a dormir con nosotros —se rió retirándome las lágrimas de mis mejillas heladas—. Estamos a punto de abandonar la región de la nieve y nos adentraremos en un lugar más cálido donde podremos descansar. Rauth ha dicho que cerca de aquí hay un bosque frondoso y espeso donde podremos encontrar cobijo. Tienes que ser fuerte, Shiny. Ya estamos llegando. Aguanta un poquito más.
-          No puedo. No sé lo que me sucede, pero es como si ni siquiera tuviese fuerzas para abrir los ojos.
-          Estás ardiendo —observó de pronto colocando su mano diestra en mi cuello—. Y no tienes buen aspecto...
-          Apenas he dormido.
-          Lo sé. Dime, ¿qué pasó? —me preguntó reemprendiendo nuestro paso mientras me aferraba con fuerza del brazo para ayudarme a caminar.
-          Perdón. No sé por qué me perdí y tampoco por qué me dejé llevar tanto. ¿Rauth no os ha contado nada?
-          Shiny... ni siquiera te expresas bien —se rió con mucho cariño mientras con su mano izquierda me incitaba a apoyar la cabeza en su hombro—. Tienes fiebre. No estás bien. Tenemos que descansar.
-          No es justo que ocurra todo esto... Yo no sabía que ellos eran malos.
-          ¿Sabes una cosa? Yo no creo que sean malos. Cada cual tiene sus intereses. A ellos les interesa acabar con la luz y el calor de la primavera porque prefieren la oscuridad. Son vampiros, Shiny —se rió libremente—. Rauth está en contra de ellos como lo estarían los demás heidelfs y estidelfs, pero no creo que sean malos por eso...
-          Pero están enlazados al mundo de las sombras...
-          ¡Sinéad, Eros, id más rápido o no llegaremos nunca! —nos exigió Rauth desde la distancia.
Aunque realmente me costaba excesivamente, hice un esfuerzo por caminar más rápido. Cada vez, el exterior aparecía más borroso ante mis ojos. El blanco de la nieve, el oscuro marrón de los árboles y los cambiantes matices del cielo se me presentaban como neblinas inescrutables y deslumbrantes. Al fin, cuando creí que caería inconsciente al suelo, entramos en un denso bosque de árboles de tronco grueso y de copa frondosa. Las grandes y abundantes hojas nos ocultaban el color del cielo y la imagen de las imponentes montañas que cercaban aquel mágico rincón del mundo. Al hallarme en medio de tanta vegetación, al aspirar el fresco aroma del atardecer y al oír el canto de los pájaros y la voz del viento, sentí que mi cuerpo se llenaba de vida. Sonreí de placer y comodidad y anhelé que Rauth encontrase cuanto antes un rincón donde pudiese tumbarme entre los árboles, sobre la mullida hierba.
-          Aquí podemos descansar —dijo al fin señalándonos un recoveco formado por cuatro árboles y plantas altas y densas—. Nadie nos hará daño aquí. Por favor, Sinéad, limítate a permanecer a nuestro lado todo el tiempo. No te alejes mucho —me ordenó sentándose en el suelo. Entonces me percaté de que él también estaba agotado. Qué bien lo disimulaba...
Comimos en silencio. Yo todavía tenía ganas de llorar. La forma en que Rauth me trataba se me clavaba en el alma como si fuesen afilados y desgarradores puñales que destrozaban todos mis sentimientos. Tragaba la comida intentando devorar también ese nudo que me presionaba la garganta, pero éste se había vuelto mucho más poderoso que mis anhelos. Incluso me daba la sensación de que la comida se atrancaba en mi garganta y no había manera de digerirla.
Cuando terminé de comer, me aovillé en mi abrigo y me acosté entre los árboles y las plantas sin decir nada, cerrando con fuerza los ojos, los que resguardaban una triste cantidad de lágrimas que, inevitablemente, empezaron a rodar por mis mejillas. Me sentía tan triste que ni siquiera podía saber qué me sucedía. Era un sentimiento asfixiante que me oprimía el pecho, que me incitaba a llorar desconsoladamente y a gritar de dolor; pero era incapaz de adivinar la procedencia de aquella punzante lástima.
-          Shiny, cariño —susurró Eros rodeándome con sus brazos—. ¿Qué sucede, mi Shiny?
-          No lo sé...
-          Mami, Shiny...
La voz de Brisita me hizo sentir tan culpable y avergonzada de pronto que no pude evitar que mi llanto se intensificase. Anhelé pedirles que me dejasen sola, pero ya no podía hablar. Me escondí entre los brazos de Eros deshecha en un llanto silencioso que, sin embargo, me destrozaba el alma.
-          ¿Qué te ocurre, Shiny? ¿Por qué lloras, mami? —me preguntó Brisita sentándose a mi lado y acariciándome los cabellos. Notar sus manos me reconfortó, aunque no me atrevía a moverme para abrazarla—. Yo también estoy cansada. En realidad todavía no sé por qué estamos haciendo este viaje tan duro. Papi dice que estamos muy lejos de la tierra del fuego, que todavía nos quedan días larguísimos de viaje, pero eso no me asusta tanto como no saber por qué tenemos que buscar ese sitio... la morada del fuego... Me da miedo ese nombre...
-          Ya te lo he explicado miles de veces, cariño. Tenemos que encontrar a la reina de Lainaya para explicarle que se ha colado en nuestra tierra un fragmento de la oscuridad y que Alneth tiene intenciones terribles. Además, tenemos que preguntarle si tú serás la próxima reina de Lainaya.
-          Yo no quiero ser reina de nada —se quejó Brisita con fastidio—. Creo que eso de ser reina y tener poder es un rollo.
No pude evitar que las palabras de Brisita, y sobre todo el tono con el que las había pronunciado, me hiciesen reír entre lágrimas. Intenté calmarme y, cuando creí que ya podía mirarla a los ojos, me separé de Eros y me senté en la hierba. Brisita me abrazó en cuanto me notó tan cerca.
-          No serás reina ahora mismo, cariño —le dije con amor—. Lo serás cuando ya hayas crecido lo suficiente...
-          Pero yo no quiero. Ser reina supone alejarme de ti, no vivir contigo... y yo no quiero perderte nunca, nunca... Yo no quiero vivir lejos de ti, mami —protestó escondiendo su pequeño rostro en mi pecho—. Te quiero.
-          Yo también, cariño mío —le contesté emocionada mientras le acariciaba los cabellos.
-          Nunca estarás lejos de nosotros. Aunque seas reina, nosotros viviremos cerca de ti, Brisita —le aseguró Rauth con mucha ternura también sentándose a nuestro lado—; pero ahora no pienses en eso. Tal vez estemos equivocados y no seas la sucesora de Lainaya. A lo mejor es alguien que todavía no ha nacido; pero igualmente tenemos que ir para explicarle lo que está sucediendo con Alneth.
-          De acuerdo —se conformó Brisita graciosamente.
-          Debemos descansar... —le propuse mirándola tiernamente a los ojos.
-          Shiny, estás muy pálida y tienes una mirada extraña —me anunció mi hijita con preocupación.
-          No me encuentro muy bien.
-          Tenemos que hablar, Sinéad —me susurró Rauth sin mirarme a los ojos.
-          Yo creo que lo mejor será que lo dejéis para mañana —intervino Leonard con cautela—. Sinéad tiene muy mala cara.
-          Precisamente por eso tenemos que hablar. Ven conmigo, Sinéad —me pidió alzándose del suelo—. Sígueme.
Me separé de Brisita y lo obedecí en silencio. Mi cuerpo protestó cuando me alcé del suelo y comencé a caminar. Nos apartamos de los demás y nos sentamos en el tronco caído de un árbol. Yo esperé pacientemente, aunque con nervios, a que Rauth hablase. Al fin, sin mirarme a los ojos, me dijo:
-          No puedes seguir con nosotros si te sientes así. Tu estado tiene una explicación bastante inquietante. No puedes estar con nosotros.
-          ¿Cómo? —le pregunté asustada.
-          Estás contaminada. Te encuentras tan mal porque los niedelfs te han absorbido parte de tu alma y te han arrebatado el ímpetu. Por eso estás tan triste.
-          ¿Entonces...?
-          Estás contaminada. Eso quiere decir que lentamente comenzarás a ser peligrosa para nosotros. De forma inconsciente puedes influirnos y conducirnos hacia donde están ellos. Irás perdiendo el rastro de tus pensamientos para convertirte, muy pausada, pero intensamente, en una de ellos.
-          Pero yo no les dije que quería abandonar mi cuerpo para ser una de ellos...
-          Bailando y cantando con ellos lo hiciste. Uniéndote a sus danzas y sus cantos es una manera de solicitar el cambio.
-          No puede ser, Rauth. Tiene que haber una solución para remediar esto —protesté empezando a llorar.
-          La hay... Tienes que ser vampiresa de nuevo.
-          Pero...
-          Pero no ´podrás regresar a Lainaya nunca más como heidelf. Estás dentro de una transformación. Si vuelves enseguida, como has dejado una conversión a medias, es posible que, o bien, no consigas retornar y te quedes vagando por una dimensión llena de sombras, o bien, lo hagas con el nuevo cuerpo al que tu ser aspira metamorfosearse.
-          No, eso no puede ser...
-          También podemos buscar unas hierbas especiales que te curarán, pero no tengo ni idea de dónde están. La única que conoce esos remedios es la Doncella Blanca, pero no sé con certeza dónde vive. No obstante, ella está íntimamente ligada a los niedelfs, por lo que no creo que quiera ayudarte.
-          No quiero dejaros solos, Rauth. Te prometo que lucharé contra mi malestar para que no me invada.
-          No puedes hacer nada, Sinéad. Ese malestar te pide dormir, por eso estás tan cansada, y precisamente durmiendo es como se consolidan los cambios. No puedes luchar contra nada...
-          Pero tal vez, si buscamos el hogar de la Doncella Blanca...
-          Podemos buscarlo, sí; pero perderemos mucho tiempo y no estoy seguro de que quiera ayudarnos. Los niedelfs están enemistados con los heidelfs. Son polos opuestos... y la Doncella Blanca es la madre de todos ellos...
-          Tenemos que intentarlo.
-          No, Sinéad. Es posible que nos engañe y, en lugar de ayudarte, te transforme en un espíritu del invierno...
-          Entonces, estás diciéndome que tengo que abandonaros y que no te importa hacer el viaje sin mí... Estás diciéndome que deje a mi Brisita aquí... y a todos... Yo no quiero hacer eso, Rauth.
-          Tienes que irte. Yo no quiero que estés con nosotros. Eres peligrosa.
-          Pero no es justo que ni siquiera intentemos buscar la morada de...
-          ¿No lo entiendes, Sinéad? —me preguntó irascible—. ¿Qué te piensas, que la morada de la Doncella Blanca está aquí mismo? ¡Para encontrarla, tenemos que regresar a la región de la nieve y después buscarla entre esas grandes e inescrutables montañas! ¿Qué te piensas, que durante todo ese tiempo tú no necesitarás dormir y que podrás soportar el peso de la transformación? ¡Deja de ser tan egoísta e inocente! —me pidió mirándome con una rabia que estuvo a punto de arrancarme la consciencia.
-          No es necesario que me hables así —protesté quedamente ahogando un sollozo.
-          Es tu problema, no el nuestro. Tú te fuiste con ellos, tú danzaste y cantaste con ellos sin pensar en nosotros. ¡Ahora atente a las consecuencias!
-          ¿Por qué me tratas así? No me esperaba que algún día pudieses hablarme de esa forma...
-          Me da rabia que seas tan imprudente.
-          Pero, antes de lo que ocurrió anoche, tú ya estabas enfadado conmigo... y no me creo que te hubieses ofendido porque os dejé cuando vino Alneth... Sabes que quería proteger a Brisita.
-          No, eso ya ha dejado de importarme.
-          Entonces, ¿qué te sucede? —le pregunté impotente.
-          Ya lo sabes. No sé por qué has venido. Podíamos hacer el viaje perfectamente sin ti. Incluso Alneth nos hubiese cuidado más que tú.
-          ¡Eso no es cierto! —lloré completamente destrozada.
-          Eres una imprudente, Sinéad.
-          Lo siento mucho...
-          Eres débil y no tienes fuerza de voluntad. No estás preparada para hacer este viaje.
-          Habérmelo dicho antes.
-          No sabía que eras tan frágil y vulnerable.
-          Lo siento... —me disculpé casi sin voz.
-          Además, ¿crees que soy tonto?
-          No, jamás lo he creído...
-          ¿Crees que no me doy cuenta de las cosas? Ni siquiera te hizo ilusión verme cuando nos reencontramos. Enseguida le dijiste a Eros que...
-          Ah, ya lo entiendo todo... Oíste lo que le dije sobre mis sentimientos, ¿verdad?
-          Algo oí, SÍ.
-          Yo no tengo la culpa. Es cierto que ya no siento lo mismo. Es como si el destino hubiese controlado mis sentimientos para provocar el nacimiento de Brisita... No obstante, no soporto que estés tan frío conmigo y que me trates de ese modo tan hiriente...
-          Eres una egocéntrica, Sinéad.
-          Tú me dijiste que los sentimientos no se podían controlar cuando estábamos en esta tierra...
-          Pero ¿es que no te das cuenta de lo que significa lo que estás diciéndome? Tú misma has dicho que el destino controló tus sentimientos para que pudiésemos engendrar a Brisita. ¿Acaso eso no te estremece?
-          Por supuesto...
-          Dime, entonces, ¿quién es dueño de nuestras vidas si no lo somos nosotros mismos? Yo sigo muriéndome de amor por ti. Estoy enloqueciéndome de impotencia, de pasión, de deseo, de amor... y tú, en cambio, ni siquiera me miras con ternura.
-          No puedo hacerlo si cada vez que lo intento recibo una puñalada.
-          Sabes que yo haría cualquier cosa por ti. Sería capaz de regresar sobre mis pasos para buscar por cielo y tierra la morada de la Doncella Blanca para curarte, pero no puedo hacerlo si me siento tan impotente y herido, Sinéad...
-          Perdóname, Rauth...
-          Ya sé que no es culpa tuya. Perdóname a mí también. Los sentimientos se me han descontrolado lamentablemente.
-          Sí me estremece saber que no somos dueños de nuestros sentimientos —le afirmé alzándome del tronco. Rauth lo había hecho hacía rato—; pero en estos momentos sí domino lo que siento... y puedo asegurarte que quiero que olvidemos todo lo que ha sucedido entre nosotros y viajemos en calma. Por favor, te suplico que busquemos la morada de la Doncella Blanca para poder curarme. Al menos, intentémoslo. Yo no quiero abandonaros. Si no deseas que viaje con vosotros, está bien, puedo ir yo sola...
-          No puedes viajar sola en este estado, Sinéad. Está bien, iremos...
-          Y no os acerquéis a mí si temes que puedo...
-          Tienes que prometerme que serás fuerte, Sinéad...
-          Lo seré, te lo prometo.
-          En cuanto vea que no puedes dominar tus sentimientos y que cada vez te encuentras mejor, entonces te ayudaré a regresar a tu mundo...
-          Rauth...
-          Sinéad, lo siento con toda mi alma... De veras, yo no quería que te sucediese esto... Perdóname. Tampoco es justo que te haya tratado así... pero es que estoy destrozado. Tengo el corazón resquebrajado y el alma deshecha de tanto que te amo... —me susurró abrazándome delicadamente—. No soporto saber que sufres, que no me amas, que te sientes mal...
-          No me sentiré mal si eres dulce conmigo como siempre lo has sido... —le musité cariñosamente dejándome caer entre sus brazos y apoyando mi cabeza en su pecho—. Sabes que te quiero como no podré querer a nadie... Ya sabes que eres demasiado especial para mí, mi Arthur...
Rauth no dijo nada. Permaneció acariciándome los cabellos, el rostro, de nuevo los cabellos... hasta que creí que el tiempo se había deshecho. La noche caía sobre nosotros, espesa, lenta, silenciosa, llenando el bosque de susurros mágicos, de palabras perdidas, de sonidos cuya procedencia era incapaz de determinar. Rogué que aquella calma tan preciosa se adentrase en mi alma para no huir de ella nunca...
-          Deberíamos regresar... —me anunció Rauth más sereno.
-          Sí, cierto...
-          Mañana empezaremos a buscar la morada de la Doncella Blanca.
-          Quizá haya alguna forma de que la naturaleza nos guíe hasta su hogar...
-          La hay, pero es peligrosa.
-          Dímela, por favor.
-          En ti está creciendo un vínculo con los niedelfs. Los niedelfs pueden llegar a la morada de la Doncella Blanca apenas sin esfuerzo, pues es su reina...
-          Entonces, eso quiere decir que, si le presto atención a ese vínculo, podré conduciros hacia la morada de la Doncella Blanca... —reflexioné estremecida.
-          Sí, exactamente; pero también es peligroso porque entonces estarás acelerando la transformación.
-          Quizá nos dé tiempo a llegar antes de que me convierta...
-          Será peligrosísimo, pero podemos intentarlo. Volvamos, Sinéad.
-          Quizá sea bueno que no duerma...
-          No podrás evitarlo.
-          Lo intentaré...
-          Está bien. No digas nada de esto a nadie hasta que amanezca.
-          De acuerdo.
Cuando llegamos al acogedor rincón donde todos dormían, me acurruqué entre Brisita y Eros y cerré los ojos rogando que el sueño no me alejase de aquel instante, de aquel presente... de la consciencia; pero tenía tanto sueño que apenas podía advertir el momento en el que la inconsciencia comenzaba a oscurecer mi mente. Sin embargo, reaccionaba antes de apartarme definitivamente de la realidad. Pensaba intensamente en todo lo que habíamos vivido hasta esa noche, recordaba cualquier instante de mi vida, ya fuese lejano o cercano, me esforzaba por recitarme silenciosamente las poesías que más adoraba...
Mezclando recuerdos, palabras que no habían emanado de mi alma y canciones antiguas, conseguí apartar de mis ojos el sueño que tanto deseaba anularme. Sabía que al día siguiente no podría mantener los ojos abiertos, pero no me importaba pugnar tan intensa y desconsideradamente contra las ganas de dormir si así lograba ralentizar esa indeseada e inevitable transformación.
También les prestaba atención a los susurros de la noche. Me parecía que hacía siglos que no escuchaba la profunda e incansable melodía de la noche: grillos, búhos, lechuzas, el rumor de un río, el movimiento tierno de las hojas mecidas por el viento nocturno, los pasos de algún animal valiente, respiraciones perdidas... y, de pronto, la voz de Scarlya.
Me sobresalté cuando la oí musitar tan quedo. Sabía que le hablaba a Leonard creyendo que todos dormíamos. No pude evitar detener mi respiración cuando me planteé la posibilidad de escuchar una conversación que no debía formar parte de mi vida; pero no podía revelarles que no dormía y tampoco podía moverme... Así pues, me quedé quieta y queda, respirando muy silenciosamente, percibiendo ilícitamente aquellas susurrantes palabras:
-          ¿Estás durmiendo, Leonard?
-          No... Estoy tan cansado que no puedo dormir —dijo mientras se volteaba hacia ella—. ¿Tú por qué no duermes?
-          No puedo dejar de pensar...
-          ¿En qué piensas?
-          Todo esto es muy extraño. Estas tierras me hacen sentir cosas raras...
-          Es comprensible.
-          No se trata únicamente de mi cuerpo, sino de mi alma. Además, tengo miedo, Leonard. No sé qué sucederá con nosotros. No sé nada... y temo que nos ocurra algo malo. Sinéad está enferma. ¿Has visto cómo caminaba? Si parecía que le faltaban todas las fuerzas...
-          Está cansada. Anoche se perdió por el bosque y no ha dormido nada.
-          Sí, algo así nos ha explicado Rauth; pero yo también he dormido fatal y no estaba tan extenuada.
-          Cada cuerpo reacciona  de forma distinta. Además, creo que a Sinéad también la agotan los recuerdos —sonrió—; pero no te preocupes ahora por ella. Ahora está durmiendo plácidamente.
-          Eso espero... Leonard —lo apeló tras un silencio denso.
-          ¿Sí?
-          Tengo miedo a que te ocurra algo malo. Te veo tan vulnerable... Me estremezco con tan sólo pensar que algo puede hacerte daño...
-          No me sucederá nada malo, Scarlya. No te preocupes por mí —le aseguró mientras sonreía de nuevo. Sabía que estaba acariciándole los cabellos, aunque realmente no percibiese aquella escena con los ojos.
-          Leonard... ¿puedo pedirte algo?
-          Sí, por supuesto.
-          Abrázame... —Cuando lo hizo, Scarlya prosiguió—: Extrañaba tanto tus brazos... No sé si debería decirte esto, pero... siento que te añoro, Leonard... No quiero hacerte daño... No quiero intimidarte... ni ofenderte...
-          No me ofendes, Scarlya...
-          Te echo mucho de menos, Leonard... —le confesó con un susurro quebrado. Sabía que estaba a punto de ponerse a llorar—. No sabía que era tan doloroso vivir sin ti. Pensé que todo se había apagado, que...
-          Scarlya, no llores. Comprendo lo que me dices. A veces necesitamos alejarnos de nuestra vida para saber cuánto valor tiene.
-          Perdóname... Sé que no me merezco que me perdones, que vuelvas a confiar en mí...
-          ¿Por qué te torturas de ese modo? —le preguntó con ternura. Supe también que había tomado la cabeza de Scarlya entre sus manos—. Todos tenemos derecho a equivocarnos, a errar... y a reconocer que nos hemos confundido. No somos perfectos, Scarlya.
-          Eres... eres el hombre más bueno del mundo y de la Historia. No entiendo cómo pude despreciarte así... Después de todo lo que has hecho por mí... no debería... pero... no sé lo que me ocurrió y... —sollozaba.
-          Scarlya... no llores, cariño.
-          Y la belleza de estas tierras me ha hecho ver cuán equivocada estuve... Te echo de menos. No quiero estar sin ti, Leonard...
-          No estarás sin mí, amor mío...
Sabía que nadie se apercibiría de que no dormía, así que, libremente, abrí los ojos y observé ilícita y furtivamente aquella tierna escena. Hacía muchísimo tiempo que deseaba ver que Leonard y Scarlya se abrazaban dedicándose todo su amor, todo ese amor que había resistido el paso del tiempo y del espacio, que había vencido la muerte, que había brotado del olvido para resurgir con mucha más fuerza...
Al ver que se abrazaban tan tiernamente y que Scarlya le acariciaba los cabellos a Leonard con una ternura lagrimeante, me emocioné dulcemente. Estaban tan juntos, tan juntos, que apenas discurría el aire entre ellos. Parecía como si el uno quisiese proteger al otro de la oscuridad de la noche... Y, al fin, de repente, pero tan lentamente que creí que el tiempo se había desvanecido, Scarlya se acercó a los labios de Leonard y empezó a besarlo con una delicadeza que les hizo reír felizmente.
-          Te amo —le susurró ella entre besos—. Perdóname por ser tan infantil y tonta...
-          Eres encantadora incluso cuando te portas de esa forma infantil que tanto repruebas...
-          Leonard, mi Leonard... —suspiró apoyándose en su pecho—. No permitas que vuelva a creer que puedo vivir sin ti.
-          Lo intentaré —se rió feliz besándola después en la frente.
-          Ahora sí podré dormir plácidamente...
-          Mi Scarlya...
Aquel momento era tan tierno, tan mágico y bonito que me pregunté si en verdad, más allá de él, existía otro mundo lleno de maldad y peligros. Inevitablemente, cuando vi que Leonard y Scarlya se reconciliaban tan amorosamente, deseé que aquel viaje no se terminase nunca, a pesar de que nos acechaba un sinfín de amenazas... Temía que, cuando regresásemos a nuestra realidad, los sentimientos de Scarlya mudasen hasta convertirse en las punzantes emociones que la habían alejado de Leonard. No había olvidado que en Lainaya los sentimientos se independizaban de nuestra voluntad hasta apartarse definitivamente de todo lo que éramos en nuestro mundo.
-          Shiny...
La voz de Eros se adentró de pronto en unas neblinas que habían anegado toda mi mente de forma inevitable y subrepticia. Asustada, abrí los ojos, preguntándome, con temor y decepción, en qué momento el sueño se habría apoderado de mí. Sin embargo, intenté sonreírle a Eros para que no se apercibiese de mis verdaderos sentimientos. Aunque todavía me sentía extraña, debía reconocer que físicamente me encontraba mucho mejor. Una dulce calma me había llenado toda el alma y una tenue felicidad me había rodeado el corazón hasta templármelo.
-          Buenos días, cariño —lo saludé acercándome a él y abrazándolo con amor—. ¿Cómo has dormido?
-          Muy bien, muchísimo mejor que ayer. Ayer... mientras te buscábamos...
-          No sabía que me habíais buscado...
-          ¿Qué te piensas, que estábamos durmiendo mientras tú vagabas perdidita por ese bosque? Ay, mi Shiny...
-          Es cierto...
-          Rauth me ha explicado que tenemos que buscar la morada de una Doncella... porque estás malita...
-          Sí...
-          MI Shiny... Te habrás enfriado...
-          Sí, exacto...
-          Tendré que ayudarte a curarte... —me susurró acercándose a mis labios—. Todavía no he probado qué se siente con este cuerpo... —se rió sensualmente.
-          Eros... —me reí también cuando noté que me abrazaba con más pasión y dulzura.
-          No temas. Estamos solos. Han ido a bañarse. Luego iremos nosotros, pero... ahora...
Todo lo que me inquietaba, la tristeza, la angustia y el cansancio se desvanecieron en cuanto Eros y yo nos adentramos tan tiernamente en la tierra del amor y la pasión. Todo brilló a nuestro alrededor, el bosque se llenó de vida, de calor, de felicidad, y por unos largos momentos nos olvidamos de que estábamos viviendo un momento inmensamente extraño y difícil, quizá el más extraño y difícil de nuestra vida... Nos olvidamos de que estábamos realizando el viaje más complicado y peligroso de nuestra existencia, nos olvidamos de que no éramos eternos en aquella tierra... y todo fue magia, resplandor, tibieza.
Cuando la nube del amor, el deseo y de la pasión se hubo desvanecido, desapareciendo de nuestro cielo, corrimos dados de la mano hacia un río caudaloso que discurría cerca del rincón donde habíamos dormido y permitimos que aquellas templadas y a la vez frescas aguas nos envolviesen y limpiasen todos los restos de nuestro cansancio.
-          Shiny, qué distinto es todo con este cuerpo... Las sensaciones siguen siendo demasiado intensas, pero... todo es tan maravilloso... Me ha encantado estar contigo... —me confesó con vergüenza.
-          A mí también, Eros... Ha sido maravilloso...
-          ¿Te imaginas que ahora tengamos un hijito tú y yo? —se rió mientras se lavaba los cabellos.
-          Huy... —me reí curiosa.
-          Es peligroso que me haya gustado tanto estar contigo... —me dijo mientras se acercaba a mí.
-          ¿Por qué? —me reí mientras lo abrazaba.
-          Porque no querré hacer otra cosa...
-          ¡Eros!
-          ¿Sinéad? ¿Eros? —nos llamó Rauth.
-          Debemos proseguir con nuestro viaje —le susurré tiernamente.
-          Parece imposible que estés malita...
-          Ahora me siento mucho mejor...
Reemprendimos el viaje tras desayunar tranquilamente. Intenté no sentir nervios cuando empezamos a regresar a la región de la nieve. No quería pensar en el frío ni en el cansancio. Solamente me centraba en prestarle atención a ese extraño vínculo que estaba naciendo ilícitamente en mi interior; el que nos conduciría a la morada de un ser que me inspiraba tanto temor como curiosidad.

2 comentarios:

Wensus dijo...

Hacía tiempo que esperaba una nueva entrada. Esa oscuridad está creciendo en el interior de Sinéad, y deben luchar contra ella. Menos mal que Rauth le a pedido disculpas por su comportamiento (ya sabía yo que había algo más que le hacía comportarse así). El corazón es indomable y el amor duele y puede ser cruel. Me daba pena Sinéad, esas palabras que le decía eran muy duras. Aunque ahora se sienta mejor, deben encontrar a la Doncella Blanca, aunque no la tiene todas consigo, puede que no la quiera ayudar... Brisita como siempre es una dulzura, y con su forma de ser hace que Sinéad sea más fuerte y luche. A ver que ocurre en la próxima entregaaaa. Como siempre, una maravilla ;)

Uber Regé dijo...

Así que bailar con los niedelfs tiene consecuencias... no puedo negar que no me caen mal del todo, aunque pasen estas cosas ahora con Sinéad. En todo caso, ahora tienen que buscar a la Doncella Blanca, yo me imagino que no puede ser mala, me pica mucho la curiosidad, aunque seguro que antes de encontrarse con ella tendrán que dar unos cuantos paseos...Me gusta también la reconciliación entre Scarlya y Leonard, en general todo está más apaciguado, salvo claro, la relación Arthur/Sinéad, no tiene suerte ni como Rauth... qué se le va a hacer. Ahora espero leer la entra siguiente y ver cómo sigue todo.